sábado, 10 de octubre de 2015

Comentarios a lecturas del XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario 11 de octubre de 2015.

Durante estos días se celebra en Roma un Sínodo (4 al 25 de octubre de 2015) dedicado a iluminar los diversos problemas que plantea hoy la familia y la vida matrimonial a la luz de la palabra de Dios, que es la guía que Dios nos ha dado para hacer su voluntad, cuya única finalidad es la felicidad del hombre y el bien de la humanidad, evitando deformaciones que solo conducen a la infelicidad humana y a daño para la humanidad. Tengamos presente este Sinodo y sus contenidos en nuestras oraciones.
Hoy las lecturas son claras y tajantes. Fijémonos en las frases del Libro de la Sabiduría y de la Carta a los Hebreos, “Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí un espíritu de sabiduría". "La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo" Mas claro es hoy el evangelio; “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres --así tendrás un tesoro en el cielo--, y luego sígueme.”

La primera lectura del libro de la Sabiduría (Sb 7, 7-11),nos sitúa ante una fuerte actitud orante: "Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí un espíritu de sabiduría" (Sb 7, 7). El autor exulta de gozo. Ha rogado a Dios que le conceda la sabiduría y Dios le ha escuchado, ha satisfecho su deseo. Él no pedía riquezas, ni salud, ni prosperidad. Él sólo quiso ser prudente, tener la justa medida de las cosas, poseer la sabiduría que le hiciera comprender el sentido real de la vida y de la muerte, capaz de verlo todo bajo el prisma mismo de Dios.
Esta lectura nos recuerda que tenemos que aprender a pedir al Señor lo que más nos conviene, lo que en verdad es mejor para nosotros. Normalmente pedimos cosas materiales, cosas que duran poco o que sirven para gran cosa: éxito en los negocios, suerte en la lotería o en las quinielas, salud para el cuerpo, una vida confortable y sin complicaciones. Cosas que son buenas, sí, pero que no son las más importantes, ni las más necesarias. Cosas que se quedan en la materia, sin tener en cuenta las exigencias del espíritu. Cosas que a menudo son incluso un estorbo para vivir mejor nuestro cristianismo. Cosas que, a la larga, nos alejan del Señor.
Aquí, en el libro de la Sabiduría se nos dice que lo que a Dios le agrada es que prefiramos la sabiduría a cualquier otro tesoro, incluido, por supuesto, la riqueza, y que vivamos prudentemente, haciendo en cada momento lo que Dios quiere que hagamos. En el texto esta frase se aplicó al frágil Salomón, pero es bueno que cada uno de nosotros la hagamos norma de nuestra conducta. Dios no nos va a fallar.

