sábado, 5 de septiembre de 2015

Comentarios a las lecturas del XXIII Domingo del Tiempo Ordinario 6 de septiembre de 2015

Este domingo  coincide con el comienzo de un nuevo curso. reuniones, planes, propósitos van siendo realidad en nuestras parroquias, comunidades.... La crisis económica y de la emigración sigue ahí, produciendo muchas carencias y problemas. Hay sordos de conveniencia, no quieren ser molestados; sordos por el miedo, aislados por sus muchas necesidades. Hay, sin duda, mucho pobre en nuestros recorridos habituales y muchos más a las puertas de las Iglesias. Nunca como ahora tenemos que luchar contra todos estos problemas, a favor de la apertura, del final de la sordera, de tanta gente con problemas. A Jesús le preocupaba que el sordo del relato de Marcos no escuchara la Palabra de Redención.
Buscamos en la Palabra del Señor, luz y sanación para nuestra sordera.

La primera lectura tomada de Isaías (Is. 35, 4-7a). nos presenta el texto de Isaías, que fue el mismo que leyó Jesús en la sinagoga de su pueblo. Todos los judíos conocían este texto que anunciaba la liberación de Israel. Estaban ya cansados de tanta opresión. Se anuncia la vuelta de los desterrados con imágenes muy palpables: "se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará". Es la victoria sobre todos los impedimentos físicos y el resurgir de la naturaleza: "han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será
un estanque; lo reseco un manantial".
Son palabras de esperanza: "Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará" (Is 35, 4). Y viene en persona. No quiere valerse de intermediarios, quiere venir Él mismo hasta el lugar donde te debates, en tremenda lucha quizás.

La segunda lectura tomada de la carta del Apostol Santiago (Sant 2, 1-5), nos da unos  consejos prácticos que son de maxima actualidad por los acontecimientos de emigración de los países dominados por el EI (Siria, Kibia...).
Entre los cristianos a quienes se dirige la carta parecía darse un abuso: la acepción o discriminación de personas por razón de su nivel social (vv. 1-4). Se trataba de una manifiesta incongruencia entre la fe y la conducta. La Ley de Moisés (Dt 1,17; Lv 19,15; Is 5,23; etc.) condenaba la discriminación de personas (vv. 8-11), opuesta también al Evangelio (vv. 5-7), ya que Jesucristo corrigió las interpretaciones restringidas de esa Ley. Se señala que ese modo de comportarse será severamente castigado por Dios en el juicio (vv. 12-13).
La carta recuerda la predilección de la Iglesia por los pobres (v. 5; cfr Mt 5,3; Lc 6,20) e invita a luchar decididamente por la justicia: «Las desigualdades inicuas y las opresiones de todo tipo que afectan hoy a millones de hombres y mujeres están en abierta contradicción con el Evangelio de Cristo y no pueden dejar tranquila la conciencia de ningún cristiano» (Cong. Doctrina de la Fe, Libertatis con­scientia, n. 57). El fundamento se encuentra en la Sagrada Escritura: el amor al prójimo resume la Ley y los mandamientos. Jesucristo llevó este precepto a la plenitud (cfr Mt 22,39-40) y formuló el «mandamiento nuevo» (cfr Jn 13,34). Además, tanto en la Antigua Ley (vv. 10-11) como en la Nueva, «transgredir un mandamiento es quebrantar todos los otros. No se puede honrar a otro sin bendecir a Dios su Creador. No se podría adorar a Dios sin amar a todos los hombres, que son sus creaturas» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2069). Y, como comenta San Agustín, «quien guardare toda la ley, si peca contra un mandamiento, se hace reo de todos, ya que obra contra la caridad, de la que pende la ley entera. Se hace, pues, reo de todos los preceptos cuando peca contra aquella de la que derivan todos» (Epistolae 167, 5,16).
Una fe teórica que no influya decisivamente en la práctica no es fe verdadera. Una persona corrupta, que practica descaradamente el favoritismo político, o económico, o social, o de cualquier clase que sea, no puede declararse cristiana.

