lunes, 28 de diciembre de 2015

Comentarios a las lecturas de la Solemnidad de Santa María Madre. de Dios 1 enero de 2016.

Litúrgicamente estamos en la octava de la Navidad y celebramos hoy la fiesta de Santa María Madre de Dios, que fue instaurada en el año 431 por Cirilo de Alejandría, y que el pueblo cristiano acogió con entusiasmo pero que no es bíblico. En el evangelio María siempre aparece como la madre de Jesús, de hecho la primera invocación a María lo encontramos en el siglo V, en el himno latino «Salve Sancta Parens».
Para nosotros hoy, María es la  madre de Jesús, la persona más cercana a Él, su mejor discípula y el mejor ejemplo para todos nosotros porque su  amor, humildad y aceptación de los planes de Dios en su vida son verdadero testimonio para toda la Iglesia, así se recoge en el capitulo VIII  de la constitución dogmática Lumen Gentium.
El día 1 de enero es también a partir de 1968, por voluntad del Papa Pablo VI, el día de la  “jornada mundial de la paz”. Este año se nos propone  el lema : “Vence la indiferencia y conquista la paz”.
Las lecturas reflejan toda esta variedad de temas: la bendición para comenzar bien el nuevo año (primera lectura); María, modelo de todas las madres y de todo discípulo (Evangelio); la paz (primera lectura y evangelio); filiación divina (segunda lectura); el asombro ante el amor de Dios (Evangelio) y el nombre con que Dios quiere ser identificado e invocado (primera lectura y evangelio).

 La primera lectura tomada del libro de los Números (6,22-27): nos trae la antiquísima bendición bíblica, tantas veces pronunciada y escrita a lo largo de la Historia, se implora al Señor que conceda la paz a quien se bendice. Hoy, después de miles de años quizá, sigue resonando entre nosotros. La Iglesia la conserva en su liturgia y la repite. Siempre implorando la paz al Señor para su pueblo, para todo los hombres.
“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostros sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”. Es un deseo profundo para este nuevo año que comenzamos. Es el deseo de tener a Dios con nosotros todos los días. Es más que un deseo, porque es una realidad. Dios nos bendice todos los días. Hoy nos lo recordamos de manera especial.
La bendición termina con el deseo de la Paz.Y así, en la celebración eucarística, hay todo un rito de la paz. Es un eco de una secular costumbre hebrea, que Jesucristo hizo suya.

Hoy el interleccional es el Salmo 66 (Sal 66, 2–3. 5–6. 8)
El salmo 66 es  una plegaria pidiendo a Dios que continúe mostrando su bondad por medio de nuevos beneficios: La tierra ha dado su fruto, que el Señor nos bendiga. Además, este salmo -cosa no frecuente- tiene una fuerte resonancia universal. El salmista, tanto cuando se refiere a la alabanza divina como a los beneficios de Dios, no piensa únicamente en su pueblo, sino también en las otras naciones: Que todos los pueblos te alaben, que todos los pueblos conozcan tu salvación.
Salmo para dar gracias a Dios que  nos bendice durante toda la vida, para invitar a los hombres y a la creación entera a la alabanza. Y, también, para pedir a Dios, que ilumine su rostro sobre nosotros y sobre los hombres, para que todos los pueblos conozcan su salvación.
La bendición divina implorada para Israel se manifiesta de una forma concreta en la fertilidad de los campos y en la fecundidad, o sea, en el don de la vida. Por eso, el salmo comienza con un versículo (cf. Sal 66,2) que remite a la célebre bendición sacerdotal referida en el libro de los Números: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz» (Nm 6,24-26).
El tema de la bendición se repite al final del salmo, donde se habla nuevamente de los frutos de la tierra (cf. Sal 66,8). Pero allí se encuentra el tema universalista que confiere a la sustancia espiritual de todo el himno una sorprendente amplitud de horizontes. Es una apertura que refleja la sensibilidad de un Israel ya preparado para confrontarse con todos los pueblos de la tierra. Este salmo probablemente fue compuesto después de la experiencia del exilio en Babilonia, cuando el pueblo ya había iniciado la experiencia de la diáspora entre naciones extranjeras y en nuevas regiones.
Gracias a la bendición implorada por Israel, toda la humanidad podrá conocer «los caminos» y «la salvación» del Señor (cf. v. 3), es decir, su plan salvífico. A todas las culturas y a todas las sociedades se les revela que Dios juzga y gobierna a todos los pueblos y naciones de la tierra, llevando a cada uno hacia horizontes de justicia y paz (cf. v. 5).
Ya para el salmista, y mucho más para nosotros, que en el Nuevo Testamento conocemos el plan universal de salvación que Dios tiene previsto, el salmo debe significar un abrirse a los horizontes del mundo. Tanto nuestra acción de gracias como nuestras peticiones de bendición deben tener siempre un sentido universal: Que todos los pueblos te alaben, Señor, que conozca la tierra tu salvación.

