3. El seguimiento
A pesar de todo lo dicho, el acento no se pone en
lo que se deja, sino en el seguir a Jesús (cf. Mc 1,18.20). La decidida
respuesta de los primeros discípulos se expresa con el término técnico «seguir»
(akoulouthin) que, en nuestro caso, indica la profunda dedicación a la
persona de Jesús, la disponibilidad plena a sus opciones, una fidelidad leal a
su guía en el contexto de la vida común con él. El ser discípulo no se mide por
lo que uno deja, sino por lo que uno ha encontrado; no se mide por las cosas a
las que uno ha de renunciar, sino por la cercanía y la «obediencia»
incondicional al Maestro.
Ser discípulo es seguir a Jesús, formar parte de
su compañía, establecer una profunda comunión vital con él. Si hay un término
que caracteriza al discípulo no es ciertamente el de «aprender» sino el de
«seguir». El discípulo de Jesús no acepta una doctrina, sino un proyecto de
vida, la praxis de Jesús (15).
Precisamente por esto, la relación de cercanía
con Jesús se mantiene sólo en la medida en que el discípulo permanezca en
actitud de movimiento –modo de vida, proceder, conducta– subordinado al
movimiento –modo de vida, proceder, conducta– de Jesús. De este modo, la
relación de cercanía se expresa en la coincidencia del modo de vida,
transformándose entonces en relación de semejanza: condición e ideal del
«discípulo» (Lc 6,10) (16).
4. Dejarse hacer
El hombre es un ser en continuo crecimiento, en
devenir. No somos hombres, nos hacemos hombres. La vocación en la Biblia no es
una llamada estática, una vez por todas. Es una llamada de la vida, en la vida y
para la vida. Es proyecto. Es proceso. Es una invitación dinámica, capaz de
desarrollarse o de morir. Vocación es hacerse y, sobre todo, dejarse
hacer.
En este proceso el actor principal no es el
llamado, sino el que llama. Y si el objetivo último para el discípulo es el de
configurarse totalmente con Cristo, llegando a tener sus mismos sentimientos
(cf. Fil 2,5), entonces, quien sigue a Jesús no puede nunca considerarse
discípulo ya hecho, terminado. El discípulo nunca termina de serlo, está siempre
haciéndose, o mejor, está siempre dejando hacerse.
«Os haré pescadores de hombres» (Mc 1,17). «Os
haré», por encontrarse en primera persona de singular, indica claramente que
Jesús mismo será el maestro, el artífice (cf. Jn 13,13), puesto que sin Él no
podemos hacer nada (cf. Jn 15,6). De este modo Jesús es la fuente, no sólo de la
llamada, sino también de la respuesta-misión del discípulo. Por otra parte, el
verbo está en futuro. Esto indica que vocación-llamada y misión no coinciden en
el tiempo. Entre una y otra hay todo un trabajo de formación por parte de Jesús
gracias al cual se van introduciendo, poco a poco, en el conocimiento de los
misterios del Reino (cf. Lc 8,10) (17). A la luz de cuanto hemos dicho se
comprende lo que dice Marcos cuando habla de la elección de los doce: «Los llamó
para que estuvieran con él y mandarlos a predicar» (Mc 3,14). Estando con Jesús,
el discípulo se hace, se forma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario