Comentario a las lecturas del I Domingo de Cuaresma 5 de marzo de 2017
La Palabra de Dios que se nos proclama
en este tiempo nos mostrará un Dios que nos busca para compartir con nosotros
su presencia, su esperanza, su proyecto de liberación, su actitud de
misericordia. También en este tiempo resonaran gritos y critica por parte de
los profetas.
¿Cómo vivir entonces esta Cuaresma?
Cierra los ojos y vámonos al desierto. Tenemos 40 días para recorrer los pasos
del pueblo de Israel y de Jesús. Recordemos que el desierto es el lugar de los
contrastes, donde están todas las tentaciones pero al mismo tiempo la fuerza
del Espíritu que apoya a quien se deja acompañar. Aprovechemos este tiempo para
evaluar las tentaciones y pecados que envuelven la vida personal y comunitaria,
la vida de nuestra comunidad y de nuestro pueblo en general. Es necesario
reflexionar y hablar de nuestros problemas, será la única manera de resolverlos.
Después de un buen tiempo de desierto se sale más fuerte y maduro, con mayor
conciencia de tomar en nuestras manos el rumbo de nuestra vida y de nuestro
pueblo.
De nuestra realidad no podemos obviar
la tentación; la más grande del hombre es el no querer conocer y aceptar sus
propios límites (1 Lect.). Cristo, a diferencia de
Adán, acepta plenamente la condición humana, reconociendo la dependencia de
Dios y rechazando el proyecto autónomo (Ev.). Y así
Cristo constituye la nueva humanidad, en donde sobreabunda la gracia (2 Lect.).
En
la primera lectura (Gn 2,7-9; 3,1-7), nos encontramos con dos
fragmentos de la narración yavista sobre los
orígenes. El primero nos sitúa en el paraíso, en la armonía de la creación y en
la armonía de la relación hombre-Dios, así como en la armonía de la pareja
humana. Creado el hombre en una tierra desierta es trasladado al jardín del
Edén. Allí el Señor le impone un mandato; si lo cumple, vivirá feliz en el
jardín... Pero el hombre rompe
el pacto, y es expulsado del Edén. Aunque no se
diga explícitamente, este esquema es un relato de Alianza. Todo esto ha
ocurrido en la historia del pueblo.
Trasladado del desierto por el
Señor a una tierra buena y fructífera, el pueblo deber cumplir lo estipulado
por Dios. Si lo cumple, vivirá feliz; en caso contrario será expulsado de la
tierra.
El
segundo nos coloca en la tentación de no obedecer a la Palabra de Dios.
-Muchas veces Israel ha roto el
pacto con su Dios, y la consecuencia ha sido la irrupción del mal en la
historia del pueblo. La meditación de esta continua experiencia vivida, lleva
al autor sagrado a interpretar el origen del mal en este mundo bueno, creado
por Dios, como un acto libre del hombre. Las buenas relaciones del hombre con
Dios y con su mujer se han roto.
No olvidemos nunca que esta es
una interpretación más entre las muchas que se han dado en la historia humana
para explicar el origen del mal. Problema siempre acuciante al que se le han
dedicado miles de páginas impresas.
El
salmo de hoy (Sal 50,3-6.12-14.17) es un salmo específicamente de cuaresma. Es
el mismo del pasado miércoles de Ceniza.
Data del final de la época
monárquica. Habría sido compuesto para una liturgia penitencial presidida por
el rey. Pero es obvio que ha servido de sustento a la oración de innumerables
personas lo suficientemente religiosas para reconocerse en él.
Este salmo penitencial tiene un estrecho
parentesco con la literatura profética, sobre todo con Isaías y Ezequiel. Dios,
totalmente puro e íntegro, al perdonar, manifiesta su poder sobre el mal y su
victoria sobre el pecado (v. 6). Forma parte de la "confesión" de las
obras de Dios.
Salmo de penitencia, continúa el precedente, que trataba de una
discusión judicial entre Dios y el pueblo en la que Dios no actuaba como juez
sino como parte frente al pueblo, y adquiere todo su valor como segunda parte
de un acto religioso. Cuando Dios mismo acusa y nos pone delante los pecados,
el hombre sólo puede reconocerse culpable; pero puede apelar a la
«misericordia» de Dios. De este modo se consuma la «justicia», la «salvación»
que se iba preparando en el salmo anterior.
