Comentario a
las Lecturas
del I Domingo de Adviento 3 de diciembre del 2017
Comenzamos
un nuevo ciclo litúrgico (Ciclo B), en este tiempo de Adviento. En este nuevo
ciclo litúrgico, cambiamos de evangelista ahora será San Marcos quien nos
acompañará este año.
Al comenzar el ciclo litúrgico, la
Iglesia nuestra Madre nos recuerda que este mundo ha de tener un final. Con
ello nos va preparando a rememorar la venida a la tierra del Hijo de Dios hecho
hombre, su nacimiento en Belén que inicia la Redención. A primera vista pudiera
parecer que son dos hechos, el del fin del mundo y el de la Navidad, que no
tienen conexión alguna entre sí.
Y, sin embargo, sí que la tienen,
pues se trata en ambos casos de la venida del Señor. En efecto, cuando todo
termine vendrá de nuevo Jesús hasta nosotros, para juzgar a vivos y muertos. En
el tiempo precedente a la venida de Cristo es preciso prepararse con penitencias
y ayunos, con la enmienda de la vida, avivando el deseo de su llegada.
Durante
esta primer semana las lecturas bíblicas y la predicación son una invitación
con las palabras del Evangelio: "Velad y estád
preparados, porque no sabéis cuándo llegará el momento". Es importante
que, como Iglesia, nos hagamos un propósito que nos permita avanzar en el
camino hacia la Navidad. Como resultado de nuestras reflexiones deberemos
buscar el perdón de quienes hemos ofendido y darlo a quienes nos hayan
ofendido para comenzar el Adviento viviendo en un ambiente de armonía y amor
creyente. Desde luego, esto deberá ser extensivo también a los grupos de
personas con los que nos relacionamos diariamente, como la familia, el trabajo,
los vecinos, etc. Esta semana, en cada comunidad parroquial, encenderemos la
primer vela de la Corona de Adviento, color morada, como signo de vigilancia y
deseos de conversión.
La necesidad que tenemos de la
venida del Señor a nuestro encuentro, para poder ser salvos.
Lo cantamos todos los años al
comenzar el Adviento: rorate, Coeli,
desuper et nubes pluant justum: destilad, cielos, el rocío y lloved, nubes, al
justo.
Las lecturas bíblicas de estos
cuatro domingos del Adviento litúrgico se refieren al Adviento espiritual,
tiempo de preparación para la llegada del Reino de Dios, de la parusía, tal
como lo entendieron los judíos, durante siglos. El color propio de este
Adviento espiritual sería el color verde, que significa esperanza. De hecho, el
color verde es el color que usamos en la liturgia durante todo el tiempo
ordinario, porque, como hemos dicho, toda nuestra vida es preparación y
esperanza en nuestra Pascua definitiva, junto a Cristo, que ocurrirá después de
nuestra muerte. Nuestro Adviento litúrgico debe ser, también, un recuerdo del largo
Adviento judío, que duró siglos, esperando al Mesías.
Al comenzar la liturgia de este
primer domingo del Adviento deseémonos mutuamente la gracia y la paz de Dios
nuestro padre y de Jesucristo, el Señor, palabras que oiremos en la segunda
lectura.
La primera
lectura es del libro de Isaías (Is 63, 16b-17. 19b; 64,
2b-7). Texto
situado dentro de Is 63. 7-64. 11, que es una unidad
literaria, muy compleja, que recoge la súplica del pueblo en forma de
lamentación ante la mayor desgracia que le ha acaecido a lo largo de la
historia. Es un texto en el que se mezclan el recuerdo de las gestas divinas en
el pasado, la rebelión del pueblo, su castigo, la confesión del pecado. Todos
estos elementos están muy libremente entretejidos.
63. 7-14 es una meditación histórica. La
desgracia presente del destierro evoca la amargura de Egipto, pero también el
éxodo liberador en el que Dios actuó en favor de Israel. Recordar es evocar al
amigo que ahora aparenta ser enemigo pero no lo es. Recordar es generar
esperanzas en el Dios liberador. Guiando a su pueblo el Señor se ganó un
renombre, ¿por qué no se lo gana en la situación presente, muy similar a la
anterior? (63. 14).
63. 15-64.
11: lamentación propiamente dicha
vv.
17-19a;64. 4b-6: el suplicante se lamenta del estado actual dirigiendo a Dios
una serie de preguntas retóricas que le muevan a actuar. La pregunta no implica
un echar en cara a Dios nada; Él no es culpable de la situación, sino ellos, y
lo confiesa (confesión que aparece con toda claridad en 64. 4b-6: el pecado es
una mancha que contagia, que rompe las relaciones con el Señor, y Éste oculta
su rostro entregando al hombre en poder de su culpa. La confesión implica ya un
actuar de Dios en el interior humano). Pero ¿por qué Dios ha permitido que el
pueblo se desviase del recto camino? Ellos no logran extirpar su dureza y
obcecación interna, como si fuera algo superior a sus fuerzas. ¿Por qué Dios lo
consiente? Y si ellos han errado el camino, el Señor debe volver por amor.
63. 19b-64.
4a: el autor pide una manifestación o teofanía del Señor. La confesión o
conversión interna deben provocar esta manifestación externa, que es
liberadora. Por eso el poeta grita: "¡Ojalá rasgases el cielo y
bajases...!", como un día lo hicieras en el Sinaí con acompañamiento
cósmico y temblor de los enemigos (elementos comunes de teofanía). El silencio
es conmovedor; el cielo es un oscuro nubarrón y Dios da la impresión de no
escuchar. El hombre espera y anhela esa manifestación. Es cierto que la
esperanza no suprime el dolor pero hace que el silencio angustioso se haga
revelador.
Dios no
puede defraudar al que en Él espera (v. 3). Israel (=arcilla) está en manos de
Dios (=alfarero); el artista no puede consentir que sea destruida su obra de
arte, el Padre jamás puede consentir que su hijo perezca. Así Israel es
perdonado.
El
responsorial es el salmo 79 (Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19). El salmo 79 tiene el tono de una
lamentación y de una súplica de todo el pueblo de Israel. La primera parte
utiliza un célebre símbolo bíblico, el del pastor y su rebaño. El Señor es
invocado como «pastor de Israel», el que «guía a José como un rebaño» (Sal
79,2). Desde lo alto del arca de la alianza, sentado sobre los querubines, el
Señor guía a su rebaño, es decir, a su pueblo, y lo protege en los peligros.
Así lo había
hecho cuando Israel atravesó el desierto. Sin embargo, ahora parece ausente,
como adormilado o indiferente. Al rebaño que debía guiar y alimentar (cf. Sal
22) le da de comer llanto (cf. Sal 79,6). Los enemigos se burlan de este pueblo
humillado y ofendido; y, a pesar de ello, Dios no parece interesado, no
«despierta» (v. 3), ni muestra su poder en defensa de las víctimas de la
violencia y de la opresión. La invocación que se repite en forma de antífona
(cf. vv. 4 y 8) trata de sacar a Dios de su actitud indiferente, procurando que
vuelva a ser pastor y defensa de su pueblo.
VV. 2-3: Invocación y títulos:
Israel y José representan aquí el reino septentrional, del cual se citan tres
tribus que ocupan la región central de Palestina. Dios es pastor, sobre todo,
en el desierto. Los querubines son los animales alados que sustentan el trono
de Dios; y el resplandor indica la aparición o teofanía.
VV. 15-16: Dios debe actuar, pues se trata de «tu
viña que tu diestra plantó, que tú hiciste vigorosa».
V. 19: Aleccionado por el castigo, el pueblo promete
la enmienda, es decir, la fidelidad a Dios, para convivir con Él e invocar
exclusivamente su nombre y no el de otros dioses.
En la catequesis del Papa San Juan Pablo II en la
audiencia general del miércoles, 10 de abril 2002, comentaba así este salmo:
" 1. El salmo que se acaba de
proclamar tiene el tono de una lamentación y de una súplica de todo el pueblo
de Israel. La primera parte utiliza un célebre símbolo bíblico, el del pastor y
su rebaño. El Señor es invocado como "pastor de Israel", el que
"guía a José como un rebaño" (Sal
79, 2). Desde lo alto del arca de la alianza, sentado sobre los querubines, el
Señor guía a su rebaño, es decir, a su pueblo, y lo protege en los peligros.
Así lo había
hecho cuando Israel atravesó el desierto. Sin embargo, ahora parece ausente,
como adormilado o indiferente. Al rebaño que debía guiar y alimentar (cf. Sal 22) le da de comer llanto (cf. Sal 79, 6). Los enemigos se burlan
de este pueblo humillado y ofendido; y, a pesar de ello, Dios no parece
interesado, no "despierta" (v. 3), ni muestra su poder en defensa de
las víctimas de la violencia y de la opresión. La invocación que se repite en
forma de antífona (cf. vv. 4. 8) trata de sacar a Dios de su actitud
indiferente, procurando que vuelva a ser pastor y defensa de su pueblo.
....
Así pues, el salmo 79 es un canto marcado fuertemente
por el sufrimiento, pero también por una confianza inquebrantable. Dios siempre
está dispuesto a "volver" hacia su pueblo, pero es necesario que
también su pueblo "vuelva" a él con la fidelidad. Si nosotros nos
convertimos del pecado, el Señor se "convertirá" de su intención de
castigar: esta es la convicción del salmista, que encuentra eco también
en nuestro corazón, abriéndolo a la esperanza." (San Juan Pablo II en la audiencia
general del miércoles, 10 de abril 2002).
