Comentarios a las lecturas
del XXV Domingo del Tiempo Ordinario 24 septiembre de 2017
La primera lectura es del
libro de Isaías 55, 6-9. Este texto parte de la conclusión del libro del consuelo de
Isaías, en estrecha relación con el prólogo. El texto empieza con unos imperativos que recalcan la
urgencia con que debemos afrontar lo ordenado: "Buscad al Señor",
"invocadlo" (vv 6-7). Y las razones que nos
da tienen su fundamento: en la perennidad de la palabra divina, en el hecho de
que los planes y caminos divinos en nada se parecen a los de los mortales (vv.
8 ss.).
Se urge mediante dos imperativos, a buscar al Señor;
no ha muerto sino que se halla muy cerca de aquél que le busca (v. 6). En el AT
"buscar al Señor" puede denotar una llamada cúltica:
acudir al santuario con sacrificios y oraciones, pero no se agota aquí su
sentido. Ya desde los tiempos de Amós, la búsqueda del Señor no consiste en
hacer numerosos sacrificios de vacas y de ovejas, ni en peregrinar a los
grandes santuarios de Guilgal, Betel, Berseba (Am 5. 4 ss.; Os 5. 6; Jr
29. 12 ss.). Buscar al Señor es hacer caso de la palabra profética que Is II está dirigiendo a su pueblo: a Dios se le puede
encontrar en el desierto, ahora mismo..., sólo se exige la conversión (v. 7).
Dios, mediante
el profeta, pide a los malvados que se arrepientan de sus malas acciones, con
la seguridad de que el Señor tendrá piedad de ellos y les perdonará. El perdón
de Dios, les dice, es superior al pecado del ser humano. Aceptemos nosotros
siempre la voluntad de Dios en nuestras vidas y, aunque algunas veces nos
equivoquemos y pequemos, si sabemos pedir perdón Dios es seguro que nos
perdonará. Ante Dios, la humildad y el amor tienen siempre la última palabra,
porque el Señor está siempre cerca de los que le invocan, como nos dice el
salmo 144.
"Mis
planes so son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos". El profeta
Isaías contrapone directamente en este texto los planes de los malvados y
criminales con los planes de Dios. ¿En qué se diferencian los planes divinos y
los humanos? Los planes y caminos de Israel, a consecuencia de la grave
situación en que se encuentra, son los de la duda, falta de fe, escasa confianza
en sí mismos, en los otros
El responsorial es el salmo
144, ( Sal 144, 2-3. 8-9. 17-18). Este salmo es de los llamados alfabéticos y es un canto
de alabanza a Dios.
Su inspiración literaria viene de otros salmos y era considerado por los judíos
contemporáneos de Jesús como uno de los grandes poemas de alabanza a Yahvé
compuestos por el Rey David. La realidad es que el salmista expresa, con
maestría, su gozo ante esa gran realidad que es la grandeza y la ternura de
Dios, Nuestro Padre y Padre de la toda la creación.
Los judíos
recitan este salmo todos los días en el oficio matinal, respondiendo a la
invitación del comienzo: "cada día, quiero bendecirte..." Jesús debió
recitarlo miles de veces. El vocabulario de la alabanza hímnica es de una gran
densidad: Exaltar... Bendecir... Alabar... Decir... Proclamar...
El salmista no
puede contenerse de "dar gloria" a su rey que es Dios. Alaba su
"gloria", su "magnificencia", su "grandeza" su
"poder", su "esplendor"... ¡Cualidades eminentemente
reales! Pero canta también su "bondad", su "justicia", su
"ternura", su "piedad", su "amor", su
"fidelidad", su "proximidad"... Cualidades más que todo
paternales.
El salmo 144
mantiene la división tradicional en tres partes: introducción (v. 1-2), cuerpo
del salmo (v. 3-20) dividido en dos secciones (v. 3-12 y 13-20). El texto liturgico presenta una selección de versiculos
que llegan hasta el v. 18. En la parte inicial está expresada la intención del
salmista de elevar hacia Dios su alabanza por la grandeza de su divinidad y la
majestad de su realeza.
