sábado, 13 de diciembre de 2014

Comentario a las lecturas del III Domingo de Advierto. 14 de diciembre de 2014

Este tercer domingo de adviento desde tiempos antiguos es llamado domingo “gaudete”, domingo de la alegría. La lecturas nos hablan de ello y la alegría se hace patente porque ya está muy cercana la Navidad, ese gran acontecimiento que llevamos preparando durante todo el mes. Además de la alegría,
la figura de Juan el Bautista, que vuelve a aparecer en el evangelio, nos recuerda la llamada a la conversión propia también de este tiempo. Es una manera de preparar el corazón, limpiando todo lo que pueda ser obstáculo para que Dios nazca en él. Es un tiempo de gracia para acercarnos a la celebración de la penitencia, dejándonos reconciliar por el Dios de la misericordia.

La primera lectura del profeta isaias ( 61, 1-2a. 10-1)
"Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren... "(Is 61, 1).
"Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios" (Is 61, 10).
En medio del clima de oración y penitencia, tan propio del Adviento, la Palabra de Dios nos exhorta por boca del profeta Isaías a que nos llenemos, hasta desbordar, con el gozo del Señor.
El profeta Isaías pone en boca del Ungido, del Mesías, un cántico de alegría y de alabanza a Dios porque le ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para proclamar el año de gracia del Señor.
Aunque parezca una paradoja, así ha de ser: gracias a la oración y a la penitencia el alma se purifica y se acerca más a Dios, hasta sentir el gozo inefable de estar junto a él, de rozarle y abrir el corazón a su amor entrañable.
Repitamos y meditemos en la intimidad de nuestro corazón las palabras del profeta de la alegría mesiánica: "Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hará brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos".

Hoy el lugar del salmo lo ocupa el texto del Magníficat. "Proclama mi alma la grandeza del Señor…" (Lc 1, 46).
"...su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación " (Lc 1, 49-50).
El "Magnificat", es el cántico que recitara la Virgen María al recibir la felicitación de su prima Santa Isabel. El gozo de Maria es tan grande que no puede menos que romper en un himno de alegría y de alabanza a ese Dios que late en su seno virginal, y que se ha fijado en la pequeñez de su esclava, que ha elegido su poquedad ínfima.
Ella entrevé la grandeza a la que el Señor la ha elevado, se da cuenta de lo que ha hecho con ella el Todopoderoso . Desde ese momento la llamarán bienaventurada todas las gentes. Y, efectivamente, así ha sido. A lo largo y lo ancho de los siglos, María ha sido alabada con los más bellos decires, con expresiones artísticas de todo tipo: los escultores más renombrados, los poetas más inspirados, los juglares de todos los tiempos, los pintores más famosos. Es tanto lo que Dios ha hecho en María Santísima que no podemos quedar impasibles ante tanta bondad y belleza. María contempla la bondad infinita de Dios, comprende que esa misericordia que la ha elevado, se prodiga también con todos los creyentes. Sí, su misericordia pasa de padres a hijos, su bondad y su piedad son perennes, eternas. A los hambrientos los colma de bienes, sigue diciendo María inspirada por el Espíritu Santo, y a los ricos los despide vacíos.
A los poderosos los derriba de sus tronos y ensalza a los humildes. Esa realidad maravillosa llenará también de júbilo a Jesús, que agradecerá al Padre eterno ocultarse a los sabios de este mundo y revelarse a los sencillos y los humildes...
Ojalá comprendamos las enseñanzas del "Magníficat". Al menos que entendamos, por una parte, la grandeza de María y agradezcamos tenerla por Madre. Por otro lado que nos esforcemos para ser sencillos y humildes, pobres de espíritu. Sólo así podremos ser amados de Dios.

En la segunda lectura (primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses, 5,16-24),
San Pablo habla, a una comunidad cristiana (Tesalónica) que estaba experimentando dificultades porque la sociedad en la que vivían no comprendía ni aceptaba su estilo de vida. Quizás a nosotros hoy no nos comprendan, ni nos acepten, porque nuestro “estilo de vida” deja mucho que desear. Quizás este rechazo es una LLAMADA A LA CONVERSIÓN, a mirarnos como comunidad cristiana y ver qué podemos mejorar, qué podemos cambiar, para hacer más cercano y atractivo esa Buena Noticia que hoy (y siempre) nos llena de alegría.
Esplendidas las palabras de San Pablo y necesarias en este tiempo de preparación a la venida del Seño :Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda ocasión tened la Acción de Gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.

El relato del Evangelio proclamado hoy (Evangelio de San Juan 1, 6-8. 19-28 ), nos sitúa ante los enviados a Juabn Bautista y las respuestas del bautista. "Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: Tú ¿quién eres? Él confesó sin reservas: Yo no soy el Mesías".
"No era él la luz, sino testigo de la luz" (Jn 1, 8).
Como en el domingo anterior se nos sitúa ante la figura austera de Juan Bautista, el hombre enviado por Dios para preparar a los que esperan al Mesías, "para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz". Testigo que declara ante el tribunal del mundo que Jesús de Nazaret es el Rey salvador anunciado desde siglos por los profetas de Israel. Sus palabras son recias y claras, avaladas además por su conducta intachable. Su vida es convincente, ratifica con el propio ejemplo las palabras que proclama. Y como él, también nosotros los cristianos hemos de vivir con todas sus consecuencias lo que nuestras palabras, como testigos de Cristo, han de proclamar.
Los enviados de Jerusalén siguieron preguntando, deseosos de averiguar quién era Juan en definitiva. Las respuestas del Bautista están llenas de sinceridad y de sencillez. Él no es un profeta, ni tampoco Elías como ellos se pensaban. Él es simplemente la voz que clama en el desierto, el heraldo del Rey mesiánico que se aproxima, el adelantado que prepara los caminos de un retorno, un nuevo éxodo hacia la Tierra prometida, bajo la guía de otro Moisés, el mismo Dios hecho hombre.

No debemos olvidar en este tiempo de Adviento, de esperanzada espera de la llegada del Señor, la esperanza cierta de que el Señor llega hasta nosotros y que esta llegada es un motivo sólido y profundo de alegría, de paz y felicidad anticipada, unas primicias del júbilo de la Navidad que se acerca. Más aún: un anticipo de la dicha infinita que Dios reserva para quienes le sean fieles hasta el final.
Quedan ante nuestra conciencia unas preguntas para reflexionar . ¿Manifiesta nuestra vida de que Dios está con nosotros? ¿Dicen nuestras obras que Jesús nació entre nosotros y vino para quedarse y hacernos la vida más feliz? ¿Nos hace nuestra fe vivir más alegres?

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