Comentarios a las lecturas Viernes Santo: Celebración de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. 30 de marzo 2018
Desde
los primeros tiempos de la Iglesia no se celebra Eucaristía hoy, Viernes Santo,
ni mañana, Sábado Santo. Y las normas y costumbres litúrgicas son iguales que
desde hace siglos. Ayer, Jueves Santo, el Altar quedó desnudo, sin mantel, sin
candelabros, sin cruz y el Cuerpo de Cristo se reservó en el “monumento”,
sagrario especialmente adornado para el culto de los fieles. Imagen de soledad
que no pasa desapercibida. Sabemos que estamos solos y una tristeza enorme nos
invade. No puede ser de otra forma. A las tres de la tarde murió Jesús y desde
esa hora los fieles de todo el mundo no unimos para dar los pasos junto a la
cruz.
Empezamos
con la postración y silencio y a continuación con la liturgia de la Palabra. El
cuarto canto del Siervo de Yahvé que es la profecía que manera prodigiosa narra
la Pasión de Jesús, su sufrimiento y sus efectos salvadores. Dicen que los
antiguos judíos jamás repararon en estos cantos del Siervo de Yahvé y mucho
menos le dieron aplicación mesiánica. Esperaban un triunfador.
Hemos rememorado los textos de la
Pasión y Muerte de Jesucristo. Su muerte no fue un hecho aislado, sino
consecuencia y síntesis de su vida. Vivió para los demás. Amó siempre a todos.
Gritó libertad y liberación con su propia vida. Se vació de sí mismo. Se hizo
pobre para que nosotros fuéramos ricos. Quebrantó el sábado y la ley cuando lo
pidió el amor, a pesar de provocar el escándalo. Creyó en el Padre hasta el
límite de la esperanza y la muerte. Tuvo miedo y siguió adelante. No vaciló en
la tarea de llevar a cabo el plan del Padre. Amó sin esperar recompensa.
Tras la muerte del Señor, el mundo se
sumerge en un silencio que parece sin fin. Mañana por la noche estallaremos en
gozo y alegría. Regresemos, ahora, a nuestras casas recordando a todos los
crucificados de nuestro mundo y tomemos el firme compromiso por la solidaridad
y la justicia.
La primera lectura (Is 52, 13-53, 12). Estamos ante el más largo y profundo de los llamados
cánticos del Siervo de Yahvé es el cuarto. A medida que el anónimo profeta del
exilio, el Segundo Isaías, va analizando a este personaje misterioso, difumina
sus trazos regios y destaca en mayor proporción los proféticos, hasta
ofrecernos una imagen única en el AT. El texto empieza refiriéndose al siervo
«glorificado», sin duda para significar que el cántico sólo puede entenderse a
la luz del resultado de la obra del protagonista.
El cántico,
que presenta rasgos parecidos a los de los salmos de lamentación, da detalles
sobre los sufrimientos del protagonista: desprecio, enfermedad, desfiguración,
cárcel, muerte entre malhechores, abatimiento, sepultura deshonrosa, etc. El
profeta afirma insistentemente que el Siervo no sufrió por sus propios pecados,
sino a causa y en favor de los de los demás miembros de su pueblo. El justifica
a muchos, es decir, restablece las relaciones justas entre los hombres y Dios.
Comienza el
cántico con un oráculo divino (52, 13-15), en el que se anuncia de antemano el
éxito de su siervo. Éxito obtenido no por cálculos humanos, sino por su
docilidad al Señor. El desfigurado por su dolor hasta causar espanto es
admirado por reyes y pueblos después de su exaltación. "Yo soy un gusano,
no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme se burlan
de mí, hacen visajes, menean la cabeza..." (Sal 22, 07ss). Y los que antes
se espantaron de su figura, ahora deben permanecer callados en señal de
admiración. Algo inaudito ha ocurrido en la historia de la salvación.
-En el
cuerpo del relato (53, 1-11a), un grupo anónimo nos habla del nacimiento,
sufrimiento, muerte, sepultura y glorificación del Siervo.
