Comentario
a las lecturas del XXX Domingo del T. O.
26 de octubre de 2014
26 de octubre de 2014
La Palabra proclamada en este
domingo es de plena actualidad para todos los que deseamos que -en nuestro
mundo que es injusto y la desigualdad social es un hecho real y sangrante-, reinen
la paz, la justicia y el amor. Como cristianos estamos llamados también a
evangelizar. En este ámbito nos iluminan
las palabras de San Pablo.
"Si
grita a mí yo lo escucharé, porque yo soy compasivo". Comenzamos con las palabras del capítulo 22 del libro del Éxodo.
las cuales están en plena sintonía con el mandamiento nuevo de Jesús. La
persona que está sana y con un buen nivel económico y social debe saber mirar
con compasión, es decir, activa y misericordiosamente, a las personas que no
pueden defenderse por sí mismas. Esto no quiere decir que seamos ingenuos y nos dejemos engañar por cualquiera que,
falsamente, nos pide limosna. Debemos saber, a quién y cómo podemos y debemos
ayudar, pero sin olvidar nunca que hay muchas personas en nuestra sociedad que
sí necesitan de verdad nuestra ayuda . El que quiere y puede ayudar siempre
tendrá posibilidades reales de hacerlo, Seamos compasivos como nuestro Dios es
compasivo.
Fortaleza
y luz encontramos en las palabras del salmista, quien expone su amor a Dios, con exclamaciones de
gozo. Como siempre, vamos a tratar de hacer nuestras sus propias plegarias,
vamos a repetir al Señor que le amamos con todo el alma. "Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza,
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío,
escudo mío, mi fuerza salvadora".(Sal 17, 2-3)
Son expresiones que reflejan
una gran confianza, persuasión de que él es la fuente y el origen de todo,
mientras que nosotros somos menos que nada. No obstante, el Señor se complace
en nuestra profesión de amor, en especial si va acompañada de un sincero
arrepentimiento por haberle ofendido y del firme propósito de no ofenderle
nunca más.
"Invoco
al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos" (Sal 17, 4) Dios nos librará de todo mal si acudimos confiados a
él, si nos llegamos hasta su presencia para decirle que le necesitamos, que nos
sentimos solos, que sufrimos quizás en lo más íntimo de nuestro ser. El Señor
nos escuchará si humildemente le rogamos que tenga misericordia de nosotros,
que se compadezca de nuestra miseria y pequeñez.
Si lo hacemos así, veremos
cómo Dios se pone a nuestro lado, para sostenernos en la prueba, para animarnos
en la lucha, para darnos al fin la victoria. Entonces, también con el salmista
podremos exclamar: "Viva el Señor,
bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador. Tú diste gran victoria a
tu rey, tuviste misericordia de tu Ungido".
En el fragmento de la 1ª carta a los Tesalonicenses que escuchamos
hoy, el Apóstol se remite a los acontecimientos que ellos han presenciado, a
las obras que este gran evangelizador ha realizado entre los habitantes de la
ciudad de Tesalónica.
"Sabéis cuál fue nuestra actuación entre
vosotros, para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del
Señor" (1 Ts 1, 5) No les
recuerda sus palabras, aquellos inspirados sermones que él predicaba, nos les
dice que tengan presente su profunda doctrina. San Pablo hizo lo mismo que el
Señor: empezó por actuar y pasó luego a predicar. Él recurre a sus obras, a su
conducta ejemplar como principal testimonio, como argumento decisivo.
"Desde
vuestra comunidad, la Palabra del Señor ha resonado..." (1 Ts 1, 8) san
Pablo a la primera comunidad cristiana de Tesalónica. Desde Tesalónica donde encontró eco el mensaje
salvador de Cristo, se extendió hasta llegar a Macedonia, a toda la Acaya ya otros muchos lugares del mundo colonizado por Roma.
Era tal la vida de aquellos primeros cristianos, tal su fe y, sobre todo, tal
su amor y su conducta, que su buena fama corría de boca en boca.
"Abandonando
los ídolos os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero". y esto mismo podría decirnos ahora a nosotros. Porque
también nuestra sociedad nos propone cada día ídolos a los que servir: el
dinero, la fama, el poder, el placer material… etc. Pero, como venimos
diciendo, lo importante para un cristiano es cumplir el mandamiento nuevo de
Cristo, que consiste en amar a Dios y al prójimo y no servir a los ídolos que
les propone el mundo. Sabemos que Cristo sólo buscó el Reino de Dios y la
voluntad de su Padre. Examinemos nuestro proceder de cada día y veamos con
sinceridad si también nosotros servimos en verdad a Dios, o servimos a alguno o
a varios de los ídolos reinantes en nuestra sociedad actual. Ese es el
verdadero y único camino de la Evangelización. Primero vivir como cristianos, seguidores de Jesucristo, y luego hablar a los
demás de esa fe que nos mueve y que nos sostiene.
En el Evangelio resuena la
pregunta de los fariseos: "¿Cuál es el mandamiento principal de
la Ley?".
La novedad de Jesús es asemejar
este mandamiento primero al segundo: "Amarás a tu
prójimo como a ti mismo".
Estos
dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas. Esto es lo que dice Jesús al fariseo que le pregunta
cuál es el primer mandamiento de la Ley. Lo hace citando dos frases del Deuteronomio
y del Levítico, frases que el fariseo sabía, evidentemente, de memoria. Son “amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” (Deut
6, 5), porque lo primero para cualquier persona religiosa es amar a Dios. El
segundo mandamiento, le dice, es semejante a él: “amarás al prójimo como a ti mismo” (Lev
19, 18). Para concluir: estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los
profetas, es decir, todo el Antiguo Testamento. Como podemos ver, Jesús no dice
nada que el fariseo no supiera; lo original de Jesús es unir estos dos
mandamientos en uno solo, haciéndolos base y fundamento dela
vida cristiana. Por extensión todas las religiones que tengan su base en la
Biblia deben, tener esto muy claro: donde no hay amor, no hay religión
verdadera. Amor a Dios, amor a uno mismo, que se da por supuesto, y amor al
prójimo como a uno mismo. La pregunta que cada uno de nosotros debemos hacernos
ahora es esta: ¿todo lo que yo hago, pienso y deseo, está basado en el amor a
Dios y en el amor al prójimo como me amo a mí mismo? Quizá, a nivel práctico,
lo más difícil es concretar cómo debo amarme a mí mismo, para poder decir que
amo a Dios y vivo en comunión con Cristo. Y para esto lo mejor es recordar
también las palabras del mismo Cristo, cuando en el sermón de despedida,
después de la cena pascual, les dice a sus discípulos: “os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he
amado” (Jn 13, 34). Este es, pues, el mandamiento nuevo: amarnos unos a
otros como Cristo nos ha amado. Cuanto más se parezca nuestro amor al amor de
Cristo, tanto más seguros estaremos de vivir en comunión con él, de estar
practicando una religión verdadera.
Es evidente, la dimensión vertical y
trascendente es esencial en el mensaje evangélico, hasta el punto de que si se
prescinde del amor a Dios, todo lo demás no sirve para nada... Pero al mismo
tiempo hay que atender a la vertiente horizontal, pues la proyección hacia el
hombre, complementa ese mensaje proclamado por Jesucristo.
Dios, nuestro prójimo, nuestra vida.
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