Las lecturas de hoy
tienen una linea conductora, el amor; y nos expresan
con la mayor claridad que, solamente cuando se ama de verdad al prójimo, existe
en nuestro corazón el amor a Dios.
La primera
lectura es el Libro del Éxodo (Ex 22, 20-26). El texto que leemos forma
parte del llamado "código de la alianza" (20,22-23,33), colección de
leyes provenientes la mayoría del derecho consuetudinario que tiene paralelos
con legislaciones contemporáneas de otros pueblos. Nuestro fragmento trata de
las relaciones con diversos tipos de gente menos favorecida. Es un catálogo de
leyes sociales con motivación y comentario. Rezuman humanismo por todas las
partes y son tan evidentes que no necesitan comentario. Me limitaré a hacer
algunas observaciones:
El forastero
(v. 20): es el extranjero que reside, de forma estable, en un grupo étnico que
no es el suyo. De ordinario son gente pobre: no tienen propiedades y su único
medio de vida es el sudor de su frente. Necesitan urgente protección jurídica,
porque la tentación de aprovecharse de ellos es patente. Israel sabe qué es ser
forastero en Egipto (23. 9), conoce la servidumbre de la que Dios le libera.
Sería muy triste que, olvidando el don de la liberación, oprimiera a los
forasteros en su territorio. La confianza que el forastero ha depositado en
ellos no puede quedar defraudada. ¡No puede ni imaginarse tal ingratitud! Hay
que imitar a Dios que les da pan y vestido. Se les debe amar como a sí mismo.
Viudas y
huérfanos (vv. 21-23): La viuda no hereda y el huérfano no posee nada. Al no
tener ingresos asegurados, son seres indefensos expuestos a las injusticias de
la gente. La explotación de esta clase social es una de las grandes preocupaciones
del Deuteronomio (Dt 10. 18; 16. 11/14...).
Préstamos (vv.
24-26): Pedir prestado para poder subsistir es la mayor desgracia que le puede
ocurrir a un mortal. La devolución, incluso, va a ser difícil: debe dar como
garantía el vestido que cubre su cuerpo durante el día y durante la noche. En
estos casos, el interés que se cobra es un robo, un apropiarse de lo que no es
suyo. Lo necesario para subsistir: alimento, ropa... tiene primacía sobre el
confort de los otros. Este pecado está muy condenado en la Biblia (Ez 18. 8;
22. 12; Ne 5...). Es cierto que en el AT sólo se prohíbe cobrar intereses a los
de su pueblo, y no a otros. Una imperfección más del AT que será superada por
el NT.
Si Israel
comete estos pecados, Dios escucha la voz de los oprimidos y defiende sus
derechos (vv. 23s. 27) y castiga con pena semejante (es una idea muy frecuente
en toda la Biblia, especialmente en Jueces y Éxodo).
En esta lectura, ya se
observa como el pueblo judío recibe la enseñanza de Dios de tratar bien al
prójimo, incluso al forastero. Pero será Jesús quien dé universalidad a ese
amor.
El responsorial es el salmo (Sal 17, 2-3a. 3bc-4. 47 y 5lab). El salmo 17, que proclamamos hoy, esta
atribuido –como muchos otros—al Rey David y se consideraba como un “Tedeum”
regio hecho por David al Señor para agradecer su victoria sobre todos sus
enemigos y, especialmente, sobre Saúl.
Es la acción de
gracias de un Rey de Israel. El país estaba en extremo peligro: los enemigos
amenazaban... Aparecía la muerte... Los "lazos mortales me
rodeaban"... El pueblo de Israel quizá, iba a desaparecer. El rey (se
habla aquí de David) se puso al frente de sus ejércitos y logró la victoria.
Ahora, celebrando la reciente victoria, sube al Templo para ofrecer un
"sacrificio de acción de gracias", y cumplir un voto que él había
hecho en el momento de peligro. Está rodeado de toda la muchedumbre, de pobres
(los Anawim citados en este salmo). Llega ante el
altar. Empieza a cantar su acción de gracias: he ahí la puesta en escena, el
revestimiento de este salmo. Estos detalles concretos tienen un significado más
profundo, en forma de "parábolas".
