Comentarios a lecturas del XVI Domingo del Tiempo Ordinario 22 de julio 2018.
La primera lectura del libro de
Jeremías
(Jr 23,1-6) nos sitúa hacia el año 598, Joaquín, después de
reinar solamente tres meses sobre Judá, se rinde a Nabucodonosor, que lo deporta
a Babilonia y pone en su lugar a Sedecías. Este, rey por la gracia de
Nabucodonosor, que no por la gracia de Dios, es un hombre débil que se deja
manejar por sus cortesanos hasta que viene sobre Jerusalén y su templo la ruina
definitiva (junio-agosto del 587).
Sedecías es capturado y
deportado igualmente a Babilonia por los caldeos. La incapacidad de los últimos
reyes de la dinastía de David y los abusos de los dirigentes políticos del
pueblo fueron la causa de las sucesivas deportaciones. Contra estos pastores
que no supieron cuidar el rebaño de Yavé, alza su voz el profeta Jeremías (Cfr.
3, 15; 10, 21; 22, 22). Idénticos reproches se encuentran también en el Libro
del profeta Ezequiel (c. 34).
El destierro a Babilonia fue
ciertamente un castigo de Dios, pero la dispersión de las ovejas de Israel se
debió igualmente a la negligencia y a los abusos de sus pastores. Por eso Yavé
promete volver a reunir de nuevo a su pueblo, pero bajo otros pastores que sean
dignos de su confianza.
La repatriación prometida no es
más que el anticipo y el anuncio de los tiempos mesiánicos en los que, al fin y
de una forma imprevisible, todo llegaría a su cumplimiento en Jesús, el Hijo de
David, el Buen Pastor.
El reino mesiánico no se
fundará en la violencia sino en la sabiduría y en la justicia. Por eso llamarán
al Mesías "El-Señor-nuestra-justicia". Este nombre significa que Yavé
establecerá el derecho, es decir, el orden moral y social en el pueblo, la
salvación. Este nombre está en relación con el de Sedecías (="El-Señor-es-mi-justicia"):
a Sedecías le dio el nombre Nabucodonosor y Sedecías no hizo honor a su nombre;
al Mesías le dará nombre su pueblo. Y el pueblo confesará así que el Mesías es
su rey y su salvación, confesará que el Mesías y la salvación que trae para el
pueblo vienen de Dios. Esto supone que el pueblo llegará a conocer a Dios por
la acción de Dios, por su obra salvadora, por la sabiduría y la justicia que se
manifestarán en el Mesías. Desde este punto de vista es comprensible que
desaparezcan otros rasgos de la figura mesiánica, tales como las gestas y las
victorias, el poder político y el esplendor temporal, ante lo único
verdaderamente importante: la verificación del "derecho y la
justicia", que es la voluntad de Dios para el pueblo.
El texto es un oráculo
mesiánico que sirve de broche de oro a una serie de oráculos a la casa real de
Judá (21, 11-22, 30). Por oposición a los relatos anteriores, aquí no aparece
claro el nombre del destinatario. El título de "Señor, justicia
nuestra" (v. 6) parece estar jugando con el nombre de "Sedecías"
(= "el Señor es mi justicia").
-Con ocasión de la primera
deportación de judíos a Babilonia (año 597 a. C.), Nabucodonosor se lleva
prisionero al rey legítimo de Jerusalén, Joaquín: ".. no le harán
funeral... lo enterrarán como a un asno: lo arrastrarán y lo tirarán fuera del
recinto de Jerusalén" (Jr. 22, 18ss) y en su trono coloca a un pariente
del rey: Sedecías. Del emperador babilonio ha recibido el nombramiento y su
nombre de reinado: "Dios es mi justicia".
El oráculo (vs. 1-8) consta de
cuatro partes separadas entre sí por la expresión "oráculo del
Señor".
-El pastoreo, en la Biblia, es
una fuente importante en la economía de Israel (cfr. relatos de Abraham y de
Lot, José y sus hermanos, Saúl y David..). Oficio duro, difícil por la escasez
de pastos, y a veces peligroso. Esta imagen sencilla y agrícola es asumida por
Israel, como por otros pueblos orientales, para indicar a los dirigentes del
pueblo: Dios, los sacerdotes, los reyes, cualquier dirigente... reciben este título.
-En este texto, el pastor es
Sedecías, rey inseguro que no hace ningún caso a Jeremías, sino sólo a sus
ineptos ministros (cfr. II Cron. 36, 12 ss). En vez de pastorear al pueblo como
era su deber, lo ha conducido al desastre más radical (v. 1).
Fijémonos que Jeremías sólo
constata el hecho de la incapacidad de Sedecías y dirigentes sin dar razón
alguna: por no haberos ocupado de mi grey, yo me ocuparé (=castigo) de vosotros
(v. 2).
-Aunque Sedecías es de estirpe
davídica, su legitimidad de hecho se apoya en el favor de Nabucodonosor.
