lunes, 8 de junio de 2015

Comentarios a las lecturas en la Fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo 7 de junio de 2015

Comentarios de las Lecturas en la Fiesta del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo 7 de junio de 2015 .

Domingo de la sexagésima (60 días) pascua.
La fiesta del Corpus Christi (el Cuerpo de Cristo) surgió en Bélgica en el siglo XIII, por devoción de un Movimiento Monástico de Adoración Eucarística, y gracias a un prodigio en el que el Pan Eucarístico sangró en las manos dubitativas de un sacerdote al norte de Roma.
El papa Urbano IV, con la bula ‘Transiturus’, fijó su fecha en el jueves posterior a la octava de Pentecostés.
Con este motivo, Santo Tomás de Aquino compuso ‘Pange Lingua’, uno de los cantos más hermosos del cristianismo.
Ya para el siglo XIV era una celebración con mucha fuerza en toda Europa, y el Concilio de Trento (siglo XVI) fomentó sus procesiones y el culto público del Cuerpo de Cristo.

La primera lectura del Libro del Éxodo (Ex 24, 3-8). Nos narra cómo Moisés, mediante la sangre de unas vacas, fórmula de sacrificio, confirma la alianza del pueblo judío con Dios. Después, la sangre de Cristo confirmará la nueva alianza que dura para siempre.
El rito tiene lugar en la falda del monte; sólo Moisés es el intermediario, pero los protagonistas son Dios y su pueblo. La ceremonia tiene dos partes: la lectura y aceptación de las cláusulas de la Alianza (vv. 3-4), es decir, las palabras (De­cálogo) y las normas (el denominado Código de la Alianza); y, por otra parte, el sacrificio que sella el pacto.
La aceptación de las cláusulas se hace con toda solemnidad, usando la fórmula ritual: «Haremos todo lo que ha dicho el Señor». El pueblo, que ya había pronunciado este compromiso (19,8), lo repite al escuchar el discurso de Moisés (v. 3) y en el momento previo a ser rociado con la sangre del sacrificio. Queda así asegurado el carácter vinculante del pacto.
Al distribuir la sangre a partes iguales entre el altar, que representa a Dios, y el pueblo, se quiere significar que ambos se comprometen a las exigencias de la Alianza. Hay datos de que los pueblos nó­madas sellaban sus pactos con sangre de animales sacrificados. Pero en la Biblia no hay vestigios de este uso de la sangre. El significado de este rito es probablemente más profundo: puesto que la sangre, que significa la vida (cfr Gn 9,4), pertenece sólo a Dios, únicamente debía de­rramarse sobre el altar, o usarse para un­gir a las personas consagradas al Señor, como los sacerdotes (cfr Ex 29,19-22). Cuando Moisés rocía con la sangre del sacrificio al pueblo entero, lo está consagrando, haciendo de él «propiedad divina y reino de sacerdotes» (cfr 19,3-6).
 La Alianza, por tanto, no es únicamente el compromiso de cumplir los preceptos, sino, ante todo, el derecho a pertenecer a la nación santa, posesión de Dios.



Salmo responsorial (Sal 115)
R.- ALZARÉ LA COPA DE SALVACIÓN, INVOCANDO EL NOMBRE DEL SEÑOR
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava,
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos,
en presencia de todo el pueblo.
El salmista nos brinda la expresión más adecuada, para expesar nuestro agradecimiento al hecho de la Eucaristía, en la que Jesucristo sigue ofreciendo la copa santa como gesto de alianza, de perdón, de amistad, “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (Sal 115).
Quien acepte beber de este cáliz con respeto y dignidad, se lleva la prenda de la vida futura, porque aquel que come del pan partido en la Mesa del Señor, y bebe de la Copa de la Salvación, recibe vida eterna.
La Eucaristía es sacramento de la presencia real de Jesucristo y en ella se prolonga la hospitalidad divina. Con ese gesto, Jesús nos ofrece la señal más auténtica de su amistad y entrega generosa.

En la segunda lectura (Hebreos  9, 11-15), escuchamos unas bellas y certeras palabras. Y es que nadie como el autor de esta Carta ha reflejado mejor el papel sacerdotal y sacrificial de Jesús, el Mesías. Y es que la sangre de Cristo, vertida por nuestros pecados, purificará para siempre a los redimidos y por Él y, asimismo, purificará las conciencias de quienes –con entrega y sinceridad—siguen su camino.
Porque la sangre de Cristo hace lo que la sangre de los animales nunca pudo hacer: cambiar nuestros corazones y nuestras personalidades. La carta a los hebreos, de inspiración paulina, lo dice: «Porque si la sangre de los machos cabríos y de los becerros y las cenizas de una ternera . . . eran capaces de conferir a los israelitas una pureza legal, meramente exterior, ¡cuánto más la sangre de Cristo purificará nuestra conciencia de todo pecado . . . [y] de las obras que conducen a la muerte, para servir al Dios vivo!».
La sangre de Cristo nos transforma interiormente para librarnos de las obras de la muerto para poder servir a Dios. Ya no es cosa de una ley exterior que no podemos cumplir. Ahora es cosa de un poder vivo que hace verdaderamente posible la vida abundante.
"No usa sangre de machos cabríos, ni de becerros, sino la suya propia..." (Hb 9, 12). El Misterio de la Redención alcanza cotas muy altas en la Eucaristía. Hemos de recordarlo de modo especial hoy, día en que se celebra la gran fiesta del Corpus Christi, en la que los cristianos rendimos adoración al Santísimo Sacramento del altar, le tributamos el culto supremo a Jesús sacramentado. Él quiso derramar su sangre en sacrificio de expiación por nosotros.
Antes esta realidad el autor de Hebreos exclama: "Si la sangre de los machos cabríos... tienen el poder de consagrar a los profanos, ¡cuánto más la sangre de Cristo que, en virtud del Espíritu eterno se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo!".