Lo fundamental de
esta acción de gracias, está centrado en la liberación, por la Alianza, por
toda la historia escatológica. Este salmo fue compuesto con toda seguridad
después del exilio, por consiguiente, en una época en que ya no había reyes...
Más admirable aún, en una época en que Israel lejos de ser vencedor, está
"ocupado" y "oprimido" por los invasores. ¿Se trata de una
fábula? No, porque mediante este "Midrash"
esta "parábola" de David vencedor se reconocia
la vistoria de Dios.
Los judíos
celebraban no tal o cual victoria histórica, sino la "victoria escatológica",
la victoria final de Dios por su Mesías: el "rey" que habla aquí, es
este "rey del futuro" que establecerá el "Reino de Dios".
El salmista, no conoció anticipadamente a Jesús de Nazareth,
su muerte y su Resurrección, pero era a "El" a quien esperaba.
Recitando este salmo, nosotros cristianos, somos fieles al pensamiento profundo
del salmista. De hecho, este salmo recapitula todos los beneficios de Dios en
favor de su pueblo. En la figura de David vencedor, se celebra la victoria de la
humanidad del mañana contra el mal mediante la ayuda del enviado de Dios.
La segunda
lectura es de la primera carta del apóstol San Pablo a los tesalonicenses (Tes 1, 5c-10). Para entender este pasaje debemos
referirnos al domingo anterior, en el que se nos proclamaron sus cinco primeros
versículos.
Tesalónica era
una ciudad portuaria de Grecia, de gran importancia comercial. Pablo escribe
esta carta probablemente el año 51, para reafirmar la fe de una comunidad
joven, perseguida, en peligro de echar a perder el anuncio recibido hacía poco.
El apóstol hace
el elogio de esta comunidad, diciéndoles que han sido un centro de irradiación
de la palabra para toda Grecia (Macedonia y Acaya).
Son como la ciudad colocada en lo alto del monte.
La gran acción de gracias de san Pablo puede
resumirse en su alegría al ver que esta cristiandad es verdaderamente elegida
por Dios.
Continúa y se
justifica dicha acción de gracias; se justifica de una forma que nos asombra.
San Pablo parece olvidar toda humildad cuando escribe: "Y vosotros
seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra entre tanta
lucha con la alegría del Espíritu Santo". El texto es importante para la
teología de los ministerios. En efecto, parece desarrollar una cierta
paternidad de aquel que engendra hijos a la luz de la fe. Dios da la vida, y el
hombre colabora en ella con su vida sexual; Dios da también la vida comunicando
su palabra. Hay un evidente paralelismo entre el ministerio y la iniciativa
divina en el don de la salvación, como hay un paralelismo fisiológico en la
transmisión de la vida.
Pero Pablo da
gracias porque la Palabra fue acogida, porque la reputación de la fe de los
Tesalonicenses se ha difundido, habiendo sido la visita del Apóstol el punto de
partida de la conversión de los Tesalonicenses. Una conversión, es decir,
literalmente un abandonar los ídolos para volverse al Dios verdadero,
aguardando la vuelta de su Hijo, que nos ha liberado del castigo futuro.
Los
versículos finales son como un resumen de la predicación de Pablo a los
paganos: la conversión consiste en abandonar a los ídolos y girarse hacia el
Dios único, que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y lo ha constituido
juez de todos el día que volverá.
El evangelio es de San Mateo (Mt 22, 34-40). El cerco de los
saduceos y fariseos a Jesús se refleja en los textos evangélicos de Mateo,
leídos los domingos anteriores y entre ellos la trampa del denario. Hoy le
quieren probar preguntándole cual es la doctrina fundamental. Y Él expone con
lenguaje del Antiguo Testamento la doctrina del amor. Pues ella está incluida
en la plegaria que los judíos rezaban todas las mañanas: “Escucha Israel amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón". La originalidad de la respuesta de
Jesús no está en subrayar como precepto fundamental y primero el amor a Dios,
pues todos los judíos reconocían la absoluta prioridad de este precepto que
recitaban dos veces al día (cf. Dt 6. 4-5). La novedad está en que Jesús coloca
a un mismo nivel el precepto del amor al prójimo; más exactamente, en la
declaración de que ambos preceptos son inseparables y constituyen un mismo
centro y punto de apoyo de toda la Ley y los profetas.
