La respuesta de Jesús a esta pregunta sobre quién es mi prójimo, está en la Parábola del Buen Samaritano. Los versículos 25 a 29 de Lucas 10, forman como el pórtico de la Parábola. Importante comprender este pórtico o entrada porque lo que da base y pie a toda esta parábola que muestra el contenido ético del cristianismo, es una pregunta por la salvación: “¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”
El pórtico de la Parábola nos lleva a plantearnos el amor a Dios y al prójimo como semejantes, y el desarrollo de ésta nos va a llevar a responder a la pregunta sobre quién es mi prójimo. Es una cuestión definitiva e importante. He hablado con algunos hermanos que siempre ven en el prójimo solamente al próximo, al cercano. Mi prójimo pobre y sufriente va a ser el que tengo al lado de mi puerta, el que se me acerca y me implora por la calle, el que me encuentro diariamente en necesidad. Priman las categorías de cercanía, proximidad, vecindad. Nos cuesta trabajo en pensar que nuestro prójimo también es el que muere de hambre en los países pobres, el que allá en el SUR, pobre y lejano, está excluido de los bienes del planeta tierra, del agua potable, de la educación y la sanidad... el que sufre en tierra extraña. Un prójimo que muchas veces se me configura como colectivo sufriente.
Es posible que en la tradición de las personas judías que rodeaban a Jesús el concepto prójimo sí estuviera relacionado con estas ideas de vecindad, proximidad o cercanía. El prójimo tiene que ser de los nuestros, de nuestra raza, de nuestra etnia, de nuestra cultura o religión... un miembro del clan.
Jesús rompe el esquema. No pone como ejemplo de prójimo un miembro del clan, de la raza, de la etnia, de la familia o de la religión. El prójimo no tiene por qué ser uno de mi pueblo con el que yo me identifico. En este caso, como ejemplo de buen prójimo, Jesús escoge a un extranjero, un samaritano despreciado por los judíos, uno que no se podía considerar como uno de los propios para el pueblo judío. Jesús invierte, una vez más, los valores para afianzar un concepto de prójimo que es universal.
Jesús toma como ejemplo de prójimo alguien que no pertenece al grupo, un odiado... quizás un enemigo. El concepto de prójimo como próximo, de la misma raza o etnia, como vecino o cercano, se rompe en la concepción de Jesús. El prójimo también puede ser el extranjero, el desconocido, el de otro clan, el extraño, el lejano... el enemigo.
Así, los conceptos de projimidad no son los relacionados con el espacio o el tiempo, no es el relacionado con la cercanía o lejanía del sujeto. Prójimo es el que me necesita, prójimo es el que deja sus quehaceres y busca al herido, al apaleado, al que ha quedado sólo en manos de ladrones, el que sufre en cualquier lugar del mundo. Prójimos podemos ser tú y yo desde el momento en que nos interesamos por los apaleados del mundo, los oprimidos, los hambrientos y privados de su dignidad. El prójimo se puede configurar, incluso, como colectivo. El prójimo es la víctima a la que yo le presto oído, la víctima que me necesita en cualquier lugar del mundo. Para la projimidad no hay extranjeros ni advenedizos. Todos los sufrientes del mundo son mis próximos.
En la relación de prójimo no existe solamente el concepto de cercanía o lejanía, pero en la relación de projimidad a las que nos llama Jesús, sí está el interesarse por el otro, por el sufriente, de forma solidaria. El intentar comprometerse con él, el tomar decisiones de interés o acercamiento a los apaleados del mundo, el preocuparse de los pobres, hambrientos y sufrientes del mundo. Así, el concepto de prójimo no es localista, no es limitado a un concepto espacial, no excluye a los extranjeros ni tampoco a los lejanos. Uno está próximo al otro por amor, por solidaridad, por una ética de misericordia... y no solamente por un concepto de vecindad, clan, espacio, raza u otra circunstancia que limite el concepto de projimidad.
Es el sufrimiento, la opresión, el despojo, la indefensión, el abandono, las torturas, los apaleamientos de tantos tipos que se pueden dar contra el prójimo los que nos van pidiendo que nos hagamos próximos, que nos preocupemos de la pobreza y el hambre en el mundo, que nos preocupemos del clamor y del grito de los excluidos del mundo. Un mundo cada vez más global y más pequeño, un mundo que cada vez se nos acerca más a través de los medios de comunicación, un mundo que necesita de personas solidarias que se bajen del tren del lujo y del consumo para acercarse a la humanidad pobre en donde están nuestros prójimos sufrientes.
Buen prójimo es el que se acerca movido a misericordia dando prioridad al amor sobre el ritual eclesiástico o religioso. Prójimo es el que se expone, por amor, a los peligros del acercamiento a los lugares de conflicto, el que se siente interpelado por el grito de los excluidos y sufrientes del mundo, por los apaleados de la historia, por los que han caído en manos de ladrones y están indefensos. Prójimo es el que se para al escuchar el clamor de la víctima y se deja humanizar por ella... porque a la vez se diviniza, se acerca a la naturaleza de un Dios que es amor. Prójimo es el que ante el escándalo y la vergüenza humana que supone la pobreza en el mundo, la miseria y la indefensión de más de media humanidad, se para y tiende su mano ofreciendo no sólo su compañía, sino su pan... para facilitar el seguimiento al Maestro.
(Texto Juan Simarro.).
La escucha de la Palabra nos lleva a un encuentro vital con Cristo - Palabra hecha carne-. En nuestras reflexiones seguimos básicamente la antigua y siempre válida tradición de la ·Lectio divina", la cual nos permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia. Nos alimentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización e Iconos de la Misericordia de Dios en lo cotidiano de la vida.
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