sábado, 29 de octubre de 2016

Comentario a las lecturas del domingo XXXI del Tiempo Ordinario 30 de octubre de 2016.

La primera lectura está tomada del Libro de la Sabiduría  (Sab 11,32–12,2 ). Es el último libro del A. T., fue escrito en una situación serena de bienestar dentro de la cultura griega de Alejandría y está  lleno de optimismo y de sentido positivo.
 La reflexión del Libro de la Sabiduría se fija en las acciones de Dios en el Éxodo, que liberan a los israelitas mientras que sirven de castigo a los egipcios.
Israel recibe el agua abundante de la roca para mitigar su sed durante su peregrinaje por el desierto; en cambio, el agua de los egipcios se convierte en sangre. Esta inversión de situaciones humanas provocada por los acontecimientos salvíficos manifiestan la omnipotencia de Dios: "Señor, el mundo entero es ante ti como un grano de arena en la balanza..."
Dos grandes ideas complementarias recorren este texto del libro de la Sabiduría. Desarrollaré, al mismo tiempo, el comentario y la reflexión.
1) "... te compadeces de todos, porque todo lo puedes...": la omnipotencia causa o razón de la compasión (vs. 22-23). Dios manifiesta su omnipotencia de una manera particular cuando es misericordioso. El nexo entre el poder y el amor de Dios resulta evidente por el hecho de ser El el creador: porque lo ha creado todo, ama todas las cosas que ha creado; y al revés: porque lo ama, lo ha creado. De aquí que, en el caso de los hombres, estos no pueden perder nunca la esperanza del perdón, ya que Dios no pierde nunca la esperanza de su arrepentimiento.
-"¿Cómo subsistirían las cosas si tú no lo hubieses querido?": El amor creador de Dios no es un hecho del pasado, sino una fuerza actual que actúa en el presente sobre todas las realidades creadas, manteniéndolas en la existencia. La vida de la creación es una prueba de ese amor de Dios.
-"Por eso corriges poco a poco a los que caen...": El castigo de los egipcios no quería indicar de ninguna de las maneras su reprobación; era más bien una advertencia por sus pecados. "A los que pecan les recuerdas su pecado": En las plagas, los egipcios se ven castigados por medio de insectos y animales abyectos por razón de su culto idolátrico a figuras de forma de animales. El hecho puede convertirse en principio: todo pecado trae consigo el castigo para que los hombres reaccionen, "se conviertan y crean en ti, Señor".
Antes el autor ha presentado unos poderosos que abusan del poder practicando la injusticia, pero es que tenían un poder limitado.
El poderoso es injusto porque ambiciona más poder, porque teme perderlo, por codicia... Además, el poderoso es riguroso con todo el mundo porque no ama al imputado, porque teme que se le escape, porque debe rendir cuentas, porque ha de atenerse a plazos y, aunque tenga buena voluntad, quizá no acierte, porque... Por el contrario, Dios "... cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan". La razón estriba en que el Señor tiene el poder supremo, no teme a nadie, no ha de rendir cuentas, ama al pecador, tiene tiempo y siempre acierta; al ser dueño del tiempo y de los instrumentos, puede alcanzar sus fines dejando libre juego a la libertad del hombre. Quiere su conversión y le da tiempo para ella; y si ésta falla, Dios no queda nunca frustrado ya que siempre hay tiempo para el poder; y por eso echa mano de él en cualquier momento.
2) La creación es una prueba evidente del amor y de la misericordia de Dios. La omnipotencia divina no explica ella sola la creación sino que también interviene su
voluntad libre, su amor creador Todo lo que Dios ha hecho, mediante la sabiduría, es bueno. (11, 24-12,2): "Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho...".
Toda la creación, penetrada por el Espíritu incorruptible de Dios, se encuentra en sus manos. «¿Cómo subsistirían [las cosas] si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. Todos llevan tu soplo incorruptible" (11,25-12,1).

