Comentarios a las Lecturas del XVII Domingo del Tiempo Ordinario 29 de julio 2018
En la primera lectura del 2º Libro de los Reyes (2 Rey. 4, 42-44) El capítulo 4 del segundo libro de los Reyes está dedicado a algunos milagros de Eliseo. Este profeta es presentado como discípulo de Elías y su sucesor como responsable de una comunidad profética junto al Jordán. Elías había sido el gran propulsor de la religión yahvista frente al sincretismo religioso del reino de Samaria y a la gran influencia baálica de entonces. Sólo Yahvé es Dios y no los baales; quien realmente sacia al pueblo con vino, trigo y aceite es Yahvé, el único capaz de saciar el hambre de los suyos.
Los
textos que van de 4, 1 a 8, 15 del segundo libro de los Reyes pertenecen al
"ciclo de Eliseo" (que continúa en 9, 1-13 y en 13, 14-25). Cuentan,
de manera un tanto épica, una serie de milagros realizados por el profeta
Eliseo en favor de "los hijos de los profetas" (cfr. 1 Re 20, 35), o
en favor de notables israelitas (la Sunamita, 4, 8s), o de extranjeros (Naamán
el sirio), o del pueblo entero víctima de la guerra (6, 7-8; 20) o del hambre
(como en este relato). Personaje temible (CF 2, 23-25) y taumaturgo popular a
la vez. Eliseo es asociado a las hermandades (los "hijos de los profetas")
que combaten en tiempo de la monarquía por la pureza de la fe yahvista contra
el baalismo ambiente. Probablemente en el seno de estas hermandades fueron
conservados, aunque sin rigor cronológico, los recuerdos de gestas maravillosas
que veían en Eliseo uno semejante al gran profeta Elías e incluso a Moisés.
El
contexto del pasaje es una situación de hambre (4, 38). El pueblo está
sufriendo en carne viva las consecuencias de un hambre prolongada. El pan de
primicias es el pan hecho con la harina nueva de la cosecha reciente (Lev 23,
17). Era una costumbre el llevar a los hombres de Dios, como signo de
sacrificio y consagración a Dios, los primeros frutos del campo.
Además,
en la legislación sacerdotal, las primicias son uno de los ingresos del clero
(cf Lev 23, 20). Sin embargo, el relato va a adquirir un vuelo nuevo; lo que en
principio estaba destinado para el goce de uno solo, por obra de Dios en manos
de su profeta, se va a convertir en salud para muchos.
Dios
no abandona del todo a su pueblo como lo prueban las vidas de aquellos que han
hecho una opción clara por el evangelio y quieren mantenerse en la fidelidad.
"Se los sirvió a la gente". Estos
son los verdaderos destinatarios del milagro. El milagro no lo es tanto porque
exalta la figura del hombre de Dios, sino porque se hace en favor de los que
quieren creer en Dios y necesitan un cauce de expresión de fe. Así es como el
prodigio, lo maravilloso y portentoso, queda convertido en milagro, en signo de
salvación (cf. evangelio). El prodigio provoca admiración, pero el milagro
empuja a la adhesión, a la postura de fe.
El
Dios Salvador de Israel se complace en manifestar su fuerza liberadora de las
situaciones límite en que se halla el pueblo: ya sea la esclavitud de Egipto, o
la esterilidad de sus mujeres, o la opresión de los enemigos, o la enfermedad,
o el hambre o la necesidad como en nuestro caso.
El
salmo de hoy es el Salmo 144 (Sal 144,10-11. 15-16. 17-18)
El
salmo responsorial (144) es una alabanza a la grandeza y la bondad de Dios en
favor de sus fieles y de toda la creación. Los versículos seleccionados se
centran en la providencia de Dios que sacia el hambre de sus criaturas. La
liturgia judía rezaba este salmo diariamente al inicio de la tarde.
Con
este salmo se concluye la última colección davídica de las que componen el
salterio. Basta mirar nuestra Biblia para darse cuenta de que es el último
salmo que tiene como título de David.1
Es
un salmo alfabético, es decir, en su texto original hebreo cada versículo
inicia por una letra del alfabeto, de modo ordenado.
Estructuralmente
el salmo 144 mantiene la división tradicional en tres partes: introducción (v.
1-2), cuerpo del salmo (v. 3-20) dividido en dos secciones (v. 3-12 y 13-20) y
conclusión (v. 21).
El
texto proclamado corresponde al cuerpo del salmo. El cuerpo del salmo, en sus
dos secciones, desarrolla los temas enunciados en la introducción: la divinidad
y la realeza del Señor. La trascendencia divina del Señor se expresa en la
avalancha de adjetivos y de substantivos que utiliza el autor. Esta redundancia
quiere crear, en el lector, la sensación que Dios ultrapasa todo lo que el
hombre diga por mucho que añada. La realeza se expresa en el interés del Señor
por las criaturas y por la justicia con la que gobierna a los hombres. El
versículo conclusivo recupera el motivo inicial de la alabanza, sea en boca del
salmista, sea en boca de cualquier ser vivo. Una alabanza que perdura siempre.
