viernes, 7 de agosto de 2020

Comentario a las lecturas del domingo XIX del Tiempo Ordinario 9 de agosto de 2020

 

Comentario a las lecturas del domingo XIX del Tiempo Ordinario  9 de agosto de 2020

 

La primera lectura es del primer libro de los Reyes (1 Rey 19, 9a. 11-13a). Este texto recuerda  la experiencia de Elías en el Horeb (que es el Sinaí), es una "historia" religiosa llena de contenidos místicos.

El texto es parte del  ciclo de Elías (caps. 17-22) que pone de relieve la figura de este gran profeta comparable a Moisés. A Elías le toca un problema  hondo y  delicado: el pueblo abandona a Dios, quiere cambiar de Dios, la tarea demoledora de Jezabel, mujer del rey, en estrecha colaboración con los cultos cananeos y con los sacerdotes de los baales es la causa inmediata del desastre. Elías lucha con denuedo: será el que retenga la lluvia (cap. 17) y el que la dé (cap. 18), poder que pretendían usar a su antojo los sacerdotes de Baal, dios de la fecundidad. Estos mismos sacerdotes perecerán a sus manos (cap. 18). Esto le ha valido la persecución de la impía reina Jezabel. En su huida fuerte y dura (19. 4) llega a una cueva del Horeb donde Dios se le va a manifestar en la sencillez y en la pobreza.

El miedo de Elías a la reina Jezabel que quería desplazar a Yahvé por el Baal fenicio subyace en medio de una guerra de religión con todas sus consecuencias. Elías era un yahvista de fondo y forma y no le queda más remedio que el destierro del reino del Norte, de Israel, donde se estaba consumando una catástrofe.

Elías marcha en busca de Dios, lo busca con toda el alma y todo el corazón, porque el pueblo no quiere oponerse con todas sus fuerzas a la tiranía de la reina. El profeta quiere ir a los orígenes, al Dios del Sinaí, de la Alianza, de los mandamientos. Casi sin fuerzas, se refugia en una cueva lleno de miedo y se le anuncia el "paso" de Yahvé. Porque Dios siempre pasa por la vida de las personas y de los pueblos, pero no lo hace de cualquier forma y manera. También para Elías, un luchador yahvista, es necesaria una purificación.

Dios no aparecerá como lo esperaba el profeta: primero en un viento fuerte, después en un terremoto y finalmente en el fuego. Pero allí no estaba Dios, dice el texto, con mucha intencionalidad. Esas son expresiones simbólicas con las que se han arropado siempre las manifestaciones divinas en la antigüedad. Es toda una lección que se debe aprender, quizás para dar a entender que Elías no puede luchar con estas mismas armas contra Jezabel y su religión. Son elementos cósmicos, muy artificiales, que han dado de Dios una imagen de temblor y terror.

¿Dónde está Dios? En el silencio. La famosa expresión hebrea "qol demaná daqá" ha dado pie a numerosas lecturas e interpretaciones. Hay una voz (qol), pero en el "silencio profundo" o sutil, o imperceptible, como de seda. Y es ahí donde Elías tiene que notar la presencia y la manifestación de Dios, en la brisa de su alma y de su corazón. Ese silencio de noche oscura, que experimentan los místicos y los no místicos, es una presencia sencilla, humana y entrañable de Dios que comparte, de verdad, nuestra existencia.

Perseguido y angustiado no puede exigir al Dios del Sinaí, de las epifanías cósmicas, que sea como el profeta quiere que sea o como quieren muchos de los suyos. Dios está, se manifiesta, incluso en el infierno de muchas noches y de muchas venganzas, para estar de lado de los que sufren y son malditos por los poderosos. Es verdad que nos gustaría, que le gustaría a todo el mundo, que Dios fuera tan terrible como Jezabel para dar el merecido que algunos se han ganado. Pero en la "voz de un silencio sutil" Dios es más Dios de verdad.

Elías percibe, al fin, el paso de una brisa ligera, pero el relato no dice que Yahvé estuviera en ella. La brisa llega ligera (cf. Gén 3, 8) no es el signo de la dulzura de Dios, puesto que no va a mostrarse nada tierno en las órdenes que va a dictar a Elías (vv. 15-17): ungir a unos usurpadores que sembrarán odio y violencia en el Oriente Próximo. La brisa ligera sirve, en realidad, para proteger el incógnito y el silencio de Dios. Dios guarda silencio y solo el creyente puede oírle.

La experiencia de Elías es una representación muy significativa de la fe vivida en el mundo moderno, un mundo que ha desacralizado la Naturaleza. En la medida en que la ciencia ha "profanizado" la Naturaleza y el mundo, ha prestado un gran servicio a la idea de Dios, ya que Dios no puede ser más que el Todo-Otro, el Incognoscible para el pensamiento del hombre. El proceso de progresivo desprendimiento por el que ha tenido que pasar Elías para no captar ya a Dios en los fenómenos naturales tiene como compensación un encuentro íntimo con él: ha reconocido a quien no podía conocer, se ha encontrado con quien vive en el incógnito.

Lo mismo sucede con el creyente. Junto con el mundo ateo en el que vive, reconoce el silencio de Dios y, sin embargo, le oye, se cubre el rostro, como Elías, y sale de su refugio para cumplir su misión.

 

Salmo responsorial: Salmo 84 (Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14). El salmo 84 es obra de los hijos de Coré, aquella familia de levitas que, estando al servicio de la liturgia del templo, supieron componer algunos de los salmos más bellos de todo el salterio.

Canta el favor de Dios, suplica su protección y, finalmente, entona una estrofa que exalta la correspondencia a la fidelidad de Dios.

Podríamos hablar de este salmo como de un canto eclesial y escatológico: Dios y su pueblo, Cristo y su Iglesia, realidades futuras que empiezan a tener cuerpo. Es como un resumen del Cantar de los Cantares y de los últimos capítulos del Apocalipsis que nos muestran esta comunión, esta unión y amor entre Dios y su pueblo, entre Cristo y la Iglesia.

Su estructura la podríamos ver en estos puntos:

—Presentación: Dios ama a su pueblo (vv. 2-4).

—Súplica y confianza (vv. 5-10).

—Alianza cumplida (vv. 11-14)

En respuesta a la evocación histórica de la primera parte (vv. 2-4) y a la súplica de la segunda (vv. 5-8), un profeta anuncia la salvación inminente. Es frecuente en los salmos que a la súplica del orante responda un oráculo de salvación. Ya desde el comienzo tiene el presentimiento de que lo que Dios le va a decir será buena noticia. Antes de proclamar el oráculo, ya adelanta que serán palabras de esperanza y de shalom (la paz bíblica, con todo su amplísimo sentido). Lo primero que proclama es que el Señor está cerca , a punto de salvarlos. «Salvación» (vv. 8 y 10). En el lenguaje poético del salmo, esta salvación de Dios, o sea este Dios salvador, es como una luz que se descompone en irisaciones multicolores: en los últimos versículos hay como un estallido de atributos de Dios, que en realidad son Dios mismo, pero que se describen como personificados en personajes que van llegando desde todos los puntos del horizonte. La gloria del Señor se establece en la tierra; gloria que, como la del Éxodo, monta su tienda entre las del pueblo en marcha. De un extremo de la tierra sale Misericordia, del opuesto Fidelidad, y también llegan Justicia y Paz. Del cielo baja Justicia y del fondo de la tierra sube Fidelidad. Y, en correspondencia con esta ultima pareja, volvemos a lo que fue el punto de partida del salmo: del cielo desciende la lluvia, y de la tierra brota la cosecha. Esta lluvia es signo o casi sacramento de todo el resto. Finalmente, otra imagen: Dios llega como un rey, precedido del heraldo Justicia y seguido del escudero o alabardero Paz. En realidad, se trata de Dios mismo, que viene a salvar a su pueblo.

« voy a escuchar lo que dice el Señor: Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón».

