En este día de Navidad, tal como leemos en el evangelio, la
liturgia nos invita no sólo a escuchar y contemplar, sino a ser auténticos
mensajeros de la Palabra de Dios. Es una Palabra viva, en la que se ha
encarnado el mismo Dios, es una Persona por cuya boca y en cuya vida nos habla
el mismo Dios. Es la Palabra última y definitiva de Dios; cuando Dios quiso
decirnos su última Palabra nos envió a su propio Hijo. Oyéndole a él oímos a
Dios, creyéndole a él creemos en Dios, siguiéndole a él nos acercamos a Dios.
Porque en esta Palabra de Dios hay vida y esta vida es la luz verdadera que
alumbra a todo hombre. Es una Palabra que se ha hecho carne y que ha acampado
entre nosotros. Todo esto, por parte de Dios es maravilloso y debe llenarnos de
agradecimiento, pero para que esta palabra de Dios sea una palabra eficaz y
redentora en nosotros y para nosotros, nosotros debemos escucharla, aceptarla,
y anunciarla.
La primera lectura del profeta Isaías (52, 7-10 )ya nos sitúa en la
inmensa alegría del día..
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies
del mensajero que anuncia la paz! ¡Ser mensajeros de
la paz, de la paz de Dios, qué hermoso destino! De la paz de Dios, sí, no de
nuestras paces interesadas y siempre egoístas. La paz de Dios es fruto del amor
de Dios, hecho carne en el prójimo. La paz de Dios no son los cálculos
interesados de la paz que pedimos y que ofrecemos en nuestros tratados
internacionales. Desgraciadamente, la paz humana es una simple expresión más de
los egoísmos humanos. La paz de Dios no es eso. El profeta Isaías canta,
entusiasmado, la hermosura de los pies de los mensajeros que caminan
infatigablemente anunciando la Paz de Dios, la Buena Nueva, el Evangelio de la
Salvación.
En el salmo responsorial
(Salmo 97), se nos invita a reconocer y expresar la universalidad de la
salvación. Presentamos el salmo entro para nuestra meditación y reflexión.
R.- LOS
CONFINES DE LA TIERRA HAN CONTEMPLADO LA VICTORIA DE NUESTRO DIOS.
Cantad al
Señor un cántico nuevo,
porque ha
hecho maravillas:
su diestra
le ha dado la victoria,
su santo
brazo.
El Señor da
a conocer su victoria,
revela a las
naciones su justicia:
se acordó de
su misericordia y su fidelidad
en favor de
la casa de Israel. R.-
Los confines
de la tierra han contemplado
la victoria
de nuestro Dios.
Aclama al
Señor, tierra entera;
gritad,
vitoread, tocad. R.-
Tañed la
cítara para el Señor,
suenen los
instrumentos:
con clarines
y al son de trompetas,
aclamad al
Rey y Señor. R.
"En distintas ocasiones y de
muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los
profetas". (Hb 1,1)
En la segunda lectura (Hb 1, 1-6) se
nos recuerda como a lo largo de toda la Historia Dios no ha dejado de hablar a
los hombres. Y es lógico que así haya sido, si tenemos en cuenta que Dios es
nuestro Padre y nos ama. Dios nos hablé y
nos sigue hablando, de otra manera quizás, pero nos sigue amando y, por
consiguiente, sigue comunicándose con nosotros.
En los tiempos remotos eran los profetas los voceros del
Señor quienes hablaban a los hombres de parte de Dios. Luego vino el Hijo de
Dios y se hizo hombre. Así pudo el Señor hablar con nuestras mismas palabras,
usar nuestro lenguaje, comunicarse directamente con los que convivieron con
El... Luego Él se marchó pero dejó a sus apóstoles para que trasmitieran sus
palabras, de tal modo que quienes les escuchan, es al mismo Jesús a quienes
escuchan, según aseguró el Señor en más de una ocasión.
