Se llama a este domingo tercero de
Pascua el de las apariciones. Y es que en los tres ciclos –A, B, y C—se narran
las apariciones primeras de Jesús poco después de la Resurrección.
La textos de la liturgia de estos
domingos nos presenta los textos de los Hechos de los Apóstoles. Con ello nos presenta ya unos creyentes que han
recibido el Espíritu Santo. Narran los primeros momentos de la vida de la
Iglesia en Jerusalén. Ya se había producido la Ascensión y Pentecostés. Y la
doctrina de la Iglesia en torno a la salvación, a la encarnación y a la
resurrección es expuesta por Pedro ante el pueblo de Jerusalén –y sus
autoridades—con unos argumentos idénticos a los que la Iglesia ha ido
ofreciendo desde entonces hasta ahora. Ya había nacido la Iglesia e iniciaba su
andadura. Es importante no olvidarlo.
La primera lectura (Act 3, 13-15.17.19) nos sitúa
siguiendo a Pedro
que acaba de curar al paralítico que
estaba pidiendo limosna a la entrada del Templo. A continuación
dirige unas palabras a los que han presenciado este hecho. La fe en Jesús
resucitado tiene que ser testimoniada siempre con los hechos y, cuando sea
oportuno, con la palabra. El signo y la palabra van siempre inseparablemente
unidos en la actividad misionera de los apóstoles. El milagro ha sido realizado
porque el enfermo tenía fe en el "nombre de Jesús".
Vemos un Pedro fuerte y seguro en la
fe." Matasteis
al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros
somos testigos". La fe en la resurrección ha operado en
Pedro un cambio radical: no sólo cree él en la resurrección de Jesús, sino que
lo predica, lleno de valor, a todo el pueblo judío. Lo que Pedro busca ahora es
ganarse la confianza de los judíos, para que también ellos se conviertan y
crean. Sabe, por propia experiencia, lo que es negar a Jesús, pero también sabe
lo que es arrepentirse de su pecado y convertirse al Señor.
En el salmo responsorial de hoy (Salmo
4), pedimos que el Señor obre en nosotros, desde la humildad sabemos que
necesitamos que el esté ahi
junto a nosotros y actuando en nuestra vida, personal y social.
HAZ BRILLAR SOBRE NOSOTROS EL RESPLANDOR DE TU ROSTRO
Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío,
tu que en el aprieto me diste anchura,
ten piedad de mi y escucha mi oración.
Hay muchos que dicen:
"¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?".
En paz me acuesto y en seguida me duermo,
porque tú sólo Señor, me haces vivir tranquilo.
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
En
la segunda lectura ( Primera carta de San Juan2, 1-5a) ,
se nos proclama la invitación inexcusable
al amor. "Quien dice: “yo le conozco” y
no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él.
San Juan lo tiene muy claro: las palabras que no se traducen en obras, son
palabras estériles. Decir que amamos a Dios y no intentar cumplir la voluntad
de Dios es decir una mentira. El mandamiento de Cristo es el amor a Dios y al
prójimo: “en esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a
los otros”. Los cristianos debemos ser testigos del amor de Dios, no solo
evangelizadores. La gente nos creerá si ven que nosotros somos los primeros en
practicar lo que predicamos.
El evangelio o de hoy de San Lucas (Lc. 23, 35-48) nos recuerda el núcleo de la fe y
predicación cristiana: "Así estaba
escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y
en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los
pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto".
Este mensaje es la continuación de la aparición a los
discípulos de Emaús y las dudas correspondientes de los discípulos, de las
cuales nosotros no estamos exentos. El texto de Lucas que se ha proclamado hoy
es como un resumen de esas apariciones al hacer referencia, primero, al
episodio de los que caminaban hacia Emaús y luego describir su presencia en
medio de los discípulos en el cenáculo. Hay en todos los relatos
características comunes de ese nuevo aspecto físico de Jesús: no se le conoce
en el primer momento. A veces su aspecto produce inquietud o alarma. Incluso,
el mismo Jesús resucitado reprocha a los discípulos que tengan esas dudas
interiores. Y al pedirles de comer –y comerse el pescado asado—pues demostraba
que no era un fantasma, ni siquiera un “espíritu puro”: lo contrario de un
cuerpo humano, según algunos.