El Salmo responsorial de hoy (Sal 89, 12–13.14–15. 16–17 ), nos recuerda la importancia de vivir desde la misericordia del Señor.  Sácianos de tu misericordia, Señor. y toda nuestra vida será alegría.
Comentando estos versículos dice San Agustín: [vv.14-15]. “Anticipando, a continuación, en esperanza, aquellos bienes futuros, y mostrándolos como si fuesen actuales, dice: Desde la mañana nos has colmado de tu misericordia. En esta noche de agobios y dolores, esta profecía parece que nos ha encendido una lámpara, como una antorcha que arde en lugar oscuro hasta que despunte el día y amanezca el lucero de la mañana en nuestros corazones28. Pues son bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios. Entonces serán saciados los justos de aquella felicidad, de la que ahora tienen hambre y sed29 mientras peregrinan por la fe, lejos del Señor30. Por eso dice también: Me saciarás de gozo con tu presencia31. Por la mañana se presentarán y contemplarán32; o como otros han traducido: En la mañana nos hemos saciado de tu misericordia, entonces se saciarán, como se dice en otro lugar: Me saciaré cuando se manifieste tu gloria33. Por eso mismo se dice también: Muéstranos al Padre y con eso nos basta; y a propósito dice el mismo Señor: Yo mismo me manifestaré a él34. Hasta que esto suceda, ningún bien nos saciará, ni nos debe saciar, no sea que nuestro anhelo quede detenido en el camino, ya que hay que seguir caminando hasta conseguirlo. En la mañana hemos sido colmados de tu misericordia; y nos hemos regocijado y alborozado durante todos nuestros días. Aquel día es el día que no tiene fin. Todos aquellos días son simultáneos; por eso colman o sacian. No hay que dar paso a los que vienen, allí donde todos existen sin haber llegado, y no se van, no pasan, porque su existencia no termina: esta es la eternidad. Estos son los días de los que se dice: ¿Quién es el hombre que ama la vida y desea ver días de prosperidad?35 En otro pasaje a estos días se les llama años, donde se le dice a Dios: Tú eres siempre el mismo, y tus años no tienen fin. No son los años que se tienen como una nada, ni los días que pasan como una sombra36; sino que son días que tienen consistencia, cuyo número deseaba conocer el que decía: dame a conocer, Señor, cuál es mi fin, (llegando al cual, permanezca, y no tenga ya nada más que buscar), y cuál es el número de mis días. Es decir, de los días que son, porque los días de los que a continuación dice: mis días los has puesto como pasados, y son nada ente ti37, ésos en realidad no son, no permanecen, transcurren aceleradamente; y ni siquiera se encuentra en ellos una hora, en la que podamos mantenernos sin que una parte haya pasado, mientras la otra esté viniendo, y ninguna se detenga ni permanezca. Por el contrario, aquellos años y días que no pasan, en los que nosotros no dejaremos de existir, sin carencia alguna; ésos no pasarán. Que se inflame nuestra alma en el deseo de aquellos días; que sienta una ardiente e insaciable sed, para que allí seamos saciados, allí seamos colmados, y allí podamos decir lo que aquí anunciamos: Desde la mañana nos hemos saciado de tu misericordia, y nos hemos alborozado y regocijado durante todos nuestros días. Nos hemos alegrado por los años en que hemos visto desdichas.” (San Agustín comentarios al salmo 89).
Le segunda lectura de la carta a los Hebreos (Hb 4, 12-13), nos recuerda la fuerza de la palabra de Dios “Todo está patente y descubierto a los ojos de aquél a quien
hemos de rendir cuentas”, En estos versículos la «Palabra» se refiere posible­mente a la totalidad de la revelación, que se mani­fiesta de modo pleno y perfecto en Jesucristo, fundamento de la vida de la Iglesia: «Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, ali­mento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (Conc. Vaticano II, Dei Verbum, n. 21).
De la Palabra se dice que es eficaz y engendra vida; también hay en ella algo que inspira temor y reverencia al hombre para no comportarse ante ella con ligereza. La intimidad más honda de la persona, sus pensamientos, disposiciones e intenciones últimas, quedarán desnudos ante los ojos escrutadores de Dios. Comentando este pasaje, Balduino de Canterbury señala: «Es eficaz y más tajante que espada de doble filo para quienes creen en ella y la aman. ¿Qué hay, en efecto, imposible para el que cree o difícil para el que ama? Cuando esta palabra resuena, penetra en el corazón del creyente como si se tratara de flechas de arquero afiladas; y lo penetra tan profundamente que atraviesa hasta lo más recóndito del espíritu; por ello se dice que es más tajante que una espada de doble filo, más incisiva que todo poder o fuerza, más sutil que toda agudeza humana, más penetrante que toda la sabiduría y todas las palabras de los doctos» (Tractatus 6).

El evangelio de hoy de San Marcos (Mc 10,17-30), nos sitúa ante la realidad de quien busca y quiere superarse y se encuentra con la respuesta tajante de Jesús
Jesús deja claro que es muy difícil compaginar riquezas y Reino de Dios. Y no porque los bienes materiales sean malos en sí -los judíos creían que eran signo de la bendición de Dios- sino porque muchas riquezas "son baratas", son obtenidas por medios injustos o en todo caso convierten a la persona en "esclavo" del dinero, insensible a la miseria en que vive gran parte de la humanidad. ¿Qué decir de la especulación del suelo y de los negocios inmobiliarios? Ahora comprendemos lo del camello y el ojo de la aguja. Algunos decían que el ojo de la aguja era el nombre de una de las puertas de entrada a Jerusalén donde mal que bien podía entrar un camello. Sea como sea, lo que está claro es el sentido que Jesús quiere dar a esta expresión. Sin embargo, alaba la generosidad, la gratuidad de aquellos que habiéndolo dejado todo reciben en este mundo cien veces más y además la vida eterna.
¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Este dicho de Jesús es tan válido hoy para nosotros, como lo era para los discípulos y paisanos del Maestro de Galilea. Porque, en nuestra sociedad actual, el dinero es el medio para conseguir casi todo lo que tenemos y queremos tener: el bienestar de los hijos, la casa, el coche, la ropa que vestimos, los viajes que hacemos, los pequeños o grandes placeres que nos damos… No son sólo los ricos los que aman el dinero, igualmente los pobres. Los ricos, porque no quieren perder lo que tienen, los pobres porque quieren conseguir lo que no tienen. La reacción de los discípulos de Jesús ante las palabras del Maestro es muy significativa. Reaccionan espantados: entonces, ¿quién puede salvarse? ¿Es que todos los discípulos de Jesús eran ricos? Sabemos que no. Ellos no eran ricos, pero reconocían que tenían puesta su confianza en el dinero y, además, creían que todo el mundo era así. Por eso, reaccionan cómo reaccionan, pensando que, según las palabras del Maestro, no iba a salvarse nadie. Y el mismo Jesús, en la respuesta que les da, reconoce que así será para todos los que no gocen de una especial gracia de Dios, porque, en sí, es algo imposible para los hombres. Es decir, que según el mismo Jesús es muy difícil no tener puesta la confianza en el dinero. Bueno, pues yo creo que lo que tenemos que hacer nosotros es examinarnos con sinceridad e imparcialidad. Ya dice el dicho popular: si quieres conocer la religiosidad de una persona, no le preguntes si va a misa, tócale el bolsillo. ¿Tenemos bien guardado, con siete llaves, nuestro bolsillo, o tenemos habitualmente el bolsillo abierto a las necesidades de la Iglesia y de los pobres?