Jeremías responde que Dios cumplirá su promesa de forma nueva y con una
intervención personal en un plano superior (vs. 3-6). Primero salvará "el
resto", o sea, la continuidad del pueblo de la alianza. Después, frente al
sucesor ilegítimo, Dios suscita a David un "vástago legítimo" (en
hebreo, "legítimo" es la misma palabra que "justo"). Ese
vástago de David estará al servicio de la "justicia y el derecho",
cosa que no ha cumplido Sedecías, y unificará Israel con Judá en un reino de
paz. Frente al nombre impuesto por Nabucodonosor, que no responde a la
realidad, el vástago llevará un nombre auténtico, aclamado por todo el pueblo:
"El Señor es nuestra justicia".
El Salmo de hoy Salmo 22 (Sal 22,1-3a. 3b-4. 5. 6), uno
de los más bellos de todo el salterio comienza con una afirmación atrevida: "El Señor es mi pastor, nada me falta".
Este creyente que se sabe guiado y acompañado por la mano firme y protectora
del pastor, proclama con tranquila audacia su ausencia de ambiciones. Tiene
todo lo que necesita: conducción, seguridad, alimento, defensa, escolta, techo
donde habitar... Difícilmente anidarán en su corazón la agresividad, la
envidia, la rivalidad, todas esas actitudes que amenazan siempre el convivir
con los otros fraternalmente.
El salmo 22 es uno de los
salmos más breves del salterio: sólo 6 versículos. Dentro de su unidad temática
se distinguen dos partes bien diferenciadas que podríamos llamar:
Dios como pastor (vv. 1-4)
Dios como anfitrión (v. 5-6).
"El Señor es mi pastor, nada me falta" (v. 1). El salmo empieza
con la cierta y serena afirmación de que Dios es el pastor del salmista. Este
habla en primera persona a lo largo de todo el poema y en la primera parte
describe su experiencia bajo la solicitud y el amor de su pastor.
Clara expresión de confianza en
Dios. Sé a dónde mirar y me doy cuenta de que «nada me falta» (v. 1). Cuando se
ha descubierto el corazón del pastor, no se tienen ganas ya de hacer el
inventario de las miserias de los compañeros de viaje.
Con metáforas sacadas del mundo
pastoril va enumerando las pruebas del exquisito amor del pastor hacia él,
afirmando ya desde el principio que nada le falta porque Dios piensa en todo:
verdes praderas, fuentes tranquilas, sendero justo: todo lo positivo y lo agradable
de la vida se lo proporciona el pastor de quien se siente hondamente amado.
Dios obra así "en honor de su nombre", es decir, para que su
reputación de Dios bondadoso, grande en misericordia y rico en perdón, se
manifieste y se viva. Dios no puede ser tildado de negligente o indiferente en
lo que respecta a su pueblo y al bien de los suyos. Así, por su actitud hacia
los fieles de Israel, mostrará su superioridad sobre ios ídolos de los paganos.
"En verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes
tranquilas y repara mis fuerzas" (v. 2-3).
Sin duda, una imagen expresiva
de paz y de quietud. Oración, distensión, silencio, reflexión. No tenemos
tiempo para estas cosas. Tenemos todo el tiempo ocupado en mil naderías, que
llamamos pomposamente «compromisos urgentes», «necesidades improrrogables» y no
tenemos un minuto para dedicarlo a nosotros mismos. Por eso estamos siempre
cansados. Y nuestro espíritu en vez de robustecerse, se entristece y entumece
alarmantemente, ni nos damos cuenta de que existe. Damos vueltas en el vacío,
creyéndonos que hacemos algo.
"Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo"
(v. 4).
Frente a las dificultades y
angustias de la vida, simbolizadas por las "cañadas oscuras", el
salmista nada teme. Se fía de su pastor, de su Dios. Se encuentra en sus manos,
y por tanto, ¿qué le puede suceder de malo? ¿no le protegerá el amor y la
solicitud de su pastor?
A veces soy yo quien va a
buscar el mal. Bastaría con mirar al pastor en vez de fijarse en la miseria, la
porquería e hipocresía de ciertos compañeros de viaje.
Como quiera que sea el sendero
está allí y yo me voy por él. Pero cuando creo que me separa una gran distancia
del rebaño, cuando he perdido todo camino de vuelta, me encuentro junto a ti, «tú vas conmigo» (v. 4).
"Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza
con perfume, y mi copa rebosa" (v. 5).
Siguiendo el mismo tono
simbólico, el salmista hace ahora un viraje en su pensamiento. Del pastor guía
y protector de sus ovejas, pasa ahora a la imagen del huésped espléndido o
anfitrión que convida a un banquete. La imagen de la oveja queda también
transformada en la del amigo o deudo del Señor que ha sido convidado a un
festín.
Y este festín no lo hemos de
imaginar como un momento o un día especial: el pensamiento del salmista lo ve
como una cosa continuada, de cada día. Así como el pastor siempre se preocupa
de sus ovejas, las guía y las alimenta, así ahora, igualmente, el mismo Dios,
con la figura del huésped, favorece magníficamente a aquellos que se sienten
amados por él, les regala con dones exquisitos. Por esto el salmista no ha
imaginado otra cosa más expresiva que un banquete: una mesa preparada, un
ambiente de alegría y de riqueza (ungüento para la cabeza, rebosar de la copa).
La mención de los enemigos la
hace el salmista para recalcar la seguridad de aquél que es favorecido por
Dios; así como antes hablaba de cañadas oscuras, ahora menciona a los enemigos,
que son ya impotentes y se ven como derrotados viendo la suerte feliz de aquél
a quien querían malherir o aniquilar.
Dios, el gran protagonista del
salmo, se nos describe con los colores más hermosos que puedan representar la
bondad, la providencia, la ayuda, la generosidad, la esplendidez. Dios no deja
nada de lo que pueda contribuir al bien, a la alegría, a la paz de sus fieles.
Por esto el salmista confiesa, agradecido, que la bondad y la misericordia del
Señor le acompañan siempre, todos los días de su vida. Constata su situación de
privilegio, diríamos de mimo, la situación de un alma que se siente querida por
Dios, que es bien consciente de sus favores, de su predilección.
Y de la misma forma, asegurado
por su experiencia de un Dios tan inmensamente bueno y providente, lanza al
futuro su mirada, se siente seguro de aquella bondad que ha experimentado
siempre, y prorrumpe en una afirmación llena de fe y de esperanza: "habitaré en la casa del Señor por años sin
término".
Todo es obra del Señor. "Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida" (v. 6).
En la segunda lectura de Efesios (Ef 2,13-18), El texto trata, en su sentido
literal inmediato, de la reconciliación que Cristo ha traído entre los hombres,
quitando las diferencias entre judíos y no judíos, igualando a los gentiles y a
los del Pueblo de Israel.
El Señor ha hecho desaparecer
la enemistad y odio que existía entre unos y otros. Es preciso tener en cuenta
esta realidad para comprender el sentido del texto: es bastante claro como por
parte de los judíos existían un exacerbado nacionalismo, mezclado con lo
religioso, en contra de todos los no pertenecientes a Israel.
Los ejemplos de tiempo abundan.
pero también por su parte los paganos tenían poca simpatía a los judíos:
expulsión de Roma en tiempos de Claudio, frases despectivas de los historiadores
romanos, etc., son prueba de ello. Ahora bien, desde Cristo esto ya no existe
ni tiene razón de ser.
El texto nos habla de la obra
de Cristo. Todos los verbos se refieren a lo que Cristo ha obrado por nosotros:
"ha hecho de los dos pueblos una sola
cosa", "derribando el muro
que los separaba", "ha
abolido la Ley", "reconcilió
con Dios a los dos pueblos". Y todo esto centrado en la frase "él es nuestra paz": la paz de la
comunión con Dios, la paz que logra que " ", guiados por el Espíritu que por él nos ha sido concedido.
Pablo alaba la obra redentora
de Jesucristo como una gran obra de reconciliación entre todos los hombres,
judíos y gentiles. Y no es que Jesús extendiera a los gentiles los privilegios
de los judíos, sino que constituyó a unos y otros en una más alta dignidad para
formar un solo pueblo. Cristo es nuestra paz, en él todos están cerca y en la
presencia del Padre. Pablo anuncia la reconciliación en Cristo como un hecho,
por eso es evangelio, buena noticia. Cualquier imperativo ético se funda, según
San Pablo, en este indicativo evangélico: reconciliados en Cristo y por Cristo,
debemos reconciliarnos unos y otros.
La ley mosaica fue para los
judíos todo un sistema de protección, sin duda providencial, que les libró de
buena parte de las aberraciones paganas de los gentiles. Pero esta misma ley
había actuado igualmente como un factor de división entre los hombres, entre
judíos y gentiles. El límite que en el templo de Jerusalén separaba el atrio de
los gentiles y el de los judíos y que ningún gentil se atrevía a traspasar sin
poner en peligro su propia vida, era la expresión más clara de esa división de
los pueblos (cfr. Hech 21, 27-31). Los judíos, orgullosos de su santa ley, no
sólo se sentían especialmente elegidos por Dios y, en consecuencia, superiores
a los gentiles, sino que además pretendían justificarse a sí mismos delante de
Dios por el cumplimiento de los preceptos mosaicos. La conciencia de
superioridad de los judíos exacerbaba a los gentiles y provocaba en ellos
sentimientos de odio y desprecio. La muerte de Cristo en la cruz puso de
manifiesto el pecado de judíos y gentiles y la universalidad de la gracia de
Dios que todos necesitan y a todos les es concedida.
Ya no hay un pueblo
especialmente santo en el que no quepan sin distinción todos los hombres.
Cristo ha derribado con su muerte todos los muros sagrados para que todos los
hombres tengan acceso libremente al Padre.
Por eso es Cristo la paz y la
reconciliación universal. Esta paz y esta reconciliación, ofrecida ya por Dios
a todos los hombres, ha de ser aceptada por cada uno de los creyentes para que
se verifique plenamente en el mundo. El establecimiento de la paz en Cristo es
la superación radical de todas las jerarquías y discriminaciones que mediatizan
la comunión con Dios y entre los hombres.
