Comentarios a las lecturas del XII Domingo del Tiempo Ordinario La Natividad de San Juan Bautista 24 de junio de 2018
Estamos
ante una coincidencia del calendario. El Día de San Juan Bautista, 24 de junio,
cae este año en domingo y entonces celebramos su fiesta con la Solemnidad que
nos marca la Liturgia.
La
Iglesia celebra normalmente la fiesta de los santos en el día de su nacimiento
a la vida eterna, que es el día de su muerte. En el caso de San Juan Bautista,
se hace una excepción y se celebra el día de su nacimiento. San Juan, el
Bautista, fue santificado en el vientre de su madre cuando la Virgen María,
embarazada de Jesús, visita a su prima Isabel, según el Evangelio.
Esta
fiesta conmemora el nacimiento "terrenal" del Precursor. Es digno de
celebrarse el nacimiento del Precursor, ya que es motivo de mucha alegría, para
todos los hombres, tener a quien corre delante para anunciar y preparar la
próxima llegada del Mesías, o sea, de Jesús. Fue una de las primeras fiestas
religiosas y, en ella, la Iglesia nos invita a recordar y a aplicar el mensaje
de Juan.
En la primera
lectura del libro de Isaías ( Is 49, 1-6). Este texto forma parte del
libro de la "Consolación de Israel"
(Is 40-55), lo que allí se expresa trata de abrir
nuevos horizontes al pueblo abatido. Uno de los encargados será ese misterioso
personaje que se llama "el siervo de Yahvé". Este siervo no es
idéntico en cada uno de los cuatro cantos. En este segundo canto parece
identificarse de una forma bastante clara a un solo personaje. El sentido
parece ser éste: Israel llegará a poseer la gloria del Señor en la persona del siervo. Por medio del siervo,
Dios se sentirá orgulloso de Israel. De una cierta manera, el siervo se
identifica o, mejor, representa en su persona a Israel como canalizador de la
liberación que van a recibir todos los pueblos para gloria de Dios. Este
"mediador" por excelencia lo será después Jesús.
Este segundo cántico del siervo es una continuación del primero (42,1-4). Una
perspectiva universal abre y cierra el poema:"naciones, confín de la
tierra" (vs.1 a. 6b). Y si en el primer canto las naciones y las islas era
sólo espectadores (42,4), ahora son algo mucho más importantes: destinatarios.
“Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: estaba yo en el vientre de
mi madre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi
nombre..., y me dijo: ”tú eres mi siervo (Israel), de quien estoy orgulloso”...
Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo para que le
trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel... Te hago luz de las naciones,
para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.
Estas palabras de Isaías se
refieren al Siervo de Yahvé, al Mesías, al predestinado por antomasia. Pero las
aplicamos también al ‘precursor’ del Mesías-Cristo. En el plan de Dios, todo
forma unidad, para proveer a nuestra salvación.
Mediante dos imperativos
("escuchadme, atended": v.1a), el siervo convoca a todos los pueblos.
Algo muy importante, y que les afecta directamente, tiene que comunicarles de
parte del Señor. Empieza describiendo su elección y su vocación para ser
portador de la palabra (vs. 1b-3), continúa hablando de su desaliento, del
fracaso de su misión entre los hombres (v. 4), y termina comunicándonos la
nueva tarea que Dios le ha encomendado (vs. 5-6).
Presentación de credenciales:
toda misión ya sea la de profeta, la del siervo...,
comporta siempre un encuentro, una llamada. En el v. 1b, el siervo presenta sus
credenciales: ha sido llamado por Dios desde el seno materno. También Jeremías
(cap. 1,5) y Juan Bautista (Lc. 1,31) fueron llamados de idéntica manera (cfr. Gal. 1, 15). Y esta llamada avala su misión. El encuentro
auténtico con Dios implica siempre una misión hacia los hombres. Y en la
realización de esta tarea ningún obstáculo les podrá detener ya que su palabra
profética es penetrante, como la espada, y de gran alcance, como la flecha (v.
2). La tarea es difícil, dura, pero el Señor los protege ("escondió,
guardó":v. 2). A pesar del gran esfuerzo, el siervo cree que su misión ha
fracasado. Por eso cunde en él el desaliento (v.4).