EL evangelio de San Marcos (Mc7, 31-37 nos recuerda a Jesús que recorre las regiones limítrofes de Palestina. Es cierto que su misión se centraba en Israel, pero también es verdad que él había venido para salvar a todos los hombres. Por eso en ocasiones alarga su palabra y sus obras hasta la tierra de los paganos. En esta ocasión que nos presenta el Evangelio, lo mismo que siempre, por donde quiera que él pasara iba haciendo el bien. Hoy se trata de un sordomudo al que Jesús le cura. El silencio y la soledad de aquel pobrecillo se quebró de pronto. Por sus oídos abiertos ya, penetró el sonido armonioso de la vida. Su corazón, callado hasta entonces, pudo florecer hacia el exterior y comunicar su alegría y su gratitud. ¡Effetá! , dijo Jesús, esto es, ábrete. Son palabras que conservan toda la frescura de la vez primera que fueron pronunciadas. Palabras que durante mucho tiempo formaron parte de la liturgia del Bautismo.
Con ellas el sacerdote abría el oído del catecúmeno a las palabras de Dios, le capacitaba para escuchar el mensaje de salvación. Así se vencía la sordera congénita que el hombre tiene para escuchar con fruto el Evangelio. De este modo se rompía el aislamiento que la criatura humana tenía para lo sobrenatural, sordera ante esa armonía de la divina palabra portadora del gozo y la paz, germen de amor y de esperanza, de felicidad y de consuelo.
Con el tiempo y la malicia del hombre, no curada del todo, los oídos vuelven a entraparse y se produce otra vez la cerrazón para oír al Señor. Y junto con la sordera, la incapacidad para hablar. Se levanta entonces un muro más impenetrable que el anterior, que nos aísla y nos aplasta, nos incomunica y nos deja tristemente solos.
Es preciso en esos momentos clamar a Dios con toda el alma, desde lo más hondo de nuestro ser, sin palabras quizá, con torpeza y balbuceos; pedir a Nuestro Señor Jesucristo que vuelva a tocar nuestros oídos y nuestros labios para que se derrumbe el silencio que nos atormenta y nos destruye. Vayamos al sacerdote con toda humildad y confesemos nuestros pecados, acerquémonos limpios de toda culpa a la Eucaristía y oiremos la voz del Maestro que, apiadado de nuestro mal, nos dice: ¡Effetá!
Para nuestra vida.
¡Cuanta necesidad tenemos de que se cumpla la palabra profética de Isaías!. Recibir  luz a nuestros ojos, sensibilizar nuestros oídos, comunicar agilidad a nuestros miembros, palabras a nuestra lengua. Mantente firme. No flaquees, resiste. Basta con que pongas todo el empeño que te sea posible, seguro de que Dios te ayudará. Él está para llegar, y trae el desquite de tanta miseria. Él te resarcirá, te salvará. Te dará la valentía necesaria para seguir caminando en la noche hacia el Señor de la Luz.
"Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará" (Is 35, 5).  Que nuestra tierra se llene de gozo: "Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial".
El profeta Isaías: creía y así lo predicaba, que Dios puede hacer lo que nosotros, con nuestras solas fuerzas, no podemos conseguir: que brote agua en los desiertos y estanques en los páramos, que los sordos oigan y que hablen los mudos. La esperanza cristiana puede y debe llegar mucho más allá de donde puede llegar la sola razón teórica. No se trata de ser ingenuos, sino de confiar en que si nosotros ponemos de nuestra parte lo que Dios nos pide, podremos llegar hasta donde los cobardes de corazón y faltos de esperanza no podrán llegar nunca. La persona cristiana debe ser siempre una persona valiente y esforzada; los cobardes de corazón deben saber que hay un Dios que siempre está viniendo a salvarnos. Para eso vino Jesús al mundo, para salvar lo que estaba perdido y para dar vida a lo que estaba muerto.

El salmo 145: nos presenta la obra del Señor. "El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos. El Señor sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados". Esta es la Gran Noticia: Dios está a favor de los débiles, de los pobres y necesitados. En aquella época los pobres eran los huérfanos y las viudas, que no tenían ninguna pensión para mantenerse. ¿Quiénes son hoy día los pobres y oprimidos?... Pensemos en los inmigrantes que llegan en cayucos desde Libia y otros lugares huyendo del  yihadismo y después son "repartidos" por diversos lugares de Europa o devueltos a sus lugares de origen. Pensemos en los 70 muertos en un camión frigorífico tras huir de la guerra en Siria. Pensemos en las mujeres y niños explotados. Pensemos en los ancianos que viven solos. Pensemos en las mujeres y los hombres víctimas de la "violencia de género". Pensemos en los enfermos físicos y mentales. Pensemos en los niños de familias desestructuradas que tienen de todo menos lo que necesitan de verdad. ¡Hay tantos pobres y oprimidos a nuestro alrededor! Sin embargo, Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman.
En esta obra del Señor nosotros estamos llamados a ser instrumentos y albar al Señor por lo que hace.

El fragmento de la Carta del Apóstol Santiago que se nos ha proclamado, es un clásico de la doctrina de la Iglesia sobre la mala práctica en la acepción de personas y que
nos pone da de bruces sobre uno de los principales cometidos de la Iglesia: su opción por los pobres. Desagraciadamente el uso de las apariencias para juzgar a nuestros semejantes es, como se ve, un tema muy antiguo en el proceder de la humanidad. Apreciamos a los ricos, que llevan anillo, a los elegantes que llevan ropas que admiramos; y buscamos estar a bien con aquellos que en algo nos pueden beneficiar. Por el contrario, huimos de quienes nada nos pueden dar, de las gentes que parece que nada tienen, de la pobreza real, que siempre es sucia y deshilachada por el propio efecto de la carencia de medios y bienes.
El evangelio de Marcos dice que Jesús,  recorrió el territorio de Tiro y Sidón y atravesó la Decápolis. Jesús no rehúsa hacer un milagro allí también, pues el anuncio de su salvación es universal, sin distinciones. Se presenta a Jesús como una especie de taumaturgo o mago que realiza curaciones. Pero Jesús no es eso: mira al cielo antes de ayudar a aquel pobre hombre. Realiza la curación en nombre de Dios y movido por el poder de la oración. Le dice con fuerza: ¡Ábrete! Le pide que se abra a la fe. También nosotros necesitamos abrir nuestros ojos y nuestro corazón a Dios y a los hermanos. Necesitamos poner en práctica la compasión y la misericordia. Ábrete a los que necesitan tu amistad, ábrete al que necesita tu cariño, ábrete al que necesita que alguien le escuche, ábrete a ese hermano que te resulta tan pesado, ábrete al enfermo que espera tu visita en el hospital, ábrete a aquél que no te saluda, ábrete a aquél que está llorando con lágrimas de desaliento y soledad. También te dice: escucha los gemidos del triste, escucha los lamentos de aquél que la vida trata injustamente, escucha a aquél que ya no puede ni hablar, pero te está diciendo todo con sus gestos. No seas mudo ni sordo, deja que el Señor abra tu boca y tus oídos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario