domingo, 17 de junio de 2018

Comentarios a las lecturas del XI Domingo del Tiempo Ordinario 17 de junio de 2018

Hoy en las lecturas escucharemos palabras y anuncios acerca  del reino mesiánico anunciado por el profeta Ezequiel con la imagen del tallo que, con los cuidados del Señor, se convierte en su cedro noble, se hace realidad en el Reino de Dios que crece incontenible, a pesar de comienzos tan modestos como los de un diminuto grano de mostaza (evangelio).
El símbolo utilizado hoy es el árbol. Vayamos descubriendo los diversos matices teológicos y espirituales que este símbolo nos aporta cuando es aplicado al Reino de Dios, como se hace hoy.

Ezequiel anuncia en la primera lectura  ( Ez 17,22-24), Hacia el año 597 el rey de Babilonia, Nabucodonosor, se lleva a Joaquín (con los notables) cautivo a Babilonia, poniendo como rey vasallo suyo en Judá a Sedecías. Este, que era hermano de Joaquín juró fidelidad al rey de Babilonia, pero el año 588 rompe este juramento de fidelidad y pide auxilio al faraón Ofra. Nabucodonosor reacciona rápidamente y somete por la fuerza a Judá conquistando Jerusalén el año 586.
Teniendo presente este cuadro; podemos comprender el sentido de la lectura de hoy.El pueblo desterrado ha perdido su esperanza; entre los miembros de la comunidad cunde el desaliento. Ezequiel debe gritar: El Señor no os ha abandonado, sino que os va a colmar de bendiciones a través de un nuevo rey salido de la estirpe de David. Y Dios no sólo habla, sino que también actúa (v. 25).
Image result for cedro-Así, el Señor, coge también un esqueje del cogollo del cedro y lo planta en suelo adecuado (v. 22), pero su plantel no está condenado al fracaso como el de Babilonia, ya que nunca abandonará el suelo de Israel (II Sam, 7). El esqueje plantado en el monte Sión (=morada perpetua de Dios; cfr. Salm 68, 16 ss), se convierte en un gran árbol frondoso capaz de cobijar bajo sus ramas a todas las aves del universo. El pequeño reino de Israel, que había perdido todo, incluso su esperanza, se convierte, con este esqueje, en lugar de refugio y salvación para todas las naciones del mundo. Esto no lo consigue el pueblo con sus fuerzas, sino Dios. El es el Señor del tiempo y de la historia y hace lo que quiere aunque los humanos nos empeñemos en hacer lo contrario: "... verán que yo humillo al árbol elevado y elevo al árbol humilde.." (v. 24).
El último versículo nos invita a trascender un poco el orden puramente temporal y pasar más allá de la instancia concreta de poder, de dominio, de política, a una visión más universalista: un día el retoño mesiánico plantado por Dios Padre dará verdadero fruto para todo el mundo en la montaña del Calvario.