El salmo describe el reino del
pecado sin mencionar ni una vez a Dios (vv. 4-5). El pecado es una marcha
aberrante fuera de la ruta, una contorsión de la voluntad divina, una
erradicación del suelo nutricio que es Dios. Una vez descrito el pecado,
aparece en seguida el polo divino: «Contra ti, contra ti sólo pequé» (v. 6).
Los sustantivos que describen
el pecado son abundantes, también lo son los verbos que en imperativo piden la
acción de Dios: «borra mi culpa», «lava mi delito», «limpia mi pecado». Sólo
Dios puede realizar eficazmente estas acciones.
Ante la condición pecadora del
orante, se impone una actuación profunda de Dios, una acción creadora: «Crea en
mí un corazón puro, rocíame por dentro con espíritu firme» (v. 12): un espíritu
santo que introduzca al orante en la santidad de Dios (en su templo); un
espíritu magnánimo por encima de la estrechez humana (v. 14). Es el mismo
espíritu prometido por Jeremías y Ezequiel, y relacionado con la nueva alianza.
Así lo comenta San Agustín:
" Yo reconozco mi culpa, dice el salmista. Si yo la reconozco, dígnate tú
perdonarla. No tengamos en modo alguno la presunción de que vivimos rectamente
y sin pecado. Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de
nuestras culpas. Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a
sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que
corregir, sino en qué pueden morder. Y, al no poderse excusar a sí mismos,
están siempre dispuestos a acusar a los demás. No es así como nos enseña el
salmo a orar y dar a Dios satisfacción, ya que dice: Pues yo reconozco mi
culpa, tengo siempre presente mi pecado. El que así ora no atiende a los
pecados ajenos, sino que se examina a sí mismo, y no de manera superficial,
como quien palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo,
y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón (...).
Mi sacrificio es un espíritu
quebrantado; un corazón quebrantado y humillado; tú no lo desprecias. Este es
el sacrificio que has de ofrecer. No busques en el rebaño, no prepares navíos
para navegar hasta las más lejanas tierras a buscar perfumes. Busca en tu
corazón la ofrenda grata a Dios. El corazón es lo que hay que quebrantar. Y no
temas perder el corazón al quebrantarlo, pues dice también el salmo: Oh Dios,
crea en mi un corazón puro. Para que sea creado este corazón puro, hay que
quebrantar antes el impuro.
Sintamos disgusto de nosotros
mismos cuando pecamos, ya que el pecado disgusta a Dios. Y, ya que no estamos
libres de pecado, por lo menos asemejémonos a Dios en nuestro disgusto por lo
que a él le disgusta. Así tu voluntad coincide en algo con la de Dios, en
cuanto que te disgusta lo mismo que odia tu Hacedor". ( San Agustín.
Sermón 19, 2-3; CCL 41, 252-254).
En
la segunda lectura ( Rom 5,12-19) San
Pablo no quiere destacar la negatividad de la condición humana, sino tomarla
como punto de partida para destacar, en cambio, la acción salvadora de Dios que
supera muchísimo esa negatividad.
El texto es uno de los más
difíciles de la carta a los romanos,pero es también uno de los más importantes de su
teología: existe, sin duda alguna, una similitud entre Cristo y Adán: ambos
mantienen una estrecha vinculación con la multitud. Pero no hay ni antiguo ni
nuevo, ni primero ni segundo. Está tan solo Jesucristo y sus figuras, figuras
que, en cuanto tales, no adquieren su sentido hasta tanto no ha llegado lo que
anuncian. Lo más importante es que la humanidad no puede desvelar por sí misma
el sentido de su existencia sino a la luz de la soberanía de Cristo.
En el texto se repiten
constantemente las expresiones "así como... mucho más" y parecidas.
El paralelismo entre el pecado de Adán y la obra de Cristo es para subrayar que
esta última es mucho, infinitamente en sentido literal, mayor, más importante.
Con la comparación, Pablo
quiere decir que tal situación, por fuerte que sea, siempre es menor que la
salvación que Cristo nos ha traído.
Los vv. 13-14 suponen que, tras
el pecado consciente de Adán, la voluntad de Dios no se ha vuelto a dar a
conocer hasta la revelación de la Ley del Sinaí (situación que se prolonga
fuera del judaísmo, entre las naciones, en donde la ley no es conocida). A los
miembros de esa humanidad sin ley, atea en cierto modo (v. 13b), no se les
imputa ningún pecado personal, y, sin embargo, la muerte cae sobre esos hombres
aun cuando sean ignorantes de su pecado (v. 14).
El evangelio (Mt 4,1-11) nos
relata las tentaciones
al comienzo del ministerio de Jesús . Se establecen un paralelo histórico
con el peregrinaje del pueblo israelita en su viaje a la tierra prometida. La
tradición judía en la que se formó Mateo enseñaba que el pueblo israelita dejó
Egipto y viajó por el desierto durante cuarenta años, debiendo allí
experimentar la total dependencia de Dios, antes de conquistar la tierra
prometida; y que también Moisés se preparó en el desierto con cuarenta días en
ayuno y oración para recibir la ley (Dt 9:9). Mateo, siguiendo esa tradición, describe
a Jesús, el creador del nuevo Israel, también dejando Egipto de niño (Mt 2:15),
y emprendiendo, antes de comenzar su ministerio público, su viaje de fe por
cuarenta días, siendo el número cuarenta por esta razón sinónimo del tiempo de
prueba o preparación para el pueblo o para los profetas, en el cual el juicio
divino siempre se manifiesta (véase por ejemplo Jon 3:4).
Para el evangelista Mateo,
Jesús, antes de comenzar su misión de crear al nuevo Israel (la comunidad de
discípulos), debe ser probado en el mismo escenario en que lo fue Moisés, el
formador del Israel del Antiguo Testamento. Y pasando la prueba, Jesús
demuestra que está listo para llevarnos a la tierra prometida, que en Mateo es
el Reino de Dios que Jesús mismo proclama (Mt 4:17).
El desierto también era el
escenario del poder del mal y de la ausencia de protección, así como el lugar
donde, en el día de la expiación, se soltaba y se abandonaba a un macho cabrío
al que se le hacían llevar sobre sí todos los pecados (Lv
16:21-22).
Nos centramos en las
palabras dominantes de los vv. 1 y 2: desierto-tentado (tentación) – cuarenta-
hambre,.
Estas palabras nos traen a
nuestra memoria lo narrado en el libro del Éxodo, esto es, la historia
de Israel caminando por el desierto durante cuarenta años, entonces padeció
hambre y sed, y experimentó diversas tentaciones: murmurar contra Dios, que lo
había liberado de la esclavitud, desear volverse atrás, e incluso fabricarse un
Dios hecho de metal (el becerro de oro), desconfiando del Dios Vivo y Verdadero.
Nuestro recuerdo no es
solo de desdichas, recordaríamos la cercanía de Dios y la respuesta creyente de
Moisés y en Elías, los dos grandes profetas que permanecieron cuarenta días y
cuarenta noches, el uno en el Sinaí (Éx 34,28), y el
otro en el desierto de Berseba (2 Re 19,8). Tanto
para Israel como para Moisés y Elías, el desierto es un lugar privilegiado de
encuentro personal con Dios y de escucha de la Palabra: “La
llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2,16).
San Mateo nos cuenta
que Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu. Y es que Jesús lo vivió todo
en y desde el Espíritu, porque en Él reposaba en plenitud, como se hizo
manifiesto en el bautismo. (Oración anterior).
El evangelista San Mateo nos presenta a Jesús como el nuevo Israel en el desierto. Como verdadero
hombre que era (igual en todo a nosotros, excepto en el pecado), experimentó la
debilidad de su condición humana (el hambre) y la tentación. Pero su respuesta
fue muy diferente a la del pueblo de Israel.
Nos fijamos en cada una
de las tentaciones:
a) Primera
tentación: el hambre y el pan - En qué consiste ser Hijo.
Éxodo 16 nos cuenta que
cuando los israelitas sintieron hambre en el desierto, murmuraron contra Moisés
y Aarón diciendo: “Nos habéis traído a este desierto para matarnos de hambre”.
Cuando Jesús siente
hambre, el tentador intenta que se aproveche de su condición de Hijo y utilice
su poder en su beneficio, convirtiendo las piedras en panes.
Pero, para Jesús, ser Hijo no tiene nada que ver con demostrar su poder. Ser Hijo es fiarse de Dios y de su Palabra incondicionalmente, saberse amado y protegido.
Pero, para Jesús, ser Hijo no tiene nada que ver con demostrar su poder. Ser Hijo es fiarse de Dios y de su Palabra incondicionalmente, saberse amado y protegido.
En el evangelio de Juan
4,34, Jesús les dice a sus discípulos: “Mi
alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y realizar su obra”. Es
decir, no le alimenta alardear ni hacer valer sus derechos. No “le alimenta”
ser poderoso.
Las palabras con las
que, Jesús responde a la tentación están tomadas del Deuteronomio 8,3: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios”..
b) Segunda tentación:
el agua y la sed.
La segunda tentación
cambia de escenario, se sitúa en el Templo de Jerusalén. De nuevo, la voz del
tentador toca a Jesús en su realidad más
intima: “Si eres Hijo de Dios...”. En
la meditación anterior recordábamos como
el bautismo, Jesús había escuchado estas Palabras del Padre: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco”.
El amor del Padre y su
voluntad es lo único importante para Jesús pero, a lo largo de su vida, tuvo
que escuchar muchas voces que ponían en duda su identidad de Hijo, sobre todo
al final, en la cruz: " Los que pasaban, lo injuriaban, y meneando la cabeza, 40 decían: «Tú que
destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres
Hijo de Dios, baja de la cruz. .... Confió en Dios, que lo libre si es que lo
ama, pues dijo: “Soy Hijo de Dios”»” (Mt
27,40.43).
En el Templo de
Jerusalén, Jesús siente la tentación de pedirle al Padre una prueba de su amor
y protección. Sin embargo, vence esa tentación respondiendo con las palabras
del Dt 6,16: “No tentarás al Señor, tu
Dios”. Estas palabras evocan el episodio de Massá
y Meribá, cuando los israelitas sintieron sed en el
desierto y Dios hizo brotar para ellos agua de la roca. En aquella ocasión,
tanto los israelitas como Moisés y Aarón desconfiaron del Señor (cf. Nm 20,1-13; Éx 17,12 ss). Jesús, por el contrario, expresa su confianza radical
en el Padre.
c) Tercera
tentación: la soberbia y el poder.
El tentador va a
centrarse en el hambre de poder y la ambición de riquezas que se esconden en
todo corazón humano, para probar la
confianza filial de Jesús.
Lo lleva a un monte
alto (los montes elevados, en algunos profetas, designan la soberbia y la
altanería) y le ofrece los reinos del mundo a cambio de que se postre y lo
adore. El tentador es, como dice San Juan, el mentiroso. En este caso la
mentira es, además, una blasfemia, porque la misma maldad se hace igual a Dios
y pretende que Jesús reconozca esa falsa divinidad a cambio de unas riquezas
que él no puede otorgar, porque sólo Dios es el dueño de todo.
Jesús desenmascara esa mentira y responde con palabras del Deuteronomio
: “Al Señor, tu Dios, temerás, a él servirás y en su
nombre jurarás. No iréis en pos de otros dioses, de los dioses de los pueblos
que os rodean.”. (Dt 6,13-14)
San Mateo nos presenta un desenlace, acorde a la voluntad y filiación divina
de Jesús, a las tres tentaciones que en
el fondo se trata de una única tentación: “Demuestra que realmente eres el Hijo
de Dios; demuestra que Dios es tu Padre y te ama...”. Ante la actitud y
respuestas de Jesús el diablo se da por vencido y Jesús es confortado por los
ángeles, como confortado y alentado fue Elías en el desierto hasta llegar al Horeb.
Para
nuestra vida.
La
primera lectura del Libro del Génesis, nos relata con palabras sencillas,
cargadas de poesía y de simbolismo, lo que ocurrió en aquellos instantes iniciales
y decisivos para la Historia.
El texto presenta dos escenas superpuestas.
a) Don de Dios al crear al
hombre y colocarlo en el Edén (2,7ss).
Atrayente
y grafica la imagen de Dios, como alfarero y escultor que modela con mimo los
perfiles de esa figura hecha a su imagen y semejanza, al hombre. Infundiéndole
el soplo de su Espíritu, animando aquel cuerpo muerto, dándole vida, haciéndolo
partícipe de su propio hálito vital.