El cuerpo del
salmo, en sus dos secciones, desarrolla los temas enunciados en la
introducción: la divinidad y la realeza del Señor. La trascendencia divina del
Señor se expresa en la avalancha de adjetivos y de substantivos que utiliza el
autor. Esta redundancia quiere crear, en el lector, la sensación que Dios
ultrapasa todo lo que el hombre diga por mucho que añada. La realeza se expresa
en el interés del Señor por las criaturas y por la justicia con la que gobierna
a los hombres. El versículo conclusivo recupera el motivo inicial de la
alabanza, sea en boca del salmista, sea en boca de cualquier ser vivo. Una
alabanza que perdura siempre.
El salmo se
inicia con una invitación a ensalzar al Señor. El concepto ensalzar, igual que
exaltar y enaltecer, parte de una concepción espacial de la divinidad. La zona
alta de la tierra es la más noble, por eso, el rey está sentado más alto que el
resto de las personas. Dios, más poderoso que cualquier rey humano, es el
altísimo, y habita en la cima de los montes donde se le construyen santuarios.
Alabar a una persona o a Dios mismo, es, por tanto, ensalzarlo, exaltarlo,
enaltecerlo pues todos estos términos proceden de la raíz alto.
«Una
generación a la otra» es la manera cómo el salmista expresa la constancia
divina: las generaciones pasan y cambian, pero Dios mantiene la majestad de sus
favores de un modo constante.
Los primeros
versículos alaban a Dios de un modo genérico, sin especificar su contenido;
pero al llegar al v. 8 nos encontramos con una fórmula tradicional: «El Señor
es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad». La
formulación más solemne que hay en toda la Escritura es la revelación que Dios
hace de sí mismo a Moisés en la cima del Sinaí: «Señor, Señor, Dios compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor
por millares, que perdona la iniquidad, rebeldía y el pecado» (Ex 34,6-7a).
Un rasgo
notable del salmo es su universalismo. No hace distinciones entre los fieles al
tributar la alabanza a Dios. Tampoco hace distinciones al comprender que Dios
lo es de todo el mundo y de todos los vivientes. No hay discriminación de
destinatarios de los favores divinos, porque ama de corazón todo lo que ha
creado, hombres y criaturas, y por tanto, sacia de favores a todos los que en
él esperan. La alabanza no se circunscribe a un pueblo, ni a una ciudad, ni a
un lugar, el templo. El Dios universal merece una alabanza universal.
Los versículos
15-16 parecen inspirados en el salmo 103,27 manifiestan la providencia diaria
de Dios, imaginado como un campesino que cada día da de comer a sus animales.
Da un carácter cercano y simpático a la realeza sublime de Dios, que poco antes
había presentado el salmista.
Así comenta
Benedicto XVI este salmo: "Queridos
hermanos y hermanas:
1. Hemos elevado la oración del Salmo 114, una
gozosa alabanza al Señor que es exaltado como un rey cariñoso y tierno,
preocupado por todas sus criaturas. La Liturgia nos presenta este himno en dos
momentos distintos, que corresponden también a los dos movimientos poéticos y
espirituales del mismo salmo. Ahora nos detendremos en la primera parte, que
corresponde a los versículos 1 a 13.
El Salmo está dirigido al Señor a quien se invoca y describe como «rey» (Cf. Salmo 144, 1), representación divina dominante en otros himnos de los salmos (Cf. Salmo 46; 92; 95-98). Es más, el centro espiritual de nuestro canto está constituido precisamente por una celebración intensa y apasionada de la realeza divina. En ella se repite en cuatro ocasiones --como indicando los cuatro puntos cardenales del ser y de la historia-- la palabra hebrea «malkut»», «reino» (Cf. Salmo 144,11-13).
El Salmo está dirigido al Señor a quien se invoca y describe como «rey» (Cf. Salmo 144, 1), representación divina dominante en otros himnos de los salmos (Cf. Salmo 46; 92; 95-98). Es más, el centro espiritual de nuestro canto está constituido precisamente por una celebración intensa y apasionada de la realeza divina. En ella se repite en cuatro ocasiones --como indicando los cuatro puntos cardenales del ser y de la historia-- la palabra hebrea «malkut»», «reino» (Cf. Salmo 144,11-13).
Sabemos que esta simbología regia, que tendrá un
carácter central también en la predicación de Cristo, es la expresión del
proyecto salvífico de Dios: él no es indiferente a la historia humana, es más,
tiene el deseo de actuar con nosotros y para nosotros un designio de armonía y
de paz. Toda la humanidad está también convocada a cumplir este plan para
obedecer a la voluntad salvífica divina, una voluntad que se extiende a todos
los «hombres», a «toda generación» y a «todos los siglos». Una acción
universal, que arranca el mal del mundo y entroniza la «gloria» del Señor, es
decir, su presencia personal, eficaz y trascendente.
2. Hacia el corazón de este salmo, que aparece
precisamente en el centro de la composición, se dirige la alabanza orante del
salmista, que se hace portavoz de todos los fieles y que hoy querría ser
portavoz de todos nosotros. La oración bíblica más alta es, de hecho, la
celebración de las obras de salvación que revelan el amor del Señor por sus
criaturas. El Salmo continúa exaltando «el nombre» divino, es decir, su persona
(Cf. versículos 1-2), que se manifiesta en su acción histórica: se habla de
«obras», «maravillas», «prodigios», «potencia», «grandeza», «justicia»,
«paciencia», «misericordia», «gracia», «bondad» y «ternura».
Es una especie de oración en forma de letanía que
proclama la entrada de Dios en las vicisitudes humanas para llevar toda la
realidad creada a una plenitud salvífica. No estamos a la merced de fuerzas oscuras,
ni estamos solos con nuestra libertad, sino que hemos sido confiados a la
acción del Señor poderoso y amoroso, que instaurará para nosotros un designio,
un «reino» (Cf. versículo 11).
3. Este «reino» no consiste en el poder o el
dominio, el triunfo o la opresión, como sucede por desgracia con frecuencia con
los reinos terrenos, sino que es la sede de una manifestación de piedad,
ternura, bondad, de gracia, de justicia, como confirma en varias ocasiones en
los versículos que contienen la alabanza.
La síntesis de este retrato divino está en el
versículo 8: el Señor es «lento a la cólera y rico en piedad». Son palabras que
recuerdan la presentación que el mismo Dios había hecho de sí mismo en el
Sinaí, donde dijo: «El Señor, el Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a
la cólera y rico en amor y fidelidad» (Éxodo 34, 6). Tenemos aquí una
preparación de la profesión de fe en Dios de san Juan, el apóstol, al decirnos
simplemente que Él es amor: «Deus caritas est» (Cf. 1
Juan 4,8. 16).
4. Además de fijarse en estas bellas palabras, que
nos muestran a un Dios «lento a la cólera y rico en piedad», dispuesto siempre
a perdonar y ayudar, nuestra atención se concentra también en el bellísimo
versículo 9: «el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus
criaturas». Una palabra que hay que meditar, una palabra de consuelo, una
certeza que aporta a nuestra vida. En este sentido, san Pedro Crisólogo (nacido
en torno al año 380 y fallecido en torno a 450) se expresa con estas palabras
en el «Segundo discurso sobre el ayuno»: «"Grandes son las obras del
Señor": pero esta grandeza que vemos en la grandeza de la Creación, este
poder es superado por la grandeza de la misericordia. De hecho, habiendo dicho
el profeta: "Grandes son las obras de Dios", en otro pasaje añade:
"Su misericordia es superior a todas sus obras". La misericordia,
hermanos, llena el cielo, llena la tierra… Por esto la grande, generosa, única
misericordia de Cristo, que reservó todo juicio para un solo día, asignó todo
el tiempo del hombre a la tregua de la penitencia… Por eso confía totalmente en
la misericordia el profeta, que no tenía confianza en la propia justicia:
"Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi
culpa" (Salmo 50, 3)» (42,4-5: «Sermoni
1-62bis», «Scrittori dell’Area
Santambrosiana», 1, Milano-Roma 1996, pp. 299.301). Y
nosotros decimos también al Señor: «Piedad de mí, Dios mío, pues grande es tu
misericordia» "
(Benedicto XVI. Audiencia general miércoles, 1 febrero 2006).