De nuevo los
fariseos quieren ponerle una trampa a Jesús al preguntarle cuál es el
mandamiento principal de la ley. Comentan los especialistas del Nuevo
Testamento que, para
responder a esa pregunta, Jesús tenía que decidir entre
los 613 preceptos (248 positivos y 365 negativos -más los negativos que los
positivos- uno para cada día del año), que, según los fariseos, debían ser
observados por una persona verdaderamente religiosa. La trampa farisea era:
¿Cuál es el mandamiento más importante de entre esas 613 prescripciones?
Jesús
responde ensamblando dos preceptos del Antiguo Testamento. El Deuteronomio
había afirmado, como parte del shema, del Credo
israelita, el precepto del amor a Dios con todo el corazón y con toda el alma.
Por otra parte, el Levítico había añadido el «amarás al prójimo como a ti
mismo». Jesús, en su respuesta, no inventa un mandamiento nuevo. Lo nuevo en la
respuesta de Jesús son dos cosas: el calificar a estos dos preceptos como el
primero y el segundo y, sobre todo, el afirmar que el segundo mandamiento -el
del amor al prójimo- es semejante al primero del amor a Dios. Esta es una idea
central del mensaje de Jesús: en el Juicio Final Jesús nos dirá que lo que
hicimos con nuestros hermanos más pequeños lo estábamos haciendo con él mismo.
S. Pablo dirá que el que ama a su hermano, ha cumplido toda la ley y S. Juan
añadirá que nunca podemos decir que amamos a un Dios a quien no vemos si no
amamos al hermano a quien vemos.
¿Por
qué esta continua obsesión de la Biblia en vincular el amor a Dios y el amor al
hombre? ¿Por qué esa constante referencia bíblica a que no hay culto a Dios si
no existe culto y servicio al hombre? ¿Por qué aparecen siempre unidas las dos
dimensiones vertical y horizontal -como en la cruz de Cristo- del verdadero
amor cristiano? ¿Por qué no se puede amar a Dios sin amar al hombre? ¿Por qué
no basta con amar al hombre, aunque no amemos a Dios? ¿Por qué el segundo
mandamiento es semejante al primero?
Pretender
separar en la vida cristiana el mandamiento del amor a Dios y del amor al
prójimo sería tan absurdo como intentar separar en Cristo lo humano y lo divino.
En ambos casos cabe una distinción, pero nunca una separación.
A Jesús no le interesaba demasiado entrar en discusiones
teóricas, y mucho menos perderse en los detalles de las doctrinas fariseas.
La primera parte de su respuesta se identifica con una de
las corrientes minoritarias de entonces, la de los que decían que el
mandamiento principal es el amor a Dios. Pero la completa poniendo a su mismo
nivel otro mandamiento, el del amor al prójimo: "'Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente'. Este es el
mandamiento principal y el primero, pero hay un segundo no menos importante:
'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. De estos dos mandamientos penden la Ley
entera y los Profetas". En estos dos mandamientos (Dt 6,5; Lv 19,18), dice Jesús, se encierra todo el proyecto de Dios
para el pueblo de Israel: "De estos dos mandamientos penden la Ley entera
y los Profetas"
San Agustín comenta así el evangelio de hoy: "El amor de Dios es el primero como
mandamiento, pero el amor al prójimo es el primero como actuación práctica.