Segunda lectura tomada de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas. (Gal 4,4-7): nos recuerda hoy que “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer”... “para que recibiéramos el ser hijos por adopción”. La Encarnación tendrá como finalidad conseguir para los hombres este don desbordante y totalmente gratuito. Jesús, el Salvador, nació de una mujer, es decir, fue realmente hombre.
El pensamiento de Pablo se concentra en la filiación divina. “Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá! Padre”. “Ya no eres esclavo sino hijo. Y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios”. El hombre puede con todo derecho dirigirse a Dios como Padre. Pero esta experiencia es inseparable de la presencia y la actuación del Espíritu. Con Él y sólo con Él podemos experimentar y manifestar nuestra conciencia de filiación divina. Crea una relación de entrañable confianza filial. Más tarde, en su ministerio, Jesús nos enseñará a tratar y dirigirnos a Dios con el mismo título y del mismo modo que lo hacía Él. Los hombres necesitan que les descubramos el verdadero rostro de Dios. Dios no es "un algo" que está allá arriba, como muchas gentes piensan y opinan; ni un Dios justiciero, insensible y ajeno a las preocupaciones y problemas de los hombres. Nuestro Dios es cercano, entrañable, lleno y desbordante de noble y serena ternura. Encontrar el verdadero rostro de Dios es urgente para una sana vida cristiana.

En el evangelio tomado de san Lucas (Lc 2,16-21):se subraya cómo, inmediatamente después de recibir la noticia, los pastores van Belén, y allí se les confirma el mensaje anunciado por los ángeles. Una vez en Belén, le adoran. Es curioso que sean ellos los primeros en enterarse y en reconocer al Niño-Dios, que nació entre los excluidos de este mundo. Dios que nace Niño, en la sencillez, pobreza y silencio, llama a los sencillos, pobres y marginados de los poderes políticos y religiosos de la ciudad de
Jerusalén, en el desamparo del campo y en el silencio de la noche.
Los pastores fueron los primeros, después de José y María, en conocer y adorar al Dios manifestado en un bebé indefenso. Regresaron glorificando y alabando a Dios. Quedaron admirados y fascinados. Aquella gente sencilla marcha de nuevo a su rebaño, pero ya, como se ha indicado, alabando a Dios por lo que han vivido y por lo que con fe se les ha permitido conocer.
En medio de toda esta escena, Lucas reserva un versículo a la figura de María, la madre. Al hablar de María se pone de relieve en el evangelio de Lucas el hecho de que todas las palabras que salían de la boca de los pastores las guardaba y conservaba en su corazón. El corazón, como un tesoro, se manifiesta en el caso de los pastores en que no cesan de alabar a Dios y proclamar su gloria.
La presenta con una actitud contemplativa, que contrasta con la exultación gozosa de los pastores. Pero este pequeño contrapunto es de gran importancia, porque por María comprendemos que, a pesar de la gran manifestación de Dios, el hombre está siempre delante del misterio, realidad que debe acoger con el respetuoso silencio de la fe.
Concluye el texto recordando la circuncisión de Jesús y el nombre y el nombre que le ponen. De acuerdo con una norma de la Ley, el pequeño Jesús es circuncidado el octavo día después de su nacimiento (cf Gén 17,12). La circuncisión era una señal de pertenencia al pueblo. Daba identidad a la persona. En esta ocasión cada niño recibía su nombre (cf Lc 1,59-63). El niño recibe el nombre de Jesús que le había sido dado por el ángel, antes de ser concebido. El ángel había dicho a José que el nombre del niño debía ser Jesús “él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21). El nombre de Jesús es Cristo, que significa Ungido o Mesías. Jesús es el Mesías esperado. Un tercer nombre es Emmanuel, que significa Dios con nosotros (Mt 1,23). ¡El nombre completo es Jesús Cristo Emmanuel!

Para nuestra vida.
“El Señor te bendiga y te proteja” son las primeras palabras que liturgia nos dirige en este día para que permanezcan impresas en el corazón y la repitamos a amigos y enemigos durante todo el año.
Bendecir y bendiciones son términos que aparecen muy frecuentemente en la Biblia  (552 veces en el A.T. y 65 en el N.T.). Desde el principio Dios bendice a sus criaturas, a los seres vivientes para que sean fecundos y se multipliquen (cf. Gn 1,22), al hombre y a la mujer para que dominen sobre todo lo creado (cf. Gn 1,28) y al Sábado, signo de descanso y de la alegría sin fin (cf. Gn 2,3).
Tenemos necesidad de sentirnos bendecidos por Dios y por los hermanos. La maldición aleja, separa, indica rechazo, la bendición acerca, refuerza la solidaridad, infunde confianza y esperanza.

