martes, 2 de agosto de 2016

Comentario a las lecturas del Domingo XX del Tiempo Ordinario. 14 de agosto de 2016.

Comentario a las lecturas del Domingo XX del Tiempo Ordinario. 14 de agosto de 2016.
Las lecturas de la liturgia de hoy, tiene un claro mensaje: "el seguimiento de Cristo supone la cruz" Jeremías fue rechazado por su propia gente, como otros grandes profetas, hasta Cristo mismo. La palabra de Dios es como un fuego; los que aceptan van a ser purificado y santificados por la Cruz de Cristo. De pie para recibir la procesión con el cántico de entrada.
La primera lectura de hoy de la profecía de Jeremías. Nos presenta la violencia que sufre el profeta por ser fiel al mandato de Dios; la valentía para afrontar la ira de los ricos; y la división que se produjo; unos a favor y otros en contra.
 
La segunda lectura nos invita a correr en la carrera de la vida sin retirarnos. Nos pone como ejemplo al mismo Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.

Como el tema de las dos lecturas anteriores, el Evangelio de hoy también dice que el seguimiento de Cristo supone abundancia de sufrimientos y de conflictos. Todo cristiano debe tomar partido ante Cristo, que sigue siendo signos de contradicción. Entonemos el Aleluya, de pie, por favor.

La primera lectura es del libro de Jeremías (Jer 38, 4-6. 8-10), El texto narra uno de los últimos y más violentos episodios de la vida de Jeremías, y uno de los que mejor expresan la dramática dificultad de su vida.
La acción se sitúa en 587 a. C. Las tropas de Nabucodonosor de Babilonia asedian Jerusalén. Los nobles judíos pretenden la resistencia, basados en una hipotética ayuda de Egipto. Jeremías ve claro - según él por revelación de Yahvé - que toda resistencia es inútil, y exhorta a todos a entregarse a los caldeos para salvar así la vida. Esta actitud es tomada por anti-patriótica, y Jeremías sufre violenta persecución, es encarcelado y casi lo matan.
Ésta es solamente una de las muchas ocasiones en que la predicación le cuesta a Jeremías persecuciones y peligros. Su libro está lleno de tales sufrimientos, y su vida entera marcada por tal drama. Jeremías, persona afable y cordial, se ve empujado por La Palabra a denunciar constantemente los abusos e infidelidades del pueblo y sobre todo de sus jefes, que le responden con persecuciones constantes, de las que se queja amargamente ente Dios (v.15,18).
Todo esto producirá profundos efectos en su religiosidad, que es cada vez más interior, más "religión del corazón", lo que le va a convertir en el peldaño más alto del AT. y el más inmediato predecesor de Jesús. Su misma vida, transformada por tantos acontecimientos difíciles, se convierte en una imagen anticipada de Jesús. Hasta es probable que sea Jeremías la figura real en la que se inspiró el segundo Isaías para la figura del Siervo de Yahvé.
La cisterna viene a ser un símbolo del abandono y de la muerte (Gn 37, 22. 28). La oración sálmica que numerosas veces hiciera Jeremías de "ser contado con los que bajan a la fosa" se hacía realidad en la vida del profeta (cf. Sal 7, 16; 142, 7). Así la acción profética quedaba concluida, ya que su vida misma apoyaba sus palabras. Cuando el que profetiza une su vida a su palabra, lo que de ahí puede salir es algo de una fuerza imprevisible y definitiva.
En el momento de la prueba solamente un extranjero se apiada del profeta y se salva gracias a la simpatía de un cortesano etíope. El profeta está empeñado en una empresa ardua, casi imposible: hacer recapacitar al pueblo para que tome conciencia de pueblo elegido. Es difícil oír la voz de un profeta que clama por la confianza en Dios, cuando el hombre solamente confía en sí mismo. Destino doloroso, destino de profetas.
 