La estrofa repetida" oh dios, restáuranos, que brille tu rostro y
nos salve", enmarca lo funadamental de la
actitud orante del salmo:
En la segunda lectura de la primera
carta San Pablo a los Corintios (1 Cor. 1,3-9). Durante el tercer viaje
misionero, Pablo desarrolló una intensa actividad literaria, probablemente en Efeso (Hch 19,1). La carta que comenzamos hoy responde a necesidades pastorales de la
comunidad que, ante dificultades y dudas en su camino de fe, decidió consultar
al Apóstol (7,1); también cabe que Pablo se enterara de tales necesidades a
través de personas que le llevaban a Efeso noticias
de Corinto (v 11).
Tras el
saludo inicial y la acción de gracias, Pablo afronta la primera dificultad: la
división de la Iglesia. No es una dificultad cualquiera y, por una causa u
otra, siempre ha sido motivo de preocupación. En el caso concreto de la
comunidad de Corinto había varias divisiones, si bien la más polémica era
probablemente el enfrentamiento entre grupos que se decían partidarios de
diferentes apóstoles. Pablo era el fundador de la comunidad. Cefas, el apóstol a quien se apareció por vez primera el
Señor (15,5) y una «columna» de la Iglesia (Gál
2,10).
Apolo, judío
converso de origen alejandrino, era hombre de gran cultura y elocuencia;
versado en las Escrituras, refutaba con fuerza y públicamente a los judíos (Hch 18,24-28). No hay duda de que la comunidad conocía a
los tres y había quedado impresionada por la personalidad de todos ellos.
Pablo
comienza a examinar el problema, desechando cualquier idea de protagonismo. En
realidad, ningún apóstol puede invocar derechos de posesión por grande que haya
sido su actividad en medio de la comunidad. Ni el predicar, ni el bautizar, ni
el fundar pueden justificar nunca el «sentido de propiedad» sobre una
comunidad. En todo momento, el apóstol debe tener conciencia de que es un
enviado y de que su éxito consiste en centrar toda la atención de sus oyentes
en el núcleo del mensaje, del que es portador. Sólo Cristo es la roca
indivisible que puede cimentar establemente una auténtica comunidad. Sólo
Cristo murió por la salvación de todos los creyentes.
Escuchamos lo que san Pablo pedía siempre al Señor para
los fieles de Corinto, al comienzo de sus eucaristías: “La gracia y la paz de parte de
Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo, estén siempre con vosotros”.
Esto mismo es lo que hemos pedido hoy nosotros al Señor cuando comenzamos nuestra eucaristía: la gracia y la
paz de Dios nuestro Padre y de nuestro Señor Jesucristo.
La gracia y
la paz, la salvación y la nueva vida, nos vienen de Dios por Jesucristo.
También por Jesucristo tenemos que dar gracias a Dios. En su acción de gracias
(esto es, en su eucaristía), Pablo se acuerda de los corintios delante del
Padre y da gracias por sí mismo y por ellos. Siempre que celebramos la
Eucaristía debemos hacerlo por todos los creyentes y aun por todos los hombres;
es el sentido que tiene el "memento".
v. 5:El
"hablar y el saber", el carisma de la palabra y del entendimiento,
son dones que Dios concede para construir la comunidad de los que esperan el
día de la manifestación del Señor. El entendimiento anticipa la visión de lo
que se ha de manifestar, la gloria de Dios en Jesucristo; la palabra anuncia la
venida del Señor. Ambos dones o carismas son necesarios para dar testimonio de
Cristo.
vv. 8-9:Dios
responderá con su fidelidad a la nuestra, a la fidelidad de nuestro testimonio,
Dios no nos fallará porque es verdadero Dios y no un dios falso, porque es
poderoso para cumplir lo que promete.
aleluya sal 84, 8
muéstranos, señor, tu misericordia y
danos tu salvación.
El evangelio es de San
Marcos (Mc 13, 33-37). El
Evangelio de Marcos, nos presidirá y nos
enseñará durante este ciclo B. El texto del evangelio de este
domingo es corto .
Nos hallamos ante la versión de Mc
de la parábola que hace dos domingos veíamos en Mt 25. 13-30. En ambos casos se
trata de una invitación a vivir con la mirada puesta en el futuro: "Velad
porque no sabéis el día ni la hora" (Mt 25. 13). "Vigilad, pues no
sabéis cuándo es el momento" (Mc 13. 33). Las diferencias de ambas
versiones están en los interlocutores y en el desarrollo.