El texto del evangelio de esta fiesta de la Madre de Dios (Lc 2,16-21) forma parte de la descripción más amplia del nacimiento de Jesús (Lc 2,1-7) y de la visita de los pastores (Lc 2,8-21). El ángel había anunciado el nacimiento del Salvador, dando una señal para reconocerlo: “Encontraréis un niño envuelto en pañales, y acostado en un pesebre”. Ellos esperaban al Salvador de todo un pueblo y deberán reconocerlo en un niño recién nacido, pobre, que yace entre dos animales. El plan de Dios acontece de modo inesperado, lleno de sorpresa. Esto sucede hoy también. ¡Un niño pobre será el Salvador del mundo! ¿Te lo puedes creer?. En el evangelio el  niño que nace en Belén nos trae la paz. Nos recuerda hoy el evangelio, continuación del proclamado en Navidad, que, a los ocho días, le pusieron el nombre: Jesús, que significa “Dios salva”.
También vemos como los Pastores, después de acoger con fe y alegría el mensaje del Ángel, salen corriendo y cuentan a José y María lo que les había ocurrido. Y de regreso a casa iban “dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído”. La vida de aquellos hombres ya no sería igual después de haber visitado el pesebre.
Finalmente, vemos también a María, que “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Empezamos el año recordando a Santa María, Madre de Dios. Porque María es la que ha hecho posible la Navidad. De María hemos recibido a Jesús, el autor de la vida. Así lo hemos dicho en la oración inicial. María es madre, María es nuestra madre.
Los pastores encontraron al Señor desde la sencillez de su vida. ¿Qué te sugiere esto?
La Virgen María es más dichosa porque escuchó y vivió la Palabra de Dios que por ser Madre de Dios (Lc 11, 27-28).
Contemplando esta escena, me pregunto: ¿Cómo escucho la Palabra?
¿Trato de estudiarla y llevarla a la práctica?
¿Qué hago para ayudar a otras personas para que amen y mediten la Palabra?

Hoy Jornada mundial por la Paz, el Papa con el lema. “Vence la indiferencia y conquista la paz” asegura que la indiferencia en relación a los males de nuestro tiempo es una de las causas fundamentales que va en perjuicio de la paz en el mundo. La paz, debe ser conquistada: no es un bien que se obtiene sin esfuerzos, sin conversión, sin creatividad y sin constancia. “Dios no es indiferente. A Dios le importa la humanidad, Dios no la abandona”, nos recuerda el Papa Francisco al comienzo de su mensaje. A nivel personal es necesaria una conversión del corazón para pasar de la indiferencia a la misericordia. “Promover una cultura de solidaridad y misericordia para vencer la indiferencia”, indica el Pontífice.
El Papa Francisco recuerda que la paz es “fruto de una cultura de solidaridad, misericordia y compasión” y destaca “la paz en el signo del Jubileo de la Misericordia” inaugurado el 8 de diciembre. Estamos invitados a realizar obras de misericordia corporales y espirituales, partiendo desde la familia y en todos los ámbitos de la vida diaria.
No podemos olvidar las tragedias ocurridas en 2015, como las guerras, atentados terroristas, y las persecuciones religiosas y étnicas y cuyas secuelas aún se arrastran.
La paz es don de Dios y obra de los hombres. La paz es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica”, expresa.
Como cristianos debemos ser sensibles a las personas sin techo, sin trabajo, de los enfermos, desamparados y de aquellos obligados a emigrar.
Tampoco olvidemos pedir la intercesión de María Santísima, Madre atenta a las necesidades de la humanidad, para que nos obtenga de su Hijo Jesús, Príncipe de la Paz, el cumplimento de nuestras súplicas y la bendición de nuestro compromiso cotidiano en favor de un mundo fraterno y solidario. Los cristianos sabemos que  en la maternidad de María está la causa y el origen de todos los demás privilegios que la virgen tuvo. María fue la madre de Jesús, nuestro hermano, es por lo que nosotros podemos y debemos pensar que María es también madre nuestra.
María, madre de Jesús y madre nuestra, es un aliento que puede consolarnos y fortalecernos. María, mujer, madre, tan cercana a Dios Trinidad, humaniza nuestra Fe. Añádase, para consuelo y esperanza nuestra, que ejerce una maternidad adoptiva sobre nosotros, por querencia expresa del Señor y aceptación suya.


Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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