La
celebración dominical es para todos los cristianos la
invitación semanal a mirar-creer-seguir de nuevo al
Traspasado, presente entre nosotros, ofreciéndose a
nosotros en el memorial de su Pasión. Es la
oportunidad para volver a decir con Pedro-
con el Papa, con nuestro obispo- y toda la Iglesia, nuestra
fe. Para renovar, bajo la fuerza del Espíritu, la decisión de
cargar la cruz cada día, para acompañar a Jesús, perder la
vida, ¡y ganarla!.
A
ello nos ayudara la palabra proclamada hoy.
La primera lectura de Zacarías ( Zac 12,10-11; 13,1) nos sitúa ante el actuar de Dios en la
historia de su pueblo. " Pero sobre la
dinastía de David y los habitantes de Jerusalén
derramaré un espíritu de benevolencia y de súplica.
Mirarán hacia mí, a quien traspasaron; harán duelo como por
un hijo único y llorarán como se llora a un primogénito" .
El
hecho de que Dios quiera verter un espíritu
en el pueblo significa que tomará la
iniciativa para crear en él una nueva
actitud interior. El tenor de esta sección indica
que esta nueva actitud debe brotar del arrepentimiento
por algún pecado que procedía de una actitud malvada.
“benevolencia” es una
postura en la que se somos
sabedores y responsables de que todo cuanto
somos y hacemos es donación gratuita de
Dios, es “clemencia” de Dios hacia nosotros y ,
mediante nosotros, a la humanidad entera.
“súplica”:
Dios suscitará en ellos una actitud
mediante la que se volverán a él para implorarle
su favor.
"Mirarán
al que traspasaron". La lectura
del texto hebreo dice literalmente: “Mi mirarán a
mí, a quien traspasaron”. Y ese “mí” no era el Mesías,
sino Yahveh mismo. Que los judíos de la dinastía davídica
“miraran” a Yahveh era repetir, con una nueva imagen, la
verdadera conversión y la postura genuina
de los “anawim” frente a Yahveh. Lo incomprensible
era la afirmación siguiente: “ a quien traspasaron”, en
sentido físico , real y objetivo ; tal es la fuerza del
término hebreo. ¿Cómo podía decirse eso de
Dios? Sin duda, porque lo hecho con
cualquiera de sus ungidos, de sus fieles, era como si
se lo hicieran él. Es la expresión
más similar a la escuchada por Pablo camino de
Damasco en todo el Antiguo Testamento.
Pretender
aquilatar la persona contemporánea en quien pudo
pensar el profeta al pronunciar este
mensaje es algo que se escapa a la crítica
histórico-literaria actual.
Nosotros
sabemos por revelación que, desde que
Jesús fue crucificado, tenemos en él el
verdadero signo visible de un Dios ofendido y
redentor, cumplimiento pleno del imprevisible alcance
de nuestro profeta.
El
NT reconoce ciertamente un significado
mesiánico al pasaje. Estos versículos de Zac, tratan de proclamar el
misterio de la “pasión” divina, la reacción de Dios
ante los sufrimientos redentores de su pueblo elegido, y
especialmente de su Unigénito.
11.
Aquel día el duelo de Jerusalén
será tan grande como el de Hadad-Rimón en la llanura de Meguido.
Cuando
Jesús muera en la Cruz, muchos llorarán su muerte como no se ha llorado
por muerte alguna. El versículo 11, al querer acentuar este llano, hace una
comparación, que no es fácil de entender
Se
explica, siguiendo a Jerónimo, como nombre de una ciudad en
el valle de Meguiddó, la que
luego fue Maximianópolis. Debido al
control que ejercía sobre las rutas
comerciales entre el norte y el sur de Palestina, Meguiddó fue lugar de grandes batallas en
la historia profana y en la sagrada.
Del
capítulo 13, cuyos primeros versículos 1-6
presentan el término de la falsedad, solamente la Liturgia
toma el primer versículo.
1.
Aquel día manará una fuente para que
en ella puedan lavar su pecado y su
impureza la dinastía de David y los habitantes de
Jerusalén.
El
reino mesiánico habrá de estar limpio
de toda maldad y especialmente de cualquier
tipo de “profesionalismo” en los ministerios sagrados.
En las Escrituras es frecuente
la imagen de una fuente que purifica o
difunde la vida por todo el país.
