sábado, 9 de julio de 2016

Comentarios a las lecturas del Domingo XV del Tiempo Ordinario 10 de julio de 2016 ,

La primera lectura  (Dt 30,10-14) es la conclusión del texto Dt. 29, 28-30, 14: es la llamada a convertirse, escuchar, guardar los preceptos, amar a Dios... con todo el corazón y con toda el alma (vs. 10). "Moisés habló al pueblo diciendo: escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos…"
El carácter tardío de este pasaje (una especie de «homilía a los desterrados») se advierte en su preocupación por los que han desobedecido y han ido al destierro. El carácter cultual aparece en la reiteración de la palabra «hoy» (siete veces), en la experiencia de la cercanía de la palabra de Dios («la palabra está cerca de ti»: v 14) y en el enfático llamamiento a la conversión.
La meditación o reflexión sobre el castigo infligido por Dios deben llevar al israelita a la conversión, al cumplimiento del pacto con toda sinceridad. Así Dios se compadecerá de Israel y hará prosperar todas sus empresas.
Los vs. 11-14 se refieren a la comprensión/incomprensión de los mandatos divinos y no hacen más que desarrollar el pensamiento de la introducción: lo oculto de Dios el hombre no puede descubrirlo por sí mismo, pero se hace claro y manifiesto porque la palabra divina lo ha revelado en forma de mandatos y de preceptos (29, 28).
La cercanía de la palabra se expresa con gran elocuencia, con fuerza y cadencia rítmica: «El precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda..., no está en el cielo...; ni está más allá del mar... El mandamiento está a tu alcance, en tu boca y en tu corazón» (11-14), cúmplelo. Todo buen judío sabía el decálogo de memoria y le guardaba en su corazón. Otra cosa es que lo cumplieran en su vida ordinaria.

Hoy el responsorial es el salmo 68 (Sal 68,14.17.30-37).Es una invitación a buscar la vida desde la humildad.  " R.Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón" Ya en la estrofa se nos indica la condición necesaria para que dios nos escuche: la humildad.
Es un salmo en el que nos ponemos ante la benevolencia del Señor, sabiendo lo débiles que somos y lo fuerte que es el Señor.
Comienza resaltando la llamada a la actitud orante:. "Mi oración se dirige a ti". Se fija en el tiempo indicado para obrar Dios: " Señor, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad,"
Indica el motivo de porque Dios nos ayuda" por tu gran compasión, vuélvete hacia mí"
Es también una confesión pública de la voluntad salvadora de Dios, su fortaleza es para las persona y también para  Sión.: "Dios salvará a Sión, reconstruirá las ciudades de Judá".
Ante esa fortaleza el salmista se muestra débil: Yo soy un pobre malherido".
La obra de Dios no debe quedar escondida: "proclamaré su grandeza con acción de gracias"
Expresa la seguridad de la respuesta de Dios: " Que el Señor escucha a sus pobres, no desprecia a sus cautivos"

En la segunda lectura de colosenses (Col 1,15-20 ), Acabados los saludos y la oración  por ellos, ahora en los vv.15-20 San Pablo se vuelca de lleno al tema de su carta: la verdad con respecto a Jesucristo; recordemos que Pablo escribe a cristianos, a verdaderos cristianos, de hecho él resalta el amor verdadero de estos creyentes (v.8). Sin embargo, les habla de la preeminencia de Cristo ¿por qué? San Pablo nos presenta un himno que proclama la grandeza de Cristo en su relación con Dios, con toda la creación y, en especial, con la iglesia, que es su cuerpo. Igualmente destaca su obra reconciliadora. Es probable que este himno esté basado en un texto usado en el culto de la iglesia .
Este “himno cristológico” se recoge probablemente de la liturgia bautismal del siglo primero. San Pablo dice a los cristianos de Colosas, es Cristo, no los astros u otros poderes celestes intermedios. Para los cristianos el único que tiene el poder y la gloria es Cristo, no otro poder del orden que sea,
El himno  exalta la divinidad del Señor y su existencia eterna. Nos enseña que la obra de la creación divina estuvo íntimamente ligada a la manifestación de Cristo preexistente. Dios creó todas las cosas que hay en los cielos y en la tierra, las visibles y también las invisibles por medio del Señor y para Él. El Señor mantiene el orden del universo y es quien gobierna a la Iglesia.
También nos habla de su resurrección, que fue el primero en resucitar, o sea que nosotros también resucitaremos algún día al igual que el lo hizo y esa es nuestra esperanza. El propósito de la muerte de Cristo en la cruz del Calvario fue realizar la pacificación del Comos.  Algo muy importante que nos dice este pasaje es que ”El es la imagen del Dios invisible”.  Una imagen es una expresión exacta y Pablo está explicando en este pasaje que Jesús, el hombre, es la expresión exacta de todo lo que es Dios. También el pasaje nos dice que Jesús es “el primogénito de toda la creación”, lo que  significa que el Señor Jesús se halla, en relación con la creación, como el heredero de la propiedad de su Padre. No forma parte de ella, sino que es más bien el propietario de ella, el heredero. Este pasaje es muy útil para combatir las herejías de los Testigos de Jehová quienes niegan la deidad de Cristo.
San pablo intenta aclarar determinadas ideas que venían de algunas filosofías orientales que se mezclaron con la fe cristiana: Dios es bueno y santo, por lo tanto no puede cohabitar ni tomar parte en lo carnal. Así concluyeron que Jesús fue un espíritu o un ángel, un ser incorpóreo (fantasma) y que fue una manera más en que el ser humano puede alcanzar la divinidad.
Siempre que intentamos explicar la Biblia a partir de una idea o experiencia, siempre que aumentamos, disminuimos o nos basamos en la experiencia (lo que funciona) aparte de la Biblia; se llegará a un error tarde o temprano. Anteponer ideas no bíblicas a la fe nos llevarán, a la larga, a la herejía. La respuesta de Pablo a las filosofías es que Cristo no es un ángel, es Dios encarnado.
San Pablo proclama esta verdad en dos partes:
Del 15-17 Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación.
Del 18-20 Cristo es la cabeza de la iglesia, el primogénito de los muertos.

