Comentarios a las Lecturas
del II Domingo de Adviento 6 de diciembre de 2015
Desde
la primera lectura (Ba 5, 1-9), resuenan las palabras del profeta Baruc "Jerusalén,
despójate de tu vestido de luto y aflicción… Dios te dará un nombre para
siempre: “Paz en la justicia” y “Gloria en la piedad”. El libro del
profeta Baruc está escrito en tiempos del exilio y postexilio
y trata de animar a su pueblo a confiar en Dios, en tiempos difíciles. Les dice
que Dios convertirá a Jerusalén en “paz
e la justicia” y “gloria en la
piedad”.
El
profeta Baruc dirige su palabra a una ciudad, Jerusalén, que sufre la opresión
de sus vecinos. Ahora es todavía una realidad humilde y sin brillo, pero está
destinada a ser la lumbrera de todas las naciones. El profeta invita a
Jerusalén a despojarse del duelo
y a vestirse como una mujer que se engalana
para una fiesta. La ciudad devastada y desposeída de sus hijos, que fueron
llevados al cautiverio de Babilonia; la ciudad desconsolada como una viuda, sin
hijos y sin esposo que la cuide, puede y debe alegrarse ahora como una novia y
como una madre feliz que espera el pronto retorno de sus hijos. Yavé, su esposo, le ha preparado como vestido el
"manto de su justicia" y como diadema "la gloria perpetua".
Anticipando el momento glorioso, el profeta invita a la ciudad a ponerse de pie
y a subir al monte, sobreponiéndose a sí misma con la esperanza. Se acabó la
diáspora, porque Dios se acuerda de Jerusalén y le han devuelto sus hijos. La
Jerusalén prometida por Dios no es la que los judíos han empezado a reconstruir
después del destierro, sino la Jerusalén del fin de los tiempos. Dios le dará
un nuevo nombre: "paz en la justicia". Tres veces se repite en el
capítulo 5 de Baruc la palabra "justicia". Es la justicia de Dios, basada en la misericordia y conducente
a la paz. Este es nuestro sueño también para nuestro mundo, sueño que queremos
hacer realidad.
El
Salmo de hoy (Sal 125), nos invita a reconocer la obra del Señor en
nosotros y expresar nuestra alegría. "El Señor
ha estado grande con nosotros y estamos alegres" (Sal 125, 3).
Hagamos nuestros estos sentimientos de gozo que el salmo nos sugiere. Ahora,
durante el Adviento, el motivo de esa alegría profunda y serena ha de ser el
recuerdo de que Jesús vino a salvarnos, a colmar con su venida los anhelos de
cuantos a lo largo de los siglos le esperaban con ansiedad. Avivemos, por
tanto, una vez más la esperanza, tengamos la certeza de que el Señor vendrá a
salvarnos también a nosotros. Así podremos cantar como aquellos israelitas:
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos
llenaba de risas, la lengua de cantares...
"Los
que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares” (Sal 125, 5). El Adviento, estos cuatro domingos que
preceden a la Navidad, son también tiempo de contrición y de penitencia, de
arrepentimiento y conversión sincera hacia Dios. Y el primer paso de una
conversión auténtica es el arrepentimiento, es decir, el reconocimiento humilde
y pesaroso de nuestras propias faltas y pecados, reconocimiento que nos ha de
llevar al dolor de amor, a la compunción de un corazón contrito y humillado, a
las lágrimas por haber ofendido, nosotros, a este Jesús del alma, que nació en
una noche fría de Belén, y murió crucificado por nuestra salvación en una cruz.
La
segunda lectura tomada de la carta a los Filipenses (Flp.
1,4-6.8-11) nos
recuerda a un San Pablo encarcelado.
Y lo está sólo por confesar su fe en Cristo y proclamarla con fidelidad. No ha
sido una acusación de los romanos que entonces dominaban, sino una calumnia de
aquellos judíos que le acusaron de ir contra la ley de Moisés, y de alborotar
al pueblo. Mentiras semejantes a las que inventaron cuando dijeron que Jesús
iba contra el César, a pesar de que bien claro dejó el Señor que estaba al
margen de toda intriga contra el poder constituido.
Desde
su prisión Pablo escribe gozoso a los cristianos de Filipos
comunidad a la muestra un cariño especial: "Siempre rezo por todos
vosotros, lo hago con gran alegría". Y les dice que tiene confianza en
que el Señor llevará a buen término la obra que él comenzó con su predicación.
Eso es lo que le preocupa, eso lo que intenta. Por eso al saber que los
filipenses se mantienen firmes en la fe, su corazón de apóstol rebosa de júbilo
tal, que parece olvidarse de las cadenas que le sujetan al cepo en la prisión.
"Testigo me es Dios de cuánto os amo a todos
en las entrañas de Cristo Jesús" (Fl 1, 8)
Amor profundo y sincero de san Pablo por los cristianos que ha convertido con
su predicación. Amor grande y auténtico que brilla ante Dios y ante los
hombres. Amor semejante, por no decir idéntico, al de Cristo mismo. De hecho,
Pablo dirá que les ama en las entrañas de Cristo. Está tan unido al Señor que
su corazón se llena del mismo amor que late en el corazón de Jesús. Ojalá
sepamos también nosotros amar de la misma forma, ojalá lleguemos a una unión
tal con Dios, que la vida divina sea nuestra vida, sin dejar por eso de ser
nosotros mismos.
