Las lecturas de
este tercer domingo del TO. nos invitan a cuidar y a valorar la importancia que
tiene la Palabra de Dios para nuestra vida y para nuestra fe. Cada una de las
lecturas es un ejemplo de esto. Me vienen a la memoria las palabras de San
Jerónimo, que decía que “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”, ya
que Jesús es la PALABRA con mayúsculas que Dios nos ha dirigido a todos
nosotros. Él es la Palabra de Dios hecha carne, hecha vida. Cada vez que nos
acercamos a la Palabra, nos acercamos a Jesús, para conocerle mejor, amarle más
y seguirle más de cerca.
Esdras concluye la proclamación de la Ley
con una alabanza al Señor, y todo el pueblo responde con una aclamación y un
asentimiento a la voluntad del Señor, alzando las manos y diciendo amén, amén.
Es la renovación de la Alianza: Dios da su palabra y el pueblo se compromete a
cumplirla. Su futuro depende de que así sea. Esdras y Nehemías animan al pueblo
para que no se aflija y se alegre en el Señor. Porque el Señor es la fortaleza
de Israel. La palabra proclamada ante el pueblo y aceptada por el pueblo,
comentada después e interiorizada por cada uno, lleva a la responsabilidad y a
la conversión de todos. Los que han participado de una misma palabra, tomarán
parte también en un mismo banquete para celebra la fiesta de la reconciliación.
Nadie debe quedar al margen de esta fiesta, y menos aquellos que no tienen nada
que llevarse a la boca, los pobres de Yahvé. La reconciliación con Dios y la
aceptación de su voluntad implica necesariamente la reconciliación entre los
hombres y la acogida a los pobres a los que ama el Señor.
"Esdras pronunció la bendición del Señor
Dios grande, y el pueblo entero, alzando las manos respondió: Amén, amén. . .
“(Ne 8, 6).
Amén, amén. Palabra hebrea que ha perdurado a través de muchos siglos. Palabra
litúrgica que encierra la síntesis de una auténtica espiritualidad: deseo
ardiente de querer lo que Dios quiere, de someterse sin condiciones a los
planes del Padre de los cielos... Amén, que así sea, como tú quieres, como tú
lo dispones. Sea lo que sea, Señor, amén, amén. El pueblo entero se echó a
llorar. Entonces el profeta les dice: No estéis tristes, pues el gozo en el
Señor es nuestra fortaleza".
. Las palabras del
salmo 18, son un buen resumen del mensaje que nos trasmiten las lecturas de
este domingo . Su contenido es algo que debemos tener en cuenta nosotros en
nuestra vida habitual cristiana. . El salmista reconoce al Señor como su
redentor y le pide que llegue hasta él el meditar de su corazón. Se nos dice en
este salmo que la palabra de Dios, la ley del Señor, es descanso del alma,
instruye al ignorante, alegra el corazón, da luz a los ojos, es verdadera y
eternamente estable.
Leemos en el Sal 18 como el orden de la naturaleza y el orden de la
ley se sintetizan en este himno de alabanza a Dios. La enumeración de seis
sinónimos para designar la ley del Señor expresa la totalidad y no busca
diferenciación. (Ley, precepto, mandato, norma, voluntad, mandamiento). Está
presentado como auténtico valor en sí, por su estabilidad, por sus efectos en
el alma: descanso, instrucción, alegría, limpieza, luz, estabilidad, verdad,
más preciosos que el oro y más dulces que la miel. Por ser dicha ley revelación
de la voluntad divina, no oprime al hombre, y el salmista puede experimentarla
así, como descanso, luz y alegría.
La pluralidad de
miembros en la Iglesia es la pluralidad de miembros incorporados a Cristo. La
Iglesia sólo es cuerpo en la medida que es cuerpo de Cristo. De él recibe la
Iglesia su unidad y su pluralidad. Porque él es el principio rector y
organizador, la plenitud de la que participan todos los miembros, cada uno
según su carisma. Por lo tanto, la unidad de la Iglesia no es el resultado de
un convenio entre sus miembros, sino más bien la consecuencia de la
incorporación de estos miembros a Cristo y por Cristo. De ahí se sigue el
imperativo ético de permanecer unidos cuantos se confiesan cristianos. Si todos
los cristianos son miembros de un mismo cuerpo, esto significa: que en la
Iglesia no hay miembros pasivos, que en la Iglesia cada uno tiene su función y
su carisma; que todos son solidarios y nadie puede ser cristiano
individualmente; que las diferencias que nos separan en el mundo quedan
superadas en Cristo.
Al
comienzo de su evangelio, nos dice san Lucas que muchos emprendieron la tarea
de relatar cuanto había sucedido entre ellos. A pesar de existir esos relatos
-se refiere sobre todo a los evangelios de Mateo y de Marcos-, él también
escribe sobre la vida y enseñanza del Señor. Para esto, nos dice el
Evangelista, se ha preocupado de comprobarlo todo exactamente y desde el
principio. Así quiere contribuir a que los creyentes conozcan la solidez de la
doctrina que han recibido.
Después de este preámbulo, san Lucas narra que Jesús volvió a su pueblo, Nazaret. Jesús inicia su
ministerio público en la sinagoga de Nazaret. Poco antes había recibido el
bautismo de Juan en el Jordán. Relata San Lucas que en aquella ocasión «se
abrió el cielo, y bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal, como una
paloma» (Lc 3,21-22). Se trataba de un signo visible
que señalaba a Jesús como el Ungido por Dios con el Espíritu divino,
realizándose en Él de modo visible la antigua profecía de Isaías: «El Espíritu
del Señor sobre mí, porque me ha ungido» (Is 61,1).
De esta manera Jesús es presentado al pueblo de Israel como el Mesías -que
significa Ungido- prometido por Dios desde antiguo, aquél «que Dios enviaría
para instaurar definitivamente su Reino.» Enseñaba en la sinagoga y
aquel día abrió el libro e hizo la lectura del profeta Isaías. Todos tenían los
ojos fijos en él. Jesús leyó la antigua profecía de
Isaías que decía: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres…». Terminada la lectura,
explicó la lectura de un modo absolutamente inesperado a la asamblea que lo
escuchaba con gran atención y curiosidad, 'el dijo: "Hoy se cumplen estas
profecías que acabais de escuchar". “Hoy”, en Él se
cumplía verdaderamente aquella antigua profecía. Jesús no vino a leer la Biblia.
Vino a cumplirla.
Él se presenta
ante sus oyentes como el Mesías prometido por Dios para la salvación de su
Pueblo, el Ungido con el Espíritu divino, el enviado por Dios a anunciar la
Buena Nueva de la Reconciliación a la humanidad sumida en la esclavitud, la
pobreza, el mal, la enfermedad y la muerte.
Jesús ha sido ungido y enviado para proclamar la Buena Noticia -que esto
significa evangelio-, a todos los hombres, en especial a los más humildes y
desgraciados. Unción y misión, dos aspectos de la persona de Cristo, que se
repiten en aquellos que le siguen y son bautizados; en especial en quienes
reciben el sacramento del Orden. Con la unción se sacraliza a la persona y se
le encomienda la tarea sagrada de testimoniar sobre la doctrina salvadora del
evangelio. Con la misión se le envía para que se vaya por doquier proclamando
con la palabra y el ejemplo, cuanto nuestro Señor Jesucristo ha dicho y ha
hecho. Seamos consecuentes con esta realidad y hagámonos voceros incansables de
la única y auténtica Buena Noticia.
Para nuestra vida.
El pasaje del libro de Nehemías que hemos escuchado en la primera lectura,
relata un momento muy significativo de la historia del pueblo de Israel, dentro de todas las etapas en las
que Dios se va revelando gradualmente. Es la vuelta del destierro. El pueblo,
contrito y humillado por la desoladora experiencia que ha vivido en Babilonia,
está recuperando su libertad; lo que fue demolido en Jerusalén se está
reconstruyendo; Dios no les había abandonado y hay lugar para la esperanza. La
asamblea que se congrega en torno al libro de la Ley, de la Palabra de Dios,
manifiesta el reconocimiento de que Dios está en medio de su pueblo y sigue
ratificando su Alianza. Dios los ha traído de nuevo a su tierra, la tierra que
Dios les había dado, y les ha recordado que son el pueblo del Señor. Por eso no
hay lugar para el duelo y el llanto. El pueblo, al escuchar la Palabra, se
conmueve, adora a Dios, y con su “amén, amén” manifiesta su disposición de
vivir conforme a la Ley, que manifiesta la voluntad del Señor.
