lunes, 20 de marzo de 2017

Las lecturas son  un conjunto de textos seleccionados en función del Evangelio, que es el texto fundamental que guiará toda la celebración. La idea clave del conjunto es "JC ofrece el Don de Dios que llega al corazón del hombre".
La imagen central es el don del agua al sediento (1a lectura y evangelio) y las realidades significadas son la Palabra de Dios que conduce a la fe (salmo y evangelio) y el Espíritu derramado en el corazón de los hombres (2a lectura y evangelio) Desde el punto de vista del corazón humano, se hace una descripción de sus tinieblas: falta del sentido de Dios (1a lect.), endurecimiento del corazón (salmo), enemistad, amor descarriado; pero también de su capacidad de apertura y de deseo de verdad (evang). La centralidad de Jesús en el conjunto es clara: es el gran protagonista. Se presenta en la totalidad de su persona. Es capaz de cansarse, de sentarse fatigado y rendido a mediodía, de tener sed... y al mismo tiempo capaz de anunciar el don mesiánico del Espíritu, fruto de su resurrección, y de presentarse como la plenitud de adoración del Padre.
Lo que más caracteriza este domingo tercero, sobre todo en este ciclo A, es el comienzo de los tres evangelios de Juan con temática bautismal: agua, luz y vida (samaritana, ciego y Lázaro), que tradicionalmente han servido para motivar y valorar el camino bautismal de los catecúmenos o también de la comunidad cristiana en su recorrido cuaresmal hacia la Pascua.
Son evangelios de claro contenido cristológico, con su revelación progresiva hacia el "yo soy". Vale la pena que los tres domingos, empezando por el de hoy, se lean enteros los pasajes de Juan, lenta y expresivamente.
 
La primera lectura  del libro del Exodo (Éx 17,3-7) tiene una estructura muy sencilla: ante la dificultad, la falta de agua (v.1), el pueblo protesta contra Moisés y contra Dios (v. 2) tergiversando así el sentido de la salida de Egipto (v. 3). Moisés suplica (v. 4) y Dios ordena golpear la roca del Horeb (vv. 5-6); Moisés ejecuta lo ordenado y da nombre al lugar (v. 7).
La queja es el elemento constante en todos estos versículos: "murmuran" (v. 3), "riñe" con Moisés y "tienta" al Señor. Con murmuración y protesta se abre y se cierra el relato, de ahí el nombre dado al lugar: "Meribá"=riña, altercado o querella, y "Massa"=tentación (v. 7). Israel tergiversa su salida al interpretar su liberación como una salida hacia la muerte. Es la ofuscación del pueblo ante el peligro.
Moisés, agente de la liberación, es el que sale peor parado: "poco falta para que me
apedreen" (v. 4). Moisés es el auténtico líder que comparte con el pueblo las dificultades y tiene que soportar, además, sus quejas. Por eso a veces se queja de que el pueblo le trate mal, pero siempre acaba intercediendo por él (v. 4).
La pregunta clave que marca el texto es clara:¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?" (v. 7Lo que era sólo una insinuada duda en el relato de Abrahan).¿y si todo fuera una mera ilusión?, aquí es una pregunta abiertamente formulada por el pueblo que camina hacia la tierra prometida, hacia la salvación. Una diferencia patente salta a la vista entre los dos relatos: Abrahan se fía a pesar de que la promesa es solamente una realidad futura, mientras que el pueblo de Israel duda y eso tras experimentar la salida de Egipto, la liberación de la esclavitud.
 
El responsorial es el Salmo 94  (Sal 94,1-2.6-9), salmo que  refiere la rebelión en el desierto y nos advierte de no endurecer nuestro corazón como en ese momento los israelitas.  Este Salmo nos invita a inclinarnos ante Dios que es nuestro Dueño. 
Invitación a escuchar a  Dios: “Ojalá escuchéis hoy la voz del señor: «no endurezcáis vuestro corazón».
Este salmo se  divide en dos partes, versos 1 y 2, es un himno de alabanza al Señor Dios  Creador del mundo y protector de Israel y  profecía divina sobre la  incredulidad e indocilidad de los israelitas, versos 6 y 9.
 En la primera parte  se destaca el carácter litúrgico procesional del himno, que ha sido compuesto  para alguna festividad religiosa solemne.
El salmista  invita a no imitar a la generación perversa del desierto. En el transcurso de la procesión,  un levita invita a no ser rebeldes como los antepasados, que excitaron la ira de Yahvé en el desierto.