La
fuente simboliza la purificación del pecado de la
casa de David y los habitantes de Jerusalén.
Expresivo
y acertado el estribillo del salmo responsorial: “Mi
alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”
Ante
la fuente que es el costado abierto
del traspasado, ¿no tendremos sed de Dios?
Cantando este salmo nos es fácil recordar
las palabras del apóstol: “¡todos
hemos bebido del mismo Espíritu!”
(1 Cor 12, 13).
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El
responsorial de hoy es el salmo 22 (Sal
62,2-6.8-9 ). Salmo de
lamentación individual con motivos de confianza y de acción de gracias.
Según la anotación del texto hebreo, el rey David lo compuso
cuando se refugió en el desierto de Judá y en la región idumea a causa de la
rebelión de Absalón (cf. 1 Sm 23-26; 2 Sm 15,23-30). Esta magnífica
composición lírica ha sido definida como «el canto del amor místico» y celebra
el abandono total y confiado del salmista en Dios. Tal vez se trata de la
oración de un levita exiliado y alejado de Jerusalén, que recuerda con
nostalgia los días felices vividos en el templo.
Se nos presentan dos estrofas del salmo.
La primera estrofa (vv. 2-4)
canta la alegría del orante, que visita, al alba, a Dios en su templo a fin de
buscar la luz de la intimidad con el Señor. El autorretrato del orante, en
tensión hacia Dios, se expresa como sed física y espiritual, porque toda su
persona está implicada en ello. Como la tierra rocosa de las colinas de
Palestina es árida y está muerta sin la lluvia, así el orante necesita a Dios
para existir y sentirse vivo. Es Dios, en efecto, quien calma la sed del
corazón árido del hombre y llena sus «aljibes agrietados», fecundándolos
con la «fuente de agua viva» (cf. Jr 2,13). Lo
que el hombre espera de Dios no es, por consiguiente, tanto una vida feliz y
longeva como su gracia (hesed), es decir, el
amor misericordioso y fiel, el único bien verdadero del mundo espiritual,
superior a cualquier otra aspiración humana, y la familiaridad del creyente con
Dios, expresada en el lenguaje sálmico con la bendición y con el sorprendente
tuteo.
La segunda estrofa (vv. 5-9) añade la alabanza a la bendición, expresada
con las manos del orante elevadas hacia el cielo (cf. Sal 28,2; 88,10); y a la
alabanza sigue la comunión con Dios mediante la participación gozosa en el
convite sagrado, «un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de
solera», preparado por Dios sobre las colinas de Sión (Is
25,6). Esta intimidad de vida es la que el fiel experimenta en la casa de Dios,
y ese recuerdo de benevolencia y de ayuda le acompaña durante la noche como la
mano de un padre que protege la vida de su hijo.
La segunda lectura de la carta a
los gálatas (Gal 3,26-29) es parte de
la sección ( 2, 15-4,31) cuyo el tema central : la
salvación del hombre viene de Dios a través de la
fe en Jesucristo, que entregó su vida para liberarnos
de nuestros pecados y de la perversión de este mundo.
Al
hombre le corresponde colaborar, pero no a través
de un cumplimiento minucioso y externo de la ley, sino
apoyándose en la palabra-promesa salvadora de la ley de
Dios, mediante una fe que actúa por medio del
amor ( Gal 5, 6).
Este
capítulo tercero nos presenta tres temas:
Salvados por la fe y
no por la ley; la
ley y la promesa; Hijos
de Dios en Jesucristo. Los
versículos que la Liturgia nos propone como segunda lectura de
este domingo XII del tiempo Ordinario, ciclo C, pertenecen a este
tercer apartado.
"Hermanos:
Todos sois hijos de Dios por la fe en
Cristo Jesús". La adopción
filial es la nueva relación de los
cristianos con Dios, alcanzada “a través de Cristo”, o
posiblemente “en unión con él”. Su ser-en- Cristo-Jesús es lo que
les hace ser hijos de Dios. A este nuevo ser los
llevó el bautismo. El ser-hijo-de-Dios exige no
sólo la fe como medio objetivo que puede
abrir el paso a su ser nuevo, sino que exige también
el reafirmarse en el nuevo fundamento del ser, en
Cristo Jesús. Objetivamente exige esta consolidación en
Cristo Jesús incluso de un modo primordial,
aunque en el proceso del hacerse cristiano
preceda la fe. Este ser recibido, este estar-en-Cristo-Jesús
se efectúa según Pablo en el acto del bautismo y después
en la vivencia de esta realidad, recibida en el Sacramento del
Bautismo.
"Los
que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo,
os habéis revestido de Cristo".
Como
síntesis del adentrarse intensivo en el nuevo ser
realizado por medio del bautismo usa aquí Pablo el
verbo (endyno= vestirse).
Revestirse
de Cristo: presupone la idea
de que Cristo es como un vestido celeste preparado para
todos, y “ponérselo” significa entrar en una
nueva “realidad”
La
expresión no se fija en el comienzo de
una relación ética, sino de un nuevo vínculo
ontológico. Describe el comienzo de la (común) participación
en el ser mismo de Cristo, que se realiza, al nacer el nuevo yo, el
“Cristo en mí”, el hombre interior.
Nos
hemos despojado del hombre viejo- en el bautismo-. El
bautismo ha destruido todo el pasado del hombre.
Nos hemos revestido del hombre nuevo. Nos
hemos revestido de él en cuanto que
continuamente el bautizado pretende su renovación con
la meta puesta en el “conocimiento”, conforme a la
imagen de su creador. El haberse revestido del hombre nuevo
en el bautismo se continúa en el constante revestirse
de sus miembros. El revestirse de sus miembros
exige el revestirse de los dones y de las virtudes.
Sólo
partiendo del nuevo ser puede conseguirse una nueva conducta.
Pablo se fija realmente en el cambio de
ser, el ontológico, y no en la incorporación dialéctico-religiosa o
moral de cada bautizado en Cristo.
"
Ya no hay distinción entre judíos y gentiles ,
esclavos y libres, hombres y mujeres , porque
todos sois uno en Cristo Jesús". En los bautizados se han
suprimido sacramentalmente, es decir, de modo
velado y real, las diferencias históricas y naturales
procedentes de la “vieja” realidad.
Ya
no hay distinción entre judíos y gentiles:
acentúa fuertemente la realidad de la igualdad de
todos en Cristo Jesús. Dichoso positivamente, es
un hecho que todos- son uno en Cristo
Jesús, es decir, son Cristo mismo.
En
el sentir de los judíos contemporáneos de Jesús de Nazaret y
Pablo de Tarso los paganos, los esclavos y las mujeres
eran gente discriminada.
Pablo
proclama en este singular y nunca bastante ponderado
pasaje de Gálatas, que a partir de Cristo toda
discriminación entre los hombres y sobre todo entre los
cristianos carece de sentido.
Insiste san Pablo en la nueva
situación : " Y si sois
de Cristo, sois descendientes de Abrahán y herederos
de la promesa". Ser de Cristo
no tiene para Pablo un sentido moral, sino que
presupone la posesión del espíritu de Cristo.
Pertenecer a Cristo significa que uno
está esencialmente subordinado u
ordenado a Cristo.
Podemos
sintetizar la doctrina de Pablo así: desde la llegada de la fe ya no
estamos bajo la ley, pues todos vosotros- guiados
allí por la fe- sois hijos de Dios en Cristo Jesús.
Todos vosotros estáis incorporados
esencialmente a Cristo por medio del bautismo, de modo
que todos en conjunto y cada uno de por sí sois
uno, sois Cristo.
Evangelio de San Lucas (Lc
9,18-24 ), nos presenta una escena de profunda intimidad y claridad entre Jesús
y sus discípulos. El
fragmento que leemos hoy se encuentra prácticamente al final del
ministerio de Jesús en Galilea. De hecho, el próximo domingo empezaremos
ya a seguir a Jesús en su camino de subida a Jerusalén.
La
perícopa evangélica abarca tres enseñanzas: La
confesión de fe de san Pedro, y el anuncio de la Pasión, junto con la
Invitación a seguirle.
Lucas no dice
donde ocurrió esta escena del evangelio de hoy. Sabemos por los otros
sinópticos que fue en un lugar cercano a Cesarea de
Filipo. Sin embargo, Lucas, es el único que nos habla de que Jesús estaba
orando. La oración de Jesús al Padre es una señal de su relación singular con
él, en la que nadie puede inmiscuirse. Jesús tiene conciencia de su dignidad y
de su misión, sabe quién es y lo que ha venido a hacer en el mundo. La gente
está dividida en sus opiniones respecto a Jesús: unos dicen que es el Bautista
revivido, otros que Elías o alguno de los antiguos profetas. Jesús interpela
directamente, personalmente, a los suyos, a los que ha elegido y reunido en
torno a su persona.
Releemos brevemente
el texto:
"Un
día que estaba Jesús orando a solas, sus
discípulos se le acercaron. Jesús les preguntó:
¿Quién dice la gente que soy yo?"
Jesús
“estaba orando” da un relieve
particular a este momento, en el que va a producirse no
sólo la declaración de Pedro, sino- lo que es más
importante- la propia “declaración” de Jesús sobre su
destino. En el Evangelio según Lucas, la mención
explícita de la “oración” suele introducir algún relato
particularmente significativo.
"Respondieron: Según unos,
Juan el Bautista; según otros, Elías; según otros, uno
de los antiguos profetas, que ha resucitado".
La
imagen de Jesús, entre el pueblo, es la de un
“profeta” y no precisamente la de una
figura “mesiánica”. Eso sirve de contraluz a la
declaración de Pedro.
El
tema de la resurrección de los profetas está vivo
en Lucas desde el principio del evangelio.
"El les dijo: Y vosotros
¿quién decís que soy yo? Pedro respondió:
El Mesías de Dios".
En
vez de hacer algún comentario sobre esa
diversidad de reacciones, Jesús plantea
directamente a sus propios discípulos la
gran cuestión de su identidad.
Pedro,
por consiguiente, no afirma, aunque tampoco niega, la Divinidad de Jesús.
Aquí no se trataría de una confesión de fe , sino de una manifestación de
Pedro, motivada por la experiencia de lo que ha visto en Jesús.
"Pero Jesús les
prohibió terminantemente que se lo dijeran a nadie".
La
prohibición vale para el período del ministerio
público de Jesús. Después de la resurrección , el
propio Jesús va a dar a sus discípulos el
encargo de proclamar, como testigos , que él es el Mesías
crucificado y resucitado.
"Luego añadió: Es necesario que el
Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, por los
jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley,
que lo maten y que resucite al tercer día".
Nos
encontramos ante la primera de las tres predicciones de
la pasión que son comunes a los sinópticos. El segundo anuncio de la pasión se
encuentra en 9, 44, inmediatamente antes de emprender el Viaje a
Jerusalén. El tercero en 18, 31-33, al finalizar el Viaje, un
poco antes de entrar en Jerusalén. La Mesianidad del
Hijo de Dios solamente se comprenderá con exactitud, a la luz de su
Pasión y de su Resurrección. Cuando olvidamos esta dimensión, nos exponemos a
no entender acertadamente al Señor.
"Entonces se puso a decir a
todo el pueblo: El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí
mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga".
Lucas
añade al primer anuncio de la pasión
otras cinco máximas de Jesús que, en
líneas generales, tratan de la fidelidad del
discípulo y de las actitudes frente a la vida y ante el Reino
, que han de caracterizar al que se decide a
seguirle.
La
Liturgia solamente nos presenta dos, pues no leemos los
versículos 25-27. Es de resaltar que en el Evangelio de san Lucas , estas máximas de
Jesús sobre las actitudes del discípulo van
dirigidas a “ todos”, es decir, no sólo a los suyos,
sino a toda la gente en general. Este ensanchamiento de
destinatarios contrasta con la intimidad de los dos pasajes
precedentes en los que, por una parte, Jesús
pregunta a sus discípulos qué dice la
gente sobre su persona , y por otra, él mismo les
declara , a ellos solos , el desenlace final de
su existencia. Las cinco máximas de Jesús
subrayan la misma y única lección: ser discípulo,
verdaderamente discípulo, significa compartir día a día
la misma suerte del Maestro; el camino que
tiene que recorrer Jesús es el camino que el
discípulo tiene que seguir. Por eso las actitudes
del discípulo, condensadas en esta serie de máximas, se
expresan, ante todo, en términos de “seguimiento”; una
noción que cobra tanto mayor relieve cuanto
más se acerca el comienzo del viaje de
Jesús a Jerusalén. El “seguimiento” tiene sus
exigencias específicas: cargar con la propia cruz
día tras día, detrás del Maestro; estimar la vida no
con parámetros de ganancia, aunque lo que esté en
juego sea la totalidad de lo terrestre; no vacilar
frente a una posible confrontación pública por
causa de Jesús ni avergonzarse por ello
ante los demás; abrirse a
una espera esperanzada y a una
comprensión más comprensiva del misterio y de los
secretos del Reino.
El
primer enunciado: " El
que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que
cargue con su cruz de cada día y me siga", presenta
una triple exigencia: renuncia al interés personal,
aceptación sincera de la propia cruz y
seguimiento el Maestro. Las actitudes que se plantean en
primer lugar y
tercer lugar no parecen excesivamente complejas;
pero la segunda , expresada en una metáfora, requiere una
mayor reflexión.
Cargue
con su cruz: La imagen hace
referencia a la crucifixión de Jesús; en
eso radica esencialmente la imitación,
como actitud del discípulo
La
máxima, sólo es inteligible a la luz de la descripción
explícita que se hace en el cuarto Evangelio.
Que
se niegue a sí mismo: La “ negación
“ consiste en enfocar la propia vida
no precisamente desde una actitud egocéntrica, sino más
bien desde una postura abierta , que
permita una verdadera identificación del
comportamiento personal con el de Jesús y con las
exigencias de su misión salvífica.
Cada
día: Este detalle es
una adición redaccional
de Lucas, que proyecta sobre la vida del cristiano las
exigencias más radicales. Desde la óptica personal de Lucas,
la situación con la que se enfrenta el discípulo no es
precisamente la persecución por causa del Reino, sino la
comprensión profunda de lo que significa en la vida
diaria mantener una fidelidad sincera a la
persona de Jesús.
El segundo enunciado,
" Porque el quiera salvar su vida, la
perderá; pero el que pierda su vida por mí, ése
la salvará" , que exige una
valoración de la propia vida, determinada por el compromiso
con la persona de Jesús y con el Reino que él predica.
Se
trata de una “vida”, en su dimensión terrestre y biológica, y
una “vida” proyectada hacia la trascendencia,
es decir, no mensurable por las preocupaciones de
orden material.
Las
exigencias de la máxima se refieren a la
disponibilidad para ofrecer la propia vida
por la persona de Jesús o por el Reino.
Para nuestra vida
En la lectura
del profeta Zacarías, el profeta, en los últimos años del siglo VI a. c.,
escribe palabras de consuelo y ánimo a un pueblo vencido, hablándoles de la
posible restauración de la ciudad soñada, Jerusalén, y de un hijo único, “al
que traspasaron”, acordándose, sin duda, del “siervo de Yahvé”, del profeta
Isaías. Sí, les dice el profeta, “aquel día se alumbrará un manantial a la
dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén”. Son palabra que
transcurridos siglos, continúan teniendo validez para nosotros, muchas veces
demasiado pendientes de la cruz y menos de la Resurrección.
En el salmo de hoy la
Palabra de Dios suscita en el corazón de cada uno de nosotros el deseo de
volver a Dios, porque gracias a este diálogo de amor con Dios podemos crecer y
ser capaces de dar sentido a las relaciones fundamentales de nuestra vida
cotidiana.
Decía san Agustín que «la vida de un buen cristiano es toda ella un
santo deseo. Ahora bien, si una cosa es objeto de deseo, todavía no la vemos,
y, sin embargo, te dilatas por medio del deseo, y así podrás ser colmado cuando
llegues a la visión».
Buscar a Dios, tener sed de él, significa que él fue el primero en venir
a buscarnos y depositó en nuestro corazón la conciencia de nuestra pobreza y la
aspiración profunda a nuestra felicidad, algo que sólo él puede apagar. Depositó
en nosotros un germen de vida que es el Espíritu Santo, cuya invocación es
fundamental en nuestra vida cristiana.
Así las cosas, la oración se entiende como «deseo» y «sed» humana y
espiritual, búsqueda y aspiración a Dios, porque todo lo que somos -cuerpo,
existencia, alma- se convierte en exigencia de vida y auténtico itinerario
espiritual.
En el texto se expresan bien nuestros sentimientos de piedad personal y
de búsqueda de Dios. El salmo nos ayuda a participar plenamente en el encuentro
personal con el Señor y con los hermanos, en el encuentro eucarístico de la
mesa dominical del pueblo de Dios, porque, como decía san Gregorio Nacianceno,
«Dios tiene sed de que tengamos sed de él».
Hoy las palabras de san Pablo a los Gálatas nos recuerdan que "Ya no
hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres,
porque todos sois uno en Cristo Jesús". Queda clara la unidad de todos los cristianos,
y de todas las personas, en general; el cristianismo es una religión universal,
sin distinción de fronteras, razas o lenguas. Por el bautismo todos somos una
comunidad de hermanos, hijos de un mismo Dios. esta realidad hay que llevarla
al dia dia de nuestra vida
cristiana.
Desde el evangelio se nos describe una escena de confianza dialogantes
entre Jesús y sus discípulos. El pregunta para que aflore la fe de sus
discípulos.
La fe es una respuesta personal al misterio de Cristo que nos interroga. “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.
Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Es una profesión de fe de más alcance que la
expresada por la gente. Jesús no es un mero profeta; es mucho más. Es el Mesías
largamente esperado. Esta misma pregunta nos la hace Jesús a cada uno de
nosotros: ¿Y tú, quién dices que soy yo? No se trata de contestar con palabras
bonitas aprendidas del catecismo, se trata de responder desde la experiencia
más intima del encuentro con Jesús en nuestra
vida cristiana.
Jesús mismo nos presenta la realidad del Mesías como el sufriente.
Los cristianos creemos ahora que nuestro Mesías, Jesús de Nazaret, fue, mientras vivió en este mundo, un Mesías
sufriente; sólo después de su resurrección comenzó a ser para siempre un Mesías
triunfante. Entender esto, y aceptarlo, es necesario en la vida cristiana,
porque, de hecho, nuestra vida tiene mucho más de sufriente, que de triunfante,
mientras vivimos en este mundo; nuestra vida aquí en la tierra siempre termina
vencida por la muerte. Jesús, para nosotros, es un modelo de vida más humano
que divino, como modelo a seguir aquí en la tierra, porque a Dios no lo
podremos ver nunca en este mundo y porque Jesús es para nosotros, mientras
vivimos en este mundo, el rostro humano de Dios. Aceptemos a Jesús como Mesías
sufriente y, en medio de nuestros sufrimientos y dolores, vivamos con gozo y
esperanza, en la certeza de que si seguimos en esta vida al Cristo sufriente,
también vamos a estar para siempre, después de esta vida terrenal, con el
Cristo glorioso y triunfante.
Y esto Jesús
recomienda que se guarde en secreto. Jesús prohíbe a sus discípulos que vayan
diciendo a la gente que él es el Mesías de Dios. Jesús advierte a sus
seguidores que callen y no digan nada. Es el llamado secreto mesiánico. Hay
misterios que deben desvelarse poco a poco. también hoy la impaciencia en
descubrir con rapidez y querer conocerlo todo de golpe no siempre es
conveniente. Hay que dejarse acompañar por el Espíritu y el nos irá desvelando
todo en su momento adecuado.
Jesús advierte
de la dificultad de seguirlo. Uno mismo es a menudo el mayor obstáculo para
seguir a Jesús. Cargar con nuestra cruz significa tomar nuestras incoherencias
y contradicciones, nuestro pecado. Jesús ya cargó con el mal de todos, nuestra
carga aún es de poco peso. Pero hemos de llevar la cruz de nuestras limitaciones,
miedos y orgullo, que nos pesan y dificultan nuestro crecimiento. Requiere de
un proceso interno de cambio en el pensamiento, en la actitud, hasta en nuestra
visión del mundo y nuestra forma de entender la religión. Pide una conversión
total. Hoy Dios necesita gente valiente, heroica y buena, que se sienta familia
de Jesús y esté dispuesta a seguirlo. Necesita iconos que anuncien el amor de Dios y su deseo de
felicidad para la humanidad. Cargar con la propia cruz es asumir el compromiso
que cada uno tiene de luchar por hacer un mundo mejor a pesar de los
contratiempos y de las incomprensiones.
Claridad en la
última reflexión del evangelio: Quien vive sólo para él, en su pequeño mundo,
se perderá. Es la consecuencia de cerrarse en sí mismo y aferrarse a los miedos
y las falsas seguridades, negándose a oír y a cambiar. En cambio, quien esté
dispuesto a abrirse, a sacrificarlo y a darlo todo por amor, lo ganará todo.
Darlo todo, darse a sí mismo, es la única vía para encontrar la plenitud humana
y espiritual.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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