La paz, Señor, es tu bendición sobre la faz de la tierra y sobre el corazón del hombre. El hombre en paz consigo mismo, con sus semejantes, con la creación entera y contigo, su Dueño y Señor. Paz que es serenidad en la mente y salud en el cuerpo, unión en la familia y prosperidad en la sociedad. Paz que une, que reconcilia, que sana y da vigor. Paz que es el saludo de hombre a hombre en todas las lenguas del mundo, el lema de sus organizaciones y el grito de sus manifestaciones. Paz que es fácil invocar y dificil lograr. Paz que, a pesar de un anuncio de ángeles, nunca acaba de llegar a la tierra, nunca acaba de asentarse en mi corazón.

«La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan».

La justicia es la condición de la paz. Justicia que da a cada uno lo suyo en disputas humanas, y justicia que justifica los fallos del hombre ante el perdón amoroso de Dios. Si quiero tener paz en mi alma, he de aprender a ser justo con todos aquellos con quienes vivo y con todos aquellos de quienes hablo; y si quiero trabajar por la paz en el mundo, he de esforzarme por que reine ¡ajusticia social en las estructuras de la sociedad y en las relaciones entre clase y clase, entre individuo e individuo. Sólo la verdadera justicia puede establecer una paz permanente en este afligido mundo.

La justicia traerá la paz. Paz en mi alma para calmar mis emociones, mis sentimientos, mis penas y mis alegrías en la ecuanimidad de la perspectiva espiritual de todas las cosas; y paz en el mundo para hacer realidad el divino don que Dios mismo trajo cuando vino a vivir entre nosotros. La justicia y la paz son la bendición que acompaña al Señor dondequiera que vaya.

«El Señor nos dará lluvia, -y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará delante de él, y la paz sobre la huella de sus pasos».

Dios ama a su pueblo

Por lo que dice en su inicio y en su final este salmo ha sido llamado también el "salmo de la Encarnación", ya que esta realidad de amor no es sino la culminación de la dinámica del salmo:

"La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra, la misericordia y la fidelidad se encuentran..."

El salmista canta la actitud amorosa de Dios, esta benevolencia manifestada en la bendición y en la restauración de Israel, perdonando sus pecados, olvidando sus errores, conduciendo su vida y llevándola hacia aquella amistad que preconiza la Alianza y que será un día patrimonio de la eternidad feliz.

Salmo de súplica y confianza

Los verbos de los primeros versículos, en perfecto según el texto hebreo, no expresan de por sí acciones pasadas terminadas, ni son verbos que hablan de acciones exteriores, sino de la actitud interna de Dios hacia su pueblo. Esta actitud no es algo que sucede y se termina; es algo permanente, atemporal, que pertenece al mismo ser de Dios. Esta actitud o estos sentimientos parecen estar al presente ocultos, aparentemente inoperantes. De ahí que el salmista suplique, recuerde a Dios su modo de proceder habitual con su pueblo.

La súplica sigue en la tercera estrofa la expresión de la certeza absoluta en el socorro demandado:

"La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra".

El salmista conoce la constante en el actuar de Dios sobre su pueblo; por esto está seguro de él, se fía de él. Y así con certeza y delectación, habla a continuación de la felicidad escatológica, anunciada por los profetas, que brotará de aquella Alianza observada con fidelidad.

El salmista, como el profeta, ve realizada esta unión maravillosa. Ahora se recobra el tono hímnico de la primera parte. Canta la mutua correspondencia entre Dios y su pueblo. Israel ha sido muchas veces infiel, pero arrepentido, ha obtenido el perdón generoso de Dios. Ahora se dispone a vivir auténticamente según el designio de Dios.

Y hace una hermosa enumeración de realidades, de actitudes de Dios, de virtudes del pueblo: el amor que proviene de Dios, con su iniciativa salvífica, se encontrará con la fidelidad del pueblo que corresponderá también con amor.

La justicia de Dios, es decir, su modo de actuar para con Israel, besará la paz que el pueblo poseerá, fruto de la bendición divina.

De la tierra, de la gente, brotará la fidelidad: entonces la tierra será fiel, no defraudará más a Yahvé. Entonces las cosas serán "verdaderas", no apariencias ni realidades momentáneas.