El autor de este poema nos
recuerda en el v.4 que el fracaso sólo lo es a los ojos humanos; el Señor está
orgulloso de su siervo (v.3) y acepta gustoso su trabajo (v.4b). Por eso le
encomienda una nueva tarea: no sólo debe convertir a los supervivientes de
Israel sino que debe ser luz que ilumine y libere a todas las naciones de la
tierra (vs. 5-6).
El responsorial es el Salmo 138
(Sal 138, 1-3. 13-14ab. 14c-15) En
este salmo 138, al contrario de lo que sucede en los salmos de la creación, el
salmista se sumerge en el mar del misterio interior, y, en ningún momento,
emerge de allí, hasta el final; y, entonces, para disparar dardos envenenados
contra los enemigos, no suyos, sino los de Dios.
En cuanto a belleza, este salmo
es una obra de arte: por un lado, llama la atención su carga de introspección
que llega a honduras definitivas; y, por otro, la altísima inspiración poética
que recorre toda su estructura, del primero al último versículo, con metáforas
brillantes, y con audacias que nos dejan admirados.
Perdido ya el salmista en sus
aguas profundas, el centro de atención, paradójicamente, no es él mismo, sino
Dios.
El salmista centra la atención
en sí mismo. El punto focal es siempre el Tú. Es algo sorprendente. El
salmista, diríamos, coloca su observatorio, en su interioridad más profunda;
obtiene una visión, la más profunda y original que se pueda imaginar, sobre el
misterio esencial de Dios y del hombre.
El salmo 138, nos acerca a un Dios
que no sólo es el creador del hombre, no
sólo está objetivamente presente en su ser entero, al que comunica la
existencia y la consistencia; El lo sostiene, pero no a la manera de la madre
que lleva a su criatura en sus entrañas, sino que, en una dimensión mucho más
profunda, y distinta, verdaderamente Dios lo penetra y lo mantiene en su ser.
En los primeros seis
versículos, en un despliegue de luz y fantasía, y mediante un racimo de
metáforas, el salmista percibe la omnipotencia y omnisciencia divinas, que
envuelven y abrigan al hombre, como una luz, por dentro y por fuera, desde
lejos y desde cerca, en el. movimiento y en la quietud, en el silencio y en la
oscuridad.
V.
1-6. " Señor, tú me
sondeas y me conoces. Me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos
penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas
te son familiares".
Empieza constatando el hecho de
que toda su vida está presente a Dios. De acuerdo con las leyes de la poesía
hebrea, la totalidad se expresa por medio de los contrarios: orar «día y noche»
es como decir «orar sin cesar». Aquí, «cuando me siento o me levanto» (v.2a)
equivale a «haga lo que haga»; lo mismo, «mi camino y mi descanso» (v.3a). En
el lenguaje bíblico, la vida es un itinerario, que hay que recorrer según la
voluntad de Dios; por eso, a «distingues mi camino y mi descanso», añade:
«todas mis sendas te son familiares» (v.3b). Pero hay más: Dios no sólo conoce
mis obras cuando las hago, sino que las «ve» cuando las planeo: «de lejos
penetras mis pensamientos» (v.2b).
No hay distancias que puedan
separarme de Dios. No hay oscuridad que te oculte.
Tras
contar sus inútiles intentos de evitar la mirada de Dios, ahonda de nuevo en el
tema del conocimiento que Dios tiene de su vida. No sólo Dios sabe todo cuanto
hace, dice o simplemente piensa, sino que ya lo sabía antes de que naciera.
Para ello describe el proceso de su gestación (vv.13-16), como si Dios le
hubiera dicho, al igual que a Jeremías: «Antes de haberte formado yo en el seno
materno, te conocía, y antes de que nacieses, te tenía consagrado» (Jr 1,5). ¿Qué sabían los israelitas de aquellos lejanos
siglos del proceso del origen de la vida y del desarrollo del embrión humano?
Lo suficiente para inclinarse ante este misterio maravilloso y adorar al
Creador, a quien de modo inmediato se atribuye todo lo que va sucediendo en el
vientre de la madre que ha concebido: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido
en el seno materno» (v.13); luego hablará de que lo ha ido «entretejiendo» (o
«bordando») (v. 15), bella metáfora para describir el delicado primor con que
van apareciendo, a partir de un primer coágulo (los antiguos entendían la
concepción como una mezcla de sangre paterna y materna, y todavía nosotros
hablamos de «ser de la misma sangre»), órganos y miembros minúsculos, hasta
desplegarse en la compleja maravilla del cuerpo humano. Con una metáfora común
a todas las culturas, el seno materno se compara a una tierra fecunda, tal como
inversamente se suele hablar de la «madre-tierra». Pero apenas iniciada esta
poética descripción, el salmista estalla en un segundo y más ferviente grito de
admiración, por el modo admirable como lo ha creado: «Te doy gracias porque me has escogido portentosamente, porque son
admirables tus obras» (v.14), y porque ya entonces Dios sabía todo lo que
un día él sería y haría: «conocías hasta
el fondo de mi alma» (v. 14).
La estrofa repetida es una muestra clara de agradecimiento: "Te doy
gracias, porque me has escogido portentosamente".
La
segunda lectura es del libro de los
hechos de los apóstoles (Act 13, 22-26).El texto forma
parte del primer discurso en que aparece Pablo misionando,
mientras los anteriores tenían como actor a Pedro. Pero el contenido principal es
el mismo, igual que la elaboración literaria, lo cual indica que son
composición de Lucas y no transcripción literal.
Esta elaboración consta sobre
todo de reflexiones sobre el A.T. Se trata de una breve síntesis de la historia
de la salvación, indicando algunos de sus hitos, para mostrar que en JC culmina
toda ella. El Bautista parece sin solución de continuidad respecto a sus
antecesores, empalmando con ellos. Es el último eslabón de la acción de Dios
para preparar la venida de un Salvador. Por su parte, Jesús es la Palabra de
Salvación (13. 26). Juan no apunta hacia sí mismo, sino hacia Cristo, tal como
dice la tradición sobre el Bautista. Es uno de los textos donde este personaje
es contemplado más explícitamente como figura véterotestamentaria.
Lo realmente importante es la
palabra de salvación, el Señor Jesús. Juan está en función del mismo Jesús.
“En aquellos días, Pablo dijo: Dios suscitó a David por rey... De su
descendencia, según lo prometido, sacó Dios un Salvador para Israel: Jesús.
Juan,
antes de que él llegara, predicó a todo el pueblo de Israel un bautismo de
conversión; y cuando estaba para acabar su vida, decía: yo no soy quien
pensáis, sino que viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las
sandalias...”
Se parte de David a quien Dios suscitó como rey, de cuya estirpe nació Jesús y se llega al testimonio del Bautista sobre aquel. La finalidad (el mensaje de salvación que se ha enviado) y los interlocutores del discurso (israelitas y los temerosos de Dios) aparecen al final.
Se parte de David a quien Dios suscitó como rey, de cuya estirpe nació Jesús y se llega al testimonio del Bautista sobre aquel. La finalidad (el mensaje de salvación que se ha enviado) y los interlocutores del discurso (israelitas y los temerosos de Dios) aparecen al final.
El tema principal sobre el que
gira es el mensaje de salvación que se cumple en la muerte y la resurrección de
Jesús, de quien dan testimonio las escrituras y donde se engarza, como un
elemento más, Juan Bautista. Se trata de una figura más del AT que testimonia
este mensaje de salvación con el bautismo de conversión y con sus palabras .
Otro de los personajes importantes del texto es David. De él se recoge
principalmente la historia de su ascensión al trono y su obediencia a Dios.
Jesús es presentado como descendiente de aquél, la encarnación de la promesa
divina . El anuncio mesiánico se ha cumplido. Juan, viniendo del desierto, lo
ha proclamado, el Mesías está aquí; y él, fiel a su misión y mostrándose en su
pequeñez, frente a la grandeza de Jesús-Mesías, se pone a sus pies. El final se
cierra con una distinción entre los descendientes de Abraham (judíos), de ahí
la exposición de la historia de Israel, y los que “temen a Dios” (los
gentiles).
Hoy
el evangelio es de San Lucas (Lc 1, 57-66.80)
El evangelio
de Lucas que hoy se proclama comienza con la expresión “se
cumplió el tiempo”.
