Comentarios a la lecturas de la Inmaculada Concepción de Santa Maria Virgen. 8 de diciembre 2017
Esta
fiesta de la Inmaculada Concepción se enmarca perfectamente en el Tiempo de Adviento
que estamos celebrando en estos días. El domingo I de adviento escuchábamos a
Jesús en su llamada a la vigilancia. Hoy
celebramos a quien estuvo atenta a la palabra del Señor que le llegó a través
del Ángel. Y cuando en el Adviento esperamos la llegada del Señor, sabemos que
María, su Madre, estará siempre con él.
Pío IX pronunció y
definió como
dogma de fe en la Constitución Ineffabilis
Deus de 8 de
Diciembre de 1854, que la Santísima Virgen María proclamaba «en el
primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia concedidos
por Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano,
fue preservada de toda
mancha de pecado original».
Esto
era una creencia que la tradición popular había sostenido desde los comienzos
de la Iglesia. Ya en el siglo II
saludaba san Ireneo en la Madre de Jesús a la nueva Eva. Pero fue dentro del
segundo milenio cuando poco a poco fue apercibiéndose la Iglesia del depósito
revelado referente a la Inmaculada Concepción de María. El papa Sixto IV había
extendido la fiesta de la Concepción Inmaculada de María a toda la Iglesia de
Occidente (1483).
La
primera lectura de hoy procede del capítulo tercero del Libro del Génesis (Gen 3,
9-15. 20 ). El texto nos
sitúa en los momentos iniciales de la humanidad en el que Dios Padre dice
que establece hostilidades entre la serpiente y la mujer. El yahvista divide la historia de la humanidad en dos cuadros:
antes del pecado y después del pecado. Antes del pecado la vida del hombre era
maravillosa. Vivía feliz, desconocía el dolor y la muerte, Dios era su
confidente y toda la naturaleza estaba a su disposición. Después del pecado el
cuadro cambia radicalmente. El resultado y el primer efecto del pecado es que
el hombre, en lugar de ser como Dios, descubre su profunda miseria: "va
desnudo", es decir, se encuentra degradado. El hombre no ha conseguido lo
que pensaba; huye de Dios y mezquinamente descarga sobre los demás la propia
responsabilidad. Pero Dios no huye, permanece en el jardín, pasea sobre la tierra
y llama a los responsables del pecado pidiéndole cuentas. El hombre busca un
chivo expiatorio: "la mujer que me diste". El mal divide, rompe la
armonía inicial. Aparece el dolor, el trabajo, la muerte, el egoísmo, la
división. Esta lectura que es un relato religioso, de estilo poético-místico,
que no quiere ser una investigación histórica sino una reflexión sobre el
sufrimiento del hombre, ha llegado a esta conclusión: la fuente moral del
pecado es el hombre que se ha equivocado al hacer la opción del valor
fundamental de su vida.
El
texto proclamado aborda el problema del origen del mal en cuatro tiempos:
tentación (3,1-4), caída (3,5-8), juicio (3,9-13) y consecuencias (3,14-23).
Hoy, sólo leemos el juicio y algunas consecuencias de la desobediencia.
El juicio empieza cuando Dios
llama al hombre y le pregunta: ¿Dónde estás? (3,9), porque ha roto la amistad y
la armonía originales. El resultado y el primer efecto de la desobediencia es
que el hombre, en vez de llegar a ser como Dios, descubre que ha perdido su
estatuto y su dignidad: está desnudo (3,10-11), ha perdido su condición
privilegiada ante Dios (conversaba con Él). El hombre no ha logrado lo que
pretendía, huye de Dios y mezquinamente descarga sobre los demás la propia
responsabilidad: el hombre busca un chivo expiatorio (3,12) en quien le ayuda
(2,18). Dios, en cambio, no huye, se pasea por el jardín y llama a los
responsables de la desobediencia y habla con ellos.