El mensaje
de este cántico es tan inaudito que los oyentes no se lo creen (v. 1); y esta
incredulidad nace ante la humana debilidad de la que nos hablan los vs. 2-9. El
nacimiento y crecimiento del siervo es oscuro como
raíz en tierra árida (v. 2). Hombre desfigurado por el dolor, por el
sufrimiento y abandonado por los otros hombres, dejado de lado por la sociedad
como lo son todos los insignificantes de este mundo. Soledad, ostracismo, al
que son condenados por este sociedad llamada civilizada. Este grupo anónimo
considera su dolor como castigo por sus pecados (v. 3). Y aquí surge su
sorpresa; ante su exaltación se pregunta: ¿No será él justo y nosotros los
criminales? El pueblo se confiesa reconociendo que el sufrimiento del siervo tiene un valor salvífico para los demás; sus
cicatrices tienen un valor curativo. El sufre, pero nosotros somos los
pecadores (vs. 4-6). Un juicio y una condena injusta acaban con él en la
sepultura (vs. 8-9) y la suma ironía consiste en reconocer su inocencia después
de su muerte. Pero su muerte no ha sido inútil y el profeta presenta al siervo
superviviendo de alguna manera (vs. 10-11a). Afirmar la resurrección sería
forzar el texto, pero su muerte no ha sido algo inútil; el fracaso ha conducido
al éxito, la muerte no es el punto final, sino que conduce a la vida.
El oráculo
divino de los vs. 11b-12 cierra el poema recordándonos que el siervo recibe el
premio de sus sufrimientos, de su abnegación. El vive y dará la vida a una gran
multitud. Debilidad y fuerza, inocencia y persecución, sufrimiento y paciencia,
humillación y exaltación, constituyen una parte importante de la vida de Jesús.
El desfigurado en su pasión y su muerte en la cruz es reconocido como el justo
(Hech. 3, 13 ss). Su silencio impresiona a Pilatos;
es humillado y acepta la humillación; después de muerto, el centurión
reconocerá su inocencia. Dios lo exaltará a su derecha y le dará en herencia
una multitud inmensa entre la que nosotros no contamos.
En
el salmo de hoy Salmo 30 (Sal Sal 30,2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25 ) se describe la actitud de confianza del sufriente. Salmo que nos sirve a nosotros para reflexión y
expresión de confianza en los momentos duros de la vida. Reproduce las
palabras de Jesús al expirar.
Este salmo 30 se canta el Viernes Santo, ya
que Jesús en la cruz, tomó de él, su "última palabra" antes de morir:
"En tus manos, Señor, encomiendo mi Espíritu" (Lucas 23,46). Pero
todo el salmo se aplica perfectamente a Jesús crucificado. Para hacer esta aplicación
personal, Jesús no tuvo necesidad de forzar el sentido. Efectivamente, el
salmo, antes de que Jesús se lo apropiara en su oración personal, era ya una
doble oración:
El comienzo es la súplica de un acusado inocente, de
un enfermo, de un moribundo, expuesto a la persecución: es un maldito, excluido
de la comunidad, y "que produce miedo en sus amigos" porque se lo
considera como embrujado por malos espíritus... Se huye de él como de un
apestado.. . ¿Será su mal contagioso?
La parte final del salmo es la dulce oración de intimidad
de un huésped de Yahveh: a pesar de las acusaciones injustas de que es objeto
este moribundo, continúa cantando la felicidad de su vida de intimidad con
Dios: "Me confío en Ti, Señor... Mis días están en tus manos... Tu amor ha
hecho para mí maravillas... ¡Tú colmas a aquellos que confían en Ti!".
En los cinco primeros versículos vemos
al salmista bastante tenso, inseguro, aprensivo, el salmista está encerrado en
sí mismo. Si bien es verdad que dirige a Dios algunas miradas furtivas,
fugaces, el centro de atención, y hasta de obsesión, es él mismo y su
situación. Por eso, sentimos que en estos versículos la tensión y la
inseguridad avanzan en un crescendo incesante: que yo no quede defraudado,
ponme a salvo, ven aprisa a liberarme; por el amor de tu nombre, dirígeme,
guíame, sácame de la red que me han tendido (vv. 2-5).
En el versículo 6, el salmista toma conciencia de su
situación de encierro, y sale ¡otro verbo de liberación! Toda liberación es
siempre una salida. El salmista se suelta de sí mismo -estaba preso de sí- y
salta a otra órbita, a un Tú. «A tus manos encomiendo mi espíritu» (v. 6). Y,
al colocarse en ese otro «mundo», en ese otro «espacio», como por arte de magia
se derrumban los muros de la cárcel, se ensanchan los horizontes y desaparecen
las sombras. Amaneció la libertad.
«Tú, el Dios
leal, me librarás» (v. 6). Al situarse el hombre en el «espacio» divino, al
experimentar a Dios como roca y fuerza, se esfuma el miedo y, como
consecuencia, desaparecen los enemigos. He ahí el itinerario de la libertad.
«Yo confío en el
Señor» (v. 7). En todo acto de confianza hay un salir de sí mismo, un
soltar tensiones y un entregar al otro las llaves de la propia casa, como quien
extiende un cheque en blanco. En un salto más audaz, la libertad se encarama
sobre un pináculo mucho más elevado: «tu misericordia», expresión entrañable,
sinónimo en el Antiguo Testamento de lealtad, gracia, amor (más exactamente,
presencia amante), «es mi gozo y mi
alegría» (v. 8). Y, para colmo de tanta dicha, en los siguientes versículos
viene a decir: cuando las aguas ya me llegaban al cuello y sentía que me
ahogaba, tú me mirabas atenta y solícitamente, revoloteando sobre mí como el
águila madre; no has permitido que las sombras me devoraran ni me alcanzaran
las manos de mis enemigos, sino que, por el contrario, has colocado mis pies en
un camino anchuroso, iluminado por la libertad (vv. 8-9).
Así estaba sintiéndose el salmista, cuando,
súbitamente, en un descuido, se desprende de Dios y, en un movimiento de
repliegue, se encierra de nuevo en sí mismo y, de nuevo -era inevitable-,
vuelven las sombras, y un enjambre de espectros con ellas.
Realmente es difícil sintetizar, en tan pocos
versículos (vv. 10-14), tan espeluznante descripción: los enemigos se burlan,
los vecinos se ríen de él, los conocidos evitan cruzarse en su camino (v. 12),
se le deja olvidado como a un muerto, se le desecha como a un trasto viejo (v.
13), todos hablan en su contra, todo le da miedo, conjuran contra él, traman
quitarle la vida (v. 14).
Puros fantasmas y engendros subjetivos, fruto de la
recaída en el ensimismamiento. El salmista está viviendo escenas de horror, lo
mismo que en una pesadilla nocturna: una persona, en el primer sueño,
protagoniza un episodio tan horrible que despierta con taquicardia, y con todos
los síntomas de haber librado una batalla de muerte. Despierta, y... ¡qué
alivio!, ¡todo fue un sueño! En estos versículos, el salmista está realmente
dormido en la mazmorra de un ensimismamiento, enclaustrado, perseguido por las
sombras, girando en torno a alucinantes espectros. Al despertar (v. 15),
comprobará la mendacidad de tales aprensiones.
En adelante, hasta el versículo final, tendrá buen
cuidado de no volverse sobre sí mismo, porque ya sabe por experiencia que ahí
está la raíz de sus más íntimas desventuras; sabe también que mientras mantenga
su atención fija en los ojos del Señor, no retornarán los sobresaltos, y el
miedo no volverá a rondar su morada.
El liberador es Dios, pero la liberación no se
consumará mágicamente. Mientras el hombre se mantenga centrado en sí mismo,
encerrado en los muros del egoísmo, será víctima fatal de sus propios enredos y
obsesiones, y no habrá liberación posible. El problema consiste siempre en
confiar, en depositar en sus manos las inquietudes, y en descargar las
tensiones en su corazón. Efectivamente, el salmista reclina la cabeza en el
regazo del Padre, coloca en sus manos las tareas y los azares (v. 16), como
quien extiende un cheque en blanco.
