Domingo de la Sagrada Familia. 28
diciembre de 2014.
La primera lectura del libro del Eclesiástico (3, 2-6. 12-14), nos habla de la familia y de la
relación entre el padre, y la madre y los hijos.
"El
que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le
escucha". La familia parental está formada por padres,
hijos, y nietos; tíos, primos y sobrinos. Nadie ha hecho más por el niño, el
joven, el adulto, el viejo, que la familia parental. Con todos sus defectos,
limitaciones y excepciones, cuando tenemos problemas físicos, psicológicos,
económicos, sociales, al final siempre queda y, en muchos casos, sólo queda, la
familia. La familia es siempre la primera que nos ayuda, nos comprende, nos
defiende, nos corrige, nos anima, nos ama. Demos hoy, especialmente, gracias a
Dios por la existencia de la familia parental. Y defendámosla.
"Dios
hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre
sobre la prole" (Qo 3, 3) El padre
merece el respeto y la veneración de los hijos. Estos, al fin y al cabo, le
deben la vida, que es lo más grande y hermoso que el hombre ha recibido.
Además, a nuestros padres debemos de ordinario lo que somos. Ellos nos
iniciaron en el camino que hemos recorrido y se sacrificaron -a veces de forma
heroica- para sacarnos adelante. Se desvelaron sin tregua cuando fue necesario,
se preocuparon por nuestro bien, sufrieron y lloraron por nuestro mal.
Por todo eso son merecedores de nuestra gratitud, de todos los
sacrificios que sean precisos para atenderles y cuidarlos. Con ello no haremos
sino cumplir con nuestro deber, pagar una deuda pendiente, saldar una cuenta
antigua e ineludible. Dios ha querido que el amor a los padres sea la mejor manifestación de una auténtica
caridad. Por eso el Señor valora y paga con creces cuanto hagamos por nuestros
padres. Si no amamos con obras a los nuestros, difícilmente podremos amar,
según Dios, a los demás.
"Hijo
mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas." (Qo 3, 14). Exhortación
de gran actualidad hoy -una época de abandono de nuestros mayores-
La exhortación del texto nos hace comprender lo importante que es cuanto dice.
Nos explica que nuestros padres son, en cierto modo, los representantes de Dios,
los instrumentos de que él se ha valido para traernos a la existencia. De ahí
que ofender a un padre es ofender, de forma singular, al mismo Dios de quien,
según San Pablo, procede toda paternidad.
El salmo ( 127) de
hoy nos recuerda de donde y como viene la bendición de Dios.
"Dichoso
el que teme al Señor..." (Sal 127, 1) Parece
contradictorio que haya dicha cuando hay temor, parece imposible que coexistan
la felicidad y el miedo. Y digo parece, porque Dios no puede afirmar una cosa
tan absurda, y mucho menos tratar de engañarnos con una frase que, si se toma
como parece a primera vista, es contraria en sí misma.
El que tema al Señor guardará sus mandamientos, andará por
los caminos señalados por la sabiduría divina. Por eso precisamente será muy
dichoso... Nadie como Dios conoce lo que es bueno, nadie como él sabe lo que
nos beneficia, y nadie como él puede concedernos lo que necesitamos para
alcanzar esa dicha, que todos y cada uno anhelamos desde lo más íntimo de
nuestro corazón.
"Comerás
del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien" (Sal 127, 2)
Si somos fieles a Dios, si buscamos agradarle en todo, si cumplimos con esmero
su voluntad , entonces el Señor nos mira con especial cariño, se siente inclinado hacia nosotros con amor misericordioso. El
cariño - humanamente y con Dios-, crece cuando es correspondido, y los
beneficios y favores se multiplican cuando quien los recibe es agradecido.
La segunda lectura de
la Carta de San Pablo a los Colosenses (3,12-21
) es una recopilación de consejos para la vida cotidiana, abarcando la familia natural
familia eclesial ( liturgia ) y la vida social .
En la familia parental y en la familia eclesial siempre se
ama más al que más lo necesita; amemos, por tanto, con especial atención y
esfuerzo a las personas que más sufren dentro de iglesia, que quiere ser la
familia humana en general. No hagamos distinción de razas, ni de lenguas;
amemos a todos, porque todos son de nuestra familia, de la Iglesia que quiere
reunir Cristo sobre la tierra.
Comienza resaltando
nuestra condición de pueblo "Como pueblo elegido de Dios, pueblo
sacro y amado, sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la
humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos,
cuando alguno tenga quejas contra otro".
Nuestra vida esta
llamada a ser vivida desde un corazón pletórico de paz. "Que la paz de Cristo actúe de
árbitro en vuestros corazones". Por amor a Cristo, y como
buenos discípulos de Cristo, amamos a todas las personas como a hermanos, como
a miembros de nuestra familia. Amenos a todos como Cristo nos amó.
"Cantad
a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados".
San Pablo nos recuerda que somos el pueblo elegido por Dios,
que somos hijos suyos y que por tanto hemos de comportarnos como tales. De modo
especial en nuestra vida de hogar, en donde pasamos la mayor parte de nuestra
existencia. En casa, nuestra actitud habitual ha de ser de misericordia
entrañable, de bondad, de humildad, de dulzura y de comprensión. El Apóstol nos
sigue diciendo que el Señor nos ha perdonado y que, por consiguiente, también
hemos de hacer lo mismo cada uno de nosotros. Y por encima de todo y siempre el
amor, que es el ceñidor de la paz consumada... Familia en paz, bendición de
Dios que la Iglesia pide y desea para todos los hombres. Y es que si vivimos en
un ambiente familiar en el que reine la paz y la alegría de Dios, todas
nuestras dificultades están superadas.
Hoy
el Evangelio esta tomado de San Lucas (2, 22-40).
Poco, casi nada, sabemos de la vida de José, María y el
Niño, mientras vivieron en Nazaret. Y, cuando Jesús comienza su vida pública,
es el mismo Jesús el que nos dice que su familia es “toda persona que cumple la
voluntad de Dios”. Cumplir la voluntad de Dios es cumplir el mandamiento nuevo
de Jesús, “amarnos unos a otros como él nos amó”. Si, como nos dice San Pablo,
en su carta a los Colosenses, “el amor es el ceñidor de la unidad consumada”,
hoy debemos pensar que fue el amor sagrado el que hizo sagrada a la Sagrada
Familia.
"Cuando
llegó el tiempo de la purificación de María..." (Lc
2, 22) Dentro del tiempo de Navidad celebra la liturgia la
fiesta de la Sagrada Familia. Con ello intenta la Iglesia que los creyentes, y
todos los hombres, fijemos la mirada en ese hogar de Nazaret, donde se
desarrolló la vida sencilla y humilde, maravillosa como ninguna otra, de Jesús,
María y José, la Trinidad en la tierra como la llamaron los clásicos de la
literatura ascética.
"José
y María, la madre de Jesús, estaban admirados de lo que se decía del niño…
" El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la
gracia de Dios lo acompañaba.
"El
niño iba creciendo y robusteciéndose y se llenaba de sabiduría, y la gracia de
Dios lo acompañaba". Pues lo mismo que ocurría en el hogar
de Nazaret, ocurre en los nuestros. Habrá paz y alegría, la dicha que siempre
brota donde hay amor que sabe de renuncias y de comprensión. La unión
indisoluble del matrimonio, elevado a sacramento por Jesucristo, se reforzará
con el paso de los años.
En esta fiesta de la Sagrada Familia, debemos pedir a Dios por todas las familias,
para que hagan del amor el soporte y el vínculo de su unidad familiar.
Pedir particularmente por la familia cristiana. En ella l
amor, la fidelidad y el compromiso, son lo esencial. De ello Jesús, José y
María fueron testimonio ejemplar. No somos nosotros seguidores de un libro, ni
de una teoría. Nuestra norma dimana de una vida que fue ejemplar, que se nos
propuso y que da buenos resultados.
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