El responsorial es el Salmo 91. (Sal 91, 2-3. 13-14. 15-16). Este salmo es un himno que se asemeja mucho al salmo I. Un hombre piadoso canta la "felicidad", que surge de su contemplación permanente de las "acciones" de Dios, obras de su "amor-fidelidad" (Hessed). En oposición, ve lo efímero de los impíos, cuyo éxito es sólo pasajero y frágil... Mientras los justos se arraigan en la solidez de Dios.
El libro de Job contribuyó a profundizar estas reflexiones, reconociendo con realismo que los "impíos" dan la impresión de una prosperidad total aquí abajo, en tanto que los "justos" pueden darla de fracaso. Es un problema siempre actual. El libro de la Sabiduría (3,1-9), que se lee en las Misas de los mártires, da la respuesta definitiva: "Las almas de los justos están en las manos de Dios. Los "insensatos" creen que los buenos están muertos; sin embargo descansan en paz. Aunque a los ojos de los hombres parecían ser castigados, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Los impíos al contrario recibirán el castigo que merecen sus "malos pensamientos".
Así comenta San Juan Pablo II el salmo 91. Alabanza a Dios creador
" 1. La antigua tradición hebrea reserva una situación particular al salmo 91, que acabamos de proclamar como el canto del hombre justo a Dios creador. En efecto, el título puesto al Salmo indica que está destinado al día de sábado (cf. v. 1). Por consiguiente, es el himno que se eleva al Señor eterno y excelso cuando, al ponerse el sol del viernes, se entra en la jornada santa de la oración, la contemplación y el descanso sereno del cuerpo y del espíritu.
En el centro del Salmo se yergue, solemne y grandiosa, la figura del Dios altísimo (cf. v. 9), en torno al cual se delinea un mundo armónico y pacificado. Ante él se encuentra también la persona del justo que, según una concepción típica del Antiguo Testamento, es colmado de bienestar, alegría y larga vida, como consecuencia natural de su existencia honrada y fiel.
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4. Luego se nos presenta la figura del justo, dibujada como en una pintura amplia y densa de colores. También en este caso se recurre a una imagen del mundo vegetal, fresca y verde (cf. vv. 13-16). A diferencia del malvado, que es como la hierba del campo, lozana pero efímera, el justo se yergue hacia el cielo, sólido y majestuoso como palmera y cedro del Líbano. Por otra parte, los justos están "plantados en la casa del Señor" (v. 14), es decir, tienen una relación muy firme y estable con el templo y, por consiguiente, con el Señor, que en él ha establecido su morada.
La tradición cristiana jugará también con los dos significados de la palabra griega fo¤nij, usada para traducir el término hebreo que indica la palmera. Fo¤nij es el nombre griego de la palmera, pero también del ave que llamamos "fénix". Ahora bien, ya se sabe que el fénix era símbolo de inmortalidad, porque se imaginaba que esa ave renacía de sus cenizas. El cristiano hace una experiencia semejante gracias a su participación en la muerte de Cristo, manantial de vida nueva (cf. Rm 6, 3-4). "Dios (...), estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo" -dice la carta a los Efesios- "y con él nos resucitó" (Ef 2, 5-6).
5. Otra imagen, tomada esta vez del mundo animal, representa al justo y está destinada a exaltar la fuerza que Dios otorga, incluso cuando llega la vejez: 
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Así pues, el salmo 91 es un himno optimista, potenciado también por la música y el canto. Celebra la confianza en Dios, que es fuente de serenidad y paz, incluso cuando se asiste al éxito aparente del malvado. Una paz que se mantiene intacta también en la vejez (cf. v. 15), edad vivida aún con fecundidad y seguridad.
Concluyamos con las palabras de Orígenes, traducidas por san Jerónimo, que toman como punto de partida la frase en la que el salmista dice a Dios:  "Me unges con aceite nuevo" (v. 11). Orígenes comenta:  "Nuestra vejez necesita el aceite de Dios. De la misma manera que nuestro cuerpo, cuando está cansado, sólo recobra su vigor si es ungido con aceite, como la llamita de la lámpara se extingue si no se le añade aceite, así también la llamita de mi vejez necesita, para crecer, el aceite de la misericordia de Dios. Por lo demás, también los apóstoles suben al monte de los Olivos (cf. Hch 1, 12) para recibir luz del aceite del Señor, puesto que estaban cansados y sus lámparas necesitaban el aceite del Señor... Por eso, pidamos al Señor que nuestra vejez, todos nuestros trabajos y todas nuestras tinieblas sean iluminadas por el aceite del Señor" (74 Omelie sul Libro del Salmi, Milán 1993, pp. 280-282, passim). (San Juan Pablo II en la Catequesis de la audiencia general del miércoles, 12 de Junio 2002.)


La segunda lectura ( 2 Co 5, 6-10), de hoy nos presenta un texto situado en el contexto de unos capítulos donde prima el tema de la Nueva Alianza y su superioridad respecto a la antigua.
San Pablo  expone las dificultades con que suele tropezar el apóstol como ministro de la nueva alianza y la confianza que tiene en medio de esas dificultades.
San Pablo   amplia estas reflexiones  con el tema de la esperanza en una vida mejor.
En primer lugar destaca la seguridad en una vida futura que Pablo tiene. No se refiere a una vida terrena, sino más allá de la muerte. Piensa que esa vida futura es la verdadera, en el sentido que se desprende de la comparación de destierro y estar en patria que utiliza en estos versos.
Esa seguridad, en segundo término, es tan grande que prefiere separarse del cuerpo, morir, para estar con el Señor Jesús.
En tercer lugar hay un esfuerzo ético para vivir como Dios quiere. No ha de interpretarse esta voluntad o el agrado que se "proporciona" a Dios con nuestra conducta como algo arbitrario, algo que Dios quiere o que le gusta porque sí, sino porque es el modo más humano de vivir. Por eso Dios está a favor de ciertas conductas, precisamente las más beneficiosas para los hombres.
El texto de hoy nos plantea un punto esencial en esta nueva situación que es la tensión entre el presente y el futuro, lo que se está viviendo ahora y lo que se espera vivir. Esto último no es algo simplemente futuro, todavía no alcanzado, de ninguna manera. Más bien al contrario: aquello que aún no se vive plenamente ya se tiene en germen ahora. De donde brota la confianza -tema central de este texto - como actitud fundamental del cristiano. Este no es una persona simplemente volcada hacia el futuro, sino viviendo lo actual, sabiendo que es una anticipación o comienzo total de aquello.
A san Pablo le parece que la vida actual es un destierro del Señor y quería desterrarse de ella para estar definitivamente con El. Es un pensamiento, mejor, un afecto, que, aunque no ve al Señor, lo siente tan presente que añora estar del todo con El, a todos los efectos. Para expresar esto se vale de un juego de palabras intraducible en castellano entre "estar desterrado" y "estar en el hogar".
Lo esencial es el subrayar la certeza de la vida futura, cosa puesta en duda actualmente más que en otros tiempos. Únicamente habría que precaverse contra detalladas descripciones de esa vida en deterioro de sus puntos esenciales y de su credibilidad. Lo importante es estar con Cristo para siempre.

El evangelio de hoy (Mc 4, 26-34), En un contexto de incomprensión Marcos introducía el domingo pasado el tema de la nueva familia de Jesús (Mc. 3. 20-35). Sigue a continuación el capítulo 4, del que está tomado el texto de hoy. Hasta ese capítulo el contenido de la enseñanza de Jesús ha sido el formulado en Mc. 1, 15: Se ha cumplido el plazo: el Reino de Dios ha llegado. En el capítulo 4 este contenido es formulado y ampliado por medio de parábolas. Marcos nos ofrece unas cuantas, una selección, y además nos informa de que el sentido de estas parábolas no es obvio ni inmediato.
¿Qué es una parábola? ¿Cuál es su fín? ¿Dónde está su significado preciso? La parábola es una semejanza inspirada en los acontecimientos cotidianos conocidos para mostrarnos la relación con algo desconocido. Las parábolas son metáforas o episodios de la vida, que ilustran verdades morales o espirituales. Jesús ha usado con frecuencia este género literario para explicar el misterio del Reino de Dios y de su Persona. Son discursos cifrados que deben ser aclarados desde la fe.
El objetivo de las parábolas usadas por Jesús es estimular el pensamiento, provocar la reflexión y conducir a la escucha y a la conversión. Para poder comprender las parábolas es imprescindible la fe en quien la escucha; solamente de este modo puede descubrirse el misterio del Reino de Dios, que es enigma indescifrable para los que no aceptan el evangelio.
Hoy el texto nos presentan dos parábolas.
En la parábola del campesino perseverante (vv. 26-29), el reino de Dios es comparado al lento crecimiento de la semilla hasta su cosecha, y, simultáneamente, con la larga inactividad del campesino antes de su febril actividad de la recolección (que es descrita, por lo demás, partiendo de Jl 4, 13; cf. también Ap 14, 14-16). Esa recolección, de conformidad con toda la Biblia y con la referencia a Joel, es, sin duda alguna, el juicio de Dios que inaugura su reino efectivo. Esto equivale a decir que es Dios el agricultor: es indudable que no va a tardar en intervenir y de forma tan espectacular como un segador en la recolección.
Es verdad que ahora, y de manera especial a lo largo del ministerio de Jesús, Dios parece no intervenir: deja a Cristo aislado, sin éxito, cada vez más rechazado por los suyos. Pero este silencio de Dios no deja por eso de estar vinculado al juicio venidero, lo mismo que la inactividad del agricultor mientras brota la semilla no deja de estar vinculada a su actividad de segador.
Esta parábola presenta como el sembrador no está inactivo, sino que espera día y noche hasta que llegue la cosecha cuando el grano esté a punto para meter la hoz. El sembrador representa a Dios que ha derramado abundantemente la semilla sobre la tierra por medio de Jesús, "sembrador de la Palabra". A pesar de las apariencias contrarias, el crecimiento es graduado y constante: primero el tallo, luego la espiga, después el grano. Un día llegará el tiempo de la cosecha, es decir, el cumplimiento final del Reino de Dios, que ha tenido sus muchas y diversas etapas antecedentes.
La segunda parábola del grano de mostaza, la semilla más pequeña, responde a los que tienen dudas sobre la misión de Cristo o su esperanza frustrada. Los comienzos insignificantes pueden tener un resultado final de proporciones grandiosas. Ya san Ambrosio dijo que Jesús, muerto y resucitado, es como el grano de mostaza. Su reino está destinado a abarcar a la humanidad entera, sin que esto signifique triunfalismo eclesial.
Esta parábola alimenta la confianza en Dios al subrayar el contraste entre los humildes comienzos del reino (v. 31) y la magnitud de la tarea escatológica (v. 32, en donde el tema del nido está tomado de las escatologías judías consagradas a la incorporación de los paganos en el pueblo de Dios; cf. Ez 17, 22-24). Con esta parábola Jesús ha querido, seguramente, responder a la objeción de quienes se oponían a la pequeñez de los medios utilizados por Jesús para la gloria del Reino esperado, y que ridiculizaban la pobreza y la ignorancia de los discípulos de Jesús frente al cortejo triunfal que habría de inaugurar los últimos tiempos.
En realidad, en lo minúsculo actúa ya lo grandioso: incluso en el mundo que no conoce el reino, este está ya actuando; incluso en el corazón del pecador más endurecido puede brillar aún una lucecita y convertirse en gloria y fuego devorador. Se trata de tomar a Dios en serio a pesar de todas sus apariencias.
Las dos parábolas de este domingo son un himno a la paciencia evangélica, a la esperanza serena y confiada. El fundamento de la esperanza cristiana, virtud activa, es que Dios cumple sus promesas y no abandona su proyecto de salvación. Incluso cuando parece que calla y está ausente, Dios actúa y se hace presente, siempre de una manera misteriosa, como le es propio. Aunque el hombre siembre muchas veces entre lágrimas, cosechará entre cantares.


Para tu vida.