El
evangelio de hoy de San Marcos (Mc
6,30-34). San Marcos recoge en
los primeros versículos el retorno de los doce de su primera actividad como
enviados. Es
un retorno al Maestro que los ha enviado y que los acoge con cariño y solicitud
maternales. La escena rezuma lozanía y autenticidad, algo que no se encuentra
en los paralelos de Mateo o Lucas. Los apóstoles se reúnen con Jesús para
hablar con él "de todo lo que habían
hecho y enseñado". Los apóstoles dan cuenta de su misión a aquel que
se la había confiado. En San Marcos el
término apóstol tiene todavía la acepción normal de enviado. El retorno de los
enviados viene envuelto en el calor del Maestro ante la afluencia de la gente.
Esta mención del gentío viene a sumarse a las muchas otras menciones con que
Marcos ha jalonado su relato. Lo que Marcos no había hecho en las menciones del
gentío anteriores a la de hoy era valorar el hecho de la afluencia de la gente.
Esta es la novedad y el interés central del texto de hoy. "Jesús vio la multitud y le dio lástima,
porque andaban como ovejas sin pastor". Se trata de una imagen clásica
en la literatura bíblica y que, salvo en Nm. 27, 17, aparece siempre en
contextos de acusación a los pastores.
En
la literatura bíblica el pastor va delante ahuyentando los miedos del rebaño.
Estos miedos se pueden tipificar en una escisión o lucha entre el ansia de
libertad por una parte y el deseo o necesidad de seguridad por otra. El pastor
bíblico tiene en cuenta ambos deseos (libertad, seguridad) y no sacrifica
ninguno de los dos. Por esta razón, la seguridad que ciertamente da el pastor
bíblico está siempre ataviada de novedad y de imprevisión.
En el momento en que Jesús se
conmueve ante la multitud sin pastor. su primera reacción es enseñar.
Para El es la función principal del pastor: enseñar las cosas del Padre.
Esto nos da materia de reflexión. En nuestra época tenemos la tentación de
atribuir a los pastores de la Iglesia tantas funciones que, muchas veces
no les dejan tiempo para enseñar o para prepararse para hacerlo. Según S.
Marcos esta es la primera preocupación de Jesús. Lo que enseña se lo
había confiado su Padre. Se trataba de enseñar la paternidad de Dios, su
amor y su voluntad de salvar a los hombres. Además, sabemos por este
mismo relato, que Jesús enseñaba de un modo particular a sus discípulos que
tendrían a su vez que enseñar a otros. Les explica las parábolas porque
ellos las han sabido recibir en fe.
Enseñando, Jesús reúne a las
ovejas. Hay que subrayar esta característica de la enseñanza de Jesús. No
se trata de una enseñanza religiosa conceptual que desemboque en
discusión. Jesús enseña con autoridad y confirma con milagros que su
enseñanza proviene de Dios. Es una enseñanza dinámica que crea un Pueblo
nuevo. Las multitudes se reúnen alrededor de El y unos a otros se
participan lo aprendido comunicándose sus impresiones; lentamente van
reuniéndose en un rebaño unido al que Jesús ama y para el que va
preparando pastores que les cuiden.
Para nuestra vida.
Hoy es un domingo para
acercarnos a entender qué son los pastores de la Iglesia y quién es el único
Pastor de la Iglesia. Los pastores enviados por Jesús con los hijos de la
Iglesia y con todos los hombres, están llamados a formar un solo rebaño en
torno a Cristo. Pero el pastor es Cristo y sólo él. Entender esto es entender
la gran misión de los que son enviados, en su nombre, para que a través del
pastoreo cotidiano, de la solicitud manifestada en el "día a día" por
las ovejas, se hagan manifiestas la guía y la acción del Pastor Eterno, de
aquel que ha dado la vida por las ovejas y nos ha de "hacer recostar en
las verdes praderas" del reino, cuando presente al Padre, reunida en la
unidad, a la humanidad redimida.
Enternece
la actitud de Jesús, viendo a las gentes
" porque
andaban como ovejas sin pastor ". Ese fue el panorama que vio Jesús en Palestina y peor aún en
el mundo restante. Cristo se compadece. El es verdadero Pastor que Dios había
prometido a su pueblo. Todos los hombres, judíos y gentiles, se unen en Cristo,
que ha sellado con su sangre nuestro pacto con Dios, de donde brota la paz
verdadera.
La Iglesia entera es siempre el resultado de una
acción pastoral evangélica, que hace de cada comunidad creyente un solo rebaño,
bajo el cayado del Único y Eterno Príncipe de Pastores (Jn 10; 1 Pe 2,25),
elegidos por Él para continuar su obra de santificación.
En la primera lectura el profeta Jeremías, en
nombre de Dios, reprocha a los
dirigentes de su pueblo que no hayan sabido gobernar a su rebaño, sino que han
dispersado a las ovejas y, por su mal gobierno, las han conducido al destierro.
Comienza hablando de los malos pastores. Dios clama
con voz fuerte y con acento amenazador contra los malos pastores, los que
dividen, los que alejan a las ovejas del buen camino, los que son ocasión de
pecado para otros, los que se comen la carne o roban la lana del rebaño. ¡Ay de
vosotros, malos pastores!, ¡día llegará en que rindáis cuenta de vuestro
egoísmo, de vuestra ambición, de vuestra sensualidad, de vuestra soberbia, de
vuestras mentiras!
El mismo
profeta Jeremías, como sabemos, sufrió las consecuencias del mal gobierno de
los dirigentes de su pueblo y terminó sus días, también él, desterrado en
Egipto. Ahora, dice el profeta, será el mismo Señor el que “suscite un vástago
legítimo de David, que reinará como rey prudente e impondrá el derecho y la
justicia en la tierra”. Se refiere, evidentemente, al futuro Mesías, que
reinstaurará el reino de David, su padre. Para nosotros, los cristianos, este
Mesías ha sido Jesús de Nazaret, del que nos declaramos sus discípulos. Lo
importante para nosotros, seamos dirigentes de la Iglesia o simples fieles, es,
por tanto, seguir a nuestro Maestro, practicando la justicia evangélica que él
vino a imponer sobre la tierra. Debemos hacer esto cada uno de nosotros
individualmente y predicando con nuestras palabras y con nuestras obras el
evangelio de Jesús.
También nos habla del cuidado amoroso de Dios " Reuniré
el resto de mis ovejas y les pondré pastores". La más entrañable semblanza del Mesías Salvador
fue delineada desde siglos atrás, a través de los profetas, como el Buen Pastor
de toda la humanidad y como Maestro de pastores elegidos por Él para continuar
su obra bajo sus cuidados especiales.
San Jerónimo dice: «Los apóstoles, con toda
confianza y sin temor alguno, apacentarán el rebaño de la Iglesia y las
reliquias del pueblo de Israel se salvarán de todas las tierras; y volverán a
sus campos, a sus pastos, y crecerán y se multiplicarán. Sobre los malos
pastores, escribas y fariseos, el Señor manifestará la malicia de su doctrina.
Con todo, podemos entenderlo también, conforme a la tipología, de los príncipes
de la Iglesia que no apacientan dignamente las ovejas del Señor. Dejadlas, y
castigados ellos, se salve el pueblo. Entregadlas a otros que sean dignos, y
así se salve el resto. Pierden las ovejas los que enseñan la herejía; laceran y
dispersan los que hacen cismas» (Comentario sobre el profeta Jeremías 2,4).
El salmo de hoy (Sal 22), es uno de los salmos más
hermosos del salterio, nos hace reconocer a Cristo, el Señor, como único y
verdadero pastor del pueblo de Dios. Es él quien nos conduce a todos
"a verdes praderas", nos
"guía por el sendero justo",
nos acompaña, nos "sosiega",
"prepara una mesa" ante
nosotros y está siempre a nuestra vera con "su bondad y su misericordia". expresamos nuestra confianza en el Señor «el
Señor es mi Pastor, nada me puede faltar».
Este salmo nos muestra un camino cercano a Dios
lleno de belleza y quietud.
Teniendo en
cuenta el salmo no viene mal, cuando estamos inquietos, preocupados o
agobiados, recitar los versos de este Salmo 22 en buscada de paz.
Este salmo es el canto de los
nuevos bautizados que van por vez primera, después de su bautismo y
confirmación, a la celebración eucarística. No se puede hacer una homilía
sobre el Pastor sin hablar de la Eucaristía a la que el Pastor nos
conduce para reunirnos en un solo Pueblo y darnos su alimento.
El salmo 22 ha sido muy
frecuentemente comentado por los Padres.
Para San Cirilo de
Jerusalén es una profecía de la iniciación cristiana: "El
bienaventurado David te da a conocer la gracia del sacramento (de la
Eucaristía), cuando dice: "Has preparado una mesa delante de mis
ojos, frente a los que me persiguen. ¿Qué otra cosa puede significar con
esta expresión sino la Mesa del sacramento y del Espíritu que Dios nos ha
preparado? Has ungido mi cabeza con óleo. Sí. El ha ungido tu cabeza
sobre la frente con el sello de Dios que has recibido para que quedes grabado
con el sello, con la consagración a Dios. Y ves también que se habla del
cáliz; es aquél sobre el que Cristo dijo, después de dar gracias: Este es
el cáliz de mi sangre" (Catequesis Mistagógicas IV. PG 33, 1.101. 1.104).
San Ambrosio comenta el mismo
salmo y le da la misma explicación: "Escucha cuál es el sacramento
que has recibido, escucha a David que habla. También él preveía, en el
espíritu, estos misterios y exultaba y afirmaba "no carecer de nada".
¿Por qué? Porque quien ha recibido el Cuerpo de Cristo no tendrá jamás
hambre. ¡Cuántas veces has oído el salmo 22 sin entenderlo! Ahora ves qué
bien se ajusta a los sacramentos del cielo" (Ambrosio de Milán. Los
sacramentos, 5. 12-13).
Así pues, el salmo 22 es
considerado como una síntesis de la catequesis sacramental y ocupa un puesto
importante en el rito de iniciación cristiana que se hacía en la
antigüedad. Hemos de citar todavía otros dos pasajes patrísticos en los
que descubrimos la preocupación pastoral que tenían los Padres.
San Gregorio Nisa
escribe: "En el salmo, David invita a ser oveja cuyo Pastor sea
Cristo, y que no te falte bien alguno a ti para quien el Buen Pastor se
convierte a la vez en pasto, en agua de reposo, en alimento, en tregua en
la fatiga, en camino y guía, distribuyendo sus gracias según tus necesidades.
Así enseña a la Iglesia que cada uno debe hacerse oveja de este Buen
Pastor que conduce, mediante la catequesis de salvación, a los prados y a las
fuentes de la sagrada doctrina" (Gregorio de Nisa. PG 46 692).
San Cirilo de Alejandría dice
de este salmo que es "el canto de los paganos convertidos,
transformados en discípulos de Dios, que alimentados y reanimados
espiritualmente, expresan a coro su reconocimiento por el alimento
salvador y aclaman al Pastor, pues han tenido por guía no un santo como
Israel tuvo a Moisés, sino al Príncipe de los pastores y al Señor de toda
doctrina en quien están todos los tesoros de la sabiduría y de la
ciencia" (Cirilo de Alejandría, PG 69, 840).
Todo es obra del Señor. " Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi
vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término. " (v. 6).
El modo de vivir de hoy está caracterizado por lo inmediato, lo
que es divertido, lo desechable, el que más tiene más vale y así se va
oscureciendo y desapareciendo la imagen de Dios transcendente. Por eso es
urgente, para el creyente, abrirse a la experiencia de Dios. Y sólo con una fe
hecha confianza puede entrar en esa comunicación, en esa relación de Tú a tú
con Él. El salmista nos comunica su experiencia íntima con Dios y el cuidado
delicado y solícito de ese Dios que camina con el hombre en la noche.
Habitar en la casa del Señor es otra
imagen hermosa y entrañable: no se trata de una mansión física, sino del mismo
corazón de Dios. Habitar en su casa es vivir en su presencia, caminar bajo su
mirada, contar con él en todo momento. “Casa” denota hogar, calidez,
familiaridad. El Dios que Israel fue descubriendo a lo largo de su historia no
era un ídolo lejano, caprichoso e insensible a las necesidades humanas. Era el
Dios compasivo, amable y bueno, cuya imagen se aproximaba mucho al Dios Padre
de Jesús de Nazaret.
Solamente el espíritu cristiano
puede comprender la profundidad de esta mención de la eternidad feliz. El
salmista la ignoraba del todo en su tiempo, y por esto lo que él veía y
pretendía era la certeza de vivir junto al templo del Señor hasta el final de
sus días. Nada le separaría del templo, nada le alejaría de aquella intimidad,
de aquella experiencia de un Dios que él mismo calificó de pastor y de huésped.
La tradición cristiana leyó
algunas veces esta segunda parte del salmo en clave sacramental: la mesa
preparada sería la eucaristía; el ungüento o la unción en la cabeza
significaría la unción del Espíritu, la confirmación; las cañadas oscuras de
antes (sombras de muerte) eran imagen del bautismo, ser sepultados con Cristo.
Todas estas gracias sacramentales harán que el cristiano tenga siempre vida
eterna, ahora ya en este mundo, y luego, para siempre, en la gloria.
Recitar los versos de este salmo con
calma, conscientes de cuanto dicen, nos aporta paz interior, serenidad y valor.
Dios nos guía hacia lo que realmente anhelamos. Como decía un sacerdote,
¿cuándo nos convenceremos de que Dios está empeñado, mucho más que nosotros, en
que seamos felices? Dejémonos guiar por él. Confiemos en él. Y la copa de
nuestra vida rebosará.
El autor de la carta a los Efesios se refiere a la
tradicional separación y enemistad que habían sentido siempre los judíos hacia
los gentiles.
Pensaban que el Mesías vendría únicamente a reinstaurar el antiguo reino de
David, no al mundo gentil. El autor de esta carta les dice que Jesús, con su
muerte y resurrección, ha roto el muro que había entre judíos y gentiles –el
odio- y que desde ahora los dos pueblos pueden vivir en paz y acercarse al Padre
con un mismo Espíritu, el Espíritu de Jesús. Nosotros, los cristianos de este
siglo XXI, profesamos con fe la catolicidad de la Iglesia de Cristo y
consideramos hermanos nuestros en la fe a todas las personas que crean en
Cristo Jesús, sean de la nación que sea. Esta catolicidad de la Iglesia
cristiana debemos sentirla y vivirla todos los cristianos, considerándonos
hermanos de todos los hombres.
En el Corazón de Jesucristo se nos revela Jesús como
el Buen Pastor que realiza la paz y la unidad entre los hombres por su propio
sacrificio. La salvación es paz, es reconciliación, es acercamiento a Dios; en
otros términos, la salvación es liberación de todos los males que nos oprimen y
que nos impiden ser lo que Dios quiere que seamos. Sólo si se une a Cristo,
puede el hombre conseguir su salvación.
La obra de Cristo es obra de
paz, de unidad, de comunión. La redención de Cristo hace de toda la humanidad
un solo pueblo, una sola familia llamada a vivir en la paz que proviene de la
comunión con Dios. Con su sangre, con su cruz, Cristo ha hecho lo que había
anunciado que haría como pastor: congregar "un solo rebaño con un solo
pastor" (cf. Jn 10,14-16). A todos nosotros, los que hemos escuchado su
voz -unidos a los que en la Iglesia han sido puestos como pastores- nos
corresponde colaborar en esta obra de paz, de unidad y de comunión propia de
Cristo.
Con mucha frecuencia ha comentado San Agustín este
pasaje paulino:
«A ambos, judíos y
gentiles, les nació la piedra angular, para, como dice el Apóstol, hacer en Sí mismo
un solo hombre nuevo, estableciendo la paz y transformar a los dos en un solo
cuerpo para Dios por la cruz. ¿Qué otra cosa es un ángulo sino la unión de dos
paredes que traen direcciones distintas y, por decirlo así, encuentran allí el
beso de la paz? Los judíos y los gentiles fueron enemigos entre sí, por ser dos
pueblos diversos y contrarios: allí encontramos el culto del único Dios
verdadero y aquí el de muchos y falsos dioses. Aunque los primeros estaban
cerca y los segundos lejos, a unos y a otros los ha conducido hacia Sí (Ef
2,11-22)... Quienes escucharon y se mostraron obedientes, viniendo de aquí y de
allí, encontraron la paz y pusieron fin a la enemistad. Los pastores y los
magos fueron las primicias de los unos y de los otros» (Sermón 204).
En nuestra vida corriente
estamos muy acostumbrados a los extremismos clasificatorios: buenos y malos,
amigos y enemigos, progresistas y conservadores, nacionalistas y separatistas,
etcétera. Algo parecido pasaba en la Iglesia primitiva: lo normal era pensar y
actuar según la gran división religiosa: judíos y gentiles. Esta lectura de la
carta a los Efesios viene a corregir nuestras apreciaciones congénitas, y a
darles su verdadera perspectiva cristiana.
Al mundo hay que mirarlo desde
la perspectiva del sacrificio salvador de Cristo. En su Sangre ya no hay ni
cerca ni lejos, ni buenos ni malos, ni judío ni gentil; sino sólo un único
pueblo de hermanos, unidos por la misma sangre de Cristo, por el mismo amor del
Padre común, por la fuerza del mismo Espíritu. Y no es que Cristo esté en el
centro, como equidistante de la cercanía y de la lejanía; sino que Él ha
destruido estos dos extremos, los ha reconciliado con el único Padre, por medio
de su Cruz. Y en esto está la verdadera raíz de nuestra paz: Cristo es nuestra
paz. La división crea incomprensión, desprecio, hasta odio; ya sea por la
práctica de los minuciosos preceptos de la ley, ya sea por la educación, por la
raza, por la del "hombre viejo", de una condición humana desgastada y
caduca. Cristo, nuestra paz y fuente de nuestra unidad, crea en sí mismo una
humanidad nueva, en la que las diferencias quedan abolidas por el amor: Dios
amándonos a todos; y nosotros amándonos mutuamente. Esta es la nueva creatura,
nacida del sacrificio reconciliador de Cristo.
Sólo así podemos llegar todos
al Padre, por Cristo, en el mismo Espíritu. La Eucaristía que celebramos
comunitariamente es la presencia continuada de la paz y de la reconciliación de
Cristo. Cristo que muere a la vieja condición humana, y que resucita como hombre
nuevo. Nuestra celebración eucarística tendrá que señalar una muerte a las
divisiones internas y externas, y una vida nueva de unidad y amor. Sólo así
seremos un Cuerpo único; mediante la comunión en la Sangre de Cristo, mediante
la unión y el amor como participación en la vida nueva del Resucitado.
En el evangelio de este domingo vemos
reflejados los dos momentos de lo que podríamos llamar "ritmo del
apostolado": estar con Jesús "Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco",
predicar la buena noticia a los hombres "Le contaron todo lo que habían hecho y enseñado". Es
interesante, sin embargo, notar que el fin último de la misión apostólica
se halla totalmente orientado hacia los hombres. Siguiendo el ejemplo de
Jesús, que no duda en sacrificar su deseo de descanso y contemplación a
las necesidades del pueblo, los apóstoles deben preocuparse más de actuar
y predicar que de asegurarse unos momentos de pura contemplación.
Fijémonos como el texto se describe
espléndidamente la percepción que Jesús tiene de la gente, de sus
contemporáneos y por extensión de nosotros. "Andaban como ovejas sin
pastor".