El
evangelio de San Lucas (Lc 3, 1-6) como
los otros evangelistas nos transcribe los hechos ocurridos con fidelidad, sin
faltar en lo más mínimo a la verdad. La historicidad de los Evangelios es una
doctrina que siempre ha sostenido la Iglesia, a pesar de los ataques que a lo
largo de los siglos se ha venido haciendo contra los textos sagrados. En el
pasaje de este domingo tenemos una prueba suficientemente clara de esa
preocupación por narrar los acontecimientos, tal como ocurrieron.
"En
el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato
gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea..." (Lc
3, 1)
Los
evangelistas exponen lo que ocurrió como testigos directos que sabían que era
verdad cuanto contaban. Y cuando el que narra los hechos sobre la vida de Jesús
no era un testigo presencial, como en el caso de san Lucas, trata de informarse
cuidadosamente indagando y preguntando a los que vivieron con el Señor. En
efecto, así nos lo dice con toda claridad el evangelista en el prólogo de su
evangelio. Y así lo vemos en este pasaje que contemplamos, en el que da una
serie de datos concernientes al tiempo preciso en que el Bautista comienza su
predicación.
Los
personajes que nombra, el emperador Tiberio, el gobernador de Judea Poncio
Pilato, los tetrarcas o virreyes Herodes Antipas,
Filipo o Felipe y Lisanias o Lisanio,
son todos personajes que existieron y que fueron coetáneos a Jesucristo. De
este modo, el hecho de la Redención se sitúa con exactitud en el tiempo,
haciéndonos entender la veracidad histórica del Evangelio.
También
el Bautista es un personaje que, lo mismo que los anteriores, está atestiguado
por otros autores ajenos al cristianismo. Así Flavio Josefo
nos refiere el ministerio del Precursor y la veneración de que fue objeto por
parte del pueblo judío de entonces. Un dato más que nos ha de confirmar y
fortalecer en nuestra fe acerca de cuanto nos narran los Evangelios.
Juan Bautista lo tenía muy claro:
nacemos pecadores, con tendencia original al pecado. Desde el momento mismo en
que nacemos peleamos a muerte por lo nuestro, sin importarnos lo de los demás;
los demás sólo son importantes para nosotros en la medida en que pueden
ayudarnos a nosotros mismos. Sí, así somos desde que nacemos y así seguiremos
siendo, si la educación y la vida no nos enseñan a corregir este egoísmo
innato. Necesitamos nacer de nuevo,
morir a lo antiguo, ser bautizados con un bautismo de conversión continua. A
eso nos anima este tiempo litúrgico del Adviento, a esto animaba a los judíos
el hijo de Zacarías, Juan Bautista. Estamos
llamados a sumergirnos en la misericordia
de Dios y enterrar nuestro pecado, para poder levantarnos salvos y con el
propósito de vivir en adelante como verdaderos hijos de Dios. Sin
reconocimiento de nuestros pecados y propósito de conversión continua no
podremos vivir este tiempo de gracia en la misericordia de Dios.
Para nuestra vida
Nuestro
mundo está lleno de violencia y guerra, miles de inocente mueren cada día a
consecuencia de la intolerancia y el fanatismo. Para que se obtenga la paz,
valor tan deseado, es necesario volver al orden natural querido por Dios
"que ha destinado los bienes de este mundo para todos". El Papa ha
dicho en su visita a África que para acabar con el terrorismo es necesaria la
educación para la tolerancia y acabar con la injusticia y la miseria que sufren
tantos jóvenes sin futuro. Mientras no seamos capaces de recrear el mundo
querido por Dios no será posible la paz. Es necesario que los poderosos se
despojen de su orgullo y los opulentos compartan su riqueza para que estalle la
paz en el mundo. Es decir, el primer objetivo es la justicia distributiva.
Antes que la caridad está la justicia, de lo contrario se trata más bien de
"caridades". Esto es un deseo para la humanidad, para los otros.
La conversión debe empezar a niveles
más sencillos, personales. la oración , la alegría deben impregnar nuestras vidas en este tiempo de Adviento, de
espera. Dice el Cardenal Robert Sarah : "La
oración es la fuente de nuestra alegría y de nuestra serenidad, porque nos une
a Dios, nuestra fuerza. Un hombre triste no es discípulo de Cristo. Quien
cuenta efusivamente con sus propias puertas se entristece cuando éstas
declinan. Por el contrario, el hombre que cree no puede estar triste, porque su
alegría propia de únicamente de Dios. Pero la alegría actual depende de la
Cruz. Cuando empezamos a olvidarnos de nosotros mismos por amor a Dios, le
encontramos a el, al menos oscuramente. Y, si Dios es
nuestra alegría, ésta es proporcional a nuestra admiración y a nuestra unión
con Él.
Jesús mismo nos invita a una vida
llena de generosidad, de entrega, pero también de alegría. (Robert Sarah, Dios
o nada, pgs. 245. Madrid 2015)
Nos
preocupa la crisis y es razonable. Mucha gente que conocemos ha perdido su
trabajo y algunos, incluso, han pasado de la opulencia a la pobreza en poco
menos de un par de años.
El
Adviento pide cambio, el Adviento provoca la meditación sobre los tiempos
pasados y la búsqueda de mejores formas de vivir. Y todo ello rodeado de
alegría, no de tristeza, ni de temor. Es urgente y necesario que desde el
principio del Adviento nos dejáramos contagiar por la alegría y el sentido del
cambio que nos trae este tiempo litúrgico, preparación para la Navidad. Puede
parecer muy obvio lo que digo, pero lo cierto es que, en estos tiempos
difíciles, podemos estar con el ánimo cerrado por todo lo malo que nos rodea y
por lo desconocido que queda por llegar. Seguimos viviendo en un tiempo de
crisis económica larga y grave, pero también es cierto que la dificultad en sí
nos trae la idea clara de que se aproxima un cambio. La sociedad parece que
quiere rectificar los errores que le han llevado a situaciones complicadas,
¿Queremos hacerlo nosotros en nuestra vida?.
El profeta Baruc, en la primera lectura, muestra
la vuelta de los desterrados a Jerusalén, narra la misericordia de Dios con su
pueblo oprimido
y, además, la fuerza de Dios ayudará a mejorar los caminos, a preparar la
ciudad a inundar de alegría todo el orbe después de unos tiempos malos. Desde
luego, la profecía de Baruc nos ayuda a mejorar nuestra percepción del
Adviento. Al final del mismo, con los caminos del cuerpo y del alma, mejorados
asistiremos gozosos a la llegada del Niño Dios a nuestra vida y a nuestras
ciudades.
“La justicia y la paz se besan”, dice el salmo. Ya
quisiéramos nosotros ahora para nuestra sociedad un poco más de verdadera
justicia y de verdadera paz. No nos referimos a una justicia meramente legal,
porque muchas veces algunas leyes son moralmente injustas, ni nos referimos a
cualquier clase de paz, porque hay paz de los cementerios y hay paz impuesta
por la fuerza bruta, en algunas dictaduras del mundo. Trabajemos nosotros para
que en nuestra sociedad actual exista una verdadera justicia, una justicia
moral y legal, y una verdadera paz, fruto de la verdadera concordia de los
ciudadanos. Y no olvidemos que sólo de una verdadera justicia puede brotar la
“gloria en la piedad “, la alegría como fruto de la justicia misericordiosa, de
una piedad verdadera.
San Pablo exhorta a los destinatarios de su carta
y hoy a nosotros: "Y
por esto os ruego que vuestra caridad crezca más y más en conocimiento y en
toda discreción, para que sepáis discernir lo mejor y seáis puros e
irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de santidad por
Jesucristo para gloria y alabanza de Dios...". Estas palabras constituyen todo un programa de vida. Palabras
que hemos de hacer realidad concreta cada día, sin desaliento, sin descanso, con
esfuerzo, con empeño continuo. Hacer de nuestra existencia ordinaria una
maravillosa sinfonía que cante gozosa la gloria de Dios.
El Evangelio
de Lucas que hoy se nos ha proclamado desea ser notario de esa presencia para
los de su época y para las generaciones venideras. Nos ha dicho,
que Juan predicaba un bautismo de conversión y que empleaba las palabras del
profeta Isaías para identificar su misión. “Una voz grita en el desierto…”. A nosotros, esas palabras, nos
invitan a un camino de conversión, de cambio. Vemos que algo ha terminado y
algo nuevo está por llegar y que hemos de estar preparados, con la mente
abierta y el corazón dispuesto.
¿Pero
sabremos abrir las puertas de nuestras murallas personales y comunitarias a la
alegría que nos ofrece Dios?
Como cristianos nuestra tarea es preparar los
caminos del Señor: "que los valles
se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo
escabroso se iguale". ¿Cuál nuestra colina? Quizá sea nuestro orgullo
y nuestra autosuficiencia. El gran pecado del hombre actual es prescindir de
Dios y creerse él mismo el todopoderoso. Pero podemos también vivir sin
valorarnos, con una falsa humildad y abatimiento. Por eso se nos dice que nos
levantemos y reconozcamos los dones que Dios nos ha dado para ponerlos a
disposición de los hermanos. A veces nos empeñamos en caminar por caminos
tortuosos o escabrosos. Dios quiere que eliminemos los baches y las curvas que
nos desvían de la senda verdadera. Prepara los caminos al Señor y le abre la
puerta quien con humildad reconoce que necesita del Señor y endereza sus pasos
torcidos, quien se convierte de su mala conducta, quien abandona el camino del
mal y de la mentira para recorrer el sendero del bien que conduce a la Vida.
Prepara los caminos al Señor quien se afana seriamente en quitar todo obstáculo
del camino, despojándose de todo lo que retarda o impide su llegada a nuestra mas profunda intimidad.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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