Nos recuerda que esta realidad no solamente sorprende a Isabel embarazada, sino
que revela también algo del proyecto de Dios. En el evangelio Jesús habla del
cumplimiento de los tiempos, especialmente en evangelio el de Juan. Dos de
estos momentos son las bodas de Caná y la agonía en la cruz, donde Jesús
proclama que “todo está cumplido”. En el cumplimiento de los tiempos Jesús
inaugura una era de salvación. El nacimiento de Juan Bautista estrena este
tiempo de salvación. Él, de hecho, a la llegada del Mesías, se alegra y salta
de gozo en el vientre de Isabel su madre.
Escribió en una tablilla: "Juan
es su nombre". En el mundo judío el
nombre de una persona quería indicar el destino y la misión con la que esa
persona había venido al mundo. Todas las personas, pensaban, somos enviadas al
mundo por Dios con una misión. No nacemos para nada, nacemos para cumplir la
misión que Dios nos ha encomendado. En este sentido, podemos decir que nuestra
misión es nuestra vocación: Dios nos ha llamado a la vida para cumplir una
misión determinada. Todos tenemos vocación para algo; todos estamos llamados a
la vida para algo. En el caso de la fiesta que hoy celebramos el nombre de Juan
se refiere a la misericordia de Dios con Zacarías e Isabel, al concederles el
favor de engendrar un niño cuando ellos ya eran ancianos. El nombre de Juan
significa: Dios ha mostrado su favor, Dios es misericordioso, Dios se ha apiadado.
Como sabemos, la misión de Juan, su vocación, fue la de ser precursor de Jesús,
del Mesías, y Juan Bautista cumplió su misión con fidelidad y entrega, fue fiel
a la vocación que Dios le había dado. El ejemplo de San Juan Bautista, desde su
nacimiento hasta su muerte, debe incitarnos a nosotros a descubrir nuestra
vocación y a ser fieles a ella.
"¿Quién será este niño?" Hay algo
que el evangelista deja bien claro: "la mano de Dios estaba con él".
En las lecturas de hoy recorremos diversos episodios de esta persona singular:
nacimiento, circuncisión, imposición del nombre, manifestación a todos sus
familiares y vecinos, en el evangelio; comienzo y desenlace de su misión como
Precursor, en el discurso de Pablo de los Hechos de los Apóstoles. Cada momento
de su vida es una enseñanza de cómo Dios actúa en favor del hombre. Nacido de
una gran misericordia en una mujer estéril, es circuncidado para destacar su
conexión con el pueblo elegido --será el último profeta del Antiguo Testamento.
Retirarse al desierto puede parecer la evidencia de un fracaso de una huida.
Pero no. Juan no huye por miedo, sino porque quiere prepararse para su misión,
"ser el Precursor". Muchas personas reciben la misión de "ser
camino", de preparar a los demás para que se realicen como personas. Puede
parecernos que su labor es insignificante, pero las personas más importantes de
nuestras vidas son aquellas que, calladamente, sin protagonismos, nos han ido
ayudando en nuestro crecimiento como personas o como creyentes: nuestros
padres, nuestros maestros, nuestros catequistas... ¡Qué misión tan hermosa la
de ayudar a otros a descubrir la inmensidad de la bondad de Dios! Así fue Juan
"el Bautista", el anunciador de "la misericordia de Dios".
Así
comenta el Papa emérito Benedicto XVI este pasaje evangélico: " Hoy, 24 de junio, la liturgia nos
invita a celebrar la solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista, cuya vida
estuvo totalmente orientada a Cristo, como la de su madre, María. San Juan
Bautista fue el precursor, la “voz” enviada a anunciar al Verbo encarnado. Por
eso, conmemorar su nacimiento significa en realidad celebrar a Cristo,
cumplimiento de las promesas de todos los profetas, entre los cuales el mayor
fue el Bautista, llamado a “preparar el camino” delante del Mesías (cf. Mt 11, 9-10).
Todos
los Evangelios comienzan la narración de la vida pública de Jesús con el relato
de su bautismo en el río Jordán por obra de san Juan. San Lucas encuadra la
entrada en escena del Bautista en un marco histórico solemne. También mi libro Jesús de Nazaret empieza con el
bautismo de Jesús en el Jordán, acontecimiento que tuvo enorme resonancia en su
tiempo.