Otra de las consecuencias del
juico de condena es que la serpiente es maldecida, se convierte en la enemiga
de todos los humanos y es condenada a una futura derrota definitiva. La estirpe
de la mujer (Cristo, nacido de mujer) vencerá el mal porque "le aplastará
la cabeza". Es el primer anuncio de salvación, el llamado protoevangelio (3,15). El hombre llama Eva a quien Dios le
había hecho su ayuda y ella se convierte en madre de todos los que viven
(3,20).
Frente a la presencia del
pecado, hay una promesa de salvación. Llegará un tiempo en el que Dios cambiará
la situación y dará a la descendencia de Adán la posibilidad de recuperar la
posición perdida. La humanidad se levantará contra la serpiente y uno de ellos
le aplastará la cabeza. A su lado tendrá a la mujer. En la tradición bíblica al
lado del hombre encontramos siempre a la mujer implicada en la obra de la
salvación. El yahvista conoce la misión y la función
de la mujer en esta obra de salvación. A esta madre que por su desobediencia
trae la muerte, hoy, se le contrapone la nueva madre de los que viven, María,
que por su obediencia trae la vida que no muere. María es, pues, la nueva Eva.
La vencedora de la Serpiente. De ella, de su Hijo, vendrá la salvación.
El
interleccional de hoy (Sal 97, 1-4 ) es una invitación a reconocer y
cantar las maravillas de Dios en sus criaturas. El
salmo 97 era cantado en el Templo de Jerusalén en ocasiones muy solemnes. Se
glorifica al Dios grande y poderoso que ha creado el mundo y lo mantiene.
El salmo 97 tiene un claro significado
mesiánico y escatológico; nos hace contemplar la victoria final de Dios sobre
el poder del mal y la salvación que conseguirá Israel para todos los pueblos: El Señor da a conocer su
victoria.
El salmo (v1): Comienza según
la fórmula clásica invitando a la alabanza y enunciando el motivo.
Continua señalando (v2)las victorias
de Dios son acciones salvadoras en la historia: el brazo de Dios se manifiesta
con poder irresistible. Y la victoria, ganada para salvar a un pueblo escogido,
es revelación para todas las naciones; porque es una victoria justa, es decir,
salvadora del oprimido y desvalido.
Se comienza con la proclamación
de la intervención divina dentro de la historia de Israel
Esta victoria histórica no es
un hecho particular, (v 3) sino un punto en una línea coherente de amor: el
Señor es fiel a sí mismo, se acuerda de su fidelidad. Su amor por Israel es
revelación para todo el mundo.
Las imágenes de la «diestra» y
del «santo brazo» remiten al éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto
(cf. v. 1). En cambio, la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante
dos grandes perfecciones divinas: «misericordia» y «fidelidad» (cf. v. 3).
Estos signos de salvación se
revelan «a las naciones», hasta «los confines de la tierra» (vv. 2 y 3), para que
la humanidad entera sea atraída hacia Dios salvador y se abra a su palabra y a
su obra salvífica.
Para nosotros, hoy, es una oportunidad
de dar gracias al Padre que nos envió a su Hijo por medio de María
La
segunda lectura es de la Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios. (Ef 1, 3-6. 11-12.). Esta carta que se atribuye a Pablo, o a
uno de sus discípulos, ha recogido el texto de
un precioso himno litúrgico desde tiempos muy antiguos. La lectura consta de la
primera parte del himno inicial de la carta (vs. 3-6) en estos versículos
aparece claramente la acción de gracias-bendición por la predestinación y
elección de los hombres por parte de Dios.
Bíblicamente hablando la predestinación: la hace Dios para que todos los
hombres sean hijos suyos.
El pasaje
pertenece al género literario de bendición (cfr. 2 Cor
1, 3), muy usual en la liturgia judía. Dios es el sujeto de los verbos; su
acción se encuentra ritmada por los "en Cristo" ("en él") y
jalonada por fórmulas doxológicas (vv. 6.12).
*La
bendición de Dios se considera como elección (4-5), “Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos
santos e intachables ante él por el amor. 5 Él nos ha destinado por medio de
Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, | a ser sus hijos”.
