Este
tercer domingo de adviento desde tiempos antiguos es llamado domingo “gaudete”, domingo de la alegría. La lecturas nos hablan de
ello y la alegría se hace patente porque ya está muy cercana la Navidad, ese
gran acontecimiento que llevamos preparando durante todo el mes. Además de la
alegría,
la figura de Juan el Bautista, que vuelve a aparecer en el evangelio,
nos recuerda la llamada a la conversión propia también de este tiempo. Es una
manera de preparar el corazón, limpiando todo lo que pueda ser obstáculo para
que Dios nazca en él. Es un tiempo de gracia para acercarnos a la celebración de la penitencia, dejándonos
reconciliar por el Dios de la misericordia.
La primera lectura del profeta isaias ( 61, 1-2a. 10-1)
"Me ha enviado para dar la buena noticia a los
que sufren... "(Is 61, 1).
"Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro
con mi Dios" (Is 61, 10).
En
medio del clima de oración y penitencia, tan propio del Adviento, la Palabra de
Dios nos exhorta por boca del profeta
Isaías a que nos llenemos, hasta desbordar, con el gozo del Señor.
El
profeta Isaías pone en boca del Ungido, del Mesías, un cántico de alegría y de
alabanza a Dios porque le ha enviado para dar la buena noticia a los que
sufren, para proclamar el año de gracia del Señor.
Aunque
parezca una paradoja, así ha de ser: gracias a la oración y a la penitencia el
alma se purifica y se acerca más a Dios, hasta sentir el gozo inefable de estar
junto a él, de rozarle y abrir el corazón a su amor entrañable.
Repitamos
y meditemos en la intimidad de nuestro corazón las palabras del profeta de la alegría
mesiánica: "Como el suelo echa sus
brotes, como un jardín hará brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la
justicia y los himnos, ante todos los pueblos".
Hoy
el lugar del salmo lo ocupa el texto del Magníficat. "Proclama mi alma la grandeza del
Señor…" (Lc 1, 46).
"...su
nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en
generación " (Lc 1,
49-50).
El
"Magnificat", es el cántico que recitara la
Virgen María al recibir la felicitación de su prima Santa Isabel. El gozo de Maria es tan grande que no puede menos que romper en un
himno de alegría y de alabanza a ese Dios que late en su seno virginal, y que
se ha fijado en la pequeñez de su esclava, que ha elegido su poquedad ínfima.
Ella
entrevé la grandeza a la que el Señor la ha elevado, se da cuenta de lo que ha
hecho con ella el Todopoderoso . Desde ese momento la
llamarán bienaventurada todas las gentes. Y, efectivamente, así ha sido. A lo
largo y lo ancho de los siglos, María ha sido alabada con los más bellos decires, con expresiones artísticas de todo tipo: los
escultores más renombrados, los poetas más inspirados, los juglares de todos
los tiempos, los pintores más famosos. Es tanto lo que Dios ha hecho en María
Santísima que no podemos quedar impasibles ante tanta bondad y belleza. María
contempla la bondad infinita de Dios, comprende que esa misericordia que la ha
elevado, se prodiga también con todos los creyentes. Sí, su misericordia pasa
de padres a hijos, su bondad y su piedad son perennes, eternas. A los
hambrientos los colma de bienes, sigue diciendo María inspirada por el Espíritu
Santo, y a los ricos los despide vacíos.
A
los poderosos los derriba de sus tronos y ensalza a los humildes. Esa realidad
maravillosa llenará también de júbilo a Jesús, que agradecerá al Padre eterno
ocultarse a los sabios de este mundo y revelarse a los sencillos y los
humildes...
Ojalá
comprendamos las enseñanzas del "Magníficat". Al menos que
entendamos, por una parte, la grandeza de María y agradezcamos tenerla por
Madre. Por otro lado que nos esforcemos para ser sencillos y humildes, pobres
de espíritu. Sólo así podremos ser amados de Dios.
En la segunda
lectura (primera carta de San Pablo a
los Tesalonicenses, 5,16-24),
San Pablo habla, a una comunidad cristiana
(Tesalónica) que estaba experimentando dificultades porque la sociedad en la
que vivían no comprendía ni aceptaba su estilo de vida. Quizás a nosotros hoy
no nos comprendan, ni nos acepten, porque nuestro “estilo de vida” deja mucho
que desear. Quizás este rechazo es una LLAMADA A LA CONVERSIÓN, a mirarnos como
comunidad cristiana y ver qué podemos mejorar, qué podemos cambiar, para hacer
más cercano y atractivo esa Buena Noticia que hoy (y siempre) nos llena de
alegría.
Esplendidas
las palabras de San Pablo y necesarias en este tiempo de preparación a la venida
del Seño : “Estad
siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda ocasión tened la Acción de
Gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No
apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo,
quedándoos con lo bueno. “
El relato del
Evangelio proclamado hoy (Evangelio de San Juan 1, 6-8. 19-28 ),
nos sitúa ante los enviados a Juabn Bautista y las
respuestas del bautista. "Los
judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le
preguntaran: Tú ¿quién eres? Él confesó sin reservas: Yo no soy el
Mesías".
"No era él la luz, sino testigo de la
luz" (Jn 1, 8).
Como
en el domingo anterior se nos sitúa ante la figura austera de Juan Bautista, el
hombre enviado por Dios para preparar a los que esperan al Mesías, "para
dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la
luz, sino testigo de la luz". Testigo que declara ante el tribunal del
mundo que Jesús de Nazaret es el Rey salvador anunciado desde siglos por los
profetas de Israel. Sus palabras son recias y claras, avaladas además por su
conducta intachable. Su vida es convincente, ratifica con el propio ejemplo las
palabras que proclama. Y como él, también nosotros los cristianos hemos de
vivir con todas sus consecuencias lo que nuestras palabras, como testigos de
Cristo, han de proclamar.
Los
enviados de Jerusalén siguieron preguntando, deseosos de averiguar quién era
Juan en definitiva. Las respuestas del Bautista están llenas de sinceridad y de
sencillez. Él no es un profeta, ni tampoco Elías como ellos se pensaban. Él es
simplemente la voz que clama en el desierto, el heraldo del Rey mesiánico que
se aproxima, el adelantado que prepara los caminos de un retorno, un nuevo
éxodo hacia la Tierra prometida, bajo la guía de otro Moisés, el mismo Dios
hecho hombre.
No
debemos olvidar en este tiempo de
Adviento, de esperanzada espera de la llegada del Señor, la esperanza cierta de
que el Señor llega hasta nosotros y que esta llegada es un motivo sólido y
profundo de alegría, de paz y felicidad anticipada, unas primicias del júbilo
de la Navidad que se acerca. Más aún: un anticipo de la dicha infinita que Dios
reserva para quienes le sean fieles hasta el final.
Quedan
ante nuestra conciencia unas preguntas para reflexionar .
¿Manifiesta nuestra
vida de que Dios está con nosotros? ¿Dicen nuestras obras que Jesús nació entre
nosotros y vino para quedarse y hacernos la vida más feliz? ¿Nos hace nuestra
fe vivir más alegres?
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