Comentarios a las Lecturas del
XIX Domingo del Tiempo Ordinario 9 de agosto de 2015
En la
primera lectura se nos sitúa ante un profeta Elías sediento y hambriento (1
Reyes 19, 4-8).Después
de un día de camino huyendo por un desierto inhóspito y seco, Elías se
encuentra hambriento, desfallecido y desconsolado, hasta el punto que le pide a
Dios que le quite la vida. Pero el ángel del Señor viene en su ayuda, dándole
pan y agua. Elías, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días hasta
el monte Horeb, el monte del Señor.¡Levántate, come! Elías se levantó, comió
y bebió y, con la fuerza de aquel
alimento, caminó cuarenta días y cuarenta
noches hasta el monte de Dios. Después de haber demostrado la
falsedad de los sacerdotes de Baal, Elías huye por temor a la reacción de la
reina extranjera Jezabel. Elías está al borde de la desesperación. No vale la
pena seguir luchando. El poder del rey, manejado por una mujer ambiciosa y
desaprensiva, es más fuerte que él: su vida está en peligro. Pero en la lucha
entre su fe en Dios y el miedo al rey, vence la fe. Dios sostiene a su profeta.
Parece que Elías huye, pero esta huida es algo más, es también una
peregrinación, un éxodo. Este hombre, que representa lo mejor de Israel,
abandona la nueva esclavitud de los baales y sale en
busca del Dios que en otro tiempo liberó a su pueblo de la esclavitud de los
faraones. Ahora, como entonces, se repetirán las maravillas del éxodo: el pan
que sustentará a Elías en su peregrinación, "de cuarenta días, hasta el
monte santo...", recuerda el maná, aunque sólo es el anticipo del
"verdadero pan bajado del cielo".
Tanto en las lecturas de este domingo 19 del
Tiempo Ordinario, como en del próximo, el vigésimo, se incluye la lectura del
referido Salmo 33 (Sl 33, 2-3, 4-5, 6-7, 8-9)
GUSTAD Y
VED QUÉ BUENO ES EL SEÑOR.
La
segunda parte del Salmo 33 la tendremos en la misa del domingo siguiente. El
salmo 33 es un texto prodigioso, de
máxima actualidad y que puede servir como receta para nuestra oración diaria.
El Salmo 33 debe ser leído con mucha atención.
Dice.
"Yo consulté al Señor y me
respondió, me libró de todas mis ansias". Los versos del Salmo son como una narración
personal. La angustia está siempre muy presente en los humanos. Y ese mal nos
hace vivir peor.
El
Salmo 33 parece una obra moderna, como si hubiera sido escrito a la medida de
nuestra época plena de estrés y sobrado de angustias.
No
cabe la menor duda que los Salmos son las piezas oracionales de gran
importancia, dentro de lo que nos ofrecen las Sagradas Escrituras. Su lectura
nos inicia en un tiempo de plegaria de enorme fuerza. No es pues casualidad que
la Liturgia de las Horas –la fórmula de la Iglesia para rezar a Dios cinco
veces al día—utilice los salmos como ingredientes principales. Por otro lado,
los salmos son de una perspicacia social y psicológica muy notables. Se adaptan
a nuestros problemas concretos, en un momento dado nos parece que alguien nos
lo ha escrito a la medida, a pesar de han sido redactados hacia varios miles de
años.
En la
segunda lectura de Efesios (Ef 4, 30-5,2) sorprenden las palabras del Apóstol. "Hermanos:
no pongáis tristes el Espíritu Santo. Dios os ha marcado con él para el día de
la liberación final" (Ef 4, 30).
Hoy
San Pablo nos dice que no pongamos triste al Espíritu Santo, que no pongamos triste
a Dios... Misterio hondo este de que el hombre pueda entristecer a Dios. Pero
ahí están esas palabras que contienen la verdad. Por otro lado no es difícil
imaginar que, si Dios nos ama ilimitadamente, su corazón se llene de pena al
ver lo mal que correspondemos a su amor. Dios triste, Dios llorando. He visto
llorar a Dios, decía una canción. Lágrimas de Dios porque sus hijos no
correspondemos a sus desvelos, lágrimas de Padre que ve cómo sus hijos le
vuelven la espalda y se pelean entre sí. Misterio y realidad, tristeza de Dios.
Se
utiliza un lenguaje antropomórfico, ya que sólo aplicándole nuestras categorías
mentales podemos entender algo. Es verdad que ese lenguaje aplicado a Dios será
siempre analógico, aproximado. Y es que Dios no es sólo aquello que nos dice la
Biblia, es eso y muchísimo más, infinitamente más.
Seguimos
contemplando el pasaje evangélico que San Juan recoge en el capítulo sexto de
su Evangelio (Jn
6,41-51). Fue un acontecimiento
que suscitó polémica, y también una ocasión para que Jesús expusiera una
doctrina tan importante como la referente a la Sagrada Eucaristía. Sus vecinos
de Nazaret veían a Jesús como un vecino más del pueblo. Habían oído que había
hecho milagros en Cafarnaúm, pero eso de que había bajado del cielo y de que
era un pan vivo que el que lo coma vivirá para siempre, eso ya les parecía
demasiado. ¿No es
este el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora
que ha bajado del cielo?
Sus palabras son claras, expresión
meridiana de la realidad inefable que constituye el sacramento de la Eucaristía. Su carne es
verdadera comida, alimento espiritual que transmite la vida eterna y alienta en
cierto modo la vida terrena del hombre. Pan vivo bajado del Cielo que, más aún
que el maná, fortalecerá a quienes caminamos por este desierto que es la vida
misma. Pero aquellos hombres, lo mismo que ocurre hoy con tantos otros, no
entendieron a Jesús; o, mejor dicho, no quisieron comprenderle. Le criticaron
abiertamente y le abandonaron. Este momento, después de los discursos de
Cafarnaún, fue uno de los más decisivos en la vida de Jesús. A punto estuvo de
quedarse solo, abandonado incluso de los más íntimos. Sólo Pedro, siendo el
portavoz de los demás apóstoles, hizo un acto de fe al exclamar: ¿a quién vamos
a ir, si tú tienes palabras de vida eterna?
Para nuestra
vida
San
Pablo exhorta a unas actitudes muy concretas y practicas.
"Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros, como Dios os
perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios como hijos queridos y vivid en el
amor como Cristo os amó y se entregó por vosotros como oblación y víctima de
suave olor". Así Dios cambiará las lágrimas por una
sonrisa. Sí, sonreirá al vernos sin amargura en el alma, sin ira en el corazón,
sin enfado en los gestos, sin insultos en la boca, sin malicia en los
ojos...Todos sonreiremos entonces, y todos dejaremos de llorar. Imitadores de
Dios, hijos queridos, hermanos bienaventurados que se ayudan y se quieren
mutuamente. Una vida hecha de espíritu de entrega y de servicio, un paraíso en
la tierra...No pongáis triste al Espíritu Santo, y tampoco vosotros estaréis
tristes. Alegrad con vuestra vida el corazón de Dios y también vosotros os
llenaréis de paz y de gozo. No tenemos hambre
La
oferta de ayuda del Señor que hoy hemos recordado en el Salmo 33 queda muy
clara en el ofrecimiento del Señor Jesús de su Carne y de su Cuerpo. La Iglesia
tiene muchos testimonios –a lo largo de los siglos—de que la Eucaristía influye
indeleblemente en hombres y mujeres para ayudarlos y sacarlos de sus dolencias.
“Cuando uno grita, el Señor les escucha y lo libra de sus angustias” Esa es mi
juicio la invocación más segura. Uno, en el seno de su desesperación grita en
ayuda del Señor y este acude de inmediato. El grito ha de ser sincero, no
plañidero. Fuerte, inequívoco. Hay en el Salmo algunos versículos de parecida
intención y contenido. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo
salva de sus angustias”. Se trata de una frase muy parecida, que aparece casi
al principio. Y también: “El Señor está cerca de los atribulados, salva a los
abatidos”. Y es que en la tribulación el único consuelo verdadero y eficaz es
Dios. “Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal,
obra el bien, busca la paz y corre tras ella”. Cambia de “argumento” el salmo y
nos enseña el mal camino de la mentira. ¿Nos damos cuenta que en estos tiempos
muchas conductas están basadas solo en la mentira y en la simulación? Pues así
es. Y esas mentiras no solo son ofrecidas a los demás. Lo peor es mentirse a
uno mismo y falsear nuestra propia conciencia. También es muy llamativo lo
siguiente: “¿hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad?”. Todos
deseamos eso, pues también podemos pedírselo al Señor.
La
lectura atenta del fragmento de la Carta de San Pablo a los Efesios es un parte
y un todo de los mensajes que hoy nos trae la liturgia de esta eucaristia del domingo 19 del Tiempo Ordinario. Y es que,
sin duda, los sentimientos de Elías serían parecidos a los que describe Pablo
de Tarso: amargura, ira, enfados, insultos y todos los ejemplos de la maldad. Hemos de reflexionar con calma en ese camino
de curación –de consuelo—que nos ofrece siempre esta mesa del Pan y de la
Palabra que es la Eucaristía. No dejemos pasar la ocasión de ser más felices.
Hoy y siempre Jesús nos ayuda con su amor.
El
Evangelio de Juan que hemos escuchado hoy contiene esa revelación sorprendente
de Jesús de Nazaret. Él es pan bajado del cielo y el que come ese pan vivirá
para siempre. Ciertamente, el pan del cielo es vehículo y viático para el mundo
futuro, para la eternidad, pero, igualmente, es remedio seguro para las
azarosas jornadas de nuestra vida presente.
Si nos fijamos en el evangelio también
para nosotros, a los que leemos diariamente el evangelio, puede pasarnos algo
parecido que les ocurrió a los contemporáneos de Jesús, aunque en distinto
sentido, claro. Podemos quedarnos en el Jesús histórico, el que hizo milagros,
el que ayudó a los pobres, el que criticó duramente a las autoridades de su
tiempo, el que perdonó a la mujer pecadora, y todo lo demás. Pero si nos
quedamos en el Jesús histórico y no damos el paso al Jesús teológico no
habremos comprendido en toda su riqueza al verdadero Jesús de Nazaret, tal como
nos lo propone san Juan en su evangelio. Porque comprender al Jesús teológico y
creer en él con todas las consecuencias es vivir en comunión con él. Y sólo si
vivimos en comunión espiritual con Jesús podrá convertirse para nosotros en pan
de vida. Cuando comemos físicamente el cuerpo sacramentado de Cristo en la eucaristía
debemos comulgar mística y espiritualmente con él. Porque si no vivimos mística
y espiritualmente con Cristo, realmente no acabamos de comulgar con él con
todas las consecuencias. Más de una vez, deberemos dejar a un lado la vida
histórica de Cristo para verle exclusivamente como pan de vida para nosotros.
Si creemos en él como pan de vida y vivimos en comunión con el Cristo
teológico, realmente podremos decir de alguna manera que participamos de la
vida divina de Cristo.
Las
mismas críticas de entonces, de una u otra forma, se repiten en cierto modo a
lo largo de los tiempos. Hoy también surge la incomprensión y la incredulidad,
la actitud crítica ante las exigencias de la fe que tratan de obstaculizar la
marcha del Reino de Dios. Sin embargo, el daño que causen será siempre
periférico, por muy hondo que pueda parecer. Siempre quedará un pequeño resto
tan encendido y vibrante, que consiga mantener el fuego sagrado y hacerlo
prender una y otra vez en el mundo entero. Dios está empeñado en que la
salvación se lleve a cabo. Él sigue tocando el corazón de los hombres,
atrayéndolos de forma irresistible. La gracia divina actúa de forma dinámica y
moviliza de mil maneras el corazón humano. Podrá parecer en ocasiones que Dios
está ausente, pero no es verdad. Él está cerca de nosotros, atento a nuestras
necesidades, pronto a socorrernos a pesar de no merecerlo. Dios Padre nos habla
a cada uno, y de cada uno espera una respuesta que nos lleve a vivir siempre
muy próximo a Jesús, el único que tiene palabras de vida eterna.
Jesús únicamente pide fe en Él.
La fe llega a su perfección cuando es
fe en Dios, que se revela en su enviado Jesucristo. El que cree alcanza vida;
pues, aunque todos puedan escuchar a Dios, solamente lo ha visto aquel que
viene de Dios. Y éste es Jesús, el testigo y la misma Palabra de Dios hecha
carne: la plenitud de la revelación, que hace posible la plenitud de la fe. Los
que creen así alcanzan vida eterna. Jesús, El mismo y no otra cosa, se presenta
como "el pan de la vida". En cada una de sus palabras y de sus obras
Jesús se da y se comunica a todos los que creen en él, y éstos reciben a Jesús
y no sólo las palabras de Jesús. El "pan de vida", el que "ha
bajado del cielo", es la misma realidad de Jesús, su propia carne y una
carne que se entrega para la vida del mundo. Si escuchar a Jesús es ya recibir
a Jesús y no sólo sus palabras, recibir el cuerpo de Jesús ha de ser también
escucharle con fe.
El sacramento es una palabra visible,
un signo. Comulgar es recibir el cuerpo de Cristo "que se entrega por la
vida del mundo"; por lo tanto, es incorporarse personalmente a Cristo y
enrolarse en su misión salvadora y en su sacrificio. La Eucaristía fue instituida
"la noche antes de padecer" para que los discípulos quedaran
comprometidos en la misma entrega que Jesucristo, que se iba a realizar
definitivamente al día siguiente. El que comulga debe saber que siempre se
halla en esta situación: "antes de padecer" y que recibe "el
cuerpo que se entrega para la vida del mundo". Comulgar no es sólo comer,
es creer, y esto significa comprometerse.
Sólo
desde una convicción, nuestra fe profunda en Jesús, podremos llevar adelante
nuestra misión de bautizados. Romper nuestros vínculos con Él, alejarnos de los
sacramentos (que son gracia) no hace sino ahondar nuestro desconocimiento de su
persona y convertir nuestros actos en simples momentos de altruismo sin
relevancia divina alguna y con un alto riesgo de cansancio. No olvidemos que,
el pan de la eucaristía, nos fortalece y nos empuja. Es el sucedáneo que nos
ofrecen otros dioses lo que nos paraliza y nos hastía. Por eso, que mucha gente
encuentre en el sano altruismo, en la entrega generosa hacia los
Ser
cristiano, más en los tiempos en los que nos encontramos, conlleva una lucha
sin cuartel Un estar constantemente planteándonos si merece la pena o no ir de
la mano de Jesús. ¿Lo más fácil? Soltarla. ¿Lo más meritorio? Perseverar en esa
amistad. Jesús no nos da “gato por liebre”.
Rafael Pla Calatayud
rafael@sacravirginitas.org
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