Comentario a las lecturas del Domingo XXXI del
Tiempo Ordinario 4 de noviembre 2018
La
primera lectura es del libro del Deuteronomio (Dt 6, 2-6) Este es uno de los textos
centrales del Antiguo Testamento. Muchos otros pasajes
de los libros sagrados, especialmente los salmos y los profetas, especialmente
Os y Jr, suponen el hecho del amor a Dios, pero sólo Dt lo llega a formular con
tanta vehemencia, y convirtiéndolo además en un mandamiento explícito. Pero,
¿cómo puede ser objeto de precepto el más libre de todos los actos humanos, el
amor? ¿puede recibir el nombre de amor un amor imperado? Precisamente el
Deuteronomio, el más parenético o exhortativo de los libros de la Ley, es el
que ha expuesto de modo más sentido y conmovedor el gran amor que Dios tiene
para con su pueblo; por ello puede exigir del pueblo que corresponda con amor
al amor, y que por amor se aplique al cumplimiento de la Ley. En ello
encontrará la "vida", la felicidad y la posesión del país, tres
promesas que a lo largo de los siglos espiritualizarán progresivamente su
contenido, bajo la dura pedagogía de las calamidades.
El contexto del texto es el recuerdo de las vivencias del
pueblo en el pasado y las exhortaciones para ser fieles al Señor que se mezclan
a lo largo de todo el Deuteronomio. Usando el recurso de la ficción literaria
se sitúa al pueblo en las estepas de Moab dispuesto a entrar en la tierra que
Dios prometió a los padres. Después de narrar la alianza de Dios con el pueblo
que escucha a Moisés en el Horeb (cap. 5), el autor exhorta a los lectores a
cumplir el mandamiento principal como requisito indispensable para entrar en la
tierra de promisión.
Vs. 1-3: exhortación a cumplir los
mandatos y preceptos del Señor. Esta exhortación va dirigida a todos, y las
motivaciones son las clásicas del A. T.: crecer en número, irte bien...
La palabra "temer" no se
identifica con nuestro concepto de temor sino que puede ser sustituido -con
ciertos diferencias de matiz- con nuestros conceptos de amar, seguir, obedecer,
adherirse a Dios...
Al don de la tierra (obra del amor de
Dios) le debe corresponder el amor humano traducido en el cumplimiento de sus
deberes. Además los preceptos y leyes no son asépticos, sino motivados. Vs.
4-5: mandamiento principal
Con la expresión "Escucha Israel" (fórmula
estereotipada en el Dt.: cfr. 5, 1: 9,1; 20, 3; 27, 9...) el predicador invita
al pueblo a cumplir el mandamiento más importante: el amor a Dios.
La acción divina en la historia del pueblo
(puro amor) entraña una correspondencia también de amor por parte de Israel.
Sólo Yavhé es el Dios de Israel (v. 4; cfr. 5, 6). Esta afirmación
monoteísta, lleva consigo la exigencia
de que Dios debe ser amado de forma exclusiva y total: "con todo el
corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas". Esta frase es muy
típica de la obra del Dt. (Dt. 4, 29; 10, 12: 11, 13: Jos. 22, 5; 23, 14; II
Ry. 23, 3.25...), y así la correspondencia de amor expresada en términos
jurídicos adquiere una emotiva profundidad. Vs. 6-9
Este precepto de amor que abarca todos
los demás debe estar grabado en la memoria y estar presente en todas las
esferas de nuestra vida; ocupará un lugar importante en la catequesis familiar
para mantener, de edad en edad, esta actitud de amor y fidelidad al Señor. Los
tatuajes y las inscripciones en las puertas -vieja costumbre oriental- son
signos de pertenencia al Señor. "Escucha Israel: Yahvé, nuestro Dios, es
Yahvé único". Estos versículos son el credo de los judíos, que lo suelen
rezar diariamente. Jesús se refiere a este texto cuando le preguntan sobre el
mandamiento más importante. "Amarás a Yahvé con todo su corazón". En
esos tiempos lejanos, el amor de Dios no era totalmente desinteresado. Israel
sabe que, al responder al amor de Dios que lo eligió, va por buen camino, y
Dios le premiará con la paz y la prosperidad material.
"Graba en tu corazón estos
mandamientos": tenlos presentes en tu mente para ordenar tus pensamientos
y para que puedas juzgar de todo conforme a estos criterios.
"Repíteselos a tus hijos":
sabiendo que eres responsable de la fe de ellos. "Grábalos en tu
mano", es decir, que guíen tus actos. "Póntelos en la frente",
para no acordarte de ellos cuando ya sea tarde y solamente puedas reconocer tus
errores. "Escríbelos a la entrada de tus ciudades", a fin de que
rijan la vida económica y social. Porque Yahvé es un Dios celoso. Y esto, a
diferencia de los dioses de otros pueblos que aceptan divinidades rivales o
abrir tiendas a su lado o dar satisfacciones a peticiones que ellos mismos no
pueden atender ("si Dios no me escucha en esta iglesia, iré a pedir en
otra"). Y son dioses para la gente interesada que ve en la religión el
medio de conseguir sanaciones y beneficios. Yahvé, en cambio, no está al
servicio de Israel; somos nosotros los que servimos a Dios.
Así, pues, "no te olvides de
Yahvé cuando hayas comido...". La civilización moderna ha entrado en este
olvido. El hombre se siente dueño de la ciencia, de la técnica y del mundo. Más
grave aún: se conforma con dominar el universo y se pierde a sí mismo.
El responsorial es el
Salmo 17 (Sal 17, 23a. 3bc-4. 47 y 51ab). Este salmo fue compuesto con toda
seguridad después del exilio, por consiguiente, en una época en que ya no había
reyes... Más admirable aún, en una época en que Israel
lejos de ser vencedor, está "ocupado" y "oprimido" por los
invasores. ¿Se trata de una fábula? No, porque mediante este
"Midrash" esta "parábola" de David vencedor (¡los judíos no
eran víctimas del genero literario, épico, lírico, que empleaban! )...
La
arremetida del salmo, verdaderamente insólita y extraña: «Yo te amo, Señor, tú
eres mi fortaleza» (v. 2). Es una de esas frases sorprendentes que hay que
masticar miles de veces sin llegar nunca a terminar con su sabor. Por otra
parte todo el salmo está surcado por un siniestro ruido de armas y de
intervenciones de Dios, que se manifiesta con toda su fuerza, pero sobre todo
en la delicadeza de su amor por el protegido.
Así comenta San Agustín este salmo: “3. [v. 3] Señor mi sostén, y mi refugio y mi
libertador: Señor, que me sostuviste porque me guarecí a tu lado, y me guarecí
porque me liberaste. Mi Dios es mi ayuda y en él esperaré:Dios mío, que primero
me otorgaste la ayuda de tu llamada para poder esperar en ti. Mi protector y
cuerno de mi salvación y mi redentor: eres mi protector, puesto que no he
presumido de mí como alzando contra ti el cuerno de mi orgullo; al contrario,
te encontré a ti como cuerno, es decir, hallé la cumbre inexpugnable de la
salvación, y para que la encontrara me redimiste.
4.
[v. 4] Invocaré al Señor alabándole y me veré salvo de mis enemigos: al no
buscar mi gloria, sino la del Señor, le invocaré y no habrá forma de que me
hagan daño los errores de la impiedad.
47.
[v. 47] Vive el Señor y bendito sea mi Dios: vivir según la carne es muerte20,
pues vive el Señor y mi Dios es bendito. Y sea ensalzado el Dios de mi
salvación: que no piense sobre el Dios de mi salvación conforme a la costumbre
terrena. Y que ni siquiera espere de él la salud terrenal, sino la de arriba.
48.
[v. 48] Dios que me vengas y me sometes 1os pueblos: Dios que eres mi vengador
sometiéndome los pueblos. El que me libra de mis iracundos enemigos, de los
judíos, que gritaban:¡Crucifícalo, crucifícalo!21
49.
[v. 49] Me levantarás sobre los que se alzan contra mí: me levantarás en mi
resurrección frente a los judíos que se alzaron contra mí en mi pasión. Del
varón malvado me salvarás: me librarás de su reino malvado.
50.
[v. 50] Por eso te confesaré entre las naciones, Señor: por eso, Señor, las
naciones te confesarán a través de mí. Y salmodiaré en honor de tu nombre: y
con mis buenas obras te darás a conocer mucho más.
51.