En la versión de los LXX, también  este salmo es adjudicado a David, y así es aceptado por el autor de la  Epístola a los Hebreos: “Por eso,  como dice el Espíritu Santo: Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros  corazones como en la querella, el día de la provocación en el desierto”  (Hebreos 3, 7-8). Las nuevas generaciones que volvían del exilio  estaban defraudadas con los modestos comienzos de la restauración, muy  diversos de las idealizaciones proféticas de Is 40-52. El salmista parece  responder a este estado de descontento y depresión nacional.
El salmista aprovecha la  ocasión de una asamblea solemne para invitar al pueblo a tomar parte en esta  manifestación gozosa de reconocimiento al Señor. En primer lugar, es digno de toda alabanza por ser el Creador:  “¡Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; “entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios,!”, que a su vez está por encima  de todos los dioses o seres angélicos, que constituyen su corte de honor: Porque el  Señor, el Altísimo, es Rey grande sobre la tierra toda”.  (Salmo  47,  3). Todo le pertenece desde las profundidades de la  tierra a las cimas de los montes, el mar y la tierra seca: Del   Señor  es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y los que en él habitan;  que él lo fundó sobre los mares, él lo asentó sobre los ríos”.  (Salmo  24, 1-2). Todo es obra de sus  manos. El ser humano no puede explorar las profundidades de la  tierra ni las del mar, sólo el supremo  Hacedor puede llegar hasta sus escondites.
El poeta, dramatizando el canto  procesional, invita a oír la voz de Dios y a mostrarse más dóciles que la  generación del desierto. “Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; ». Una  voz profética quiere prevenirlos contra la exigencia de tentar a Dios pidiendo manifestaciones  asombrosas, como hicieron los antepasados en las estepas sinaíticas. Estos, a  pesar de haber sido testigos de los prodigios al salir de Egipto,  exigieron  un milagro en Meribá y en MasaAmbos nombres son simbólicos; el primero significa  “querella,” porque en Refidim se “querelló” Israel al  Señor porque no les daba agua. Y allí hizo un milagro, proporcionándoles agua  de la roca: “y  acamparon en Refidim, donde el pueblo no encontró agua para beber. El pueblo  entonces se querelló contra Moisés, diciendo: Danos agua para beber.”  (Éxodo 17, 1-2). El mismo milagro volvió a repetirse en la  zona de Cades. Masa significa  “tentación,” porque los israelitas “tentaron” al  Señor reclamando un milagro: “cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras” de salvación  de la esclavitud del Faraón”. Esta actitud de desconfianza y rebeldía  persistió durante los cuarenta  años de estancia  en el desierto. El resultado fue que Dios se disgustó de esta generación y  decidió que no entrara en la tierra de  Canaán.
Fueron por ello  excluidos de la tierra de promisión, el reposo conferido por Dios a los hijos de  Israel. El salmista recuerda esta trágica historia para que sus  contemporáneos se guardaran de tentar a  Dios como la generación del desierto, para no ser reprobados como estos  desdichados antepasados. La invitación es puesta en boca de Dios para  impresionar más en la concurrencia.
Al repetir hoy, en el Salmo responsorial de la Misa, “Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón” (Salmo 94), formulemos el propósito de no resistirnos a la gracia, siendo siempre muy sinceros.
 
La segunda lectura es de la carta a los romanos (Rom 5,1-2.5-8 ), en ella se describe el proceso del pensamiento de Pablo: partiendo de la experiencia presente (vv. 1-2) de la paz, de la gracia y de la esperanza, descubre en ella dos signos del amor eterno de Dios (vv. 3-8): la morada del Espíritu en nosotros y la muerte por nosotros del Señor Jesús.
Rom. 5, 1-11, en su conjunto, es una exhortación y motivación a la esperanza, partiendo de los hechos ya acontecidos y que fundamentan esa actitud. Por eso predominan en el texto los pasados, comenzando por la primera palabra y continuando hasta el final con la consideración de la obra de Cristo por nosotros.
La primera afirmación de Pablo es la de nuestra justificación mediante la fe (v. 1).
Entre los frutos actuales de la justificación adquirida por Cristo, Pablo menciona la paz y la gracia (v. 2a).
La paz sucede al estado de enemistad en la que pagano y judío estaban sumergidos antes de Cristo
La paz entre judíos y paganos es uno de los "leitmotiv" de la carta a los romanos.
Los cristianos de Roma están divididos en dos iglesias que no llegan a hacer las paces entra sí. Sin duda, cada cual tomó su propio partido remitiendo esta paz a las calendas griegas cuando Dios conceda al hombre su justicia. Pablo reacciona contra esta mentalidad aún demasiado judía; la justicia de Dios ya ha sido dada y por tanto la paz debe ser ya buscada y vivida porque es el fruto de la mutua conciencia de nuestra justificación en Jesús.
Pablo quiere que las dos Iglesias no sean más que una y que judíos y paganos se den cuenta de que son tan pecadores los unos como los otros (cap. 1-4) y por tanto gratuitamente reconciliados con Dios por Cristo (cap. 5 y sgs.); por tanto, no deben esperar ya la mutua paz del justo, sino que deben vivirla inmediatamente.
Pero el goce de los bienes presentes acarreado por la justificación queda, a su vez, superado por la esperanza.
Leyendo el v. 8 podría incluso creerse que la fe es superada por la esperanza, porque el apóstol mantiene sobre todo la tensión escatológica de la fe y la justificación. La fe, acto de Dios, es en nosotros certidumbre de la gloria.
Sin embargo, esta esperanza de gloria pone muy de relieve la distancia que separa todavía al cristiano en el mundo y la gloria cuya manifestación espera. Los judíos expresan fácilmente esta distancia entre el presente y el futuro hablando de tribulaciones y de las persecuciones que serán la nota característica del paso de un estado a otro. Tras este tema se oculta la dolorosa depuración que produce siempre la trascendencia. La prueba experimentaDa aquí abajo, cuando se vive de un alto ideal, pone primero en juego la existencia misma de la fe en ese ideal: la virtud de constancia la mantiene en actividad (v.3). Pero el tiempo y su extensión están expuestos a poner a prueba la solidez de la fe: la "virtud sometida a prueba" viene en apoyo de la esperanza para ayudarla a mantenerse firme a pesar y por encima de todo (v. 4). Pero ¿qué pueden unas simples virtudes como la constancia y la solidez si el Espíritu mismo de Dios no le sitúa dentro de unas relaciones personales indisolubles con el Padre? (v. 5).
 
El evangelio  de San Juan (Jn 4,5-42) puede dividirse en cinco secuencias. (vs. 5-6). Diálogo Jesús-mujer en ausencia de los discípulos, quienes se habían ido a la ciudad a comprar alimentos (vs. 7-26). Vuelta de los discípulos y la mujer deja entonces el cántaro y se va a la ciudad a hablar con la gente (vs. 27-30). La gente deja la ciudad y se pone en camino hacia Jesús Diálogo Jesús-discípulos mientras la gente viene de camino hacia Jesús (vs. 31-38). Llegada de la gente creándose una situación nueva (vs. 39-42).
(vv. 5-6)S describen el lugar. Todas las indicaciones están en función de lo que vendrá después. Todas son importantes, pero su razón de ser no la percibimos hasta más adelante: Samaría, pozo de Jacob, cansancio, sentado, sobre mediodía.
(vv. 7-26) presenta dos personajes: Jesús y la mujer a solas. No tienen más conocimiento inicial el uno del otro que el de su origen judío y samaritano respectivamente. Un conocimiento que en vez de unirlos los separa y enfrenta. Desde el s. V a.C. la escisión de Judea y Samaría era total. Expresión de esta escisión: templos diferentes, recensiones diferentes de la Torá o cinco libros de Moisés. Podemos decir que, inicialmente al menos, no dialogan personas individualizadas sino personajes-tipo que ilustran tradiciones y concepciones diferentes y enfrentadas.

Pero ambas tienen una necesidad común, cuyo símbolo es el agua. Desde el primer momento Jesús cuestiona el agua samaritana y lo hace en nombre de otra agua, que sin embargo tampoco es judía. El texto nos presenta un triángulo judío-samaritano-jesuano. Cada uno tiene sus símbolos. Judea, el templo de Jerusalén; Samaría, el de Garizín; Jesús, el aire (La misma palabra griega significa aire y espíritu). Frente a judíos y samaritanos, Jesús ilustra una concepción distinta de Dios. En términos del diálogo: Jesús trae el don de Dios, el agua viva que aplaca la sed. Y la aplaca porque la fuente es mejor y además se encuentra dentro del que bebe. Hay una contraposición, no perceptible en la traducción litúrgica, pero sí en el original, entre el pozo de Jacob y el pozo existente dentro del que bebe el agua que Jesús trae. El pozo de Jacob tiene un agua contaminada: en él beben personas y animales. (Ironía y simbolismo del cuarto evangelista). El agua que Jesús trae es viva, es decir, limpia y cristalina. Pero para hacerse acreedora a ella, la samaritana tiene que salir de su Torá (los cinco maridos, los cinco libros de Moisés de la recensión samaritana) y de sus otros ritos religiosos (sexto hombre: desde siempre Samaría había cultivado un sincretismo judío-pagano). Tiene que salir y venir adonde está Jesús (lo espacial, de dónde, aquí, ir, adonde, salir, juega un papel simbólico muy importante en todo el relato). Jesús es el nuevo templo. En él es posible un tipo de vida religiosa que no lo es ni en Jerusalén ni en Garizín. Una vida cuyo símbolo es la movilidad, gracilidad y libertad del aire. En términos del diálogo: una vida en "espíritu y verdad".
Jesús, sentado junto al pozo, dialoga con la samaritana "hacia el mediodía". A esta misma hora hará sentar Pilato a Jesús en Jn 19. 13-14. Es la hora de la matanza de los corderos a manos del personal encargado del Templo. Todo en el cuarto evangelio está orientado hacia la Pascua, hacia el Cordero glorificado en su misma muerte. "Yo soy, el que habla contigo".
(vv. 27-30)son versos puente, cuya única función es preparar la secuencia siguiente. Es importante la salida de la gente para acudir adonde está Jesús.
(vv. 31-38) describe una secuencia-comentario de la salida de la gente y de su puesta en camino para acudir adonde está Jesús.
El autor concibe las secuencias 3 y 4 desarrollándose simultáneamente. La gente saliendo de la ciudad y acudiendo adonde Jesús está son los campos dorados. Es una secuencia alegre, con la alegría de la cosecha que llega. Atrás quedan el trabajo y el cansancio del sembrador. Donde la traducción litúrgica habla de sudar, el texto original habla de cansarse.
Es el cansancio del que se ha hablado en la primera secuencia y que ahora vemos que era también un símbolo. Jesús trae agua limpia, está construyendo un nuevo templo. Es la tarea y la obra que tiene encomendada, su alimento, su razón de ser. Los discípulos (en el cuarto evangelio sinónimo de cristianos) son los encargados de continuar la obra siempre inacabada, porque Jerusalén y Garizín no son antisignos del pecado, sino antisignos que nunca acaban de dejar de existir.
(vv. 39-42) Los samaritanos llegan adonde está Jesús y le piden que se quede con ellos. El autor amplía o limita la estancia de Jesús a dos días, tal vez porque quiere que el lector sitúe el siguiente relato en el marco del tercer día, el día de la resurrección según la tradición sinóptica. De hecho el siguiente relato habla de la curación de alguien que está para morir. Se trata probablemente de un ordenamiento muy intencionado para ilustrar que el mundo de Jesús no lleva a matar sino a hacer vivir, cobrando así todo su sentido la afirmación final de los samaritanos: "sabemos que él es de verdad el salvador del mundo".
 
Para nuestra vida.
La primera lectura nos sitúa ante el duro caminar del pueblo hacia la liberación -como en todo caminar humano- siempre surgen dificultades. Es lo más normal, ya que la liberación es un bien, pero difícil de alcanzar, por eso la dificultad y el riesgo son sus eternos acompañantes. La historia de la humanidad contemporánea, en su lucha por obtener la libertad, es un buen testigo de esta afirmación.
La actitud correcta del pueblo ante el riesgo y el peligro debería ser el tratar de superarlos, pero no ocurre así, sino que se dedica a hacer lo más fácil: protestar.
El pueblo tienta a Dios desafiándole a que dé pruebas (signo evidente de su inmadurez en la fe). Aquí tentar a Dios es dudar de él, no fiarse a pesar de las pruebas que les ha ido dando hasta entonces. ¡Han experimentado en su carne la liberación de la opresión y ahora van diciendo que Dios los ha sacado para morir en el desierto! Reflexiones.
"¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?" A la duda del pueblo responde, con su presencia, Dios haciendo eficaz la acción de Moisés. De la roca de Horeb mana un agua corriente y viva que calma la sed y es presencia salvadora (v. 6). Pablo nos dirá que esta roca es Jesús (1 Co 10. 4), presencia de Dios salvadora, fuente de agua cristalina que calma la sed de todo hombre (Jn 4. 13ss;...). Y los cristianos muchas veces tentamos al Señor abandonando la fuente de agua viva y cavándonos en su lugar aljibes agrietados incapaces de retener el agua (Jr 2. 13; 17. 13...).Y demasiadas veces nos hacemos la misma pregunta: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?"
La murmuración y la queja son los eternos acompañantes de toda liberación. ¡Amamos más la seguridad con esclavitud que la libertad con riesgo! -Moisés, líder, es el que sale peor parado, ya que debe compartir las dificultades del pueblo y cargar con sus quejas.
El pueblo de Dios, liberado de la esclavitud opresiva de Egipto, tendría que pasar por otras esclavitudes no menos primarias y fundamentales antes de llegar a la tierra de la libertad. Habrían de pasar por el desierto, que es desarraigo y desamparo, carencia y enfermedad, hambre y sed, duda y tortura, la prueba. El Massá y Meribá, el lugar de la tentación y la crisis.
Nuestro Massá y Meribá: ¿Se puede creer en un Dios que permite el hambre sin entrañas o el terremoto devastador? ¿Se puede creer en un Dios que permite este accidente o esta enfermedad o este fracaso? ¿Se puede creer en un Dios que permite una Iglesia dividida, atrasada y pecadora? ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros? Dios no dará más pruebas. Ofrece sólo algunas señales de su presencia para los que tienen ojos y quieren ver. Siempre puede brotar de la roca agua para los sedientos.
 
El salmo de hoy, nos recuerda que nosotros somos el pueblo de Dios y que él nos quiere guiar, como hace un pastor con su rebaño, para introducirnos en la tierra prometida. El, que nos ha pensado desde siempre, sabe cómo tenemos que caminar para vivir en plenitud, para alcanzar nuestro verdadero ser. En su amor nos sugiere qué hacer, qué no hacer y nos señala el camino a seguir.
Dios nos habla como a amigos porque quiere introducirnos en la comunión con Él. Si uno escucha su voz -dice el salmo en su conclusión-, entrará en el "reposo" de Dios, es decir, en la tierra prometida, en la alegría del Paraíso.
“Ojalá escuchéis hoy su voz".
La palabra  “escuchar” en distintas formas, es una de las palabras más repetidas en la Biblia. ¿Cuántas veces se repite la expresión “Shemá Israel” (Escucha Israel)? Escuchar significa prestar atención a la palabra de Dios, dejar que entre en nosotros, colocarla en el centro. Desde esta perspectiva se entienden mejor los reproches que hoy nos lanza el profeta Jeremías. El pecado que denuncia es el de “no escuchar”. Frente a la orden del Señor: Escuchad mi voz, en tres o cuatro ocasiones denuncia la actitud del pueblo que se niega a escuchar: No escucharon ni prestaron oído (dos veces), Ya puedes repetirles este discurso, que no te escucharán. Esta actitud es tan persistente que se convierte en una característica del pueblo: Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor su Dios.
¿No estamos hoy viviendo un momento en el que oímos mucho pero escuchamos poco? Nuestros hermanos de Latinoamérica prácticamente han desterrado de sus usos lingüísticos el verbo oír. Casi siempre dicen “escuchar”. Y, sin embargo, ¡qué diferencia entre oír y escuchar! La palabra de Dios la oímos muy a menudo, pero “como quien oye llover”; es decir, sin prestar atención, sin acogerla como palabra dirigida a cada uno de nosotros.
¿No es la Cuaresma un tiempo para pasar del simple oír al escuchar? Caigamos en la cuenta de lo que nos dice el salmo responsorial de hoy. Es como un mensaje que se hace eco de la profecía de Jeremías: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis el corazón.
¿Cómo afinar la sensibilidad sobrenatural y la intuición evangélica para estar en condiciones de percibir las sugerencias de esa voz?
Antes que nada, es necesario reevangelizarse, acudiendo a la Palabra de Dios, leyendo, meditando, viviendo el Evangelio, para ir adquiriendo, cada vez más, una mentalidad evangélica.
La clave está en reconocer la voz de Dios dentro de nosotros y eso ocurre cuando aprendemos a conocerla de los labios de Jesús, Palabra de Dios hecha hombre. El camino para conseguir esto es la oración.
En este camino es fundamental dejar vivir al Resucitado en nosotros, haciéndole la guerra al egoísmo, al "hombre viejo" que está siempre al acecho. Esto requiere una gran inmediatez a decir que no a todo lo que va contra la voluntad de Dios y a decirle sí a todo lo que Él quiera; no a nosotros mismos en el momento de la tentación, cortando de inmediato con sus insinuaciones y sí a las tareas que Él nos ha confiado, sí al amor hacia todos los prójimos, sí a las pruebas y a las dificultades que encontramos.
Podemos, identificar más fácilmente la voz de Dios si tenemos al Resucitado en medio de nosotros. Jesús en medio de nosotros es como el altavoz que amplifica la voz de Dios dentro de cada uno, haciéndola escuchar más claramente.
Entonces nuestra vida estará como entre dos fuegos: Dios en nosotros y Dios en medio de nosotros.
No olvidemos que el gran pecado de Israel fue cerrar sus oídos a la palabra del Señor. También este peligro nos acecha a nosotros.
 
En la segunda lectura San Pablo dice una vez más que estamos en buenas relaciones con Dios, que nos encontramos en un estado positivo respecto a El.
La acción de Cristo no sólo es valiosa en sí misma, sino se nos ha aplicado a quienes hemos creído en El. Tenemos la fe, estamos en la Iglesia, participamos en los sacramentos.
Este es un dato inolvidable para un cristiano y sólo a partir de él se pueden plantear las otras cuestiones de moral, etc.
Efectivamente, el Espíritu es un hecho en el cristiano y es señal inequívoca del amor de Dios a los hombres que ha sido el motor de toda su acción salvífica. Amor que comenzó a ser activo no por méritos nuestros, sino por pura iniciativa suya (vs, 6,8,10). Es otro recuerdo de la gratuidad.
Esta lectura viene a ser una respuesta a los interrogantes anteriores. "La prueba de que Dios nos ama", de que no nos deja tirados, de que está con nosotros, es la muerte de Cristo, el Hijo. Sin merecer nada, Dios nos lo da todo en el Hijo: reconciliación, paz, justificación, salvación.
Pero hay más. Dios nos ha llegado a dar su misma intimidad, su amor personal. No es que nos ame, sino que pone en nosotros su Amor, el Espíritu Santo. Este será el surtidor de agua que salte hasta la vida eterna, para que ya nadie muera de sed. Es la mejor respuesta a los incrédulos del desierto y la mejor oferta a la samaritana del pozo.
Una prueba de que Dios está con nosotros y nos ama, diría San Pablo, es que Cristo murió por nosotros y resucitó para nosotros. La señal de Jonás.
Y no sólo está entre nosotros, sino que está en nosotros, porque «el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado». Es una revelación asombrosa. Es el culmen de la donación de Dios. No sólo dará agua en el desierto o maná o codornices o victorias, sino que se da a sí mismo para saciar nuestras insatisfacciones y colmar nuestras esperanzas.
 
En el diálogo evangélico, hay un entramado de imágenes en las palabras de Jesús: "...el que beba del agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". Nos recuerdan las palabras del Apóstol: "...el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado".
Jesús pide agua (es el punto de partida) y "crea" la fe en el corazón de la samaritana (in ea fidei donum ipse creaverat); tiene sed de la fe de la samaritana, y por eso enciende en su corazón el fuego del amor divino (fuego que producirá, en la samaritana, la fe como sed de Dios). Por parte de Jesús, pues, hay una petición explícita -el agua para beber- que significa una realidad espiritual -un corazón ardiente de caridad. De una sed material se pasa a una sed mesiánica: el deseo de ver difundido el Espíritu en el corazón de los hombres.
Jesús tiene una necesidad que le hace manifestarse solidario con el hombre, con todos los hombres, por encima de cualquier "clase" de hombre, incluso por encima de cualquier religión que practiquen los hombres, porque, en principio, entre Jesús y aquella mujer samaritana había, entonces, una tremenda barrera: la religiosa. Y si Jesús no tenía tal barrera, los judíos y los samaritanos sí la tenían. Y es que la religión entre otras cosas, servía -y en el fondo aún sirve hoy, a la hora de muchos momentos importantes- para diferenciar fuertemente una sociedad de otra, un pueblo de otro, una cultura de otra y unos intereses de otros.
Nosotros, los cristianos, -quizá en una gran mayoría- seguimos siendo "hombres religiosos" sin más. Y si no, que cada uno observe en sus actitudes y comportamientos -casos especiales, casos importantes o decisivos, motivaciones que impulsan a la práctica de sacramentos sociales, etc- hasta qué punto está condicionado por su pertenencia en mayor o menor grado a un determinado "credo".
Pero entre Jesús y la samaritana había además otra barrera gruesa: él era hombre y ella, mujer. Evidente. Sin embargo, la sencillez y la elegancia de Jesús le hace prescindir. Él es ante todo un ser humano necesitado como cualquier otro, independientemente de ser varón o mujer y de ser judío o cualquier otra cosa.
Pues bien, Jesús, pidiendo un favor e ignorando todas las divisiones existentes (suprimió hasta la de justo y pecador -muy importante en la religión judía-, porque nos descubrió que todos somos deudores), suprimió en especial la religiosa, ofreciendo a cambio otro favor: brinda a aquella mujer, como brindó a todos en su vida, el amor de Dios que supera toda división, toda barrera, toda clasificación.
Porque el amor es una necesidad idéntica para todos los hombres; es más, de alguna manera es la necesidad que subyace en todas las necesidades humanas.
Contemplemos a Jesús que  se manifiesta libre, es el hombre más libre. Y es que el "hombre religioso" no es precisamente el hombre verdaderamente libre, sino tal vez el más condicionado (y en esto, tendríamos que contar no sólo con las grandes y pequeñas religiones que en el mundo hay, sino, sobre todo, con las grandes supersticiones y fetichismos modernos, con todas las esclavitudes que la sociedad de hoy y cada cual se impone, y con todas las "religiones" que entre nosotros se practican, aunque aparentemente no tengan visos de tales).
Jesús es de verdad libre, y nosotros si queremos ser  auténticos seguidores de él,también debemos serlo. porque el objetivo de la fe en Dios es el amor, y el amor en su acepción exacta libera totalmente.
La mujer samaritana, educada en la ley, desconociendo el amor gratuito de Dios y moviéndose en el plano de lo religioso, pensaba que en el esfuerzo vital había que buscar la perfección propia de la ley. Después del encuentro, verá que eso no satisface y llegará a ser ella la que pida a Jesús que le dé de beber. Porque la autenticidad de Jesús -que no ha perdido el tiempo en discusiones tontas sobre asuntos baladíes en relación con lo definitivo de la existencia humana (culto, creencias, religión)- es lo que la ha "con-movido" y la ha hecho también ir al grano: el hombre es un hijo de Dios y todos los hombres somos iguales ante él, hermanos.
Así, Jesús no sólo no se presenta como el iniciador de una nueva religión, sino que rechaza toda pretensión religiosa, desacreditándola como imperfecta; como imperfecta es, en lo que respecta al sentido último de nuestra existencia, toda manifestación cultural, aunque nos sirva a veces para "manejarnos" prácticamente dentro de un orden social. De ahí que este Jesús, venido de parte de Dios, no nos haya traído un nuevo orden social, ni religioso, ni político, ni cultural, ni... sino sólo un nuevo estilo de ser hombre, que, si nos ejercitamos en él, tal vez nos ayude a encontrar ese orden nuevo que necesitamos en este mundo para que sea otro, conforme a lo que estamos destinados.
La sed es el signo de que estamos caminando en el desierto. La sed es el signo de que la vida está por delante, más allá de la frontera.
Cuaresma es el tiempo en que el hombre descubre su sed, esa sed profunda de vivir, de amar, de crecer, de ser feliz, de crecer como hombre.
¿De qué tenemos sed nosotros? La Palabra de Dios de este domingo, tercero de Cuaresma, nos invita a plantearnos hasta el fondo esta cuestión. También Jesús tuvo sed y hambre, y los sació con el cumplimiento de la voluntad del Padre. Y comprendió nuestra sed, y se ofreció a sí mismo como fuente de agua viva.
Hoy Jesús va a dialogar con nosotros, va a preguntarnos por el agua que tomamos y si realmente esa agua calma nuestra sed. Nos obligará a mirarnos dentro de nosotros mismos para que no busquemos fuera de la fuente de la vida.
Hoy nos dice, como le dijo a la samaritana: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú me pedirías el agua de la vida.» Con esta invitación tan sugestiva, nos disponemos a participar de la Eucaristía.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
 
 
 

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