Las noticias de Dios, que la naturaleza entera proclama y
canta continuamente y que los libros sagrados han recopilado para que lleguen
hasta nosotros, han estado en toda la historia de la humanidad. Muchos de
nosotros hemos nacido a la vida en un
ambiente y unos padres que nos hablaban de Dios. Hasta el pueblo más pequeño y
humilde construía su iglesia, con una torre que apuntaba hacia el cielo. Eran
palabras de Dios, aunque muchas veces los hombres las interpretáramos de una
forma imperfecta y desenfocada. Los cielos cantan la gloria de Dios y en
universo entero es obra de sus manos. También hoy, aunque de forma más dispersa
y callada, tenemos todos los días noticias de Dios. Afortunadamente, siguen
existiendo personas e instituciones que nos hablan de Dios, que son palabras de
Dios. Lo importante es que agucemos los oídos del alma para oírlas con
claridad.
Anoche en la Misa del Gallo vivimos el Nacimiento, podemos
decir “en vivo y en directo…” como en un
telediario más de la tele. El texto evangélico de Lucas nos relataba todo el
camino de María y José hacia Belén. Con aquello de que no encontraron posada. Y
lo del portal con los animales haciendo compañía. Y el llamativo ir y venir de ángeles y pastores, todos
felices e impresionados por la gran novedad. Hoy, en otra misa, la de la
Aurora, se ha continuado la secuencia del Nacimiento.
Hoy
cambiamos de perspectiva, en el día de Navidad leemos el texto del Evangelista
San Juan (Jn 1,
1-18 ).
El evangelista se dirige a una comunidad de cultura griega,
que conoce muy bien lo que significa en la filosofía el término
"logos", palabra. Es el origen y culmen del universo, es lo que da
sentido a
todo. El logos es Jesús, que se encarna por nosotros. Sin embargo,
vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, prefirieron las tinieblas a la
luz. que encierra.
Dejemos que la palabra proclamada nos recuerde año tras año la gran
verdad de Dios :
"La Palabra era vida y la vida es la luz de los hombres".
"La
Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros". "A cuantos la recibieron les dio poder
para ser sus hijos, pero no todos la recibieron. Vino a su casa y los suyos no
la recibieron".
Este es también el gran problema para nosotros, porque Dios
no nos impone su Palabra, nos la ofrece.
El “Logos” dice el texto original griego, que parece traducir
el término hebreo “Menrá” y que la versión latina
traduce por “Verbum”. En castellano siempre se ha dicho el Verbo. Algunos
traducen por Palabra en un afán de hacer más comprensible ese concepto joánico
que intenta dar un nombre al Inefable, que precisamente por serlo escapa a nuestras
posibilidades de comprensión y por tanto de nominación. De todas maneras el
misterio sigue envolviendo a este Dios que nos nace en Belén como un niño pobre
...
Él se hizo carne en el seno virginal de María. Sí,
carne, “sarx” en griego, “bashar”
en hebreo. Un niño de carne, como cualquier otro niño, pequeño y torpe, inerme
y tierno, casi ciego, el pelo raído y escaso, desvalido y hambriento... Un niño
en brazos de su madre.
Quedan para nuestra reflexión algunas preguntas dirigidas a
nuestra intimidad.
Dios sigue viniendo a nosotros, ¿por qué no sabemos
reconocerlo? Es verdad que celebramos la Navidad, pero más que Navidad son
"navidades" en las que es muy difícil identificar la presencia del
Niño-Dios. Porque las luces nos deslumbran y no descubrimos la auténtica
"luz", porque estamos llenos de cosas que nos impiden profundizar en
nuestro interior para descubrirle, porque nos hemos quedado en la envoltura y
no hemos descubierto el tesoro.
¿Le permitimos acampar entre nosotros? ¿Dejamos que sea carne
de nuestra carne y vida de nuestra vida? ¿Hacemos todo lo posible, luchamos con
todas nuestras fuerzas para que la Palabra de Dios pueda acampar entre
nosotros? En mí, sí, y también en los más pobres, también en los enfermos,
también en los países que están en guerra, también en las personas que viven
solas, en los marginados, en los extraviados… Si es verdad, como nos dice San
Juan, que a Dios nadie lo ha visto jamás, ¿por qué no nos esforzamos en verlo
en los hermanos, sobre todo en los hermanos más necesitados…?
¿Somos verdaderos mensajeros de la verdadera Palabra de Dios?¿Por
qué no hacemos hoy nosotros, en este día de Navidad, el propósito de ser
siempre mensajeros de la paz y del amor de Dios, de la paz y del amor que la
Palabra encarnada vino a traernos a la tierra?.
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