domingo, 19 de junio de 2016

Comentario a lecturas del Domingo XII del Tiempo Ordinario 19 de junio de 2016

La celebración dominical  es para  todos los cristianos   la invitación  semanal  a mirar-creer-seguir de nuevo  al Traspasado, presente  entre nosotros, ofreciéndose  a nosotros   en el memorial  de su Pasión. Es  la oportunidad   para volver  a decir   con Pedro-  con el  Papa, con nuestro obispo-  y toda la Iglesia, nuestra fe. Para renovar, bajo la fuerza  del Espíritu, la decisión  de cargar  la cruz  cada día, para acompañar  a Jesús, perder la vida, ¡y ganarla!.
A ello nos ayudara la palabra proclamada hoy.

La primera lectura  de Zacarías ( Zac 12,10-11; 13,1) nos sitúa ante el actuar de Dios en la historia de su pueblo. " Pero  sobre  la dinastía  de David  y los habitantes  de Jerusalén  derramaré  un espíritu  de benevolencia  y de súplica. Mirarán  hacia mí, a quien  traspasaron; harán duelo  como por un hijo  único  y llorarán  como se llora  a un primogénito" .
El hecho  de que Dios   quiera    verter un espíritu en el pueblo  significa   que tomará  la iniciativa   para crear  en él  una   nueva  actitud  interior. El tenor  de esta  sección  indica  que esta  nueva actitud  debe brotar  del arrepentimiento  por algún pecado  que procedía  de una actitud   malvada.
benevolencia”  es una   postura   en la que  se somos   sabedores    y responsables  de que todo  cuanto  somos   y hacemos  es donación  gratuita   de Dios, es “clemencia”  de Dios  hacia nosotros   y , mediante  nosotros, a la humanidad  entera. 
“súplica”: Dios suscitará  en ellos   una actitud  mediante   la que se volverán  a él   para implorarle su favor.
"Mirarán  al que  traspasaron". La lectura   del texto   hebreo  dice  literalmente: “Mi mirarán  a mí, a quien   traspasaron”. Y  ese “mí” no era  el Mesías, sino  Yahveh mismo. Que los judíos   de la dinastía  davídica  “miraran” a Yahveh  era repetir, con una  nueva imagen, la verdadera   conversión  y la postura   genuina  de los “anawim”  frente  a  Yahveh. Lo incomprensible  era  la afirmación  siguiente: “ a quien  traspasaron”, en sentido  físico , real  y objetivo ; tal  es la fuerza  del término  hebreo. ¿Cómo  podía   decirse   eso de Dios? Sin  duda,  porque  lo hecho   con   cualquiera  de sus   ungidos, de sus fieles, era  como si se lo  hicieran   él. Es la  expresión   más  similar   a la escuchada  por Pablo  camino de Damasco en todo el Antiguo  Testamento.
Pretender  aquilatar  la persona   contemporánea  en quien pudo  pensar   el profeta  al pronunciar  este mensaje   es algo  que se escapa  a la crítica  histórico-literaria  actual.
Nosotros   sabemos  por revelación  que,  desde  que Jesús    fue crucificado, tenemos  en él   el verdadero  signo  visible  de un Dios  ofendido  y redentor, cumplimiento  pleno  del  imprevisible alcance  de nuestro  profeta.
El NT  reconoce   ciertamente   un significado  mesiánico  al pasaje. Estos  versículos   de Zac, tratan   de proclamar  el misterio  de la “pasión”  divina, la  reacción  de Dios ante  los sufrimientos  redentores  de su pueblo elegido, y especialmente   de su Unigénito.
11. Aquel día   el duelo  de Jerusalén será   tan  grande  como el  de Hadad-Rimón  en la llanura  de Meguido.
Cuando Jesús muera en la Cruz, muchos llorarán su muerte  como no se ha llorado por muerte alguna. El versículo 11, al querer acentuar este llano, hace una comparación, que no es fácil de entender
Se explica, siguiendo  a Jerónimo, como  nombre  de una ciudad en el valle  de Meguiddó, la que   luego  fue  Maximianópolis. Debido  al control  que ejercía   sobre las  rutas  comerciales   entre el norte  y el sur  de Palestina, Meguiddó  fue lugar  de grandes batallas  en la historia profana   y en la sagrada.
Del capítulo  13, cuyos  primeros  versículos  1-6  presentan el término  de la  falsedad, solamente  la Liturgia toma el primer versículo.
1. Aquel día   manará   una fuente   para que  en ella   puedan  lavar  su pecado  y su
impureza  la dinastía  de David  y los habitantes  de Jerusalén.
El   reino   mesiánico  habrá   de estar  limpio  de toda  maldad y especialmente  de cualquier   tipo   de “profesionalismo” en los   ministerios sagrados. En las   Escrituras    es frecuente   la  imagen   de una fuente  que purifica  o difunde  la vida  por todo el país.
La fuente   simboliza  la purificación  del pecado  de la casa  de David  y los habitantes  de Jerusalén.
Expresivo y  acertado  el estribillo  del salmo  responsorial: “Mi alma está  sedienta   de ti, Señor, Dios  mío”
Ante la fuente    que es el  costado  abierto  del  traspasado, ¿no tendremos   sed de Dios? Cantando    este salmo  nos es fácil  recordar  las palabras  del apóstol: “¡todos   hemos   bebido  del mismo  Espíritu!”  (1 Cor 12, 13).

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El responsorial de hoy es el salmo 22  (Sal 62,2-6.8-9 ). Salmo de lamentación individual con motivos de confianza y de acción de gracias.
Según la anotación del texto hebreo, el rey David lo compuso cuando se refugió en el desierto de Judá y en la región idumea a causa de la rebelión de Absalón (cf. 1 Sm 23-26; 2 Sm 15,23-30). Esta magnífica composición lírica ha sido definida como «el canto del amor místico» y celebra el abandono total y confiado del salmista en Dios. Tal vez se trata de la oración de un levita exiliado y alejado de Jerusalén, que recuerda con nostalgia los días felices vividos en el templo.
Se nos presentan dos estrofas del salmo.
 La primera estrofa (vv. 2-4) canta la alegría del orante, que visita, al alba, a Dios en su templo a fin de buscar la luz de la intimidad con el Señor. El autorretrato del orante, en tensión hacia Dios, se expresa como sed física y espiritual, porque toda su persona está implicada en ello. Como la tierra rocosa de las colinas de Palestina es árida y está muerta sin la lluvia, así el orante necesita a Dios para existir y sentirse vivo. Es Dios, en efecto, quien calma la sed del corazón árido del hombre y llena sus «aljibes agrietados», fecundándolos con la «fuente de agua viva» (cf. Jr 2,13). Lo que el hombre espera de Dios no es, por consiguiente, tanto una vida feliz y longeva como su gracia (hesed), es decir, el amor misericordioso y fiel, el único bien verdadero del mundo espiritual, superior a cualquier otra aspiración humana, y la familiaridad del creyente con Dios, expresada en el lenguaje sálmico con la bendición y con el sorprendente tuteo.
La segunda estrofa (vv. 5-9) añade la alabanza a la bendición, expresada con las manos del orante elevadas hacia el cielo (cf. Sal 28,2; 88,10); y a la alabanza sigue la comunión con Dios mediante la participación gozosa en el convite sagrado, «un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera», preparado por Dios sobre las colinas de Sión (Is 25,6). Esta intimidad de vida es la que el fiel experimenta en la casa de Dios, y ese recuerdo de benevolencia y de ayuda le acompaña durante la noche como la mano de un padre que protege la vida de su hijo.

La segunda lectura  de la carta a los gálatas (Gal 3,26-29)  es parte de la sección ( 2, 15-4,31)  cuyo el tema  central  : la salvación  del hombre viene   de Dios  a través  de la fe  en Jesucristo, que entregó   su vida para liberarnos  de nuestros pecados  y de la perversión  de este mundo.