En la primera lectura el profeta Ezequiel compara la acción de Dios con la de un campesino que reforesta las cumbres áridas con cedros que se caracterizan por su tamaño excepcional, por la duración de su madera y por su singular belleza. El nuevo Israel será un rebrote joven plantado en lo alto de los montes de Judá; atrás quedaría la soberbia de la monarquía y todos los peligros de su desmesurada avidez de poder. El profeta tiene la esperanza de que su pueblo renazca luego del exilio y su estirpe perdure como lo hacen los cedros que pueden llegar a durar dos mil años. Nosotros somos parte de ese pueblo y como parte también recibimos los efectos de la obra de Dios.
En una perspectiva mesiánica, Yahvé mismo trasplantará un retoño y éste crecerá en el más alto monte de Israel, en Sion, hasta convertirse en un cedro frondoso en el que anidarán toda clase de aves. Se trata, pues, de una profecía mesiánica, alusión a un señorío universal a cuyo amparo acudirán todos los pueblos. El profeta Ezequiel anuncia que el Señor – se entiende que en los tiempos mesiánicos- arrancará una rama del “alto cedro” (que no puede ser otro que Israel) y la plantará en la cima de un alto monte (el monte alto simboliza a Dios mismo). Por lo tanto, se habla de la elección de uno proveniente de Israel pero que al mismo tiempo tiene su arraigo fuera de las estructuras israelitas, en Dios mismo. Precisamente por esto, esta “rama” se convertirá en un cedro noble cuyas ramas albergarán a toda clase de aves (las aves simbolizan en las tradiciones rabínicas a los pueblos paganos). Se está hablando entonces de que en este personaje encontrarán acogida todos los pueblos, en él se hará realidad la universalidad de la salvación y se romperán todas las fronteras religiosas e ideológicas para formar un solo pueblo.
Por otro lado, conviene recordar que los cedros del Líbano eran árboles fuertes, frondosos, con una madera aromática inigualable. Eran tan apreciados que Salomón importaba la madera de estos cedros para revestir las paredes del Templo y su aroma llegó a ser considerado como símbolo del perfume/amor divino que llenaba su casa.
Esta imagen del árbol grande, la encontramos de nuevo en la parábola evangélica del grano de mostaza del evangelio de hoy. El soberbio árbol del imperio de Babilonia será humillado por Yahvé, que ensalzará al humilde árbol de la casa de David. De un renuevo suyo nacerá el liberador de Israel.

También el salmo de hoy (Sal 91) apunta en esta dirección de crecimiento del reino y del justo que vive desde el reino, al llamar al justo “cedro del Líbano”. Se refiere, claro está, a ese “resto fiel de Israel” que supo mantenerse firme en la confianza absoluta en Yahvé, en la esperanza del cumplimiento de las promesas y en el amor a pesar de la decadencia de las estructuras religiosas de Israel. Empieza a perfilarse una identificación entre el Mesías anunciado por Ezequiel y el resto fiel.
San Juan Pablo II comenta así el salmo 91: " Así pues, el salmo 91 rebosa felicidad, confianza y optimismo, dones que hemos de pedir a Dios, especialmente en nuestro tiempo, en el que se insinúa fácilmente la tentación de desconfianza e, incluso, de desesperación.
4. Nuestro himno, en la línea de la profunda serenidad que lo impregna, al final echa una mirada a los días de la vejez de los justos y los prevé también serenos. Incluso al llegar esos días, el espíritu del orante seguirá vivo, alegre y activo (cf. v. 15). Se siente como las palmeras y los cedros plantados en los patios del templo de Sión (cf. vv. 13-14).
El justo tiene sus raíces en Dios mismo, del que recibe la savia de la gracia divina. La vida del Señor lo alimenta y lo transforma haciéndolo florido y frondoso, es decir, capaz de dar a los demás y testimoniar su fe. En efecto, las últimas palabras del salmista, en esta descripción de una existencia justa y laboriosa, y de una vejez intensa y activa, están vinculadas al anuncio de la fidelidad perenne del Señor (cf. v. 16). Así pues, podríamos concluir con la proclamación del canto que se eleva al Dios glorioso en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis:  un libro de terrible lucha entre el bien y el mal, pero también de esperanza en la victoria final de Cristo:  "Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de las naciones! (...) Porque sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti, porque  han quedado de manifiesto tus justos designios. (...) Justo eres tú, aquel que es y que era, el Santo, pues has hecho así justicia. (...) Sí, Señor, Dios  todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos" (Ap 15, 3-4; 16, 5. 7). " ( San Juan Pablo II. A udiencia general del miércoles 3 de septiembre de 2003)


San Pablo , en su carta a los Corintios nos recuerda  “todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida”. No se trata de estar con la amenaza del castigo, pero Pablo sabía perfectamente lo que se decía. La misericordia del Señor es infinita y su justicia también. Y, asimismo, muchos de nuestros actos no comportan la aceptación del crecimiento de la “pequeña semilla” en nuestro interior y eso es complejo y grave. Dejemos que Dios actúe que sus semillas crezcan de acuerdo con su ley y que nosotros, un día, descubramos con júbilo que la semilla de Dios echa brotes en nuestro corazón y nuestra conciencia.
Dado que nuestra patria definitiva es el cielo, la tierra es un lugar de paso. Dios quiere que seamos felices también aquí, pero solo son felices aquellos que ponen su mirada en el Señor. Si nos dejamos llevar por el egoísmo y solo dirigimos nuestros ojos a lo material, nos olvidamos de Dios y de los demás y nos encaminamos a la perdición. Este camino no puede llevarnos a la felicidad. Nos lo recuerda San Agustín en su comentario a esta lectura de la segunda carta a los corintios: “Estamos en camino: corramos con el amor y la caridad, olvidando las cosas temporales. Este camino requiere gente fuerte; no quiere perezosos. Abundan los asaltos de las tentaciones; el diablo acecha en todas las gargantas del mismo, por doquier intenta entrar y hacerse dueño. Y a aquel de quien se adueña, o bien le aparta del camino, o bien le retarda; le vuelve atrás y hace que no avance, o le saca del camino mismo para sujetarle con los lazos del error y de las herejías o cismas y llevarle a otros tipos de supersticiones. Permaneced, pues, fuertes en la fe; que nadie os induzca al engaño mediante ningún tipo de promesa; que nadie os fuerce a engañar mediante ninguna amenaza. Cualquier cosa que sea la que te ha prometido el mundo, mayor es el reino de los cielos; cualquiera que sea la amenaza del mundo, mayor es la amenaza del infierno”.
También San Pablo hace hincapié en la realidad corporal del cristiano. Nada de espiritualismos facilones que invitarían al escapismo, a la “fuga mundi”, al descompromiso con el aquí y el ahora.  Vale la pena recordar, para comprender cabalmente este texto, que en la antropología semita (bíblica), el concepto “cuerpo” señala la dimensión de manifestación sensible de la interioridad humana. Es cuerpo el hombre entero en tanto se manifiesta e impacta a los demás, en tanto entabla relaciones. Se puede ser “cuerpo carnal” si se vive de cara a uno mismo, sin referencia dialogal positiva a los otros (sobre todo al Otro) y se puede ser “cuerpo espiritual” si se viven relaciones de apertura y respeto, de entrega y servicio al Otro y a  los otros.
Es verdad que el apóstol utiliza formas de expresión con claros acentos dualistas ( " desterrados del Señor mientras permanecemos en el cuerpo"), pero su intención no es avalar el dualismo platónico sino simplemente mostrar que en el plano histórico corpóreo es imposible la plena comunión con Dios (le vemos sólo en la fe) y que sin embargo, eso debe ser el aliciente para manifestarnos en el mundo como auténticos hijos de Dios (se nos tomarán cuentas de lo que hicimos mientras éramos cuerpo histórico.)


Del evangelio pocas parábolas pueden provocar mayor rechazo en nuestra cultura del rendimiento, la productividad y la eficacia, que esta pequeña parábola en la que Jesús compara el Reino de Dios con ese misterioso crecimiento de la semilla, que se produce sin la intervención del sembrador.
Esta parábola, tan olvidada hoy, resalta el contraste entre la espera paciente del sembrador y el crecimiento irresistible de la semilla. Mientras el sembrador duerme, la semilla va germinando y creciendo «ella sola», sin la intervención del agricultor y «sin que él sepa cómo».
Acostumbrados a valorar casi exclusivamente la eficacia del trabajo y el rendimiento de las personas, hemos olvidado que el evangelio habla de fecundidad, no de esfuerzo, pues Jesús entiende que la ley fundamental del crecimiento humano no es el trabajo, sino la acogida de la gracia que vamos recibiendo de Dios.
El evangelio nos muestra la “siembra mesiánica” en la que la semilla que producirá fruto (cedros del Líbano/árboles de mostaza) es Cristo mismo que se entrega, que se derrama sin medida en todas las tierras posibles. Nos presenta dos parábolas, dos mensajes sobre el Reino de Dios. Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas. En la primera parábola un hombre echa el grano en la tierra; el grano brota y crece. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en la santidad y la gracia, la verdad y la vida, la justicia, el amor y la paz. La semilla de la que habla el evangelio tiene una fuerza que no depende del sembrador. El evangelizador debe ser consciente de que es un colaborador de Dios y no el dueño que pueda manipular a su arbitrio la salvación. Aprendamos a trabajar por el Evangelio sin querer violentar los caminos de Dios. Aprendamos a escuchar al Señor y a llevar su mensaje de salvación orando para que el Señor haga que su Palabra rinda abundantes frutos de salvación en aquellos que son evangelizados. En la segunda parábola del grano de mostaza lo importante es la desproporción entre la pequeñez del principio (grano de mostaza) y la magnitud del final (el arbusto). Así ocurre con el Reino de Dios: escondido ahora e insignificante, ha de llegar un día (el "día del Señor"), cuando vuelva con "poder y majestad", en que se manifieste según toda su dimensión.
Al escuchar el evangelio de este domingo se nos presenta ante nosotros un gran reto: ¿estamos sembrando en la dirección adecuada? ¿Hemos estudiado a fondo la tierra en la que caen nuestros esfuerzos evangelizadores? ¿No estaremos desgastando inútilmente nuestras fuerzas cuando, la realidad de las personas, de la iglesia local, de las personas o de la sociedad es muy diferente a la de hace unos años?.
De las lecturas de hoy nos queda la imagen de Dios, que  es un labrador bueno, un campesino experto que escoge una rama tierna de cedro alto y frondoso, para plantarla en la cima de un monte elevado. Con la gran ilusión de quien planta un árbol, soñando con el día en que crezca hasta hacerse un cedro grande y espeso. Y sea un recuerdo perenne de la mano que un día remoto lo plantó.
Cristo es la rama florecida del tronco añoso de Jesé. El alto cedro que creció en la casa de Israel, en el monte Sión. Cedro que une el cielo y la tierra, árbol noble que extiende sus ramas dando sombra y frescor ante el fuego del sol de verano, protección y abrigo en los fríos del duro invierno... Pájaros sedientos que se asfixian bajo un sol de justicia, pájaros sin nido que se estremecen en el frío de las noches largas. Eso somos muchas veces y sólo tenemos un árbol  
Deja que Dios haga las cosas a su modo, permítele que doblegue tu vida para encaminarla por la dirección que Él conoce mejor que tú. Déjale que corte, que raspe, que pode. Y serás un árbol que dé buenos frutos, el revés de ese árbol seco ennegrecido que eres sin Dios. No seas soberbio, no resistas la acción divina, no te empeñes en torcer tu vida por los vericuetos que te sugiere tu loca imaginación. Crece en el sentido de Dios, y serás, como Cristo, un árbol en forma de Cruz del que penda la salvación del mundo entero.



Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com


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