[v. 51] E1 que engrandece la salud del rey mismo. el Dios que engrandece para
hacer que sea admirable la salvación que su Hijo da a los creyentes. Y el que
hace misericordia a su Ungido: Dios que hace misericordia a su Cristo. A David
y a su linaje por siempre: Al liberador mismo de mano poderosa que ha vencido
este mundo, y a aquellos a los que, al creer en el evangelio, engendró para
siempre. Todo cuanto se ha dicho en este salmo que no se ajusta con propiedad
al Señor mismo, esto es, a la Cabeza de la Iglesia, hay que referirlo a la
Iglesia. Aquí habla el Cristo entero, en el que están incluidos todos los
miembros “. (San Agustín. Comentario al Salmo 17).
La
segunda lectura es de la carta a los hebreos
(Heb 7, 23-28) Hoy se prosigue la enseñanza sobre el sacerdocio que
comenzó el domingo anterior. En ella se nos presenta el sacerdocio de Cristo
como el único sacerdocio.
El texto de hoy está casi en el centro de Hebreos. Está en la
sección central del escrito y de las cinco partes de que consta esta sección,
en la segunda. Esto no es una pura curiosidad, sino indica -dado el carácter
del escrito y lo reflexionado de su composición- la importancia del tema de
"sumo sacerdote según el orden de
Melquisedec" aplicado a Cristo.
Único, porque la muerte impide a los
demás sacerdotes permanecer en su cargo; Cristo, permanece para siempre y posee
un sacerdocio que no pasa. El vive siempre y por eso intercede siempre por
nosotros.
Pero es sacerdote único también por
otros motivos: es santo, sin mancha; no necesita ofrecer sacrificios por sus
propios pecados, y después por los del pueblo. Por los del pueblo, lo hizo de
una vez por todas, ofreciéndose a sí mismo. En la ley de Moisés, los sumos
sacerdotes están llenos de debilidades. En la Nueva Alianza, el Hijo, llevado
hasta su perfección, es designado por el Padre único y verdadero Sumo
Sacerdote.
Al comparar el sacerdocio de la antigua
alianza con el sacerdocio de Jesús, el autor de la carta a los Hebreos muestra
en qué consiste la salvaci_n que tenemos en él, que es definitiva, mientras que
la de la antigua alianza no lo era. La primera diferencia es que Jesús vive
para siempre. Y eso comporta que el que se une a él se mantiene por siempre en
esta unión, y vive sin rupturas lo mismo que vive Jesús: la proximidad con
Dios.
Y la segunda diferencia es que el
sacrificio de Jesús ha realizado plenamente la unión con Dios, que los
sacrificios de la antigua alianza realizaban sólo parcialmente. Los sacrificios
de la antigua alianza eran intermediarios que querían aproximar los hombres y
Dios, pero no eran los hombres los que se acercaban, de modo que la
aproximación era necesariamente imperfecta. En cambio, con Jesús, ha sido un
hombre quien se ha acercado a Dios totalmente, amando hasta la muerte, de modo
que todo hombre que se una a Jesús se une también totalmente a Dios.
Sólo un hombre como Jesús, que a la vez que hombre
es el Hijo, podía amar y entregarse así.
El evangelio
de San Marcos (Mc 12, 28b-34).
Después de varios domingos de caminar hacia Jerusalén, el texto de hoy nos
sitúa en Jerusalén y en el Templo, al que Marcos ha desposeído de su privacidad
judía confiriéndole alcance universal (Mc. 11, 15-19). En este marco se suceden
después conversaciones al más alto nivel. Hoy interviene un jurista,
favorablemente impresionado por las respuestas precedentes de Jesús. San Marcos quita a su intervención cualquier segunda
intención. Entre el jurista y Jesús existe coincidencia total de puntos de
vista y reconocimiento recíproco de esa coincidencia. El jurista considera las
palabras de Jesús ajustadas a verdad; Jesús, por su parte, considera sensatas
las palabras del jurista. No se percibe entre ellos el más mínimo atisbo de
tensión o de discrepancia. Las palabras finales de Jesús confirman el clima de
entendimiento mutuo: no estás lejos del reino de Dios.