Este pasaje nos enseña a nosotros las
actitudes interiores con las que debemos acoger la Palabra de Dios: alegría,
gozo, reconocimiento, disponibilidad, fidelidad…
La segunda lectura, vemos que esa Palabra es creadora de unidad, de
eclesialidad, por la fuerza que tiene, por el Espíritu de Dios que está en ella. “Todos… hemos sido bautizados en
un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo”. “Vosotros sois el cuerpo de
Cristo, dice San Pablo, y cada uno es un miembro. Y Dios os ha distribuido en
la Iglesia”. El Espíritu convierte esa Palabra en una Palabra viva que, a pesar
de los años, sigue siendo actual y da respuesta a nuestras necesidades vitales
más profundas. Es Dios mismo el que nos habla a través de esa Palabra, de su
Palabra. Es una Palabra personalizada. Hay que escucharla con atención. No se
puede proclamar de cualquier manera. Tampoco se puede permanecer indiferente
ante ella. Después de cada celebración deberíamos preguntarnos: ¿Qué me ha
dicho hoy a mí la Palabra de Dios que acabo de escuchar? ¿Me ha ayudado a
sentirme más unido a mis hermanos, más unido a la Iglesia?
En el
evangelio, en la primera parte que hemos leído hoy, Lucas nos explica su
intención al escribirlo: “para que conozcas la solidez de las enseñanzas que
has recibido”. La Iglesia ha reconocido desde siempre el gran valor que tienen
los evangelios, y toda la Palabra de Dios, para fortalecer nuestra fe. Para un
cristiano que quiera crecer en la fe, ha de ser imprescindible la lectura
habitual, frecuente, y yo diría que diaria, de la Palabra de Dios. Para Jesús,
esa Palabra es muy importante.
También hoy contemplamos a Jesús que entra
en la Sinagoga de Nazaret, “donde se había criado”. Todos los sábados solía
asistir a la celebración. Ese sábado le toca hacer la lectura. Se pone en pie y
lee al profeta Isaías. Y convierte esas palabras en su programa de vida:
anunciar, con la fuerza del Espíritu, la Buena Noticia de Dios a los pobres, a
los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos, en definitiva, a todos aquellos
que estén dispuestos a acogerla en su corazón y cambiar de vida. El hoy pronunciado
por Jesús, debe cumplirse como Buena Noticia en nuestra vida cristiana. Un hoy
que hace referencia a la actualidad, a nuestra situación personal y
comunitaria: "hoy se cumple esta Escritura", debiera resonar
insistentemente en nuestra vida.
El compromiso que surge de la escucha de la palabra de hoy, es que
dediquemos más tiempo a leer y escuchar la Palabra de Dios, en casa, en la parroquia, en un
grupo… donde sea, pero aprovechar cualquier momento para profundizar en esta
Palabra que es una Palabra de Vida y que nos guía y nos orienta en nuestra vida
de cada día. Es nuestro alimento . Lo necesitamos para seguir adelante y no
desfallecer en el camino, para seguir creciendo en nuestra fe y en nuestro
conocimiento de Jesús, que es la Palabra de Dios hecha vida.
No olvidemos que la
palabra de Dios sólo es eficaz para nosotros cuando se hace vida en nosotros,
cuando en la palabra de Dios vemos y sentimos el Espíritu de Dios que quiere
encarnarse en nosotros, como se encarnó en Jesús de Nazaret y como, muchos
siglos antes, se hizo vida en el pueblo de Israel en tiempos del sacerdote
Esdras y del gobernador Nehemías. Pidamos nosotros al Señor hoy que sus palabras,
la palabra de Dios, sea para nosotros siempre espíritu y vida y que hagamos de
la palabra de Dios el meditar de nuestro corazón, la vida que nos alimente, la
luz que nos guíe y la paz que dé descanso a nuestra alma.
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