La primera lectura está tomada del Libro de la
Sabiduría (Sab
11,32–12,2 ). Es
el último libro
del A. T., fue escrito en una situación serena de bienestar dentro de la
cultura griega de Alejandría y está lleno
de optimismo y de sentido positivo.
La reflexión del Libro de la Sabiduría se fija
en las acciones de Dios en el Éxodo, que liberan a los israelitas mientras que
sirven de castigo a los egipcios.
Israel
recibe el agua abundante de la roca para mitigar su sed durante su peregrinaje
por el desierto; en cambio, el agua de los egipcios se convierte en sangre.
Esta inversión de situaciones humanas provocada por los acontecimientos
salvíficos manifiestan la omnipotencia de Dios: "Señor, el mundo entero es
ante ti como un grano de arena en la balanza..."
Dos grandes
ideas complementarias recorren este texto del libro de la Sabiduría.
Desarrollaré, al mismo tiempo, el comentario y la reflexión.
1) "...
te compadeces de todos, porque todo lo puedes...": la omnipotencia causa o
razón de la compasión (vs. 22-23). Dios manifiesta su omnipotencia de una
manera particular cuando es misericordioso. El nexo entre el poder y el amor de
Dios resulta evidente por el hecho de ser El el
creador: porque lo ha creado todo, ama todas las cosas que ha creado; y al
revés: porque lo ama, lo ha creado. De aquí que, en el caso de los hombres,
estos no pueden perder nunca la esperanza del perdón, ya que Dios no pierde
nunca la esperanza de su arrepentimiento.
-"¿Cómo
subsistirían las cosas si tú no lo hubieses querido?": El amor creador de
Dios no es un hecho del pasado, sino una fuerza actual que actúa en el presente
sobre todas las realidades creadas, manteniéndolas en la existencia. La vida de
la creación es una prueba de ese amor de Dios.
-"Por
eso corriges poco a poco a los que caen...": El castigo de los egipcios no
quería indicar de ninguna de las maneras su reprobación; era más bien una
advertencia por sus pecados. "A los que pecan les recuerdas su
pecado": En las plagas, los egipcios se ven castigados por medio de
insectos y animales abyectos por razón de su culto idolátrico a figuras de
forma de animales. El hecho puede convertirse en principio: todo pecado trae
consigo el castigo para que los hombres reaccionen, "se conviertan y crean
en ti, Señor".
Antes el
autor ha presentado unos poderosos que abusan del poder practicando la
injusticia, pero es que tenían un poder limitado.
El poderoso
es injusto porque ambiciona más poder, porque teme perderlo, por codicia...
Además, el poderoso es riguroso con todo el mundo porque no ama al imputado,
porque teme que se le escape, porque debe rendir cuentas, porque ha de atenerse
a plazos y, aunque tenga buena voluntad, quizá no acierte, porque... Por el
contrario, Dios "... cierra los ojos a los pecados de los hombres para que
se arrepientan". La razón estriba en que el Señor tiene el poder supremo,
no teme a nadie, no ha de rendir cuentas, ama al pecador, tiene tiempo y
siempre acierta; al ser dueño del tiempo y de los instrumentos, puede alcanzar
sus fines dejando libre juego a la libertad del hombre. Quiere su conversión y
le da tiempo para ella; y si ésta falla, Dios no queda nunca frustrado ya que
siempre hay tiempo para el poder; y por eso echa mano de él en cualquier momento.
2) La creación
es una prueba evidente del amor y de la misericordia de Dios. La omnipotencia divina no explica
ella sola la creación sino que también interviene su
voluntad libre, su amor
creador Todo
lo que Dios ha hecho, mediante la sabiduría, es bueno. (11, 24-12,2): "Amas a todos
los seres y no aborreces nada de lo que has hecho...".
Toda
la creación, penetrada por el Espíritu incorruptible de Dios, se encuentra en
sus manos. «¿Cómo subsistirían [las cosas] si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo
conservarían su existencia si tú no las hubieses llamado? Pero a todos
perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. Todos llevan tu soplo incorruptible"
(11,25-12,1).
