Comentarios a las lecturas del IV Domingo de Adviento 20 de diciembre de 2015.
El cuarto Domingo de Adviento es
sumamente mariano. Por encima del profeta
Isaías, Juan Bautista y José, es María el personaje fundamental del Adviento.
Ella es quien esperó como nadie supo esperar la venida del Mesías, pues le
llevó en su seno. Ella señala, en la historia de la salvación, el paso de la
profecía mesiánica a la realidad evangélica, de la esperanza a la presencia
real del Verbo encarnado.
. "Practica la justicia. Deja tu huella", es el lema de la
Campaña de Navidad de Cáritas 2015.Esta Navidad
abramos los ojos como María para mirar a nuestro alrededor, pero no de
cualquier forma, si no con perspectiva y conciencia, miremos nuestra propia
realidad y la de los demás para dejarnos transformar por ella y actuar en
consecuencia. El Papa ha llamado la atención sobre la triste realidad de los
descartados de nuestro mundo. Muchas personas no tienen medios para vivir
dignamente Es una invitación a poner la mirada en el hecho de que practicar la
justicia, velar y hacer posibles los derechos fundamentales de todas las
personas es imprescindible para erradicar la pobreza en el mundo.
La primera lectura tomada del Profeta
Miqueas (Miq. 5, 1-4a)
nos habla de Belén como el lugar destinado al nacimiento del Mesías. Y
"Esto dice el Señor: Pero tú
Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de
ti saldrá el jefe de Israel" (Mi 5, 1).
Belén, la ciudad de David. Belén de Judá: la ciudad señalada con el dedo de
Dios. Perdida en la historia de los patriarcas y renacida luego por ser cuna
del rey David, el de palabras encendidas y de nobles sentimientos. El profeta
Miqueas contempla extasiado cómo en este pueblo, cuyo nombre significa
"Casa del pan", nacerá el Mesías.
Esta profecía estará muy presente en
la historia de Israel, que esperaba su liberación por medio de ese personaje biblico. En tiempos de Jesús la figura del Mesías estaba
vista como un jefe político dotado de fuerza sobrehumana que libraría al pueblo
judío de su esclavitud. Pero la sabiduría de Dios preveía una libertad no
temporal, sino espiritual y eterna. El Mesías que llegó venía a salvar almas y
buscar la Gloria futura de los cuerpos. Y para nada pretendía sustituir un
imperio por otro.
El Salmo responsorial de hoy es el 79 : (Sal 79,
2ac y 3b. 15-16. 18-19) expresa un deseo ardiente : "Oh Dios, restáuranos,
que brille tu rostro y nos salve". Por el pecado
original con el que nacemos, nacemos como vasijas rotas, inclinadas al pecado,
con múltiples ranuras y debilidades.
Debemos pedirle a Dios todos los días
que nos restaure, es decir, que llene con su gracia las debilidades físicas y
morales con las que ya venimos a este mundo. Pedirle a Dios que muestre su
poder y que venga a salvarnos. Es esta
una buena petición para este tiempo último de Adviento, ya en vísperas
de la Navidad.
La segunda lectura
tomada de la Carta a los Hebreos (Hb 10, 5-10) presenta la
misión del Mesías Es necesario que
nosotros reflexionemos sobre dicha misión. Jesús es ofrenda permanente al
Padre, desde el comienzo de su vida en la tierra y en la –también—consecución
de su trabajo de Redentor: es un servicio al Padre como rey, profeta y
sacerdote.
fragmento se inscribe dentro de
la sección de 10,1-18. En 5,9-10 el autor de Hebreos había anunciado tres
temas: que Jesús es sacerdote según el orden de Melquisedec,
que es sacerdote perfecto y que es causa de eterna salvación para los hombres.
En los cc 7-9 ha desarrollado los dos primeros temas.
Ahora se centra en el tercero.
El autor pone en labios de
Jesús, apenas nacido, las palabras del Sal/040/07-9.
En el contexto original se trata de un salmo en el que un hombre justo, después
de haber experimentado en su vida la salvación de Dios, le da gracias y promete
cumplir su voluntad en vez de ofrecerle sacrificios de animales y holocaustos.
Pero en la boca de Jesús estas palabras son como el "introito" del
sacrificio de su vida que ha de culminar en la cruz. Jesús entra en el mundo
bajo el signo de la obediencia al Padre y permanece bajo este signo hasta que
todo haya sido cumplido según la voluntad del Padre.
Concisamente explica el autor
el sentido de su cita: los sacrificios del A.T. no agradan a Dios y son
abolidos definitivamente; en su lugar, Jesús establece el único sacrificio que
agrada a Dios y que consiste en cumplir su voluntad.
Participar en el sacrificio de
Cristo es siempre y radicalmente cumplir, como él, la voluntad de Dios.
Si Jesús se ha ofrecido de una
vez por todas, pues se ha ofrecido sin reservas al Padre, ya no tiene por qué
repetir su sacrificio.
Cuando Cristo
entró en el mundo dijo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas… Entonces yo
dije lo que está escrito en el libro: aquí estoy, oh Dios, para hacer tu
voluntad”.
Y si él se ha ofrecido por
todos los hombres, podemos confiar que por su sangre todos hemos sido salvados.
El
evangelio es un texto de San Lucas (Lc. 1, 39-45).
El evangelio de hoy nos sumerge de
lleno en el gran acontecimiento de todos los tiempos: la Navidad. "En aquellos días, María
se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá..." (Lc 1, 39). El Evangelio dice con bastante
imprecisión: "En aquellos días", sin permitirnos decir cuánto tiempo
transcurrió entre el anuncio del ángel y el viaje de María. Por otro lado, el
Evangelio precisa el tiempo que María estuvo con Isabel fuera de su casa:
"María permaneció con ella (Isabel) unos tres meses, y se volvió a su casa
(Lc 1,56). La intención del evangelista es hacer
comprender que María se quedó con Isabel hasta después del nacimiento de su
hijo Juan. Es claro que María volvió a su casa cuando ella misma tenía más de
tres meses de embarazo.
Centrándonos en el texto vemos que ya había comenzado la historia del amor divino, en el misterio de la Encarnación. En efecto, en las entrañas
de María, había comenzado a latir un
germen de vida que un día llegaría a ser el Mesías. Como todo hombre que
comienza su gestación en el seno materno, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre,
había iniciado su historia en el tiempo. Otro hombre también lo hacía en el
seno de otra mujer, Isabel, la mujer de
Zacarías.
Lucas
acentúa la prontitud de María en servir, en ser sierva. El
ángel habla del embarazo de Isabel e, inmediatamente María se dirige de prisa a
su casa para ayudarla. De Nazaret hasta la casa de Isabel hay una distancia de
más de 100 Km., cuatro días de viaje, en las condiciones de aquel tiempo. María
empieza a servir y a cumplir su misión a favor del pueblo de Dios.
Isabel representa el Antiguo Testamento que estaba terminando. María
representa el Nuevo que está empezando. El Antiguo Testamento acoge el Nuevo
con gratitud y confianza, reconociendo en ello el don gratuito de Dios que
viene a realizar y a completar la expectativa de la gente. En el encuentro de
las dos mujeres se manifiesta el don del Espíritu. La criatura salta de alegría
en el seno de Isabel. Esta es la lectura de fe que Isabel hace de las cosas de
la vida.
Isabel dice a María: “¡Bendita eres tú entre todas las
mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!” Hasta hoy, estas
palabras forman parte de la oración más
conocida y más rezada en el mundo entero, que es el "Dios te salve María".
¡Bendita Tú entre las
mujeres! Fue el grito espontáneo de Isabel a María.
"¡Dichosa por haber creído que de cualquier manera
se cumplirán las promesas del Señor!”. Es el elogio de Isabel a María y lo que recuerda Lucas a las
comunidades: creer en la Palabra de Dios, pues la Palabra de Dios tiene la
fuerza para realizar todo aquello que nos dice. Es Palabra creadora. Engendra
vida en el seno de la virgen, en el seno de la gente pobre que la acoge con fe.
El encuentro de María con Isabel no ha quedado sólo en Ein Karem. Hoy, aquí y ahora,
María se encuentra con nosotros para ayudarnos a descubrir el tesoro de la fe
que, por lo que sea, puede estar oscurecido o demasiado escondido.
Para nuestra vida.
En las lecturas de este cuarto domingo
de Adviento, vemos que ni Belén de Éfrata fue grande por el simple hecho de ser pequeña, sino
porque de ella salió el Mesías; ni Isabel y María fueron grandes por ser
económica o socialmente pobres, sino por poner su vida enteramente al servicio
del Señor; ni Cristo fue grande por ofrecer a Yahvé grandes sacrificios y
holocaustos, sino por ofrecer el sacrificio de su voluntad del Padre. Son
lecturas que nos llaman a la humildad.
Llegamos al final del Adviento. Hoy,
ahora, hemos completado la iluminación del altar con la cuarta vela de nuestra
corona. Y surge la reflexión de que es --¿qué está siendo?-- el Adviento para
nosotros. Es conveniente centrar nuestro
interés en ver la perfecta secuencia todo el camino litúrgico de la llegada de
Jesús. Los textos de este cuarto domingo de Adviento son muy significativos. La
profecía de Miqueas sobre Belén ya centra el lugar del nacimiento del Señor. El
Salmo habla de que el Señor nos mire y nos salve. Y es que quedan pocas
jornadas para el gran acontecimiento de la Navidad y debemos estar preparados.
Hemos esperado la llegada del Niño y eso es el Adviento.
Aclamación confiada en el salmo. Con
la esperanza de que el Señor venga pronto a restaurar nuestras debilidades y
pecados, preparamos, alegres, para el día de la Navidad.
Dios ha consumado su salvación. Como
se nos dice y se nos repite varias veces en el fragmento de la carta a los
Hebreos, Cristo ofreció de una vez para siempre un sacrificio al Padre, el
sacrificio de su propia vida. Ese era el sacrificio que Dios, su Padre, le
pedía y con ese sacrificio único del Hijo, el Padre nos libró a todos nosotros
de nuestros pecados. El mayor sacrificio que podemos hacer nosotros en nuestra
propia vida cristiana es cumplir la voluntad de Dios, nuestro Padre. Si
asociamos nuestro sacrificio con el sacrificio de Cristo, nuestro sacrificio
tendrá un valor redentor. Eso es lo que hacemos de una manera sacramental y
única en el sacrificio de la misa y eso es lo que debemos hacer siempre cuando
ofrecemos a Dios algún sacrificio determinado: unir nuestro sacrificio al
sacrificio de Cristo.
Hoy la escena del evangelio es
entrañable. En el caso de María, la emoción y la ternura de la madre que espera
ilusionada a su querido hijo ha sido sacralizada, por decirlo así, en la
devoción popular que la Iglesia ratificó con su liturgia. En efecto, los días
que preceden a la Navidad son los días de la Virgen de la O. ¡Oh!, exclamación
gozosa y llena de admiración ante la grandeza de ese Niño que va a nacer, y que
a partir del día diecisiete de diciembre, el oficio de Vísperas va repitiendo
en sus antífonas al "magníficat", al tiempo que aclama al Mesías como
Sabiduría divina, Dios y Jefe de la casa de Israel, Raíz de Jesé y llave de
David, Sol naciente y Rey de los pueblos, el Emmanuel prometido y deseado.
Isabel
embarazada reconoce la maternidad divina de María. La sensibilidad femenina ha
sido capaz de descubrir aquello que estaba oculto.
Señor,
queremos ser como Isabel para confiar en
tu Amor sabiendo que sólo desde la humildad,
se puede descubrir tus caminos, tus obras.
Colocándome en
la posición de María e Isabel: ¿soy capaz de percibir y experimentar la
presencia de Dios en las cosas sencillas y comunes de la vida de cada día?
El elogio de Isabel a María: “¡Has creído!” Su
marido tuvo problema en creer lo que el ángel le decía. ¿Y yo?.
Hoy, como entonces, María se ha puesto en camino. Y, en este
domingo IV de adviento, nos ayuda a alegrarnos por lo que está por venir; por
lo que está por pasar; por lo que, Ella, ha sabido guardar y hacer crecer en
las en los entresijos de Madre. Pero ¿cómo alegrar al mundo si, tal vez,
nosotros hemos perdido la alegría del acontecimiento por el Nacimiento del
Salvador? Recuperemos no sólo la cuna o el pesebre, recuperemos el contenido de
la Navidad.
Ojalá la contemplación de estos hechos que precedieron al
nacimiento de Jesús introduzca en nuestro corazón, bajo la acción del Espíritu
Santo, la misma humildad, la misma sencillez y la misma fe inquebrantable de
María. También nosotros, movidos por el Espíritu Santo como Isabel, digámosle
"bienaventurada", para que se cumpla su oráculo: "Todas las
generaciones me llamarán 'bienaventurada', porque el Poderoso ha hecho cosas
grandes por mí" (Lc 1,48-49).
Viene el Señor, y aunque por lo inesperado que resultó su
visita ante una realidad que le aguardaba victorioso y potente, ojala nos
sintamos privilegiados para vivir, sentir y celebrar la Navidad como el mejor
regalo de Dios a la humanidad.
En este Año de la Misericordia, María, sale a nuestro
encuentro para que, salgamos de nuestros egoísmos particulares y ofrezcamos
nuestro esfuerzo y nuestra ayuda para que, este mundo nuestro, sea un poco más
hermano, más pacífico y menos sufriente. ¿Acaso lo tuvo fácil María? ¿E Isabel?
Vivamos estos días con este gozo, con esta alegría
interior, con esto que también Isabel le dice a la Virgen,”Feliz de Ti por haber creído que se cumplirá”, también nosotros creamos profundamente en este
Dios que viene a cumplir sus promesas en nuestra historia personal.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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