El evangelio de este domingo deja
entender que esta búsqueda del mandamiento máximo, apreciada por los
cristianos, no era entonces monopolio de ellos. Judíos y escribas, que habían
llegado a las mismas conclusiones, sabían dar al mandamiento del amor una
prioridad casi exclusiva. En esto seguían el ejemplo del Deuteronomio, que
había afirmado la sencillez de las exigencias contenidas en la palabra de Dios:
"La Palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para
que la pongas en práctica" (30, 11-14). Esta preocupación tradicional se
prolongaba en los cristianos; con mayor razón se explica el elogio hecho al
escriba, de no encontrarse lejos del Reino.
Antes
de insistir de nuevo en esta apreciación elogiosa formulada por Jesús,
señalemos que el letrado la mereció por dos motivos; tiene un sentido muy
exacto de la moral evangélica: primero es el mandamiento del amor, no hay nada
mayor que él; y sitúa correctamente el precepto del amor respecto de las
prácticas del culto.
Es
muy digno de atención este judío; en puntos esenciales supo adoptar las mismas
posiciones originales que parece haber adoptado y defendido Jesús. En varias
ocasiones recordó Jesús que el precepto sabático era secundario con relación al
del amor (Mc 3, 4 s.; Lc 13, 16), y su crítica del comportamiento de los judíos
en el Templo, debió de inspirarse en la frase de Oseas, citada dos veces por
Mateo (9, 13; 12, 7): "Misericordia quiero, que no sacrificio",
parecida a la observación hecha por el letrado.
El
texto finaliza, con un elogio a este
judío fiel; por haber sabido dar al amor el primer lugar, Jesús le considera
cercano al Reino. No se debe echar en saco rato este elogio, otorgado a uno de
aquellos escribas a los que ordinariamente el Evangelio juzga con severidad.
Esta alabanza invita a matizar el cuadro de los interlocutores de Jesús, que los
autores nos han transmitido. Y sobre todo, recuerda a los discípulos de Jesús
que no tienen ellos el monopolio del Reino. Por caminos inesperados, se acercan
a él otros, de los que se había pensado que estaban lejos.
Se
nos muestra además que gente que no oyó la predicación evangélica, sin embargo
sabe abrir su vida a un amor auténticamente evangélico. Elocuente elección para
quienes, habiendo oído esta predicación, quizá no alcanzaron el mismo nivel.
Para nuestra vida.
En
la primera lectura Moisés, quiere prevenir a su pueblo contra la idolatría. Le
dice a su pueblo que si quiere crecer y multiplicarse debe obedecer a su Dios,
a Yahveh, como al único Dios. “ Escucha,
Israel: amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con
todas tus fuerzas”. Yahveh es el único Dios y no tolera que su pueblo
entregue su corazón a otros dioses. La idolatría fue siempre el gran peligro
del antiguo Israel, rodeado como estaba de pueblos idólatras. También nosotros,
hoy día, sufrimos el peligro constante de la idolatría; son muchos los ídolos
que quieren dominar nuestro corazón, como pueden ser el dinero, el poder, el
placer, la ciencia atea. Jesús sigue diciéndonos hoy a nosotros, a través de su
evangelio, que sólo Dios merece nuestra obediencia y nuestra entrega total y
que debemos manifestar nuestro amor a Dios amando a nuestro prójimo como el
mismo Cristo nos amó. El Dios encarnado en Cristo es nuestro único Dios y a él
debemos escuchar y obedecer. Sabiendo que para Jesús el amor a Dios y al
prójimo van siempre unidos.
El texto expone una
profesión de fe que todo israelita recitaba diariamente, que todo buen
israelita aprendía de memoria de pequeño y no dejaba de decir ningún día de su
vida.
Son una palabra bien formulada,
vigorosa, que a buen seguro formaban parte de la intimidad más profunda de todo
creyente de la antigua alianza. A Jesús, que era un buen israelita y que por
tanto se las sabía de memoria y las recitaba diariamente, le saldrá con toda
facilidad utilizarlas como respuesta al doctor de la Ley y acoplarles la
"ampliación" del segundo mandamiento.
Este hecho, nos podría llevar hoy a
valorar también las fórmulas de fe que nosotros sabemos de memoria, y a valorar
el hecho de recitarlas cada día, para que formen parte inseparable de nuestra
alma. El padrenuestro es la fundamental de estas fórmulas, para el cristiano.
Ningún día tendríamos que dejar de recitarlo, en algún momento u otro. Y de vez
en cuando, tendríamos que detenernos a reflexionar sus frases.