De
Jerusalén y de todas las partes de Judea la gente acudía para escuchar a Juan
Bautista y para hacerse bautizar por él en el río, confesando sus pecados (cf. Mc 1, 5). La fama del profeta que
bautizaba creció hasta el punto de que muchos se preguntaban si él era el
Mesías. Pero él —subraya el evangelista— lo negó decididamente: “Yo no
soy el Cristo” (Jn 1, 20). En
cualquier caso, es el primer “testigo” de Jesús, habiendo recibido del cielo la
indicación: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre
él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo” (Jn 1, 33). Esto aconteció precisamente cuando Jesús, después de
recibir el bautismo, salió del agua: Juan vio bajar sobre él al Espíritu
como una paloma. Fue entonces cuando “conoció” la plena realidad de Jesús de
Nazaret, y comenzó a “manifestarlo a Israel” (Jn 1, 31), señalándolo como Hijo de Dios y redentor del
hombre: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29).
Como auténtico profeta, Juan dio testimonio de la verdad sin
componendas. Denunció las transgresiones de los mandamientos de Dios, incluso
cuando los protagonistas eran los poderosos. Así, cuando acusó de adulterio a
Herodes y Herodías, pagó con su vida, coronando con el martirio su servicio a
Cristo, que es la verdad en persona". (Papa emérito Benedicto XVI
Ángelus Domingo 24 de junio de 2007).
Para
nuestra vida
Hoy
celebramos la fiesta de San Juan Bautista en domingo, para resaltar la
importancia de la misma, dejando de lado la liturgia ordinaria de los domingos.
En muchos puntos de la geografía nacional, alrededor el día de hoy se
organizan fiestas para honrar al santo, siguiendo tradiciones centenarias.
La figura de Juan ha calado hondamente en el imaginario cristiano y en la
simpatía del pueblo de Dios: pariente de Jesús, asceta y místico, profeta
valiente y denunciador, predicador ardiente de la conversión… Juan ha
conquistado un lugar privilegiado en el universo cristiano. En la homilía
quiero destacar algunos de los rasgos que presentan los evangelios de
Juan Bautista.
En la primera
lectura el profeta Isaias va dibujando en la figura
del Siervo de Yahvé, y a través de diversos poemas va trazando los perfiles de
ese personaje que ha de salvar al pueblo de Dios. Hoy nos dice
que ese Siervo es el orgullo de Yahvé, su mayor motivo de gloria. Se refiere a
Cristo, al Verbo encarnado, a Jesús de Nazaret, él es, efectivamente, el mayor
reflejo de la grandeza de Dios, es su imagen perfecta, es la manifestación
mejor conseguida del amor divino, ese que nos tiene el Padre eterno.
Y nosotros, los
cristianos, como Juan el Bautista hemos de ser testigos de Jesús, sobre todo
plasmando en nuestras vidas la figura entrañable de Cristo. Ser también
manifestación del amor de Dios y motivo de orgullo para el Señor. Para
conseguirlo sólo tenemos un camino, el de identificarnos con Cristo. Hemos de
esforzarnos para imitarle, para vivir como él vivió, para morir como él murió,
para ser como él es: reflejo de la bondad de Dios, orgullo del Padre eterno.
El Siervo de
Yahvé congregaría al resto de Israel, a lo que había quedado de la casa de
Jacob, aquellos hombres desperdigados por el mundo entero, aquellos que habían
conservado en sus corazones la sencillez y la esperanza. Son los que la Biblia
llama "pobres de Yahvé". Pero Cristo no se limitaría a reunir a ese
"resto" preanunciado por los profetas. Él vino con una misión
universal, él será, es la luz para todas las naciones. Y entre todos los
pueblos habrá muchos que sigan a Cristo, atraídos por la luminosidad de su
palabra.
También en esto
hemos de asemejarnos a Cristo. Siendo como luces encendidas en medio de nuestro
oscuro mundo. Y es que la misión de Cristo se prolonga en los que le siguen.
