Comentario a las lecturas del
Jueves Santo: Misa Vespertina de la Cena del Señor 24 de marzo de 2016
Con la
celebración vespertina llamada “Misa en la
Cena del Señor”, evocamos y hacemos presente la última cena de
Jesús con sus discípulos antes de su Pasión. Así entramos en el corazón del año
litúrgico, que es el gran Triduo Pascual.
Precisamente
el triduo pascual se coloca en el centro del año litúrgico por su función de
“memorial” de los eventos que caracterizan la
Pascua “cristiana”.
Como la comunidad de Israel, también la
Iglesia mantiene viva la memoria de la misericordia de Dios
que “pasa” continuamente por su historia y refunda su existencia como “pueblo
de Dios” con base en esta perenne voluntad de reconciliación.
El
centro de este “memorial” es el Misterio Pascual, la muerte y resurrección de
Jesús. En la muerte de Jesús, Dios ha
asumido la naturaleza humana hasta la muerte, “hasta la muerte de Cruz”
(Filipenses 2,8). A través de ella, Jesús “se convirtió en causa de salvación eterna
para todos aquellos que le obedecen” (Hebreos 5,9; idea importante del
Viernes Santo). De hecho, la cruz de
Jesús no se puede separar de la resurrección, fundamento de nuestra esperanza.
Y este es nuestro futuro: “Sepultados... en su muerte, para que también
nosotros vivamos una vida nueva” (Romanos 6,4; idea central de la
Vigilia Pascual ).
Todo
esto se recoge en la gran Eucaristía que se celebra entre hoy y el Domingo de
Pascua. Hoy hacemos “memoria” de aquella primera Eucaristía que Jesús celebró y
al mismo tiempo la actualizamos como recuerdo del pasado, como presencia en el
hoy de nuestras comunidades, al mismo tiempo de esperanza y profecía para el
futuro.
El
cuerpo y la sangre eucarísticos de Jesús nos asegura su presencia a lo largo de
la historia. Es Jesús mismo quien establece de manera concreta, en la
Eucaristía , la permanencia visible y misteriosa de su muerte
en la Cruz por
nosotros, de su supremo amor por la humanidad, de su venida continua dentro de
nosotros para salvarnos y santificarnos. Es así como en cada celebración su
corazón, traspasado por la lanza, sea abre para derramar el Espíritu Santo
sobre la Iglesia
y el mundo.
Para
profundizar en esto, se nos propone leer hoy el relato del “lavatorio de los
pies” (Juan 13,1-15). Notemos que en la última cena, el evangelista Juan no
habla de la institución de la
Eucaristía (que se encuentra ampliamente tratada en el
discurso del “Pan de Vida” en Jn 6).
Juan prefiere colocar aquí un gesto que indica el significado último de la
Eucaristía , como acto de amor extremo de Jesús por los suyos,
manifestación de un servicio pleno hacia los discípulos.
Dos realidades
centran hoy la celebración:
* El Amor
fraterno: Dia de la Caridad.
* Institución
del sacerdocio.
Día del Amor
Fraterno.
Un amor que se expresa en el servicio humilde y gratuito. Jesús, en un
día como éste, sabiendo cercana su muerte, quiso reunirse con sus amigos para
celebrar la Pascua judía, y para mostrarnos, en esta cena, cómo ha de
ser la vida de quienes queremos seguirle.
Jesús se ha
despojado de su manto, como signo de entrega y del despojo de su misma
dignidad, que se llevará a cabo en la Cruz, y lava los pies de sus discípulos.
A partir de ese momento, celebrar la Eucaristía es apostar por el hombre,
por el servicio y la fraternidad.
En esta misma
Cena, Jesús instituye el Sacerdocio, para que cada vez que se coma de
este pan y se beba de esta copa, se anuncie su muerte hasta que Él vuelva.
Inmenso mensaje y hermosos motivos para vivir este día del Jueves Santo.
En la
primera lectura del Libro del Exodo (Ex 12,1-8.11-14 ),
se nos presenta un relato
que tiene una significación especial en la historia del pueblo de Israel. El
texto de esta lectura pertenece a la obra denominada "Sacerdotal",
redactada después del regreso del destierro babilónico. Relaciona estrechamente
los ritos antiquísimos de la celebración de la Pascua con la salida de Egipto.
Es el relato
de la última cena del pueblo elegido en tierra de Egipto y antes de su
liberación. Esta celebración está cargada de ritualismo y de esperanza. De ahí
que Israel lo celebra cada año, haciendo memoria de aquel acontecimiento de sus
orígenes, y es que ahí descubre y vive la presencia de un Dios que salva.
Al parecer, la
pascua fue originalmente una fiesta de pastores celebrada en primavera: en ella
se ofrecían a Dios los primeros corderillos del rebaño. Posteriormente (fusión
de las dos culturas) se añadió a ella la fiesta de los agricultores, en la que
éstos también ofrecían sus primeros frutos. Pero la pascua recibe su sentido
más profundo y definitivo cuando se empieza a relacionar con la salida de los
hebreos de Egipto. Entonces se convierte en la fiesta de la liberación. Esto
comenzó así un año en que los egipcios no permitieron a los hebreos salir de
sus dominios a celebrar la fiesta, y es cuando Dios da instrucciones a Moisés para
que la comunidad realice el sacrificio de pascua: al atardecer se matará un
cordero o cabrito de un año, macho y sin defecto; se rociará con su sangre las
jambas y el dintel de la puerta de sus casas; de noche se comerá la cena de la
liberación: cordero y pan ácimo (los pies calzados, ceñida la cintura y un
bastón en la mano, en plan de marcha desde aquella tierra de esclavitud hacia
otro país de libertad).
Más tarde, el
Señor, que herirá de muerte a los primogénitos de los egipcios, pasará de largo
o se saltará las puertas de los hebreos, marcadas con la sangre del cordero.
Volvemos a
escuchar aquel relato y su mensaje.
El
responsorial es el salmo 115 (Sal 115,12-18
)
salmo de acción de gracias.
Versículo 12: “¿Cómo podre pagar al
Señor todo el bien que me ha hecho?” El bien del que se habla es la
liberación de los israelitas del poder del Faraón. El israelita que escribe
este salmo no ve como le puede pagar al Señor lo hecho ya que para él esta
liberación es un hecho cumbre.
Versículo 13: “Levantare la copa de
la salvación e invocare su nombre” La copa posiblemente se refiera a la
de vino que se servía en la festividad de la pascua. El invocar al Señor es una
costumbre israelita ante un hecho maravilloso.
Versículo 14: “Cumpliré mis promesas
al Señor en presencia de todo el pueblo.” Sin duda el escritor
habla de alguna promesa que hizo a Dios si lo liberaba de su problema en su recuerdo
de la esclavitud de Egipto. Otra cosa que debemos observar que cumplirá
su promesa delante de todo el pueblo, sin ninguna vergüenza.
Versículo 15: “Mucho le cuesta al Señor ver
morir a los que le aman” El salmista nos muestra los sentimientos de Dios hacia
sus fieles. La vida humana vale más que nada en el mundo.
Versículo 16: “Oh Señor, yo soy tu
siervo. Yo soy el hijo de tu sierva. Tú has roto los lazos que me ataban.” Para
entender este versículo debemos ver el significado de siervo/a. El siervo es
aquel que sirve a un amo. Pero esta servidumbre no es obligada de Dios al
hombre sino más bien es una escogencia libre del hombre de hacer de Dios su
Señor.
Versículo 17: “En gratitud, te
ofreceré sacrificios, e invocare, Señor, tu nombre.” La actitud de todo ser
humano ante Dios debe de ser una Acción de Gracias por todo lo que ha hecho.
En la
segunda lectura de la Primera carta a los corintios (1 Cor. 11,23-26), el apóstol Pablo, que ha tenido una
experiencia personal y singular de Jesús, su Maestro y Señor, sintetiza -en
este pasaje- el sentido de la Cena del Señor: además de ser una tradición
recibida y que procede del mismo Jesús, es la expresión de su vida entregada
por la salvación de la humanidad.
Este fragmento
es célebre e históricamente importante porque se traslada al año 50, cuando ya
existía un relato oficial, con estilizaciones litúrgicas y autentificación
apostólica, de la última cena de Jesús. Nos hallamos, pues, ante la más antigua
narración literaria de la Eucaristía, anterior incluso al texto de los
Sinópticos. Este de Pablo presenta evidentes analogías con el texto del
evangelio de Lucas, lo que nos remontaría a una tradición común procedente de
la comunidad de Antioquía, de la cual dependerían tanto Pablo como Lucas.
Este texto
recoge el sentido de la nueva Pascua y el gesto que hizo el Señor para
recordarla, para que nos sirviera de memorial.
Ahora el Paso
de Yahveh se realiza por medio de Jesucristo, que
pasó haciendo el bien, que pasó de la muerte a la vida en entrega de amor, que
pasó para liberar a su pueblo de todas las esclavitudes. Ya no se sacrifican
corderos, porque se inmoló por todos el Cordero de Dios. Pero ahora Dios no
sólo pasa, sino que se queda.
Y esta
inmolación del Cordero es lo que se recuerda y actualiza con los signos del pan
partido y del vino ofrecido. Recordamos y renovamos todo el amor de Cristo, que
deja romper su cuerpo y derrama su sangre para nuestra definitiva liberación.
Hay también en el gesto una añoranza de presencia, una súplica para que vuelva.
El banquete eucarístico es también un anticipo del banquete del Reino.
La Comunidad
Cristiana vuelva a celebrar y revivir cuanto en este gesto se nos ofrece.
El evangelio
de San Juan (Jn 13,1-15 ), nos presenta en el momento de la despedida de Jesús en la última
Cena, el relato del lavatorio de los
pies por parte de Jesús a su comunidad. Este gesto es, desde su punto de vista,
mucho más que un simple gesto de purificación ritual. Más bien, es un signo de
servicio y de amor en favor de sus amigos. Para nosotros es una invitación a
seguir el ejemplo y el estilo del mismo Jesús. Sigamos , con un corazón
abierto, este conocido relato del evangelio.
La
última parte del evangelio de Juan (13-21) se abre con una introducción
solemne: “Antes de la fiesta de la
Pascua , sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de
este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el extremo” (13,1).
El
evangelista Juan nos ayuda a recorrer atentamente el último día de Jesús con
sus discípulos. Así nos hace comprender que efectivamente ha llegado la “hora”
tan esperada por Jesús, la “hora” ardientemente deseada, cuidadosamente
preparada, frecuentemente anunciada (ver 12,27-28). Es la “hora” en que
manifiesta su amor infinito entregándose a quien lo traiciona, en el don
supremo de su libertad.
Dos
aspectos se ponen de relieve:
-
Esta es la hora en que Jesús regresa a la casa del Padre: “había llegado la hora de pasar de
este mundo al Padre”. Él conoce el camino y la meta.
-
Esta es la hora en la que Jesús da la máxima prueba de su amor: “los
amó hasta el extremo”.
Juan
señala que el amor de Jesús viene de Dios y es, por lo tanto, un amor gratuito
y total. La cruz de Jesús será la manifestación
de este amor divino, afecto supremo que ama hasta las últimas consecuencias,
hasta el extremo de sus fuerzas.
El
marco es el de la Pascua
hebrea: “Antes de la fiesta de la
Pascua ”. En ella el pueblo de Israel celebra con
gratitud los beneficios de Dios, quien lo liberó de la esclavitud y lo hizo su
pueblo. Jesús lleva a su cumplimiento
esta liberación, arrancando al hombre de la esclavitud del pecado y de la
muerte y dándole la comunión plena con Dios.
El
gesto simbólico del lavatorio de los pies muestra la significación de la
entrega de su vida y el valor ejemplar que ésta tiene para todo discípulo.
El
episodio del lavatorio de los pies es un “signo” que revela un misterio mucho
más grande que lo que una primera lectura inmediata puede sugerir.
El
gesto contiene una catequesis bautismal y al mismo tiempo una enseñanza sobre
la humildad, una ilustración eficaz del mandamiento del amor fraterno a la
manera de Jesús: el amor que acepta morir para ser fecundo.
“Durante
la cena”
(13,2ª). En la cena, donde el vivir en comunión encuentra su mejor expresión,
pesa la sombra de la traición que rompe la amistad. Pero mientras el traidor se
mueve orientado por el diablo (13,2b), Jesús lo hace dejándose determinar por
Dios (13,3). Lo que Jesús ha hecho y va a hacer proviene de su comunión con
Dios. Ahí radica la libertad que hará que la muerte que le aguarda sea
realmente un don de amor por los suyos y por los hijos de Dios dispersos.
“El
Padre le había puesto todo en sus manos” (13,3ª). El amor del pastor
(10,28-29) protegerá los discípulos de un mundo que quisiera poder arrancarlos
de la comunión de vida con su Maestro. Y
aunque ellos lo traicionen, Jesús reforzará los vínculos con ellos y les
ofrecerá un perdón pleno. Por lo tanto,
lavar los pies constituye una promesa de aquel perdón que el Crucificado le
ofrecerá a los discípulos en la tarde del día de la resurrección (ver Jn
20,19ss).
“Y se
puso a lavar los pies de los discípulos”. Notemos en el v.4 los movimientos
de Jesús. Para demostrar su amor: (a) se levanta de la mesa, (b) se quita los
vestidos (el manto), (c) se amarra una toalla alrededor de la cintura, (d) echa
agua en un recipiente, (e) le lava los pies a los discípulos y (f) se los seca
con la toalla que lleva en la cintura.
El
lavatorio de los pies está enmarcado por el “quitarse” (13,4) y “volver a
ponerse” los vestidos (13,12). Este movimiento nos reenvía al gesto del Buen
Pastor de las ovejas, quien se despoja de su propia vida para dársela a sus
ovejas. De hecho, se puede notar que los
verbos que se usan en el texto son los
mismos verbos que se utilizan en el capítulo del Buen Pastor, cuando se dice
que “ofrece
su propia vida” y “la retoma” (ver Jn 10,18).
El
despojo del manto y del amarrarse la toalla son, por lo tanto, una evocación
del misterio de la
Pasión y de la
Resurrección , que el lavatorio de los pies hace presente de
manera simbólica. Jesús se comporta como
un servidor (a la manera de un esclavo) de la mesa ya que su muerte es
precisamente eso: un acto de servicio por la humanidad.
Así
llegamos a entender que el lavatorio de los pies sustituye el de la institución
de la Eucaristía
precisamente porque explica precisamente lo que sucede en el Calvario. En el lavatorio de los pies contemplamos la
manifestación del Amor Trinitario en Jesús que se humilla, que se pone al
alcance y a disposición de todo hombre, revelándonos así que Dios es humilde y
manifiesta su omnipotencia y su suprema libertad en la aparente debilidad.
La
reacción de Pedro no tarda. En el
evangelio de Juan, Pedro representa al discípulo que tiene dificultad para
entender la lógica de amor de su Maestro y para dejarse conducir con docilidad
por la voluntad de su Señor.
Pedro
no puede aceptar la humildad de su Maestro: se trata de un acto de servicio
que, según él, no está a la altura de la dignidad de su Maestro (13,6). En la
cultura antigua los pies representan el extremo de la impureza, por eso lavar
los pies era una acción que solo podían realizar los esclavos. Pedro se escandaliza de lo que Jesús está
haciendo y dicho escándalo pone en evidencia la distancia entre su modo de ver
las cosas y el modo como Jesús las ve.
Jesús
entonces le explica a Pedro que él ahora no puede comprender lo que está
haciendo por él, pero en sus palabras le hace una promesa: “¡Lo
comprenderás más tarde!” (13,7).
A la luz de la Pascua
no se escandalizará más por todo lo que el Señor hizo por él y por los otros
discípulos. Más bien, aquel gesto
constituirá un comentario brillante al misterio de amor “purificador” de la
Pasión : amor que los hace capaces de amor en la perfecta unión
con Dios (13,8-11). De esta forma se podrá tomar parte en su propio destino.
Los
vv. 12 a
15 hacen la aplicación del lavatorio de los pies a la vida de los discípulos,
para sugerir el estilo de la comunidad de los verdaderos discípulos: cómo
debemos comportarnos los unos con los otros (ver 13,12).
Precisamente
aquél que es el “Señor y el Maestro” (13,13) se ha hecho siervo por nosotros y
por tanto la comunidad de los discípulos está llamada a continuar esta praxis
de humillación en los servicios –a veces despreciables a los ojos del mundo-
para dar vida en abundancia a los humillados de la tierra.
Este
estilo de vida estará marcado por la reciprocidad, irá siempre en doble
dirección, ya que se trata de estar disponibles para hacerse siervos de los
hermanos por amor, pero también para saber acoger con sencillez, gratitud y
alegría los servicios que otros hacen por nosotros.
Juan
subraya que tal servicio será un “lavarse los pies unos a otros”
(13,14); en otras palabras consistirá en aceptar los límites, los defectos, las
ofensas del hermano y al mismo tiempo que se reconocen los propios límites y
las ofensas a los hermanos.
Para nuestra vida.
La primera lectura nos sitúa en los orígenes de la
liberación en la primera Pascua o Pascua judía. De esa Pascua nosotros también
somos herederos. Pascua
significa paso, pasar de largo, saltarse... Siempre, en adelante, se celebrará
la pascua, año tras año, y cuando los hebreos, israelitas y judíos sean un
pueblo asentado en su propia tierra, la que Dios les había prometido, acudirán
a Jerusalén a celebrar la pascua y las familias se reunirán a comer el cordero
y el pan ácimo. De esa primera Pascua nace un Pueblo liberado de la esclavitud.
Nosotros celebramos una Pascua de liberación del pecado y la muerte que no
hubiera sido posibles sin esta primera Pascua del pueblo elegido, al que pertenecía
Jesús.
El salmo responsorial nos sitúa ante la actitud de
acción de gracias Al igual que
el salmista, nosotros nos hacemos la pregunta de ¿cómo dar gracias a Dios?, cuando
Dios nos ayuda en alguna dificultad o sencillamente darles gracias por todo lo que
nos ofrece cada día en nuestro peregrinar terrenal.
La segunda lectura es una clara invitación a
revisar nuestras eucaristías.
Ante las
divisiones y escándalos morales surgidos en la comunidad de Corinto, Pablo,
poco después de transcurridos 20 años desde la muerte de Jesús, apela a la
celebración central del cristianismo: la Eucaristía.
"Haced
esto en memoria mía" es una expresión que nos acerca al memorial de que
nos habla la primera lectura. El recuerdo de la última cena es sobre todo
actualización del carácter salvífico de la entrega de Jesús en el pan y el
vino.
"Hasta
que vuelva" nos recuerda que la actitud del cristiano en la Eucaristía es
esencialmente itinerante, supone saberse en camino, como israelita con bastón y
sandalias la noche de la Pascua.
Del evangelio de hoy nos viene un enriquecedor
mensaje. Quisiéramos
postrarnos ante Él, él es nuestro Maestro y Señor y ha sido él quien se ha
postrado ante nosotros. Ya lo dijo Carlos de Foucauld:
“Jesús ocupó el último lugar y nadie podrá arrebatárselo”.
Abundan los
verbos: se levanta de
la cena, se quita el manto y, tomando una toalla se la ciñe; luego echa agua en
la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la
toalla que se había ceñido.
Dios más que
amor , es amar. Dios no es un sustantivo estático que podemos retenerlo,
atraparlo, sino que es acción, que es dinamismo, del que todo viene al que todo
vuelve “En él somos, nos movemos y existimos”.
Para
percibir que Dios es amar, hemos de dejar que él se muestre donde nosotros no
sabemos ver. El lugar del siervo es el lugar del rey.
La donación sustituye a la dominación. El gesto de Jesús implica la
reciprocidad, el dar y el recibir, el amar y dejarse amar.
No es fácil
admitir esto. Tampoco Pedro lo pudo.
No es fácil
abrirse que lo máximo pasa por lo mínimo, por lo ínfimo, por lo pequeño.
“felices
vosotros si hacéis lo mismo”
Es difícil lo
que hoy nos muestra la palabra: es ponerse ante la libertad de servir
renunciando a los propios derechos. El cambio es que todo es recibido.
Sólo
perdiéndonos podremos encontrarnos en una manera de ser y de vivir que nos hace
uno en Dios, que os revela a El en nosotros.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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