La
respuesta al salmo de hoy -"yo te
amo, señor; tu eres mi fortaleza"-concentra en pocas palabras lo que
las lecturas (primera y evangelio) anuncian como propuesta y nosotros vivimos y
celebramos: el amor a Dios "con todo tu corazón, con
toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser", y el amor "al
prójimo" . Es una oportunidad muy buena para gozar de la oración, que no
siempre ha de ser de petición o de acción de gracias. Sencillamente decirle al
Señor que le amamos. Y decirlo una y otra vez. En la celebración se lo diremos
las pocas veces que requiere el salmo responsorial. Pero puede ser la oración
que cada uno se lleve a su casa y vaya repitiendo en el corazón a lo largo de
la jornada, en medio de la tarea cotidiana. Así nos daremos más cuenta de que
"con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu
ser" quiere decir que el amor de Dios invade todos lo ámbitos de nuestra
vida: todos los lugares, todos los momentos, todo el pensamiento, todas las
palabras, todas las acciones, todas las relaciones... y nuestra respuesta
amorosa también hemos de darla en todas las ocasiones.
Los judíos celebraban no tal o cual
victoria histórica, sino la "victoria escatológica", la victoria
final de dios por su mesías: el "rey" que habla aquí, es este
"rey del futuro" que establecerá el "reino de dios". el
salmista, no conoció anticipadamente a jesús de nazareth, su muerte y su
resurrección, pero era a "el" a quien esperaba. recitando este salmo,
nosotros cristianos, somos fieles al pensamiento profundo del salmista. de
hecho, este salmo recapitula todos los beneficios de dios en favor de su
pueblo. en la figura de david vencedor, se celebra la victoria de la humanidad
del mañana contra el mal mediante la ayuda del enviado de dios.
Cuántas veces se ha acusado al
Cristianismo de ser una religión de débiles, un consuelo barato, un remedio
para someter a los espíritus inseguros, cargándoles de miedo y de culpa.
Ciertamente, para los creyentes, la fe en Dios es un consuelo, una fuente de
fortaleza y de energía que nos anima en las horas más bajas.
Los versos de este salmo exultan de
alegría porque quien canta se siente fuerte, seguro, protegido y bendecido.
Sobre todo, se siente amado.
El autor del salmo reconoce la
pequeñez humana. Quien pronuncia estos versos hace suya aquella frase de San
Pablo: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta». Con Dios, el más débil y
quebradizo se hace fuerte. Dios es una auténtica fortaleza, un baluarte, una
roca que no falla.
A lo largo de la historia, y con el
vertiginoso progreso técnico y científico que ha experimentado Occidente, los
humanos nos hemos creído poderosos e invencibles. Liberarse de Dios era un paso
más en la emancipación y madurez de la especie humana. Ya no necesitamos una
fortaleza ni un escudo protector. Nos bastamos a nosotros mismos.
Los avatares de la historia y el
existencialismo nos han mostrado, sin embargo, que la vida desarraigada de Dios
se convierte en un absurdo abismal. Sin el apoyo de esa Roca somos hojas secas
llevadas por el viento. El vacío y el azar nunca podrán saciar nuestra hambre
de plenitud.
Volver a Dios, buscar su refugio, no
es crearse un consuelo artificial. Sentirse amparado en Dios es la experiencia
del que abre su corazón, su mente y su espíritu, y regresa al verdadero hogar
del hombre, el corazón del Padre, que es puro Amor. Quien recupera esas raíces
profundas del ser, anclado en Dios, experimenta la protección, la bendición, y
se ve imbuido de una fuerza que, paradójicamente, supera en mucho sus limitadas
capacidades humanas.
Las palabras de este salmo son una
bella oración para pronunciar cada día, o siempre que nos sintamos acosados por
el miedo o las dificultades. ¡No desfallezcamos! Tenemos un Defensor al que nada,
ni nadie, puede abatir.
El autor de la
segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos nos presenta a Cristo como sumo y eterno sacerdote.
Esta lectura constituye el final de la
demostración de la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el sacerdocio
levítico; subraya, de manera particular, que Jesús no depende de Leví, sino que
pertenece al orden de Melquisedec (Sal 109/110), que su sacerdocio se apoya en
su calidad de Hijo y de Señor (Sal 2, 7) y que está de conformidad con el
"juramento de Dios" (vv. 20-22).
