sábado, 5 de diciembre de 2015

Comentarios a las Lecturas del II Domingo de Adviento 6 de diciembre de 2015

Comentarios a las Lecturas del II Domingo de Adviento 6 de diciembre de 2015

Desde la primera lectura  (Ba 5, 1-9), resuenan las palabras del profeta Baruc "Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción… Dios te dará un nombre para siempre: “Paz en la justicia” y “Gloria en la piedad”. El libro del profeta Baruc está escrito en tiempos del exilio y postexilio y trata de animar a su pueblo a confiar en Dios, en tiempos difíciles. Les dice que Dios convertirá a Jerusalén en “paz e la justicia” y “gloria en la piedad”.
El profeta Baruc dirige su palabra a una ciudad, Jerusalén, que sufre la opresión de sus vecinos. Ahora es todavía una realidad humilde y sin brillo, pero está destinada a ser la lumbrera de todas las naciones. El profeta invita a Jerusalén a despojarse del duelo
y a vestirse como una mujer que se engalana para una fiesta. La ciudad devastada y desposeída de sus hijos, que fueron llevados al cautiverio de Babilonia; la ciudad desconsolada como una viuda, sin hijos y sin esposo que la cuide, puede y debe alegrarse ahora como una novia y como una madre feliz que espera el pronto retorno de sus hijos. Yavé, su esposo, le ha preparado como vestido el "manto de su justicia" y como diadema "la gloria perpetua". Anticipando el momento glorioso, el profeta invita a la ciudad a ponerse de pie y a subir al monte, sobreponiéndose a sí misma con la esperanza. Se acabó la diáspora, porque Dios se acuerda de Jerusalén y le han devuelto sus hijos. La Jerusalén prometida por Dios no es la que los judíos han empezado a reconstruir después del destierro, sino la Jerusalén del fin de los tiempos. Dios le dará un nuevo nombre: "paz en la justicia". Tres veces se repite en el capítulo 5 de Baruc la palabra "justicia".       Es la justicia de Dios, basada en la misericordia y conducente a la paz. Este es nuestro sueño también para nuestro mundo, sueño que queremos hacer realidad.

         El Salmo de hoy (Sal 125), nos invita a reconocer la obra del Señor en nosotros y expresar nuestra alegría. "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres" (Sal 125, 3). Hagamos nuestros estos sentimientos de gozo que el salmo nos sugiere. Ahora, durante el Adviento, el motivo de esa alegría profunda y serena ha de ser el recuerdo de que Jesús vino a salvarnos, a colmar con su venida los anhelos de cuantos a lo largo de los siglos le esperaban con ansiedad. Avivemos, por tanto, una vez más la esperanza, tengamos la certeza de que el Señor vendrá a salvarnos también a nosotros. Así podremos cantar como aquellos israelitas: Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares...
"Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares” (Sal 125, 5).       El Adviento, estos cuatro domingos que preceden a la Navidad, son también tiempo de contrición y de penitencia, de arrepentimiento y conversión sincera hacia Dios. Y el primer paso de una conversión auténtica es el arrepentimiento, es decir, el reconocimiento humilde y pesaroso de nuestras propias faltas y pecados, reconocimiento que nos ha de llevar al dolor de amor, a la compunción de un corazón contrito y humillado, a las lágrimas por haber ofendido, nosotros, a este Jesús del alma, que nació en una noche fría de Belén, y murió crucificado por nuestra salvación en una cruz.

La segunda lectura tomada de la carta a los Filipenses (Flp. 1,4-6.8-11) nos recuerda a un San Pablo encarcelado. Y lo está sólo por confesar su fe en Cristo y proclamarla con fidelidad. No ha sido una acusación de los romanos que entonces dominaban, sino una calumnia de aquellos judíos que le acusaron de ir contra la ley de Moisés, y de alborotar al pueblo. Mentiras semejantes a las que inventaron cuando dijeron que Jesús iba contra el César, a pesar de que bien claro dejó el Señor que estaba al margen de toda intriga contra el poder constituido.
Desde su prisión Pablo escribe gozoso a los cristianos de Filipos comunidad a la muestra un cariño especial: "Siempre rezo por todos vosotros, lo hago con gran alegría". Y les dice que tiene confianza en que el Señor llevará a buen término la obra que él comenzó con su predicación. Eso es lo que le preocupa, eso lo que intenta. Por eso al saber que los filipenses se mantienen firmes en la fe, su corazón de apóstol rebosa de júbilo tal, que parece olvidarse de las cadenas que le sujetan al cepo en la prisión.
"Testigo me es Dios de cuánto os amo a todos en las entrañas de Cristo Jesús" (Fl 1, 8) Amor profundo y sincero de san Pablo por los cristianos que ha convertido con su predicación. Amor grande y auténtico que brilla ante Dios y ante los hombres. Amor semejante, por no decir idéntico, al de Cristo mismo. De hecho, Pablo dirá que les ama en las entrañas de Cristo. Está tan unido al Señor que su corazón se llena del mismo amor que late en el corazón de Jesús. Ojalá sepamos también nosotros amar de la misma forma, ojalá lleguemos a una unión tal con Dios, que la vida divina sea nuestra vida, sin dejar por eso de ser nosotros mismos.

El evangelio de San Lucas (Lc 3, 1-6) como los otros evangelistas nos transcribe los hechos ocurridos con fidelidad, sin faltar en lo más mínimo a la verdad. La historicidad de los Evangelios es una doctrina que siempre ha sostenido la Iglesia, a pesar de los ataques que a lo largo de los siglos se ha venido haciendo contra los textos sagrados. En el pasaje de este domingo tenemos una prueba suficientemente clara de esa preocupación por narrar los acontecimientos, tal como ocurrieron.
"En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea..." (Lc 3, 1)
Los evangelistas exponen lo que ocurrió como testigos directos que sabían que era verdad cuanto contaban. Y cuando el que narra los hechos sobre la vida de Jesús no era un testigo presencial, como en el caso de san Lucas, trata de informarse cuidadosamente indagando y preguntando a los que vivieron con el Señor. En efecto, así nos lo dice con toda claridad el evangelista en el prólogo de su evangelio. Y así lo vemos en este pasaje que contemplamos, en el que da una serie de datos concernientes al tiempo preciso en que el Bautista comienza su predicación.
Los personajes que nombra, el emperador Tiberio, el gobernador de Judea Poncio Pilato, los tetrarcas o virreyes Herodes Antipas, Filipo o Felipe y Lisanias o Lisanio, son todos personajes que existieron y que fueron coetáneos a Jesucristo. De este modo, el hecho de la Redención se sitúa con exactitud en el tiempo, haciéndonos entender la veracidad histórica del Evangelio.
También el Bautista es un personaje que, lo mismo que los anteriores, está atestiguado por otros autores ajenos al cristianismo. Así Flavio Josefo nos refiere el ministerio del Precursor y la veneración de que fue objeto por parte del pueblo judío de entonces. Un dato más que nos ha de confirmar y fortalecer en nuestra fe acerca de cuanto nos narran los Evangelios.
Juan Bautista lo tenía muy claro: nacemos pecadores, con tendencia original al pecado. Desde el momento mismo en que nacemos peleamos a muerte por lo nuestro, sin importarnos lo de los demás; los demás sólo son importantes para nosotros en la medida en que pueden ayudarnos a nosotros mismos. Sí, así somos desde que nacemos y así seguiremos siendo, si la educación y la vida no nos enseñan a corregir este egoísmo innato.      Necesitamos nacer de nuevo, morir a lo antiguo, ser bautizados con un bautismo de conversión continua. A eso nos anima este tiempo litúrgico del Adviento, a esto animaba a los judíos el hijo de Zacarías, Juan Bautista.    Estamos llamados a  sumergirnos en la misericordia de Dios y enterrar nuestro pecado, para poder levantarnos salvos y con el propósito de vivir en adelante como verdaderos hijos de Dios. Sin reconocimiento de nuestros pecados y propósito de conversión continua no podremos vivir este tiempo de gracia en la misericordia de Dios.