Una palabra
resume esta actividad del seguidor de Jesús, por la que la esperanza del
cristiano se autentifica y cristaliza en realidades concretas: velar; palabra
cuyo sentido se explica en el cap. 13, pues a lo largo de toda esta reflexión
sobre el final de los tiempos, corre el mismo llamamiento a la vigilancia,
traducido en expresiones como éstas: "que no os engañe nadie" (v. 5),
"mirad por vosotros mismos" (v. 9), "no os preocupéis de...,
pero el que persevere hasta el fin..." (vv. 11/13), "estar sobre
aviso; mirad que os lo he predicho todo" (v. 25).
Velar es
trabajar. Dice el evangelista que cada cual ha recibido ya su
"trabajo" (v. 34); no desarrolla más el tema. (...).
El
evangelista sabe que los cristianos deben esperar la venida de Jesús,
entregados a su trabajo de cada día, pero se interesa más por la profunda actitud
interior sin la cual no podría hablarse de trabajo que realizar: la mirada
creyente, la fe.
(...). Velar
es lo contrario de "dormir" (v. 36); es tener abiertos los ojos; es
mirar con ojos atentos a todas las lecciones que pueden instruirnos, incluso a
las impartidas por la naturaleza.
Parece como
si Marcos tuviera ante la vista un doble peligro: efectivamente; por un lado,
parece dirigirse a unas personas que han descuidado la vigilancia y no viven ya
en la perspectiva escatológica, adaptándose quizás demasiado bien a este mundo;
por otro, se opone a los que parecían creer que el final era inminente. A los
primeros les dice:"Estad atentos y vigilad. Los hechos y los
comportamientos de nuestra época indican que están ya a punto de empezar las
agitaciones escatológicas." Y a los otros les dice: "No ha llegado
todavía el final. Ni siquiera el Hijo del Hombre conoce la fecha."
Finalmente, queremos señalar los diversos aspectos que encierra la vigilancia
cristiana, tal como se deducen del conjunto del discurso y especialmente de la
parábola del señor que regresa de noche a su casa.
Vigilar
significa estar constantemente alerta, despiertos, en situación de espera.
Significa vivir una actitud de servicio permanente, a disposición del amo, que
puede regresar en cualquier momento. Significa, finalmente, lucha, fatiga,
renuncia. No significa ni mucho menos indiferencia o falta de compromiso ante
las obligaciones de cada día.
Pero
esperar y confiar en Dios, no significa adentrarse por la senda de la vagancia
y de la inoperancia. Hemos de pedir a Dios que nos cure, pero hemos de acudir
al médico y poner toda nuestra voluntad en curarnos. Y así con todas las cosas
de la vida. Es posible, no obstante, que el conocimiento de las ciencias
modernas y de las tecnologías recién descubiertas nos lleven a pensar en lo
contrario: que no necesitamos a Dios. Y eso puede ser un error fatal.
Trabajamos junto a Dios para hacer un mundo mejor y para buscar el bienestar
legítimo de nuestros hermanos. Sabemos que Jesús de Nazaret nos ha pedido que
colaboremos con Dios Padre –con la Trinidad— en la redención de todos los
hombres. Y la espera, hoy, que nos pide Marcos es un tiempo de esperanza,
dirigido a hacer mejor nuestro trabajo, cuyas pautas fundamentales no son otras
que esas ya muy sabidas de amar a Dios sobre todas las cosas y que ese mismo
amor dirigido a los hermanos nos lleve a entregarnos a ellos, sin reservas,
para su salvación y por tanto para su felicidad, tanto aquí en la tierra, como
un poco más tarde, allá en el cielo.
Para nuestra
vida.
Este domingo comienza el Adviento litúrgico, que
durará hasta el día de Navidad. El Adviento litúrgico es el tiempo que la
Iglesia quiere que los cristianos lo dediquemos a prepararnos para conmemorar
dignamente el aniversario de la venida de nuestro Señor Jesucristo al mundo,
acontecimiento que, como sabemos, ocurrió hace ya dos mil diecisiete años. El
Adviento litúrgico se refiere, naturalmente, a la preparación litúrgica. El
color morado que usamos en las celebraciones de Adviento significa preparación
y penitencia, porque queremos llegar a la Navidad con el alma limpia. También
es propia de este tiempo la que llamamos “corona de Adviento”, que son las
cuatro pequeñas velas de esta corona, que significan la luz de Cristo que debe
alumbrar nuestro camino hasta el día de Navidad. Tres de estas velas son de
color morado, penitencia, y una de color rosado, alegría propia del tercer
domingo, domingo Gaudete, por la alegría que nos
proporciona la cercanía de la Navidad. Frente a este Adviento litúrgico está el
Adviento espiritual que a nosotros nos dura toda la vida, porque toda la vida
es tiempo de preparación para encontrarnos definitivamente con Cristo, cuando
Dios nos llame a su lado
Comencemos, pues, nosotros hoy nuestro corto Adviento
litúrgico, sin olvidar que toda nuestra vida es un Adviento espiritual en
preparación para la muerte. Un tiempo en el que deben predominar las virtudes
de penitencia interior, lucha contra el pecado, y esperanza en que la presencia
redentora de Cristo nos salvará, siendo la luz y el camino que nos guiará hasta
nuestro encuentro definitivo con Dios nuestro Padre. Vigilemos, pues, y oremos
durante todo este tiempo y durante toda nuestra vida para que, cuando Dios nos
llame, nos encuentre bien preparados, porque no sabemos ni el día, ni la hora
en los que va a ocurrir este encuentro. La palabra clave en este tiempo de
Adviento que hoy comenzamos es "vigilancia" en
espera de la venida del Señor.