Hoy el responsorial es el salmo  114 (Sal 144,1-2.8-14 ). Con este salmo se concluye la última colección davídica de las que componen el salterio. Basta mirar nuestra Biblia para darse cuenta de que es el último salmo que tiene como título de David. Es un salmo alfabético, es decir, en su texto original hebreo cada versículo inicia por una letra del alfabeto, de modo ordenado.
El autor utiliza recursos literarios de un cierto efecto para los gustos hebreos de la época, como sería la alternancia irregular entre la tercera y la segunda persona del singular para referirse a Dios: el autor pasa constantemente de hablar sobre Dios a hablar directamente a Dios, de la contemplación de sus obras, nace espontáneamente la plegaria. También alterna entre la primera persona del singular y la tercera del plural: la implicación personal en la alabanza del autor del salmo afecta también a los oyentes y a todas las criaturas.
Este salmo constituye una alabanza continua a Dios por sus obras. Dios es un rey eterno y universal que derrama su justicia y su bondad sobre todo ser viviente.
Estructuralmente el salmo 144 mantiene la división tradicional en tres partes: introducción (v. 1-2), cuerpo del salmo (v. 3-20) dividido en dos secciones (v. 3-12 y 13-20) y conclusión (v. 21).
El texto recoge la parte introductiva en la que se expresa la intención del salmista de elevar hacia Dios su alabanza por la grandeza de su divinidad y la majestad de su realeza.
Del cuerpo del salmo, se citan algunos versículos de sus dos secciones (8-9. 10-11. 13cd-14). Se desarrollan los temas enunciados en la introducción: la divinidad y la realeza del Señor. La realeza se expresa en el interés del Señor por las criaturas y por la justicia con la que gobierna a los hombres. El versículo conclusivo recupera el motivo inicial de la alabanza, sea en boca del salmista, sea en boca de cualquier ser vivo. Una alabanza que perdura siempre.
El salmo se inicia con una invitación a ensalzar al Señor. El concepto ensalzar, igual que exaltar y enaltecer, parte de una concepción espacial de la divinidad. La zona alta de la tierra es la más noble, por eso, el rey está sentado más alto que el resto de las personas. Dios, más poderoso que cualquier rey humano, es el altísimo, y habita en la cima de los montes donde se le construyen santuarios. Alabar a una persona o a Dios mismo, es, por tanto, ensalzarlo, exaltarlo, enaltecerlo pues todos estos términos proceden de la raíz alto.
La fórmula de la versión castellana «Dios mío, mi rey» corresponden literalmente al hebreo Dios mío, el Rey, que corresponde a su vez a una adaptación de la fórmula cortesana ¡señor mío, el rey! que se utilizaba en aquella época para dirigirse públicamente al rey de la nación. El salmo se inicia pues con un discurso, o reconocimiento, público del salmista dirigido a Dios.
«Una generación a la otra» es la manera cómo el salmista expresa la constancia divina: las generaciones pasan y cambian, pero Dios mantiene la majestad de sus favores de un modo constante.
Los primeros versículos alaban a Dios de un modo genérico, sin especificar su contenido; pero al llegar al v. 8 nos encontramos con una fórmula tradicional: «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad». La formulación más solemne que hay en toda la Escritura es la revelación que Dios hace de sí mismo a Moisés en la cima del Sinaí: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, rebeldía y el pecado» (Ex 34,6-7a).
Un rasgo notable del salmo es su universalismo. No hace distinciones entre los fieles al tributar la alabanza a Dios. Tampoco hace distinciones al comprender que Dios lo es de todo el mundo y de todos los vivientes. No hay discriminación de destinatarios de los favores divinos, porque ama de corazón todo lo que ha creado, hombres y criaturas, y por tanto, sacia de favores a todos los que en él esperan. La alabanza no se circunscribe a un pueblo, ni a una ciudad, ni a un lugar, el templo. El Dios universal merece una alabanza universal.

La segunda lectura (2 Tes 1,11–2,2) tiene dos partes netamente diferenciadas: La primera es una plegaria de Pablo pidiendo por los tesalonicenses, a fin de que su vocación cristiana sea digna, y que Dios lleve a término sus buenos propósitos. Todo ello, como siempre en Pablo, es para que Cristo sea glorificado en ellos, y ellos en Cristo.
La segunda parte es un aviso o una clarificación sobre la venida del Señor Jesús. En su primera carta a los tesalonicenses Pablo había hablado de esta venida con un estilo apocalíptico, y fue mal comprendido por algunos de ellos; además, surgieron voces de alguna revelación e incluso de alguna otra carta de Pablo en el mismo sentido que hicieron pensar que realmente la venida de Cristo era inminente.
Los deseos expresados por el Apóstol se realizarán en la parusía. Los Tesalonicenses, ¿serán juzgados dignos de la llamada que Dios les ha dirigido? San Pablo reza por ello: Han sido llamados a la fe, una fe que debería ser activa; se trata, en consecuencia, de realizar todo el bien posible; eso no puede lograrse sin la ayuda de Dios. El propio Cristo encontrará su gloria en ellos. Es un tema al que, a pesar del Concilio Vaticano Il, no estamos aún habituados. La Iglesia, cualquier comunidad viva, es signo de la gloria de Dios: la Iglesia es signo de Cristo en el mundo. Esto constituye una responsabilidad para ella y para cada uno de sus miembros.
Pero, aunque todo esto apresura la parusía, los Tesalonicenses no deben perder la cabeza ni alarmarse por falsas profecías; san Pablo rechaza toda revelación, toda palabra y toda carta sobre este asunto. Será siempre tendencia de algunos ese esperar en su vida religiosa lo extraordinario, las revelaciones, el miedo. San Pablo se opone a esta manera de ver las cosas. El cristiano se caracteriza no por sus hechos extraordinarios, sino por su vida, testigo de la presencia de Cristo.

El evangelio (Lc 19,1-10 ) nos continua situando en  la subida hacia Jerusalén. En Jericó, etapa final hacia la meta, se produce la escena que hoy proclamamos. Encaja adecuadamente en las preocupaciones teológicas y espirituales de Lucas. El marco narrativo da la oportunidad al autor de este evangelio, para insistir una vez más en su tesis: los publicanos son los privilegiados del amor del Padre y de la acción salvadora de Jesús.
1. Zaqueo, un hombre rico, jefe de publicanos – Lc 19,2
2. Trataba de ver a Jesús, pero a causa de la muchedumbre no lo conseguía - Lc 19,3
3. Era pequeño de estatura – Lc 19,3
4. El juicio de la muchedumbre que señala a Zaqueo como: pecador – Lc 19,7
5. La distribución de los bienes a los pobres – Lc 19,8
6. La declaración de Jesús diciendo que la salvación ha entrado en casa de Zaqueo – Lc 19,9.
Zaqueo, pequeño de estatura, hombre rico, jefe de publicanos, acoge el reino de Dios como un niño. Humillándose y arrepintiéndose de su pasado encuentra la salvación que viene de Dios en Jesús Cristo buen Samaritano (Lc 10, 29-37) que nos viene al encuentro a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10).
En Jericó había muchos publicanos porque era una ciudad fronteriza en la que existía una aduana como en Cafarnaúm. Esto explica históricamente la presencia de un jefe de publicanos allí, lo cual hace muy verosímil la escena.
Este hombre quiere ver a Jesús. Le habrían llegado noticias genéricas , de quién era Jesús y le había cautivado su proceder. Zaqueo es un buscador, porque necesita la solución. Pertenece a los que son atraídos por la pregunta, insistente en el relato evangélico, ¿quién es realmente Jesús? Zaqueo tiene dificultades para poder ver a Jesús. El relato indica la causa: porque era bajo de estatura. Un detalle ornamental en la narración que la hace más atractiva. Y corre a buscar la solución a este problema añadido y se sube a una higuera. ¿Realidad, imagen, símbolo?.
El relato lucano es un modelo ejemplar de la manera de actuar Jesús, en cuanto plasma y hace realidad la misericordia de Dios. Jesús va rodeado de la gente y, en principio, parece que podría pasar de largo aclamado por la multitud. Pero no fue así, el narrador ha querido reflejar expresamente que no fue así. Jesús fija la atención en aquel hombre bajo de estatura y además jefe de publicanos; este rasgo del comportamiento de Jesús ya es significativo por sí mismo y viene a sumarse a su modo habitual de proceder. Es un maestro nuevo, un maestro que habla y actúa con autoridad y con sorprendente novedad. Y lo llama por su nombre propio. Para Jesús cada persona es un valor en sí mismo y tiene nombre propio e intransferible. Lo sorprendente para los acompañantes de Jesús es la decisión de Jesús de hospedarse en su casa. Una vez más aparece la práctica de Jesús de la comensalía abierta y acogedora. Jesús ya había practicado esta comensalía con los publicanos y pecadores (recuérdese el sobrecogedor c. 15 de este mismo evangelio). Y de nuevo la misma experiencia: Zaqueo lo recibe muy contento. Diríamos en lenguaje familiar que Zaqueo no esperaba tanto. Él sólo quería ver a Jesús cuando pasase por delante. Es demasiado para él la reacción de Jesús.
Asi comenta Juan Lanspergio, este evangelio.
" La perfecta conversión a Dios amputa de raíz el pecado. Pues la codicia es para muchos la raíz y la ocasión de pecar. Para erradicarla, promete Zaqueo dar a los pobres la mitad de sus bienes: Si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Mira qué progresos no ha hecho de repente Zaqueo iluminado por Cristo. Y si quiso declarar públicamente este su propósito fue para defender a Cristo contra los murmuradores y evidenciar el gran tacto que el Señor ha usado con él: no lo había evitado despectivamente por su condición de publicano, sino que dirigiéndose a él con benevolencia e invitándose a sí mismo sin esperar la invitación, le había repentinamente conducido, como con un poderoso revulsivo, a la penitencia y a la conversión; y lo mismo que en el pasado había sido ávido de dinero, deseaba ahora con idéntica premura desprenderse de él.
Pues no se contenta con prometer dar en el futuro a los pobres o restituir a aquellos de quienes se había aprovechado, sino que habla en presente y dice: Mira, doy y restituyo. Doy limosna, restituyo lo defraudado. Y aunque lo primero que hay que hacer es restituir en efectivo lo injustamente adquirido, para que la limosna pueda ser agradable a Dios, sin embargo, en este caso y para demostrar su voluntaria decisión de dar no sólo lo que debía, sino lo que podía y tenía la voluntad de dar generosamente, habla antes de dar limosna que de restituir.
Jesús le contestó: Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Indicando la salvación operada «en esta casa», Cristo se está refiriendo al alma de Zaqueo, que deseando, esforzándose, amando y obedeciendo ha conseguido la salvación. A esta alma la denomina aquí casa de Dios, porque Dios habita en el alma. Jesús había efectivamente venido al mundo a salvar lo que estaba perdido.
Por esta razón debió frecuentar la compañía de quienes le constaba que necesitaban de su ayuda y buscaban un remedio de salvación. Es como si hubiera querido replicar a los murmuradores: ¿A qué os indignáis conmigo porque hablo con un pecador, porque adelantándome a su invitación me invito yo a su casa? Si he venido al mundo ha sido por gente de esta clase, no para que continúen siendo pecadores, sino para que se conviertan y tengan vida en mí. No me fijo en lo que el pecador ha hecho hasta el presente, sino que sopeso lo que va a hacer en el futuro. Le ofrezco mi gracia y mi amistad, que os la ofrezco igualmente a todos vosotros, si es que la queréis. Si éste la acepta, si viene a mí, si de pecador se convierte en justo, ¿por qué me calumniáis a mí por haberme hospedado en casa de un pecador, desde el momento en que juzgáis equivocadamente a un pecador, que se ha convertido en amigo de Dios? También él es hijo de Abrahán, no nacido de su sangre, sino por ser imitador de la fe y de la devoción de Abrahán.
Que nuestro Señor Jesucristo nos conceda la gracia de conocerle, amarlo y confiar en él; de modo que nada nos agrade, nada nos atraiga sino lo que a la divina voluntad le es grato y no sea contrario a nuestra salvación. ¡Bendito él por siempre! Amén". (Juan Lanspergio, Homilía en la dedicación de una iglesia (Opera omnia, t. 1, 1888, 701-702)



