Comentario a las lecturas de la Solemnidad de la Asunción de la
Virgen María. 15 de agosto de 2016.
Nos dice el Papa emérito Benedicto
XVI: “En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a
la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para
alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino
dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los
momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca
de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad
luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de
alegría y de paz con Dios”. Homilía de Benedicto XVI (2010)
La fiesta de la Asunción de la
Santísima Virgen María, se celebra en toda la Iglesia el 15 de agosto. Esta
fiesta tiene un doble objetivo: La feliz partida de María de esta vida y la
asunción de su cuerpo al cielo. Así lo expresamos en el prefacio de la misa del
día : "Porque
hoy ha sido llevada al cielo la Virgen Madre de Dios, figura y primicia de la
Iglesia, garantía de consuelo y esperanza para tu pueblo, todavía peregrino en
la tierra.
Con razón no permitiste, Señor, que conociera la
corrupción del sepulcro aquella que, de un modo inefable, dio vida en su seno y
carne de su carne al autor de toda vida, Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro".
Según la doctrina de la Iglesia
católica, que se basa en una tradición acogida también por la Iglesia ortodoxa
(si bien por ésta no definida dogmáticamente), María entró en la gloria no sólo
con su espíritu, sino íntegramente con toda su persona, como primicia –detrás
de Cristo- de la resurrección futura.. Fue establecido
como dogma por el Papa Pío XII, el día 1 de noviembre de 1950.
¿En qué se diferencia la Asunción de
María de la Ascensión de Cristo? La misma palabra <Asunción> lo sugiere:
el verbo asumir significa “hacerse cargo de algo, tomar para sí”. La Virgen fue
asunta, fue tomada por Dios, fue atraída por Dios, la Asunción fue obra de
Dios, no de la Virgen María; en cambio, Cristo ascendió a los cielos por su
propia fuerza y virtud. En definitiva, más allá de frases y metáforas, en esta
fiesta de la Asunción de la Virgen, los cristianos debemos alabar a Dios y de
darle gracias porque hizo posible que una criatura humana como nosotros –María-
fuera directamente a vivir con Él, nada más terminada su vida terrena. Esta es
la aspiración de cada uno de nosotros, los cristianos.
Hoy las lecturas nos sitúan ante la
batalla entre dos fuerzas antagónicas. San Agustín en su obra «La ciudad de
Dios», dice en una ocasión que toda la historia humana, la historia del mundo,
es una lucha entre dos amores: el amor de Dios hasta la pérdida de sí mismo,
hasta la entrega de sí mismo, y el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios,
hasta el odio de los demás. Esta misma interpretación de la historia, como
lucha entre dos amores, entre el amor y el egoísmo, aparece también en la
lectura tomada del Apocalipsis, que acabamos de escuchar. Aquí, estos dos
amores, aparecen en dos grandes figuras. Ante todo, está el dragón rojo,
fortísimo, con una manifestación impresionante e inquietante de poder sin
gracia, sin amor, del egoísmo absoluto, del terror, de la violencia.
La primera lectura del libro del Apocalipsis (Ap.
11, 19; 12, 1-6. 10), nos sitúa ante una de las revelaciones de la grandeza y
el poder de Dios. En la isla de Patmos,
en medio a su destierro, San Juan contempla visiones grandiosas, que luego
trasmite a los cristianos de su comunidad, perseguidos por la crueldad del
emperador romano y sus secuaces. Como él, también ellos necesitaban el consuelo
de aquellas revelaciones que anunciaban la grandeza y el poder del Señor. Era
necesario recordarles que sus sufrimientos de entonces eran el precio de la
gloria.
En
esta ocasión el cielo se abre para mostrar una gran aparición, "una señal
grande": Una mujer vestida de sol y coronada de estrellas con la luna bajo
sus pies. Es, sin duda, uno de esos numerosos signos en los que tanto abundan
los escritos de S. Juan. Por otra parte, como los demás signos, su significado
es polivalente. Pero el que hoy nos sugiere la Iglesia es que contemplemos la
figura rutilante de Santa María, enfrentada al dragón rojo, segura de su
victoria. Para que confiemos en su protección y su ayuda.
Salmo
responsorial
(Sal 44, 10.
11-12. 16)
R/ De pie a tu
derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir.
El salmo, en esta segunda parte, glorifica a la reina. En
la liturgia de hoy estos versículos son aplicados a María y celebran su belleza
y grandeza.
Entre tus
predilectas hay hijas de reyes,
la reina a tu derecha, con oro de Ofir.
la reina a tu derecha, con oro de Ofir.
Escucha,
hija, mira, presta oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna,
que prendado está el rey de tu belleza.
El es tu señor, ¡póstrate ante él!
olvida tu pueblo y la casa paterna,
que prendado está el rey de tu belleza.
El es tu señor, ¡póstrate ante él!
La siguen
las doncellas, sus amigas,
que avanzan entre risas y alborozo
al entrar en el palacio real.
que avanzan entre risas y alborozo
al entrar en el palacio real.
María nos
precedió en el cielo y nos precederá siempre, como madre del rey que se sienta
al lado del trono.
La segunda lectura de la primera
carta del apóstol san Pablo a los Corintios. (1ª Cor.15, 20-27), nos habla de
la certeza de la Resurrección. Entre los corintios
había algunos que negaban la resurrección de los muertos. Las antiguas
costumbres e ideas pesaban aún en ellos. No es fácil extirpar del todo el error
y los vicios. Pero el Apóstol San Pablo les rebate con claridad y vigor. La
resurrección es posible pues Cristo ha resucitado, hecho verificado por cuantos
les vieron vivo después de haberlo visto muerto en la Cruz. En una ocasión
fueron más de quinientos hermanos los que pudieron verle y escucharle. Puesta
estas premisas, la conclusión es que también nosotros podemos resucitar,
también nosotros resucitaremos. Acude S. Pablo a otro argumento y les recuerda
que si por Adán entró la muerte en el mundo, de la misma manera por Cristo ha
entrado la vida... Es cierto que la muerte aún no ha sido vencida pues será el
último enemigo en caer. Sin embargo, aunque pasemos por la muerte, como Cristo,
pasó, el final será la resurrección, la vida eterna-
El pasaje del Evangelio de san Lucas elegido para esta fiesta (Lc.1, 39-56).es el episodio de la Visitación de María a
Santa Isabel, que se cierra con el sublime canto del Magníficat. Este episodio
de la visita de María a Isabel muestra otro aspecto bien típico de Lucas. Todas
las palabras y actitudes, sobre todo el cántico de María, forman una gran
celebración de alabanza. Lucas evoca el ambiente litúrgico y celebrativo, en el
cual Jesús fue formado y en el cual las comunidades tenían que vivir su fe.
María sale para visitar a Isabel
(Vv39-40). Lucas
acentúa la prontitud de María en atender las exigencias de la Palabra de Dios.
El ángel le habló de que María estaba embarazada e, inmediatamente, María se
levanta para verificar lo que el ángel le había anunciado, y sale de casa para
ir a ayudar a una persona necesitada. De Nazaret hasta las montañas de Judá son
¡más de 100 kilómetros!.
Saludo de Isabel. (vv.41-44) Isabel representa el Antiguo
Testamento que termina. María, el Nuevo que empieza. El Antiguo Testamento
acoge el Nuevo con gratitud y confianza, reconociendo en él el don gratuito de
Dios que viene a realizar y completar toda la expectativa de la gente. En el
encuentro de las dos mujeres se manifiesta el don del Espíritu que hace saltar
al niño en el seno de Isabel. La Buena Nueva de Dios revela su presencia en una
de las cosas más comunes de la vida humana: dos mujeres de casa visitándose
para ayudarse. Visita, alegría, embarazo, niños, ayuda mutua, casa, familia: es
aquí donde Lucas quiere que las comunidades (y nosotros todos) perciban y
descubran la presencia del Reino. Las palabras de Isabel, hasta hoy, forman
parte del salmo más conocido y más rezado en todo el mundo, que es el Ave María.
El elogio que Isabel hace a María
v. 45).
"Feliz la que ha creído que se cumplieran las
cosas que le fueron dicha de parte del Señor". Es el recado
de Lucas a las Comunidades: creer en la Palabra de Dios, pues tiene la fuerza
de realizar aquello que ella nos dice. Es Palabra creadora. Engendra vida en el
seno de una virgen, en el seno del pueblo pobre y abandonado que la acoge con
fe.
El magníficat o cántico de María (vv46-56). Enseña cómo se debe
cantar y rezar. Lucas 1,46-50: María empieza proclamando la
mutación que ha acontecido en su propia vida bajo la mirada amorosa de Dios,
lleno de misericordia. Por esto canta feliz: "Exulto
de alegría en Dios, mi Salvador".