Barro
y espíritu. Extraña mezcla de tierra fangosa y de cielo limpio. Ansias de
eternidad y avidez por lo sensible, hambre de grandeza y deseos de lo material
y caduco. Dos fuerzas en tensión continua. Hacia arriba, muy arriba. Y hacia
abajo, muy abajo... Señor, compadécete de la obra de tus manos, corta esas
amarras que nos frenan en nuestro vuelo vertical y ascendente de seres
racionales.
-El hombre es la primera obra
de la creación. Desde su nacimiento es libre y no malo como decían los relatos
orientales. Por eso es modelado de arcilla, pero no amasado con la sangre de
los dioses rebeldes. El soplo divino lo convertirá en ser vivo: Dios da la vida
y la puede quitar (cfr. Is. 2, 22; Sb. 15, 16; Sal. 104, 29 ss; Job 34, 14 ss). No se hace
distinción entre cuerpo y alma, sino entre ser vivo y no vivo.
-Es trasladado, como el pueblo,
de la tierra desierta al jardín. Se recalca el don divino al enumerar las
riquezas de dicho jardín (cfr. Ez. 31, 7 ss).
b) Desobediencia humana (3,
1-7).
-A
partir de 3,1 un nuevo personaje ha entrado en escena: la serpiente que trata
de perturbar la idílica paz y las buenas relaciones existentes entre Dios y el
hombre y la mujer. Sigue el relato transmitiendo una verdad profunda con su
ropaje de palabras sencillas al alcance de todos los hombres, también de
aquellos que, con una mentalidad casi infantil, escucharon por vez primera
cuanto ocurrió en el principio de la Historia. Pero a través de esas palabras
se descubre entre líneas la presencia del maligno. Ese espíritu infernal, esa
fuerza maléfica, ese demonio horrible que acecha y engaña con mentiras
descaradas, con tentaciones que seducen y que arrastran.
No sabemos qué es lo que podía
sugerir este animal a los antiguos lectores del relato. Es verdad que la
tradición cristiana ha visto en la serpiente a "Satán" (=el que
tienta), pero el Satán que pone a prueba sólo aparece a partir del libro de Job
(libro tardío).
-Aunque no podamos conjeturar
qué era lo que sugería este animal entre los antiguos, la descripción de 3, 1-7
es un relato sicológico perfecto: la astuta serpiente sabe mucho más que la
mujer. La prohibición de comer de un árbol la extiende a todos los árboles del
jardín dando así motivo para que la mujer lo niegue. En el diálogo, la
serpiente se muestra interesada en ayudar a la Humanidad en su afán de un
progreso desordenado, contrario al querer de Dios: "...se os abrirán los
ojos y seréis como dioses". Sugestionada, la mujer come y hace comer a su
marido.
Seréis
como Dios. Y la mujer se lo creyó, y el hombre también. Cayeron en la trampa,
quedando aprisionados en la miseria y en el dolor, en la angustia y en la
muerte... Y el padre de la mentira, el diablo, sigue susurrando al oído del
hombre sus palabras malditas, dulcemente envenenadas... Señor, haznos sordos a sus
insinuaciones, ten compasión de tus hijos.
Defiéndenos
en la lucha y ampáranos contra la perversidad y asechanzas del demonio.
Libéranos de las fuerzas del infierno, de Satanás y de los otros malignos
enemigos que andan dispersos por el
mundo.
El
salmo de hoy - Salmo 50 –que también se proclamó en la Misa del Miércoles de
Ceniza— ha sido durante muchos siglos el salmo penitencial por excelencia. Es
el “Misirere” latino. Pero también para
los judíos tenía se sentido penitencial. Está cerca de muchos profetas y, sobre
todo, de Jeremías. Tras confesar con humildad el pecado, se recibe en seguida
la curación del Señor, el Perdón de Dios. Es uno de los salmos más bellos del
salterio.
El salmista reconoce su falta
sin rodeos. No teme contemplar ese pecado que siempre "está ante él".
¿Culpabilidad exagerada? ¿Énfasis literario? No, ya que el sentido profundo del
pecado sólo existe para poder captar mejor la dimensión del perdón divino. El
hombre ha pecado "contra Dios" y sólo contra él... Sin duda, conoce
las repercusiones sociales de su falta, pero en el acto litúrgico de la
confesión pone el acento sobre Dios, que está en el origen de todas las cosas,
tanto del perdón como del sentido último de todo pecado. ¡No se puede expresar
mejor hasta qué punto está de acuerdo Dios con la vida humana y su condición
existencial! La conciencia del salmista es tan viva que se reconoce
"nacido en la culpa", "pecador desde el vientre de su
madre". No parece que sea necesario buscar en estas expresiones una
teología explícita del pecado original, y menos aún del modo como se transmite,
ya que el que ora se sitúa aquí a un nivel existencial; tiene conciencia de
pertenecer a una humanidad pecadora, a un pueblo pecador en el que ninguna
existencia podría escapar al peso de la miseria. Lo veremos mejor cuando apele
al Dios creador para que le salve de su culpa. La conciencia de pecado supera
absolutamente la dosificación aparentemente justa que un juez podría hacer de
las responsabilidades y las circunstancias atenuantes. Se trata nada menos que
de la existencia "frente a Dios". Israel es un pueblo santo, y el
pecado obstaculiza al mismo Dios.
Desde
nuestra condición pecadora, Invocamos la infinita misericordia de Dios; por
ella Dios nos lavará y purificará. Nuestra vida es, gracias a su inagotable
condescendencia, historia de salvación, de purificación. Nuestra existencia
culminará en la justificación y purificación total; entonces llegará a su
plenitud la nueva creación; hará desbordar la alegría e instaurará el nuevo
culto en el que nuestro espíritu y corazón serán el holocausto agradable.
"Misericordia, Señor, hemos pecado".
Pidamos a Dios que su Espíritu nos renueve por dentro con espíritu firme, que
cree en nosotros un corazón puro, que limpie del todo nuestro pecado y que borre
en nosotros toda culpa. En este primer domingo de cuaresma recemos con fervor
este salmo, para que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos bendiga.
En la segunda lectura San Pablo cuenta, la realidad entre Adán, que nos perdió y Cristo que nos ha salvado. Y
como todas las cosas del Apóstol de los Gentiles, San Pablo crea con maestría
la doctrina del nuevo Adán, del Salvador del Pueblo de Dios.
Desde el texto, queda
clara la llamada de optimismo que a
partir de los puntos negros de la existencia humana San Pablo hace a sus
lectores. Hablar del pesimismo paulino es no entender una palabra de la mente
de Pablo. San Pablo quiere presentar una situación humana negativa
supraindividual, pero con origen humano, que en cada individuo se encuentra
cuando nace y que le va influyendo independientemente de sus opciones
conscientes. La situación existencial del ser humano no puede cambiarse con una
simple buena voluntad, porque gran parte de ella sobrepasa los límites de la
conciencia y decisiones individuales, aunque tenga ciertamente un origen
humano. La situación de mal, de muerte, de "hamartia",
es más que la mera adición de los actos responsables pecaminosos
individuales. Existe una situación
negativa en la condición humana.
En el
evangelio, contémplanos a Jesús, retirado en el desierto y tentado. Jesús se retiró al desierto para orar y prepararse
para su misión. La
experiencia del desierto nos muestra la evidencia de la fragilidad de nuestra
vida de fe. El desierto es carencia y prueba, nos muestra la realidad de
nuestra pobreza. Por eso tenemos miedo a entrar en nuestro interior, sentimos
pavor ante el silencio. Surge la tentación, la prueba. Jesús fue tentado como
lo han sido, son y serán todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Pero
se trata de no escuchar al Tentador y solo aceptar el camino y misión que Dios
nos ha marcado.
* Las
tentaciones de Jesús en el desierto son las nuestras:
-- El hambre,
que simboliza todas las "reivindicaciones" del cuerpo.
-- La
necesidad de seguridad, aunque sea al precio de perjudicar al prójimo.
-- La sed de
poder, el temible instinto de dominación.
¿Por qué fue
tentado Jesús? San Agustín nos dice que permitió ser tentado para ayudarnos a
resistir al tentador: “El rey de los mártires nos presenta ejemplos de cómo hemos
de combatir y de cómo ayuda misericordiosamente a los combatientes. Si el mundo
te promete placer carnal, respóndele que más deleitable es Dios. Si te promete
honores y dignidades temporales, respóndele que el reino de Dios es más excelso
que todo. Si te promete curiosidades superfluas y condenables, respóndele que
sólo la verdad de Dios no se equivoca. En todos los halagos del mundo aparecen
estas tres cosas: o el placer, o la curiosidad, o la soberbia". La
diferencia entre Jesús y nosotros es que el triunfó donde nosotros sucumbimos
muchas veces. Por eso, debemos apoyarnos en El para hacer esta escalada
cuaresmal, para llegar a la meta transformados y venciendo toda tentación que
nos aparte del seguimiento de Jesucristo.
Nos tienta eltiempo de perder todo y
de dar importancia a lo que no es importante… Y que nos lamentamos, pero no
cambiamos.
Nos
tienta el desaliento, porque veo muy difícil las cosas que se me presentan, las
personas que me rodean ante mi vida.
Nos
tienta la desesperanza, la falta de utopía, el dejarlo todo para mañana, el no
querer comenzar. ¡Cuánta confianza y espera tienes que tener, con nosotros.
Nos
tienta a veces creer que te estamos escuchando, pero no sabemos discernir tu
voz, no distinguimos tu rostro, no descubrimos tu voluntad.
Le
preguntamos a: Jesús, ¿cómo quieres que hagamos penitencia? Y Él nos dirá que
la penitencia que hagamos no sea exterior, como ésa que hacían los fariseos,
como ésa que hacían los publicanos... No, Él no quiere que hagamos así, que no
vayamos practicando y tocando la trompeta por todos los sitios diciendo qué es
lo que quiere que hagamos. No, la penitencia que quiere que hagamos es ponernos
en la piel del otro, en los zapatos del que sufre, en revisar nuestras
actitudes, en ver los deseos que tenemos, en darnos a los demás.
Y
seguimos preguntándole a Jesús: ¿y qué quieres que hagamos, Señor? ¿Cómo
quieres que demos limosna? La limosna que quiere es que nos preocupemos
exigentemente por las necesidades de los demás, del más próximo, del que sufre,
del que es hermano tuyo y mío, porque todos somos hijos de Dios.
Jesús
nos dice tres cosas muy fuertes: si quieres ser más cristiano, ora, entrégate y
sacrifícate por los demás. Y nos dice que lo hagamos de una forma sencilla,
modesta, natural. Cuántas gracias tenemos que darle a Jesús hoy, cuando le
escuchamos, porque Él nos anima y nos dice: “Vive esta etapa fuerte de cuarenta
días, que es lo que es la Cuaresma. ¡Y vive! ¡Y anímate! Anímate a cuidarte un
poco más, a revisar tu fe, a revisar tu oración, tu vida, tus
relaciones...”
Que
estos días, Señor, Jesús sean días de un fuerte encuentro contigo, un gran amor
a los demás y una preocupación exigente por todo lo que nos rodea. Pero así, en
silencio; así, sin ostentación, sin ruido, como Tú quieres, porque Tú miras el
corazón del hombre y miras nuestro corazón y nuestra vida.
Hoy le decimos: Jesús, una vez más nos invitas
y nos regalas este tiempo de gracia… que
no lo desperdicie, que no lo pase de cualquier manera, que sea un tiempo
de gracia de verdad. Tú conoces nuestra vida, nuestro corazón.
Hoy
le pedimos al Señor que sepamos buscar espacios para estar con Él, para
encontrarnos; que sepamos ayunar de tantas cosas que nos complican la vida, que
nos hacen que perdamos la paz, que nos metamos en líos; que dejemos de un lado
las relaciones que nos hacen mal, y hacen más mal a los demás; que quitemos
todo eso que nos arrastra, que nos encorseta, que no nos deja seguir a Jesús
libremente.
Le
pedimos que nos quite también cualquier tristeza y cualquier falta de fe, y que
nos llene ese espacio de mucha alegría; pero que sepamos hacerlo sin
pregonarlo, que sepamos hacerlo con toda sencillez; que sepamos ayunar bien de
tantas desilusiones, de tantas preocupaciones, de tantas palabras enfermizas,
de tantas indiferencias, de tantos agobios; y que sepamos abrirnos a los demás.
Gracias, Señor, por regalarme este tiempo de gracia que nos prepara
para vivir la Pascua.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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