San
Pablo expone el alcance del proyecto divino. La «predestinación» consiste en
que Dios, según su libre designio, determinó desde la eternidad que los
miembros del nuevo pueblo de Dios alcanzaran la santidad mediante el don de la
filiación adoptiva. Ya el Apóstol había escrito que tal «filiación» arranca de
Jesucristo, el Hijo Unico (Rom
8,15). *liberación (6), “para alabanza de la gloria de su
gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado”.
Este
don es también la suprema manifestación de la alabanza de la gloria de su
gracia. Es decir, la gloria de Dios se revela a través de su amor
misericordioso, por el que nos ha hecho sus hijos, según el plan eterno de su
Voluntad. La gracia de la que habla Pablo se refiere en primer lugar al
carácter totalmente gratuito de las "bendiciones divinas", e incluye
también los dones de la santidad y de la filiación divina, con que es agraciado
el cristiano
*herencia
(11-12). “En él hemos heredado también los que ya estábamos
destinados por decisión | del que lo hace todo según su voluntad, para que
seamos alabanza de su gloria | quienes antes esperábamos en el Mesías”.
La predestinación de Israel
para que tuviera su herencia en Cristo la decidió, pues, la voluntad divina que
obra todas las cosas. La esperanza del pueblo judío ha tenido su cumplimiento
en Cristo, pues con El han llegado el Reino de Dios y los bienes mesiánicos,
destinados en primer lugar a Israel como a su herencia (Mt 4,17; 12,28; Lc 4,16-22). La finalidad de la elección de Israel por
parte de Dios era formarse un pueblo propio (Ex 19,5), que le glorificara y
fuera testigo entre las naciones de la esperanza de la venida del Mesías. Los
hombres justos de la antigua Alianza vivieron de la fe en el Mesías prometido,
en cuanto que no sólo esperaban su venida, sino que, al aceptar la promesa, su
esperanza se nutría de la fe en Cristo.
«La Iglesia, iluminada por las
palabras del Maestro, cree que el hombre, hecho a imagen del Creador, redimido
con la sangre de Cristo y santificado por la presencia del Espíritu Santo,
tiene como fin último de su vida ser «alabanza de la gloria» de Dios (cf. Ef 1,12), haciendo así que cada una de sus acciones refleje
su esplendor» [San Juan Pablo II, Veritatis
splendor, n. 10].
Estos temas
pertenecen al vocabulario de alianza del A.T. Efesios llega a hacer una unión
notable entre la perspectiva bíblica de pueblo de Dios y la idea nueva de
Iglesia de Cristo. Así señala el texto que todos fuimos elegidos por el Padre,
en la persona de Cristo, antes de crear el mundo.
Hoy el
evangelio de San Lucas (Lc 1, 26- 38) nos presenta el esplendido cuadro de la anunciación. La escena de la Anunciación de
María, narrada por el evangelista San Lucas, es sin duda, una de las más bellas
de todos los evangelios. Lucas es el evangelista que más nos habla de María. De
los 152 versículos del NT que se refieren a la Virgen, unos 90 se los debemos a
él: uno aparece en los Hechos de los apóstoles (1,14) y 89 en el tercer
evangelio (Lc 1,26-28.39-56; 2,1.52; 8,1921;
11,27-28).
La escena lucana del anuncio a María
tiene su extremo inicial en el v. 26a ("El ángel Gabriel fue enviado por
Dios..."), y su extremo final en el v. 38b ("Y el ángel la dejó').
Dos personajes centrales:
a).-Gabriel, el mediador del
mensaje. El
ángel Gabriel entra en escena como el enviado de Dios (Lc
1,26). También él, por así decirlo, pronuncia un discurso en el que se hace
portavoz del proyecto que Dios tiene sobre María; ella es llamada a dar a luz a
Jesús, el rey mesiánico que reinará para siempre en la casa de Jacob (vv.