Si de la tierra brota la fidelidad, la justicia mirará desde el cielo, pues desde allí el Señor dará sus bendiciones, sus lluvias, sus bienes, y entonces nuestra tierra, nuestro pueblo, dará sus frutos: frutos de fe, de fidelidad, de alegría y de confianza cumpliendo felizmente la voluntad, la Alianza de Yahvé.

Esta justicia amorosa de Dios marchará delante de él, lo precederá, se hará notar en seguida. Y la salvación del pueblo seguirá sus pasos: habrá una compenetración total, perfecta, entre Dios y su pueblo.

 La actitud confiada y de fe se manifestada en la estrofa orante: "Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación".

 

La segunda lectura es de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (Rom 9, 1-5). El capítulo 9, así como los capítulos 10 y 11 de Romanos tratan de un problema específico de san Pablo: el destino y la comprensión del destino de su pueblo, de Israel. Son capítulos difíciles y, realmente, no los más interesantes para nosotros. En la Biblia no todo tiene la misma relevancia en cada momento histórico.

San Pablo comienza, con este c. 9 de Romanos, uno de los momentos más fuertes de su carrera apostólica, y lo refleja en el conjunto de Rom 9-11. Hoy se nos lee únicamente lo que podemos llamar el "exordio" de todo ese conjunto. La carta ha dejado bien a las claras su "evangelio" y sus radicalidades: nadie puede salvarse si no es por la fe en Cristo que nos lleva a al amor de Dios. Por tanto, y en definitiva, porque Dios quiere salvarnos en su proyecto amoroso.

¿Qué sucederá con su pueblo que todavía espera salvarse por el cumplimiento de la ley? ¿No es acaso el pueblo de las promesas, de los patriarcas, de la Alianza? Sin duda que sí, pero si quiere ser el verdadero pueblo de Dios, tiene que aceptar a Dios verdaderamente. Tiene que cambiar y tiene que aceptar, como dirá más adelante Pablo, que Cristo es el final (telos) de la ley (Rom 10,4).

San Pablo, un judío de verdad, pone las cartas boca arriba. No se trata de un juego, sino de decir la verdad sobre Dios y sobre la salvación. Dios quiere salvar a todos los hombres y no lo hará con privilegios "semitas". Los cristianos nunca podrán olvidar que han conocido al Dios de la salvación por medio de un judío como Jesús de Nazaret. Nunca deben olvidar que ese pueblo ha mantenido la antorcha religiosa por mucho tiempo. Pero es el mismo Dios quien ha decidido otra cosa y esto es muy significativo.

San Pablo plantea la "cuestión judía", al comienzo, con el deseo de ser condenado con tal de que su pueblo acepte a Cristo. ¡Qué más se puede decir! ¡Quiere ser condenado con tal de que sean salvados los suyos! Pero no de cualquier forma y manera. Es verdad que la retórica de sus expresiones asombra, pero en Pablo es todo un sentimiento. También, como Elías, que tuvo que ver a Dios en "la voz del silencio", el pueblo judío está llamado a no "exigirle" a Dios que lo salve, sino a dejarse salvar por amor. Su ley no les garantiza nada, porque Dios no salva por cualquier cosa, sino porque ama.

 

El evangelio según san Mateo (Mt 14, 22-33). Con la lectura de este episodio de San Mateo, la "marcha sobre las aguas", se evocan muchas cosas de las experiencias de la resurrección. De hecho es muy fácil entender que este no es simplemente un episodio histórico de la vida de Jesús y los suyos, sino que encierra experiencias pascuales. No hace falta más que poner atención en las expresiones que se usan en esos momentos (cf. Mt 28,5.10; Jn 20,28), incluso en cómo se postran los discípulos ante el Señor resucitado (Mt 28,9.17). Y es que, en la comunidad primitiva, no podía evocarse este momento de la vida de Jesús sino como "Salvador" y "Señor", lo cual sucede especialmente a partir de la resurrección.


