Pentecostés
es la culminación de la Pascua. La vida nueva que Jesús consiguió es también
nuestra vida. Muchas veces no somos conscientes de la actuación del Espíritu en
nosotros. Quizá sea porque no le dejamos actuar....Da la sensación de que
estamos como los discípulos antes de Pentecostés: decimos que creemos en Jesús,
nos confesamos cristianos, pero vivimos apocados, miedosos.
La
Iglesia celebra hoy la Jornada de la Acción Católica y del Apostolado Seglar.
Es el día de los laicos y de su misión. La Acción Católica es una realidad
eclesial creada hace muchos años y que ha facultado la incorporación de los
laicos a las tareas de la evangelización de la Iglesia. Pero, obviamente, la
jornada está dedicada también a otros muchos movimientos de seglares que
trabajan por la extensión del Reino de Dios en inteligencia y cercanía de la
Iglesia católica. Todos los laicos que, de una forma u otra, trabajamos en
expandir la Palabra de Dios debemos festejar este día y buscar, en lo personal
y en lo comunitaria, fórmulas que mejoren la evangelización de nuestra
sociedad, tal vez cada vez más alejada del pensamiento de Cristo. Sinceramente,
es un día para reflexionar en profundidad sobre todo ello. Y es que, sin duda,
Pentecostés es jornada de renovación, gracias al Espíritu que todo lo hace
nuevo.
En el catecismo se nos resume lo que es Pentecostés:
número 731 "El día de Pentecostés (al término de las
siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del
Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su
plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36), derrama
profusamente el Espíritu".
Número 732. "En este día se revela
plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo
está abierto a todos los que creen en El: en la
humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima
Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en
los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado,
pero todavía no consumado:
Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos
encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha
salvado..."
La
primera lectura de HECHOS DE LOS APÓSTOLES 2, 1-11 nos trae la venida del Espíritu Santo en la
fiesta judía de Pentecostés. En sus orígenes, Pentecostés
fue fiesta de la cosecha, de la plenitud y la abundancia.
Muy
pronto la fecha se fijó a los cincuenta días de la Pascua, uniéndola al
acontecimiento liberador del Éxodo: el Sinaí y la Antigua Alianza.
Cuando
en el Nuevo Testamento se pone en marcha el pueblo de la Nueva Alianza, se
escogerá, también, la fiesta de Pentecostés.
Cristo
sube al cielo y baja el Espíritu Santo; Moisés sube al Sinaí y baja con las
tablas de la Ley.
En
el Sinaí, la presencia de Dios se manifiesta por medio de las fuerzas de la
naturaleza (truenos, relámpagos, densa nube, fuego, temblor de tierra...), en
el Pentecostés de la Nueva Alianza, , en el que el Espíritu de Dios también
desciende, igualmente hay unas manifestaciones de fuerza de la naturaleza:
ruido del cielo, viento recio, lenguas de fuego.
Pentecostés
se presenta a los primeros cristianos como la inauguración de la Nueva Alianza
y la proclamación de una Ley que ya no está grabada en piedra sino en el
corazón.
Llegado
el plan de Dios a su plenitud, lo que el pecado había roto en Babel, dividiendo
las lenguas, en Pentecostés todos entienden a los apóstoles, aunque hablen
lenguas diversas.
El
Espíritu da a su Iglesia el don de las lenguas para que todos los hombres de
todos los tiempos, lenguas y culturas puedan escuchar las "maravillas de
Dios".
En el salmo ( Salmo 103), de hoy
reconocemos y pedimos la actuación de Dios. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de
la tierra. Bendecimos y damos gracias a Dios por
el gran don de la creación, por su grandeza.
"Bendice
alma mía al Señor
¡Dios mío, qué grande eres!"
¡Dios mío, qué grande eres!"
Para el
que quiera ver, toda la creación habla de la existencia de Dios, sobretodo la
creación del hombre, con la capacidad de desarrollar la obra creadora divina.
"Cuántas
son tus obras, Señor,
la tierra está llena de tus criaturas"
la tierra está llena de tus criaturas"
Pero si
todo se mantiene es por su aliento de vida; si falta el aliento, falta la vida;
sin el creador, sin Dios, no hay aliento, no hay vida, todo aboca a la muerte.
