En este domingo en muchas parroquias,
se administrará el sacramento de la Unción de Enfermos a todos aquellos
enfermos que deseen recibirlo.
La primera lectura del
Libro de los Hechos de los apóstoles (Hech. 10, 25-26,34-35,44-48). En este
capítulo se trata de una nueva intervención del Espíritu Santo para que la
iglesia salga del ambiente judío y el evangelio llegue a los demás. Cornelio es
(como el etíope de 8,27) un hombre que teme a Dios, o sea, un extranjero que,
sin adherirse a la comunidad judía, cree en el Dios único de los judíos.
Cornelio
era centurión de la cohorte itálica, una de las más prestigiosas del imperio
romano. Hombre profundamente religioso que temía al Señor y que "hacía
muchas limosnas al pueblo y oraba continuamente a Dios". Un pagano que
sentía en lo más íntimo de su alma la necesidad de amar y dar culto al
verdadero Dios... Cristo lo había predicho: “Vendrán de Oriente y de Occidente, para sentarse en la mesa de los
hijos de Abrahán, de los hijos de Dios”. Es uno de los momentos primeros en
los que esa profecía maravillosa se cumple. En contra incluso de lo que
pensaban los judíos, entre los que también estaban los mismos apóstoles.
En
efecto, Pedro, el primero de todos ellos, se va a oponer a la admisión de los
gentiles de un modo casi instintivo. Él seguía pensando que no debía de entrar
tan siquiera en la casa de un pagano, convencido de que ese acto le manchaba,
le dejaba impuro ante Dios... Pero el Espíritu, la gran fuerza que mueve a la
Iglesia, le empuja a vencer sus escrúpulos de judío observante. Y entra en casa
de Cornelio. Y descubre atónito la buena disposición de aquel soldado romano,
sus sinceros deseos de encontrar el verdadero camino.
"Levántate que yo también soy hombre"
-responde Pedro a esa actitud de humilde adoración-. Es un encuentro
imborrable, un primer e importante paso para la difusión universal del
Evangelio del amor y de la verdad. Gracias a esto, también nosotros, los
paganos de la remota Hispania, escucharíamos un día la proclamación del mensaje
cristiano.
El
episodio de la conversión de Cornelio ha sido uno de los más decisivos para la
comunidad cristiana primitiva. Pedro aparece en su papel de primer responsable
de la misma. Mientras comienza a tomar posiciones de cara a la influencia del
Templo y del judaísmo en la vida de los primeros cristianos, una
"visión" (Act 10, 1-17) le incita a adoptar una actitud de
considerable repercusión en el futuro: se trata de la apertura de la misión y
el brusco viraje que no tardará en producirse en la comunidad.
Pedro,
por tanto, ha derribado el muro de separación que, en cada ciudad de Oriente,
se levantaba hasta entonces entre la comunidad judía y la gentilidad.
Al
ver Pedro la de fe de aquel puñado de paganos, se siente conmovido. Descubre en
los hechos la magnanimidad grandiosa de Dios, su corazón grande, inmenso, tan
lleno de amor y de deseos de salvación. En él no hay acepción de personas, no
hay clases sociales, no hay favoritismos, no hay injusticias. Las puertas de su
casa, la Iglesia Santa, están abiertas de par en par para todos los hombres que
acepten, lealmente, su mensaje de liberación.
Los
judíos pensaban que sólo los descendientes de Abrahán podían participar en los
bienes que Dios daba a los hombres. Sólo ellos eran hijos del Altísimo. Pero
esa cortedad de miras se cambia de modo insospechado, para dar cabida en las
moradas eternas de Dios a todos los hombres, paganos o no, de la tierra.
Sólo
era necesario practicar la justicia y temor a Dios. Temor que no es miedo, temor
que es amor reverencial y entrañable. Temor no de siervo que tiembla ante el
látigo, sino temor de hijo amante que se entristece ante la posibilidad de
causar una pena a su buen Padre Dios... También es necesario practicar la
justicia. Dar a cada uno lo que es suyo, no aprovecharnos de nadie, por muy
débil que sea. Cumplir con honradez las obligaciones personales de cada momento
y circunstancia. Ese es el temor y esa es la justicia ante la que Dios se
complace, derramando a manos llenas su gracia, su paz, su amor.
Hoy el Salmo (salmo 97), es un canto entusiasta, que ha
sabido mostrar espléndidamente el sentido de la alabanza y dar su motivación,
en un alarde de experiencia divina y de sentido profético. Nos introduce en la escuela de alabanza en la cual se
inspiró el mismo Magníficat de María, y que nos enseña a todos el sentido de
exultación, de admiración, de esperanza y alegría frente a las obras de Dios,
de su providencia, de su salvación.
Este
es un "salmo del reino": una vez al año, en la fiesta de las Tiendas
(que recordaban los 40 años del Éxodo de Israel, de peregrinación por el
desierto), Jerusalén, en una gran fiesta popular que se notaba no solamente en
el Templo, lugar de culto, sino en toda la ciudad, ya que se construían
"tiendas" con ramajes por todas partes... Jerusalén festejaba a
"su rey". Y la originalidad admirable de este pueblo, es que este
"rey" no era un hombre (ya que la dinastía Davídica había
desaparecido hacía largo tiempo), sino Dios en persona. Este salmo es una
invitación a la fiesta que culminaba en una enorme "ovación" real:
"¡Dios reina!", "¡aclamad a vuestro rey, el Señor!"
Imaginemos este "Terouah", palabra
intraducible, que significa: "grito"... "ovación"...
"aclamación".
Originalmente,
grito de guerra del tiempo en que Yahveh, al frente de los ejércitos de Israel,
los conducía a la victoria... Ahora, regocijo general, gritos de alegría,
mientras resonaban las trompetas, los roncos sonidos de los cuernos, y los
aplausos de la muchedumbre exaltada.
¿Por
qué tanta alegría? Seis verbos lo indican: ¡seis "acciones" de Dios!
Cinco de ellas están en "pasado" (o más exactamente en
"acabado": porque el hebreo no tiene sino dos tiempos de conjugación
para los verbos, "el acabado", y el "no acabado"). "El
ha hecho maravillas"... "Ha salvado con su mano derecha"...
"Ha hecho conocer y revelado su justicia"... "Se acordó de su Hessed"... (Amor-fidelidad que llega a lo más profundo
del ser); "El vino-el viene"... Y para terminar, un verbo en tiempo,
"no acabado", que se traduce en futuro a falta de un tiempo mejor (ya
que esta última acción de Dios está solamente sin terminar aunque comenzada):
"El regirá el orbe con Justicia y los pueblos con rectitud"...
Observemos
la audaz "universalidad" de este pensamiento de Israel. La salvación
(justicia-fidelidad-amor) de que ha sido objeto la Casa de Israel... está,
efectivamente destinada a "todas las naciones": ¡El Dios que aclama
como su único Rey, será un día el rey que gobernará la humanidad entera.
Entonces será poca la potencia de nuestros gritos! ¡Será poca toda la
naturaleza, el mar, los ríos, las montañas, para "cantar su alegría y
aplaudir"!
Como tantas veces, si el salmista logró
componer un himno tan perfecto y que tan profundamente expresa sus sentimientos
religiosos, cuánto más profundamente lo pueden comprender y hacer suyo los
cristianos, nosotros que hemos visto la realización completa del plan de Dios,
de su venida a nuestro mundo, que hemos visto su "victoria" en la
redención del hombre, triunfando sobre el pecado y la muerte, resucitando e
inaugurando las nuevas realidades de su reino entre los hombres. A partir de
entonces, la misma historia de los hombres se ha dividido en dos, como para
indicar con este elemento profano que realmente Dios ha venido a regir la
tierra y a darle los cauces para una nueva etapa de vida.
El campo de la fe del cristiano es
mucho más vasto, mucho más claro y mucho más grandioso que el campo de la fe
del salmista. Por esto nuestra alabanza debería ser todavía más intensa, más
auténtica y más sentida.
El salmo de hoy es un buen ejemplo para
un ejercicio de admiración y de alabanza frente a las maravillas de Dios, que
culminan en el centro de la fe cristiana, la vida y la obra de Cristo Jesús,
Rey de la paz y Rey del universo.
