Litúrgicamente
estamos en la octava de la Navidad y celebramos hoy la fiesta de Santa María
Madre de Dios, que fue instaurada en el año 431 por Cirilo de Alejandría, y que
el pueblo cristiano acogió con entusiasmo pero que no es bíblico. En el
evangelio María siempre aparece como la madre de Jesús, de hecho la primera
invocación a María lo encontramos en el siglo V, en el himno latino «Salve
Sancta Parens».
Para nosotros
hoy, María es la madre de Jesús, la persona más cercana a Él, su mejor
discípula y el mejor ejemplo para todos nosotros porque su amor, humildad
y aceptación de los planes de Dios en su vida son verdadero testimonio para
toda la Iglesia, así se recoge en el capitulo
VIII de la constitución dogmática Lumen Gentium.
El día 1 de
enero es también a partir de 1968, por voluntad del Papa Pablo VI, el día de la
“jornada mundial de la paz”. Este año se
nos propone el lema :
“Vence la indiferencia y conquista la paz”.
Las lecturas
reflejan toda esta variedad de temas: la bendición para comenzar bien el nuevo
año (primera lectura); María, modelo de todas las madres y de todo discípulo
(Evangelio); la paz (primera lectura y evangelio); filiación divina (segunda
lectura); el asombro ante el amor de Dios (Evangelio) y el nombre con que Dios
quiere ser identificado e invocado (primera lectura y evangelio).
La primera lectura tomada del libro de los
Números
(6,22-27): nos trae la antiquísima bendición bíblica, tantas veces pronunciada
y escrita a lo largo de la Historia, se implora al Señor que conceda la paz a
quien se bendice. Hoy, después de miles de años quizá, sigue resonando entre
nosotros. La Iglesia la conserva en su liturgia y la repite. Siempre implorando
la paz al Señor para su pueblo, para todo los hombres.
“El Señor te
bendiga y te proteja, ilumine su rostros sobre ti y te conceda su favor. El Señor
se fije en ti y te conceda la paz”. Es un deseo profundo para este nuevo año
que comenzamos. Es el deseo de tener a Dios con nosotros todos los días. Es más
que un deseo, porque es una realidad. Dios nos bendice todos los días. Hoy nos
lo recordamos de manera especial.
La bendición
termina con el deseo de la Paz.Y así, en la
celebración eucarística, hay todo un rito de la paz. Es un eco de una secular
costumbre hebrea, que Jesucristo hizo suya.
Hoy el interleccional es el Salmo 66 (Sal 66, 2–3.
5–6. 8)
El salmo 66
es una plegaria pidiendo a Dios que
continúe mostrando su bondad por medio de nuevos beneficios: La tierra ha dado
su fruto, que el Señor nos bendiga. Además, este salmo -cosa no frecuente-
tiene una fuerte resonancia universal. El salmista, tanto cuando se refiere a
la alabanza divina como a los beneficios de Dios, no piensa únicamente en su
pueblo, sino también en las otras naciones: Que todos los pueblos te alaben,
que todos los pueblos conozcan tu salvación.
Salmo para dar
gracias a Dios que nos bendice durante
toda la vida, para invitar a los hombres y a la creación entera a la alabanza.
Y, también, para pedir a Dios, que ilumine su rostro sobre nosotros y sobre los
hombres, para que todos los pueblos conozcan su salvación.
La bendición divina
implorada para Israel se manifiesta de una forma concreta en la fertilidad de
los campos y en la fecundidad, o sea, en el don de la vida. Por eso, el salmo
comienza con un versículo (cf. Sal 66,2) que remite a la célebre bendición
sacerdotal referida en el libro de los Números: «El Señor te bendiga y te
proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en
ti y te conceda la paz» (Nm 6,24-26).
El tema de la
bendición se repite al final del salmo, donde se habla nuevamente de los frutos
de la tierra (cf. Sal 66,8). Pero allí se encuentra el tema universalista que
confiere a la sustancia espiritual de todo el himno una sorprendente amplitud
de horizontes. Es una apertura que refleja la sensibilidad de un Israel ya
preparado para confrontarse con todos los pueblos de la tierra. Este salmo
probablemente fue compuesto después de la experiencia del exilio en Babilonia,
cuando el pueblo ya había iniciado la experiencia de la diáspora entre naciones
extranjeras y en nuevas regiones.
Gracias a la
bendición implorada por Israel, toda la humanidad podrá conocer «los caminos» y
«la salvación» del Señor (cf. v. 3), es decir, su plan salvífico. A todas las
culturas y a todas las sociedades se les revela que Dios juzga y gobierna a
todos los pueblos y naciones de la tierra, llevando a cada uno hacia horizontes
de justicia y paz (cf. v. 5).
Ya para el
salmista, y mucho más para nosotros, que en el Nuevo Testamento conocemos el
plan universal de salvación que Dios tiene previsto, el salmo debe significar
un abrirse a los horizontes del mundo. Tanto nuestra acción de gracias como
nuestras peticiones de bendición deben tener siempre un sentido universal: Que
todos los pueblos te alaben, Señor, que conozca la tierra tu salvación.
Segunda lectura tomada de la carta del apóstol san
Pablo a los Gálatas.
(Gal 4,4-7): nos recuerda hoy que “Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su
Hijo, nacido de una mujer”... “para que recibiéramos el ser hijos por adopción”.
La Encarnación tendrá como finalidad conseguir para los hombres este don
desbordante y totalmente gratuito. Jesús, el Salvador, nació de una mujer, es
decir, fue realmente hombre.
El pensamiento
de Pablo se concentra en la filiación divina. “Como sois hijos, Dios envió a
vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá!
Padre”. “Ya no eres esclavo sino hijo. Y si eres hijo, eres también heredero
por voluntad de Dios”. El hombre puede con todo derecho dirigirse a Dios como
Padre. Pero esta experiencia es inseparable de la presencia y la actuación del
Espíritu. Con Él y sólo con Él podemos experimentar y manifestar nuestra
conciencia de filiación divina. Crea una relación de entrañable confianza
filial. Más tarde, en su ministerio, Jesús nos enseñará a tratar y dirigirnos a
Dios con el mismo título y del mismo modo que lo hacía Él. Los hombres
necesitan que les descubramos el verdadero rostro de Dios. Dios no es "un
algo" que está allá arriba, como muchas gentes piensan y opinan; ni un
Dios justiciero, insensible y ajeno a las preocupaciones y problemas de los
hombres. Nuestro Dios es cercano, entrañable, lleno y desbordante de noble y
serena ternura. Encontrar el verdadero rostro de Dios es urgente para una sana
vida cristiana.
En el evangelio tomado de san Lucas (Lc 2,16-21):se subraya cómo,
inmediatamente después de recibir la noticia, los pastores van Belén, y allí se
les confirma el mensaje anunciado por los ángeles. Una vez en Belén, le adoran.
Es curioso que sean ellos los primeros en enterarse y en reconocer al
Niño-Dios, que nació entre los excluidos de este mundo. Dios que nace Niño, en
la sencillez, pobreza y silencio, llama a los sencillos, pobres y marginados de
los poderes políticos y religiosos de la ciudad de
Jerusalén, en el desamparo
del campo y en el silencio de la noche.
Los pastores
fueron los primeros, después de José y María, en conocer y adorar al Dios
manifestado en un bebé indefenso. Regresaron glorificando y alabando a Dios.
Quedaron admirados y fascinados. Aquella gente sencilla marcha de nuevo a su
rebaño, pero ya, como se ha indicado, alabando a Dios por lo que han vivido y
por lo que con fe se les ha permitido conocer.
En medio de
toda esta escena, Lucas reserva un versículo a la figura de María, la madre. Al
hablar de María se pone de relieve en el evangelio de Lucas el hecho de que
todas las palabras que salían de la boca de los pastores las guardaba
y conservaba en su corazón. El corazón, como un tesoro, se manifiesta en el
caso de los pastores en que no cesan de alabar a Dios y proclamar su gloria.
La presenta
con una actitud contemplativa, que contrasta con la exultación gozosa de los
pastores. Pero este pequeño contrapunto es de gran importancia, porque por
María comprendemos que, a pesar de la gran manifestación de Dios, el hombre
está siempre delante del misterio, realidad que debe acoger con el respetuoso
silencio de la fe.
Concluye el
texto recordando la circuncisión de Jesús y el nombre y el nombre que le ponen.
De acuerdo con una norma de la Ley, el pequeño Jesús es circuncidado el octavo
día después de su nacimiento (cf Gén
17,12). La circuncisión era una señal de pertenencia al pueblo. Daba identidad
a la persona. En esta ocasión cada niño recibía su nombre (cf
Lc 1,59-63). El niño recibe el nombre de Jesús que le
había sido dado por el ángel, antes de ser concebido. El ángel había dicho a
José que el nombre del niño debía ser Jesús “él salvará a su pueblo de sus
pecados” (Mt 1,21). El nombre de Jesús es Cristo, que significa Ungido o Mesías.
Jesús es el Mesías esperado. Un tercer nombre es Emmanuel, que significa Dios
con nosotros (Mt 1,23). ¡El nombre completo es Jesús Cristo Emmanuel!
Para nuestra vida.
“El Señor te
bendiga y te proteja” son las primeras palabras que liturgia nos dirige en este
día para que permanezcan impresas en el corazón y la repitamos a amigos y
enemigos durante todo el año.
Bendecir y
bendiciones son términos que aparecen muy frecuentemente en la Biblia
(552 veces en el A.T. y 65 en el N.T.). Desde el principio Dios bendice a sus
criaturas, a los seres vivientes para que sean fecundos y se multipliquen (cf. Gn 1,22), al hombre y a la mujer para que dominen sobre
todo lo creado (cf. Gn 1,28) y al Sábado, signo de
descanso y de la alegría sin fin (cf. Gn 2,3).