La libertad profunda, esa libertad tejida de alegría y
seguridad, consiste en que «brille tu rostro
sobre tu siervo» (v. 17), Entonces, las angustias se las lleva el viento, y
los enemigos rinden sus armas por el poder de «su misericordia» (v. 17), el
temor tiene su asiento en el interior del hombre, pero el Señor nos libra del
temor.
Y cuando desaparece el temor, «los malvados bajan mudos al abismo» (v. 18). ¿Quiénes eran esos
malvados? Ahora se sabe: viento y nada. ¿En qué quedaron sus amenazas e
«insolencias»? En un sonido de flautas. ¿Qué fue de los «labios mentirosos»?
Quedaron enmudecidos (v. 19).
Los versículos 20-23 describen admirablemente, y aun
analíticamente, y con una inspiración de real jerarquía, esta gesta de
liberación. Vienen a decir que no faltarán las conjuras humanas, las flechas
envenenadas, las lenguas viperinas (v. 21). Pero a «los que a ti se acogen» (v.
20) «los escondes en el asilo de tu presencia» (v. 21). Expresión altamente
preciosa, y analíticamente precisa.
El Padre no evitará que los miserables completen y
disparen sus flechas, pero tampoco permitirá que quien «se acoge a El» sea
herido. Por eso, el salmista ya no se inquieta más, porque está refugiado en
Dios como en una «ciudadela impenetrable» (v. 23).
En los versículos finales, el salmista avanza
jubilosamente, de victoria en victoria, hasta clavar en la cumbre más
prominente este enorme grito de esperanza: «Sed fuertes y valientes los que
esperáis en el Señor» (v. 25).
La segunda lectura de Hebreos (4, 14-16; 5, 7-9), A unos judíos convertidos, posiblemente de
estirpe sacerdotal, que añoran el templo de Jerusalén y el esplendor de su
culto externo, el autor de la carta a los Hebreos les quiere mostrar la
grandeza y la eficacia del culto cristiano "en espíritu y en verdad".
El sacerdocio levítico -el de los lectores- debe ceder ante el sacerdocio de
Cristo, único mediador de la nueva alianza. El sacerdocio de Cristo supera el
de los sacerdotes levíticos, e incluso el del sumo sacerdote del templo, porque
está al mismo tiempo más elevado junto a Dios y más rebajado al lado de los hombres:
ha atravesado los cielos hasta llegar a la derecha del Padre, y por otra parte
"no es incapaz de compadecerse de nuestra debilidades, sino que ha sido
probado en todo... excepto en el pecado". El sumo sacerdote judío no
llegaba ni tan arriba ni tan abajo. Se mantenía excesivamente distante de Dios
y de los hombres.
Bastante lo
sabían los destinatarios de la carta. Por ello, en vez de evocar
nostálgicamente la antigua liturgia, deben estar contentos del misterio
cristiano en el que han creído, y deben tener la seguridad, a pesar de su
simplicidad externa, de encontrar en él la ayuda eficaz que los ritos judíos no
les podían procurar.
Nos recuerda que Jesús es nuestro Sumo y Eterno Sacerdote,
que ha penetrado en el Santuario de los cielos para interceder por nosotros;
esto es un motivo más que suficiente para que nos llenemos de confianza y de
gozo. Por ello el autor nos exhorta a que nos mantengamos firmes en la fe que
profesamos. Y también en la esperanza, pues sabemos que Jesús puede
compadecerse de nuestros sufrimientos, ya que él mismo los ha padecido en su
propia carne. En su afán de acercamiento se ha hecho semejante en todo a
nosotros, menos en el pecado.