"Le
retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo"
y vuelven a ser polvo"
El aliento
de Dios, su Espíritu, es vida y llena todo de vida ("Señor y dador de
Vida"); es el alma de la creación.
"envías
tu aliento y los creas,
y repueblas la faz de la tierra"
y repueblas la faz de la tierra"
La vida de
todos los seres, especialmente el hombre, con sus capacidades y sus obras,
deben ser un constante canto de acción de gracias y alabanza al creador.
"
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras"
goce el Señor con sus obras"
En la segunda lectura de hoy (Primera
carta a los corintios, 12,
3b-7. 12-13), se nos recuerda algo que el catecismo expresa en su numero 683 "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!"
sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). "Dios ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá,
Padre!" (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe no es posible sino en el
Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente
haber sido atraído por el Espíritu Santo. El es quien
nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer
sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por
el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la
Iglesia.
Si Cristo es la Cabeza y los cristianos son el
Cuerpo, el Espíritu Santo es el alma, la vida de la Iglesia.
Por la acción del Espíritu Santo es posible la fe,
la proclamación de que Jesús es el Señor.
Y el Espíritu Santo distribuye sus dones a los
miembros del Cuerpo para que éstos estén sanos y fuertes, para que cada uno
cumpla con su función. Sólo así el Cuerpo llevará a cabo su tarea.
Todos los miembros son necesarios, y todos dependen
de todos.
La diversidad de miembros, de dones y funciones,
nos habla de la generosidad del Espíritu.
Esta riqueza pluriforme
no puede producir distinciones, antagonismos, creernos poseedores absolutos de
la verdad; pues todo don es para la edificación de la Iglesia y para el bien
común. Cuando en el ejercicio de un ministerio o una función, no crece el
Cuerpo entero, no hay don ni carisma del Espíritu.
Al construir el Cuerpo Místico, la Eucaristía reúne
a las mentalidades y carismas más diversos, pero deseosos de colaborar en el
amor y la unidad.
La ruptura y la desunión son pecados contra el
Espíritu.
Esplendida la secuencia de hoy
previa al evangelio. Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo…
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Yo creo que
deberíamos rezar todos los días esta bella Secuencia de este día de
Pentecostés. Sí, debemos pedirle todos los días al Espíritu divino que nos
conquiste y nos posea, porque es la única manera que tenemos de vivir como
auténticos hombres nuevos, dirigidos por la gracia de Dios.
El
evangelio de hoy es de San Juan (San Juan, 20, 19-23). En el se nos narra como el resucitado se hace presente entre
los suyos.
Todavía dudosos, Jesús les saluda con
la paz y les enseña las manos y el costado.
La alegría expresa que se va
fortaleciendo su fe en el resucitado.
No hay nada nuevo, se va cumpliendo
todo lo que Jesús les había dicho.
Ya es hora de comenzar la tarea, la
misión; la misma que el Padre le encomendó a él.
Con todo, necesitan de su
empuje; ellos solos no pueden llegar muy lejos.
Se lo había repetido varias veces
aquella noche que precedió a la pasión, después de la Cena. No los dejaría ni
solos ni huérfanos, les enviaría el Espíritu; Él les acompañaría, les daría
fuerzas, les llevaría al conocimiento de la verdad plena.
Y exhaló su aliento sobre ellos y
cobraron nueva vida, como en la creación, por el aliento de Dios, cobró vida la
figurita de barro.
Una nueva vida que debe llegar a
todos los hombres de todos los tiempos y lugares.
En
Pentecostés lo decisivo es abrir el corazón. El mayor pecado según la tradición
bíblica es vivir con un corazón cerrado y endurecido, un corazón de piedra y no
de carne. Quien vive cerrado en sí mismo no puede acoger al Espíritu, que es
amor.
Por eso lo
decisivo es abrir el corazón:
- Abrir el
corazón a la compasión y a la ternura.
- Abrir el
corazón a la admiración y a la acción de gracias.
- Abrir el
corazón con generosidad y bondad.
- Abrir el
corazón a Dios y dejar que él sea dios en nuestra vida.