El texto del evangelio . Ellos le reconocieron y volvieron a
Jerusalén a contárselo a todos. Reconocieron que "era verdad, ha
resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón". Después del encuentro del con
aquellos discípulos que decepcionados, huían de Jerusalén, camino de Emaús, que
nos cuenta Lucas, la narración continúa diciéndonos que presurosos ellos,
volvieron a la capital para encontrarse con los demás. Los dos caminantes no
quieren quedarse el gozo de su experiencia para sí y los suyos exclusivamente.
Los de Emaús son, pues, los primeros misioneros de entre los seguidores del
Maestro. María, la de Mágdala, la apóstol de los
apóstoles.
Para nuestra vida
De la primera lectura nos encontramos
con la predicación de Pedro. Anunciar los hechos ocurridos es lo que quiere ahora que hagan todos los que
le escuchan y para conseguir esto trabaja y trabajará durante toda su vida,
hasta el mismo momento de su muerte. Esta es también la misión de los
cristianos de ahora y de siempre: buscar la conversión de los que no creen en
Jesús. Debemos hacerlo con convicción y con firmeza, pero, al mismo tiempo, con
amabilidad y cercanía. Sabiendo que siempre la gracia de Dios es más fuerte y
más eficaz que nuestras torpes palabras.
De la carta de san Juan, se continua
el mensaje del domingo anterior. Predicar a los demás el amor, la humildad, la
pobreza evangélica, la justicia, la paz… y comportarnos de manera distinta a lo
que predicamos, es la mejor manera de desprestigiar la fe en la que decimos
creer. Cada uno de nosotros, y nuestra Iglesia en general, deberá tener esto
siempre en cuenta: ser nosotros los primeros en cumplir lo que predicamos..La
Fe cristiana es comunión con Dios y con los hermanos y la comunión se expresa
sensorialmente mediante la comunicación. Los hombres, cada hombre, cada
cristiano, no es una isla incomunicada, protegida y solitaria.
El
evangelio nos sitúa en la continuación del encuentro de Emaús. Como los de
Emaús, cierta parte de nuestra sociedad, - nosotros mismos bastantes veces- nos
encontramos agobiados y decepcionados. Los discípulos de Emaús estaban un poco
de aquella manera; se encontraban cabizbajos y desconcertados. Vuelven
desazonados y sin muchas perspectivas de una experiencia idílica con Jesús
hacia una “nada” que les hace sentir su fragilidad, orfandad y desesperanza.
Surge
una pregunta: ¿Dónde está el Señor? ¿Ya le dejamos avanzar y transitar a
nuestro lado? ¿No estaremos dibujando un mundo a nuestra medida sin trazo
alguno de su resurrección? ¿Se dirige nuestro mundo hacia un bienestar
permanente y duradero o sólo a corto plazo? Regresamos decepcionados de muchas realidades
de nuestra vida, incluso de nuestra vida de fe. No llegamos a lo que el Señor
espera de nosotros.
Necesitamos
volver hacia el encuentro con el Señor. No para que nos resuelva de un plumazo
nuestras dudas o inquietudes. En principio es necesario regresar de la
desesperanza. Cristo salió fiador por nosotros, por nuestra salvación, por
nuestra felicidad eterna y seguimos huyendo cabizbajos concluyendo que, el
Señor, se ha desentendido de nosotros. Así recorremos los caminos de la vida,
según nuestros proyectos, olvidando demasiadas veces la voluntad de Dios. Que
seamos capaces de reconocer al Señor allá donde nos encontremos. No olvidemos
que sólo quien vive con la percepción de que el Señor nos acompaña es capaza de
vivirlo intensamente.
cual es el cuadro que has puesto?(el primero)
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