Aquel que te da el mandamiento del amor en estos dos preceptos, no te enseña
primero el amor al prójimo, y después el amor a Dios, sino viceversa. Pero como
a Dios no lo vemos todavía, amando al prójimo tú adquieres el mérito para
verlo; amando al prójimo tú purificas tu ojo para ver a Dios, como lo afirma
san Juan: "Si no amas al hermano que ves, ¿cómo podrás amar a Dios a quien
no ves? Cf. 1 Jn 4, 20). Si sintiendo la exhortación para amar a Dios, tú me
dijeses: "muéstrame a aquel que debo amar", yo no podría responderte
sino con las palabras de san Juan: "Ninguno jamás ha visto a Dios"
(Cf. Jn 1,8). Pero para que tú no te creas excluido totalmente
de la posibilidad de ver a Dios, el mismo Juan dice: "Dios es amor. Quien permanece en el amor permanece en Dios" (1 Jn 4, 16). Tú, por lo tanto, ama al prójimo y mirando dentro de ti donde nazca este amor, en cuanto te es posible, verás a Dios" ( San Agustín. Tratado sobre san Juan Tratt. 17, 7-9).
de la posibilidad de ver a Dios, el mismo Juan dice: "Dios es amor. Quien permanece en el amor permanece en Dios" (1 Jn 4, 16). Tú, por lo tanto, ama al prójimo y mirando dentro de ti donde nazca este amor, en cuanto te es posible, verás a Dios" ( San Agustín. Tratado sobre san Juan Tratt. 17, 7-9).
Para
nuestra vida
La Palabra proclamada en este domingo es de plena actualidad
para todos los que deseamos que -en nuestro mundo que es injusto y la
desigualdad social es un hecho real y sangrante-, reinen la paz, la justicia y
el amor. Como cristianos estamos llamados también a evangelizar. En este ámbito
nos iluminan las palabras de San Pablo.
Comenzamos con las palabras del capítulo 22 del libro del Éxodo.
las cuales están en plena sintonía con el mandamiento nuevo de Jesús."Si
grita a mí yo lo escucharé, porque yo soy compasivo". La
persona que está sana y con un buen nivel económico y social debe saber mirar
con compasión, es decir, activa y misericordiosamente, a las personas que no
pueden defenderse por sí mismas. Esto no quiere decir que seamos ingenuos
y nos dejemos engañar por cualquiera
que, falsamente, nos pide limosna. Debemos saber, a quién y cómo podemos y
debemos ayudar, pero sin olvidar nunca que hay muchas personas en nuestra
sociedad que sí necesitan de verdad nuestra ayuda . El que quiere y puede
ayudar siempre tendrá posibilidades reales de hacerlo,
"Esto dice el
Señor: no oprimirás al forastero…, no explotarás a viudas y a huérfanos…, si
prestas dinero a mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un
usurero cargándole intereses…" Estos mandamientos de
la ley de Dios, contenidos en el llamado “Código de la Alianza”, nos muestran
maravillosamente el corazón de un Dios justo y misericordioso. Sí, nuestro Dios
es compasivo y misericordioso, que se erige en juez imparcial con un amor
preferente hacia los más pobres y marginados. Este debe ser siempre nuestro
camino, el camino cristiano: amar a todos cristianamente y atender
preferentemente a los que más lo necesitan. Los cristianos no debemos apostar
siempre por los más fuertes y poderosos, sino mirar con especial predilección a
los más débiles y marginados de la sociedad donde vivimos. Hagamos un esfuerzo
para ayudar como mejor sepamos y podamos a estas personas que, por las
circunstancias que sea, se encuentran en los márgenes más apartados y olvidados
de la sociedad. Ya sabemos que no es fácil, pero, como digo, que cada uno ayude
como mejor sepa y pueda y, en cualquier caso, animemos a las pocas personas que
tan generosamente ayudan.
"Si grita a mí,
yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.". También nosotros seamos
compasivos como nuestro Dios es compasivo.
Este texto es pues, un hermoso comentario sobre el amor al prójimo
relacionado con el amor a Dios. Dios no sólo quiere que tengamos entrañas de
misericordia con los más pobres, sino que se nos presenta como vengador (el
"goel" hebreo) de los desvalidos frente a
aquellos que los oprimen. Porque es "compasivo" no de un modo blando,
sino fuerte, se hace suya la causa de los oprimidos y reacciona con dureza
contra los que abusan de ellos. ¡Lenguaje antropomórfico!, diremos los bienpensantes. ¡Naturalmente!: lo es siempre todo lenguaje
nuestro sobre Dios. Comparémoslo con el de Jesús en la parábola que se leyó el
domingo 24 (Mt 18. 23-35) y deduciremos la conclusión de que la ternura de Dios
pide (o mejor, exige) como respuesta nuestra ternura y que cuando abusamos de
nuestro poder (e incluso de lo que denominamos nuestros "derechos")
contra los débiles, nos situamos fuera de este amor bondadoso. No pasemos sobre
estos textos sin sentir escalofríos ante la deshumanización y la dureza de
corazón que sacan de quicio a Dios, y no nos refugiemos en una superación sabia
(¡y fría!) de las representaciones "primitivas".