Para nuestra vida
Hoy en la primera lectura, la oración del sabio de la Biblia, nos invita a pedirle  al Señor, que nos concedas la sabiduría. Ese don del Espíritu Santo que nos haga vivir de otro modo. Más conscientes del valor relativo que tienen las cosas materiales. Persuadidos de que una sola cosa es necesaria, sólo una es imprescindible, sólo una es definitiva: vivir y morir plenamente nuestra fe de cristianos, amando al Señor sobre todas las cosas, y a los demás a los que nos encontramos en el camino de la vida. Demasiadas veces somos torpes, ciegos incapaces de descubrir la luz, caminando sin rumbo por una noche perenne. Necesitamos la sabiduría del Señor.
 Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza”. Sabemos que la prudencia es una virtud cardinal, que consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello. La sabiduría es el grado más alto de conocimiento, que consiste, simplificando mucho, en vivir prudentemente.

La segunda lectura de la Carta a los Hebreos, concluye con una exhortación de fidelidad, docilidad u obediencia a la Palabra de Dios. La más compleja intimidad del hombre le es trasparente como el aire a la luz del sol. Nuestra actitud ante ella es dilema de vida o muerte escatológica. La Palabra de Dios ilumina y mueve. Pero sobre todo es dinámica y transformadora. La Palabra de Dios entra en la intimidad del hombre, provoca un juicio y una toma de postura. Esta Palabra le permite sopesar en su justa medida todos los valores que el hombre posee y colocarlos en su justo plano. Esta Palabra sigue siendo hoy imprescindible para que el discípulo de Jesús, el creyente, pueda realizar su tarea en medio del mundo.
Dios ve en el interior de nuestra alma y de nuestro corazón; podemos engañar a los demás y hasta a nosotros mismos, pero a Dios no le vamos a engañar nunca. Debemos examinarnos todos los días ante Dios, con sinceridad y humildad, con sabiduría y prudencia. Y que en nuestro examen interior de cada día, no falte nunca la pregunta por el buen o mal uso que hemos hecho de nuestro tiempo y de nuestro dinero; es decir, si hemos sido prudentes y sabios, o imprudentes y necios. No podemos olvidar que Dios conoce nuestro interior, sabe  de la sinceridad de nuestras acciones.

El joven rico del Evangelio ha quedado como prototipo de vocación frustrada, de ilusiones rotas, de deseos fallidos. Él tenía buena voluntad e inquietud por ser cada vez mejor, por alcanzar metas más altas. Aspiraba nada menos que a conquistar la vida eterna. "Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?" (Mc 10, 17). Pidiendo la vida eterna  es ya un ejemplo para cada uno de nosotros, tan conformistas a veces, tan aburguesados a menudo, tan dados a no querer complicarnos la vida, como si fuera suficiente un ir tirando para lograr el premio final. No nos engañemos y despertemos de nuestro cómodo dormitar en una mediocridad anodina. Sólo los esforzados, los violentos, los que luchan por mejorar cada día, alcanzarán la dicha de los justos. El Señor responde a aquel muchacho que tantas ganas tenía de ser perfecto. Primero es preciso cumplir los mandamientos de la Ley de Dios. Ese es el principio, los cimientos sobre los que hemos de edificar nuestra amistad con Dios. Nadie, en efecto, puede ser amigo suyo y al mismo tiempo no cumplir sus mandatos. Eso sería una paradoja, un absurdo, una mentira. Vosotros sois mis amigos nos dice Jesús, si hacéis lo que os mando.
Cuando Jesús de Nazaret dice que no se puede servir a Dios y al dinero está marcando, no solo un consejo moral, describe una constante de la historia del hombre. La adoración al dinero es una gran idolatría y la codicia un pecado muy grande. Es verdad que durante mucho tiempo se ha dado mucha más importancia a –por ejemplo—los pecados sexuales o aquellos que tienden al desorden de la vida cotidiana: orgías, juergas, borracheras. Y no sé hablado apenas de la falta de amor y de caridad, de la atención a los pobres, del demonio de la codicia o del también ídolo atroz de la soberbia.


Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

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