Los que creemos en él somos, hemos de ser, una llamada a la esperanza. Y así
cada cristiano que viva seriamente sus compromisos será como un punto de luz.
De esta forma, todos encendidos, construiremos un mundo mejor, iluminado por el
resplandor del amor de Cristo.
Desde el bautismo todos hemos
sido constituidos profetas. El profeta del Antiguo Testamento pudo captar en el
acontecimiento presente (en la circunstancia, la intervención de Ciro en la
historia de Israel) las posibilidades de comunión y de alianza entre Dios y los
hombres. Cristo mereció el título de profeta porque El, a su vez, reveló la
salvación de Dios en los acontecimientos y en su propia persona.
La Iglesia, a su vez, es
profética en el sentido de que sitúa los acontecimientos del mundo actual
dentro de la perspectiva del Reino futuro. Defiende su libertad de critica frente a todo sistema social, revolucionario o
conservador, y les aplica sus criterios de apreciación: su capacidad para
preparar la unidad fundamental de la humanidad en Jesucristo.
La Iglesia no conoce la
naturaleza del nexo que existe entre este mundo y el Reino. Pero sabe, al menos
-y así lo proclama-, que el mundo tal como lo hagamos, infierno de odio y de
sufrimiento o tierra habitable, será el material con el que Cristo tendrá que
realizar su Reino.
Por consiguiente, dentro de
esta perspectiva desempeñará, por su parte, el cristiano un papel profético en
el mundo y en la Iglesia a la vez para leer en el mundo todo lo que prepara y
obstaculiza al Reino y para someter a crítica dentro de la Iglesia todas las
instituciones que están en contra de su carácter profético.
Centro de la proclamación
profética de la Palabra, la Eucaristía es, dentro de la Iglesia, la institución
por excelencia que debería atraer incluso a quienes más vivamente critican
algunas otras instituciones eclesiales y debería convencer a cada uno de su
misión profética en el mundo. Meditemos hoy como son nuestras eucaristías. la
influencia que tiene para mi vida diaria y cotidiana.
El
Salmo 138, con su respuesta de elección portentosa, expresa el agradecimiento
por esta elección personal. A todos, Dios nos ha hecho
igual, pero el elegido sabe de ello, sabe como ha sido.
El salmo presenta un Dios
minucioso, un Dios que ve todo, que lo sabe todo, que ha previsto todo
("¡En tu Libro, estaban mis días determinados, cuando aún no existía
ninguno de ellos!"). Digamos sinceramente que no nos gusta esta imagen de
un Dios que nos hubiera "programado" anticipadamente y que vigila
nuestra menor infracción. Esto es justamente no comprender a Dios. Cuando
oponemos "dependencia" y "libertad", no entendemos lo que
es el verdadero "amor". Nadie es más dependiente que el que ama.
Piensa en el otro. Está polarizado por el otro. Vive tan sólo para el que ama.
Se "somete" al otro. Sin embargo, se siente totalmente libre. Desde
dentro, movido por un impulso espontáneo y personal, se da al otro. De igual
manera en este salmo hay una especie de combate: el salmista, hombre moderno en
el fondo, ensayó en un primer momento "huir" de Dios, ocultarse en el
extremo del mundo, para estar "tranquilo".
Son nuestras propias
reticencias, impregnados como estamos del ateísmo, las que nos hacen ver a Dios
como un "rival" de nuestra propia libertad: ni Dios, ni "Señor".
Pues bien, hay que mirarlo en la línea del amor: sí, no puedo escaparme de Ti,
Señor, confieso que me has vencido... Tú me amas, y yo te amo.