(vv. 1,51-53): En seguida después, canta la fidelidad de Dios
para con su pueblo y proclama el cambio que el brazo de Yavé
estaba realizando a favor de los pobres y de los hambrientos. La expresión
“brazo de Dios” recuerda la liberación del Éxodo.
Esta es la
fuerza salvadora de Dios que hace acontecer la mutación: dispersa a los
orgullosos (1,51), destrona a los poderosos y eleva a los humildes (1,52),
manda a los ricos con las manos vacías y llena de bienes a los hambrientos
(1,53).
Al final (54-55 recuerda)
que todo esto es expresión de la misericordia de Dios para con su pueblo y
expresión de su fidelidad a las promesas hechas a Abrahán. La Buena Nueva viene
no como recompensa por la observancia de la Ley, sino como expresión de la
bondad y de la fidelidad de Dios a las promesas.
Para nuestra vida
Celebrar hoy la fiesta de la Asunción de la Virgen María a los
cielos no es conmemorar un privilegio más de María que la aparte más y más de
nosotros. Celebrar la Asunción es aunarnos al canto de María: "Dichosa
porque me felicitarán de generación en generación porque el poderoso ha hecho
obras grandes por mí".
Celebrar la Asunción de María es celebrar la esperanza. Sí,
hermanos, hoy es el día esperanzador en que empieza a cumplirse una de las
promesas que el Señor, Jesús, el Hijo de Dios, nos ha hecho a nosotros:
"el que cree en mí, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último
día".
En
la fiesta de la Asunción de la Virgen María celebramos lo que aguarda al que
cree y espera por la fe: la gloria de Dios. El mayor gozo, por el cual salta
también María, es el vernos a nosotros sus hijos por la dirección adecuada:
recordando las maravillas del Señor, viviendo según su voluntad, proclamando su
santo nombre y abriendo las ventanas de nuestro vivir para que Dios entre por
ellas y sea un gran vecino en nuestros corazones.
La Asunción de María no hace más que anticipar nuestra
resurrección y nuestra ascensión a los cielos. María, una como nosotros, ha
alcanzado lo más alto. Es verdad que María tuvo una misión y un puesto de
privilegio: el ser Madre del Hijo de Dios. Y verdad es que María tuvo la
libertad de decir Sí o decir No. El verdadero mérito de María nos lo dice Jesús
en el Evangelio en aquel pasaje en el cual las mujeres le gritan diciéndole:
"bendito el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron", a
lo que Jesús responde resaltando la verdadera virtud de María, no su puesto de
privilegio como madre suya, sino como creyente: "más bien bendito el que
oye la palabra de Dios y la cumple, el que cree en mi y en mi palabra, porque
tiene vida eterna".
Las
Iglesias Orientales hablan de la Dormición de María como titularidad de la
presente fiesta. Es, tal vez, más completa la nomenclatura eclesial de
Occidente que habla de asunción: de subida al cielo. Sin embargo, existen
lugares en España donde la Dormición se celebra e, incluso, hay bellas imágenes
de la Señora muy bella en su sueño… y que, además, procesionan
por calles y plazas. La Dormición --el plácido sueño-- como tránsito de esta
vida a su presencia eterna en la Gloria de Dios es algo muy bello. En la
Liturgia de las Horas, en las Completas, todas las noches, antes de rezar la
última antífona que está dedicada a la Virgen, se repite: "El Señor
todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una muerte santa". El sueño
parece una antesala de la muerte cuando los cristianos despegamos del hecho de
morir todo lo truculento o desagradable que culturalmente hemos añadido y la fe
nos lleva a considerarlo como una Dormición.
La vida María, desde Nazaret es un canto a la
bondad del Señor. Su “sí” fue desde el principio un ponerse manos a la obra y a
lo que Dios mandase. Al colocarse al lado de Jesús lo hizo desde la humildad y
con el silencio. Bien sabía, María, quién era Dios, qué esperaba Dios y qué
tenía que hacer para que Dios cumpliera en Cristo lo profetizado desde antiguo.
Para nosotros habitantes de Europa
esta fiesta entraña una expresión de nuestras raíces cristianas y mariologicas. Un fragmento de la preciosidad de la
descripción del Apocalipsis, “coronada de doce estrellas” dice el texto, fue
captado en 1955 por Arsène Heitz,
pintor de Estrasburgo, y aprobada el 8 de diciembre. El piadoso artista
consiguió que su proyecto fuera aceptado como bandera emblemática de Europa,
precisamente un día muy vinculado con la Virgen. Algunos años me he permitido
poner la bandera de la Unión Europea, junto al altar, en el celebraba la misa,
es un homenaje a ella. La Fe de la Europa de Puy en Velay, Chartres,
La Salette, Lourdes, Fátima y del Pilar, queda
reflejada en ella.
El misterio de la Asunción de la
Santísima Virgen María al Cielo nos invita a hacer una pausa en la agitada vida
que llevamos para reflexionar sobre el sentido de nuestra vida aquí en la
tierra, sobre nuestro fin último: la Vida Eterna, junto con la Santísima
Trinidad, la Santísima Virgen María y los Angeles y
Santos del Cielo. El saber que María ya está en el Cielo gloriosa en cuerpo y
alma, como se nos ha prometido a aquéllos que hagamos la Voluntad de Dios, nos
renueva la esperanza en nuestra futura inmortalidad y felicidad perfecta para
siempre.
De
las lecturas fijémonos especialmente en el evangelio.
El Magnificat
puede definirse como un nuevo modo de contemplar a Dios y un nuevo modo de
contemplar el mundo y la historia. Dios es visto como Señor, omnipotente,
santo, y al mismo tiempo como «mi Salvador»; como excelso, trascendente, y al
mismo tiempo como lleno de premura y de amor por sus criaturas. Del mundo se
pone en evidencia la triste división en poderosos y humildes, ricos y pobres,
saciados y hambrientos, pero se anuncia también el derrocamiento que Dios ha
decidido obrar en Cristo entre estas categorías: «Ha derribado a los
poderosos...». El cántico de María es una especie de preludio al Evangelio.
Como en el preludio de ciertas obras líricas, en él se apuntan los motivos y
las arias importantes cuyo destino es su desarrollo, después, en el curso de la
ópera. Las bienaventuranzas evangélicas se contienen ahí como en un germen y en
un primer esbozo: «Bienaventurados los pobres, bienaventurados los que tienen
hambre...».
En este
canto María se considera parte de los anawim, de
los “pobres de Dios”, de aquéllos que ”temen a Dios”,
poniendo en Él toda su confianza y esperanza y que en el plano humano no gozan
de ningún derecho o prestigio. La espiritualidad de los anawinpuede ser sintetizada por las palabras del salmo
37,79: “Está delante de Dios en silencio y espera en Él”, porque “aquéllos que
esperan en el Señor poseerán la tierra”.
En el Salmo 86,6, el orante, dirigiéndose a
Dios, dice: “Da a tu siervo tu fuerza”: aquí el término “siervo” expresa el
estar sometido, como también el sentimiento de pertenencia a Dios, de sentirse
seguro junto a Él.
Los pobres, en el sentido estrictamente
bíblico, son aquéllos que ponen en Dios una confianza incondicionada; por esto
han de ser considerados como la parte mejor, cualitativa, del pueblo de Israel.
Los orgullosos, por el contrario, son los que
ponen toda su confianza en sí mismos.
Ahora, según el Magnificat,
los pobres tienen muchísimos motivos para alegrarse, porque Dios glorifica a
los anawim (Sal 149,4) y desprecia a los
orgullosos. Una imagen del N. T. que traduce muy bien el comportamiento del
pobre del A. T. , es la del publicano que con humildad
se golpea el pecho, mientras el fariseo complaciéndose de sus méritos se
consuma en el orgullo (Lc 18,9-14). En definitiva
María celebra todo lo que Dios ha obrado en ella y cuanto obra en el creyente.
Gozo y gratitud caracterizan este himno de salvación, que reconoce grande a
Dios, pero que también hace grande a quien lo canta.
En el Magnificat
María nos habla también de sí, de su glorificación ante todas las generaciones
futuras:
«Ha
puesto sus ojos en la humildad de su sierva. Por eso desde ahora todas las
generaciones me llamarán bienaventurada. Porque el Poderoso ha hecho obras
grandes en mí».
De esta glorificación de María nosotros mismos
somos testigos «oculares». ¿Qué criatura humana ha sido más amada e invocada,
en la alegría, en el dolor y en el llanto, qué nombre ha aflorado con más
frecuencia que el suyo en labios de los hombres? ¿Y esto no es gloria? ¿A qué
criatura, después de Cristo, han elevado los hombres más oraciones, más himnos,
más catedrales? ¿Qué rostro, más que el suyo, han buscado reproducir en el
arte? «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada», dijo de sí María en
el Magnificat (o mejor, había dicho de ella el
Espíritu Santo); y ahí están veinte siglos para demostrar que no se ha
equivocado.
Rafael Pla Calatayud
rafael@sacravirginitas.org
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