El evangelio hoy de San Marcos (Mc 14, 12-16.22-26) El fragmento del Evangelio de San Marcos que se proclama a continuación narra con precisión y maestría el momento de la Instauración del Sacramento de la Eucaristía.
"El primer día de los ázimos..." (Mc 14, 12). Los ázimos es el nombre que recibían los panes preparados sin levadura, para comerlos durante los días de la Pascua. El pan de días anteriores, confeccionados con levadura, tenía que haberse consumido ya, o ser destruido, pues se consideraba que la fermentación de la masa ludiada era una especie de impureza, incompatible con la fiesta pascual.
Pero más importante que el pan ázimo, era el cordero inmolado en esa fiesta. Se recordaba
así la sangre de aquellos corderos con la cual se tiñeron los dinteles de las casas en Egipto de los hebreos, librándolos así de la muerte...En la nueva fiesta pascual, en la Pascua cristiana, Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, como lo recordamos antes de la comunión de su Cuerpo y su Sangre, Alma y Divinidad. En ese momento se nos recuerda, con palabras del Apocalipsis, que estamos invitados a la cena nupcial del Señor.
Las palabras de Jesús que nos muestra Marcos han sido, desde hace muchos siglos, la fórmula litúrgica en el momento de la consagración: “Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre”.
Jesús no nos dijo "pronunciad estas palabras en memoria mía", sino "haced", es decir "vivid". No hay de verdad Eucaristía si no tenemos los sentimientos que tuvo Jesús, si no intentamos entregarnos y amarnos como Él nos ama. La fracción del pan --nombre con el que los primeros cristianos designaban a la Eucaristía-- es un gesto que a menudo pasa desapercibido, pero sin embargo refleja perfectamente lo que Jesús quiso enseñarnos al partirse y repartirse por nosotros.

Para nuestra vida.
Centradas las lecturas de este ciclo B en la sangre de Cristo, aparece con este signo más clara la idea de alimento y de salvación. Pues sabemos que la sangre transporta el alimento a las células y como la sangre mediante transfusiones salva vidas. Ya desde antiguo se veía en este líquido rojo un signo importante como signo de compromiso, como vemos en la primera lectura. Por otra parte también se suele decir de los hijos, “son sangre de mi sangre”, o se dice “hermanos de sangre”, para hacer referencia a una unión más especial. Todos esos signos se vuelven más diáfanos este día; pues es la sangre de aquel Dios hecho hombre la que nos da la vida que viene del Padre, la que alimenta a este cuerpo que es su Iglesia, la que nos salvó de la muerte eterna o la que selló y confirmó una nueva alianza de Dios con los hombres.
Se sugiere en el texto  lo que hemos de hacer del amor a Dios y a los hermanos nuestra mejor misión. Amemos con más entrega a los que más nos necesitan: los más pobres, los que nadie quiere.
Para nosotros creyentes del siglo XXI es importante recordar que Jesucristo, en la Última Cena, al instituir la Eucaristía, utiliza los mismos términos que Moisés utiliza en la primera lectura «sangre de la Nueva Alianza», indicando la naturaleza del nuevo pueblo de Dios, que, habiendo sido redimido, es en plenitud «pueblo santo de Dios» (cfr Mt 26,27 y par.; 1 Co 11,23-25).
El Concilio Vaticano II enseña la relación de esta Alianza con la Nueva, precisando el carácter del verdadero pueblo de Dios que es la Iglesia: «(Dios) eligió como suyo al pueblo de Israel, pactó con él una Alianza y le instruyó gradualmente revelándose en Sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo y santificándolo para Sí. Pero todo esto sucedió como preparación y figura de la Alianza nueva y perfecta que había de pactarse con Cristo y de la revelación completa que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho carne. (...) Este pacto nuevo, a saber, el nuevo Testamento en su sangre (cfr 1 Co 11, 25), lo estableció Cristo convocando un pueblo de judíos y gentiles, que se uniera no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el nuevo Pueblo de Dios» (Lumen Gentium, nn. 4 y 9).
Hoy en el dia del Corpus no podemos olvidar que Dios nos encomienda vivir lo que hemos celebrado. Por eso la Eucaristía celebra la vida y nos da fuerza para la vida. Cuando el sacerdote nos dice "Podéis ir en paz" nos está enviando al mundo. Es como si Jesús nos dijera: "Tomad, comed y vivid el amor". Es esta la segunda procesión del Corpus, la que emprendemos cada día hacia la calle, hacia el trabajo o hacia la escuela como mensajeros del amor de Dios. El hombre de hoy tiene hambre de verdad y de plenitud, tiene hambre de Dios.

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