Los
versículos 15-16 parecen inspirados en el salmo 103,27 que hemos comentado en
otra ocasión y manifiestan la providencia diaria de Dios, imaginado como un
campesino que cada día da de comer a sus animales. Da un carácter cercano y
simpático a la realeza sublime de Dios, que poco antes había presentado el
salmista.
La segunda lectura es de la carta
de San Pablo a los Efesios (Ef 4, 1-6) En
medio de su prisión, San Pablo vibra apostólicamente. Sus palabras están
pletóricas de entusiasmo, llenas de fe, pujantes y optimistas. Si no lo
indicara, se pudiera pensar que escribe en circunstancias distintas, más
halagüeñas, más placenteras. La razón de todo ese vigor y empuje está en su fe
profunda en Dios. Está convencido del poder divino, de su amor infinito, de su
grandeza indescriptible, con un optimismo desbordante, con un gozo sin fin.
Esta
carta, junto a la que envió a los Filipenses, a los Colosenses y a Filemón,
constituye el grupo de las llamadas cartas de la cautividad. La valentía del Apóstol en predicar el mensaje
de Cristo le ha llevado a esta situación humillante y penosa. Pero Pablo no
ceja en su empeño y, aunque sea entre cadenas, sigue predicando a Cristo, sigue
animando a los cristianos para que vivan como tales.
La
carta a los Efesios es menos una carta de circunstancias que una exposición
lírica y didáctica de la fe cristiana. En este cap. 4 comienza la segunda parte
de la carta (caps. 4-6) que se podría denominar como una "exhortación a
los bautizados" para vivir una vida cristiana nueva basada sobre todo en
la unidad.
Así,
a la discordia (VV. 1-3) que amenaza a la Iglesia, la carta opone las fuentes
de la unidad: la presencia del Espíritu que actúa junto con Jesús y el Padre
(vv. 4-6).
Los
vv. 2-3 son exhortaciones generales, también muy características de la ética
paulina que no se mete a detalles porque concede a la conciencia y adultez de
los cristianos su justo puesto. Los últimos versos, en cambio, ponderan la
unidad de la comunidad, su fundamento. Es un auténtico cántico total de la
unidad cristiana. Pero fijémonos en qué consiste esa unidad.
Los
vv. 4 al 6 forman una breve aclamación litúrgica con predominio de ritmo
ternario. En su origen era probablemente una confesión de fe bautismal,
modificada sin duda por el autor de la carta. La insistencia sobre "uno
solo, una sola" recuerda un poco el estilo de confesiones de fe
israelitas. La influencia de este pasaje sobre el símbolo de Nicea es evidente.
El v. 6 se acaba con una doxología inspirada en fórmulas de la corriente
estoica. No viene nada mal al creyente el tener quien le recuerde, por medio de
la lectura de la Palabra, estas bases de la fe cristiana.
Esta
lectura, nos exhorta a como debemos de comportarnos. Dice que sean siempre humildes y amables, comprensivos,
sabiendo sobrellevarse los unos a los otros con amor... Sus palabras, no lo
olvidemos, se dirigen también a cada uno de nosotros, esperando una respuesta a
esa exigencia que nos pone por delante. Si somos cristianos, y lo somos, vamos
a luchar por vivir conforme a la vocación que hemos recibido. Sobre todo en
esos puntos que San Pablo señalaba: en la sencillez y en la amabilidad, en la
comprensión, en el amor mutuo.
El Evangelio s de San Juan (Jn 6, 1-15).
A partir de hoy y durante varios domingos habremos de olvidarnos del evangelio
de Marcos y centrarnos en el de Juan. El lugar del que parte Jesús es
Jerusalén, en donde ha estado con ocasión de una fiesta judía (Jn. 5, 1). Con
anterioridad había estado también allí con ocasión de la Pascua (Jn. 2, 13). La
gente le sigue "porque habían visto los signos que hacía con los
enfermos". Signo es cualquier cosa, acción o suceso que evoca otra o la representa.
Para Juan lo relevante del milagro no está en la acción milagrosa, sino en lo
evocado a través de ella. El relato se enmarca en el monte, a ojos vista de la
Pascua. El monte con artículo es uno concreto, pero ni el texto ni el contexto
lo determinan. A diferencia de Jn. 2, 13, en esta ocasión Jesús no va a
Jerusalén para la pascua. Todo lo anterior, vs. 1-4, es ambientación,
preparación del relato propiamente dicho. Este arranca de la constatación que
hace Jesús de que el gentío está acudiendo a él. Es la misma expresión empleada
en Jn 3, 26 por los discípulos del Bautista refiriéndose a Jesús (todos acuden
a él) por el narrador en Jn. 4, 30 a propósito de los habitantes de Sicar
(acudían a él). La constatación motiva el diálogo con Felipe primero y la
intervención de Andrés después. De ambos ha hablado ya Juan
en el cap. 1 y
ambos han usado las mismas palabras palabras refiriéndose a Jesús: "Hemos
encontrado" (Jn 1, 41-45). Lo sorprendente en el diálogo es la
interrupción-aclaración del autor: "Jesús lo decía para ponerlo a prueba,
pues bien sabía él lo que iba a hacer". Constatemos de momento esta
aclaración del narrador. Luego Jesús manda acomodar al gentío, da gracias a
Dios por la comida que van a hacer y, finalizada esta, manda recoger lo sobrante
para que nada se pierda. Es la misma expresión empleada por Jesús en Jn. 3, 16
(para que ninguno de los que creen en el Hijo de Dios se pierda), por Caifás en
Jn. 11, 50 (conviene que muera uno sólo por el pueblo y no que toda la nación
se pierda) y por Jesús en Jn. 17, 12 (ninguno se perdió).
El texto señala como a Jesús
"Lo seguía mucha gente, porque había visto los signos que hacía con los
enfermos" "Jesús se marchó a la otra parte del mar de
Galilea (o de Tiberíades)". Hay un éxodo, un paso a través del mar
hacia una tierra donde abunda el amor y la generosidad de Dios. Jesús es este
nuevo Moisés, que hace a su pueblo capaz de andar y de seguirle en esa
travesía.
"Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los
judíos". Este acontecimiento se realiza cuando se acerca la Pascua, la
fiesta que conmemoraba el antiguo éxodo. Aquél es figura de éste. "Subió
Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos". Con
motivo de la Alianza, Moisés subió al monte dos veces: la primera, acompañado
por los notables (Ex 24. 1-2/9/12); la segunda, después de la idolatría del
becerro de oro, subió solo (Ex 34. 3). También en este episodio subirá Jesús
dos veces al monte: una, al principio, donde aparece acompañado de sus
discípulos; la segunda, después del intento de proclamarlo rey, él solo.
El
"monte" representa el lugar donde reside la gloria de Dios. Jesús
subió al monte. Está en su lugar propio, la esfera divina. Y se sentó allí. Es
su actitud permanente. Él es para los hombres el lugar donde la gloria de Dios
reside y se manifiesta. "Jesús entonces levantó los ojos y al ver que
acudía mucha gente...". Jesús, al otro lado del mar, representa una
alternativa, que el evangelista hace presente ahora a los hombres de todo lugar
y tiempo que se acercan a Jesús. "...dice a Felipe: ¿con qué compraremos
panes para que coman estos? (lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que
iba a hacer)".
La
escena tiene detalles que recuerdan los del Éxodo. Como allí en el desierto, se
plantea el problema de la subsistencia, que había sido una tentación para los
israelitas, haciéndoles desear la esclavitud de Egipto. La época de Israel en
el desierto fue un tiempo en que hubo de demostrar su fidelidad a Dios: el
pueblo pone a prueba a Dios, pero, con más frecuencia es Dios quien pone a
prueba al pueblo.
En
esta situación de éxodo, Jesús pone a prueba a Felipe, el discípulo a quien él
mismo ha invitado a seguirlo, y por eso, en cierto modo, prototipo de todos los
que él llama. Jesús enfrenta a Felipe y con él, a la comunidad, con la realidad
que tiene delante: personas que quieren seguir a Jesús, que quieren verse
libres de su pasado... y que no pueden bastarse por sí mismas.
Jesús
para poner a prueba a Felipe, a la comunidad, aborda directamente la cuestión
del dinero como medio para satisfacer esa necesidad. Es interesante la pregunta
de Jesús porque es la pregunta que la comunidad se hace a sí misma: ¿con qué
"compraremos" panes para que coman "estos"? No es un
diálogo entre Jesús y la comunidad. Es la misma comunidad, en cuyo interior se
percibe la presencia de Jesús, la que se pregunta cómo va a solucionar los
problemas del mundo.
"Felipe le contestó: Doscientos denarios de
pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo". El denario, el
jornal de un obrero. Doscientos denarios, más de medio año de trabajo, para que
a cada uno le toque un pedazo. Ateniéndose a los principios de este mundo,
resulta imposible a los discípulos satisfacer la necesidad de la gente. Felipe,
que no ve más horizonte, confiesa su impotencia. Para Felipe, el éxodo fracasa.
"Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: Aquí
hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué
es eso para tantos?" El lugar donde está el muchacho es donde están los
discípulos. Representa, por tanto, al grupo de discípulos que está con Jesús,
en su condición de debilidad y su pobreza de medios. Andrés habla de los panes
y peces como de algo de lo que puede disponer pero que cree insuficiente.
Por
su edad y por su condición, el muchacho, es un débil, física y socialmente. Lo
más desproporcionado que pueda encontrarse como solución a la magnitud del
problema. El muchacho significa también a la comunidad en cuanto servidora de
la multitud: el muchacho de la tienda, la muchacha de servicio. La comunidad se
presenta ante el mundo como un grupo socialmente humilde, sin pretensión alguna
de poder ni dominio, dedicado al servicio de los hombres. 5+2=7:La totalidad.
El alimento es poco, pero es todo lo que tienen.
"...
dijo la acción de gracias". Dar
gracias a Dios significa reconocer que algo que se posee es don recibido de él
y, como tal, muestra de su amor, y alabarlo por ello. En este caso se le dan
gracias por la existencia de los panes, producto de su obra creadora, ayudada
por el trabajo del hombre. Al reconocer su origen en Dios, como don suyo, se
desprenden de su poseedor humano, el niño-grupo de discípulos, para hacerse
propiedad de todos, como la creación misma. La señal que da Jesús, o el
prodigio que realiza, consiste precisamente en liberar la creación del
acaparamiento egoísta que la esteriliza, para que se convierta en don de Dios
para todos.
Según
Andrés, no se podía repartir porque no bastaba lo que se poseía; cuando ya no
se posee, por haberlo hecho de todos por la acción de gracias, se demuestra que
había más que suficiente.
Jesús
mismo distribuye el pan y el pescado. Al restituir a Dios, con su acción de
gracias, los bienes de la comunidad, Jesús restaura su verdadero destino, que
es la humanidad entera. Con su acción, Jesús enseña a sus discípulos cuál es la
misión de la comunidad: la de manifestar la generosidad del Padre, compartiendo
los dones que de él se han recibido. Se convierte este signo en una celebración
de la generosidad de Dios a través de su Hijo que, en la comunidad, multiplica
lo que ésta posee al ponerlo a disposición de los hombres. Aparece así el
sentido profundo de la Eucaristía que, de expresión de amor entre los miembros
de la comunidad, pasa a ser signo del amor de Dios al mundo, continuación del don
de su propio Hijo.
"La gente entonces, al ver el signo que había
hecho, decía: Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo. Jesús
sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la
montaña él solo". Hay quienes piensan en hacerlo rey. Un propósito que
está en abierta contradicción con la actitud que él ha adoptado antes,
poniéndose a servir a los comensales. La fuente de abundancia que Jesús ha
abierto, es el amor de Dios, capaz de multiplicar lo que parece desproporcionado
al objetivo. Pero ellos pretenden cambiar su programa mesiánico, hacerlo rey,
conferirle el poder que él rechaza.
Ante
esta perspectiva, Jesús huye; se aleja de aquellos que pretenden deformar su
mesianismo. Se retira solo, como Moisés subió solo al monte después de la
traición del pueblo. El monte representa la esfera divina, la gloria y amor de
Dios. El paralelo con Moisés muestra la gravedad de lo sucedido. Al intentar
hacer de Jesús un Mesías poderoso, repiten la idolatría cometida por los israelitas
en el desierto. Allí quisieron adorar a Dios, pero bajo la imagen que ellos
mismos se habían hecho de él. Ahora éstos están dispuestos a reconocer a Jesús,
pero según la idea que ellos mismos se han forjado.
Para nuestra vida.
Las
lecturas nos recuerdan lo difícil que es
darse, es duro desprenderse sin esperar nada en la tierra, sin buscar ningún
interés personal de tipo material. Sobre todo viviendo en un mundo que gira y
danza al son del dinero, del placer, de la materia; un mundo que fácilmente se
vende al mejor postor. Es poco menos que imposible no sentirse salpicado por la
ambición de los de arriba y los de abajo, la sensualidad voluptuosa de los unos
y los otros.
Por
otra parte está comprobado, con más seriedad que el dato de esos dos tercios de
hambrientos que existen , esta contrastado que existen enormes reservas de
proteínas en la inmensidad de los mares y océanos, y que todos los recursos de
alimentación no están, ni mucho menos, totalmente descubiertos y
aprovechados... Sí, a pesar de todo lo que quieren hacernos creer, el Señor es
bueno, bondadoso en todas sus acciones. Él no puede querer un crecimiento de
población, si no existiera de forma paralela un crecimiento en los recursos.
La primera lectura nos sitúa ante
ante la invitación a compartir. "En aquellos días vino un hombre de Bal-Salisá trayendo en la alforja el
pan de las primicias" (2 R 4, 42) Este
hombre de Bal-Salisá trae lo mejor de su cosecha: pan de primicias y trigo
reciente. Él sabe que Eliseo es un profeta de Dios, un enviado del Altísimo. Y
por eso le honra con lo mejor que tiene. Está convencido de que honrar a un
enviado divino, equivale a honrar al mismo Dios, es una buena forma de agradar
al Señor, de servirle.
"El criado le respondió: ¿Qué hago yo con esto para cien personas? Eliseo
insistió: Dáselo para que coman"
(2 R 4, 43) Y el profeta lo da todo. Para que
aquellos pordioseros puedan satisfacer su hambre. Generosidad del que está
cerca de ese Dios que es, ante todo, Amor. Corazón grande que se conforma con
poco, que se olvida de sí para preocuparse hondamente por los demás. Y este dar
y este darse, este amar sin buscar interés alguno, este volcarse hasta quedarse
sin nada, es el mejor modo de testimoniar el mensaje amoroso de Dios.
En
el salmo de hoy, se nos recuerda y a su vez expresamos en actitud orante la
esplendidez del Señor "...abres tú
la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente". Habla
de que todas las criaturas han de dar las gracias al Señor, le han de bendecir
todos sus fieles, proclamar la gloria de su reinado y hablar de sus hazañas. La
razón última de esa actitud está en la inmensa bondad de Dios, que cuida de
todo ser viviente y le da el sustento a su tiempo.
San
Agustín comenta el salmo 144 " Señor, que todas tus obras te confiesen
y que todos tus santos te bendigan. Que te confiesen todas tus obras (Sal 144,10). ¿Qué decir? ¿No es la tierra
obra suya? ¿No son obras suyas los árboles? ¿No son obra suya los animales
domésticos, los salvajes, los peces, las aves? En verdad, también ellos son obra
suya. Pero ¿cómo le confesarán estos seres? Veo que sus obras le confiesan en
las personas de los ángeles, pues los ángeles son obras suyas; y también le
confiesan sus obras cuando le confiesan los hombres, pues los hombres son obras
suyas. Pero ¿acaso las piedras y los árboles tienen voz para confesarle? Sí,
confiésenle todas sus obras. ¿Qué estás diciendo? ¿También la tierra y los
árboles? Todos son obra suya. Si todas las cosas le alaban, ¿por qué no han de
confesarle todas las cosas? El término confesión no indica sólo la confesión de
los pecados, sino también la proclamación de alabanza; no suceda que siempre
que oigáis la palabra confesión penséis únicamente en la confesión del pecado.
Hasta el presente así se cree, de forma que cuando aparece el término en las
Escrituras divinas, la costumbre lleva a golpearse el pecho inmediatamente.
Escucha cómo hay también una confesión de alabanza. ¿Tenía, acaso, pecados
nuestro Señor Jesucristo? Y, sin embargo, dice: Te confieso, ¡oh Padre!, Señor del cielo y de la tierra (Mt 11,25). Esta confesión es, pues, de
alabanza. Por tanto, ¿cómo ha de entenderse: Señor, que todas tus obras te confiesen? Alábente todas tus
obras.
Pero no hemos hecho más que
trasladar el problema de la confesión a la alabanza. En efecto, si no pueden
confesarle los árboles, la tierra y cualquier ser insensible, porque les falta
la voz, tampoco podrán alabarle, porque también les falta la voz para hacerlo.
Y, sin embargo, ¿no enumeran aquellos tres jóvenes que caminaban en medio de
las llamas inofensivas para ellos a todos los seres, puesto que tuvieron tiempo
no sólo para no arder, sino también para alabar a Dios? Pasan revista a todos
los seres desde los celestes hasta los terrenos: Bendecidle, cantadle himnos, exaltadlo por los siglos de los siglos (Dn
3,20.90). Ved como entonan un
himno. Con todo, nadie piense que la piedra o el animal mudos tienen mente
racional para comprender a Dios. Quienes creyeron eso se apartaron inmensamente
de la verdad. Dios creó y ordenó todas las cosas: a unas les dio sensibilidad,
entendimiento e inmortalidad, como a los ángeles; a otras, sensibilidad,
entendimiento con mortalidad, como a los hombres; a otras les dio sensibilidad
corporal, mas no entendimiento ni inmortalidad, como a las bestias; a otras no les
dio ni sensibilidad ni entendimiento ni inmortalidad como a las hierbas, a los
árboles y a las piedras; sin embargo, ellas, en su género, no pueden faltar a
esa alabanza puesto que Dios ordenó a las criaturas en ciertos grados que van
desde la tierra al cielo, de lo visible a lo invisible, de lo mortal a lo
inmortal.