Hoy
el responsorial es el salmo 114 (Sal
144,1-2.8-14 ).
Con este salmo se concluye la última colección davídica de las que componen el
salterio. Basta mirar nuestra Biblia para darse cuenta de que es el último
salmo que tiene como título de David. Es un salmo alfabético, es decir, en su
texto original hebreo cada versículo inicia por una letra del alfabeto, de modo
ordenado.
El
autor utiliza recursos literarios de un cierto efecto para los gustos hebreos
de la época, como sería la alternancia irregular entre la tercera y la segunda
persona del singular para referirse a Dios: el autor pasa constantemente de
hablar sobre Dios a hablar directamente a Dios, de la contemplación de sus
obras, nace espontáneamente la plegaria. También alterna entre la primera
persona del singular y la tercera del plural: la implicación personal en la
alabanza del autor del salmo afecta también a los oyentes y a todas las
criaturas.
Este
salmo constituye una alabanza continua a Dios por sus obras. Dios es un rey
eterno y universal que derrama su justicia y su bondad sobre todo ser viviente.
Estructuralmente el salmo 144
mantiene la división tradicional en tres partes: introducción (v. 1-2), cuerpo
del salmo (v. 3-20) dividido en dos secciones (v. 3-12 y 13-20) y conclusión
(v. 21).
El texto recoge la parte introductiva en la que se expresa la intención del salmista
de elevar hacia Dios su alabanza por la grandeza de su divinidad y la majestad
de su realeza.
Del
cuerpo del salmo, se citan algunos versículos de sus dos secciones (8-9. 10-11. 13cd-14). Se desarrollan
los temas enunciados en la introducción: la divinidad y la realeza del Señor. La
realeza se expresa en el interés del Señor por las criaturas y por la justicia
con la que gobierna a los hombres. El versículo conclusivo recupera el motivo
inicial de la alabanza, sea en boca del salmista, sea en boca de cualquier ser
vivo. Una alabanza que perdura siempre.
El salmo se inicia con una
invitación a ensalzar al Señor. El concepto ensalzar, igual que exaltar y
enaltecer, parte de una concepción espacial de la divinidad. La zona alta de la
tierra es la más noble, por eso, el rey está sentado más alto que el resto de
las personas. Dios, más poderoso que cualquier rey humano, es el altísimo, y
habita en la cima de los montes donde se le construyen santuarios. Alabar a una
persona o a Dios mismo, es, por tanto, ensalzarlo, exaltarlo, enaltecerlo pues
todos estos términos proceden de la raíz alto.
La fórmula de la versión
castellana «Dios mío, mi rey» corresponden literalmente al hebreo Dios mío, el
Rey, que corresponde a su vez a una adaptación de la fórmula cortesana ¡señor
mío, el rey! que se utilizaba en aquella época para dirigirse públicamente al
rey de la nación. El salmo se inicia pues con un discurso, o reconocimiento,
público del salmista dirigido a Dios.
«Una generación a la otra» es
la manera cómo el salmista expresa la constancia divina: las generaciones pasan
y cambian, pero Dios mantiene la majestad de sus favores de un modo constante.
Los primeros versículos alaban
a Dios de un modo genérico, sin especificar su contenido; pero al llegar al v.
8 nos encontramos con una fórmula tradicional: «El Señor es clemente y
misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad». La formulación más solemne
que hay en toda la Escritura es la revelación que Dios hace de sí mismo a
Moisés en la cima del Sinaí: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares,
que perdona la iniquidad, rebeldía y el pecado» (Ex 34,6-7a).
Un rasgo notable del salmo es
su universalismo. No hace distinciones entre los fieles al tributar la alabanza
a Dios. Tampoco hace distinciones al comprender que Dios lo es de todo el mundo
y de todos los vivientes. No hay discriminación de destinatarios de los favores
divinos, porque ama de corazón todo lo que ha creado, hombres y criaturas, y
por tanto, sacia de favores a todos los que en él esperan. La alabanza no se circunscribe
a un pueblo, ni a una ciudad, ni a un lugar, el templo. El Dios universal
merece una alabanza universal.
La
segunda lectura (2 Tes 1,11–2,2) tiene dos
partes netamente diferenciadas: La primera es una plegaria de Pablo pidiendo
por los tesalonicenses, a fin de que su vocación cristiana sea digna, y que
Dios lleve a término sus buenos propósitos. Todo ello, como siempre en Pablo,
es para que Cristo sea glorificado en ellos, y ellos en Cristo.
La segunda
parte es un aviso o una clarificación sobre la venida del Señor Jesús. En su
primera carta a los tesalonicenses Pablo había hablado de esta venida con un
estilo apocalíptico, y fue mal comprendido por algunos de ellos; además,
surgieron voces de alguna revelación e incluso de alguna otra carta de Pablo en
el mismo sentido que hicieron pensar que realmente la venida de Cristo era
inminente.
Los deseos
expresados por el Apóstol se realizarán en la parusía. Los Tesalonicenses,
¿serán juzgados dignos de la llamada que Dios les ha dirigido? San Pablo reza
por ello: Han sido llamados a la fe, una fe que debería ser activa; se trata,
en consecuencia, de realizar todo el bien posible; eso no puede lograrse sin la
ayuda de Dios. El propio Cristo encontrará su gloria en ellos. Es un tema al
que, a pesar del Concilio Vaticano Il, no estamos aún
habituados. La Iglesia, cualquier comunidad viva, es signo de la gloria de
Dios: la Iglesia es signo de Cristo en el mundo. Esto constituye una
responsabilidad para ella y para cada uno de sus miembros.
Pero, aunque
todo esto apresura la parusía, los Tesalonicenses no deben perder la cabeza ni
alarmarse por falsas profecías; san Pablo rechaza toda revelación, toda palabra
y toda carta sobre este asunto. Será siempre tendencia de algunos ese esperar
en su vida religiosa lo extraordinario, las revelaciones, el miedo. San Pablo
se opone a esta manera de ver las cosas. El cristiano se caracteriza no por sus
hechos extraordinarios, sino por su vida, testigo de la presencia de Cristo.
El evangelio (Lc
19,1-10 )
nos continua situando en la subida hacia
Jerusalén. En Jericó, etapa final hacia la meta, se produce la escena que hoy
proclamamos. Encaja adecuadamente en las preocupaciones teológicas y
espirituales de Lucas. El marco narrativo da la oportunidad al autor de este
evangelio, para insistir una vez más en su tesis: los publicanos son los
privilegiados del amor del Padre y de la acción salvadora de Jesús.
1.
Zaqueo, un hombre rico, jefe de publicanos – Lc 19,2
2.
Trataba de ver a Jesús, pero a causa de la muchedumbre no lo conseguía - Lc 19,3
3. Era
pequeño de estatura – Lc 19,3
4. El
juicio de la muchedumbre que señala a Zaqueo como: pecador – Lc 19,7
5. La distribución de los bienes a los pobres – Lc 19,8
6. La declaración de Jesús diciendo que la salvación ha entrado en casa de Zaqueo – Lc 19,9.
5. La distribución de los bienes a los pobres – Lc 19,8
6. La declaración de Jesús diciendo que la salvación ha entrado en casa de Zaqueo – Lc 19,9.
Zaqueo,
pequeño de estatura, hombre rico, jefe de publicanos, acoge el reino de Dios
como un niño. Humillándose y arrepintiéndose de su pasado encuentra la
salvación que viene de Dios en Jesús Cristo buen Samaritano (Lc 10, 29-37) que nos viene al encuentro a buscar y
salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10).
En Jericó
había muchos publicanos porque era una ciudad fronteriza en la que existía una
aduana como en Cafarnaúm. Esto explica históricamente la presencia de un jefe
de publicanos allí, lo cual hace muy verosímil la escena.
Este hombre quiere
ver a Jesús. Le habrían llegado noticias genéricas , de quién era Jesús y le
había cautivado su proceder. Zaqueo es un buscador, porque necesita la
solución. Pertenece a los que son atraídos por la pregunta, insistente en el
relato evangélico, ¿quién es realmente Jesús? Zaqueo tiene dificultades para
poder ver a Jesús. El relato indica la causa: porque era bajo de estatura. Un
detalle ornamental en la narración que la hace más atractiva. Y corre a buscar
la solución a este problema añadido y se sube a una higuera. ¿Realidad, imagen,
símbolo?.
El relato
lucano es un modelo ejemplar de la manera de actuar Jesús, en cuanto plasma y
hace realidad la misericordia de Dios. Jesús va rodeado de la gente y, en
principio, parece que podría pasar de largo aclamado por la multitud. Pero no
fue así, el narrador ha querido reflejar expresamente que no fue así. Jesús
fija la atención en aquel hombre bajo de estatura y además jefe de publicanos;
este rasgo del comportamiento de Jesús ya es significativo por sí mismo y viene
a sumarse a su modo habitual de proceder. Es un maestro nuevo, un maestro que
habla y actúa con autoridad y con sorprendente novedad. Y lo llama por su
nombre propio. Para Jesús cada persona es un valor en sí mismo y tiene nombre
propio e intransferible. Lo sorprendente para los acompañantes de Jesús es la
decisión de Jesús de hospedarse en su casa. Una vez más aparece la práctica de
Jesús de la comensalía abierta y acogedora. Jesús ya había practicado esta
comensalía con los publicanos y pecadores (recuérdese el sobrecogedor c. 15 de
este mismo evangelio). Y de nuevo la misma experiencia: Zaqueo lo recibe muy
contento. Diríamos en lenguaje familiar que Zaqueo no esperaba tanto. Él sólo
quería ver a Jesús cuando pasase por delante. Es demasiado para él la reacción
de Jesús.
"
La perfecta conversión a Dios amputa de raíz el pecado. Pues la codicia
es para muchos la raíz y la ocasión de pecar. Para erradicarla, promete Zaqueo
dar a los pobres la mitad de sus bienes: Si de alguno me he aprovechado, le
restituiré cuatro veces más. Mira qué progresos no ha hecho de repente
Zaqueo iluminado por Cristo. Y si quiso declarar públicamente este su propósito
fue para defender a Cristo contra los murmuradores y evidenciar el gran tacto
que el Señor ha usado con él: no lo había evitado despectivamente por su
condición de publicano, sino que dirigiéndose a él con benevolencia e
invitándose a sí mismo sin esperar la invitación, le había repentinamente
conducido, como con un poderoso revulsivo, a la penitencia y a la conversión; y
lo mismo que en el pasado había sido ávido de dinero, deseaba ahora con idéntica
premura desprenderse de él.
Pues
no se contenta con prometer dar en el futuro a los pobres o restituir a
aquellos de quienes se había aprovechado, sino que habla en presente y dice: Mira,
doy y restituyo. Doy limosna, restituyo lo defraudado. Y aunque lo primero
que hay que hacer es restituir en efectivo lo injustamente adquirido, para que
la limosna pueda ser agradable a Dios, sin embargo, en este caso y para
demostrar su voluntaria decisión de dar no sólo lo que debía, sino lo que podía
y tenía la voluntad de dar generosamente, habla antes de dar limosna que de
restituir.
Jesús
le contestó: Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de
Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba
perdido. Indicando la salvación operada «en esta casa»,
Cristo se está refiriendo al alma de Zaqueo, que deseando, esforzándose, amando
y obedeciendo ha conseguido la salvación. A esta alma la denomina aquí casa de
Dios, porque Dios habita en el alma. Jesús había efectivamente venido al mundo
a salvar lo que estaba perdido.
Por
esta razón debió frecuentar la compañía de quienes le constaba que necesitaban
de su ayuda y buscaban un remedio de salvación. Es como si hubiera querido
replicar a los murmuradores: ¿A qué os indignáis conmigo porque hablo con un
pecador, porque adelantándome a su invitación me invito yo a su casa? Si he
venido al mundo ha sido por gente de esta clase, no para que continúen siendo
pecadores, sino para que se conviertan y tengan vida en mí. No me fijo en lo que
el pecador ha hecho hasta el presente, sino que sopeso lo que va a hacer en el
futuro. Le ofrezco mi gracia y mi amistad, que os la ofrezco igualmente a todos
vosotros, si es que la queréis. Si éste la acepta, si viene a mí, si de pecador
se convierte en justo, ¿por qué me calumniáis a mí por haberme hospedado en
casa de un pecador, desde el momento en que juzgáis equivocadamente a un
pecador, que se ha convertido en amigo de Dios? También él es hijo de Abrahán,
no nacido de su sangre, sino por ser imitador de la fe y de la devoción de
Abrahán.
Que nuestro Señor Jesucristo nos conceda la gracia
de conocerle, amarlo y confiar en él; de modo que nada nos agrade, nada nos
atraiga sino lo que a la divina voluntad le es grato y no sea contrario a
nuestra salvación. ¡Bendito él por siempre! Amén". (Juan Lanspergio, Homilía en la dedicación
de una iglesia (Opera omnia, t. 1, 1888, 701-702)
Para nuestra vida.
El
texto de la primera lectura nos presenta la pequeñez de las realidades humanas
y materiales.
Sin embargo, son cosas que Dios ama y que creó por amor. Habla de ese amor
inicial y previo (como puede ser el amor y deseo del hijo aún no concebido la
razón de su existir), la omnipotencia viene a ser el ejecutor de ese deseo
amoroso. Pero si obra no es por necesidad sino porque quiere, porque es libre.
El
Salmo nos presenta la providencia de Dios. Dios es imaginado como rey, y se
habla de su reinado y de su gobierno.
Dios es quién protege a los necesitados y elimina a los malvados, nutre a todas
las criaturas. Todo el mundo es igual ante este rey: todos son sus fieles y
participan de su alabanza; el salmo no hace distinciones entre sacerdotes y
fieles, entre gente noble y gente sencilla, como hacen los himnos de alabanza.
El Señor es grande, clemente y
misericordioso, bondadoso para todo el mundo, sus obras son obras de amor, está
cerca de los que lo invocan. Sus acciones son calificadas de grandezas,
proezas, hazañas, temibles proezas, favores, gloria, majestad. Esta abundancia
de sinónimos es tradicional y expresa el gusto de la época.
Cuando el autor especifica el
contenido de las obras del Señor nos damos cuenta de en qué teología está la
base de la obra del salmista. El Señor sostiene y endereza a los que se caen y
se doblan, da la comida y sacia a todos los seres vivos, está cerca de los que
lo invocan sinceramente, satisface los deseos de sus fieles y los salva, guarda
a los que lo aman, destruye a los malvados.
De
la segunda lectura de hoy nos sirven adaptadas las dos partes: La primera contiene una
plegaria de Pablo pidiendo por los tesalonicenses, a fin de que su vocación
cristiana sea digna, y que Dios lleve a término sus buenos propósitos. esta
plegaria nosotros podemos considerarla modelo de nuestras peticiones con el mismo
objetivo que tiene la petición de San Pablo.
La segunda parte es un aviso-clarificación
sobre la venida del Señor Jesús. En su primera carta a los tesalonicenses Pablo
había hablado de esta venida con un estilo apocalíptico, y fue mal comprendido
por algunos de ellos; además, surgieron voces de alguna revelación e incluso de
alguna otra carta de Pablo en el mismo sentido que hicieron pensar que
realmente la venida de Cristo era inminente.
Uno de los puntos más
importantes de la segunda carta a los Tesalonicenses es precisamente corregir
aquella visión equivocada, retornando el buen sentido a la comunidad. Cristo
vendrá, sí, pero no en seguida y, por tanto, hay que esperar con confianza y vivir
conforme a la fe recibida "sin perder fácilmente la cabeza ni
alarmarse". Evidentemente nuestra sociedad, muy pegada a lo inmediato y al
día a día, ha perdido esta perspectiva de final. No esta
de más recordarla y tenerla presente en nuestro proyecto de vida.
El evangelio nos presenta a Zaqueo como un modelo
de perseverancia en la búsqueda. En nuestro mundo, el hombre, quizá
excesivamente rodeado de elementos exteriores a la intimidad de la persona,
puede vivir o tener la tentación de vivir excesivamente ahogado y atrapado por
tantas ofertas y tantas cosas. Pero la respuesta a las necesidades de la
intimidad del hombre está en otra parte y es necesario buscar sin descanso.
La narración de la conversión de Zaqueo nos demuestra que ninguna
condición humana es incompatible con la salvación: Hoy la salvación ha entrado
en esta casa, porque también éste es hijo de Abrahám, (Lc 19, 9) declara Jesús. Comprobamos
como el encuentro con Jesús provoca siempre un cambio en lo hondo del corazón
del hombre: estoy dispuesto a restituir, proclama Zaqueo, a quien haya
defraudado (¡incluso cuatro veces más!). Ha descubierto que Jesús viene a
predicar la felicidad del hombre en la realización de un proyecto de justicia y
misericordia según la voluntad de Dios. Zaqueo se ha tomado muy en serio el
encuentro con Jesús porque ha supuesto su liberación más honda. Hoy como ayer,
Zaqueo sigue siendo un modelo de cómo actúa Dios en su gratuidad y cómo deben
responder los hombres en su coherencia al don. El paso de Jesús por este mundo
debe significar un cambio profundo de estructuras: Zaqueo estaba acostumbrado a
defraudar y retener para él lo que no era suyo. El encuentro con Jesús le
descubre la verdad de su corazón y la verdad de las cosas.
Al encontrarse con Jesús, Zaqueo descubre que lo
importante no es acaparar sino compartir, y decide dar la mitad de sus bienes a
la gente pobre. Descubre que tiene que hacer justicia a las personas a las que
ha robado y restituir con creces. Sólo entonces la salvación llega a esa casa.
A la persona rica no se le ofrece otro camino de
salvación más que el de compartir lo que posee con las pobres que lo necesitan.
La razón es sencilla: las ricas sólo pueden existir gracias a las pobres; sólo
pueden enriquecerse a costa de las pobres. La miseria de unas es consecuencia
de la riqueza de las otras. Y no sirve decir ingenuamente que hay una “igualdad
de oportunidades” en nuestra sociedad y que el éxito es para quienes se lo
ganan. Sabemos que eso no es verdad.
Pero, además, si nos comparamos con la población del “tercer mundo”, somos gente rica. Y no
conseguiremos una mayor fraternidad si no cambiamos de actitud y aceptamos la reducción
de nuestros bienes en beneficio de las personas empobrecidas por la actual
dinámica de la economía liberal que dirige nuestra sociedad.
Una persona cristiana no puede permitirse cualquier
nivel de vida lujosa. Hay una manera de ganar dinero, gastarlo y derrocharlo
que es esencialmente injusta, porque olvida a la gente más necesitada. El
camino a seguir es el de Zaqueo. Él toma conciencia de que su nivel de vida es
injusto y hace la opción que lo salva como ser humano: compartir los bienes con
la gente pobre a cuya costa vive. Entonces, la salvación de Jesús entra en su
corazón y en su casa.
El encuentro con la salvación además siempre produce alegría profunda y desbordante: lo recibió muy contento en su casa.
Zaqueo, pequeño de estatura, nos muestra su disponibilidad para acoger a Jesús. ¿Qué hacemos para demostrar nuestra disponibilidad para recibir la salvación de Dios?
¿Cómo nos acercamos al Señor? ¿Nos sentimos atraídos por Él?
Jesús va al encuentro de Zaqueo en su pecado y en su casa le dona la salvación. ¿Cuál es nuestra atadura al pecado? ¿Dejamos que el Maestro nos encuentre , en nuestra casa, en nuestra intimidad?
Jesús va al encuentro de Zaqueo en su pecado y en su casa le dona la salvación. ¿Cuál es nuestra atadura al pecado? ¿Dejamos que el Maestro nos encuentre , en nuestra casa, en nuestra intimidad?
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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