Dispuestos
a caminar por el itinerario que Dios nos marca.
La primera lectura ( Ez. 2,
2-5 ), nos narra el encuentro de Dios
con el profeta.. "En
aquellos días el espíritu entró en mí, me puso en pie y oí que me
decía..." (Ez 2, 2). El profeta estaba viviendo en el exilio, entre los
deportados que estaban junto al río Quebar. Allí fue
arrebatado en éxtasis. De pronto una fuerza interior le impulsa a ponerse de
pie. Es algo que le domina, que le puede. Y se pone de pie, o lo que es lo
mismo se dispone a marchar, a emprender el camino. Esa es la actitud que el
profeta ha de tener ante la llamada de Dios. Una actitud de dinamismo, de lucha,
de caminante, de peregrino.
Ezequiel
es investido de una gran responsabilidad: predicar la palabra de Dios a un
pueblo de dura cerviz que no quiere escucharla. La experiencia de la presencia
de Dios fue para Ezequiel tan fuerte que cae en tierra, pero el espíritu lo
levanta y lo mantiene en pie. El hombre recupera su verticalidad con la fuerza
de Dios que lo lanza a la acción. Ezequiel, cuyo nombre significa "Dios es
fuerte", va a necesitar toda esa fortaleza divina para cumplir su difícil
misión. Pero antes necesita recibir el mensaje, digerirlo, asimilar todas las
palabras que Dios quiere decir a su pueblo: Dios le ofrece un libro en el que
están escritas, y Ezequiel lo come. Si nos alimentáramos nosotros de la palabra
de Dios el mundo sabría que hay hombres que no se doblegan y que aún viven los
profetas. El Señor sabe que no es fácil la misión que encomienda a su profeta.
Por eso le desengaña claramente de cualquier ilusión sobre futuros éxitos. Pues
el pueblo al que va a ser enviado es un pueblo de cabeza dura y rebelde, su
historia es una cadena de falsedades e infidelidades al pacto con el que está
unido a Yahvé. Sin embargo, estamos acostumbrados a creer que un profeta es
alguien que adivina el futuro.
No
es fácil la labor del profeta, pues muchas veces es incomprendido y perseguido.
Los falsos profetas se dejan alagar por el éxito o el poder. Son aquellos que
dicen a los poderosos lo que quieren oír. El verdadero profeta es aquél que
dice palabras que escuecen, no busca la fama ni el éxito, ni los honores, sino
sólo quiere ser fiel a la palabra que ha recibido de Dios. Profeta es el que
denuncia la injusticia y el pecado, es el que anuncia la buena noticia. Dios
presta su apoyo a Ezequiel y le dice que no se desanime, pues al final se
cumplirán sus palabras. Ezequiel es el profeta de la esperanza. Todos
reconocerán que “hubo un profeta en medio de ellos”. Sin embargo, el éxito de
la misión no es asunto del profeta y no debe preocuparle. Además, Dios le
garantiza que todos tendrán que oírlo y, hagan o no hagan caso, todo el mundo
sabrá que hay un profeta. Nadie puede reducir al silencio la palabra de Dios.
A
lo largo de toda la Historia de los hombres, Dios ha enviado a sus mensajeros,
sus profetas, los hombres que hablan en su nombre, sus pregoneros, sus
portavoces. De un modo o de otro, también hoy nos llega el eco de sus voces, el
contenido de su mensaje. La respuesta será variada. "Ellos, te hagan caso o no te hagan caso (pues son un pueblo rebelde),
sabrán que hubo un profeta en medio de ellos" (Ez 2,5).
Pero
este pueblo es rebelde y no quiere hacer caso. Es cierto que habrá quienes
oigan el mensaje de Dios y lo vivan. Esos se salvarán, serán felices aquí en la
tierra y allá en el Cielo. Los otros no. Los que no oyen la palabra de Dios, o
los que la oyen y no la ponen en práctica, esos serán unos desgraciados. Y no
podrán excusarse, no podrán decir que no hubo profetas en su tiempo.
En el salmo
responsorial de hoy (Sal 122), se nos recuerda la obra de la misericordia de
dios en nosotros.
R.- NUESTROS
OJOS ESTÁN EN EL SEÑOR, ESPERANDO SU MISERICORDIA.