Tiene el
relato de San Marcos un panorama íntimo, de comienzo de encuentros entre
amigos. Jesús sabe que el periplo de los Apóstoles ha sido difícil y fatigoso y
quieres proporcionarles un cierto descanso. Además es lógico que entre ellos
cambiaran impresiones. Los discípulos deberían llegar fascinados por el poder
que se les ha dado. Han podido someter a los espíritus inmundos y han conseguido
sanar a la gente, contribuir a su felicidad. Han de tener esos enviados
especiales que su Maestro es algo muy especial, “que no es de este mundo”. Pero
la realidad se impone. No es posible el descanso. Hay muchos hermanos que los
necesitan. El sentido entrañable que Jesús comienza a manifestar a sus amigos,
a sus discípulos más cercanos, es superado por las necesidades reales de toda
una multitud. Y así hemos de darnos cuenta que este fragmento de Marcos es uno
de los más interesantes de todo el relato evangélico. Marca la verdadera
dimensión del trabajo apostólico.
También
hay una invitación al descanso
"Venid vosotros solos a un sitio
tranquilo a descansar un poco". Porque eran
tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Vemos que
Jesús quiere darse a sí mismo y a sus discípulos unas cortas y merecidas
vacaciones. Porque ve que están demasiado atareados, sin tiempo físico para el
descanso y sin tiempo para una convivencia tranquila y reconfortante. No tienen
tiempo ni para comer juntos.
El descanso que nos ofrece Jesús es desde
dentro hacia fuera. No es un descanso de hamaca sino de corazón. No es un relax
de playa sino de alma. No es un silencio sin ruido sino ausencia del “yo” que
es problema de muchas de nuestras dificultades, distanciamientos, malos
entendidos y soledades.
-Descansar con
Dios
es saber que su Palabra siempre tiene una respuesta para cada momento
-Apoyarnos en
el Señor
es caer en la cuenta de que, muchas de nuestras infelicidades, es porque
seguimos a líderes que nos llevan por donde quieren pero no por dónde nos
conviene
-Fiarnos de
Jesús
es no entender la fe como simple ocio. Como una escala de sacramentos que vamos
quemando a nuestro antojo según, cómo y cuándo. Es vivir la fe con una
convicción: vivir como Cristo, pensar como Cristo y actuar como Cristo.
El
texto de hoy nos sitúa ante la actitud llamada de pastoral de la Iglesia. La pastoral, como actitud básica ya en Jesús, es la
expresión más profundamente bíblica de la caridad salvadora de Cristo ante las
necesidades del género humano. Esto no es un gesto aislado o coyuntural en
Jesucristo, sino la razón de toda su vida. Por eso hemos de acudir a Él como al
Pastor Bueno de nuestras almas.
San Gregorio de Nisa se dirige a Cristo:
«¿Dónde
pastoreas, Pastor Bueno, Tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? (toda
la humanidad, que cargaste sobre tus hombros, es, en efecto, como una sola
oveja). Muéstrame el lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo,
llámame por mi nombre, para que yo, oveja tuya, escuche tu voz, y tu voz me dé
la vida eterna. Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas. Te nombro de este
modo, porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia,
de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de
comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma
hacia Ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte, a Ti que de tal manera me has amado, a
pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No
puede imaginarse un amor superior a éste, el de dar tu vida a trueque de mi
salvación.
«Enséñame, pues, dónde pastoreas, para que pueda hallar los pastos
saludables y saciarme del alimento celestial, que es necesario comer para
entrar en la vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente y aplicar
mis labios a la bebida divina que Tú, como de una fuente, proporcionas a los
sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por la
lanza, que se convierte para todos los que de ella beben en un surtidor que
salta hasta la vida eterna» (San Gregorio de Nisa, Comentario al Cantar de los Cantares,2).
El conjunto del texto puede aplicarse a los cristianos actuales,
tanto a nivel personal como en el aspecto comunitario. A menudo se
presentan las finalidades de la vida cristiana de modo excesivamente
dicotómico: el cristiano debe amar a Dios, y luego a los hermanos; la
Iglesia tiene la finalidad de alabar al Padre, y luego de servir a los
hombres. La perspectiva correcta es, por el contrario, perfectamente
unitaria. La verdadera acción cristiana no puede prescindir, en ningún
momento, de su radical orientación hacia Dios. La verdadera oración
cristiana no puede olvidar, en ningún momento, el amor al hermano. Para el
cristiano, no se trata de encontrar a Dios primero en la oración, y luego
intentar buscarlo a través de la acción. Ni se trata de encontrar a los
hombres en la acción, y luego intentar una vinculación por medio de la
plegaria. El cristiano encuentra a Dios y a los hombres, de modo inseparable,
tanto en la acción como en la oración. Ni siquiera podría decirse que el
lugar más adecuado para encontrar a Dios fuera la plegaria y el más
apropiado para amar a los hombres fuera la actividad. No existen espacios
y momentos privilegiados: toda acción verdaderamente cristiana está
compuesta de amor a Dios y a los hombres; toda oración verdaderamente
cristiana expresa amor al Padre y a los hermanos.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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