El autor del salmo considera la
cercania de Dios
como una fuente de serenidad total, "No ha llegado la palabra a mi lengua y ya Tú, Señor, la sabes... Tú te
anticipas... Cuando en lo oculto me iba formando... En tu libro se inscribían
todas mis acciones, calculados estaban mis días, antes que llegara el
primero...". Este lenguaje repugna al pensamiento moderno, pues parece
quitar toda libertad al hombre... Como si fuéramos marionetas sin
responsabilidad, manipulados, programados, carentes de toda iniciativa. San
Pablo, retomando esta misma idea dirá que "Dios nos ha predestinado para que nos asemejemos a la imagen de su Hijo"
(Efesios 1,4). El pensamiento antiguo, como el pensamiento semítico, deja en
segundo plano las causas segundas en provecho de la Causa primera. Se atribuye
a Dios todo lo que sucede, sin decir que Dios no obra habitualmente en
"directo", sino a través de las "causas segundas", que
están, de hecho, en el fondo de los acontecimientos. Se dirá que Dios envía la
lluvia, la enfermedad, o cualquier otra cosa... Esto mismo ocurre con la
"predestinación", forma de hablar que, mirando el desarrollo de la
historia bajo el ángulo humano, trata de describir el actuar de Dios..., que
siendo eterno, "domina el tiempo". Cuando se realiza el designio de
Dios, se dice, y esto es cierto filosóficamente, que desde el principio Dios
había previsto todo eso. Ahora bien, en Dios no hay "ni antes ni
después". Dios está fuera del tiempo, está en la eternidad, es decir en
una especie de "presente" que acumula y condensa todos los instantes
del transcurrir del tiempo. Dios puede, a la vez, "predestinar y respetar
nuestra libertad". Pero desde nuestro punto de vista "temporal",
podemos decir que "Dios nos amó El primero". Nos agrada pensar que
Dios tuvo la iniciativa.
Reconoce la cercanía de Dios y su
presencia indeleble para llevar a cabo la misión encomendada.
El
evangelio nos presenta el momento de poner nombre al hijo de Zacarías e Isabel,
así como el anuncio de lo que seria ese niño.
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un
hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una
gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al
niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo:
“¡No! Se va a llamar Juan.” Le replicaron: “Ninguno de tus parientes se llama
así.” Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. El
pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre.” Todos se quedaron
extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar
bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por
toda la montaña de Judea.
El
nombre personal que recibe el niño tiene una gran importancia por el hecho de
que es Dios mismo el que lo atribuye: fue así en el caso de Jesús y en el de
Juan Bautista. Dar un nombre es, por tanto, dar una vocación, una misión y los
dones adecuados para desempeñarla. El hijo no se llamará como su padre
Zacarías, sino Juan. Zacarías nos recuerda que Dios no olvida a su pueblo. Su
nombre significa “Dios recuerda”. Su hijo, ahora no podrá ser llamado “Dios
recuerda”, porque las promesas de Dios se están cumpliendo. La misión profética
de Juan debe indicar la misericordia de Dios. Él, por tanto, se llamará Juan, o
sea, “Dios es misericordia”. Esta misericordia se manifiesta en la visita al
pueblo, exactamente “como lo había prometido por boca de sus santos profetas de
un tiempo”. El nombre indica por esto la identidad y la misión del que ha de
nacer. Zacarías escribirá el nombre de su hijo sobre una tablilla para que
todos pudiesen verlo con asombro. Esta tablilla evocará otra inscripción,
escrita por Pilatos para ser colgada en la cruz de Jesús. Esta inscripción
revelaba la identidad y la misión del crucificado: “Jesús Nazareno rey de los
Judíos”. También este escrito provocó el asombro de los que estaban en
Jerusalén por la fiesta.
El
objetivo del relato del evangelio es mostrar que Juan Bautista era un profeta y
presentarlo como precursor de Jesús. En el evangelio se presentan los
elementos para resaltar que Juan es un elegido de Dios: sus padres ancianos y
la madre estéril. Además, el nombre de Juan viene de lo alto, como revelación,
indicado por Dios. “No temas, Zacarías, tu mujer, Isabel, te dará a luz un hijo
y le pondrás por nombre Juan” (Lc 1,13).
Zacarías, cumplido el castigo, recupera el habla, y todos los vecinos y
parientes quedan impresionados. Se preguntaban:”¿Qué va a ser de este niño?”
porque la mano de Dios estaba con él.
Se
nos dice poco sobre su infancia: vida solitaria en el desierto: “se iba
desarrollando físicamente y su espíritu se iba fortaleciendo, y vivió en el
desierto hasta el día en que se dio a conocer al pueblo de Dios”.