-
vv. 1-3: cantan la victoria y salvación de Yahvé
-
vv. 4-6: la humanidad ensalza a Yahvé
-
vv. 7-9: la naturaleza se suma a esta alabanza
Ha
hecho maravillas (w. 1-3)
La
primera frase del salmo es una invitación a la alabanza a Dios con un canto
nuevo. Las maravillas de Dios son tan grandes, tan inesperadas, que el pueblo
no puede contentarse con las alabanzas rituales conocidas: parece que requiere
algo nuevo y grandioso. Dios es el obrador de grandes cosas, y su victoria ha
sido total. Su brazo, es decir, su fuerza invencible, es quien ha actuado (no
la fuerza del hombre).
Ciertamente
el salmista piensa en la restauración de Israel después del exilio de
Babilonia, cuando tiene lugar un nuevo inicio en la vida, en la religión, en la
liturgia del templo. Este período feliz vendrá después del retorno, y este solo
pensamiento produce en el salmista (igual que en Isaías) un potencial enorme de
alegría y entusiamo. Dios realiza estas maravillas de
salvación porque ama a su pueblo, porque nunca lo ha olvidado y ha tenido
siempre presentes su misericordia y su fidelidad. El versículo 3:
"se acordó de su misericordia
y su fidelidad en favor de la casa de Israel"
y su fidelidad en favor de la casa de Israel"
ha
inspirado muy de cerca el Magníficat de María (Lc
1,54), cántico que se mueve en la misma sintonía de alabanza al Dios que actúa
en favor de su pueblo y de los humildes.
Suenen
los instrumentos (vv. 4-6)
Las
obras de Dios son contempladas por todo el mundo:
"los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios".
la victoria de nuestro Dios".
Es
una acción de Dios que percibe (o percibirá) el mundo entero, que conocerán
todos los pueblos y por esto alabarán a Dios. La vuelta a Sión, que según el
Segundo Isaías superará en grandiosidad al mismo Exodo
(Is 49), será el comienzo de esta justicia de Dios y
la celebrarán todos los pueblos porque en la nueva etapa Israel será algo
grande y su nombre se dejará sentir en todas partes.
Por
esto ahora el salmista invita a toda la tierra a cantar al Señor, a aclamar a
Dios sonando toda clase de instrumentos: ahora es la música quien acompaña esta
sinfonía grandiosa de alabanza: "tañed la cítara... suenen los
instrumentos".
La segunda lectura de la 1ª carta de San Juan (1 Jn, 4,7-10). En este
fragmento tan conocido -el último de los que leemos-de la primera carta de Juan
nos hace llegar hasta la fuente del amor del creyente y de todo amor:
Este
fragmento se puede dividir en dos partes: la primera vuelve a tomar una vez más
los criterios para distinguir el espíritu de la verdad y el espíritu del error
(vv 1-6). La segunda trata el tema del amor entre sí
de los cristianos, y arraiga y cimenta este amor en el amor de Dios (7-10).
Apenas
nos dice cosas nuevas en este fragmento. Tal vez la que sobresale, y que todos
conocemos bien, es la afirmación de que Dios es amor. Es interesante el
realismo que se entrevé. El autor no nos dice que él ya sabe lo que es el amor,
al margen de la manifestación de Dios. Más bien, la manifestación del amor de
Dios en Jesús es "primero", es anterior a toda otra idea de lo que es
el amor. Ahora bien: a la luz de la entrega incondicional de Dios en Jesús -que
no se reserva nada, y llega hasta el sacrificio y la sangre- descubre el autor
de alguna manera lo que Dios es. Por eso encuentra que el amor de los hombres
es un reflejo de Dios: «la caridad viene de Dios». Amar al hermano
desinteresadamente, incondicionalmente -éste es el amor de Dios o el Dios que
ama- es una muestra de que somos de Dios, de que hemos nacido de Dios y de que
somos sus hijos.
Dios
es amor, es alguien que ama y nos ha mostrado que su amor es "con obras y
según la verdad" (cfr. segunda lectura del domingo anterior): "En esto se manifestó el amor que Dios nos
tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único".
La
consecuencia de ello es clara: quien ama con un amor generoso y desinteresado
como el que hemos conocido en Cristo, éste va entrando en el conocimiento de
quién es Dios, es decir, va entrando en una relación personal y de comunión con
El y se convierte en verdadero hijo.
Por
tanto, el único modo de verificar si realmente somos hijos de Dios, si tenemos
fe, es amar a los hermanos: "Amémonos unos a otros ya que el amor es de
Dios". Y siempre sabiendo que nuestras realizaciones no serán más que una
aproximación al amor que Dios nos tiene, a El que "nos amó" primero,
dándonos a nosotros esta capacidad.
San
Juan se nos dice: " Queridos hermanos, amémonos unos
a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y
conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor" frase
que podemos considerar como resumen de todo el pensamiento de
san Juan sobre lo que es Dios: Dios es amor. Toda nuestra relación con Dios, si
queremos que sea una relación directa y fundamental, debe fundarse siempre en
el amor. El amor de Dios es divino, claro, pero nos lo manifestó de forma clara
y manifiesta en un hombre, en su Hijo Jesús. Por eso, nosotros, cuando queremos
amar a Dios como él nos amó, debemos amarnos unos a otros como Cristo nos amó.
Cristo nos amó hasta dar su vida por nosotros, por eso nosotros debemos amarnos
unos a otros hasta gastarnos y desgastarnos en el servicio a los demás. Si no
amamos a los demás no amamos a Dios, porque así nos lo enseñó Jesús.
Hoy el evangelio de San Juan (Jn 15, 9- 17), Bajo la luz de
la Pascua seguimos contemplando a Jesús que abre su corazón a los apóstoles, en
la intimidad del Cenáculo.
V
9. "Como
el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.."No se puede
pasar en silencio una declaración tan asombrosa como ésta. Jesús vino a
revelarnos ante todo el amor del Padre, haciéndonos saber que nos amó hasta
entregar por nosotros a su Hijo, Dios como El (3, 16). Y ahora, al declararnos
su propio amor, usa Jesús un término de comparación absolutamente insuperable,
y casi diríamos increíble, si no fuera dicho por El.
V 11. " Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud" .Porque no puede existir para el hombre mayor gozo que el de saberse amado así.
V 11. " Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud" .Porque no puede existir para el hombre mayor gozo que el de saberse amado así.
V
14." Vosotros
sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando ". Si hacéis esto que os
mando, es decir, si os amáis mutuamente como acaba de decir en el v. 12,el
mandamiento del amor es el fundamento de todos los demás.
V
15. " Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor:
a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado
a conocer" . Notemos
esta revelación: lo que nos transforma de siervos en amigos, elevándonos de la
vía purgativa a la unión del amor, es el conocimiento del mensaje que Jesús nos
ha dejado de parte del Padre. Y El mismo nos agrega cuán grande es la riqueza
de este mensaje, que contiene todos los secretos que Dios comunicó a su propio
Hijo.
16.
" No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De
modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé" Hay en
estas palabras de Jesús un inefable matiz de ternura. En ellas descubrimos, no
solamente que de El parte
la iniciativa de nuestra elección; descubrimos también que su Corazón nos elige
aunque nosotros no lo hubiéramos elegido a Él.
Vuestro
fruto permanezca: Es la característica de los verdaderos discípulos; no el
brillo exterior de su apostolado (Mat. 12, 19 y nota:
"), pero sí la transformación interior de las almas.
Como
para el evangelista San Juan, aquellas palabras han de adquirir para nosotros
una dimensión nueva y profunda después de que Cristo ha resucitado. Su victoria
de entonces, preludio de la victoria final y definitiva, confiere a nuestro
entendimiento una perspectiva más rica y luminosa para comprender lo que el
Maestro nos dijo. El triunfo de Jesús fortalece además nuestra voluntad,
enciende la ilusión y el entusiasmo de ser fiel a Jesucristo hasta la muerte,
para recibir luego la corona de la vida.
Declaración
de amor son las palabras que el Señor nos dice hoy: "Como el Padre me ha
amado, así os he amado Yo... Nadie tiene amor más grande que el que da la vida
por sus amigos. Vosotros sois mis amigos...". Palabras que abrasan el alma
y que fueron, y son, una realidad viva y gozosa; palabras que resuenan ahora
con la misma fuerza de la vez primera que se pronunciaron, con la misma
intensidad, con la misma urgencia. Pablo expresa con vigor esa incidencia del
amor de Dios en el alma y exclama: La caridad de Cristo nos urge. Sí, también a
ti y a mí nos urge con su impulso arrollador el amor divino.
Pero
el amor es cosa de dos. Dios nos ama con toda la grandeza infinita de su
corazón. Sin embargo, el hombre puede quedarse insensible al requerimiento
divino, puede decir que no, o lo que es peor puede responder que sí a medias,
sin que esas palabras de correspondencia pasen de sus labios, sin decir que sí
con el corazón, con las obras. Jesús nos urge insistente: "Permaneced en
mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que
yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor". Está
claro, no basta decir que se ama a Dios, hay que demostrarlo con una vida
coherente y fiel al querer divino.
Para nuestra vida
Seguimos bajo la luz de la Pascua
contemplamos a Jesús que abre su corazón
a los apóstoles, en la intimidad del Cenáculo. Como para el evangelista San
Juan, aquellas palabras han de adquirir para nosotros una dimensión nueva y
profunda después de que Cristo ha resucitado. Su victoria de entonces, preludio
de la victoria final y definitiva, confiere a nuestro entendimiento una
perspectiva nueva y luminosa para comprender lo que el Maestro dijo y nos dice.
El triunfo de Jesús fortalece además nuestra voluntad, enciende la ilusión y el
entusiasmo de ser fiel a Jesucristo hasta la muerte, para recibir luego la
corona de la vida.
En las lecturas de hoy se nos habla del
amor cristiano. El amor cristiano "Agape",
es un amor gratuito y entregado, que no consiste en la posesión del otro, sino
en la entrega desinteresada y en el sacrificio por el otro, Agapé
es, en primer lugar, un amor originario, que no nace en respuesta a otro amor
previo. No es un amor de correspondencia. El amor del Padre es gratuito, Él es
la fuente primordial del amor: "Él nos amó primero”. La mejor noticia que
el hombre ha recibido es que Dios le ama personalmente. Su amor está por encima
de la justicia.
Es un amor apasionado, que perdona, que
acude en persona en busca de la oveja perdida. Jesús ha perpetuado el acto de
entrega en la institución de la Eucaristía.
¡Cómo cambiaria el mundo y nuestra
Iglesia, si cuidáramos más este amor!. Pues a ello nos invitan hoy las
lecturas.
Las reflexiones sobre el amor se
completan hoy con otra reflexión importante, el de la evangelización sin
interponer obstáculos ni fronteras. Esta invitación-reflexión es importante
para nuestra vida eclesial, demasiadas veces centrada en cuestiones internas.
La primera lectura nos sitúa ante la profecía de
universalidad de la salvación, del mismo Cristo: “Vendrán de Oriente y de Occidente, para sentarse en la mesa de los
hijos de Abrahán, de los hijos de Dios”.
Es uno de los momentos primeros en los que esa profecía maravillosa se cumple.
Los judíos pensaban que sólo los descendientes de Abrahán podían participar en
los bienes que Dios daba a los hombres. Sólo ellos eran hijos del Altísimo.
Pero esa cortedad de miras se cambia de modo insospechado, para dar cabida en
las moradas eternas de Dios a todos los hombres, paganos o no, de la tierra.
También con esta mentalidad estaban los mismos apóstoles.
Cornelio era centurión de la cohorte
itálica, una de las más prestigiosas del imperio romano. Hombre profundamente
religioso que temía al Señor y que "hacía muchas limosnas al pueblo y
oraba continuamente a Dios". Un pagano que sentía en lo más íntimo de su
alma la necesidad de amar y dar culto al verdadero Dios...
En efecto, Pedro, el primero de todos
ellos, se va a oponer a la admisión de los gentiles de un modo casi instintivo.