En la primera lectura de Isaías se
nos proclama “Y, sin
embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero:
somos todos, obra de tu mano”. La plegaria de lamentación de Is 63 7-64,11 es una típica plegaria de adviento, llena de
esperanza, a pesar de reflejar la desilusión de la comunidad postexílica por el retraso de la manifestación de Dios.
Forma parte de la recopilación de Is 56-66 que nace
de una desilusión superada y de una esperanza enraizada en la convicción de que
la salvación y la justicia de Dios están cerca (temática de fondo del tercer
Isaías).
La lectura
de hoy, por un lado, pone de relieve el momento critico
en que vive la comunidad: el peligro de los ídolos y las divisiones internas.
Y, por otro, manifiesta esta esperanza enraizada e indestructible: en medio de
todas las cosas (enraizados en una situación concreta) Señor, eres nuestro
padre; "nosotros somos la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de
tus manos"
-¿Dios
dejará que nos perdamos?
En este
texto el profeta pone en boca del pueblo un grito de auxilio al Señor Yahvé, su
padre y redentor, para que no les deje desamparados y solos. El pueblo reconoce
que su pecado es la causa de sus males y, por eso, pide al Señor que, como
padre que es, olvide las culpas de sus hijos y les salve: no te excedas en la
ira, Señor, no recuerdes siempre nuestra culpa; mira que somos tu pueblo. ¿Qué
relación puede tener este texto con el tiempo de Adviento que hoy comenzamos?.
Desde las palabras de esta primera lectura se anuncia la espera del Adviento¡ “Ojalá rasgases el cielo y bajases,
derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron
con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera
tanto por el que espera en el. Sales al encuentro del que practica la justicia
y se acuerda de tus caminos.
En este primer domingo de Adviento podemos y
debemos decir, con el profeta Isaías, que Dios es nos ama y nos gobierna como
un padre y un pastor que aman a sus ovejas y las dirige hacia fuentes
tranquilas. El profeta Isaías es el cantor de nuestra esperanza en un Dios
misericordioso, en un Dios redentor, en un Dios Padre, en un Dios alfarero que
quiere hacernos dignos hijos suyos. Pero para que esto pueda ocurrir nosotros
debemos dejarnos hacer y rehacer por Dios, como la arcilla se deja formar y
transformar por las manos del alfarero. Ninguna preparación mejor que esta
podemos hacer en estos cuatro domingos del tiempo litúrgico de Adviento.
Pidamos a Dios que nos preparemos para el día de Navidad dejándonos formar y
transformar por las manos misericordiosas de un Dios que quiere ser nuestro
Padre, nuestro redentor, nuestro pastor supremo y el alfarero de nuestras
vidas.
"¿Puedes
quedarte insensible ante todo esto, Señor?". Así suplicaba Israel a Dios,
y así podemos seguir suplicando en el siglo XXI ante tantas desgracias que se
abaten sobre nuestro mundo: armas atómicas que pueden dejar hecha la tierra un
desierto, flagrantes injusticias que asolan a países enteros del tercer mundo
con el hambre y enfermedades... ¿Por qué continúas obcecando nuestro corazón?
¿Seremos incapaces de romper con estas fuerzas salvajes? ¡Ojalá que rasgases el
cielo y bajases...!
El hombre de
nuestra sociedad o no siente a Dios o lo ve muy lejano, ajeno a nuestro mundo.
Su silencio nos suena a ausencia, a no existencia.
Muchas
frases de este relato suenan a ateas. Y es que Israel no sabe descubrir a ese
Dios liberador, lo pone en duda y se queja amargamente. Pero esta queja es ya
una súplica, un abrirse al Dios Padre. Así lamentándose Israel nos enseña a
descubrir a nuestro verdadero Padre.
Al empezar
el Adviento, también nosotros confesamos nuestras culpas; y en medio de los
negros nubarrones, del denso silencio... gritamos con fuerza y esperanza:
"Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero:
todos somos obra de tu mano. ".