Necesitamos
un corazón nuevo. Y saber mirar a través de él. Y tenerlo transparente. Así, en
nuestro rostro y en nuestra sonrisa, nuestros hermanos sabrán que Dios está
entre nosotros amando intensamente y que su mayor deseo es que seamos felices
viviendo en comunión.
Que ésta sea hoy nuestra primera
oración al Espíritu: «Danos un corazón nuevo, un corazón de carne, sensible y
transformado, un corazón compasivo como el de Jesús».
Para
nuestra vida
La
fe es un don singular del Espíritu que nos hace reconocer en Jesús al Señor. La
segunda lectura de hoy ha dicho una cosa que nos puede sorprender: "Nadie
puede decir Jesús es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu". Claro
que materialmente cualquiera puede decir: "Jesús es Señor", pero
debemos entenderlo como una profesión de convencimiento y como una profesión
que nos lleve a adorar sólo a Jesús y no estar queriendo hacer adulterios en
nuestro corazón, reconociendo a Jesús como Señor, pero en cambio viviendo de
otros ídolos: el dinero, el aparentar, los materialismos de la tierra. Por eso,
“Jesús es Señor” sólo lo puede decir el que tiene fe. Nadie puede decir
"Jesús es el único Dios", "Jesús es el Señor" si no ha sido
envuelto en el ropaje de la fe que nos da el Espíritu Santo.
Aunque muchas veces olvidado, el Espíritu Santo es
el que está animando y alimentando, calladamente, nuestra vida cristiana.
Es el Espíritu Santo el que nos ilumina, el que nos
enseña, el que guía a la Iglesia, a sus pastores, a sus miembros para que
seamos fieles a Jesucristo a lo largo de la historia.
Es Espíritu Santo nos hace testigos, seguidores de
Jesucristo; el Espíritu Santo es el motor, el alma de nuestra vida cristiana.
Si dejamos que actúe en nosotros, es viento recio
que sacude nuestra comodidad y nuestra apatía, que remueve una fe instalada en
la rutina, que empuja a dar la cara, a anunciar las maravillas de Dios, lo que
ha hecho por nosotros, en medio de la gente.
Si dejamos que el Espíritu Santo actúe en nosotros,
es fuego que purifica nuestra vida cristiana, que le quita impurezas y
adherencias, que la hace más limpia y transparente. Y es que son esas impurezas
y adherencias las que impiden que los demás vean en nosotros el rostro de
Cristo, en nuestras palabras, las palabras de Cristo, en nuestros
comportamientos los comportamientos de Cristo, que pasó por el mundo haciendo
el bien. Tal vez muchos de los que rechazan y persiguen a la Iglesia y a los
cristianos es porque no ven en nosotros a Jesucristo.
El Espíritu Santo es comunión en la diversidad;
porque las lenguas son muchas y las formas de expresar la fe, también; y porque
el Espíritu Santo es uno, la diversidad no nos rompe, sino que nos enriquece.
Cuando andamos rotos, divididos, peleándonos, creyéndonos poseedores únicos de
la verdad cristiana, es que tenemos encerrado al Espíritu Santo y no le dejamos
actuar. Seguimos construyendo la torre de Babel en la confusión de lenguas.
Y cuando tenemos encerrado al Espíritu Santo y no
le dejamos actuar, el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y sus miembros estamos
muertos, pues el Espíritu Santo es alma y vida de este cuerpo, él es
"Señor y dador de vida".
Y el Espíritu Santo es aliento de una nueva vida,
de una nueva creación, del mundo nuevo que hay que construir; y para comenzar
de nuevo, el poder de perdonar los pecados.
Hoy, de una manera especial, necesitamos
redescubrir la presencia del Espíritu Santo en nosotros, liberarle, para que
nos llene de su fuerza y de su vida en estos tiempos difíciles para fe, en los
que los que nos gobiernan quieren borrarla de la sociedad.
Si nos quedamos en denuncias, en críticas, en
lamentos, pero nuestra vida cristiana no se revitaliza, el Espíritu Santo sigue
encerrado.
El Espíritu Santo nos hace testigos de Jesucristo.
Y en esta hora histórica, personal e irrepetible que nos toca vivir, se
necesita que los cristianos seamos , con nuestras palabras y nuestros
comportamientos, testigos de Jesucristo.
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