Para nuestra vida
Nuestro mundo está lleno de violencia y guerra, miles de inocente mueren cada día a consecuencia de la intolerancia y el fanatismo. Para que se obtenga la paz, valor tan deseado, es necesario volver al orden natural querido por Dios "que ha destinado los bienes de este mundo para todos". El Papa ha dicho en su visita a África que para acabar con el terrorismo es necesaria la educación para la tolerancia y acabar con la injusticia y la miseria que sufren tantos jóvenes sin futuro. Mientras no seamos capaces de recrear el mundo querido por Dios no será posible la paz. Es necesario que los poderosos se despojen de su orgullo y los opulentos compartan su riqueza para que estalle la paz en el mundo. Es decir, el primer objetivo es la justicia distributiva. Antes que la caridad está la justicia, de lo contrario se trata más bien de "caridades". Esto es un deseo para la humanidad, para los otros.
La conversión debe empezar a niveles más sencillos, personales. la oración , la alegría deben impregnar  nuestras vidas en este tiempo de Adviento, de espera. Dice el Cardenal Robert  Sarah : "La oración es la fuente de nuestra alegría y de nuestra serenidad, porque nos une a Dios, nuestra fuerza. Un hombre triste no es discípulo de Cristo. Quien cuenta efusivamente con sus propias puertas se entristece cuando éstas declinan. Por el contrario, el hombre que cree no puede estar triste, porque su alegría propia de únicamente de Dios. Pero la alegría actual depende de la Cruz. Cuando empezamos a olvidarnos de nosotros mismos por amor a Dios, le encontramos a el, al menos oscuramente. Y, si Dios es nuestra alegría, ésta es proporcional a nuestra admiración y a nuestra unión con Él.
Jesús mismo nos invita a una vida llena de generosidad, de entrega, pero también de alegría. (Robert Sarah, Dios o nada, pgs. 245. Madrid 2015)
Nos preocupa la crisis y es razonable. Mucha gente que conocemos ha perdido su trabajo y algunos, incluso, han pasado de la opulencia a la pobreza en poco menos de un par de años.
El Adviento pide cambio, el Adviento provoca la meditación sobre los tiempos pasados y la búsqueda de mejores formas de vivir. Y todo ello rodeado de alegría, no de tristeza, ni de temor. Es urgente y necesario que desde el principio del Adviento nos dejáramos contagiar por la alegría y el sentido del cambio que nos trae este tiempo litúrgico, preparación para la Navidad. Puede parecer muy obvio lo que digo, pero lo cierto es que, en estos tiempos difíciles, podemos estar con el ánimo cerrado por todo lo malo que nos rodea y por lo desconocido que queda por llegar. Seguimos viviendo en un tiempo de crisis económica larga y grave, pero también es cierto que la dificultad en sí nos trae la idea clara de que se aproxima un cambio. La sociedad parece que quiere rectificar los errores que le han llevado a situaciones complicadas, ¿Queremos hacerlo nosotros en nuestra vida?.
El profeta Baruc, en la primera lectura, muestra la vuelta de los desterrados a Jerusalén, narra la misericordia de Dios con su pueblo oprimido y, además, la fuerza de Dios ayudará a mejorar los caminos, a preparar la ciudad a inundar de alegría todo el orbe después de unos tiempos malos. Desde luego, la profecía de Baruc nos ayuda a mejorar nuestra percepción del Adviento. Al final del mismo, con los caminos del cuerpo y del alma, mejorados asistiremos gozosos a la llegada del Niño Dios a nuestra vida y a nuestras ciudades.
“La justicia y la paz se besan”, dice el salmo. Ya quisiéramos nosotros ahora para nuestra sociedad un poco más de verdadera justicia y de verdadera paz. No nos referimos a una justicia meramente legal, porque muchas veces algunas leyes son moralmente injustas, ni nos referimos a cualquier clase de paz, porque hay paz de los cementerios y hay paz impuesta por la fuerza bruta, en algunas dictaduras del mundo. Trabajemos nosotros para que en nuestra sociedad actual exista una verdadera justicia, una justicia moral y legal, y una verdadera paz, fruto de la verdadera concordia de los ciudadanos. Y no olvidemos que sólo de una verdadera justicia puede brotar la “gloria en la piedad “, la alegría como fruto de la justicia misericordiosa, de una piedad verdadera.
San Pablo exhorta a los destinatarios de su carta y hoy a nosotros:  "Y por esto os ruego que vuestra caridad crezca más y más en conocimiento y en toda discreción, para que sepáis discernir lo mejor y seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de santidad por Jesucristo para gloria y alabanza de Dios...". Estas palabras  constituyen todo un programa de vida. Palabras que hemos de hacer realidad concreta  cada día, sin desaliento, sin descanso, con esfuerzo, con empeño continuo. Hacer de nuestra existencia ordinaria una maravillosa sinfonía que cante gozosa la gloria de Dios.
El Evangelio de Lucas que hoy se nos ha proclamado desea ser notario de esa presencia para los de su época y para las generaciones venideras. Nos ha dicho, que Juan predicaba un bautismo de conversión y que empleaba las palabras del profeta Isaías para identificar su misión. “Una voz grita en el desierto…”. A nosotros, esas palabras, nos invitan a un camino de conversión, de cambio. Vemos que algo ha terminado y algo nuevo está por llegar y que hemos de estar preparados, con la mente abierta y el corazón dispuesto.
¿Pero sabremos abrir las puertas de nuestras murallas personales y comunitarias a la alegría que nos ofrece Dios?
 Como cristianos nuestra tarea es preparar los caminos del Señor: "que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo
escabroso se iguale". ¿Cuál nuestra colina? Quizá sea nuestro orgullo y nuestra autosuficiencia. El gran pecado del hombre actual es prescindir de Dios y creerse él mismo el todopoderoso. Pero podemos también vivir sin valorarnos, con una falsa humildad y abatimiento. Por eso se nos dice que nos levantemos y reconozcamos los dones que Dios nos ha dado para ponerlos a disposición de los hermanos. A veces nos empeñamos en caminar por caminos tortuosos o escabrosos. Dios quiere que eliminemos los baches y las curvas que nos desvían de la senda verdadera. Prepara los caminos al Señor y le abre la puerta quien con humildad reconoce que necesita del Señor y endereza sus pasos torcidos, quien se convierte de su mala conducta, quien abandona el camino del mal y de la mentira para recorrer el sendero del bien que conduce a la Vida. Prepara los caminos al Señor quien se afana seriamente en quitar todo obstáculo del camino, despojándose de todo lo que retarda o impide su llegada a nuestra mas profunda intimidad.

Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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