Tenemos
necesidad de sentirnos bendecidos por Dios y por los hermanos. La maldición
aleja, separa, indica rechazo, la bendición acerca, refuerza la solidaridad,
infunde confianza y esperanza.
El texto del evangelio de esta fiesta de la Madre
de Dios
(Lc 2,16-21) forma parte de la descripción más amplia
del nacimiento de Jesús (Lc 2,1-7) y de la visita de
los pastores (Lc 2,8-21). El ángel había anunciado el
nacimiento del Salvador, dando una señal para reconocerlo: “Encontraréis un
niño envuelto en pañales, y acostado en un pesebre”. Ellos esperaban al
Salvador de todo un pueblo y deberán reconocerlo en un niño recién nacido,
pobre, que yace entre dos animales. El plan de Dios acontece de modo
inesperado, lleno de sorpresa. Esto sucede hoy también. ¡Un niño pobre será el
Salvador del mundo! ¿Te lo puedes creer?. En el
evangelio el niño que nace en Belén nos
trae la paz. Nos recuerda hoy el evangelio, continuación del proclamado en
Navidad, que, a los ocho días, le pusieron el nombre: Jesús, que significa
“Dios salva”.
También vemos
como los Pastores, después de acoger con fe y alegría el mensaje del Ángel,
salen corriendo y cuentan a José y María lo que les había ocurrido. Y de
regreso a casa iban “dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y
oído”. La vida de aquellos hombres ya no sería igual después de haber visitado
el pesebre.
Finalmente,
vemos también a María, que “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su
corazón”. Empezamos el año recordando a Santa María, Madre de Dios. Porque
María es la que ha hecho posible la Navidad. De María hemos recibido a Jesús,
el autor de la vida. Así lo hemos dicho en la oración inicial. María es madre,
María es nuestra madre.
Los pastores
encontraron al Señor desde la sencillez de su vida. ¿Qué te sugiere esto?
La Virgen
María es más dichosa porque escuchó y vivió la Palabra de Dios que por ser
Madre de Dios (Lc 11, 27-28).
Contemplando
esta escena, me pregunto: ¿Cómo escucho la Palabra?
¿Trato de
estudiarla y llevarla a la práctica?
¿Qué hago para
ayudar a otras personas para que amen y mediten la Palabra?
Hoy Jornada
mundial por la Paz, el Papa con el lema. “Vence
la indiferencia y conquista la paz” asegura que la indiferencia en relación
a los males de nuestro tiempo es una de las causas fundamentales que va en
perjuicio de la paz en el mundo. La paz, debe ser conquistada: no es un bien
que se obtiene sin esfuerzos, sin conversión, sin creatividad y sin constancia.
“Dios no es indiferente. A Dios le importa la humanidad, Dios no la abandona”,
nos recuerda el Papa Francisco al comienzo de su mensaje. A nivel personal es
necesaria una conversión del corazón para pasar de la indiferencia a la
misericordia. “Promover una cultura de solidaridad y misericordia para vencer
la indiferencia”, indica el Pontífice.
El Papa Francisco
recuerda que la paz es “fruto de una cultura de solidaridad, misericordia y
compasión” y destaca “la paz en el signo del Jubileo de la Misericordia”
inaugurado el 8 de diciembre. Estamos invitados a realizar obras de
misericordia corporales y espirituales, partiendo desde la familia y en todos
los ámbitos de la vida diaria.
No podemos
olvidar las tragedias ocurridas en 2015, como las guerras, atentados
terroristas, y las persecuciones religiosas y étnicas y cuyas secuelas aún se
arrastran.
La paz es don
de Dios y obra de los hombres. La paz es don de Dios, pero confiado a todos los
hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica”, expresa.
Como
cristianos debemos ser sensibles a las personas sin techo, sin trabajo, de los
enfermos, desamparados y de aquellos obligados a emigrar.
Tampoco olvidemos
pedir la intercesión de María Santísima, Madre atenta a las necesidades de la
humanidad, para que nos obtenga de su Hijo Jesús, Príncipe de la Paz, el
cumplimento de nuestras súplicas y la bendición de nuestro compromiso cotidiano
en favor de un mundo fraterno y solidario. Los cristianos sabemos que en la maternidad de María está la causa y el
origen de todos los demás privilegios que la virgen tuvo. María fue la madre de
Jesús, nuestro hermano, es por lo que nosotros podemos y debemos pensar que María
es también madre nuestra.
María, madre
de Jesús y madre nuestra, es un aliento que puede consolarnos y fortalecernos.
María, mujer, madre, tan cercana a Dios Trinidad, humaniza nuestra Fe. Añádase,
para consuelo y esperanza nuestra, que ejerce una maternidad adoptiva sobre
nosotros, por querencia expresa del Señor y aceptación suya.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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