Para nuestra vida.

El texto de la primera lectura nos presenta la pequeñez de las realidades humanas y materiales. Sin embargo, son cosas que Dios ama y que creó por amor. Habla de ese amor inicial y previo (como puede ser el amor y deseo del hijo aún no concebido la razón de su existir), la omnipotencia viene a ser el ejecutor de ese deseo amoroso. Pero si obra no es por necesidad sino porque quiere, porque es libre.

El Salmo nos presenta la providencia de Dios. Dios es imaginado como rey, y se habla de su reinado y de su gobierno. Dios es quién protege a los necesitados y elimina a los malvados, nutre a todas las criaturas. Todo el mundo es igual ante este rey: todos son sus fieles y participan de su alabanza; el salmo no hace distinciones entre sacerdotes y fieles, entre gente noble y gente sencilla, como hacen los himnos de alabanza.
El Señor es grande, clemente y misericordioso, bondadoso para todo el mundo, sus obras son obras de amor, está cerca de los que lo invocan. Sus acciones son calificadas de grandezas, proezas, hazañas, temibles proezas, favores, gloria, majestad. Esta abundancia de sinónimos es tradicional y expresa el gusto de la época.
Cuando el autor especifica el contenido de las obras del Señor nos damos cuenta de en qué teología está la base de la obra del salmista. El Señor sostiene y endereza a los que se caen y se doblan, da la comida y sacia a todos los seres vivos, está cerca de los que lo invocan sinceramente, satisface los deseos de sus fieles y los salva, guarda a los que lo aman, destruye a los malvados.

De la segunda lectura de hoy nos sirven adaptadas las dos partes: La primera contiene una plegaria de Pablo pidiendo por los tesalonicenses, a fin de que su vocación cristiana sea digna, y que Dios lleve a término sus buenos propósitos. esta plegaria nosotros podemos considerarla modelo de nuestras peticiones con el mismo objetivo que tiene la petición de San Pablo.
La segunda parte es un aviso-clarificación sobre la venida del Señor Jesús. En su primera carta a los tesalonicenses Pablo había hablado de esta venida con un estilo apocalíptico, y fue mal comprendido por algunos de ellos; además, surgieron voces de alguna revelación e incluso de alguna otra carta de Pablo en el mismo sentido que hicieron pensar que realmente la venida de Cristo era inminente.
Uno de los puntos más importantes de la segunda carta a los Tesalonicenses es precisamente corregir aquella visión equivocada, retornando el buen sentido a la comunidad. Cristo vendrá, sí, pero no en seguida y, por tanto, hay que esperar con confianza y vivir conforme a la fe recibida "sin perder fácilmente la cabeza ni alarmarse". Evidentemente nuestra sociedad, muy pegada a lo inmediato y al día a día, ha perdido esta perspectiva de final. No esta de más recordarla y tenerla presente en nuestro proyecto de vida.

El evangelio nos presenta a Zaqueo como un modelo de perseverancia en la búsqueda. En nuestro mundo, el hombre, quizá excesivamente rodeado de elementos exteriores a la intimidad de la persona, puede vivir o tener la tentación de vivir excesivamente ahogado y atrapado por tantas ofertas y tantas cosas. Pero la respuesta a las necesidades de la intimidad del hombre está en otra parte y es necesario buscar sin descanso.
La narración de la conversión de Zaqueo nos demuestra que ninguna condición humana es incompatible con la salvación: Hoy la salvación ha entrado en esta casa, porque también éste es hijo de Abrahám, (Lc 19, 9) declara Jesús. Comprobamos como el encuentro con Jesús provoca siempre un cambio en lo hondo del corazón del hombre: estoy dispuesto a restituir, proclama Zaqueo, a quien haya defraudado (¡incluso cuatro veces más!). Ha descubierto que Jesús viene a predicar la felicidad del hombre en la realización de un proyecto de justicia y misericordia según la voluntad de Dios. Zaqueo se ha tomado muy en serio el encuentro con Jesús porque ha supuesto su liberación más honda. Hoy como ayer, Zaqueo sigue siendo un modelo de cómo actúa Dios en su gratuidad y cómo deben responder los hombres en su coherencia al don. El paso de Jesús por este mundo debe significar un cambio profundo de estructuras: Zaqueo estaba acostumbrado a defraudar y retener para él lo que no era suyo. El encuentro con Jesús le descubre la verdad de su corazón y la verdad de las cosas.
Al encontrarse con Jesús, Zaqueo descubre que lo importante no es acaparar sino compartir, y decide dar la mitad de sus bienes a la gente pobre. Descubre que tiene que hacer justicia a las personas a las que ha robado y restituir con creces. Sólo entonces la salvación llega a esa casa.
A la persona rica no se le ofrece otro camino de salvación más que el de compartir lo que posee con las pobres que lo necesitan. La razón es sencilla: las ricas sólo pueden existir gracias a las pobres; sólo pueden enriquecerse a costa de las pobres. La miseria de unas es consecuencia de la riqueza de las otras. Y no sirve decir ingenuamente que hay una “igualdad de oportunidades” en nuestra sociedad y que el éxito es para quienes se lo ganan. Sabemos que eso no es verdad.
Pero, además, si nos comparamos con la población del  “tercer mundo”, somos gente rica. Y no conseguiremos una mayor fraternidad si no cambiamos de actitud y aceptamos la reducción de nuestros bienes en beneficio de las personas empobrecidas por la actual dinámica de la economía liberal que dirige nuestra sociedad.
Una persona cristiana no puede permitirse cualquier nivel de vida lujosa. Hay una manera de ganar dinero, gastarlo y derrocharlo que es esencialmente injusta, porque olvida a la gente más necesitada. El camino a seguir es el de Zaqueo. Él toma conciencia de que su nivel de vida es injusto y hace la opción que lo salva como ser humano: compartir los bienes con la gente pobre a cuya costa vive. Entonces, la salvación de Jesús entra en su corazón y en su casa.
El encuentro con la salvación además siempre produce alegría profunda y desbordante: lo recibió muy contento en su casa.
Zaqueo, pequeño de estatura, nos muestra su disponibilidad para acoger a Jesús. ¿Qué hacemos  para demostrar nuestra disponibilidad para recibir la salvación de Dios?
¿Cómo nos  acercamos  al Señor? ¿Nos  sentimos atraídos por Él?
Jesús va al encuentro de Zaqueo en su pecado y en su casa le dona la salvación. ¿Cuál es nuestra atadura al pecado? ¿Dejamos que el Maestro nos encuentre , en nuestra casa, en nuestra intimidad?


Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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