Es significativo que Jesús, después de la multiplicación de los panes, episodio inmediatamente anterior, se retira a solas para orar y entrar en contacto con Dios en una experiencia muy personal y particular, que refleja muy a las claras dónde recibe Jesús esa "fuerza" salvífica. Los discípulos, en la barca, están en sus faenas. Sabemos, se ha dicho frecuentemente, que en el evangelio de Mateo esa barca representa a la comunidad, a la Iglesia, a la que el evangelista quiere trasmitir este mensaje.

El hecho mismo de que Pedro represente un papel particular en este episodio, también habla de ese misterio de la Iglesia, que necesita la fuerza y el coraje de su Señor. Pedro es en el evangelio de Mateo el primero de ese grupo de los doce, de la Iglesia, que necesita buscar y encontrar al Señor por la fe. Incluso es representado con sus debilidades. Porque la Iglesia en el NT no es el grupo de los perfectos, sino de los que necesitan constantemente fe y salvación.

"Soy yo, no tengáis miedo", es una palabra salvadora, de resurrección. Ya hemos dicho que este relato está envuelto en ese lenguaje en el que Jesús domina el tiempo y el espacio, las aguas y el fuego si fuera necesario. Es el lenguaje teológico de la resurrección, cuando Jesús es confesado como Señor. Pero de la misma manera que Dios se "manifestó" a Elías en el Horeb. Ante la desesperación de los suyos, no viene en medio del terremoto, sino "caminando" sobre las aguas, que es como decir: "en la serenidad de la noche", en el "silencio" imperceptible y cuando hace falta.

La retirada, provocada por la muerte del Bautista: el signo de los panes y la escena en el mar anuncian la Iglesia (14,1-15,20).

 

Para nuestra vida

En las lecturas de este domingo el hilo conductor es  la "manifestación divina", ya que la "voz de silencio" de la experiencia de Elías y la presencia de Jesús ante sus discípulos angustiados, nos ofrece un mensaje de experiencia religiosa, algo verdaderamente real, cuando se cree y se confía en Dios.

En la primera lectura, nos encontramos como en tiempos de crisis religiosa y de persecución, Elías rehace el camino de Moisés y peregrina al lugar de la gran experiencia religiosa.

Allí experimenta la presencia de Dios y escucha su palabra, que le confirma su misión. El fragmento que leemos nos invita a discernir, también a nosotros, la presencia del Señor en el "susurro": no tenemos que esperar el golpetazo de un viento huracanado, un terremoto o un fuego caído del cielo.

Amenazado de muerte por la impía Jezabel, Elías huye del país y se dirige al monte Horeb o Sinaí (v. 2s). Su marcha dura cuarenta días a través del desierto, durante los cuales revive la experiencia del éxodo de Israel. Dios le proporciona el agua y el pan que necesita (vv. 5-8) y, al llegar al Sinaí, se refugia en la misma cueva en la que se escondió Moisés esperando el "paso del Señor" (cf. Ex 32. 22). Elías, representante de los profetas, vuelve a las raíces del pueblo de Israel y a los orígenes de su historia. Con ello significa que su reforma religiosa, por cuya causa es perseguido, entronca directamente con la obra de Moisés: toda reforma autentica de Israel es una restauración de la alianza con Yahvé.

Si el huracán, el terremoto y el fuego abrasador fueron señales de la presencia de Yahvé en el Sinaí cuando la promulgación de la ley (Ex 19.) ahora Yahvé se revela al profeta Elías en el susurro de una brisa. La teofanía es diferente y se acomoda a los nuevos tiempos que inaugura Yahvé por medio de los profetas. La brisa es el símbolo del espíritu de Dios y de la fuerza renovadora que ejerce por medio de los profetas.

En nuestras vidas se da el misterio de la presencia de Dios. No debemos esperar grandes manifestaciones esplendorosas e imponentes: Elías la experimenta como un susurro y no como un viento huracanado (Dios cuesta de discernir y nos puede pasar de largo). Tan cerca que lo tenemos: como un susurro que penetra imperceptiblemente toda nuestra vida y el mundo entero.