Así comenta San
Agustín este relato de la natividad de San Juan Bautista: " La Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo
sagrado, y él es el único de los santos cuyo nacimiento se festeja; celebramos
el nacimiento de Juan y el de Cristo. Ello no deja de tener su significado, y,
si nuestras explicaciones no alcanzaran a estar a la altura de misterio tan
elevado, no hemos de perdonar esfuerzo para profundizarlo y sacar provecho de
él.
Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de
una jovencita virgen. El futuro padre de Juan no cree el anuncio de su
nacimiento y se queda mudo; la Virgen cree el del nacimiento de Cristo y lo
concibe por la fe. Esto es, en resumen, lo que intentaremos penetrar y
analizar; y, si el poco tiempo y las pocas facultades de que disponemos no nos
permiten llegar hasta las profundidades de este misterio tan grande, mejor os
adoctrinará aquel que habla en vuestro interior, aun en ausencia nuestra, aquel
que es el objeto de vuestros piadosos pensamientos, aquel que habéis recibido
en vuestro corazón y del cual habéis sido hechos templo.
Juan viene a ser como la línea divisoria entre
los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor,
cuando dice: La ley y los profetas llegaron hasta Juan. Por tanto, él es como
la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica
lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado
profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María,
salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su
misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de
que él lo vea. Estas cosas pertenecen al orden de lo divino y sobrepasan la
capacidad de la humana pequeñez. Finalmente, nace, se le impone el nombre,
queda expedita la lengua de su padre. Estos acontecimientos hay que entenderlos
con toda la fuerza de su significado.
Zacarías calla y pierde el habla hasta que nace
Juan, el precursor del Señor, y abre su boca. Este silencio de Zacarías
significaba que, antes de la predicación de Cristo, el sentido de las profecías
estaba en cierto modo latente, oculto, encerrado. Con el advenimiento de aquel
a quien se referían estas profecías, todo se hace claro. El hecho de que en el
nacimiento de Juan se abre la boca de Zacarías tiene el mismo significado que
el rasgarse el velo al morir Cristo en la cruz. Si Juan se hubiera anunciado a
sí mismo, la boca de Zacarías habría continuado
muda. Si se desata su lengua es porque ha nacido aquel que es la voz; en
efecto, cuando Juan cumplía ya su misión de anunciar al Señor, le dijeron: ¿Tú
quién eres? Y él respondió: Yo soy la voz que grita en el desierto. Juan era la
voz; pero el Señor era la Palabra que en el principio ya existía. Juan era una
voz pasajera, Cristo la Palabra eterna desde el principio". ( San Agustín, obispo. Sermón 293,1-3: PL 38,1327-1328 (Liturgia de las Horas)
San Juan Nos enseña a cumplir con la misión
que adquirimos el día de nuestro bautismo: ser testigos de Cristo viviendo en
la verdad de su palabra; transmitir esta verdad a quien no la tiene, por medio
de nuestra palabra y ejemplo de vida. Nos enseña a reconocer a Jesús como lo
más importante y como la verdad que debemos seguir. Nosotros lo podemos recibir
en la Eucaristía todos los días...
Celebrando su fiesta y
mirándonos en su figura podríamos plantearnos hoy unas preguntas muy serias.
Porque también cada uno de nosotros ha recibido una misión que no puede ser
reemplazada por nadie más. El don de la fe que hemos recibido es al mismo
tiempo una responsabilidad.
¿Hasta qué punto sabemos
aproximarnos a las angustias y aspiraciones de quienes están a nuestro lado?
Quizás muchas veces estamos alejados de los demás y entonces nuestra palabra
resulta fría e impersonal, incapaz de hallar eco alguno en quienes nos rodean,
incapaz de hacer mella, como un cuchillo mal afilado.
Cuantas más barreras haya entre
nosotros y los demás, más difícil nos será contagiar algo, y menos aun la fe.
¿Somos conscientes de que
nuestra misión, como la de Juan, es la de facilitar a los demás el encuentro
con Jesús o bien damos una impresión excesiva de predicarnos a nosotros mismos?
¿Cuál es nuestra postura cuando la situación se vuelve adversa? ¿Somos capaces
en estos momentos de mantener una actitud valiente, constante y decidida o nos
echamos atrás dejándolo para otra ocasión más propicia y menos comprometida?
¿Cómo llevamos a término, en definitiva, la misión que nos ha sido confiada?
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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