Él seguía pensando que no debía de entrar tan siquiera en la casa de un pagano,
convencido de que ese acto le manchaba, le dejaba impuro ante Dios... Pero el
Espíritu, la gran fuerza que mueve a la Iglesia, le empuja a vencer sus
escrúpulos de judío observante. Y entra en casa de Cornelio. Y descubre atónito
la buena disposición de aquel soldado romano, sus sinceros deseos de encontrar
el verdadero camino.
Pedro responde a esa actitud de humilde
adoración, con una frase que invita al encuentro. "Levántate que yo
también soy hombre". Es un encuentro imborrable, un primer e importante
paso para la difusión universal del Evangelio del amor y de la verdad. Gracias
a esto, el evangelio se expandió, y en lejanas tierras escucharon un día la
proclamación del mensaje cristiano. y hoy nosotros podemos disfrutar y vivir
desde la realidad evangélica.
Al ver Pedro la de fe de aquel puñado
de paganos, se siente conmovido. Descubre en los hechos la magnanimidad
grandiosa de Dios, su corazón grande, inmenso, tan lleno de amor y de deseos de
salvación. En él no hay acepción de personas, no hay clases sociales, no hay
favoritismos, no hay injusticias. Las puertas de su casa, la Iglesia Santa,
están abiertas de par en par para todos los hombres que acepten, lealmente, su
mensaje de liberación.
Las
palabras de Pedro sobre que Dios no tiene acepción de personas no indican un
indiferentismo religioso, sino únicamente una igualdad de todos los hombres
para emprender el camino de salvación que está en la fe cristiana. No sabemos
si Pedro habría vacilado en administrar el bautismo a un hombre no judío (y no
circuncidado), como era el caso de Cornelio. Pero la manifestación del Espíritu
Santo le forzó la mano y, por fin, se bautiza a un hombre de otra raza. Hoy
también, en varios lugares, la iglesia está amenazada de quedar reducida a un
grupo social cerrado y tal vez anticuado. A los cristianos, sin embargo, se les
invita a dar un paso, a entablar el diálogo con todos los hombres. Dios está en
todas partes en que hay hombres que le buscan con sincero corazón. La comunión
en la escucha de la palabra de Dios, en la fe en Jesucristo y en la oración es
el signo de la presencia del Espíritu. El cristiano de hoy no tiene que
convencerse de esto mirando hacia atrás, a otros tiempos, sino poniendo su fe
en el presente y en el futuro.
El salmo es un cantico que nos invita a la alegría y al
agradecimiento al Señor.
EI Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia
Seguimos la reflexión de Carlos G.
Vallés " Creo en tu victoria, Señor, como si ya hubiera llegado, y lucho
por ella en el campo de batalla como si aun hubiera que ganarla con tu poder y
mi esfuerzo a tu lado. Esa es la paradoja de mi vida: tensión a veces, y certeza
siempre. Tú has proclamado tu victoria ante el mundo entero, y yo creo en tu
palabra con confianza absoluta, contra todo ataque y toda duda. Tu eres el
Señor, y tuya es la victoria. Sin embargo, Señor, tu tan anunciada victoria no
se deja ver todavía, y mi fe está a prueba. Ese es mi tormento.
Proclamo la victoria con los labios y
lucho con las manos para que venga. Celebro el triunfo y me esfuerzo por que
suceda. Creo en el futuro y y vivo feliz mi presente.
Me regocijo cuando pienso en el ultimo día y me echo a temblar cuando me
enfrento a la tarea del día de hoy. Sé que pertenezco a un ejército victorioso,
que al final, acabará por derrotar a toda oposición y conquistar todo el mundo;
pero caigo en el campo de batalla con sangre en el cuerpo y desencanto en el
alma. Soy soldado herido de un ejército triunfador. Mío es el triunfo y mías
las heridas. Piensa en mí, Señor, cuando anuncies tus victorias.
Robustece mi fe y abre mis ojos para
hacerme ver que tu victoria ya ha llegado, aunque quede velada bajo apariencias
humildes que ocultan la gloria de toda realidad celestial mientras seguimos en
la tierra. Tu victoria ha llegado porque tú has llegado; tú has andado los
caminos del hombre y has hablado su lengua; tú has gustado su miseria y has
llevado a cabo su redención; tú has hallado la muerte y has restaurado la vida.
Sé todo eso, y ahora quiero hacerlo realidad en mi vida para que yo mismo viva
esa fe y todos sean testigos. Hazme gustar la victoria en el alma para que
pueda proclamarla con los labios.
Entre tanto, gozo viendo en sueño y
profecía la victoria final que te devolverá la tierra entera a ti que la
creaste. Entonces todos lo verán y todos entenderán; la humanidad se unirá, y
todos los hombres reconocerán tu majestad y aceptarán tu amor. Ese día es ya
mío, Señor, en fe y esperanza". (CARLOS G. VALLÉS. Busco tu rostro. Orar
los Salmos).
La segunda lectura San Juan continua en su línea de la actitud
del amor:
San
Juan se nos dice: " Queridos hermanos, amémonos unos
a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y
conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor" frase
que podemos considerar como resumen de todo el pensamiento de
san Juan sobre lo que es Dios: Dios es amor. Toda nuestra relación con Dios, si
queremos que sea una relación directa y fundamental, debe fundarse siempre en
el amor. El amor de Dios es divino, claro, pero nos lo manifestó de forma clara
y manifiesta en un hombre, en su Hijo Jesús. Por eso, nosotros, cuando queremos
amar a Dios como él nos amó, debemos amarnos unos a otros como Cristo nos amó.
Cristo nos amó hasta dar su vida por nosotros, por eso nosotros debemos amarnos
unos a otros hasta gastarnos y desgastarnos en el servicio a los demás. Si no
amamos a los demás no amamos a Dios, porque así nos lo enseñó Jesús.
"Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es
de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" .
Estas frases del apóstol san Juan están dichas en el mismo sentido que tenían
las frases que dijo el apóstol Pedro.
Ya estamos viendo desde domingos
anteriores, como la Primera Carta del Apóstol San Juan es un canto al Amor de
Dios. El amor es de Dios, nos dice, y por eso debemos amarnos unos a otros.
Quien no ama no conoce a Dios. En el texto de este domingo encontramos la
expresión "Dios es Amor",
Más adelante nos dirá que tenemos que
permanecer en el amor para permanecer en Dios. Coincide con el consejo de Jesús
en el evangelio de hoy: "permaneced en mi amor".
"Si
Dios nos ha amado tanto, nosotros... ¿debemos a su vez amarle a Él”? No, nos
dice Juan. Sino "debemos amarnos los unos a los otros". Es muy
ilusorio querer responder a Dios, porque ¿quién conoce realmente a Dios? Y es
también muy presuntuoso, porque Dios nos ha entregado todo: su Hijo y su
Espíritu. Esta generosidad desalienta toda respuesta; no nos resta más que
recibirla, acogerla en toda su sobreabundancia. Pero se puede hacer revertir
sobre estos seres tan visibles y tan reales como son nuestros hermanos de carne
y sangre. Y si nosotros los amamos con un desinterés que sea eco del de Dios,
es entonces cuando estamos en la línea de Dios. El que ama conoce, es decir, va
descubriendo cada vez mejor qué es el Señor. El verbo en presente indica el
carácter activo y progresivo del conocimiento. Por el contrario, en el que no
ama nunca se inicia ese proceso de conocimiento porque "Dios es
amor".
El evangelio nos presenta una declaración de amor. El Señor
nos dice hoy: "Como el Padre me ha amado, así os he amado Yo... Nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis
amigos...". Palabras que fueron, y son, una
realidad viva y gozosa; palabras que resuenan ahora con la misma fuerza de la
vez primera que se pronunciaron, con la misma intensidad, con la misma
urgencia. Pablo expresa con vigor esa incidencia del amor de Dios en el alma y
exclama: La caridad de Cristo nos urge. Sí, también a ti y a mí nos urge con su
impulso arrollador el amor divino. No olvidemos que el amor es cosa de dos.