30-33) En él Dios quiere ser aliado del hombre, haciéndose uno de nosotros: es
ésta la novedad absoluta de la nueva y eterna alianza. El Señor -dirá Zacarías-
"se acordó de su santa alianza" (Lc 1,72).
b).-María, como criatura libre
y sabia en la fe, presenta una objeción "¿Cómo será esto, pues no conozco
varón?" (v. 34). Y el ángel, en este punto, cumple con una de las tareas
que corresponden a los mediadores de la alianza, es decir, iluminar a los
contrayentes del pacto, para que su adhesión al Señor salga del corazón y de la
mente: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti..." (vv. 35-37). Con tales
palabras, el ángel ha cumplido su función de revelador de los designios
divinos.
Elementos destacados del episodio.
a} El anuncio de la llegada de los tiempos mesiánicos,
caracterizados por la realización de la salvación de Dios que llena de gozo a
la humanidad: así aparece en la invitación dirigida por el ángel a María:
«alégrate» (gr. chaire), que es un eco de otras invitaciones análogas dirigidas
por algunos profetas a la «Hija de Sión» (Israel) en su anuncio de los tiempos
mesiánicos en nombre de Dios.
b} La concepción y el nacimiento del Hijo del
Altísimo, - del Mesías, hijo de David, e incluso -más radicalmente- Hijo de
Dios, gracias a una intervención extraordinaria del poder del Espíritu de Dios
(cf. Lc 2,30-35). Con una clara referencia al
vaticinio mesiánico del profeta Natán a David (cf. 2
Sm 7 12-16) y a la profecía de 1s 7 14 sobre la «virgen» (almah)
que dará a luz a un hijo, el ángel anuncia a María la maternidad mesiánica; y
le comunica que quedará cubierta por la sombra del Espíritu divino, y que por
eso concebirá y dará a luz, de una forma totalmente extraordinaria, a un hijo
que será el «Santo', o bien el Hijo de Dios de modo absolutamente distinto de
como se le entendía en el contexto de las esperanzas mesiánicas del judaísmo.
c} La predilección singular de Dios por María y la
misión particular que le confía. Lleva al ángel ha
llamarla «Privilegiada» nombre nuevo que Dios da a María y que indica un favor
y un amor divino singularísimo para con ella. Esto constituirá la base de toda
la reflexión teológica sobre María a lo largo de los siglos.
d} El consentimiento de la “esclava del Señor” con
espíritu de obediencia y de fe en los designios del Altísimo: « He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra»” (Lc 1,38). La respuesta
afirmativa de María constituye la cima del diálogo entre ella y el ángel. Es el
fíat de la Virgen a su Dios, con el que se coloca en aquella serie tan numerosa
de siervos del Señor de su pueblo y se declara totalmente disponible para la
realización de los designios de Dios sobre ella y sobre la humanidad entera,
poniendo la libertad humana en sintonía con la urgente invitación del amor
divino, para que por medio de una
alianza semejante Dios vuelva a ser el Señor de la vida del hombre y éste pueda
experimentar la salvación, la redención y la esperanza que Dios le ofrece.
María realiza de forma auténtica y plena
la esencia de la «fe» en la perspectiva bíblica; con ello comienza un camino de
fe, que la llevará a compartir con su Hijo los gozos y los sufrimientos (cf. Jn 19,25-27) incluidos en la realización de la obra de
salvación del Padre.
La Anunciación es el acontecimiento que abre el Nuevo
Testamento. En él Dios dice su sí definitivo y más alto a la humanidad, y ésta
en María inaugura su historia de amor con su Dios hecho carne en ella y . por
ella (Jn 1,14; Gál 4,4), el
«Dios con nosotros», de una forma infinitamente más alta que las esperanzas del
profeta lsaías (1s 7 14).
Para
nuestra vida
Ya metidos en el Adviento, la Iglesia celebra el Día de la Inmaculada Concepción que
es uno de los "grandes" del calendario litúrgico. La Virgen María es
protagonista plena de ese tiempo de Adviento, en el que se celebra la
Encarnación y Nacimiento de Cristo. El Evangelio de la misa de hoy refleja la
muy bella narración de Lucas sobre la Anunciación del Arcángel San Gabriel a
María. No existe en todo el Evangelio página más bella que ésta en la que San
Lucas narra el encuentro entre el Arcángel San Gabriel y María de Nazaret.
Debemos dedicar muy especialmente nuestras meditaciones de estos días de
Adviento a Santa María y recordarla en la advocación que nos sea más querida.
Esa cercanía popular de la devoción a la Virgen es una de las páginas más
hermosas y más entrañables de nuestro quehacer como seguidores de Cristo. Y por
ello la Solemnidad de la Inmaculada es, digámoslo así, un avance especialísimo
para el tiempo de espera.
La fiesta de la Inmaculada, flanqueada
por otras advocaciones marianas que se celebran en este tiempo, adquiere su
verdadera dimensión eclesial encuadrada en la expectación del Adviento, como
símbolo de la humanidad que espera y se prepara para ser visitada de lo alto
por el que ha querido ser “Dios con nosotros”.
La festividad de la Inmaculada, en
medio del Adviento, desata, religiosamente hablando, todos los resortes más
sensibles y utópicos de lo que ha perdido la humanidad. Si analizamos todo ello
psicológicamente, habría que recurrir a muchos elementos culturales,
ancestrales, pero muy reales, del pecado y de la gracia. El contraste entre la
mujer del Génesis que se carga de culpabilidad y la mujer que aparece en la
Anunciación, resuelve, desde el proyecto del Dios del amor, lo que las culturas
antifeministas o feministas no pueden resolver con discusiones estériles.
La historia de los hombres arrastra,
clavado en su corazón, el drama del mal y del pecado: el mal que nos hacemos y
hacemos a los demás, el pecado que nos hace revelarnos frente a Dios.
Sobre este fondo oscuro, descrito en
el relato del Génesis, se proyecta desde el principio una promesa de salvación
por parte de Dios, que en el propio texto aparece ya misteriosamente ligada a
la figura de la mujer, que “herirá a la serpiente en su cabeza”. Hoy,
festividad de la Inmaculada, celebramos el cumplimiento de esa promesa en
María, entregada en todo su ser al plan de salvación de Dios para los hombres.
La Inmaculada, la que nunca estuvo
sujeta a la esclavitud del pecado, fue objeto de todas las complacencias
divinas. Pero también fue la mujer más libre y responsable, sin
condicionamientos de un mal pasado, capaz de asumir una función especialísima
en la historia de nuestra salvación. Su maternidad fue efectivamente
responsable, fue madre porque quiso serlo. María acogió al Mesías deseado por
todo el pueblo y soñado por todas las mujeres de Israel. En ella llega a su
culminación la esperanza de todos los hombres y mujeres del mundo.
María es la "nueva Eva".
Eva es seducida y engañada por el orgullo y el ansia de dominio. Se dejó
seducir por el pecado y fue sometida al yugo de la violencia, del temor, de la
tristeza, de la culpabilidad, de la ignorancia y de la tiranía. María también
es seducida, pero es por el Amor de Dios. Por eso recibe del ángel este mensaje
lleno de confianza: "no temas". María". María, humilde y
confiada, libre y obediente es el prototipo de la mujer nueva, el principio de
la nueva humanidad basada en el amor y en la confianza en la voluntad de Dios.
María quiere alimentarse de la Palabra de Dios, no de otras cosas pasajeras o
engañosas. María se contrapone a Eva, salva a Eva, la rehabilita. Eva transmite
dolor y esclavitud, María ofrece liberación y gracia. La "llena de
gracia" vence al mal y nos invita a nosotros a asociarnos con ella en la
lucha. Sabemos que el Señor "está con nosotros".
La fiesta de la Inmaculada, al comienzo de este tiempo, es
pues, un estímulo para nuestra "espera confiada".
Profundicemos un poco
en el mensaje de las lecturas de hoy.
La primera lectura del Génesis, es la
manifestación teológica de un autor llamado “yahvista” que se limita
a poner por escrito toda la tradición religiosa de siglos, en ambientes
culturales diversos, sobre la culpabilidad de la humanidad: Adán-Eva. El hombre
siempre se ha preguntado por el origen del mal y ha procurado darse una
respuesta.
El cap. 3 del
Génesis describe la convicción de la fe de Israel de que la condición humana es
una consecuencia de una primitiva transgresión de la humanidad contra Dios. Una
existencia humana marcada por la fragilidad existencial y moral, en forma de
trabajo y esfuerzo contra la naturaleza, en forma de tensiones y violencias, e
incluso de luchas fratricidas, abocada a la muerte.
El pecado nos
abruma, nos envuelve, nos fascina, nos empapa en libertad desmesurada, hasta
que vemos que estamos con las manos vacías. Entonces empiezan las
culpabilidades: la mujer, el ser débil frente al fuerte, como ha sucedido en
casi todas las culturas. Y por medio aparece el mito de la serpiente, como
símbolo de una inteligencia superior a nosotros mismos, que no es divina, pero
que parece.
El mal siempre
ha sido descrito míticamente. Pero en realidad el mal lo hacemos nosotros y lo
proyectamos al que está frente de nosotros, especialmente si es más débil,
según la una visión cultural equivocada. ¿Quién podrá liberarnos de ello?
Siempre se ha visto en este texto una promesa de Dios; una promesa para que
podamos percibir que el mal lo podemos vencer, sin proyectarlo sobre el otro,
si sabemos amar y valorar a quien está a nuestro lado; en este caso el hombre a
la mujer y la mujer al hombre.
Desde su fe en
el Dios salvador del Éxodo, Israel afirma que no es éste el plan de Dios sobre
la humanidad. Ha sido la misma humanidad la que ha subvertido el ideal de Dios.
La fiesta de hoy, no obstante, no nos quiere retener en la contemplación del
pecado, sino de la gracia, la promesa de salvación que contiene el v. 15:
"Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya;
ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (este
versículo ha inspirado la imaginería mariana de los últimos siglos). La
humanidad tiene la promesa de la victoria final sobre el mal que ella misma ha
provocado. La serpiente como representación simbólica del mal es común a las
culturas del Medio Oriente. El texto proclamado ha sido referido a la madre del
mesías-rey, que, con ojos cristianos, es María, la madre de aquel que, con su
muerte inocente y su resurrección, ha vencido el círculo vicioso del pecado, y
nos ha abierto el camino de la victoria final sobre el pecado de la humanidad.
Del salmo reflexionamos con San Juan pablo II: “Esta es la
gran esperanza y nuestra invocación: «¡Venga tu reino!», un reino de paz, de
justicia y de serenidad, que restablezca la armonía originaria de la creación.
4. En este
salmo, el apóstol san Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la
obra de Dios en el misterio de Cristo. San Pablo se sirvió del versículo 2 para
expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «se ha
revelado la justicia de Dios» (cf. Rm 1,17), «se ha
manifestado» (cf. Rm 3,21).
La
interpretación que hace san Pablo confiere al salmo una mayor plenitud de
sentido. Leído desde la perspectiva del Antiguo Testamento, el salmo proclama
que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al contemplarlo, se
admiran. En cambio, desde la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación
en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo contemplan y son invitadas a
beneficiarse de esa salvación, ya que el Evangelio «es fuerza de Dios para la
salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es
decir del pagano (Rm 1,16). Ahora «todos los confines
de la tierra» no sólo «han contemplado la salvación de nuestro Dios» (Sal
97,3), sino que la han recibido.
5. Desde esta
perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto recogido
después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del salmo como una
celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado. Por
eso, sigamos su comentario, que entrelaza el cántico del salmista con el
anuncio evangélico: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado, algo
hasta entonces inaudito. Una realidad nueva debe tener un cántico nuevo. "Cantad
al Señor un cántico nuevo". En realidad, el que sufrió la pasión es un
hombre; pero vosotros cantad al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero salvó
como Dios».
Prosigue
Orígenes: Cristo «hizo milagros en medio de los judíos: curó paralíticos,
limpió leprosos, resucitó muertos. Pero también otros profetas lo hicieron.
Multiplicó unos pocos panes en un número enorme, y dio de comer a un pueblo
innumerable. Pero también Eliseo lo hizo. Entonces, ¿qué hizo de nuevo para
merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como
hombre, para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado,
para elevarnos hasta el cielo» (74
omelie sul libro dei Salmi, Milán
1993, pp. 309-310).” [San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 6 de
noviembre de 2002]
Unámonos a esta
alabanza con el salmo.
La
segunda lectura de Efesios (1,3-6.11-12), nos recuerda que Dios nos ha
destinado a ser sus hijos, según un plan o decreto divino y eterno.
Plan de amor, cuya realización se llama Historia de la Salvación.
EL fragmento presenta un himno (que
como otros himnos del NT que se cantaban) es una confesión de fe, en alabanza
al Dios salvador, que por Jesucristo se ha revelado a los hombres. Este himno
se nos presenta a Cristo ya desde los orígenes, antes incluso de la creación el
mundo y con Cristo se tiene presente a toda la humanidad. Se alaba a Dios
porque, en Cristo, nos ha elegido para ser santos y sin tacha (diríamos sin
pecado) en el amor. Como santos nos parecemos a Dios, y por eso estamos
llamados a vivir sin la culpabilidad y el miedo del pecado. Esto lo logra Dios
en nosotros por el amor. Porque Dios nos ha destinado a ser sus hijos, no sus
rivales.
Esta historia de culpabilidades entre los
fuertes y los débiles, entre hombre y mujer, es atentar contra la dignidad de
la misma creación. Cristo, pues, viene para romper definitivamente esa historia
humana de negatividad, y nos descubre, por encima de cualquier otra cosa, que
todos somos hijos suyos; que los hijos de Dios, hombre o mujer, esclavos o
libres, estamos llamados a la gracia y al amor. Esta es nuestra herencia.
"Él nos eligió en la persona
de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables
ante él por el amor. Esta es nuestra vocación,
nuestra llamada. La virgen María, la Inmaculada, lo consiguió porque se vació
de sí misma y se fio de Dios, dejándose llenar de su gracia y de su amor.
Imitemos a María, para que así también nosotros, “los que ya esperábamos en
Cristo, seamos alabanza de su gloria”, como nos pide hoy San Pablo.
En síntesis el texto paulino es recordarnos que estamos llamados a la
santidad. "Él nos eligió en la persona de
Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante
él por amor" (Ef 1, 4) En la fiesta de María
Inmaculada se nos recuerda que también nosotros, como nuestra Madre, hemos de
ser santos e irreprochables. Ese es proyecto que nuestro Dios y Señor tuvo
desde siempre sobre cada uno de los hombres. Todos, sin excepción alguna,
estamos por tanto llamados a la santidad. Y a serlo no a los ojos de los
hombres, sino ante la mirada amorosa de nuestro Padre Dios.
A esto estamos
destinados, insiste el Apóstol, por decisión del que lo hace todo según su
voluntad. Esta verdad llena de gozo a San Pablo que comienza su carta a los
Efesios alabando al Señor y recordando que nosotros, si somos fieles a la
llamada divina, también seremos una alabanza de su gloria. Intentemos de nuevo
ser santos de verdad. Hoy es buena ocasión para pedírselo a Santa María, la Inmaculada,
la Sin-pecado.
El
fragmento del evangelio de San Lucas (Lc 1,26-38) nos
presenta el relato de la “Anunciación” que es el reverso de la página del
Génesis.
"El ángel,
entrando a su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia..." (Lc 1,28) Al saludar el
arcángel Gabriel a la Virgen, la llama Llena de gracia, y no la muy favorecida
o agraciada como algunos traducen. "Kecharitomene"
dice el texto original griego de San Lucas, expresión que, desde los primeros
tiempos, tradujeron los cristianos por "Gratia plena", la “Llena de
gracia”. De esta forma se traducía con fidelidad el sentido profundo del piropo
del arcángel, lleno de admiración ante la perfección y santidad de María.
Con razón canta
la liturgia diciendo en una de sus más inspiradas antífonas: "Toda hermosa
eres María, y en ti no hay mancha de pecado original". En efecto, así es.
Nuestra Madre fue concebida sin mancha de pecado, en ella nunca tuvo parte el
demonio. En previsión de los méritos de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho
hombre, María fue siempre pura, inocente, santa, inmaculada.
En el texto de hoy, aunque
aparentemente no se usen los mismos términos, todo funciona en él para
reivindicar la grandeza de lo débil, de la mujer. Para mostrar que Dios, que
había creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, tiene que decir
una palabra definitiva sobre ello. Dios restablece el equilibrio en la
creación, para ello queriendo actuar de
una forma nueva, extraordinaria e inaudita para arreglar este mundo que han
manchado los poderosos, elige a la mujer, que se abre a Dios y a la gracia.
Eva es seducida y engañada por el
orgullo y el ansia de dominio. Se dejó seducir por el pecado y fue sometida al
yugo de la violencia, del temor, de la tristeza, de la culpabilidad, de la
ignorancia y de la tiranía. María también es seducida, pero es por el Amor de
Dios. Por eso recibe del ángel este mensaje lleno de confianza: "no
temas". María". María, humilde y confiada, libre y obediente es el
prototipo de la mujer nueva, el principio de la nueva humanidad basada en el
amor y en la confianza en la voluntad de Dios. María quiere alimentarse de la
Palabra de Dios, no de otras cosas pasajeras o engañosas. María se contrapone a
Eva, salva a Eva, la rehabilita. Eva transmite dolor y esclavitud, María ofrece
liberación y gracia. La "llena de gracia" vence al mal y nos invita a
nosotros a asociarnos con ella en la lucha. Sabemos que el Señor "está con
nosotros". La fiesta de la Inmaculada, al comienzo de este tiempo es un
estímulo para nuestra "espera confiada". María tiene una misión
importante en la Iglesia porque es Madre y modelo de la Iglesia. Nuestra
devoción a María debe llevarnos a su Hijo Jesucristo: "Haced lo que El os
diga". Todo lo que tiene, todo lo que es María le viene de Cristo.
Al contemplar a María nos impresiona, sobre todo, que
en este itinerario hacia la Navidad, Ella, reza, espera, vive y sirve como
nadie. Sin ser Dios, porque sabe que no lo es, disfruta entrando de lleno en su
Palabra. Sin muchas seguridades, agarrándose a la fe, espera aguardando a que
se cumpla el mensaje del Ángel.
¡Cuánta humildad en María! Su belleza fue precisamente
su alma interior. No tuvo más orgullo que satisfacer siempre los proyectos del
Creador. Lejos de subirse en el pódium del poder o del engreimiento se sintió,
ya desde el principio, agasajada por los humildes y desconcertando a los
poderosos. Lejos de dejarse seducir por el pecado (ser como Dios) se entregó en
un cheque en blanco para vivir con intensidad, sin fisura alguna y con regocijo
el amor de Dios: amada de Dios, discípula perfecta del Señor. ¡Dichosa Tú,
María, por tu limpia morada para Dios!
María es la primera cristiana. Es un
estímulo para nosotros, cristianos del siglo XXI.
Al igual que María tengamos un corazón
abierto, acogedor, para que la Palabra habite en
nosotros y nos ilumine el camino a seguir. María nos enseña la humildad,
la ilusión, la esperanza, la espera paciente y la aceptación de la voluntad de
Dios.
Como María dejemos que la Luz nos inunde, que
Cristo se haga presencia en nuestro interior, que meditemos en el silencio como
lo hizo María y respondamos «Si» a los planes de Dios, aunque estos nos saquen
de nuestra comodidad, de nuestra rutina, porque responder afirmativamente es
vivir con alegría, con esperanza, con amor, es dejar que Él nos guié.
Junto a María
contestemos: «hágase en mi tu voluntad».
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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