Este concatenamiento de la
criatura, esta ordenadísima hermosura, que asciende de lo inferior a lo
superior y desciende de lo supremo a lo ínfimo, jamás interrumpida, pero
acomodada a la disparidad de los seres, toda ella alaba a Dios. ¿Por qué toda
ella alaba a Dios? Porque cuando tú la contemplas y adviertes su hermosura,
alabas a Dios por ella. La belleza de la tierra es como cierta voz de la muda
tierra. Te fijas y observas su belleza, ves su fecundidad, su vigor, ves cómo
concibe la semilla, cómo con frecuencia germina aquello que no se sembró; la
observas y esa tu observación es como una pregunta que le haces. Tu
investigación es una pregunta. Pues bien, cuando, lleno de admiración, sigues
investigando y escrutando y descubres su inmenso vigor, su gran hermosura y
luminoso poder, dado que no puede tener en sí y de sí misma tal poder,
inmediatamente te viene a la mente que ella no pudo existir por sí misma, sino
que recibió el ser del Creador. Lo que has hallado en ella es la voz de su
confesión, para que alabes al Creador. En efecto, si consideras la hermosura de
este mundo, ¿no te responde su hermosura como a una sola voz: «No me hice a mí
misma, sino que me hizo Dios»?
Luego, Señor, que tus obras te confiesen y tus santos te bendigan. Que
tus santos contemplen la creación que te confiesa, para que te bendigan ante la
confesión de las criaturas. Escucha también la voz de los santos que le
bendicen. ¿Qué dicen tus santos cuando te bendicen? Proclaman la gloria de tu reino y anuncian tu poder. ¡Cuán
poderoso es Dios que hizo la tierra! ¡Qué poderoso es Dios que llenó la tierra
de bienes! ¡Qué poderoso es Dios que dio a cada animal su propia vida! ¡Qué
poderoso es Dios que infundió en el seno de la tierra las diversas semillas,
para que germinara tanta variedad de frutales, tanta hermosura de árboles! ¡Qué
poderoso es Dios, qué grande es Dios! Tú pregunta, la criatura responderá; y
por su respuesta, cual confesión de la criatura, tú, santo de Dios, bendices a
Dios y anuncias su poder" .(San Agustín. Comentario
al salmo 144,13).
En la segunda lectura de la Carta de Pablo a los Efesios que se
escucha este domingo es un recordatorio y una llamada a vivir en la unidad
propia de la vida cristiana. Vivir en 'la unidad
y en la paz es la vocación a la que hemos sido llamados a vivir los cristianos.
Esta vocación la hemos de poner de manifiesto en nuestro esfuerzo por responder
con fidelidad (humildad, amabilidad, comprensión, amor mutuo). Así como la hemos
de expresar en la confesión de nuestra fe, de la fe que nace de un solo
bautismo y nos hace reconocer a Cristo como único Señor y a Dios como único
Padre de todos.
La desunión es una de las cosas
que más escandalizan y debemos de esforzarnos porque un día solo haya un rebaño
conducido por el Señor Jesús. Esto es lo que
deseamos con todo el corazón.
¿A qué tipo de unidad nos exhorta el Apóstol?
Se nos llama a la unidad que el Espíritu Santo desea y
hace posible: cristianos unidos con Dios en una relación personal de amor, y
unidos los unos a los otros, relaciones de amor Cristo-céntricas.
Esto es clave en nuestro testimonio (v. 1): una
comunidad con cualidad sorprendente que testifique el poder de Cristo para
reconciliar y unir.
¿Por qué esta unidad es posible?
+En v.4-6, Pablo explica la base de este tipo de
unidad. Los cristianos podemos tener una
unidad única, porque tenemos una base única para ello:
Un cuerpo: Por nuestra unión espiritual con Cristo,
estamos espiritualmente unidos unos a otros (1 Cor. 12:13; Rom. 12:4,5).
Un bautismo: No el bautismo en agua, sino el bautismo
del Espíritu Santo.
Un Espíritu: El mismo Espíritu Santo mora en cada
cristiano y el pone el querer y la fuerza para lograr este tipo de unidad.
Una esperanza: Todos esperamos la misma y final
solución- la segunda venida de Cristo.
Un Señor: A diferencia del mundo, tenemos un mismo
maestro, Jesucristo. Al punto que le seguimos, y caminamos juntos .
Una fe: Porque creemos que la Biblia es verdad,
podemos tener la misma visión del mundo (explicación de los problemas y la
solución a esto) y los mismos valores.
Expliquemos lo esencial y lo no esencial.
Un Padre: “Todos”. No se refiere a toda la humanidad,
sino a todos los creyentes. De acuerdo a Jn. 1:12, Dios nos hace sus hijos
cuando recibimos a Cristo. Somos hermanos y hermanas en su familia y ese lazo
de hermandad ha sido estampado en nuestros corazones. Dios está personalmente
activo enseñando a sus hijos a construir, mantener esta unidad familiar.
Evangelio: No hay verdad estando el hombre aparte de
Cristo. Por esta razón es que el hombre apartado de Cristo nunca ha logrado ni
lograría unidad. Sólo nos es dado cuando tomamos la decisión de humillarnos
ante Dios, admitimos nuestro alejamiento de El y recibimos a Cristo y Su perdón.
¿Cómo se mantiene esta unidad?
Tenemos, entonces, la base y los recursos para la
unidad. Pero el imperativo es mantenerla. Se puede perder por una variedad de
razones. Vamos a valorarla, construirla y mantenerla. En los v. 2,3 Pablo
describe varias actitudes que son necesarias para esto.
Una forma de mantener la unidad es contrastar las
actitudes que la rompen con sus opuestos que la realizan y la cuidan.
Humildad - Egoísmo, apariencia social:
Llegar a ser un siervo (Fil. 2:3): En vez de preguntar
“¿qué puedo hacer?” , preguntar “¿qué puedo dar”?
Dispuesto a estar con gente que “no son de mi clase”
(Ro 12:16), porque somos todos pecadores, salvador por la Gracia de Dios.
Gentileza - Insensibilidad o indiferencia:
Respecto de cómo afecto a otros; falta de dominio
propio al tratar con otros.
Cuidado para hablar y actuar de tal modo que no
ofenderá, sino que edificará.
Paciencia - Dominio Propio
Dejar que la frustración por el pecado caiga sobre ti,
o el poco éxito sobre él resulte en rechazo (por medio de la hostilidad o
alejamiento).
Absorbiendo el pecado y escogiendo perdonar, porque es
la forma que Dios trata contigo ( 4:32 ).
Corrigiendo cuando es necesario, pero estando ahí con
el otro, en vez de condenarle, porque Dios está ahí contigo siempre.
Diligencia - Apatía
Tomar la iniciativa para cortar el problema de raíz y
sacar ventaja de las oportunidades para forjar y profundizar los lazos de amor
(esto es medicina preventiva).
¿Cómo se llama esto? Lo llamamos amor bíblico(v. 2 b).
Este tipo de amor requiere de un poder sobrenatural. Por eso es que necesitamos
constantemente pedir a Dios gracia para manifestarlo y para que El abra nuestro
carácter para profundizar nuestra capacidad de amar. La oración se vuelve
emocionante cuando nos mantenemos pidiendo esto.
El evangelio nos describe una
escena de intimidad con el Señor, donde se vive la unidad y el amor compartido.
También a nosotros se nos invita a acudir al silencio de la oración para oír la
voz de Jesús, para decirle cuán poco le amamos y cuánto quisiéramos amarle.
Aunque
el relato evangélico sea de Juan, es bueno recordar qué continuidad tiene con
el relato evangélico del domingo pasado.
En
aquel, de Marcos, Jesús nos mostraba su solicitud para con los apóstoles
después de la primera misión que les había confiado. El Señor, después de
escuchar la explicación de los suyos, se los lleva para que reposen con él y
para que "estando" con él aprendan a ser pastores. La escena acababa
mostrándonos a Jesús instruyendo a la multitud que le seguía "como ovejas
sin pastor". En el marco de esta solicitud de Jesús para con todos, el
evangelista nos narra la multiplicación de los panes. En el evangelista Marcos,
esta solicitud beneficia a la multitud que seguía a Jesús y le escuchaba; y en
el evangelista Juan se trata de los que le seguían por los "signos
prodigiosos " que hacía. Tanto en un caso como en otro, Jesús vela en
favor de los que le siguen, no ofreciéndoles sólo el alimento de su palabra y
de los "signos prodigiosos" con que la acompañaba, sino también en
todo aquello que afectaba la vida de aquellas personas, para que en nada
quedaran desatendidos. De paso, Jesús enseña a los apóstoles a velar por todos
como pastores del pueblo que les sería confiado.
Los
que van detrás de Jesús en este pasaje, son gente que tiene hambre y camina a
la deriva. Hambre de comprensión y de cariño, hambre de verdad y de recta
doctrina, hambre de Dios en definitiva. El Señor satisfizo el hambre de aquella
multitud multiplicando unos panes y unos peces. Aquel suceso vino a ser un símbolo
de ese otro Pan que el Señor nos entrega, el Pan que da la Vida eterna. Jesús
vuelve cada día a multiplicar su presencia bienhechora en la celebración
Eucarística. Una y otra vez reparte a las multitudes hambrientas el alimento de
su Cuerpo sacramentado. Sólo es preciso caminar detrás de Jesús, acudir a su
invitación para que participemos, limpia el alma de pecado, en el banquete
sagrado de la Eucaristía.
El evangelio de este domingo pone de relieve la
importancia del compartir. Jesús contempla a una muchedumbre hambrienta y se
preocupa por ella. Primero consulta a los discípulos que le acompañan: Felipe y
Andrés. El primero afirma que no tienen dinero para comprar el pan suficiente
(Jn 6, 7), el segundo encuentra a un muchacho que tiene poca cosa: cinco panes
y dos peces (Jn 6, 8-9) A partir de ahí, Jesús actúa por medio de sus
discípulos. Toma el pan, lo bendice y lo reparte. El amor que anima este gesto
de Jesús y de la gente que comparte lo poco que tiene, hace posible el milagro.
El problema de la pobreza en el mundo no es
precisamente la falta de alimentos, sino la injusta distribución de los mismos.
El acaparamiento y la insolidaridad. Y eso nos incluye a todos y a todas.
Podemos tener poco, pero, como el muchacho del evangelio ¿hemos aprendido a dar
desde nuestra pobreza? ¿O desde nuestra riqueza? El milagro del compartir es
que, no solamente alcanza para todos, sino que sobra. Esto se da en el
Evangelio y en nuestra vida real de cada día. Cuando todos compartimos,
generalmente sobra.
Este gesto nos lleva a la verdadera comunión. El Amor
de Dios, revelado en Jesús, nos constituye como un solo cuerpo, así como una
sola es nuestra esperanza (Ef 4, 1-6) La vida nueva surge en la periferia, en
las personas que el mundo margina y arrincona. Nuestra sensibilidad debe estar
abierta y pronta a la dimensión del servicio. Prestar nuestra solidaridad
entrañable en favor del necesitado, enfermo, oprimido, excluido…Jesús nos
necesita para repetir, cada día, el milagro de un amor renovado, pues el amor
es nuestro destino.
Es
un detalle importante a tener en cuenta como el evangelio recuerda que el Señor manda que recojan las
sobras, sin especificar que harán con ellas. Pero que no se pierdan. Además de
aprovecharlo, nos recuerda que muchos de nuestro tiempo mueren de hambre
Ciertamente que el primer mensaje del texto de hoy, nos muestra la capacidad
del Maestro para efectuar el milagro de la multiplicación, no debemos
ignorarlo. Ahora bien, también, implícitamente, hace referencia a que alguien
tiene la pequeña generosidad de dar todo lo poco que tiene, que ya es
esplendidez, dicho sea de paso.
Sabemos
muy bien que la multiplicación de los panes es un gesto profético que anuncia
la entrega de la Eucaristía. En el evangelio de Juan esto se pone de manifiesto
incluso en el verbo que el evangelista utiliza para acompañar el gesto de Jesús
al tomar los panes. Nos dice: "Dijo la acción de gracias", que es la
misma expresión usada en la institución de la Eucaristía.
Otra
característica de Juan es lo que podríamos llamar el "protagonismo"
de Jesús. Él en persona reparte a la gente el alimento multiplicado que sale de
sus manos. En los demás evangelios requiere la ayuda de los apóstoles, que son
quienes alargan el alimento a todos. En Juan esta colaboración apostólica
aparece más escondida: en el diálogo con Felipe, con quien comparte el
interrogante de cómo dar de comer a todos, y en la anotación final que concreta
que las sobras del pan de cebada (alimento de los pobres) se recogen doce
cestos. Así se sugiere discretamente la presencia de los doce apóstoles. Y esto
en un momento en que se hace referencia a la tipología mesiánica de la
multiplicación de los panes, el alimento que a todos rehace y del cual sobra.
Se trata de lo mismo que sucedió en el gesto de Elíseo al dar de comer a toda
la comunidad (cf. lectura primera). También el salmo nos conduce a esa misma
perspectiva: El Señor alimenta a todos los que le miran esperanzados y que, al
ver satisfecha su esperanza, dice: "Abres tú la mano, y sacias de favores
a todo viviente".
En
la multiplicación de los panes se adivina lo que será la Eucaristía. Es un don
de Jesús no sólo para unos cuantos, sino para todos aquellos que le siguen,
para todos los que han "escuchado" sus palabras o han
"visto" sus obras y en él han puesto su esperanza. Es don que nos
proyecta hacia la abundancia de los bienes mesiánicos en el reino futuro
inaugurado por Jesús. En el humilde pan de los pobres que en manos de Jesús se
convierte en alimento para todos hallamos los mismos indicios que en el agua convertida
en el mejor vino y que al final de la fiesta nupcial aporta alegría a todos.
Rafael Pla Calatayud
rafael@betaniajerusalen.com
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