"HIJO,
VE HOY A TRABAJAR EN MI VIÑA".
En la primera lectura, el profeta Ezequiel insiste en
que el Señor perdona y salva siempre a los que se arrepienten y se convierten
de corazón. El corazón de Dios es más misericordioso y compasivo que el corazón
de los hombres, porque nosotros albergamos fácilmente en nuestro corazón el
odio y la venganza, y nos resistimos a perdonar al que nos ha ofendido. Cuando
hablamos de personas que fueron, en su pasado, pecadores, no debemos juzgarles
siempre ya por lo que fueron, si vemos que, de verdad, ahora dan muestras claras
de haber cambiado y de haberse arrepentido. Todos podemos equivocarnos, porque
errar de humanos, pero también todos podemos dejarnos reconciliar por el Señor
y vivir novedosamente la conversión.
Como pedimos en
el salmo, la misericordia de Dios es eterna, mientras que nuestros juicios son
frecuentemente mezquinos y circunstanciales. Este Salmo 24 nos marca un camino
concreto de oración. Respondemos todos: "Recuerda, Señor, que tu
misericordia es eterna". Todos los versos que hemos oído al lector son
materia de oración. Nos quedamos con los últimos:
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los
pecadores;
hace caminar a los humildes con
rectitud,
enseña su camino a los humildes.
Hoy escuchamos a San Pablo dirigiéndose a los
Filipenses. La comunidad de Filipos fue una de las
primeras comunidades cristianas más queridas del apóstol Pablo, porque fue una
comunidad que siempre le ayudó, aun en los momentos más difíciles de su
apostolado. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés
de los demás. Demasiadas veces vivimos desde el egoísmo. Hoy la palabra
proclamada nos invita a vivir estando dispuestos a perder algo de lo nuestro,
para que otros puedan tener lo necesario. A veces nos encerramos demasiado en
nuestro mundo y en nuestras circunstancias, como si el mundo se acabara donde
se acaban nuestros intereses personales. la invitación no es a la
uniformidad: "Tener todos un mismo
amor y un mismo sentir" no es pensar necesariamente lo que todos piensan y
sentir lo que todos sienten, sino pensar y vivir en comunión afectiva con las
demás personas, preferentemente con las personas más necesitadas. Así vivió el
apóstol Pablo, porque siempre quiso vivir como había predicado su Maestro,
Jesús de Nazaret.
Hoy
en Evangelio nos presenta de nuevo una
parábola sobre una viña, la segunda (y la semana que viene, la tercera). Es
importante contextualizarla. Jesús está hablando a las autoridades religiosas,
los sumos sacerdotes y ancianos, y a los notables del pueblo. A ellos critica Jesús su poca fe y su falta de
credibilidad frente al testimonio de Juan, el Bautista, y frente a Él mismo y
sus signos, que son cuestionados por ellos (acaba de expulsar a los mercaderes
del templo y los sumos sacerdotes le han pedido explicaciones). Frente a ellos,
hay otros que sí han creído, aunque en principio su palabra haya sido “no
quiero”..
En
la Parábola se da la invitación a trabajar en la viña. La invitación es a dos
hermanos que son invitados por el Padre a trabajar en la viña; el primero
contesta que no, pero va; el segundo dice que sí, pero no va; y Jesús pregunta: “¿Quién de los dos hizo lo que
quería el padre?”. Lógicamente, contestamos que el que fue a la
viña. Y de ahí saca Jesús su enseñanza. En concreto, Jesús habla de los
publicanos y las prostitutas. Estos, a pesar de ser pecadores y decir “no
quiero”, como el primer hijo, han acabado creyendo (“se arrepintió y fue”).
Jesús
dijo y hoy nos dice que “los
publicanos y las prostitutas os llevarán la delantera en el reino de Dios”,
por su capacidad de arrepentimiento y de conversión, de saber abrirse a los
nuevos caminos que Dios plantea en la vida, mientras que ellos permanecen
inamovibles en sus actitudes y en sus pecados. Son los de: “Voy, Señor. Pero no fue”
(segundo hijo). (esa es la Ante la pregunta que hace Jesús“¿Qué os parece?”.) la
respuesta es obvia " los que hacen
lo que quiere el padre", queda para
nosotros como ejemplo y recomendación. Como el hijo que va, aunque había dicho
que no, siguen a Jesús los que tienen
capacidad de conversión, de “volver a nacer”.
En
ello estamos y es lo que espera el Señor de cada uno de nosotros.
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