El evangelio de San Lucas (Lc 10,25-37 ), que escuchamos este domingo es todo un camino de conducta para los seguidores de Cristo.
El origen  de la parábola es la pregunta dirigida a Jesús. Jesús no es un cualquiera. Conoce la Ley y sus preceptos. El breve diálogo no crea enemistades, pero tampoco satisface al interlocutor, que no quiere dar su brazo a torcer y añade otra pregunta. El Señor no es un fanático, que se ciña a obrar estricta y únicamente según mandatos, conoce que el hombre respecto a Dios no está aprisionado en una red de preceptos, que el sentido de la Ley y la recta conciencia propia, es más exigente que el texto (recordará San Pablo, que la letra mata, más el Espíritu da vida, (2 Cor 3,6).
Y más en este Año de la Misericordia. El culto a Dios, ya bien trazado en la Ley, se
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confirma. También el amor al prójimo. Y junto a eso, la descripción de quien ayuda al necesitado y de quien no. Los que no se acercan al viajero malherido son, precisamente, los más altos representantes de la religión oficial judía. Y el pecado de omisión tiene varias lecturas, porque tanto el levita como el sacerdote no se acercaron al hombre que yacía porque, tal vez, podría estar muerto y la cercanía a un cadáver volvía impuros –según la Ley—a los sacerdotes judíos y no podían actuar. Pero, obviamente, ese era el pretexto. La cuestión básica fue no prestar ayuda. No sentir compasión por el semejante herido y abandonado.
Comparar a un sacerdote, a un levita, a un letrado, con un samaritano era fuertemente peyorativo. Estaban considerados como herejes y alejados del culto ortodoxo a Dios que se centraba en Jerusalén. Sin duda, el interlocutor que inició el dialogo con Jesús tuvo que sentirse menospreciado por la comparación. Pero al mismo tiempo, el letrado en cuestión quería distinguirse con malos modos cuando preguntó por la naturaleza de su prójimo. La respuesta de Jesús es muy adecuada y clara.

Para nuestra vida.
En la primera lectura nos encontramos con el error más grave que puede cometer el cristiano y es cerrarse a la palabra de Dios, al mensaje bíblico.

Así los cristianos no correspondemos al amor que Dios nos ha profesado a lo largo de la historia. Muchas veces meditamos los signos de los tiempos, pero no nos convertimos a El. Le tenemos miedo a sus exigencias y preferimos adorar a los baales; sacrificamos nuestra vida en el ara de realidades y motivos intrascendentes, renunciando así a la correspondencia de amor del Dios liberador.
A los contemporáneos de Moisés, les pasaba algo parecido a lo que nos pasa hoy a los que nos consideramos y nos llamamos cristianos practicantes. Conocemos y valoramos, unos un poco más y otros un poco menos, el evangelio de Jesús. Pero, ¿lo cumplimos? Desde luego, a nivel social, político y de calle, no; individualmente cada uno sabrá hasta dónde llega. Si todos los cristianos, además de conocer el evangelio y valorarlo, lo cumpliéramos, el mundo, nuestro mundo, sería muy distinto al que, de hecho, es. Si de verdad todos los que nos llamamos cristianos practicantes viviéramos convertidos al evangelio, nos comportaríamos de una manera distinta a la que nos comportamos en muchas cosas, referidas directamente al dinero, a la política, a las relaciones personales con los demás, preferentemente con las personas menos favorecidas y más necesitadas. Hagamos todos nosotros hoy el propósito de intentarlo, de convertirnos de verdad al evangelio, de tenerlo en nuestro corazón y en nuestra boca, de cumplirlo.

En la segunda lectura San pablo resalta la importancia de Cristo en la vida cristiana, si Cristo es nuestra cabeza, digamos nosotros con palabras de san Pablo, portémonos cada uno de nosotros como cuerpo de Cristo. San Agustín decía a sus fieles que si al besar la cabeza de la imagen de Cristo, le pisaban los pies, como algunos hacían a veces, en realidad estaban pisoteando a los pobres, porque los pies de Cristo son los pobres. Pensar que estamos comportándonos como cuerpo de Cristo, cuando somos inmisericordes con los pobres y necesitados, es hacer una ofensa al Cristo total del que nos habla san Pablo.
Para ser cristiano y llegar al cielo, una sola cosa es necesaria, y es reconocer a Jesús como el Señor de todo. Pero esta verdad no solamente es necesaria para comenzar el camino sino para continuar el camino de fe hasta su término. Lo que Pablo va a decir ahora es el argumento de toda su carta, de la Biblia y de toda la cristiandad: Jesucristo es Dios.
No hay nada más que necesite un creyente para ser perfecto, solo Cristo. No necesitamos experiencias, filosofías, teorías (los colosenses estaban combatiendo este tipo de ataques, la necesidad de tener experiencias “espirituales” y la ayuda de otros ángeles o entidades espirituales conocidas como “emanaciones” por los filósofos griegos). Las Escrituras afirmen esta verdad: todo lo que necesitamos es Cristo, él es suficiente para nuestra salvación y para vivir en la tierra (Santificación).
Es importante mencionar que los colosenses estaban bajo ataques y peligros (también hoy estamos a veces en peligro de distorsiones). A pesar de ser una buena iglesia, de verdaderos creyentes; habían muchas enseñanzas y filosofías “nuevas” y llamativas. Filosofías como el dualismo platónico, que básicamente propone que todo lo carnal y material es malo, mientras que lo espiritual es bueno. Hoy también hay que estar atentos a estas distorsiones.
Uniendo esta idea con la parábola del samaritano de la que se nos habla en el evangelio de hoy, pensemos que los emigrantes y refugiados, y todas las personas necesitadas, son los pies de Cristo. Si besamos la cabeza de Cristo, en nuestras oraciones y devociones, no pisemos sus pies en nuestro comportamiento diario con las personas necesitadas.

Fijémonos en el evangelio, que escuchamos este domingo. es todo un camino de conducta para los seguidores de Cristo. El culto a Dios, ya bien trazado en la Ley, se confirma. También el amor al prójimo. Y junto a eso, la descripción de quien ayuda al necesitado y de quien no. Los que no se acercan al viajero malherido son, precisamente, los más altos representantes de la religión oficial judía. Y el pecado de omisión tiene varias lecturas, porque tanto el levita como el sacerdote no se acercaron al hombre que yacía porque, tal vez, podría estar muerto y la cercanía a un cadáver volvía impuros –según la Ley—a los sacerdotes judíos y no podían actuar. Pero, obviamente, ese era el pretexto. La cuestión básica fue no prestar ayuda. No sentir compasión por el semejante herido y abandonado.
El origen de la parábola es  la pregunta de un hombre de leyes  a Jesús. Jesús contesta con
una parábola, en la que nosotros nos vemos reflejados..
Demasiadas veces muchos de nosotros, satisfechos con nuestro creciente cumplimiento religioso y bien al tanto de todas las devociones, podemos llegar a ignorar a nuestros hermanos o incluirlos es el lejano apartado de una limosna sugerida. La ayuda directa no la contemplamos ni de lejos e, incluso, nos asusta grandemente. Pero ocurre que muchos de nuestros semejantes van a necesitar en un momento dado una ayuda inmediata, de cercanía física y, probablemente, nosotros se la negaremos.
Meditemos esta parábola, no quedándonos en lo que cuenta y como lo cuenta, sino situándonos nosotros dentro de ella, ¿Que hubiéramos hecho nosotros?.Tal vez sean mejores que nosotros los escribas y los sacerdotes fariseos porque tenían un pretexto legal. Nosotros, generalmente ni eso.
La otra cara –muy actual—de la moneda es olvidar a Dios para dedicarse solo y presuntamente al prójimo. Es posible, claro está, que en la adoración a Dios necesitemos poco tiempo y que nuestro "gran tiempo" debe estar dedicado al prójimo que nos necesite. Pero no se puede cambiar el orden de prioridades porque Dios debe estar por encima de todo. No es pues una cuestión de tiempo, si no de reconocimiento de la prioritaria entrega a Dios. El amor a Dios inunda de paz el amor a nuestros hermanos.
El texto es muy apropiado para que podamos valorar nuestra vida en este Año de la Misericordia.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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