En las palabras del salmista encontramos fortaleza
y luz, expone su amor a Dios, con exclamaciones de gozo. Como siempre,
vamos a tratar de hacer nuestras sus propias plegarias, vamos a repetir al Señor
que le amamos con todo el alma. "Yo
te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora".(Sal
17, 2-3)
Son expresiones que reflejan una gran confianza, persuasión
de que él es la fuente y el origen de todo, mientras que nosotros somos menos
que nada. No obstante, el Señor se complace en nuestra profesión de amor, en
especial si va acompañada de un sincero arrepentimiento por haberle ofendido y
del firme propósito de no ofenderle nunca más.
"Invoco al
Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos" (Sal 17, 4)
Dios nos librará de todo mal si acudimos confiados a él, si nos
llegamos hasta su presencia para decirle que le necesitamos, que nos sentimos
solos, que sufrimos quizás en lo más íntimo de nuestro ser. El Señor nos
escuchará si humildemente le rogamos que tenga misericordia de nosotros, que se
compadezca de nuestra miseria y pequeñez.
Si lo hacemos así, veremos cómo Dios se pone a nuestro lado,
para sostenernos en la prueba, para animarnos en la lucha, para darnos al fin
la victoria. Entonces, también con el salmista podremos exclamar: "Viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea
ensalzado mi Dios y Salvador. Tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia
de tu Ungido".
En la respuesta al salmo de hoy " yo te amo, señor; tú eres mí
fortaleza." se concentra en pocas
palabras lo que las lecturas (primera y evangelio) anuncian como propuesta y
nosotros vivimos y celebramos: el amor a Dios "con todo tu corazón, con
toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser", y el amor "al
prójimo" . Es una oportunidad muy buena para gozar de la oración, que no
siempre ha de ser de petición o de acción de gracias. Sencillamente decirle al
Señor que le amamos. Y decirlo una y otra vez. En la celebración se lo diremos
las pocas veces que requiere el salmo responsorial. Pero puede ser la oración
que cada uno se lleve a su casa y vaya repitiendo en el corazón a lo largo de
la jornada, en medio de la tarea cotidiana. Así nos daremos más cuenta de que
"con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu
ser" quiere decir que el amor de Dios invade todos lo
ámbitos de nuestra vida: todos los lugares, todos los momentos, todo el
pensamiento, todas las palabras, todas las acciones, todas las relaciones... y
nuestra respuesta amorosa también hemos de darla en todas las ocasiones.
En el fragmento de la 1ª carta a los Tesalonicenses que escuchamos
hoy, el Apóstol se remite a los acontecimientos que ellos han presenciado, a
las obras que este gran evangelizador ha realizado entre los habitantes de la
ciudad de Tesalónica.
No les recuerda sus palabras, aquellos
inspirados sermones que él predicaba, no les dice que tengan presente su
profunda doctrina. Él recurre a sus obras, a su conducta ejemplar como
principal testimonio, como argumento decisivo. Nos pone como ejemplo la
comunidad de Tesalónica, que se ha convertido en modelo para los demás
creyentes. Y todo ello ha sido posible por dos motivos esenciales: ha acogido
con gozo la Palabra de Dios, y ha sido capaz de convertirse. Y tal ejemplo, que
iba siendo conocido, por las demás comunidades cristianas o no cristianas de
ese tiempo, daba a la Palabra una nueva fuerza: había empezado a ser misionera.
Primero vivir como cristianos, como
sacerdotes de Jesucristo, y luego hablar a los demás de esa fe que nos mueve y
que nos sostiene. Y ante nuestra propia limitación, recurramos una vez más al
Señor para pedirle que nos ayude a ser consecuentes con nuestra condición de
hijos de Dios, de testigos convincentes de Jesucristo. Tesalónica fue una caja
de resonancia en donde encontró eco el mensaje salvador de Cristo. Y desde allí
se extendió la onda sonora hasta llegar no sólo a Macedonia, sino hasta toda la
Acaya y mucho más lejos aún. Era tal la vida de
aquellos primeros cristianos, tal su fe y, sobre todo, tal su amor y su
conducta, que su buena fama corría de boca en boca.
"Sabéis cuál fue nuestra actuación entre
vosotros, para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del
Señor" (1 Ts 1, 5) No les recuerda sus
palabras, aquellos inspirados sermones que él predicaba, nos les dice que
tengan presente su profunda doctrina. San Pablo hizo lo mismo que el Señor:
empezó por actuar y pasó luego a predicar. Él recurre a sus obras, a su
conducta ejemplar como principal testimonio, como argumento decisivo.
"Desde vuestra comunidad, la Palabra del Señor
ha resonado..." (1 Ts 1, 8) san Pablo a
la primera comunidad cristiana de Tesalónica.
Desde Tesalónica donde encontró eco el mensaje salvador de Cristo, se extendió
hasta llegar a Macedonia, a toda la Acaya ya
otros muchos lugares del mundo colonizado por Roma. Era tal la vida de aquellos
primeros cristianos, tal su fe y, sobre todo, tal su amor y su conducta, que su
buena fama corría de boca en boca.
"Desde vuestra comunidad, la Palabra del Señor
ha resonado no sólo en Macedonia y Acaya, sino en
todas partes." Ya quisiéramos nosotros, los cristianos de hoy,
que san Pablo pudiera decirnos a nosotros estas palabras que dirige, en esta
carta, a los primeros cristianos de Tesalónica. Porque muchas veces nuestra fe
es anodina, se queda dentro de los muros del templo, sin resonancia en el mundo
exterior. Y, sin embargo, la fe cristiana, nuestra fe, debe ser elemento de
evangelización exterior, llegar y contagiar a los de fuera. Algo de esto quiere
decir el Papa Francisco cuando habla una y otra vez de la necesidad de que la
Iglesia de Cristo sea siempre una Iglesia en salida. Esto, evidentemente, muchas
veces no es fácil, debido a nuestras condiciones muy limitadas por la edad y
por nuestro estilo de vida. Pero debemos intentarlo, al menos dentro de nuestra
familia, amigos y personas más cercanas. Si la Iglesia de Cristo debe ser
siempre una Iglesia evangelizadora, procuremos ser también cada uno de nosotros
evangelizador, en la mejor medida que podamos y sepamos.
"Abandonando los ídolos os volvisteis a Dios,
para servir al Dios vivo y verdadero". y esto mismo podría decirnos
ahora a nosotros. Porque también nuestra sociedad nos propone cada día ídolos a
los que servir: el dinero, la fama, el poder, el placer material… etc. Pero,
como venimos diciendo, lo importante para un cristiano es cumplir el
mandamiento nuevo de Cristo, que consiste en amar a Dios y al prójimo y no
servir a los ídolos que les propone el mundo. Sabemos que Cristo sólo buscó el
Reino de Dios y la voluntad de su Padre. Examinemos nuestro proceder de cada
día y veamos con sinceridad si también nosotros servimos en verdad a Dios, o
servimos a alguno o a varios de los ídolos reinantes en nuestra sociedad
actual. Ese es el verdadero y único camino de la Evangelización. Primero vivir
como cristianos, seguidores de
Jesucristo, y luego hablar a los demás de esa fe que nos mueve y que nos
sostiene.
Toda comunidad
cristiana actual debe meditar este pasaje. Aunque se haya apartado de los
ídolos, queda siempre el peligro de volver a nuevos ídolos que ya no dejan
escuchar la palabra de Dios de una manera objetiva. Nuestra época conoce esos
nuevos ídolos: el lujo bajo todas sus formas, la sexualidad desbordada y los
conceptos vagos de libertad y de liberación del hombre.