Pero debemos salir de la cueva de nuestras seguridades y nuestros temores, y quién sabe si tenemos que emprender, como Elías, un peregrinaje largo y difícil. ¿Hacia dónde? No, no consiste en ir de acá para allá, ya que Dios es accesible en todas partes: "Se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (/Jn4, 21,23). Se trata de una peregrinación interior. Y siempre veremos a Dios en la oscuridad, como Elías, que "se cubrió el rostro con el manto". Quien piensa abarcarlo en su totalidad y agarrarlo con ambas manos, lo más fácil es que no vaya más allá de sus propias ilusiones y de sus imágenes.

 

El salmo une desde la fe orante, pasado, el presente, el porvenir. Así como el pueblo de Israel recordaba los beneficios que Dios le había hecho en el pasado, para tener seguridad de su protección en el futuro, nosotros también, en los días de prueba, debemos recordar las gracias que han marcado nuestra infancia, nuestra juventud, nuestro pasado.

La tierra responde al cielo, el cielo responde a la tierra. La afirmación, "la verdad brotará de la tierra, y del cielo penderá la justicia", no es sólo una imagen maravillosa, sino la definición misma de la "religión": religar, establecer relación, entre la tierra y el cielo, entre el hombre y Dios. Los campanarios, los minaretes, y todas las arquitecturas religiosas del mundo, apuntan hacia el cielo como una especie de signo simbólico.

"la verdad brotará de la tierra". Ha habido épocas en que se ha querido rebajar al hombre como si fuera totalmente incapaz de descubrir la verdad. El salmo conecta con una verdad manifestada en la Biblia hay una especie de encuentro recíproco en la creación: la tierra busca al cielo y el cielo busca a la tierra...

Dios y el hombre se buscan mutuamente, se miran el uno al otro. Al observar las ojivas que estructuran las bóvedas de nuestras catedrales, se ve justamente este doble movimiento, estas dos búsquedas que se apoyan la una sobre la otra, y no pueden mantenerse la una sin la otra. La gracia y la libertad son necesarias. La gracia, sin la respuesta del hombre, es estéril desgraciadamente. El esfuerzo del hombre sin la gracia está abocado al fracaso. Señor, inclínate hacia mí, mientras me esfuerzo por hacer germinar mi vida.

Amor y verdad se encuentran, justicia y paz se abrazan. ¡Qué equilibrio en estos "encuentros", en estos "besos"! Con frecuencia oponemos estas realidades. Insistimos en la caridad y caemos en una especie de subjetivismo que nos hace abandonar verdades fundamentales. O bien, somos en tal forma defensores de la verdad, que olvidamos la caridad más elemental hacia los adversarios con quienes estamos en desacuerdo. Hay que unir "amor y verdad" para no caer ni en el sectarismo, ni en el sentimentalismo bonachón. Tengo miedo de la gente que "posee la verdad" y no tiene amor. Pero temo igualmente a las personas que hablan de "amor" y no tienen el rigor de análisis para descubrir la verdad en situaciones y doctrinas.

Es necesario por otra parte reconciliar la "justicia" y la "paz". El mundo moderno habla mucho de "luchas", de "combates", de "justicia"... Y esto está bien. Pero también hay que construir la "paz", el "diálogo", la "concordia"... Detrás de las palabras de este salmo, avizoramos los conflictos sociales que sacuden nuestro mundo, nuestras familias, nuestras empresas, nuestra Iglesia.

  Todo es obra de Dios. Lo pedimos en la estrofa repetida en el salmo: " Muéstranos, Señor, tu misericordia    y danos tu salvación" .

Esta es la tensión que canta el salmo: el camino hacia la realización definitiva y completa de la Alianza.

Salmo profético, salmo eclesial y, como decíamos, escatológico, que nos hace ver cuál será la maravillosa realidad del amor, de la amistad perfecta entre Dios y su pueblo. Eco profético del Antiguo Testamento a la apremiante llamada de la Esposa, a la insistente invocación de la liturgia: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20).

La palabra bíblica para describir a un hombre bueno es «justo». La justicia es el cumplimiento de mi deber para con Dios, con los hombres y conmigo mismo. La delicadeza de reconocer a todos los hombres como hermanos para concederles sus derechos con generosidad alegre. He de imponer la justicia aun a mis palabras, que tienden a ser injustas y despectivas cuando hablo de los demás, y a mis pensamientos, que condenan con demasiada facilidad la conducta de los demás en los tribunales secretos de mi mente. Sólo entonces brotará la justicia en mis obras y en mi trato con todos, y yo seré «justo» como deseo serlo.

Si afirmo la justicia en mi propia vida, tendré derecho a proclamarla para los demás en el terreno público, donde se fraguan injusticias y se trama la opresión. Igualdad y justicia en todo y para todos. Tomar conciencia del duro abismo que separa a las clases y a los pueblos, con la determinación, tanto emotiva como práctica, de promover la causa de la justicia para que sobreviva la humanidad.

A nosotros nos toca esperar esta espléndida realidad, a nosotros nos toca, ahora ya, vivirla en los límites de nuestra pequeñez. El salmo 84 lo recuerda.

 

La segunda lectura nos presenta al hombre - criatura de Dios- que recibe beneficios de Dios, pero no responde a ellos. En el inicio del texto San Pablo se siente solidario con su propio pueblo hasta extremos exagerados, como el señalado en v. 3. Es un principio de amor integral y desinteresado. Pablo lo dice y nos lo dice en serio. Está seguro de que nunca se va a separar de Cristo. Pero quiere subrayar su entrega a los demás. Le sale de lo profundo de su corazón.

El ser humano por varias razones, principalmente por el deseo de autojustificación, se centra en sí mismo, en su modo de ver las cosas y se cierra a la iniciativa de Dios. Muchas veces esta iniciativa de Dios no responde a las expectativas que nos hemos hecho de ella y entonces no se acepta. Algo así ocurrió con el conjunto del pueblo judío respecto al Mesías Jesús. Ahora bien, Dios no se arrepiente de su primera y segunda comunicación y saca al hombre pecador del propio estado de miseria donde él mismo se ha introducido. Ello no es por méritos propios, que por hipótesis no han lugar, sino por puro amor e iniciativa divina, las mismas razones que le han impulsado a poner en marcha todo el plan de salvación y autocomunicación.

El tema es un ejemplo, de la acción de Dios en la historia de los hombres. Nos interesa para procurar comprender y aceptar la forma de proceder de Dios.

Como primera parte de la larga reflexión paulina, llaman la atención dos cosas.

Por un lado en el v. 3 el que Pablo quiera estar separado de Cristo (eso significa el original "anatema") en bien de sus hermanos. Es un amor integral y absolutamente desinteresado hasta límites absurdos.

En el cristianismo lo más importante es el otro por encima de cualquier otra consideración, aun religiosa. De hecho el Evangelio puede decirse que es un mensaje sobre el hombre y no sobre Dios, imitando el estilo paulino. Y que el hombre está, para nosotros, antes que Dios, si ello fuera posible o necesario. Lo religioso, lo vertical, y con mucha mayor razón lo eclesial, lo institucional, está absolutamente por detrás del amor real al otro.

Fijémonos en la acción de Dios en favor de Israel en la historia de forma definitiva e irrevocable. La realidad de esta intervención es tangible en muchos aspectos. Sobre ella vendrá el desarrollo de los otros acontecimientos.

En el evangelio Jesús se revela a la comunidad de sus discípulos en medio de las dificultades y los confirma en la fe, liberándolos del temor y de la duda. El episodio paradigmático de Pedro, propio de Mt quiere destacar que el discípulo es invitado a fiarse totalmente del Señor, también en las situaciones que ponen en crisis la adhesión inquebrantable de fe.

Jesús viene de su experiencia de oración en el monte; ello pone de relieve la importancia de ese encuentro misterioso con los discípulos: Jesús se les acerca como Señor. Jesús es el Señor que controla el peligro ("amainó el viento") y es el salvador ("extendió la mano, lo agarró") eficaz de la comunidad en medio de las pruebas.

Jesús marchaba sobre las aguas como Señor del mar. Así nuestra historia se halla en estrecha relación con la anterior. En la multiplicación de los panes, Jesús se había dado a conocer como el Mesías a la muchedumbre. Caminando sobre el mar, al estilo de una teofanía o cristofanía, Jesús se revela a los discípulos que le reconocen como el Hijo de Dios. Se da incluso el paso importante que va, desde el Mesías, a la confesión del Hijo de Dios. Un notable progreso en la fe. Al lector del evangelio de Mateo no debe sorprenderle esta confesión de fe de los discípulos. Nuestro evangelista ha afirmado la filiación divina de Jesús explícita o implícitamente en otras ocasiones: la voz que se dejó oír desde el cielo con ocasión de su bautismo, la historia de las tentaciones, la confesión de los espíritus malos e, implícitamente, cuando se habla de la filiación divina de los discípulos (5,9. 16. 45.48), que deriva de la de Jesús (6,9).

Pudiéramos tener la impresión de que este milagro tiene como finalidad única la demostración de la divinidad de Cristo, el milagro es predicación y anuncio del evangelio, porque es provocado por la necesidad en que se ven los discípulos. Como consecuencia de haberla remediado Jesús de forma tan milagrosa surge el reconocimiento de Jesús como el Hijo de Dios.

 En el Antiguo Testamento, aunque sea en textos poéticos, se describe la soberanía de Yahvéh recurriendo también al dominio que tiene sobre las olas del mar. La marcha de Jesús sobre las aguas le coloca al mismo nivel en que era puesto Yahveh en el Antiguo Testamento. Habla por sí misma de la divinidad de Cristo. Pero nuestra historia pone de relieve al mismo tiempo una peculiaridad singular: este Hijo de Dios recurre con frecuencia a la oración; en la que pasa largas horas: "subió al monte para orar. Entrada ya la noche..."

Exactamente es lo que recoge la fe cristiana al confesarlo verdadero Dios y verdadero hombre. Con necesidad de recurrir con frecuencia a la oración, como todo mortal, y dando el ejemplo de su necesidad para el hombre.

La segunda lección de este texto gira en torno a la figura de Pedro. Quiere poner a prueba la palabra de Jesús, que ya se les ha presentado en su categoría divina con la frase "Yo soy", "...si eres tú..." La fe de Pedro busca su apoyo más en el milagro que en la palabra de Jesús. Fe, por tanto, muy imperfecta, porque la verdadera fe se halla determinada por una abertura total a Dios y una confianza absoluta en su palabra, aun en las necesidades más extremas de la vida. La fe imperfecta ("hombres de poca fe") es precisamente aquella que se acepta como consecuencia de algo extraordinario y milagroso. Ante las fuerzas de las olas Pedro dudó. Una duda que equivale a falta de fe, falta de confianza en la palabra de Dios o de Jesús, como en el caso presente (no debió dudar de la palabra de Jesús). Pedro comienza a caminar hacia Jesús (v. 29) y, sin embargo, la violencia del viento y de las olas le hace dudar y comienza a hundirse (v. 30). Dos rasgos que parecen excluirse: caminar hacia Jesús y hundirse. La paradoja se resuelve diciendo que, desde que comenzó la duda, dejó de caminar hacia Jesús.

La actitud de Pedro es paradigmática. En ella se personifica y simboliza todo caminar hacia Jesús. Un caminar que no está exento de dudas porque, junto a la certeza y seguridad absolutas que la palabra de Dios garantiza, está el riesgo de salir de uno mismo hacia lo que no vemos. El riesgo de la fe está precisamente en que a nuestros pies les falta la arena, como en las grandes resacas... y entonces nos vemos suspendidos en el vacío. Entonces el único grito apropiado es el lanzado por Pedro: "Señor, sálvame". Acudir a Jesús convencidos de lo que significa y realiza su nombre: "salvador" (1, 21).

 

Rafael Pla Calatayud.

rafael@betaniajerusalen.com

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