 Al hombre   le corresponde  colaborar, pero no  a través  de un cumplimiento  minucioso  y externo  de la ley, sino apoyándose  en la palabra-promesa  salvadora   de la ley de Dios, mediante   una fe  que actúa  por medio  del amor  ( Gal  5, 6).
Este capítulo    tercero   nos presenta tres temas: Salvados  por la fe   y no  por la ley; la ley   y la promesa; Hijos  de Dios  en Jesucristo. Los  versículos  que la Liturgia nos propone  como segunda lectura de este  domingo XII del tiempo Ordinario, ciclo C, pertenecen  a este tercer apartado.
"Hermanos: Todos   sois hijos   de Dios  por la fe  en Cristo  Jesús".  La adopción  filial   es la  nueva   relación  de los cristianos  con Dios, alcanzada  “a través de Cristo”, o posiblemente  “en unión  con él”. Su ser-en- Cristo-Jesús es lo que les hace  ser  hijos  de Dios. A este  nuevo ser los llevó  el bautismo. El  ser-hijo-de-Dios  exige  no sólo  la fe como  medio objetivo  que puede   abrir   el paso  a su ser   nuevo, sino que exige también el  reafirmarse  en el nuevo  fundamento   del ser, en Cristo  Jesús. Objetivamente  exige   esta consolidación en Cristo  Jesús incluso  de un modo  primordial, aunque   en el proceso  del hacerse   cristiano preceda la fe. Este ser recibido, este   estar-en-Cristo-Jesús  se efectúa  según  Pablo  en el acto del bautismo y después  en la vivencia  de esta realidad, recibida  en el Sacramento del Bautismo.   
"Los que  os habéis  incorporado  a  Cristo por el  bautismo, os habéis  revestido  de Cristo".  Como síntesis  del adentrarse   intensivo en el nuevo  ser realizado  por medio del bautismo  usa aquí  Pablo el  verbo (endyno= vestirse).
Revestirse  de Cristo: presupone   la idea  de que Cristo  es como  un vestido celeste preparado   para todos,  y “ponérselo”  significa  entrar  en una nueva  “realidad” 
La expresión  no se fija   en el comienzo   de una   relación ética, sino  de un  nuevo vínculo  ontológico. Describe  el comienzo  de la (común) participación  en el ser mismo de Cristo, que se realiza, al nacer  el nuevo yo, el “Cristo en mí”, el hombre interior.
Nos   hemos   despojado  del hombre  viejo- en el bautismo-. El bautismo   ha destruido  todo  el pasado  del hombre. Nos hemos   revestido   del hombre  nuevo. Nos hemos  revestido  de él   en cuanto  que continuamente  el bautizado pretende   su renovación  con la meta   puesta  en el “conocimiento”, conforme  a la imagen  de su creador. El haberse  revestido  del hombre nuevo en el bautismo se continúa  en el constante  revestirse   de sus miembros. El revestirse   de sus miembros   exige  el revestirse  de los dones y de las virtudes.
Sólo  partiendo  del nuevo ser  puede conseguirse  una nueva conducta. Pablo se fija    realmente   en el cambio  de ser, el ontológico, y no  en la incorporación  dialéctico-religiosa o moral   de cada  bautizado  en Cristo.  
" Ya no  hay distinción  entre  judíos   y gentiles , esclavos  y libres,  hombres   y mujeres , porque  todos   sois  uno en  Cristo  Jesús". En los  bautizados se han   suprimido   sacramentalmente, es decir, de modo   velado  y real, las diferencias  históricas y naturales   procedentes  de la “vieja” realidad.
Ya no  hay distinción  entre  judíos   y gentiles: acentúa  fuertemente   la realidad  de la igualdad  de todos   en Cristo  Jesús. Dichoso  positivamente, es un   hecho  que todos-  son uno  en Cristo  Jesús, es decir, son Cristo  mismo.
En el sentir  de los judíos  contemporáneos  de Jesús de Nazaret y Pablo  de  Tarso   los paganos, los esclavos y las mujeres eran gente  discriminada.
Pablo  proclama  en este singular  y nunca bastante  ponderado  pasaje  de Gálatas, que a partir   de Cristo  toda  discriminación  entre los hombres   y sobre todo  entre los cristianos  carece  de sentido.
Insiste san Pablo en la nueva situación : " Y si  sois   de Cristo, sois   descendientes  de  Abrahán  y herederos   de la promesa". Ser de Cristo  no tiene  para Pablo   un sentido moral, sino que  presupone la posesión  del  espíritu  de Cristo. Pertenecer    a Cristo  significa  que uno está   esencialmente   subordinado   u ordenado  a Cristo.
Podemos sintetizar la doctrina de Pablo así: desde la llegada de la fe ya no estamos  bajo  la ley, pues  todos   vosotros- guiados allí por la fe- sois   hijos  de Dios  en Cristo Jesús. Todos   vosotros   estáis   incorporados  esencialmente  a Cristo  por medio del  bautismo, de modo  que todos  en conjunto  y cada uno   de por sí sois  uno, sois   Cristo.

Evangelio  de San Lucas (Lc 9,18-24 ), nos presenta una escena de profunda intimidad y claridad entre Jesús y sus discípulos. El fragmento  que leemos hoy se encuentra prácticamente  al final del ministerio de Jesús en Galilea. De hecho, el próximo  domingo empezaremos ya a seguir a Jesús  en su camino de subida a Jerusalén.
La perícopa evangélica abarca tres enseñanzas: La confesión de fe de san Pedro, y el anuncio  de la Pasión, junto con la Invitación a seguirle.
Lucas no dice donde ocurrió esta escena del evangelio de hoy. Sabemos por los otros sinópticos que fue en un lugar cercano a Cesarea de Filipo. Sin embargo, Lucas, es el único que nos habla de que Jesús estaba orando. La oración de Jesús al Padre es una señal de su relación singular con él, en la que nadie puede inmiscuirse. Jesús tiene conciencia de su dignidad y de su misión, sabe quién es y lo que ha venido a hacer en el mundo. La gente está dividida en sus opiniones respecto a Jesús: unos dicen que es el Bautista revivido, otros que Elías o alguno de los antiguos profetas. Jesús interpela directamente, personalmente, a los suyos, a los que ha elegido y reunido en torno a su persona.

Releemos brevemente el texto:
"Un día  que estaba  Jesús orando  a solas, sus discípulos   se le acercaron. Jesús   les preguntó: ¿Quién  dice  la  gente  que soy yo?"
Jesús  estaba orando” da un  relieve   particular  a este momento, en el que  va  a producirse  no sólo  la declaración  de  Pedro, sino- lo que es  más importante- la   propia   declaración” de Jesús  sobre su  destino. En el  Evangelio  según Lucas, la mención  explícita  de la “oración” suele  introducir  algún relato  particularmente   significativo.
"Respondieron: Según   unos, Juan  el Bautista; según  otros, Elías; según  otros, uno  de los antiguos  profetas, que ha  resucitado".
La imagen   de Jesús, entre el pueblo, es  la de un  “profeta”  y no  precisamente   la de una  figura  “mesiánica”. Eso sirve   de contraluz  a la declaración  de Pedro.
El tema   de la resurrección  de los profetas  está vivo  en Lucas desde  el principio  del evangelio.
"El les dijo: Y vosotros  ¿quién   decís  que soy  yo? Pedro  respondió: El  Mesías  de Dios".
En vez   de hacer  algún comentario  sobre  esa diversidad   de reacciones, Jesús   plantea  directamente  a sus  propios  discípulos   la  gran   cuestión  de su identidad.
Pedro, por consiguiente, no afirma, aunque  tampoco niega, la Divinidad de Jesús. Aquí no se trataría de una confesión de fe , sino de una manifestación de Pedro, motivada por la experiencia de lo que ha visto en Jesús.
"Pero   Jesús   les prohibió  terminantemente  que se lo dijeran  a nadie".
La prohibición  vale   para el período  del ministerio  público  de Jesús. Después   de la resurrección , el propio  Jesús  va  a dar a sus   discípulos  el encargo  de proclamar, como  testigos , que él  es el Mesías crucificado  y resucitado.
"Luego añadió: Es necesario  que el Hijo  del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, por los jefes de los   sacerdotes  y por los maestros  de la ley, que lo maten  y que resucite  al tercer día".
Nos encontramos  ante la primera  de las tres  predicciones  de la pasión que son comunes a los sinópticos. El segundo anuncio de la pasión se encuentra en  9, 44, inmediatamente antes de emprender el Viaje a Jerusalén. El  tercero en 18, 31-33, al finalizar  el Viaje,  un poco antes de entrar en Jerusalén. La Mesianidad del Hijo de Dios solamente se comprenderá con exactitud, a la luz de su  Pasión y de su Resurrección. Cuando olvidamos esta dimensión, nos exponemos a no entender acertadamente al Señor.
"Entonces  se puso  a decir  a todo el pueblo: El que quiera venir en pos  de mí, que renuncie a sí mismo, que   cargue  con su cruz de cada día  y me siga".
Lucas  añade  al primer   anuncio  de la pasión  otras   cinco máximas de  Jesús   que, en líneas   generales, tratan  de la fidelidad  del discípulo  y de las actitudes  frente a la vida  y ante el Reino , que han de caracterizar   al que  se decide   a seguirle.
La Liturgia  solamente  nos presenta dos, pues no leemos los  versículos  25-27. Es de resaltar que en el  Evangelio  de san  Lucas , estas máximas de Jesús    sobre  las actitudes  del discípulo  van dirigidas   a “ todos”,  es decir, no sólo  a los suyos, sino a toda  la gente en general. Este  ensanchamiento   de destinatarios contrasta con la intimidad   de los dos  pasajes   precedentes  en los que,  por una parte, Jesús  pregunta   a sus discípulos   qué   dice la gente  sobre su persona , y  por otra, él mismo  les declara  , a ellos  solos  , el desenlace  final  de su existencia. Las cinco  máximas   de Jesús   subrayan  la misma   y única  lección: ser  discípulo, verdaderamente  discípulo, significa  compartir  día a día  la misma suerte  del Maestro;   el camino  que tiene   que recorrer  Jesús  es el camino  que el discípulo  tiene que seguir. Por eso   las  actitudes  del discípulo, condensadas   en esta serie   de máximas, se expresan, ante  todo,  en términos  de “seguimiento”;  una noción  que cobra  tanto mayor   relieve  cuanto más  se acerca  el comienzo   del viaje  de Jesús  a Jerusalén. El “seguimiento”  tiene   sus exigencias  específicas: cargar  con la propia  cruz   día  tras día, detrás del Maestro; estimar  la vida  no con  parámetros   de ganancia, aunque  lo que esté en juego  sea la  totalidad  de lo terrestre; no vacilar  frente   a una posible  confrontación  pública  por causa   de Jesús   ni avergonzarse  por ello  ante los demás; abrirse   a  una   espera    esperanzada  y a una  comprensión  más comprensiva  del misterio  y de  los  secretos   del Reino.
El primer   enunciado: " El que quiera venir en pos  de mí, que renuncie a sí mismo, que   cargue  con su cruz de cada día  y me siga", presenta una  triple exigencia: renuncia  al interés personal, aceptación  sincera  de la propia  cruz   y seguimiento  el Maestro.  Las actitudes  que se plantean en primer lugar   y  tercer  lugar   no parecen  excesivamente  complejas; pero  la segunda , expresada en una  metáfora, requiere  una mayor  reflexión.
Cargue  con su cruz: La imagen   hace  referencia   a la  crucifixión   de Jesús; en eso  radica   esencialmente   la imitación, como   actitud  del discípulo
     La máxima, sólo  es inteligible  a la luz  de la descripción  explícita   que se hace en el cuarto  Evangelio.
Que se  niegue  a sí mismo: La “ negación “  consiste  en enfocar  la propia   vida   no precisamente   desde una  actitud  egocéntrica, sino más bien  desde   una postura   abierta , que permita  una  verdadera   identificación del comportamiento  personal   con  el de Jesús  y con las exigencias   de su misión  salvífica.
Cada día: Este  detalle   es una   adición   redaccional  de Lucas, que proyecta  sobre la vida  del cristiano   las exigencias   más radicales. Desde la óptica  personal de Lucas, la situación  con la que  se enfrenta  el discípulo no es precisamente  la persecución  por causa  del Reino, sino la comprensión  profunda  de lo que significa  en la vida diaria   mantener  una fidelidad  sincera  a la persona   de Jesús.
El segundo  enunciado, " Porque el quiera  salvar su vida, la perderá; pero   el que  pierda  su vida por mí, ése  la salvará" , que exige  una valoración  de la propia vida, determinada  por el compromiso  con la persona  de Jesús  y con el Reino que él predica.
Se  trata  de una “vida”, en su dimensión  terrestre y biológica, y una  “vida”  proyectada  hacia  la  trascendencia, es  decir, no mensurable  por las  preocupaciones  de orden   material.
Las exigencias  de la máxima  se refieren a la  disponibilidad    para ofrecer  la propia  vida  por la persona   de Jesús   o por el  Reino.

Para nuestra vida
En la lectura del profeta Zacarías, el profeta, en los últimos años del siglo VI a. c., escribe palabras de consuelo y ánimo a un pueblo vencido, hablándoles de la posible restauración de la ciudad soñada, Jerusalén, y de un hijo único, “al que traspasaron”, acordándose, sin duda, del “siervo de Yahvé”, del profeta Isaías. Sí, les dice el profeta, “aquel día se alumbrará un manantial a la dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén”. Son palabra que transcurridos siglos, continúan teniendo validez para nosotros, muchas veces demasiado pendientes de la cruz y menos de la Resurrección.

En el salmo de hoy la Palabra de Dios suscita en el corazón de cada uno de nosotros el deseo de volver a Dios, porque gracias a este diálogo de amor con Dios podemos crecer y ser capaces de dar sentido a las relaciones fundamentales de nuestra vida cotidiana.
Decía san Agustín que «la vida de un buen cristiano es toda ella un santo deseo. Ahora bien, si una cosa es objeto de deseo, todavía no la vemos, y, sin embargo, te dilatas por medio del deseo, y así podrás ser colmado cuando llegues a la visión».
Buscar a Dios, tener sed de él, significa que él fue el primero en venir a buscarnos y depositó en nuestro corazón la conciencia de nuestra pobreza y la aspiración profunda a nuestra felicidad, algo que sólo él puede apagar. Depositó en nosotros un germen de vida que es el Espíritu Santo, cuya invocación es fundamental en nuestra vida cristiana.
Así las cosas, la oración se entiende como «deseo» y «sed» humana y espiritual, búsqueda y aspiración a Dios, porque todo lo que somos -cuerpo, existencia, alma- se convierte en exigencia de vida y auténtico itinerario espiritual.
En el texto se expresan bien nuestros sentimientos de piedad personal y de búsqueda de Dios. El salmo nos ayuda a participar plenamente en el encuentro personal con el Señor y con los hermanos, en el encuentro eucarístico de la mesa dominical del pueblo de Dios, porque, como decía san Gregorio Nacianceno, «Dios tiene sed de que tengamos sed de él».

Hoy las palabras de san Pablo a los Gálatas  nos recuerdan que "Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús".  Queda clara la unidad de todos los cristianos, y de todas las personas, en general; el cristianismo es una religión universal, sin distinción de fronteras, razas o lenguas. Por el bautismo todos somos una comunidad de hermanos, hijos de un mismo Dios. esta realidad hay que llevarla al dia dia de nuestra vida cristiana.

Desde el evangelio se  nos describe una escena de confianza dialogantes entre Jesús y sus discípulos. El pregunta para que aflore la fe de sus discípulos. La fe es una respuesta personal al misterio de Cristo que nos interroga. “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Es una profesión de fe de más alcance que la expresada por la gente. Jesús no es un mero profeta; es mucho más. Es el Mesías largamente esperado. Esta misma pregunta nos la hace Jesús a cada uno de nosotros: ¿Y tú, quién dices que soy yo? No se trata de contestar con palabras bonitas aprendidas del catecismo, se trata de responder desde la experiencia más intima del encuentro con Jesús en nuestra  vida cristiana.
Jesús mismo  nos presenta la realidad del Mesías como el sufriente. Los cristianos creemos ahora que nuestro Mesías, Jesús de Nazaret,  fue, mientras vivió en este mundo, un Mesías sufriente; sólo después de su resurrección comenzó a ser para siempre un Mesías triunfante. Entender esto, y aceptarlo, es necesario en la vida cristiana, porque, de hecho, nuestra vida tiene mucho más de sufriente, que de triunfante, mientras vivimos en este mundo; nuestra vida aquí en la tierra siempre termina vencida por la muerte. Jesús, para nosotros, es un modelo de vida más humano que divino, como modelo a seguir aquí en la tierra, porque a Dios no lo podremos ver nunca en este mundo y porque Jesús es para nosotros, mientras vivimos en este mundo, el rostro humano de Dios. Aceptemos a Jesús como Mesías sufriente y, en medio de nuestros sufrimientos y dolores, vivamos con gozo y esperanza, en la certeza de que si seguimos en esta vida al Cristo sufriente, también vamos a estar para siempre, después de esta vida terrenal, con el Cristo glorioso y triunfante.
Y esto Jesús recomienda que se guarde en secreto. Jesús prohíbe a sus discípulos que vayan diciendo a la gente que él es el Mesías de Dios. Jesús advierte a sus seguidores que callen y no digan nada. Es el llamado secreto mesiánico. Hay misterios que deben desvelarse poco a poco. también hoy la impaciencia en descubrir con rapidez y querer conocerlo todo de golpe no siempre es conveniente. Hay que dejarse acompañar por el Espíritu y el nos irá desvelando todo en su momento adecuado.
Jesús advierte de la dificultad de seguirlo. Uno mismo es a menudo el mayor obstáculo para seguir a Jesús. Cargar con nuestra cruz significa tomar nuestras incoherencias y contradicciones, nuestro pecado. Jesús ya cargó con el mal de todos, nuestra carga aún es de poco peso. Pero hemos de llevar la cruz de nuestras limitaciones, miedos y orgullo, que nos pesan y dificultan nuestro crecimiento. Requiere de un proceso interno de cambio en el pensamiento, en la actitud, hasta en nuestra visión del mundo y nuestra forma de entender la religión. Pide una conversión total. Hoy Dios necesita gente valiente, heroica y buena, que se sienta familia de Jesús y esté dispuesta a seguirlo. Necesita iconos  que anuncien el amor de Dios y su deseo de felicidad para la humanidad. Cargar con la propia cruz es asumir el compromiso que cada uno tiene de luchar por hacer un mundo mejor a pesar de los contratiempos y de las incomprensiones.
Claridad en la última reflexión del evangelio: Quien vive sólo para él, en su pequeño mundo, se perderá. Es la consecuencia de cerrarse en sí mismo y aferrarse a los miedos y las falsas seguridades, negándose a oír y a cambiar. En cambio, quien esté dispuesto a abrirse, a sacrificarlo y a darlo todo por amor, lo ganará todo. Darlo todo, darse a sí mismo, es la única vía para encontrar la plenitud humana y espiritual.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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