En el Evangelio resuena la pregunta de los fariseos:
"¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?".
Hoy, en un mundo convulsionado,
confundido, complicado y en el que día a día, una y otra vez, nacen leyes
–consensuadas por una mayoría- en pro del bienestar, nos podríamos preguntar:
¿Son esas leyes justas o injustas? ¿Favorecen a todos o a una minoría? ¿Están
encaminadas al bien común o al bien particular? ¿Están regidas desde la ética y
la moral o desde el simple capricho? El Evangelio de este día nos da la tónica
que ha de llevar en su vida un cristiano: el amor a Dios y al prójimo ha de
sostener lo que somos, decimos y hacemos.
Los escribas que tentaban a Jesús
intentaban desempeñar al dedillo nada más y menos que 613 mandamientos. Con
ello, sin darse cuenta, miraban tanto al libro que olvidaban al autor; se
fijaban tanto en la letra que vivían de espaldas al espíritu con el que fue
escrita; adornaban de tal manera su existencia que, escasamente, percibían el
dolor o las miserias de aquellos que les rodeaban. Porque, la cuestión, no era
quién cumplía más y mejor la Ley. Jesús pone el dedo en la llaga y les recuerda
que, el amor a Dios, pasa necesariamente por el amor al prójimo.
La novedad de Jesús es asemejar este mandamiento primero al segundo: "Amarás
a tu prójimo como a ti mismo".
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los
profetas. Esto es lo que dice Jesús al fariseo que le pregunta cuál es
el primer mandamiento de la Ley. Lo hace citando dos frases del Deuteronomio y
del Levítico, frases que el fariseo sabía, evidentemente, de memoria. Son “amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” (Deut
6, 5), porque lo primero para cualquier persona religiosa es amar a Dios. El
segundo mandamiento, le dice, es semejante a él: “amarás al prójimo como a ti mismo” (Lev
19, 18). Para concluir: estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los
profetas, es decir, todo el Antiguo Testamento. Como podemos ver, Jesús no dice
nada que el fariseo no supiera; lo original de Jesús es unir estos dos
mandamientos en uno solo, haciéndolos base y fundamento dela
vida cristiana. Por extensión todas las religiones que tengan su base en la
Biblia deben, tener esto muy claro: donde no hay amor, no hay religión
verdadera. Amor a Dios, amor a uno mismo, que se da por supuesto, y amor al
prójimo como a uno mismo. La pregunta que cada uno de nosotros debemos hacernos
ahora es esta: ¿todo lo que yo hago, pienso y deseo, está basado en el amor a
Dios y en el amor al prójimo como me amo a mí mismo? Quizá, a nivel práctico,
lo más difícil es concretar cómo debo amarme a mí mismo, para poder decir que
amo a Dios y vivo en comunión con Cristo. Y para esto lo mejor es recordar
también las palabras del mismo Cristo, cuando en el sermón de despedida,
después de la cena pascual, les dice a sus discípulos: “os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he
amado” (Jn 13, 34). Este es, pues, el mandamiento nuevo: amarnos unos a
otros como Cristo nos ha amado. Cuanto más se parezca nuestro amor al amor de
Cristo, tanto más seguros estaremos de vivir en comunión con él, de estar
practicando una religión verdadera.
Es evidente, la dimensión vertical y
trascendente es esencial en el mensaje evangélico, hasta el punto de que si se
prescinde del amor a Dios, todo lo demás no sirve para nada... Pero al mismo
tiempo hay que atender a la vertiente horizontal, pues la proyección hacia el
hombre, complementa ese mensaje proclamado por Jesucristo.
Dios, nuestro prójimo, nuestra vida.
"Señor, tú me
complicas seriamente la vida.
Tu mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas
hubiera sido fácil de seguir,
sin tener que dar cuenta a nadie, sino a ti
Pero lo has unido al segundo
y nos has mandado amar al prójimo,
amar al otro, a todos los otros,
amarlos siempre
y amarlos como a nosotros mismos.
Y eso no es fácil, Señor.