La segunda lectura es de
la carta del apóstol san Pablo a los filipenses (Fil 1, 20c-24. 27a). En este domingo vigésimo quinto del Tiempo
Ordinario se inicia la lectura de cuatro pasajes de la Carta de San Pablo
dirigida a los filipenses. Filipos era una ciudad
importante y tenía también una numerosa Iglesia. Pablo escribe desde su prisión
de, probablemente, Roma. La precariedad de su situación no le produce
desesperanza, sino una gran alegría. Cualquiera que sea la sentencia de los
tribunales humanos, sabe ya que tanto en su vida como en su muerte será
glorificado Cristo, cuyas llagas padece él ahora en su propia carne (Gál 6,17).
Concisamente
formula San Pablo la experiencia de su vinculación a Cristo: el sentido, el
principio, y el fin de su vida es Cristo.
Por eso,
incluso la muerte es para san Pablo una ganancia, pues así espera llegar a
unirse definitivamente con el Señor.
El Apóstol
considera las dos posibles sentencias que le esperan: la muerte o la libertad.
No sabe qué escoger. Pues si la muerte es el paso de la esperanza a la posesión
de Cristo y de la fe a la visión cara a cara del Señor, su vida en el mundo
puede ser todavía útil a la Iglesia.
Pablo deja el
asunto en las manos de Dios y acepta su voluntad en cualquier caso, pues todo
contribuye tanto la vida como la muerte, para bien de los que se salvan. Lo
importante es que los cristianos vivan dignamente y conformen su conducta a las
enseñanzas del Señor (cf. Ef 4, 1; Col 1, 10).
Si muere sabe que se reunirá con Cristo, pero
si no muere podrá encargarse de la cura espiritual de quienes él mismo ha
llevado al conocimiento del Evangelio de Jesús. Dice San Pablo, "Me encuentro, en ese dilema: por un lado,
deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro,
quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros". San Pablo
acepta los planes de Dios y aunque su inteligencia analiza bien las opciones
que tiene, deja en manos del Señor lo que tenga que ocurrir. Y esa confianza en
el Señor toma mayor relevancia si consideramos que San Pablo vive la
incertidumbre personal que produce el hecho de estar encarcelado.
!Para mí la vida es Cristo y una ganancia el
morir. Pero si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero no sé qué
escoger". San Pablo, como sabemos, creía firmemente en la
resurrección con Cristo, cuando Cristo volviera en la segunda y definitiva
venida que él creía que iba a ser inmediata. Por eso, el morir para san Pablo
era una ganancia porque dejaría de sufrir y se incorporaría para siempre a
Cristo. Pero él también sabía que había sido el mismo Cristo el que le había
dado la vocación de predicar el evangelio a los gentiles y, por tanto, su
trabajo era fructífero. Si para él su vida es Cristo debe aceptar el vivir para
los demás, por Cristo, aunque para esto tenga que sufrir en esta vida mortal
Este mismo sentimiento lo han tenido también otros santos del cristianismo y
podemos tenerlo también en algún momento nosotros, cuando la vida nos resulte
demasiado dura y penosa. Lo importante es que todos nosotros hagamos en cada
momento lo que Dios nos pide y dejemos después que sea el mismo Dios el que
decida la hora de nuestra muerte y de nuestra unión definitiva y gloriosa con
Cristo.
ALELUYA Cf. Hch 16, 14b
Señor, abre nuestro corazón para que aceptemos las palabras de tu Hijo.
El evangelio es de San Mateo
(Mt 20, 1-16 ). Presenta la
parábola del dueño de la viña. Se inicia
con la fórmula fija, v. 1a. La acción transcurre en dos fases, alrededor de
la iniciativa del dueño: 1) Contrato de los trabajadores, vv. 1b-7: cuatro
salidas, trabajo con contrato; última salida, trabajo sin contrato, es cuando
el dueño establece una breve diálogo con los que todavía están en la plaza
esperando a ser contratados (6-7).
2) Pago a los
trabajadores y discusión, vv. 8-15: orden de pago (8-11); protesta de los
"primeros" (12); respuesta del dueño (13-15) y sentencia
conclusiva-aplicación, v.16 (cf. Mt 19, 30).
En su contexto
original, invita a los oyentes, primero, a identificarse con los que protestan
y, después, a tomar partido.
Sorprende el
orden del dueño que alimenta la ilusión de los "primeros". Sorprende,
todavía más el sistema de pago: los trabajadores que han realizado toda la
jornada son tratados igual que aquellos que sólo han hecho una hora y en el
momento más favorable; eso, ciertamente, ¡no es justo! Este es el punto de vista
de los primeros, pero no el de los últimos que tienen todo derecho a vivir
aunque el dueño les haya contratado a última hora. Sorprende, pues, la libertad
y la generosidad del dueño: v. 15.
En su contexto
histórico, expresa simbólicamente una situación conflictiva o polémica: las
opciones de Jesús, a favor de los que no contaban para nada en el mundo
socio-religioso de entonces, hacen explotar las críticas de los observantes y
comprometidos (fariseos y escribas). Jesús, con esta parábola, se remite al
estilo de Dios Padre. El actuar de Jesús revela y hace presente esta libertad
del amor de Dios Padre, que ya tiene sus precedentes en la historia bíblica.
San Mateo,
colocándola aquí, hace notar un aspecto del debate en el interior de la
comunidad y del conflicto con el judaísmo: "Así, los últimos serán los
primeros y los primeros los últimos". Los paganos, los últimos, toman el
lugar de Israel, llamado en primer lugar. Y aquellos que en la comunidad son
considerados últimos, los más pequeños de entre los hermanos, en la perspectiva
del Reino y del juicio de Dios serán primeros. Hay que decir que este texto ha
sufrido diversas interpretaciones y que son legítimas en la medida en que no
contradicen su sentido global originario, ligado al contexto histórico de Jesús.
El propietario
de esta viña pagó lo mismo en denarios, <![if !supportFootnotes]>[1]<![endif]>a
los jornaleros que habían trabajado todo el día, que a los que habían trabajado
menos horas. ¿Fue injusto este propietario? Según las costumbres de la época,
según los planes de los hombres, sí, pero según los planes de Dios, no. ¿Por
qué? Porque el propietario de la parábola, que se parece al Reino de los
cielos, no se fijó en la cantidad de horas que habían trabajado unos u otros,
sino en la misma voluntad de trabajar que habían tenido todos los jornaleros
que habían ido a la plaza a buscar trabajo. Por qué habían contratado a unos
antes que a otros no lo sabemos, pero, según la parábola, parece que todos
habían ido a la plaza con la misma voluntad de trabajar. El propietario no hizo
distinción entre jornaleros y jornaleros, entre los más fuertes, o los más
ricos, o los más amigos, y los más débiles, o los más pobres, o los menos
conocidos. Por supuesto, la frase final: los últimos serán los primeros y los
primeros los últimos, tiene un significado histórico y teológico. Se refiere a
que los judíos, que fueron los primeros llamados al Reino de Dios, serían los
últimos en entrar en él, mientras que los paganos, que fueron los últimos llamados,
serían los primeros. San Pablo explicará después esto mismo en muchas
ocasiones.
Para nuestra vida
En la primera
lectura, el profeta Isaías nos invita a buscar al Señor, pero para ello nos
habla de exigencia y "abandono". Se trata, por tanto, de buscarlo
desde la conversión, abandonando nuestras seguridades, nuestros esquemas,
nuestras certezas. Creyente, no es el que dice saber quien
es Dios, sino el que cada día se arrodilla delante de El
para preguntarle: “Señor, ¿Quién eres?” Pues sólo en presencia del Señor, se
puede intuir que sus planes no son nuestros planes.
"Buscad al Señor mientras se le
encuentra..." (Is 55, 6) Hay que
aprovechar las ocasiones, no podemos dejar que pasen las oportunidades que Dios
nos brinda. Todas tienen su importancia, y sólo el que sabe apreciarlas en su
justo valor llegará a triunfar plenamente en la vida. Por el contrario, el que
deja pasar el tiempo sin salir al paso de lo que se le ofrece, acabará fracasando,
quedándose atrás siempre. Y de todas las ocasiones, hay una que resulta
decisiva. Tan decisiva que de aprovecharla o no, depende nuestra felicidad en
esta vida y en la otra.. Porque lo demás, comparado con la eternidad es bien
poquita cosa, nada en definitiva.
El segundo Isaías nos habla de un Dios
“perdonador”. El perdón que Dios da al que hace lo
posible por vivir de acuerdo con la exigencia de la fe es un acto de una
misericordia que no tiene comparación entre los hombres. Pero es necesario el
requisito de cambiar de planes. Una experiencia así solamente es comprensible
desde una óptica de pura fe. La era mesiánica que se anuncia es de
características tan radicalmente nuevas que los planes del hombre apartado de
Dios no tendrán cabida en ella. En esta incomprensión del actuar del Dios
generoso es donde el hombre tiene que afirmar su fe. Solamente el que tiene
corazón agradecido y admite la evidencia de lo maravilloso de la generosidad de
Dios puede comprender esto. El profeta emplea una imaginería cósmica para
corroborar la actuación gratuita y escandalosamente diferente del actuar de
Dios. En último término la actuación de Dios no es pura arbitrariedad sino un
criterio de fidelidad y de amor.
Dios se escapa de nuestras reglas lógicas muchas
veces, rebasa nuestros cálculos y suposiciones, sin que podamos enmarcarlo en
unos moldes determinados.
Como el cielo
es más alto que la tierra, así los caminos de Dios son más altos que los
caminos de los hombres, sus planes que nuestros planes. Hay una diferencia
insondable, distancia infinita, inabarcable. Y, sin embargo, Dios está cercano,
íntimo, entrañable. Grande, inmenso, terrible. Pero al mismo tiempo sencillo,
bueno, comprensivo, amable.
El salmo es
una completa alabanza al Señor, "clemente y misericordioso, lento a la
cólera y rico en piedad; cerca está de los que lo invocan sinceramente".
Con razón dice Isaías: "que regrese (el malvado y el criminal) al Señor, y
él tendrá piedad" (1. lectura). "Es incalculable su grandeza";
pero no lo aleja de nosotros sino que nos lo acerca, ya que "es bueno con
todos, es cariñoso con todas sus criaturas".
El Señor es
cariñoso con todas sus criaturas . La palabra "cariñoso" expresa bien
la cualidad del amor que Dios nos tiene y traduce bien los matices del
original: no es un amor "platónico" o "idealista",
"intelectual" y frío. No nace tanto de la inteligencia como del
corazón, de toda la persona, afecta a las entrañas. Es como el amor de una
madre: "¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse
por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te
olvidaré" (/Is/49/15;d. 8).
Alabad,
bendecid, proclamad, dad gracias. Si, según costumbre de la Sinagoga,
utilizamos frecuentemente este salmo, surgirá poco a poco en nosotros una
actitud esencial: el sentido de la "alabanza". Con frecuencia tenemos
ante Dios la actitud del pedigüeño. Nuestras oraciones se aíslan con frecuencia
en la petición, a riesgo de transformar a Dios en simple "motor
auxiliar" de nuestras insuficiencias: cuando todo va bien, prescindimos de
El... Si algo va mal, pedimos su ayuda...
Releyendo este
salmo, descubrimos otra forma de oración. No hay una sola línea de
"petición". Por el contrario, el vocabulario de alabanza es de una
intensidad y de una variedad admirables: "te ensalzaré, Dios mío...
bendeciré tu nombre... Te alabaré... Proclamarán tus hazañas... Repetiré tus
maravillas... Proclamaré tus grandezas... Se recordarán tus inmensas
bondades... Todos aclamarán tu justicia..." Es admirable el cúmulo de
cualidades que el salmista encuentra en Dios: ¡Tú eres grande, Señor... Poderoso,
admirable, glorioso, fuerte, bueno, justo, tierno, amante, eterno, verdadero,
fiel, compasivo, próximo, atento, salvador... Nuestra vida de oración se
transformaría totalmente si adoptáramos más a menudo este tono positivo de
alabanza, en lugar de la oración de petición, que en el fondo, nos encierra en
nosotros mismos, para poner a Dios a nuestro servicio!.
San Pablo
en la segunda lectura de la Carta los Filipenses, afirma lo mismo que el
profeta Isaías, con esta hermosa declaración: "Para mí la vida es Cristo"
¿Podríamos decir nosotros, de verdad, que Cristo es lo único que cuenta en
nuestra vida? Muchas veces, y aún a pesar nuestro, tenemos que reconocer que lo
que cuenta en nuestras vida es todo lo demás, no Cristo. Iniciamos, hoy, la
lectura de cuatro fragmentos sucesivos de esta epístola paulina.
San Pablo siente un deseo fuerte de estar
unido a Jesús inmediatamente después de la muerte. Solamente si
se entra en categoría de amor podremos llegar a comprender y a desear con
realismo vivir el estilo de vida que vive ya Jesús. Consciente del valor de su
misión, rechaza el Apóstol eso que para él es mejor, como sería el salir
condenado del juicio en el que está metido. No quiere abandonar a medio hacer
lo que ha comenzado. Quiere continuar la misión que ha recibido aquí en la
tierra, aunque en el fondo desearía estar junto a Dios.
En el evangelio de San Mateo se nos ofrece el Reino, pero no como un
salario, sino como un regalo que Dios ofrece a todos por amor.
Vamos a pensar
si realmente estamos trabajando en la viña del Señor, o por el contrario, nos
empeñamos en vivir ausentes de la gran tarea de evangelizar en el mundo. Es cierto que el amo de esta viña va a
ser comprensivo y bueno, dándonos al final no según el resultado de nuestro trabajo,
sino según la medida generosa de su gran corazón. Pero eso mismo nos ha de
empujar a trabajar con denuedo y afán renovado. En definitiva, de lo que se
trata es que hagamos en cada instante, con sencillez y rectitud de intención,
lo que debemos hacer.
La parábola
es, especialmente útil para los tiempos actuales. Hay muchos creyentes "de
toda la vida" que se creen con todos los derechos habidos y por haber.
Buscan un premio permanente a su fidelidad y pretenden ser los primeros. Hay
que tener en cuenta los méritos de toda una vida dedicada al seguimiento de
Cristo. Y hay hermanos verdaderamente ejemplares en ese camino. Pero son ellos
precisamente los que también han de ejercer la máxima humildad y ponerse en el
último lugar de la lista de retribuciones. No es fácil desprenderse de una
cierta complacencia ante la satisfacción del deber cumplido. Y, sin embargo, no
es lo que nos pide Cristo.
Dios sale una y otra vez,, a contratar jornaleros
para su viña. Esta llamada puede ocurrir en las más diversas circunstancias, en
las épocas más dispares de la vida. Pero nadie, repito, se podrá quejar de no
haber sido llamado a trabajar en la tarea de extender el Reino. Podemos
afirmar, incluso, que esa llamada se repite en más de una ocasión para cada
uno. Hay momentos en los que uno parece haber perdido el rumbo y de pronto
comprende que su camino se está desviando. Resuena entonces, de forma
indefinida quizá, la voz de Dios para indicarnos que hay que recuperar el rumbo
perdido.
En la viña del Señor, su Iglesia, hay trabajo
para todos.
Pobres que necesitan atención, catequistas que exigen formación, enfermos que
nos reclaman una visita, personas encerradas en la soledad que nos piden un
poco de nuestro tiempo. ¡Vete a esa viña! Nos dice Jesús: a ese trozo de tierra
en el que, la Iglesia, ofrece lo mejor de sí misma: el Evangelio. A esa persona
que necesita un poco de cariño o a esas situaciones en las que, por no ser
recompensadas, siempre hay huecos libres que nadie quiere.
Querer a Jesús
no resulta difícil pero querer lo que Él quiere o cuidar lo que el cuidó…no
siempre es gratificante. En cuantos instantes en vez presentarnos puntuales
ante cualquier necesidad que nos reclama la Iglesia, preferimos no meter
excesivo ruido por miedo al “qué dirán” o, simplemente, porque no son puestos
de cierta relevancia.
¿Cómo podemos trabajar en la viña del Señor?
¿Con qué utensilios? La oración que riega lo que se siembra; la
constancia en nuestro testimonio cristiano; la limosna al necesitado; la
escucha atenta y meditada de la Palabra del Señor…son arados que nos ayudan a
cultivar esa inmensa viña del Señor que es su Iglesia y, de paso, esa porción
de tierra que es el corazón o el alma de cada uno. ¿Puede hacer algo más por
cada uno de nosotros Jesús? ¿Por qué tanta resistencia para ir donde Él nos envíe?
¿Por qué los primeros, cuando ciertos señores de este mundo, nos piden
colaboración y, en cambio, los últimos cuando se trata de asuntos divinos?
El Señor, nos
necesita. En algunos lugares hay carencia de cariño y de justicia, escasez de
libertad o de alimentos…y eso no es porque Dios no quiere o no puede llegar: es
porque, nuestras manos, se han conformado con estar pendientes exclusivamente
de nuestras necesidades (y sus manos no olvidemos, son las nuestras); es porque
nuestros pies se han cansado de acompañar al triste, al agobiado, al deprimido
o al que ya no cree (y no olvidemos que los pies de Cristo avanzan con los
nuestros); es porque, nuestros corazones, se han quedado tan encerrados en
nuestro pecho que son incapaces de ser sensibles a otros mundos, a otras
personas (y no olvidemos que el corazón de Cristo actúa por el nuestro).
Demasiadas veces, pensamos que el trabajo que
merece le pena es aquel que se ve y se gratifica. Puede incluso, que en algunos
momentos, pensemos que lo invisible a los ojos del mundo no tiene sentido
llevarlo a cabo. Pero, los planes del Señor, son siempre distintos a nuestros
planes y su forma de trabajar, pensar y valorar es muy distinta a la nuestra:
nosotros nos quedamos en la apariencia y El… escudriña el corazón de cada
persona.
Ante este
Evangelio, deberíamos preguntarnos:
¿quiero ir yo a trabajar a la viña del Señor? ¿Qué pienso de los que vienen
detrás? ¿Cómo rindo en el trabajo que se me ha encomendado? ¿Lo hago bien,
regular, mal? ¿Me hago el distraído para que trabajen los demás?
Este evangélico
nos invita también a saber alegrarse con
el bien de los demás. Aquellos que protestaron por ser tratados los últimos de
la misma forma que los primeros, se entristecían de no recibir ellos más que los
de la última hora. Se deberían haber alegrado de la generosidad del dueño de la
viña, de haber servido a un amo tan compasivo y dadivoso, aunque a ellos sólo
les diese lo acordado.
Saber
contentarse con lo recibido, saber vivir con aquello que se tiene. Comportarse
así es tener paz y sosiego, ser felices siempre. A veces por mirar y desear lo
que otros poseen, dejamos de gozar y disfrutar lo que nosotros tenemos. En
lugar de mirar a los que tienen más, mirar a los que tienen menos, no sólo para
darnos cuenta de que tenemos más, sino para ayudar en lo que podamos a esos que
tienen menos, que a veces por no tener no tienen ni lo necesario.
Así comenta San
Gregorio Magno esta parábola: " Según la parábola evangélica, el
"dueño de casa" llama a los obreros a su viña a distintas horas de la
jornada: a algunos al alba, a otros hacia las nueve de la mañana, todavía a
otros al mediodía y a la tres, a los últimos hacia las cinco (cf. Mt. 20, 1
ss.). En el comentario a esta página del Evangelio, San Gregorio Magno
interpreta las diversas horas de la llamada poniéndolas en relación con las
edades de la vida. "Es posible -escribe- aplicar la diversidad de las horas
a las diversas edades del hombre. En esta interpretación nuestra, la mañana
puede representar ciertamente la infancia. Después, la tercera hora se puede
entender como la adolescencia: el sol sube hacia lo alto del cielo, es decir
crece el ardor de la edad. La sexta hora es la juventud: el sol está como en el
medio del cielo, esto es, en esta edad se refuerza la plenitud del vigor. La
ancianidad representa la hora novena, porque como el sol declina desde lo alto
de su eje, así comienza a perder esta edad el ardor de la juventud. La hora
undécima es la edad de aquéllos muy avanzados en los años (...). Los obreros,
por tanto, son llamados a la viña a distintas horas, como para indicar que a la
vida santa uno es conducido durante la infancia, otro en la juventud, otro en
la ancianidad y otro en la edad más avanzada" (San Gregorio Magno Hom. in Evang. I, XIX, 2: PL 76, 1155)
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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.- El denario era una moneda de plata, su peso oscilaba alrededor de los 4
gramos, pero en sucesivas emisiones fue disminuyendo hasta llegar a poco más de
2 gramos. Como se trataba de moneda acuñada, su valor era el facial. Al
principio figuraban en anverso y reverso divinidades o diseños simbólicos, más
tarde la figura del personaje que las autorizara, por ejemplo el emperador.
Acuñada en diferentes cecas y tiempos, era común en todo el imperio romano,
“generalmente bien aceptada” como ocurre
hoy con el dinero.
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