Misericordia,
Señor, misericordia,
que estamos
saciados de desprecios;
nuestra alma
está saciada
del sarcasmo
de los satisfechos,
del
desprecio de los orgullosos.
En la segunda
lectura (2 Cor. 12,
7b-10 ), San Pablo habla por propia experiencia de la fortaleza que
viene de Cristo. Ante las dificultades y propia debilidad San Pablo no sólo
no se acobarda, sino que se crece ante las dificultades. Y todo lo hace por
Cristo y con Cristo, dejando que sea el mismo Cristo el que actúe en él y por
él.
San Pablo repite varias veces
los términos “gloriarse” y “debilidad” (καυχήσομαι
/ ἀσθενείαις):
“¿Hay que gloriarse?: sé
que no está bien, pero paso a las visiones y revelaciones del Señor! (2 Cor, 12, 1); “De alguien así podría gloriarme; pero, por lo que a mí respecta, solo me gloriaré de mis debilidades.
Aunque, si quisiera gloriarme, no me
comportaría como un necio, diría la pura verdad” (2 Cor,
12, 5-6); “‘Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad’. Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para
que resida en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de las debilidades, los insultos, las privaciones, las
persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor,
12, 9-10). ¿Qué debilidades son estas? ¿Es real que son los pecados? Es
improbable, una vez que en este misma epístola cuando él habla del “pecado”
utilizando otros términos: ἁμαρτίαν
/ προημαρτηκότων.
¿De qué
debilidades se gloría San Pablo?
San Agustín
nos dice que nadie puede gloriarse del mal pues esto no es gloria sino miseria.
"Señor, yo me creía que
era algo por mí solo, me juzgaba autosuficiente por mí, sin caer en la cuenta
de que Tú me regías, hasta cuando te apartaste de mí, y entonces caí en mí, y vi
y reconocí que eras Tú quien me socorría; que si caí fue por mi culpa, y si me
levanté fue por ti. Me has abierto los ojos, luz divina, me has levantado y me
has iluminado; y he visto que la vida del hombre sobre la tierra es una prueba,
y que ninguna carne puede gloriarse ante ti, ni se justifica ningún viviente,
porque todo bien, grande o pequeño, es don tuyo, y nuestro no es sino lo malo. ¿De qué pues podrá gloriarse toda carne?, ¿acaso del mal? Pero eso no es
gloria sino miseria. ¿Podrá gloriarse de algún bien,
aunque sea ajeno? Pero todo bien es tuyo, Señor, y tuya
es la gloria". (San Agustín. Soliloquio del alma a Dios, 15)
y Santo Tomás
de Aquino nos recuerda que la flaqueza es materia de la virtud.
" Y esta expresión: “la
fuerza se perfecciona en la flaqueza” se puede entender de dos maneras:
materialmente u ocasionalmente. Si se entiende materialmente, el sentido es
éste: la fuerza se perfecciona en la flaqueza, esto es, la flaqueza es la
materia de la virtud que se ha de ejercer. Y
primeramente de la humildad, como arriba se dijo; y luego de la paciencia
(La prueba de la fe produce la paciencia: Sant. 1,
3); tercero, de la templanza, porque por la
flaqueza se debilita el fomes y se
hace uno moderado.
Y si se entiende
ocasionalmente, entonces la fuerza se perfecciona en la flaqueza, o sea, es la
ocasión de alcanzar la virtud perfecta, porque sabiéndose
débil el hombre, más se esfuerza por resistir, y por el hecho de resistir y
luchar se hace más esforzado, y consiguientemente más fuerte" . (Santo Tomás
de Aquino. Comentario a la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios, lec. 3: 2 Cor 12, 7-10)
En el evangelio de hoy (Mc. 6,
1-6), Jesús vuelve a
Nazaret,
su tierra, por haber vivido allí después de volver de Egipto. Rincón risueño y
escondido de Galilea, escenario y marco de su vida oculta.
Jesús
asiste al rito de la sinagoga y comienza a hablar, haciendo uso del derecho a
intervenir que tenía cualquiera de los asistentes. Sus palabras trascienden
sabiduría, fuerza y luz para quienes le escuchan con buenas disposiciones. En
cambio, para quienes oyen con espíritu crítico, esas mismas palabras provocaron
la desconfianza y hasta el escándalo. ¿De dónde saca todo eso? ¿No es éste el
hijo del carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y
Simón?
Lo
primero que hay que aclarar es que estos hermanos que se nombran aquí, así como
en otros pasajes evangélicos, no se pueden entender como hermanos propiamente
dichos. María, en efecto, sólo tuvo un hijo, y éste por obra y gracia del
Espíritu Santo. Es decir, Santa María fue siempre virgen. Según el modo de
hablar de los semitas se llamaban hermanos también a los parientes más o menos
cercanos, como podían ser los primos.
La
extrañeza y el posterior rechazo de sus paisanos basándose en el origen humilde
y conocido de Jesús tiene en Marcos un
cierto tono de insulto. Le piden que haga en su pueblo los milagros realizados
en otros lugares. El milagro se encuentra principalmente en la interpretación
de un hecho como acción salvadora de Dios. Sin la fe de los testigos de una
curación no puede haber milagro. En este caso, los actos de Jesús no fueron
leídos desde una óptica de fe, y el milagro no fue posible. Jesús comentó
amargamente: “Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa
carece de prestigio”. Esta frase se ha convertido en proverbial: nadie es
profeta en su tierra. Pero esto es sólo una curiosidad. El pasaje evangélico
nos lanza también una advertencia implícita que podemos resumir así: ¡atentos a
no cometer el mismo error que cometieron los nazarenos! En cierto sentido,
Jesús vuelve a su patria cada vez que su Evangelio es anunciado en los países
que fueron, en un tiempo, la cuna del cristianismo.
El
rechazo de los habitantes de Nazaret nos ha de poner en guardia, para no
dejarnos llevar del espíritu crítico cuando escuchamos a quien nos habla en
nombre de Dios. Detrás de las apariencias de la palabra humana hay que
descubrir el brillo de la palabra divina. Ojalá podamos decir con Santa Teresa
que jamás escuchamos un sermón sin sacar provecho para nuestra alma.
Para nuestra vida.
Cierto
que ordinariamente la gracia de Dios se reducirá a menudo a una suave atracción
que nos nace de pronto muy dentro. Pero tu respuesta ha de ser la misma:
Ponerte de pie, disponerte a caminar por el itinerario que Dios te va a marcar.
Consciente de que el primer enemigo eres tú mismo, cuando eres comodón,
egoísta, soberbio, ambicioso. Has de luchar esas malas inclinaciones interiores
que a veces te dominan. Decídete, Dios pasa, ponte en pie.
No
debes olvidar que Dios sigue enviando a sus profetas. Son los que siguen
cogiendo la antorcha que un día Cristo entregara a los suyos... Lo contrario
sería injusto por parte de Dios. Es como si se cerrara en un profundo silencio,
ausente de nuestras vidas, desinteresado por nuestros problemas, indiferente
ante nuestra salvación.
En
la segunda lectura, San Pablo nos recuerda lo que tenemos que hacer los
cristianos de todos los tiempos: no creernos nosotros los protagonistas del
evangelio, sino dejar que sea Dios el que actúe en nosotros y a través de
nosotros. El buen predicador no busca nunca su propia gloria, sino la gloria de
Dios en todo lo que hace y dice. Esto es lo que quiere decirnos san Pablo, en
esta carta, cuando afirma: “cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
En
el evangelio hoy, Jesús como judío piadoso y cumplidor que era, acude a la
sinagoga el día del sábado que según la ley mosaica
era sagrado. La Iglesia, desde el principio de su historia, sustituyó el sábado
por el primer día de la semana, que comenzó a llamarse domingo, precisamente
por ser el día del Señor, Dominus en latín. Con su conducta Jesús nos da
ejemplo para que también nosotros santifiquemos ese día dedicado a Dios y no el
que a cada uno le parezca oportuno.
El
episodio del Evangelio nos enseña algo importante. Jesús nos deja libres;
propone, no impone sus dones. Aquel día, ante el rechazo de sus paisanos, Jesús
no se abandonó a amenazas e invectivas. Dios tiene mucho más respeto de nuestra
libertad que la que tenemos nosotros mismos, los unos de la de los otros. Esto
crea una gran responsabilidad. San Agustín decía: “Tengo miedo de Jesús que
pasa”. Podría, en efecto, pasar sin que me percate, pasar sin que yo esté
dispuesto a acogerle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario