Comentario a
las lecturas del XXXI Domingo del Tiempo Ordinario 5 de
noviembre 2017
La primera lectura es de la profecía de Malaquías (Ml
1, 14b-2, 2b. 8-10 ).
Después de la reconstrucción del Templo de Jerusalén (a. 516; Esd 5. 6) y la restauración del culto, Malaquías censura de
nuevo la corrupción religiosa. La reforma había durado muy poco. El profeta
critica en primer lugar el comportamiento de los fieles que ofrecen menos de lo
que prometen (1. 14a). Seguidamente, alza su voz contra los sacerdotes. Ellos
habían sido objeto de una bendición especial de Dios (Dt 33. 11; cf. Ex 32. 29)
y a ellos les había sido confiada la misión de bendecir al pueblo (Nm 6. 22). Pero ahora, todos sus privilegios se convierten
en motivo especial de maldición divina, de la que sólo podrán escapar si
corrigen su conducta negligente.
"Y ahora
os toca a vosotros. Si no obedecéis..." (Ml 2, 2) En tiempos del
profeta Malaquías, los sacerdotes de la Antigua Alianza habían olvidado sus
obligaciones como hombres de Dios. Rompieron el pacto hecho con Yahvé y en
lugar de guiar al pueblo por buenos caminos, lo descarriaban por senderos
torcidos que no conducían hasta Dios. Por su negligencia, cuando no por su
malicia, muchos se olvidaron del Señor y se apartaron de su divina ley. Delito
grave que hace clamar al profeta con tonos airados contra esa actitud indigna y
nefasta para el pueblo.
"Pues yo
os haré despreciables y viles ante el pueblo" (Ml 2, 9) Despreciables
y viles. Terrible condena de Dios que con frecuencia ha sido una realidad en la
Historia. Sin embargo, muchas veces ese desprecio contra el sacerdote ha sido
injusto
v. 8:Pues esta
generación de sacerdotes vive en desacuerdo con la Ley de Dios y descuida su
enseñanza al pueblo. Su pereza es la causa de que el pueblo desconozca la Ley y
se aparte del camino recto, de la religión agradable a Dios. De esta manera
invalidan con su conducta la alianza especial que hizo el Señor con la tribu de
Leví, la tribu sacerdotal.
v. 9:Si los
sacerdotes desprecian la Ley de Dios y no cumplen con su deber de enseñarla al
pueblo (cf. Ex 24. 7; Dt 33. 10; Ez 44. 33), merecen ser igualmente
despreciados por el pueblo. El comportamiento de los sacerdotes se manifiesta
también en la arbitrariedad que practican al aplicar la Ley y en la aceptación
de personas.
v. 10:Yahvé es
el Creador (Is 43. 1 y 15) y Padre (Ex 4. 22; Jr 31. 20) de Israel. Pues es el autor de la Alianza en el
Sinaí, por la que Israel llegó a ser como una comunidad sociológica y religiosa
cuyos miembros deben tratarse como hermanos. La fidelidad a Dios es el
fundamento del respeto y el amor entre los israelitas. La explotación del
hombre por el hombre, la arbitrariedad y la injusticia, es una profanación de
la Alianza y lleva consigo el desprestigio de quienes debieran respetarla en
primer lugar: los sacerdotes.
El responsorial es el salmo 130 (Sal 130, 1-3) Este es un
salmo de Peregrinación, o salmo Gradual. Se cantaba este salmo, para expresar
esta especie de hartura que se apoderaba del peregrino cuando, después de las
ceremonias bulliciosas, se encuentra sólo ante Dios, en el silencio. Al subir a
Jerusalén, los judíos no podían menos de experimentar la nostalgia y el pesar
de los fastos reales de antaño: el prestigioso pasado de tiempos de David y
Salomón. Pidiendo la "paz para Jerusalén", alimentaban en su corazón,
los sueños de dominación temporal ¿No se veía acaso al Mesías, como una
restauración de la monarquía Davídica?
Escuchamos a
un Israel tranquilo, que renuncia a toda esperanza de grandeza política y se contenta
con ser el pueblo "amado" de Dios. Llega a renunciar hasta las
"maravillas" del tiempo del Éxodo hechas en su favor. Está feliz
únicamente con ser un "niño" amado.
Su estructura
es muy sencilla. Tan sólo tres versículos:
a) "Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis
ojos altaneros, no pretendo grandezas que superen mi capacidad".
El salmista
confiesa que no es ambicioso, no le devora el afán, no se ve dominado por el
orgullo ni esclavizado por la envidia. El hombre que enmienda la página de Adán
a quien sedujo aquello de "seréis como dioses". No, el salmista ha seguido
el camino de la paz que no es otro que el camino de la sencillez y de la
humildad. Ya nos lo dijo Jesús: "Aprended de Mí que soy manso y humilde de
corazón, y hallaréis la paz para vuestras almas" (/Mt/11/29-30).
Sus ojos no
son altivos ni altaneros, nadie se siente humillado ni despreciado a su lado.
Nadie se ve marginado de su presencia. Acoge, comprende, ama. Tiene un corazón
entero, no deshecho por inquietudes ni remordimientos. No desea nada que le
supere o que pueda ser simplemente como una fachada de sola apariencia. Es el
hombre que Jesús nos describirá en el sermón de la montaña: el hombre de
corazón humilde, sencillo, recto, puro, confiado. Que sabe esperarlo todo de
Dios, que confía en él. Y que todo lo recibe de él, mucho más aún de lo que
podría esperar o imaginar. Así es el trato de Dios con aquellos que se fían de
él.
b) "Sino que acallo y modero mis deseos como un
niño en brazos de su madre."
Aquí tenemos
una confesión semejante, pero en la que junto a la confianza hemos de ver
también la parte que el salmista aporta: la colaboración, el esfuerzo. Este
acallar y moderar los propios deseos expresa un dominio, una voluntad, una
cooperación. No es un alma floja, temerosa y cómoda. Ella también tiene deseos
y aspiraciones. Siente también el amor propio y la vanidad. Pero sabe refrenar,
sabe acallar todo aquello que considera orgullo, superioridad, aquello que sus
fuerzas no pueden alcanzar. Lucha para mantenerse en un nivel de serenidad y de
paz. Rara prudencia y conocimiento del propio corazón que le permite una vida
de equilibrio, que le permite habitar en un remanso tranquilo, lejos de los
vaivenes de las ambiciones y de los afanes.
La comparación
no puede ser más bella: como el niño en brazos de su madre. El niño que está
seguro con su madre, nada teme. El niño que se siente protegido, porque sabe
que alguien vela por él, que nada le faltará. Y el niño que se siente feliz:
porque percibe el amor de su madre. Su pequeño horizonte es luminoso, sereno.
Ni en su interior hay divisiones ni amarguras, ni en su exterior peligros ni
temores.
Es un corazón
que conoce el corazón de Dios. Que sabe por experiencia lo que dice Isaías:
"Como uno a quien su madre consuela, así yo os consolaré" (/Is/66/13). Es una persona que sabe decir con Thomas Merton: "Aquello
estaba en manos de uno que me amaba más de lo que yo mismo me pudiese amar: y
mi corazón estaba lleno de paz". "Estaba en manos de Dios. Y no había
nada que yo pudiese hacer mejor que dejarme a mí mismo a su beneplácito. El es
mucho más solícito en tener cuidado de nosotros que nosotros mismos...
Solamente cuando rehusamos su ayuda, resistimos su voluntad, encontramos
conflicto, turbación, desorden, infelicidad, ruina...".
Jesús nos lo
repetirá en el sermón de la montaña: "No os preocupéis... si Dios alimenta
las aves del cielo y viste los lirios del campo como jamás Salomón se vistió,
¿no lo hará mucho más con vosotros? (/Mt/06/25-34). Saber fiarse de Dios. Ahí
está todo.
c) "Espere Israel en el Señor ahora y por
siempre".
La mente del
salmista, buen israelita, está siempre unida a su pueblo. Y el bien que él
experimenta y enseña lo proyecta sobre su pueblo. Así debiera ser Israel.
Israel, que es el pueblo amado y escogido, que ha recibido pruebas innumerables
de la providencia y de la bondad de Dios debería vivir de esta forma. El Dios
que empezó la buena obra la llevará a cabo: y el Dios que de un poco de polvo
hizo la maravilla del hombre, así también del pequeño pueblo de Abraham podría
hacer una auténtica maravilla. Por esto, Israel, que no se desvirtúe, que no
sueñe en grandezas ni en dominios, que no piense en avasallar a otros pueblos:
que se fíe de Dios, que conserve su corazón en la paz y en la libertad. Así
cumplirá su misión. Solamente si sabe confiar en su Dios, el Dios de la
salvación y de la vida.
La segunda lectura es de la primera carta del apóstol San Pablo
a los tesalonicenses (Tes 2 7b-9. 13) En esta
primera parte de la Primera a los Tesalonicenses, hasta 2, 16 en concreto,
expone Pablo sus relaciones con la comunidad de Tesalónica. Tal es el contexto
de la pericopa presente.
Los cristianos
de Tesalónica ayudaron al Apóstol en su ministerio. Sobre todo por la manera de
corresponder a su predicación. Ellos supieron descubrir y aceptar que las
palabras de aquel judío de Tarso tenían una fuerza divina, eran no sólo palabra
de hombre, sino también Palabra de Dios. Nos puede parecer que aquello era
inadmisible, decir que lo que hablaba Pablo era Palabra de Dios. Desde el punto
de vista de la sola razón así es, pero no desde la perspectiva de la fe. Para quien
tiene fe, también hoy la Palabra de Dios sigue resonando en nuestros oídos,
revestida con el pobre ropaje del decir humano. Es preciso creer, saber que a
través del hombre nos habla Dios. Hay que escuchar y leer, meditar y vivir la
sagrada Escritura como lo que en verdad es, Palabra de Dios.
En esta
primera sección (2, 7b-9) de la lectura es importante notar los rasgos del
apóstol Pablo en su relación con su comunidad: relación personal, no
profesional, cariño individualizado a las personas, deseos de no gravar a nadie
con su vida apostólica, sino trabajo personal para evitarlo. Apóstol, pues,
humano y serio.
v. 7b: Estas
palabras pertenecen al segundo miembro de una oración adversativa, cuyo primer
miembro es: "Aunque pudimos haceros sentir nuestro peso por ser apóstoles
de Cristo...". San Pablo quiere decir que en vez de darse importancia y
hacer valer su autoridad, incluso para vivir a expensas de los tesalonicenses,
ha preferido tratarles con el amor y la solicitud de una madre que se desvive
por sus hijos.
v. 9: Si bien
san Pablo defiende el derecho de los apóstoles a vivir de la predicación
evangélica (1 Co 9. 1-15; cf. Lc 10. 7), él mismo y
sus cooperadores renunciaron siempre a ser mantenidos por los recién
convertidos al Evangelio. Su predicación quedaba así a salvo de toda sospecha
de lucro. Pablo acepta de buen grado las fatigas de un trabajo necesario para
subsistir sin ser gravoso a los tesalonicenses.
Durante su
estancia en Tesalónica, Pablo recibió por dos veces ayuda de la comunidad
cristiana de Filipos (Flp
4. 16); si aquí no hace mención de este asunto, es para que no creyeran que les
echaba en cara ninguna desatención por su parte.
v. 13: La
conducta del Apóstol y sus colaboradores contribuyó sin duda alguna a que su
predicación fuera aceptada en Tesalónica como Palabra de Dios y no como simple
palabra humana (cf. Ga 6. 6; 2 Co 12. 13). Pablo da gracias a Dios por la fe de
los tesalonicenses.
Aquí recuerda que
su actividad no es puramente humana, sino también inspirada por Dios. Su obra
no es un simple deseo, sino esta movido
por el Espíritu. Y eso no simplemente porque él lo diga así, sino porque los
tesalonicenses lo han aceptado de ese modo.
aleluya mt
23, 9b. 10b
uno solo es vuestro padre, el del cielo y uno solo es vuestro maestro, el mesías.
<![if !supportLineBreakNewLine]>
<![endif]>
uno solo es vuestro padre, el del cielo y uno solo es vuestro maestro, el mesías.
<![if !supportLineBreakNewLine]>
<![endif]>
El evangelio es de San Mateo (Mt 23, 1-12 ). Este pasaje
sirve de preámbulo a las maldiciones de los escribas y de los fariseos (Mt 23,
12-32). Jesús presenta a sus adversarios ya desde el primer versículo: ocupan
indebidamente la cátedra de Moisés, ya que la ley preveía que la enseñanza y la
interpretación de la Palabra de Dios sería reservada solo a los sacerdotes (Dt
17, 8-12); 31, 9-10; Miq 3, 11: Mal 2, 7-10). Al
usurpar esa función, los escribas han introducido un profundo y grave cambio en
la religión, han sustituido la fe en la Palabra por un método intelectualista y
la obediencia al designio de Dios por el juridicismo
y la casuística. Al maldecir a los escribas, Cristo rechaza una religión tan
humana.
Mateo es el
único de los evangelistas que recoge las palabras reproducidas en los vv. 8-10.
Unido al texto anterior por la palabra clave "Rabbi",
este pasaje está redactado conforme al ritmo ternario en el que se hace
sucesivamente mención del "Maestro", del "Padre" y del
"Doctor" (o, mejor, del "Director"). No son tanto esos
títulos lo que Cristo condena como la religión de exégesis y de profesores que
representan y afirma que no hay que acudir a profesores para conocer a Dios.
Los dos
primeros versículos no son originales en este sitio (cf. Mt 20, 26). En este
pasaje Cristo apunta a la hipocresía de los escribas y de los jefes de la
sinagoga. Esta actitud consiste esencialmente en engañar a otro por medio de
gestos religiosos o de prerrogativas sacrales
indebidas. El hipócrita, en este caso, se atribuye honores que le hacen pasar
por un representante de Dios (versículos 6-7), parece tributar un culto a Dios,
pero no trata más que de darse importancia a sí mismo (v. 5) y las prácticas
más religiosas son también despojadas de su significación ante el deseo
exagerado de hacerse notar (cf. Mt 6, 2, 5, 16). Finalmente, el hipócrita pone
su ciencia teológica al servicio de su egoísmo aprovechando su erudición
casuística para escoger entre los preceptos los que le convienen y cargando a
otro de mandamientos de los que se dispensa a sí mismo (v. 4; cf. Mt 23,
24-25).
El colmo es
que los escribas hipócritas usurpan el lugar de Dios atribuyéndose un poder que
no merecen (vv. 8-10; cf. Mt 15, 3-14). En lugar de conducir el corazón de cada
cual al encuentro personal con Dios, en el plano íntimo de la decisión y de la
libertad, hacen que toda la atención recaiga sobre los argumentos, las
conclusiones y los reglamentos demasiado humanos para que puedan ser signos de Dios.
La hipocresía
denunciada por Jesús continúa siendo una tentación a todo lo largo de la
historia de la Iglesia.
Para nuestra vida
Hoy las
lecturas presentan dos tipos de religiosidad:
* una
religiosidad vacía, arrogante, pomposa, formalista, caracterizada por la
exterioridad y por un legalismo inútilmente cruel, dominada por hombres ávidos
de poder, honores y triunfos,
* una
religiosidad de servicio. Jesús contrapone a lo anterior, el cuadro de una
comunidad evangélica, de la que surgen las verdaderas, radicales exigencias de
su mensaje; en donde los miembros se reconocen hermanos (advirtamos que el
mandato "vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "maestro",
porque uno solo es vuestro maestro", no viene seguido por la conclusión
"y todos vosotros sois discípulos", sino «todos vosotros sois
hermanos»); en donde no hay hinchados poseedores de la verdad, sino humildes y
apasionados buscadores; en donde hay abundancia de "ministros de la
paciencia de Cristo"; en donde los responsables reivindican el colosal
privilegio de servir; en donde la grandeza está medida por la... pequeñez; en
donde la "carrera" esta determinada por los
impulsos de... caridad; en donde quien ejerce la autoridad no oscurece y no
tiene la pretensión de sustituir la única presencia del único jefe, sino que la
hace visible, casi sensible, con su trasparencia y su capacidad de
"desaparecer"; en donde nadie pretende dominar o controlar y
manipular a los otros; en donde los únicos títulos válidos son los de la fe
y... del "aspirante cristiano".
En la primera lectura el profeta Malaquías habla a
un pueblo judío que acababa de salir del destierro hacia su patria y que estaba
reconstruyendo el templo de Jerusalén. Los sacerdotes desempeñaban un papel
muy importante en la restauración del culto y de la religión judía. Pero no
actuaban según los intereses de Dios, sino según sus propios intereses. Eran
egoístas, peseteros, y atendían mejor al que mejor pagaba. Aunque los sacerdotes
judíos del tiempo del profeta Malaquías tenían una función muy distinta de la
que tenemos los sacerdotes de la Nueva Alianza, no estaría mal que este texto
del profeta Malaquías nos hiciera a nosotros examinar nuestra relación
con Dios y con el prójimo. No nos perdonará Dios fácilmente que seamos
egoístas, peseteros, aduladores de los ricos y poderosos, dejando en segundo o
último lugar a los más pobres y marginados de la sociedad. La conducta de Jesús
fue exactamente lo contrario: aunque quiso ser amigo de todos, mostró una
especial predilección por los más pobres, frágiles y últimos de la sociedad.
Procuremos cuidar esta actitudes de sobre las que reflexiona el profeta.
Malaquías
recuerda al pueblo de Israel que Dios es Creador y Padre. Es el autor de la
Alianza en el Sinaí, por la que el pueblo llegó a ser una comunidad religiosa,
cuyos miembros deben tratarse como hermanos. La fidelidad a Dios es el
fundamento del respeto y el amor entre los israelitas. Sin embargo, a pesar de
la experiencia del exilio y tras la reconstrucción del Templo, los sacerdotes
son cómplices de la explotación del hombre por el hombre, la arbitrariedad y la
injusticia. Esto una profanación de la Alianza y lleva consigo el desprestigio
de quienes debieran respetarla en primer lugar. Clara llamada a la situación de
la Iglesia hoy.
Fijémonos en
los sacerdotes de entonces que cometieron el tremendo delito de alejar a los
hombres del verdadero Dios. Hoy también se puede repetir ese hecho. Y, aunque
sea duro reconocerlo, también se repite, empezando por mí... Quizá sea una
buena ocasión para hacer examen de conciencia y rectificar.
Y también
puede ser el momento de pensar que todos hemos de echar una mano a los
sacerdotes y rezar por ellos. Para que sean fieles a la misión salvífica que
Dios les ha encomendado y sean un estímulo continuo para el bien y no para el
mal.
Pidamos todos a Dios, con palabras del salmo 130:
Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor. Mi corazón no es ambicioso, ni mis
ojos altaneros.
"Señor,
mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros..." (Sal 130 ,1) Es muy difícil
frenar las ambiciones del hombre. Todos, de una forma u otra, llevamos dentro
el deseo innato de ser más, de tener más. Podemos decir que eso es algo bueno,
como bueno es todo lo que hay en la condición humana de modo connatural. En el
fondo esa continua ambición, ese anhelo siempre insatisfecho es prueba de que
hemos nacido para cosas mayores, para un destino muy alto que sólo en el mismo
Dios se realizará. Por eso si la ambición que late dentro de nuestro corazón la
encauzamos hacia el bien, si siempre aspiramos a ser mejores, si crecemos más y
más en el amor, esos deseos y anhelos, esa continua insatisfacción de nosotros
mismos puede llevarnos a metas muy elevadas, a estar siempre jóvenes en la
ilusión y en la esperanza, a luchar con espíritu deportivo contra los
obstáculos que se interponen en nuestro afán de ser santos.
"...no
pretendo grandezas que superan mi capacidad" (Sal 130, 1) Ser ambiciosos
en el amor a Dios y a nuestros hermanos los hombres. Y no serlo para nada más.
Es decir, saber conformarse con lo que uno tiene y con lo que uno buenamente
pueda tener. Luchar por el bienestar personal y el de los nuestros, pero al
mismo tiempo saber conformarse con lo que la vida nos depare, estar contento
con lo que Dios quiere disponer para nosotros. Pensemos que quien sabe
contentarse con menos tendrá siempre más, que quien sabe vivir con poco vivirá
siempre con mucho, persuadido de que Dios es un Padre providente y bueno,
poderoso y sabio.
En la
estrofa hemos repetido:" guarda
mi alma en la paz, junto a ti, señor."
La paz, la
calma, el silencio. Nuestro mundo actual es un mundo de violencia, de ruido, de
velocidad acelerada. Y por contraste quizá, muchos hombres aspiran a la
tranquilidad.
Este deseo de la
paz deseada, nos invita a ser realistas. La paz es una especie de conquista. La
tranquilidad del alma se construye por el rechazo de la agitación. Hay que
renunciar al "corazón soberbio", a la "mirada ambiciosa", a
las "grandes proezas". Hay que renunciar a las preocupaciones
excesivas, a los deseos perturbadores. Pero la "paz
de Dios" no nace de una vida sin preocupaciones ni dificultades. Nace
sobre todo de situaciones destructoras. He tenido una gran decepción. Un
fracaso, una pérdida, una enfermedad, un duelo. La amargura nos invade en
ciertos momentos. Todo esto nos puede rebelar
internamente y destruir nuestra paz. Del fondo mismo de estas situaciones debe
surgir la paz que viene de lo alto.
En la segunda lectura, San Pablo da gracias a Dios
por la fe de los Tesalonicenses y la acogida que le dispensaron. El les
recuerda el cariño que puso en su evangelización. En vez de darse importancia y
hacer valer su autoridad, incluso para vivir a expensas de los tesalonicenses,
ha preferido tratarles con el amor y la solicitud de una madre que se desvive
por sus hijos. Aunque Pablo defiende el derecho de los apóstoles a vivir de la
predicación evangélica, él mismo y sus cooperadores renunciaron siempre a ser
mantenidos por los recién convertidos al Evangelio. Su predicación quedaba así
a salvo de toda sospecha de lucro. Pablo acepta de buen grado las fatigas de un
trabajo necesario para subsistir sin ser gravoso a los tesalonicenses.
La lectura nos
presenta una seria de reflexiones acerca de cómo tratarnos los cristianos. "Os tratamos con delicadeza, como una madre" (1 Ts 2, 7) San Pablo es modélico en esas
actitudes. Su enorme capacidad de ternura y de cariño, era como una madre que
trata a sus hijos con delicadeza y hasta con mimo. Tanto los quiere, explica,
que no sólo les ha entregado el Evangelio de Dios, lo mejor que tenía, sino que
se les entregó a sí mismo, sin escatimar sacrificio alguno por ayudarles. Su
figura es un modelo, una muestra de lo que han sido los buenos ministros de
Dios, una imagen de lo que es el sacerdote en la Iglesia, llamada con razón
nuestra santa Madre Iglesia.
"...la
acogisteis, no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como Palabra de
Dios" (1 Ts 2, 13) La gente ha
llamado siempre al sacerdote con el entrañable nombre de padre. Con ello se
pone de manifiesto la fe del pueblo sencillo que ve en el servicio de la
Iglesia, a través del Papa y de los sacerdotes, un servicio de amor y de
entrega, de abnegación y desinterés. Y si no fuera así estaríamos traicionando
a Cristo y a sus primeros apóstoles, que nos marcaron con su conducta y con su
palabra el camino que habíamos de seguir.
Esta lectura
presenta el contraste de las lecturas de hoy. Narra la felicidad y dicha por la
fundación de esa Iglesia y el mantenimiento de la fe por sus miembros. Y es que
la vida en la Iglesia, la buena relación entre los hermanos es también un
agente muy directo para obtener la felicidad. Es cierto que hemos de estar
atentos al mal uso de los carismas que Dios no da. Pero tampoco debemos crear
un clima de problema permanente, de protesta generalizada. La Iglesia es
nuestro hogar, y como toda casa propia, es cálida y acogedora. Vamos
acercándonos al Adviento. Se va volver a producir, una vez más, el milagro del
nacimiento del Niño Dios. El templo entonces coge ese sabor familiar, íntimo,
entrañable, de felicidad de niños, de pequeños. Eso también lo marca el camino
enseñado por el único maestro.
Fijémonos ahora en el evangelio. Jesús ha ido trazando en estos domingos del
Tiempo Ordinario un auténtico discurso subversivo contra el poder religioso de
Israel. Queda muy bien reflejado en el evangelio de Mateo estas críticas
hacia fariseos, saduceos y maestros de la ley.
Hoy en el
evangelio, Jesús dirige la palabra a los discípulos y al pueblo para denunciar
la conducta de escribas y fariseos y prevenirlos de su mala influencia. San
Mateo, inmediatamente después del presente relato, recoge la invectiva que
pronuncia Jesús directamente contra los escribas y fariseos. En efecto, habían
creado un fárrago legislativo en torno a la Ley para regularla hasta los más
mínimos detalles. Esto constituía una carga insoportable que ni ellos mismos
cumplían. Jesús denuncia la hipocresía de estos "maestros" que no
ayudan en absoluto a llevar la carga que imponen a los demás indebidamente, y
contrapone a esa carga innecesaria el "yugo suave y la carga ligera"
del Evangelio. Se hacían llamar "rabí", es decir, "maestro
mío"; un título que llegó a conferirse solemnemente. También se hacían
llamar "padre" y "preceptores". Pero a su vez tenían
esclavizado al pueblo llano mediante más de 600 mandamientos o decretos de
obligado cumplimiento. Y con graves sanciones si no se cumplían dichos
preceptos. Para darnos cuenta de lo opresivo de dichas normas, la mitad de
ellas eran negativas, con prohibiciones concretas. Asimismo, despreciaban
considerablemente a la gente sencilla por no estar a su altura "moral o
intelectual".
Jesús critica
todo ese interés en encumbrarse sobre los demás, pues uno es nuestro Padre y,
todos, nuestros hermanos. La crítica de Jesús a letrados y fariseos alcanza
literalmente a todo clericalismo, también de nuestros días, pues hoy podemos
caer en lo mismo que Jesús critica.
“Haz
lo que te digo”. Si quiero ser discípulo de Jesucristo, si quiero
seguirle y que le sigan los demás, he de dar primero buen ejemplo. ¿Cómo voy a
explicar a los demás que el trabajo y el estudio son medios de santificación,
si luego no tengo prestigio profesional, si hago las cosas de cualquier manera,
o me conformo con cumplir los mínimos o ir aprobando? Y no sólo en el trabajo,
sino también en mi relación con los demás, en el uso de los bienes materiales,
en las diversiones, en el descanso, en las dificultades, etc. San Agustín nos
aconseja: “Cualquiera que sea yo, atiende a lo que se dice no por quién se
dice... Si hablo cosas buenas y las hago imítame; si no hago lo que digo,
tienes el consejo del Señor: haz lo que digo, no hagas lo que hago, pero no te
apartes de la cátedra católica”.
Hoy, a
nosotros, nos sigue preguntando: ¿Qué hacéis con vuestra fe? ¿Cumplís lo que
escucháis todos los domingos? ¿Lleváis a la práctica aquella fe que recibisteis
en el día de vuestro Bautismo? ¿Tenéis miedo a mostraros tal y como sois? ¿Cómo
lo lleváis?.
El mensaje
central de Jesús en este domingo está en las siguientes palabras: "no os dejéis llamar maestro, porque uno solo
es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro
a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os
dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo."