En el salmo
responsorial (Salmo 79) de hoy, imploramos la necesidad de la ayuda del Señor,
sin esa ayuda, caeremos como las hojas del árbol en otoño y nuestras maldades
nos arrastrarán como el viento. Por eso, nosotros rezamos hoy en el salmo responsorial:
Oh Dios, restáuranos, que brille tu
rostro y nos salve. Es el grito que dirigimos a Dios desde la desesperanza,
el desánimo o la impotencia. Es posible que incluso le pidamos que venga sobre
el mundo su castigo para que reaccione, que baje desde el cielo y derrita los
montes para imponer la auténtica justicia, como dice el profeta Isaías.
El salmista lamenta el silencio de Dios. También el
hombre de hoy es testigo de ese silencio: Dios calla y los ídolos han sido
destruidos. Pero se trata de un silencio diferente. Nos resulta difícil hablar
sobre Dios y dirigirnos a él. Pero también es preciso aceptar que el silencio
es el estado habitual y definitivo de Dios, incluso en su revelación, como dice
certeramente san Juan de la Cruz: «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo,
y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída por el
hombre».
En el un comentario a este salmo 79, San Juan Pablo II decía:
"2. En la segunda parte de la
oración, llena de preocupación y a la vez de confianza, encontramos otro
símbolo muy frecuente en la Biblia, el de la viña. Es una
imagen fácil de comprender, porque pertenece al panorama de la tierra prometida
y es signo de fecundidad y de alegría.
Como enseña el profeta Isaías en una
de sus más elevadas páginas poéticas (cf. Is 5, 1-7), la viña encarna a
Israel. Ilustra dos dimensiones fundamentales: por una parte, dado que ha
sido plantada por Dios (cf. Is 5, 2; Sal
79, 9-10), la viña representa el don, la gracia, el amor de Dios; por otra,
exige el trabajo diario del campesino, gracias al cual produce uvas que pueden
dar vino y, por consiguiente, simboliza la respuesta humana, el compromiso
personal y el fruto de obras justas.
3. A través de la imagen de la
viña, el Salmo evoca de nuevo las etapas principales de la historia
judía: sus raíces, la experiencia del éxodo de Egipto y el ingreso en la
tierra prometida. La viña había alcanzado su máxima extensión en toda la región
palestina, y más allá, con el reino de Salomón. En efecto, se extendía desde
los montes septentrionales del Líbano, con sus cedros, hasta el mar
Mediterráneo y casi hasta el gran río Éufrates (cf. vv. 11-12).
Pero el esplendor de este
florecimiento había pasado ya. El Salmo nos recuerda que sobre la viña de Dios
se abatió la tempestad, es decir, que Israel sufrió una dura prueba, una cruel
invasión que devastó la tierra prometida. Dios mismo derribó, como si fuera un
invasor, la cerca que protegía la viña, permitiendo así que la saquearan los
viandantes, representados por los jabalíes, animales considerados violentos e
impuros, según las antiguas costumbres. A la fuerza del jabalí se asocian todas
las alimañas, símbolo de una horda enemiga que lo devasta todo (cf. vv. 13-14).
4. Entonces se dirige a Dios
una súplica apremiante para que vuelva a defender a las víctimas, rompiendo su
silencio: "Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira desde el
cielo, fíjate, ven a visitar tu viña" (v. 15). Dios seguirá siendo el
protector del tronco vital de esta viña sobre la que se ha abatido una tempestad
tan violenta, arrojando fuera a todos los que habían intentado talarla y
quemarla (cf. vv. 16-17).
En este punto el Salmo se abre a una
esperanza con colores mesiánicos. En efecto, en el versículo 18 reza así:
"Que tu mano proteja a tu escogido, al hijo del hombre que tú
fortaleciste". Tal vez el pensamiento se dirige, ante todo, al rey
davídico que, con la ayuda del Señor, encabezará la revuelta para reconquistar
la libertad. Sin embargo, está implícita la confianza en el futuro Mesías, el "hijo
del hombre" que cantará el profeta Daniel (cf. Dn 7, 13-14) y que Jesús
escogerá como título predilecto para definir su obra y su persona mesiánica.
Más aún, los Padres de la Iglesia afirmarán de forma unánime que la viña
evocada por el Salmo es una prefiguración profética de Cristo, "la
verdadera vid" (Jn 15, 1)
y de la Iglesia.
5. Ciertamente, para que el
rostro del Señor brille nuevamente, es necesario que Israel se
convierta, con la fidelidad y la oración, volviendo a Dios salvador.
Es lo que el salmista expresa, al afirmar: "No nos alejaremos de
ti" (Sal 79, 19)."(San Juan Pablo II en la audiencia
general del miércoles, 10 de abril 2002).
San Pablo en el fragmento que hemos escuchado hoy segunda lectura, nos confirma con sencillez y profundidad esa paternidad
de Dios Padre, por revelación de Jesucristo. Hay además un matiz muy
importante para estos tiempos: el llamamiento que Pablo de Tarso que hace a los
Corintios contiene una invocación a la unidad, por la misma que mantienen Padre
e Hijo. Y hemos de tenerlo en cuenta en este primer día del Adviento. Hemos de
esperar a Jesús pero todos unidos. Eso no significa un uniformismo
a ultranza o un diseño exclusivo del pensamiento de los fieles cristianos. La
discrepancia es posible y hasta aconsejable. Pero no en nada de lo que es
fundamental y que no es otra cosa que nuestra comunión en la unidad de Dios
Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Habría además una unidad operativa,
útil y no restadora de libertades, que es la posición fraterna de todos aquellos
que comparten la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pues dicha
unidad es fuente de confianza para aquellos hermanos alejados que se acercan a
nosotros.
En este primer domingo de Adviento es bueno que
también nosotros hoy nos deseemos unos a otros la gracia y la paz de Dios
nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor. Un Adviento vivido, individual y
comunitariamente, en la gracia y en la paz de Dios será siempre un buen
Adviento, porque el que vive en la gracia y en la paz de Dios vive en el amor de
Dios y amando a los hermanos. Si, como venimos diciendo, el Adviento es tiempo
de penitencia y preparación para la Navidad, ninguna penitencia mejor para esto
que dejarnos formar y transformar cada día por las manos misericordiosas de
Dios, nuestro Padre, nuestro Rey y el Buen Pastor de nuestras almas.
Constatando nuestras debilidades, necesitamos la
gracia de Dios, para que el Señor, con su fuerza, restaure nuestra naturaleza
caída y menesterosa, y podamos así recibirle con dignidad cristiana, en esta
Navidad y siempre. Necesitamos la paz de Dios, una paz que es a su vez gracia y
don, no cálculo interesado de nuestros egoísmos y conveniencias particulares.
Sí, la paz de los hombres necesita estar siempre defendida con armas y dinero;
la paz de Dios, en cambio, brota del corazón y busca siempre el bien del
prójimo tanto como el de uno mismo.
En el
Evangelio de San Marcos, evangelista correspondiente a este ciclo B que hoy
iniciamos, se nos exhorta a la vigilancia: " Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el
momento”.
Esta invitación a vivir vigilantes, será el hilo
conductor del tiempo de Adviento. La vigilancia es un imperativo ético en todas
las edades y situaciones de la vida de un ser humano. Cuando desaparece la
vigilancia aumenta el riesgo y la posibilidad de corrupción y decadencia, tanto
en la vida corporal, como en la vida social y en la vida religiosa. Un
creyente serio y responsable es siempre
una persona vigilante, con una vigilancia activa y esperanzada. Se nos pide que
vivamos siempre vigilantes y preparados, para que cuando el Señor llegue nos
encuentre bien preparados para poder recibirle con dignidad cristiana. No se
trata sólo de preparar con dignidad cristiana las fiestas de la Navidad, sino
de vivir siempre bien preparados y dispuestos para que cuando venga el Señor a
nuestras vidas nos encuentre bien preparados. En este primer domingo del
Adviento hagamos el propósito firme de ser siempre personas espiritualmente
activas, para que cuando el Señor venga a nuestro encuentro, no nos encuentre
dormidos.
San
Marcos nos llama a la vigilancia. Es el Señor quien nos la
recomienda insistentemente: "Al atardecer, a medianoche, al canto del
gallo, al amanecer", las cuatro vigilias en que se dividía la noche. Velad
como el vigilante de una obra en construcción, como el jugador que espera que
el entrenador le ponga a calentar, o el hombre de negocios la ocasión propicia;
como el profeta a la escucha de cualquier signo, como la esposa que espera la
llegada del amado, como el guardaespaldas para defender a la persona
encomendada. Necesitamos velar para reconocerlo y acogerlo. Es lo propio del
Adviento. El Señor está cerca. El Señor viene. Es el tiempo de la preparación
de nuestro interior.
“Mirad, vigilad, Velad”. Son
tres palabras y una misma actitud. Mirar es ver con detenimiento y profundidad.
Mirar es fijar los ojos con interés y con alguna esperanza. Mirar es dejarse
sorprender. Miremos de verdad a las personas, a las cosas, a los
acontecimientos, a la vida. La vigilancia es fruto de la fe, de la esperanza y
del amor. Vigilamos cuando esperamos, vigilamos cuando creemos, vigilamos
cuando confiamos, vigilamos cuando amamos. No dejemos de velar.
*Velad, porque Dios es
sorprendente. El viene siempre, pero no sabemos cuándo, cómo y por dónde. Velad
para no dormir, dejando pasar la ocasión del encuentro.
* Velad para reconocer y
acoger a Dios, siempre que quiera presentarse.
*Velad, pero cumpliendo
cada uno su tarea.
*Velad, porque la
vigilancia es hija de la esperanza.
*Velad, porque vivimos en
un adviento continuado.
Este domingo
nos recuerda el horizonte último de la historia, que se identifica con la
venida del Hijo del Hombre. Ahí se inscribe nuestra vida, se subraya la
importancia de lo que está en juego y constituye una llamada a la seriedad. De
aquí la recomendación a velar: con frecuencia nos dormimos, nada es automático,
es necesaria una verdadera elección.
Una cierta
tensión atraviesa los textos de hoy y de todo el Adviento: "a ti, Señor,
levanto mi alma; en ti, Dios mío, confío; los que esperan en ti no quedan
defraudados" (entrada). "Aviva en tus fieles el deseo de salir al
encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras"
(colecta). "Cuando venga de nuevo podamos recibir los bienes prometidos
que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar" (prefacio). Una cierta
tensión, una sana tirantez debería ser también la tónica de nuestra vida.
Como cristianos no debemos dejarnos atrapar en las
mallas sinuosas del ambiente
desencantado, regalón o "pasota" que nos rodea. y debemos extraer
continuamente razones de vivir y esperar a la fuente inagotable de la fe.
Dejamos este poema de Pedro Casaldàliga, que nos puede
ayudar a caminar en este tiempo de Adviento.
"Hay que nacer de nuevo, hermanos Nicodemos"
"De
esperanza en esperanza, de pesebre en pesebre, todavía hay Navidad"
"Sube a
nacer conmigo,
dice el poeta Neruda.
Baja a nacer conmigo,
dice el Dios de Jesús.
Hay que nacer de nuevo,
hermanos Nicodemos
y hay que nacer subiendo desde abajo.
dice el poeta Neruda.
Baja a nacer conmigo,
dice el Dios de Jesús.
Hay que nacer de nuevo,
hermanos Nicodemos
y hay que nacer subiendo desde abajo.
De esperanza
en esperanza,
de pesebre en pesebre,
todavía hay Navidad.
Desconcertados por el viento del desierto
que no sabemos de dónde viene
ni adónde va.
Encharcados en sangre y en codicia,
prohibidos de vivir
con dignidad,
sólo este Niño puede salvarnos.
de pesebre en pesebre,
todavía hay Navidad.
Desconcertados por el viento del desierto
que no sabemos de dónde viene
ni adónde va.
Encharcados en sangre y en codicia,
prohibidos de vivir
con dignidad,
sólo este Niño puede salvarnos.
De esperanza
en esperanza,
de pesebre en pesebre,
de Navidad en Navidad.
Siempre de noche
naciendo de nuevo,
Nicodemos.
de pesebre en pesebre,
de Navidad en Navidad.
Siempre de noche
naciendo de nuevo,
Nicodemos.
“Desde las
periferias existenciales;”
con la fe de María
y los silencios de José
y todo el Misterio del Niño,
hay Navidad.
con la fe de María
y los silencios de José
y todo el Misterio del Niño,
hay Navidad.
Con los
pobres de la tierra,
confesamos
que Él nos ha amado hasta el extremo
de entregarnos su propio Hijo,
hecho Dios venido a menos,
en una Kénosis<![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]> total.
Y es Navidad.
Y es Tiempo Nuevo.
confesamos
que Él nos ha amado hasta el extremo
de entregarnos su propio Hijo,
hecho Dios venido a menos,
en una Kénosis<![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]> total.
Y es Navidad.
Y es Tiempo Nuevo.
Y la
consigna es
que todo es Gracia,
todo es Pascua,
todo es Reino."
que todo es Gracia,
todo es Pascua,
todo es Reino."
(Pedro
Casaldàliga)<![if !supportFootnotes]>[2]<![endif]>
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
<![if !supportFootnotes]>
<![endif]>
<![endif]>
<![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]> En la teología cristiana, la kénosis
(del griego κένωσις:
«vaciamiento») es el vaciamiento de la propia voluntad para llegar a ser
completamente receptivo a la voluntad de Dios.
<![if !supportFootnotes]>[2]<![endif]>
Pere Casaldáliga
(Balsareny, Barcelona: 16 de febrero de 1928), es un
religioso, escritor y poeta español, que ha permanecido gran parte de su vida
en Brasil. Ha estado siempre vinculado a la teología de la liberación y ha sido
siempre un defensor de los derechos de los menos favorecidos.
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