Es difícil amar al prójimo que veo,
más difícil es amar a los que no veo,
comprometerme con ellos y por ellos,
luchar contra las estructuras hostiles,
empeñarme en la imposible igualdad.
Hubiera sido más fácil dar limosnas,
desprenderme de lo que me sobra,
regalar lo que tengo a medio uso,
prescindir de ciertas cosas superfluas,
repartir aguinaldos,
hacer beneficencia.
Pero nos mandas amar.
Y pones por medida amar como a nosotros mismos.
Y eso ya es demasiado para mi egoísmo.
¿Cómo cobrar todos los mismo o parecido?
¿Cómo disponer de viviendas dignas para todos?
¿Cómo acabar con las clases y las desigualdades?
Pero quiero seguirte, Señor,
y estoy dispuesto al amor,
dispuesto a amar a los demás como a mí mismo,
dispuesto a luchar por la igualdad,
dispuesto, al menos, a luchar contra las desigualdades.
Todos iguales, Señor, todos iguales,
porque todos somos hermanos,
porque todos somos tus hijos,
porque todos hemos recibido de ti lo mismo. " (EUCARISTÍA 1990/49)
Tu mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas
hubiera sido fácil de seguir,
sin tener que dar cuenta a nadie, sino a ti
Pero lo has unido al segundo
y nos has mandado amar al prójimo,
amar al otro, a todos los otros,
amarlos siempre
y amarlos como a nosotros mismos.
Y eso no es fácil, Señor.
Es difícil amar al prójimo que veo,
más difícil es amar a los que no veo,
comprometerme con ellos y por ellos,
luchar contra las estructuras hostiles,
empeñarme en la imposible igualdad.
Hubiera sido más fácil dar limosnas,
desprenderme de lo que me sobra,
regalar lo que tengo a medio uso,
prescindir de ciertas cosas superfluas,
repartir aguinaldos,
hacer beneficencia.
Pero nos mandas amar.
Y pones por medida amar como a nosotros mismos.
Y eso ya es demasiado para mi egoísmo.
¿Cómo cobrar todos los mismo o parecido?
¿Cómo disponer de viviendas dignas para todos?
¿Cómo acabar con las clases y las desigualdades?
Pero quiero seguirte, Señor,
y estoy dispuesto al amor,
dispuesto a amar a los demás como a mí mismo,
dispuesto a luchar por la igualdad,
dispuesto, al menos, a luchar contra las desigualdades.
Todos iguales, Señor, todos iguales,
porque todos somos hermanos,
porque todos somos tus hijos,
porque todos hemos recibido de ti lo mismo. " (EUCARISTÍA 1990/49)
La pregunta por lo esencial demanda de
nosotros la vuelta a las actitudes esenciales: cómo estoy ante los dos valores
esenciales que Jesús proclama, los dos amores, a Dios y al prójimo? ¿Encierro
ahí "toda la Ley y los Profetas", o tengo una moral complicada de
muchos preceptos no debidamente jerarquizados?.
Dios y el prójimo (los dos principales
mandamientos) han sido ejemplificados como las dimensiones vertical y
horizontal. ¿Es correcta esa "geometría espiritual"? ¿Son realmente
"dos" dimensiones, y son dimensiones tan distintas (perpendiculares,
la posición más contraria que pueden tomar dos rectas que se relacionan)? ¿No
es peligroso adjudicar plásticamente a Dios la dimensión vertical?.
"El primero es el más importante, y
el segundo es semejante al primero". Si es semejante, ¿es menos importante
o es de semejante importancia? Comparemos esta proposición con aquella:
"si alguien dice que ama a su prójimo y no ama a su hermano, miente":
ahí parece que el segundo es más importante que el primero… Dialogar sobre esta
relación en que Jesús pone a los dos mandamientos.
-Esta moral de Jesús parece no tener más
que un capítulo, el del amor. Todos los demás capítulos son subcapítulos y
están subsumidos en el capítulo del amor.
¿cuántas normas, mandatos o preceptos
dio Jesús sobre la sexualidad? ¿Es que hay mucho más que decir -moralmente-
sobre la sexualidad que lo que podamos decir sobre el amor al prójimo?.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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