No hay duda que la Iglesia católica se ha desprendido de muchos títulos y
honores. Es mucho más humilde y no hay tanta ostentación en el culto como en el
pasado. Pero hay que seguir vigilantes en este sentido e, incluso, atemperar
los deseos de vanagloria personal de muchos laicos incluidos ahora en los
distintos ministerios. La Iglesia, las parroquias, no son lugares para medrar,
si no para servir. Al Papa se le llama "el siervo de los siervos de
Dios". Debemos de tenerlo en cuenta. También, una posición idéntica es
refrendada por la primera lectura del libro de Malaquías que dice: "Pues
yo os haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis
caminos, y porque os fijáis en las personas al aplicar la ley. ¿No tenemos todos
un solo padre? ¿No nos creó el mismo Señor? ¿Por qué, pues, el hombre despoja a
su prójimo, profanando la alianza de nuestros padres?"
La invocación
de Cristo respecto a la existencia de un solo Padre y un solo Maestro es muy
válida para reflexionar sobre la unidad de los cristianos. En la medida de que
la autoridad única es el Padre de los Cielos y el camino es mostrado por el
Maestro, Jesús, no pueden plantearse separaciones por razón de jurisdicción o
credo. Ha sido el pecado de los hombres lo que separó a las Iglesias. Y su
división, además de traer luchas terribles y mucho sufrimiento, solo benefició
al enemigo de Cristo: al demonio. Y eso es lo que debemos de tener en cuenta
siempre, atemperando opiniones, polémicas. Se producen, incluso, divisiones y
disensiones en el seno de la misma catolicidad de hoy. Estas --en algún caso--
son tan fuertes que a veces dan una imagen muy frágil de nuestra Asamblea
universal, parece como si el cisma estuviese a la vuelta de la esquina. Aunque
tampoco es como para asustarse, porque el Espíritu viene en nuestro auxilio.
Con sentido
del humor, G. K. Chesterton, decía poco más o menos que creía en la Iglesia
católica porque había sobrevivido durante dos mil años a pesar de lo mal que lo
habían hecho sus hijos. Ello era prueba de que el Espíritu velaba por ella. Y
es verdad que el Espíritu Santo acompaña a la Iglesia en su peregrinar terreno,
pero todos –a nivel individual y colectivo— debemos trabajar fuerte para evitar
la desunión y los enfrentamientos estériles, sin, obviamente, romper la sana
posibilidad de discrepar. El ecumenismo avanza sin parar y las iglesias buscan
un centro de coincidencia total: sin duda ese centro --íntimo, universal,
cósmico-- es el propio Cristo.
Con el
Evangelio en la mano, y también teniendo como telón de fondo las dos lecturas
de hoy, la Iglesia no está para conquistar ni buena ni mala imagen. Su labor
misionera (dar a conocer el depósito de la fe) no puede estar supeditada a
encuestas o aplausos, a críticas o alabanzas, homenajes o reconocimientos. Su
cometido muchas veces es ir (aparentemente por lo menos) contra corriente;
recordar la dignidad de las personas por encima de elementos pragmáticos; el
derecho a la vida como derecho primario o el peligro de ejercer una autoridad
absoluta en contra del propio ciudadano.
La Iglesia, y
porque está respaldada en el mismo Jesucristo, no puede vivir pendiente del
“qué dirán”. En todo caso, todos nosotros, tendremos que preguntarnos una y
otra vez si –aquello que escuchamos y decimos- lo llevamos hasta las últimas
consecuencias; aun a riesgo de no ser bien recibidos o tratados; aun a costa de
ser colocados en los últimos puestos en “encuestas bien cocinadas”; aun al
precio de ser considerados como freno de una sociedad que quiere todo a costa
del sacrificio de algunos.
Es bueno
recordar, y no lo olvidemos, que la Iglesia está para servir pero con los
parámetros del evangelio y no para asistir como simple y cómoda espectadora a
un mundo en el que se aplaude y se valora el camino fácil; donde todo vale o se
enaltece la mediocridad en detrimento de la perfección personal o colectiva.
¿Que no somos
apreciados como cristianos? Miremos a la cruz, a Jesús, a los discípulo y
tendremos una clara respuesta: tampoco ellos fueron comprendidos. ¡Y fueron
grandes…ante los ojos de Dios! ¿Cómo lo llevamos, desde nuestro , a veces
excesivo protagonismo y afán de ser valorados?.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario