La Inmaculada Concepción de Santa María Virgen
8 de diciembre de 2014
8 de diciembre de 2014
El proyecto de salvación de Dios es
posible en cada uno de nosotros.
En medio del Adviento irrumpe con
alegría la fiesta de María Inmaculada para recordarnos que nuestra esperanza no
es vana, que es posible vivir el proyecto de Dios, que María, una de los
nuestros, lo hizo realidad en su vida, desde el principio hasta el final, no
sin dificultades, pero lo hizo. El proyecto de Dios es posible en cada uno de
nosotros. Para ello es importante que nos fijemos en las virtudes que hicieron
posible que María fuera el “espacio” donde la Palabra pudiera encarnarse. Esas
virtudes se convierten en una invitación en este tiempo de adviento a seguir
allanando los caminos para dejar que Dios venga a nuestras vidas de manera
total y plena.
Celebramos una fiesta muy especial,
hoy. Surgida del pueblo, pero que tardó mucho tiempo en llegar a considerada
como “oficial”. Y es que la veneración de la Virgen María siempre ha estado muy
unida al sentir popular, mucho. La fiesta de la Inmaculada Concepción de María
Virgen fue “oficializada” por Beato Pío Nono (Pío IX) en 1854 con la
declaración como dogma de fe de que María, por especial privilegio divino, fue
preservada de toda mancha de pecado original. Es una reacción lógica esa
circunstancia: si María iba ser el sagrario que llevara el desarrollo corporal
de Jesús, el Salvador, durante nueve meses, no podía haber pecado en ella y por
eso su concepción fue sin mancha. Los demás humanos, víctimas del pecado
original –de la deuda contraída por nuestros primeros padres, Adán y
Eva—recibimos pues esa herencia sin excepción. La historia nos dice que los
orígenes de esta fiesta aparecen en los siglos VI y VIII es las Iglesias de
Oriente. Y que poco a poco fue calando en la Iglesia latina. España tuvo
especial relevancia en el movimiento popular para reconocer la inmaculada
concepción de María y estuvo presente desde los siglos XV y XVI o, incluso
antes. El responsorio de “Ave María Purísima: Sin Pecado Concebida” es propio
de la península ibérica y sirvió como acicate y bandera para extender la fiesta
de la Inmaculada Concepción.
En
la primera lectura (Gn. 3,
9-15. 20), nos sitúa en los orígenes de la humanidad.
Relato lleno de simbología. Nos
fijamos en la figura de Eva. Los nombres en la Biblia
siempre tienen un valor simbólico, siempre aluden a la condición o el destino
de la persona nombrada. En el caso de la primera mujer es llamada también con
el nombre hebreo de “ishah”, que se podría traducir
por hembra. Es en un relato anterior, cuando se refiere que Dios creó al hombre
(adam) y que varón (ish) y
hembra (ishah) lo creó el Señor. Con ello se pone de
manifiesto la igualdad del hombre y la mujer.
Pero con este otro nombre, el de Eva,
se alude a otro aspecto fundamental en la mujer y en el papel que desempeña en
la Historia de la salvación: Ella es la madre de la vida. Todos los seres
humanos provienen de la primera mujer... Por ello, Eva es figura de la Virgen
María, la Madre de todos los redimidos que, presentes en San Juan, reciben de
Cristo como Madre a Maria, que como Eva es la Madre
de cuantos reciben, a través del Bautismo el poder pertenecer y vivir la salvación
de Jesucristo.
En la reflexión propuesta en
el salmo responsorial (Salmo97), reconocemos las obras de Dios y lo alabamos
R.- CANTAD AL SEÑOR UN CÁNTICO
NUEVO, PORQUE HA HECHO MARAVILLAS.
Cantad al Señor un
cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.-
El Señor da a
conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.-
Los confines de la
tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor,
tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.-
San
Pablo en
la segunda lectura (Carta a los Efesios, 1, 3-6. 11-12),. Nos
recuerda a lo que estamos llamados: "nosotros, los que ya esperábamos en
Cristo, seremos alabanza de su gloria..." (Ef
1,12).
El apóstol escribe en presencia de Dios. Se le
nota. En efecto, de vez en cuando interrumpe su diálogo para hablar con el
Señor. Casi siempre para alabarlo con una doxología o alabanza tomada de la
liturgia...También la piedad cristiana refleja ese vivir en la presencia
divina, y exclama "bendito sea Dios", o dice "ave María
Purísima", etc. Es cierto que a veces son frases rutinarias, pero también
pueden y de-ben ser palabras sentidas que expresen una fe y una esperanza
sinceras.
Habla el Apóstol ser "alabanza
de su gloria". Recuerda lo que dijo Jesús cuando hablaba de que era
preciso que los hombres vieran nuestras buenas obras y así alabaran a nuestro
Padre. Es todo un programa de vida. Hacer siempre el bien, sin mirar a quien,
sin buscar correspondencia alguna, felices de agradar
en todo y por todo a nuestro Padre. Entonces se producirá ese formidable
prodigio, dar motivo para que alaben al Señor, ser alabanza de Dios.
En
el evangelio de hoy, tomado de San Lucas, la virgen acaba su conversación con
el Arcángel Gabriel, diciendo: "Aquí está la esclava del Señor..." (Lc 1,38)
La palabra original griega del texto
de S. Lucas (“doule”) la traduce la versión latina
por "ancilla". En castellano se puede
traducir por esclava y también por sierva, e incluso por criada. En definitiva
siempre late la misma realidad de una persona que se entrega al servicio de
otra, sin reserva ni condición alguna.
María recibe el anuncio del ángel de
que va a ser la Madre de Dios, como hemos escuchado en el Evangelio. Y María
reacciona desde la humildad. No busca grandes honores por el “encargo” que Dios
le ha hecho, sino que se sabe pequeña y sencilla y lo continuará siendo hasta
el final. La respuesta de María al proyecto de Dios para ella es la
disponibilidad. Aquí estoy, para lo que haga falta, para lo que Dios necesite
de mí, “que se haga en mí según su Palabra”. Una disponibilidad que va más allá
de lo que ella es incapaz de entender, pero que nace de saber que para ella
todo lo que venga de Dios es, con mucho, lo mejor.
María dice SÍ a Dios porque tiene una gran
confianza en Él y se abandona en sus manos. Confía en que ese proyecto que Dios
tiene para ella la va a hacer más dichosa, más feliz, va a realizar su vida por
completo. Ella va a tener que poner mucho de su parte, no es un “camino de
rosas”, pero María confía en Dios como en su Padre del Cielo, y esa confianza
le hace ser valiente y aceptar todo lo que venga de Él. El SÍ de María se va a
prolongar en su día a día.
Al contemplar la figura de María nos impresiona, sobre todo, que en este
itinerario hacia la Navidad, Ella, se nos presenta como la mujer fiel y
humilde. Ella reza, espera, vive y sirve como nadie. Sin ser Dios, porque sabe
que no lo es, disfruta entrando de lleno en su Palabra y se deja llenar por la palabra, en ella se encarna la palabra de
Dios. Sin muchas seguridades, agarrándose a la fe, espera aguardando a que se
cumpla el mensaje del Ángel.
¡Cuánta humildad en María! Su belleza
fue precisamente su alma interior. No tuvo más orgullo que satisfacer siempre
los proyectos del Creador. Lejos de subirse en el pódium del poder o del
engreimiento se sintió, ya desde el principio, agasajada por los humildes y
desconcertando a los poderosos. Lejos de dejarse seducir por el pecado (ser
como Dios) se entregó en plena confianza y humildad para vivir con intensidad,
sin fisura alguna y con regocijo el amor de Dios: amada de Dios, discípula
perfecta del Señor. ¡Dichosa Tú, María, por tu limpia morada para Dios!
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