Comentarios
a las lecturas del Domingo XXXIII del T.O.16 de noviembre de 2014.
Hoy celebramos el Día de la Iglesia Diocesana. Cada uno de nosotros, con nuestros
talentos y capacidades, formamos la Iglesia Diocesana. No es algo extraño a
nosotros. Es la gran familia que rompe las distancias locales y se abre a la
comunión con otras parroquias de la misma provincia. Y cada una de las diócesis
se une también en comunión con la Iglesia Universal. La Diócesis es nuestra
gran familia, la casa grande donde todos cabemos y tenemos nuestro sitio. Hoy
es su día. Hoy pedimos en nuestra Eucaristía por todas las parroquias de
nuestra diócesis, por todas sus actividades pastorales
El hilo conductor de las lecturas de este domingo
es la de administrar.
En
la primera lectura (Proverbios 31,
10-13. 19-20. 30-31 )tenemos ya un ejemplo de buena
administración, donde a través del ejemplo de una mujer, se nos invita a todos,
hombres y mujeres, a cuidar lo que tenemos y a administrarlo para el bien de
todos. La “mujer hacendosa” podemos ser cualquiera de nosotros, en la medida en
que nuestro trabajo sirve para producir “ganancias y no pérdidas todos los días
de su vida”. Su marido se fía de ella, nos dice el sabio inspirado por Dios, y
no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su
vida... Maravilloso tesoro y dichoso quien lo encuentra. Ideal sublime que toda
mujer ha de afanarse por conseguir: ser una bendición de Dios donde quiera que
se encuentre, poner al servicio de los demás toda la riqueza de su condición
femenina. Dar ternura a la vida, dar sencillez y belleza, dar serenidad y
sosiego. Convertir cada casa en un lugar apacible y cómodo, en un hogar limpio
y tranquilo en el que permanezca la paz y la alegría de Dios.
La
Iglesia “esposa de Cristo” esta llamada a ser esa mujer hacendosa.
Además,
de lo que ella hace se benefician los más pobres,” los predilectos del Señor”
ya que “abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre”. La Iglesia esta llamada a ser quien defienda a la persona humana como “criatura
predilecta de Dios”.
En el Salmo
responsorial se nos recuerda con que características de vida debemos de ser
administradores. Con actitud de temor a Dios, que supones estar atentos a su
voluntad y designios para nuestra vida.
Con esta actiud de temor recibiremos la bendición del
Señor en nuestra vida diaria.
“ esta es la
bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la
prosperidad de Jerusalén
todos los días
de tu vida”.
En la
segunda lectura San Pablo nos habla
del tema de cuándo será el momento en que el Señor nos pida cuentas, le dice a
su comunidad que “el día del Señor
llegará como un ladrón en la noche”, es decir, que no sabemos cómo ni
cuándo. Lo que sí que podemos cuidar es la actitud a tener durante ese tiempo
de espera: la vigilancia. “Estemos
vigilantes y vivamos sobriamente”, dice San Pablo al final de la segunda
lectura, todo lo contrario a enterrar nuestros talentos y dedicarnos a esperar
a que vuelva el Señor que nos los encomendó. En la comunidad cristiana estamos
llamados a vivir como corresponde a los seguidores de Jesús, multiplicando los
talentos que Dios nos ha dado y poniéndolos al servicio de todos. En la medida
en que vivamos así, estaremos viviendo como “hijos de la luz” y no tendremos
porque temer nada en ese día final, ya que hemos acogido el evangelio y lo
estamos viviendo, no sin dificultad, pero lo vamos haciendo.
El evangelio nos presenta la Parábola de los
talentos.
“Fui a esconder tu talento bajo tierra”.
La Parábola
de hoy nos sitúa ante algo que se nos da y como es algo que se nos da, que se
nos confía, nos situamos como “empleados” (así los define la parábola) y no
como “propietarios”. Lo que tenemos no es nuestro, nos ha sido dado,
gratuitamente, para nuestro bien y el de los que nos rodean. Hay alguien, por
tanto, que confía en nosotros y nos encomienda esto que es muy valioso, lo cual
nos da seguridad, pero al mismo tiempo, nos llama a la responsabilidad. Somos
invitados a ser buenos administradores de eso que recibimos.
La
tentación en este momento de la historia es la tentación del conservadurismo y esta es más fuerte en
tiempos de crisis religiosa, como la que atravesamos. Es fácil entonces invocar
la necesidad de controlar la ortodoxia, reforzar la disciplina y la normativa;
asegurar la pertenencia fiel a la Iglesia.
Muchas
veces es más cómodo “repetir” de manera monótona que los caminos heredados del
pasado, ignorando los interrogantes, las contradicciones y los planteamientos
del hombre moderno, pero ¿de qué sirve todo ello si no somos capaces de
transmitir luz y esperanza a los problemas y sufrimientos que sacuden a los
hombres y mujeres de nuestros días?.
Las
actitudes que estamos llamados a cuidar en este momento de la historia, son aquellas
que ayuden a la escucha del Espíritu” que todo lo hace nuevo. Lo más grave
puede ser que, lo mismo que le sucedió al tercer siervo de la parábola, también
nosotros creamos que estamos respondiendo fielmente a Dios con nuestra actitud
conservadora, cuando estamos defraudando sus expectativas. El principal
quehacer de la Iglesia hoy no puede ser conservar el pasado, sino aprender a
comunicar la Buena Noticia de Jesús en una sociedad sacudida por cambios
socioculturales que ocurren con una rapidez vertiginosa e imprevisible.
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