Esta idea de juramento interviene
también en los versículos que preceden a la perícopa litúrgica (vv. 20-22). El
autor descubre este juramento no ya en las promesas hechas a Abraham (Heb 7,
6-7), sino en la promesa del Sal 109/110, 4, citado por cuarta vez en Heb 7
(cf. v. 21 y alusiones en los vv. 24 y 28). Pero, por primera vez, esta cita
del Sal 109/110 se halla recortada, y ya no se hace mención de Melquisedec. El
énfasis no recae ya sobre este personaje, sino sobre el juramento: el Señor ha
jurado (v. 21).
Esta es la argumentación del autor :
1. Un sacerdocio garantizado por un
juramento divino es prenda de una alianza mejor que la antigua, sobre la que no
incidía ningún juramento de Dios (vv. 20-22).
2. Un sacerdocio sobre el que incide
un juramento así tiene que ser necesariamente eterno (cf. Sal 109/110, 4; vv.
23-25; repetición de los vv. 15-17). La duración perpetua del
"resucitado" garantiza la eternidad de su sacerdocio (v. 24) frente a
la caducidad del sacerdocio antiguo. Como eterno que es, el sacerdocio de
Cristo está siempre en acción, interpelando continuamente por nosotros.
3. El sacerdocio nuevo es el de Cristo
en la gloria (vv. 26-28), el mismo del Hijo (v. 26). Hijo sublimado para
siempre, Cristo es, pues, sacerdote para la eternidad, y lo es de una vez para
siempre.
Los hombres no son capaces de abrirse
un camino hasta Dios. Organizar un culto es, por tanto, una tarea irreal y sin
fruto en la que no se opera ningún encuentro verdadero ni purificación alguna
profunda del pecado del hombre. Pero Cristo logra que la humanidad llegue a una
comunión real con Dios, puesto que su naturaleza humana se ha visto introducida
realmente en la intimidad divina mediante su ascensión y su entronización como
Señor. Esta penetración de Cristo en la vida divina se ha efectuado en el
corazón mismo de su inevitable muerte y de la ofrenda de toda su existencia.
Cuando celebra la Eucaristía, que es memoria de esa ofrenda, y cuando lo hace
bajo la presidencia de ministros que dan autenticidad a la relación de esa
Eucaristía con la muerte y con la entronización del Señor, el cristiano asegura
a su vez a su propia vida su valor sacerdotal y consigue mantener con Dios un
encuentro auténtico y transformante.
Esta
es la síntesis del texto: Cristo “no
necesita ofrecer sacrificios cada día, porque lo hizo de una vez para siempre,
ofreciéndose a sí mismo”. Cristo en la cruz se ofreció a sí mismo al Padre,
como sacrificio de expiación por nuestros pecados. De este sacerdocio de Cristo
participamos todos los cristianos, mediante nuestro bautismo. Todos los
cristianos somos, pues, sacerdotes, porque participamos del sacerdocio de
Cristo. Es lo que se llama el sacerdocio común, que adquirimos todos los
cristianos cuando nos bautizan. Por eso, también cada uno de nosotros debemos
ofrecer nuestras vidas a Dios, unidas a la vida de Cristo, como sacrificio de
expiación por nuestros pecados y por los pecados del mundo. La vida del
cristiano debe ser siempre una vida que salve y redima; somos sacerdotes llenos
de debilidades, pero cuando unimos nuestro sacrificio al sacrificio de Cristo
participamos de la santidad e inocencia de Cristo, nuestro único y eterno
sacerdote.
En
el evangelio, el escriba que se acercó a
Jesús a preguntarle cuál era el primer mandamiento de todos, sabía muy bien,
porque lo recitaba todos los días de memoria, que amar a Dios con todo el
corazón, con toda la mente y con todo el ser era el primer mandamiento.
Sabía también que amar al prójimo era un mandato de la Ley. Pero la respuesta
de Jesús, poniendo el mandamiento del amor al prójimo al lado mismo del amor a
Dios le pareció muy bien al escriba y así se lo dijo con sinceridad a Jesús.
Jesús le responde que está cerca del reino de Dios. No es tan fácil entender
esto, ni mucho menos practicarlo. Porque en nuestra vida diaria decimos, y lo
decimos con verdad, que nuestra bondad se demuestra haciendo obras buenas:
obras son amores y no buenas razones. El árbol bueno da frutos buenos y el
árbol malo, frutos malos. Por sus frutos se conocen los árboles. Yo creo que lo
importante aquí es entender qué es lo que hace buena a una obra. Y lo que aquí
nos dice Jesús es que es siempre el amor a Dios y al prójimo el que determina
la bondad de nuestras obras buenas. Es decir, que una obra legalmente buena no
es moralmente buena si no está inspirada directamente en el amor a Dios y al
prójimo. Podemos rezar mucho, y hacer muchas limosnas, y cumplir fielmente los
mandamientos; si no es el amor a Dios y al prójimo el que inspira y motiva
nuestras “buenas” acciones, estas acciones no son moralmente buenas, no nos
salvan. Los fariseos se fijaban sobre todo en el cumplimiento legal y externo
de las obras que estaban mandadas en la Ley; Jesús prefiere que nos fijemos en
el amor con que hacemos estas obras. Porque al final, como nos repetirá
frecuentemente San Pablo, sólo nos salvará el amor, el amor a Dios y al
prójimo.
El escriba que aparece en el texto
tiene buena voluntad. Jesús ha comprendido que su pregunta es sincera y por eso
no tiene ninguna dificultad en responder directa y claramente.
La unión del primer mandamiento con el
segundo había sido ya hecha en el seno del judaísmo; pero el sentido universal del
"prójimo" no parece que fuera corriente en la teología hebrea:
"prójimo" era el que pertenecía al pueblo elegido o al menos un
prosélito que aceptaba las reglas del juego.
El escriba añade una cosa muy querida
a nuestro evangelista: el culto no tiene valor en sí si no está estrechamente
vinculado con el amor al prójimo. Jesús finalmente reconoce que también entre
los escribas había algunos que no estaban lejos del reino de Dios.
A lo largo del cristianismo quedará
siempre viva la polémica sobre la rivalidad entre el primero y el segundo
mandamiento. Sobre todo, nosotros los occidentales no logramos captar toda la
dialéctica que une inseparablemente ambos mandamientos.
Hablamos de verticalismo (hacia Dios)
y de horizontalismo (hacia el prójimo), de antropocentrismo versus
teocentrismo, sin comprender que lo más esencial del cristianismo es
precisamente la combinación dialéctica entre Dios y el prójimo.
El verticalismo teocéntrico nos lleva
a un tipo de piedad introvertida, que huye del "mundo" y se refugia
para siempre en lugares solitarios.
Sin embargo, la discusión sigue
teniendo gran validez. Hoy ha sido muy frecuente que los hombres
"religiosos" -o sea, practicadores de ciertos ritos venerables- sean
los más alejados de una sensibilidad frente al prójimo de turno.
Por otra parte, el horizontalismo
antropocéntrico ha subrayado excesivamente la dimensión del hombre a costa de
la búsqueda de algo mayor que el hombre. Y en un primer momento ha logrado algo
positivo: la desaparición del "dios" opresor que impedía al hombre
realizarse y plenificarse, pero, al confundir este "dios" con
"Dios", ha sido causa de que por la parte trasera volvieran otros
dioses "vestidos de paisano".
Actualmente en la crisis del mundo
católico y protestante es fácil observar que el militante cristiano que
descubre al hombre -a través de una lucha política de liberación- se cree
obligado maniqueamente a abandonar su fe cristiana, dejando así libre el campo
a los adversarios, que manipulan esta fe para sus fines egoístas y para ello financian
suntuosamente el aspecto "vertical" del cristianismo, detrás del cual
ocultan sus inconfesados intereses.
Meditemos las palabras finales del
evangelio: “Muy bien, Maestro, tienes
razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que
amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser y amar
al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Jesús,
viendo que había respondido sensatamente le dijo:
-No
estás lejos del Reino de Dios.”
La respuesta "Muy bien, Maestro", y la repetición
y reafirmación que a continuación el mismo escriba hace de lo que ha dicho
Jesús, denotan que aquel hombre había asumido personalmente los mismos
criterios de Jesús: no es sólo considerar acertado lo que dice Jesús, es
asumirlo personalmente.
Y en eso consiste, al fin y al cabo,
la fe y el seguimiento de Jesús.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusale.com
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