El responsorial  es el salmo  39 (Sal 39, 2. 3: 4. 18(R.: 14b) es una clara expresión de  pedir ayuda al Dios. Señor, date prisa en socorrerme.
Lamentación individual -muy original por su forma- de un hombre que se ve afligido por una enfermedad y el consiguiente desprecio de sus enemigos y cuya vida está casi apagada. [Com. bib. San Jerónimo]
Entre los versos 2 al 12, este salmo es una acción de gracias individual, del 12 en adelante es una súplica de auxilio. La liturgia de hoy, sólo toma algunos versos de la primera parte, la cual es de acción de gracias, supone la liberación de un peligro de muerte gracias a la intervención providencial de Dios (ver versos del 2 al 5), y, en consecuencia, el salmista entona un himno eucarístico, invitando a los oyentes a adherirse al Señor, que protege a sus fieles, y recordando los favores que otorga a los suyos (ver versos del 4 al 6).
“Esperé confiadamente en el Señor: Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor” El salmista se refiere a una situación de peligro para su vida, sin determinar si se trata de una enfermedad grave o un accidente mortal. Por otra parte, no alude, como en otros salmos, a amenazas de muerte de parte de sus enemigos. El Señor acudió a su súplica cuando se hallaba al borde del abismo. Se consideraba ya en el sepulcro u horrible hoya, que describe como charca fangosa o cisterna en la que se echaba a los prisioneros. “Y me sacó de una horrible hoya, de fangosa charca. Y afirmó mis pies sobre roca y afianzó mis pasos”. (v.3)  La situación parecía desesperada, pero intervino la mano protectora del Señor, y al punto su vida se cambió, y del peligro pasó a la máxima seguridad, pues el Señor afirmó sus pies sobre roca, afianzando sus pasos. La semejanza es corriente en la literatura salmódica, y refleja bien la situación del náufrago que, después de nadar, encuentra la salvadora e inconmovible roca, o el perseguido por los enemigos que al fin llega a una prominencia rocosa, desde donde los domina como desde ciudadela inaccesible. El salmista se siente seguro, y sus pies no vacilan en el suelo fangoso, sino que sus pasos se afianzan, caminando por superficie firme como las rocas.
Himno de acción de gracias (4-6).
“Puso en mi boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios”. La liturgia sólo toma el cuarto versículo. La liberación súbita del peligro de muerte por obra del  Señor hace que se vea forzado a entonar un cántico de alabanza en su honor. En su entusiasmo quiere que se asocien a su desahogo lírico los que le rodean, los cuales se han de ver sobrecogidos de temor reverencial ante el que obra tales prodigios; y también los invita a confiar en El. El salmista tiene siempre un sentido comunitario de solidaridad de los que pertenecen al pueblo de Yahvé, y anhela el reconocimiento por parte de todos de sus beneficios a favor de uno de ellos, en este caso el propio salmista. Por eso habla en plural: nuestro Dios. El caso suyo es uno de tantos en que se refleja la particular providencia que Dios tiene de los que a El se confían. Por eso considera bienaventurado al que tiene confianza ciega en Dios, apartándose de lo que dicen los apóstatas o ateos prácticos, que no admiten la providencia divina en la vida de los hombres y, en su soberbia, se permiten afirmar mentirosamente que sólo su poder basta para gobernarse en la vida.
El salmista — frente a esta actitud de autosuficiencia y de orgullo — declara que muchas veces ha sido testigo de las maravillas y prodigios que reflejan los designios salvadores y benevolentes de Dios hacia los suyos.
Concluye con una expresión plena de confianza en Dios: (v.18) "tú eres mi auxilio y mi liberación, Dios mío, no tardes".

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La segunda lectura es de la carta a los Hebreos  (Heb 12, 1-4) Los ejemplos anteriormente propuestos, de tantos y tantos justos del Antiguo Testamento, eran aleccionadores; pero faltaba el ejemplo principal, el de Cristo mismo.
El autor presenta este ejemplo de Cristo, valiéndose de una metáfora tomada de los juegos públicos, a los que tan aficionada era la sociedad greco-romana de entonces. Imagina que se hallan, él y los destinatarios, en la arena de un anfiteatro en el momento de iniciar la carrera para conseguir un premio. Allí, en las gradas de ese anfiteatro, está toda una "nube de testigos" contemplando su esfuerzo: son esos antepasados, modelos de fe, que acaba de mencionar (v.1). Como los corredores, añade el autor, también nosotros debemos desprendernos de todo estorbo y del "pecado que nos asedia" (v.1), puestos los ojos en la meta, Jesucristo, el "autor y perfeccionador" de nuestra fe (v.2; cf. 2:10), modelo que no debemos nunca perder de vista, a fin de no decaer "rendidos por la fatiga" (v.3).
Que no se extrañen los destinatarios de la carta de las pruebas por que están pasando; es una señal de que Dios les quiere. Tal es, en sustancia, la idea central de esta pericopa.
 
 
El evangelio  es de San Lucas  (Lc12, 49-53) vemos distintas sentencias de Jesús agrupadas aquí en función de la idea central de que la venida de Jesús inaugura un tiempo crítico, que fuerza a los hombres a optar a favor o en contra de él.
Los vv. 49-50 son originariamente independientes. El "fuego" (v.49) que Jesús asegura va a prender en la tierra no debe entenderse como un recurso a la violencia para la implantación del Reino
de Dios, sino como una alusión al Espíritu Santo o bien a la purificación de los corazones, según un simbolismo muy utilizado en el lenguaje bíblico. El "bautismo" (v.50) que Jesús tiene que recibir no es, evidentemente, ningún rito o sacramento. Debe entenderse la palabra en su sentido originario de "inmersión": Jesús debe sumergirse en unas aguas profundas, y ya sabemos que esas aguas son imagen de grandes sufrimientos. Es, pues, un anuncio de la Pasión. Tanto el "fuego" como el "bautismo" son objeto de un deseo vehemente de Jesús. Anhela purificar el corazón de todos los hombres con su Espíritu, y camina valerosamente hacia su pasión, que es su camino obligado. Estos dos versículos expresan por tanto, originariamente, la voluntad decidida de Jesús de realizar el plan que el Padre le ha propuesto.
Pero colocados aquí por Lc deben entenderse principalmente en función de los vv. 51-53 que siguen, en los que Jesús aparece como "signo de contradicción". Hay una referencia a Mi 7,6, que como una muestra de la corrupción general hablaba de las divisiones familiares. Jesús no se propone obtener este lamentable resultado, pero de hecho el seguimiento fiel de Jesús originará tensiones e incluso rupturas. Cuando los apóstoles predicaban el evangelio entre los paganos del mundo greco-romano, la conversión al cristianismo implicaba un cambio de vida tan radical que podía dificultar seriamente la convivencia con los parientes aún paganos.
 
 
Para nuestra vida.
La primera lectura presenta una de las muchas ocasiones en que la predicación le cuesta a Jeremías persecuciones y peligros. Su libro está lleno de tales sufrimientos, y su vida entera marcada por tal drama. Jeremías, persona afable y cordial, se ve empujado por La Palabra a denunciar constantemente los abusos e infidelidades del pueblo y sobre todo de sus jefes, que le responden con persecuciones constantes, de las que se queja amargamente ente Dios (v.15,18).
En el profeta estos acontecimientos producirán profundos efectos en su religiosidad, que es cada vez más interior, más "religión del corazón", lo que le va a convertir en el peldaño más alto del AT. y el más inmediato predecesor de Jesús. Su misma vida, transformada por tantos acontecimientos difíciles, se convierte en una imagen anticipada de Jesús. Hasta es probable que sea Jeremías la figura real en la que se inspiró el segundo Isaías para la figura del Siervo de Yahvé.
Esto a nosotros nos debe resultar ejemplar. Que las realidades difíciles de nuestra vida cristiana, nos ayuden también a profundizar en la fe, ir a lo que realmente es importante.
Un profeta es siempre de un modo u otro signo de contradicción a las personas. La fidelidad a la palabra y a la misión recibida, exponen siempre al profeta a malas tratos, incluso a la muerte.  El profeta corre el riesgo de exponerse en su fidelidad a  Dios y  a su Palabra. Esto es lo que hace de él un testigo, un mártir. Permanece inalterable, seguro en su fe con la máxima confianza en la ayuda de Dios que nunca le fallará, sabiendo que emergerá victorioso para el juicio. Los cristianos desde el bautismo estamos llamados a ser "sacerdotes, profetas y reyes..." (Ritual del bautismo).
 
En el salmo de hoy nos ponemos confiadamente en las manos de Dios. Pedimos su ayuda. " Señor, date prisa en socorrerme".
 
La segunda lectura resalta la situación de los cristianos. Han quedado abolidas las antiguas barreras, y todos los creyentes tienen derecho a entrar en el santuario gracias a la sangre de Jesús; más aún, todos son invitados a acercarse a Dios con fe viva, con esperanza inquebrantable y con caridad activa. Sin embargo, su situación no está exenta de peligros. Todavía son posibles las caídas. Por tanto, es necesaria la vigilancia, así como la constancia en las pruebas.
Para animar a los creyentes, el autor nos presenta ante nuestros ojos los grandes ejemplos del pasado, mostrando que la fe se encontraba en la base de todo cuanto se ha hecho de válido en la historia religiosa de la humanidad (11,1-40). Del sacrificio de Abel hasta los mártires del tiempo de los Macabeos, pasando por Henoc, Noé, Abrahán y Moisés, la historia de la salvación es historia de la fe. La fe sola es capaz de obtener las mayores victorias y de soportar las pruebas más tremendas.
Para nuestra vida cristiana la historia, los acontecimientos salvadores e históricos de Dios, son muy importantes. Parte de nuestra vida cristiana es ver y considerar la vida de santidad de nuestros antepasados.
Y de esa consideración histírica, los cristianos somos invitados a unir a la fe la paciencia a ejemplo de Jesús, que soportó la cruz (12,2).
 
 
El evangelio nos presenta la radicalidad del mensaje de Jesús. El mismo confía a sus discípulos: «¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra» (Lucas 12, 51-53).
Esta expresión de Cristo significa que la paz que Él vino a traer no es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Por el contrario, la paz de Jesús es fruto de una constante lucha contra el mal. El enfrentamiento que Jesús está decidido a afrontar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, Satanás.
Jesús completa su mensaje cuando dice a renglón seguido: "Fuego he venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda?. En Cristo alcanza su expresión máxima el amor divino: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito. Jesús entrega voluntariamente su vida por nosotros, y nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Por eso nos declara también su impaciencia santa hasta no ver cumplido su Bautismo, su propia muerte en la Cruz por la que nos redime y nos eleva: Tengo que ser bautizado con un bautismo, ¿y cómo me siento urgido hasta que se lleve a cabo!. Con estas palabras Jesús quiere que su amor prenda en nuestro corazón y provoque un incendio que lo cambie todo. Él nos ama a cada uno con amor personal e individual, como si fuera el único objeto de su amor. En ningún momento ha cesado de amarnos, de ayudarnos, de protegernos, de comunicarse con nosotros; ni siquiera en los momentos de mayor ingratitud por nuestra parte o en los que cometimos las faltas y pecados más grandes, tanto cuando correspondimos a sus gracias como cuando nos alejamos de Él. Siempre nos mostró el Señor su benevolencia; ahora también. Dios, que es infinito, no nos ama a medias, sino con todo su ser, nos ama sin medida, y eso nos invita también a una respuesta radical.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
 
 

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