De ahí que nos diga también San Pablo, que nos acerquemos
llenos de confianza al trono de la gracia, es decir, al trono de Dios. Es
cierto que si miramos hacia nuestro interior tenemos muchas cosas de la que
arrepentirnos, motivos para pensar que Dios nos rechazará. Sin embargo, , Dios
es mucho más grande y generoso, y tiene compasión de nosotros que, al fin y al
cabo, hemos sido redimidos con la sangre de Cristo.
Al final de la sección dedicada a Jesús, sumo
sacerdote fiel, compasivo y misericordioso, encontramos la parte final del
texto de hoy, en que se aplica a Cristo algún rasgo del mediador de las
"cosas de Dios" (5,1). Aspecto fundamental de esta intercesión es la
solidaridad del intercesor con aquellos por quienes intercede. Él también está
rodeado de debilidad y se compadece de sus hermanos (5,2), no desde arriba o
condescendientemente, sino por ser él mismo parte de ellos, si bien ha sido
llamado por Dios a la labor mediadora, no por propia iniciativa (5, 4).
Es muy importante destacar que Hebreos ve la mediación
de Cristo de modo muy especialmente ligado a su ser hombre como los demás. Justo
lo contrario de la visión sacerdotal alejada del común de los mortales. Jesús
es Sacerdote porque es como nosotros. Este es un punto importantísimo. Es su
ordenación sacerdotal (5, 9).
El evangelio
hoy es el relato de la Pasión según Juan
(Jn 18, 1-19,42
).
Como todos los años, el Viernes Santo, la narración de San Juan se deja oír con
toda su grandiosidad y belleza, con todo su misterio y su claridad. El IV
Evangelio fue escrito el último de todos. Escrito el Evangelio de Juan muchos
años después que los sinópticos ya ha habido tiempo para conocer los dones
maravillosos de la Pasión salvadora de Cristo. Hechos meditados y descubiertos
en la intimidad de la oración, en la contemplación amorosa. Por ello su relato
aparece lleno de luz pascual.
Bajo esa luz, la inspiración de San Juan recuerda
al fin de su vida, y pone por escrito, los hechos y dichos de Jesús,
completando los relatos de los otros evangelistas.
El relato de la pasión según san
Juan coincide en gran parte con los sinópticos, pero hay diferencias muy
claras. La característica especial de Juan es el punto de vista teológico desde
el que enfoca todo el evangelio: la revelación de la gloria de Jesús, la
llegada de su exaltación. Para él también en la pasión se revela la gloria del
Hijo de Dios. Juan no presenta la pasión y muerte de Jesús desde la reacción
natural psicológica, sino que trata de dar el sentido espiritual de la misma.
La muerte de Jesús es su glorificación.
El relato histórico y la forma
literaria están en función de unos temas doctrinales que explican la
originalidad y las diferencias de la narración de Juan en relación con los
otros evangelios.
Presenta la pasión en cuatro
cuadros: Getsemaní (18,1-11); ante Anás (18,16-27);
ante Pilato (18,28-19,15); en el Calvario (19,19-37). En cada uno de estos
cuadros hay un rasgo característico, un tema principal y una declaración
importante.
Un tema clave es la libertad de
Jesús ante la muerte. Jesús va a la muerte con pleno conocimiento de lo que le
espera: conociendo todo lo que iba a acontecer (18,4), consciente de que todo
está cumplido (19,28). Como pastor de las ovejas entrega su vida por ellas
(10,17-18). Nadie le quita la vida. La da. Conoce la intención de Judas.
Prohíbe a Pedro que le defienda. Se entrega cuando quiere.
En las escenas de la pasión aparece
siempre dueño de sí mismo y de sus enemigos. El lleva la cruz y con ella se
aparece como rey vencedor. Juan presenta la pasión como la epifanía de Cristo
Rey.
Es la hora de la exaltación y
glorificación. Para resaltar esta idea Juan abrevia y omite toda descripción
encaminada a relatar los sufrimientos físicos y las circunstancias que podrían
sobre- excitar la sensibilidad. En cambio ofrece desde otro aspecto una larga
descripción del arresto en Getsemaní, del proceso ante Anás
y ante Pilato. Pero omite o reduce otros episodios que ha puesto en otro
contexto: el complot de los judíos (11,47-53); la unción de Betania (12,1-8);
la agonía (12,27); y sobre todo la última cena con el discurso de despedida, la
denuncia de la traición y el abandono (12,1-2.21-32.36-38; 14,13). La brevedad
de la escena ante Caifás se explica porque el juicio se había realizado ya
durante la vida - cc. 5 y 7-9-. La escena ante Pilato
adquiere un tono majestuoso en el que casi no se sabe quién es el juez. Le bastan
unas palabras para describir la subida al Calvario y la crucifixión. Para Juan
es la marcha de Jesús para tomar posesión de su trono. Elimina todos los demás
acontecimientos (Simón de Cirene, las mujeres...)
para mantener la atención fija en Jesús y en su cruz. Jesús crucificado en
medio de los dos ladrones es su exaltación y la expresión de su poder de
salvación.
Juan a lo largo del evangelio se ha
preguntado repetidas veces quién era Jesús: cuando los sacerdotes (1,19); la
Samaritana (4,11.29); la muchedumbre (6,2.26); las autoridades judías (7,27;
8,13; 9,29); durante la pasión se hace la pregunta dos veces (18, 4.7; 19,9).
La respuesta ha sido: Jesús es el Hijo de Dios. Para facilitar esta aceptación
de Jesús, como Hijo de Dios, pone de relieve los indicios de su divinidad.
Nadie podía juzgar a Jesús.
Para expresar esta verdad Juan
presenta el juicio ante el mundo y el imperio (19,15). La sentencia se da en
las tres lenguas universales (19,20) a fin de atraer a todos los hombres en
torno a la cruz.
Por la muerte Jesús llega a la
glorificación. La pasión es la hora de la misteriosa glorificación del Hijo del
Hombre. Isaías sitúa esta elevación después de la muerte del siervo (Is 52,13; 53,11). Pablo
la identifica con la resurrección y la ascensión (Flp
2,8s). Juan la ve en lo más profundo de la pasión. Para recordar y explicar
este aspecto Juan hace coincidir la muerte de Jesús con la hora de la
inmolación del cordero pascual. Es la hora en la que la humanidad entra en
comunión de vida con Dios.
Para nuestra vida.
Del ritual litúrgico destacamos la
Oración universal larga y completa. También las palabras que invitan a la
adoración de la cruz: "Mirad el árbol
de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del hombre".
Es momento de reflexionar qué hizo Jesús por nosotros y qué hacemos nosotros
por El. El vino para ser Camino, Verdad y Vida. Los creyentes a menudo,
caminamos por nuestros caminos, nos creamos nuestras verdades y no dejamos que
El dé sentido a nuestra vida. Vino para darnos la vida y la salvación, como la
vid da la vida a los sarmientos (Jn 15, 1-6). Fue el Mesías prometido por Dios
a su pueblo. Pero fue también el "Siervo de Yahvé" que soportó
nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores. Jesús terminó clavado en la
cruz construida con la madera de un frío árbol, fue asesinado por su infinito
Amor a nosotros y por su obediencia a la voluntad del Padre. El canto del
Siervo de Yahvé es desgarrador: "maltratado
voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como un cordero llevado al
matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca".
La cruz es símbolo de adhesión, de confianza, de amor. Y, sin embargo, cuando
somos incoherentes le matamos en nuestro corazón....le entregamos como Judas, a
cambio de unas pocas monedas sin valor: egoísmo, comodidad, mediocridad, falta
de confianza...).
En
la primera lectura el profeta Isaías nos sitúa ante el “Siervo del Yahvé”,
doliente y humillado por el sufrimiento y la muerte, si bien se anuncia que al
final tendrá éxito y será motivo de salvación para la humanidad. Este anuncio
del profeta nos pone delante de Jesús, el varón de dolores; su entrega hasta la
muerte, se convierte en causa de salvación para nosotros. Escuchemos este
relato estremecedor, pero lleno de esperanza.
El “siervo de Yahveh” “tomó el pecado de muchos e intercedió por
los pecadores”. En esta tarde de viernes santo vamos a unirnos nosotros al
“cordero llevado al matadero, sin abrir la boca”, para hacernos corredentores
con Cristo y para ayudarle a quitar el pecado del mundo.
No
sabemos, a quién se refería el profeta Isaías cuando hablaba del “siervo de
Yahveh”. Es un cántico que nosotros, los cristianos, desde los principios,
aplicamos a Jesús de Nazaret, en los momentos últimos de su pasión y muerte.
Jesucristo en su Pasión y Muerte, con sus padecimientos cumple cuanto en dicha
profecía se anunciaba, incluido el valor redentor de su sacrificio, así como el
final glorioso de sus padecimientos.
Las
palabras del profeta parecen proferidas ante la contemplación directa de cuanto
ocurrió en la Pasión. El cargó sobre el peso de nuestros pecados, soportó en
sus espaldas el castigo que habíamos merecido. Por eso Jesús, sabiendo lo que
le esperaba, pide al Padre que le libre de aquella hora, al mismo tiempo que llevado de su amor acepta
sereno su muerte.
Ejemplar el salmo para nuestra oración.
"Soy el hazmerreir de mis adversarios...".
Fariseos, Escribas, bribones... se burlaban de El. No
se contentaron con matarlo, se ensañaron y lo envilecieron, entregándolo a los
ultrajes humillantes de la soldadesca... El motivo mismo de la condenación era
una burla de desprecio, escrita en tres idiomas: "Jesús Nazareno, ¡Rey de
los judíos!".
"Huyen de Mi... Mis amigos me tienen
miedo...". A pocas horas de la Ultima Cena tomada con ellos, los
apóstoles todos huyeron en el momento del arresto en Getsemaní...
"Oigo las burlas de la gente; se ponen de
acuerdo para quitarme la vida...". Escuchamos a las multitudes
excitadas por sus jefes pedir su muerte: "¡que lo crucifiquen! ¡Qué su
sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!". La muerte que
deseamos para nuestros seres queridos, para nosotros mismos es la muerte
apacible, rodeados por aquellos que nos aman. ¡Qué fortuna para un moribundo,
cuyos últimos instantes transcurren mano sobre mano con la persona amada!
Jesús, por el contrario, estuvo rodeado de rostros airados.
"Me han olvidado como a un muerto, como a un
cacharro inútil...". Expresiones de una violencia inaudita. No, la
muerte de Jesús no fue una muerte "natural"... Fue una muerte
"de desprecio", la muerte de los esclavos y de los condenados,
"como una cosa"... que se puede, si se quiere, "clavar".
"Sin embargo, confío en Ti, Señor, y digo: ¡Tú eres mi Dios!". Hace
bien pensar que Jesús tenía la costumbre de este ritmo de oración en dos
tiempos, que estructuran tantos salmos: a la "lamentación" sigue
"la acción de gracias". Volvemos a encontrar el ritmo del salmo 21,
que comienza en la "derelección" y termina
en la alegría de la "Eucaristía jubilosa".
"En tu mano está mi destino... En tus manos
encomiendo mi espíritu". Estas palabras del salmo afloraron
espontáneamente en sus labios... Antes de entrar en el "sueño de la
muerte". Y la Iglesia en el oficio de "Completas", nos sugiere
repetir cada tarde, antes de acostarnos: ponernos en las manos del Padre.
"Sálvame por tu amor... Bendito sea Dios, su
amor ha hecho en mi maravillas...". En el texto hebreo, aparece la
famosa palabra "Hessed", el amor. La
resurrección está próxima, Jesús lo sabe. ¿Cómo podría olvidarlo en este
instante?
"Sed fuertes y valientes de corazón todos
cuantos esperáis en el Señor..." Jesús tenía conciencia de que no
moriría para El solo. Se dirige a todos. El es "el icono" de todo
hombre que muere: "ánimo", nos dice.
Habiendo
puesto este salmo "en labios" de Jesús, hay que ponerlo "en
nuestros propios labios", repetirlo por cuenta nuestra, y para el mundo de
hoy. ¡Hay tantos enfermos, en los hogares y en los hospitales! ¡Tantos
perseguidos, tantos despreciados, tantas personas consideradas como "cosas"!
¡Tantos aislados, abandonados! Pero vayamos hasta el fin del salmo, y repitamos
también la acción de gracias.
En la segunda lectura de la carta
a los Hebreos, Jesús es el mediador entre el Padre y la humanidad, y ahora
intercede por sus hermanos. Él ha conocido nuestra
debilidad y ha saboreado nuestras lágrimas y dolores; su obediencia y su
ofrenda son la causa de la nueva vida para nosotros. Configurarse con Él es la
meta que se nos propone, hoy, a sus seguidores. Escuchemos esta inmensa
confesión de fe del autor sagrado.
Esta
lectura nos fortaleza, recordando lo realizado
por Jesucristo. "Por
eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar
misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente".
Cristo
es mediador por esto mismo. Puesto por Dios como Mediador, de lo cual no cabe
duda alguna, el autor de Hb subraya y destaca su sacerdocio en cuanto es
solidario con sus hermanos. Un caso concreto es el de la oración en momentos de
angustia y peligro de muerte. Quizá esté pensando en Getsemaní. Ciertamente se
refiere a alguna situación de la vida de Cristo semejante a la Oración del
Huerto. También Jesús conoce por propia experiencia el lado oscuro y sufriente
de la condición humana. Ello nos hace tener, o poder tener, mayor confianza en él
que si lo viéramos desde fuera. Podemos acudir a Él sabiendo que nos comprende.
El evangelista San Juan nos muestra los últimos pasos del
Maestro, el nuevo hombre. Una piltrafa humana, levantado
sobre la Cruz, mostrado ante el mundo como el mayor de los fracasados de la
historia. Para nosotros, los creyentes, este Crucificado es el resucitado por
Dios, el que con su muerte ha vencido a la muerte y la ha destruido para
siempre. La lectura y meditación del relato de la Pasión, hoy es el centro de
nuestra celebración.
Hoy podemos meditar los hechos narrados en la Pasión. ¿Cómo nos
identificamos en los hechos y personajes?.
El relato de la Pasión del Señor, según San Juan, nos impresiona. Como se sabe la otra jornada de
la Semana Santa en la que se proclama completo el relato de la Pasión ha sido
este pasado Domingo de Ramos. En su liturgia se lee, según el ciclo B, que nos
corresponde este año, el texto evangélico de San Marcos. Y si hoy leemos a Juan
es porque expone la exaltación hacia la gloria total del Señor Jesús.
Juan, como Lucas, ve en la pasión el combate con el
poder de las tinieblas y subraya el carácter voluntario de la entrega de Jesús.
En Juan, como en Mateo, Jesús es rechazado por Israel no sólo porque ha
preferido a Barrabás, sino porque ha elegido al César. El poder de Jesús no es
sólo afirmado, sino que se manifiesta en forma visible en el huerto de
Getsemaní y se impone en los interrogatorios ante Anás
y Pilato. Como en Marcos su relato conserva el carácter de testimonio vivido no
por el joven que huye en la oscuridad, sino por el discípulo amado que
testifica oficialmente los hechos (Jn 19,26.35).
La pasión según san Juan no es sólo una invitación a
un acto de fe como en Marcos, o de adoración como en Mateo, o a la
participación como en Lucas; sino que es sentirse comprometido en el camino que
lleva a la cruz.
La vida humana está llena de
dificultades y problemas, a veces muy graves. Y es en la capacidad para
aguantar y superar estas dificultades y sufrimientos donde se fragua la virtud
y la santidad cristiana. Cristo prefirió sufrir hasta la muerte, antes que ser
infiel a la misión que su Padre le había encomendado. Queda como ejemplo
para nosotros.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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