Dios nos ama con toda la grandeza infinita de su corazón. Sin embargo, la
criatura (el hombre-obra excelsa de Dios) puede quedarse insensible al
requerimiento divino, puede decir que no, o lo que es peor puede responder que
sí a medias, sin que esas palabras de correspondencia pasen de sus labios, sin
decir que sí con el corazón, con las obras. Jesús nos urge insistente:
"Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi
amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en
su amor". Está claro, no basta decir que se ama a Dios, hay que
demostrarlo con una vida coherente y fiel al querer divino.
Claras y esplendidas las palabras de
Jesús: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos”.
Dar la vida es dar toda la persona
humana, lo que hay de más íntimo en el hombre y de más valor en él.
Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, nos
amó hasta el extremo. Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad
se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la
salvación de los hombres. Él aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a
su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar. Este sacrificio de Cristo
es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios. Es un don del mismo
Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo. Al
mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por
amor, ofrece su vida a su Padre por medio del Espíritu Santo para reparar
nuestra desobediencia.
"Esto os mando: que os
améis unos a otros como yo os he amado". Así termina
el evangelio de este domingo. Con esas mismas palabras se despidió Jesús de sus
discípulos durante la
última cena, momentos antes de subir a la cruz. La
solemnidad del momento en que nos dio Jesús su mandamiento de amarnos,
demuestra bien a las claras que es su última voluntad, la misión que nos
encomienda con urgencia y con todas las prioridades. Por eso insiste una y otra
vez, como para que no pase inadvertido ni sea relegado a segundo plano. El amor
que Jesús nos encomienda no es una simple corriente de simpatía. Es un amor
efectivo y operativo. Es el amor que arraiga en el corazón y produce
sentimientos de aceptación, de respeto y estima, al tiempo que da frutos de
justicia, de solidaridad y de fraternidad entre todos los hombres. Porque lo
que Jesús nos propone es que nos amemos los unos a los otros como él nos ha
amado. ¿Y cómo nos ha amado Jesús? "Nadie tiene mayor amor que el que da
la vida". Ese es el límite del amor cristiano, a él debemos tender y
aspirar, no podemos conformarnos con un amor menor, no seríamos buenos seguidores
de Jesús. Jesús ha puesto tan alta la cota, para que no caigamos en lo que
tantas veces caemos, en las ridículas prácticas de tantas caridades
vergonzantes. Jesús pudo poner bien alta la mira, porque él mismo estaba a
punto de hacer lo que nos mandaba hacer. Al día siguiente de darnos el
mandamiento del amor, moría en la cruz víctima del amor a los hermanos. Así
quedaba patente el modo del amor de Dios, manifestado en su Hijo. Así quedaba
meridianamente claro el modo del amor cristiano.
"Permaneced en mi amor". Permanecer
en el amor a Dios es permanecer en el mandamiento de Jesús, o sea, en el amor
al prójimo. La iglesia, haciéndose eco del mandamiento de Jesús, nos insta a
volcar nuestro amor en nuevas situaciones de sufrimiento y de dolor de los
hombres, como es el caso de ciertos enfermos abandonados, desasistidos y
rechazados a causa de su enfermedad. En muchas parroquias se celebra estos días
el sacramento de la Unción de Enfermos. El Papa nos recordaba en febrero, con
motivo de la “Jornada del Enfermo”, la importancia de cuidar y acompañar
también a la familia del enfermo. Todo ello con el fin de reforzar la
conciencia social sobre la importancia de cuidar y acompañar, no sólo a los
enfermos, sino también a sus familias que en la mayoría de los casos son sus
principales cuidadores y acompañantes durante el duro camino de la enfermedad,
donde además de ponerse a prueba la salud física, resulta fundamental conservar
"la salud espiritual"
La
Pascua es el tiempo de la alegría, es tiempo de fiesta, es alborozo del
espíritu. El Señor nos conoce, sabe cuánto añoramos la dicha íntima y
verdadera. Para que la alcancemos nos ha prescrito, como un mandato nuevo, el
mandamiento del amor: "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en
vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud". Este es el resultado de
una fidelidad exquisita al Señor: una felicidad honda, la alegría inefable del
mismo Dios, el gozo llevado hasta el culmen de su plenitud. Alégrate, hermano
mío, alégrate. Surge de nuevo de tu vida muerta, di que sí al Señor que te
habla de amor y recobra la dicha y la paz suprema.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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