Hoy es la fiesta de Todos los Santos, es
la fiesta de multitud de hermanos y hermanas nuestros que viven ya el gozo de
la presencia de Dios. Y hay que diferenciarla muy bien del día de los difuntos.
Este día de todos los santos es un día de fiesta, no de luto. Por eso el
evangelio nos habla de un camino de felicidad y de dicha: las bienaventuranzas.
Esplendida descripción de la realidad escatológica a la que estamos
llamados.
La primera lectura del Apocalipsis,
nos presenta el número de los elegidos. EL NÚMERO SINBÖLÍCO DE LOS SALVADOS.-
"Después de esto vi una gran
muchedumbre que nadie podía contar..." (Ap 7, 9). Estamos ante una de
la visiones de Juan en su destierro de la isla de Patmos. El Cielo abre sus
puertas y deja que la mirada penetrante del evangelista, simbolizado por el
águila, contemple los misterio del más allá. Hoy nos habla de los que fueron
sellados en la frente, es decir los que se han salvado de la hecatombe
apocalíptica. Habla primero de los pertenecientes al pueblo elegido, y luego de
las demás naciones.
Sin
duda que es un cuadro consolador. De cada una de las doce tribus son ciento
cuarenta y cuatro mil, esto es, una cantidad muy elevada. No se dice que todos
se salven, pero sí se insiste en que son muchos, como se deduce al hablar de la
muchedumbre que no se puede contar y que procede de todos los pueblos. No podía
ser de otra forma, la sangre derramada del Cordero bien valió esa salvación de
alcance universal.
*El SALMO que hoy nos presenta la liturgia, esta
lleno de esperanza. Meditemoslo párrafo a párrafo.
R.- ESTE ES EL GRUPO QUE VIENE A
TU PRESENCIA, SEÑOR
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R.-
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes
y puro corazón, que no confía en los ídolos. R.-
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de la salvación.
Este es el grupo que busca el Señor.
le hará justicia el Dios de salvación.
Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R.-
Hermosa expresión la de la segunda
lectura: ¡SOMOS HIJOS DE DIOS! Toda
nuestra dicha viene del AMOR Misericordioso de Dios
"Ved qué amor nos ha mostrado el
Padre, que seamos llamados hijos de Dios y los seamos" (1 Jn 3,1) La frase
de San Juan tiene matices de asombro que no se captan bien en la traducción
castellana. El “potapèn” griego lo traduce la versión oficial latina por
“qualem”, que además encuadra esa frase con una admiración. Alguna traducción
antigua decía "cuál amor", expresión inadecuada hoy. De todas formas
hay que subrayar el asombro del autor, ante la magnitud y profundidad del amor
divino que nos hace hijos de Dios. ¡Nada menos!
San
Juan constata que aún no se ha manifestado esa ondición nuestra c a la que
estamos destinados, pero un día se realizará haciendo que seamos semejantes a
Él, "porque le veremos tal cual es". Esta verdad es fundamental en
nuestra vida. Es lo que, concluye
nuestro texto: "Y todo el que tiene en el esta esperanza se santifica,
como Santo es El".
En el evangelio de este día leemos las
bienaventuranzas que Jesús de Nazaret predicó en
el sermón del monte, en el resuena de forma clara y llamativa la llamada a
constatar la realidad de la Felicidad unida a la santidad: “FELICES VOSOTROS”.
“Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3) El
Sermón de la montaña ha sido llamado la Carta magna del Reino. Es el primero de
los cinco grandes discursos que vertebran el primer evangelio y que giran
siempre en torno al Reino de Dios, que Jesús ha venido a instaurar. La
Bienaventuranzas hacen de pórtico a esos puntos programáticos que el Señor
proclama ante la multitud. Tienen el sabor de los antiguos salmos, que también
se iniciaban a veces con esa misma fórmula de dicha y felicidad.
Las
bienaventuranzas van unidas a la santidad, es decir, la dicha y la felicidad en
esta vida y en la otra, a todas aquellas personas que vivan según el espíritu
de Jesús de Nazaret. Las bienaventuranzas hay entenderlas y vivirlas en el
sentido auténtico que el Señor les dio. Las bienaventuranzas están relacionados
el sufrimiento y el esfuerzo con la santidad. Pero no todo sufrimiento y todo
esfuerzo producen santidad. Uno puede ser pobre, llorar y sufrir mucho, pasar
hambre y sed de justicia, ser perseguido, insultado y calumniado, y, sin
embargo, no ser santo ni dichoso en su vida. Porque se puede sufrir, y luchar,
y pasar hambre, con odio y con rabia, con violencia y con desesperación,
maldiciendo a Dios y al prójimo. Aquí no se habla sólo de sufrir y luchar, sino
de sufrir y luchar por mi causa, es decir, sufrir buscando el bien y luchando
contra el mal, con el espíritu y a ejemplo de Jesús de Nazaret. No se dice aquí
que los que no hagan esto en nombre de Jesús serán condenados; lo que se afirma
es que los que sufran y pasen hambre y sean perseguidos y calumniados por causa
de Jesús serán salvados. El sufrimiento, y el pasar hambre, y el ser
perseguido, no producen santidad por sí mismos; es la causa por la que se
acepta el sufrimiento la que hace santas a las personas que sufren.
Una conclusión final en esta Fiesta de
TODOS LOS SANTOS..
Todos
estamos llamados a la santidad. Pero no solos, cada uno por nuestra cuenta,
sino en comunidad, en Iglesia. La santidad es una hermosa historia que comenzó el
día que nos bautizaron, ese día, recibimos la gracia para vivir la santidad
cada día de nuestra vida. No hay ningún santo, a excepción de la Virgen María,
que no haya conocido el pecado, que no haya pecado alguna vez en su vida. El
reto está en saber vivir la conversión
del corazón, en cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón de carne
que sepa amar, amar como Jesús, amar hasta el extremo, amar incluso a los que
no nos aman, ni nos caen bien.
En
la Iglesia encontramos los medios adecuados para fortalecer nuestra débil condición
humana.
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