La Iglesia celebra la epifanía a los doce días de la navidad. Se trata de una fiesta que tiene un carácter similar al de la anterior. Navidad y epifanía surgen en la Iglesia como dos fiestas idénticas. En lugares distintos, en fechas y con nombres distintos, pero con un mismo contenido fundamental. Al menos en su fase original, ambas solemnidades celebraron el nacimiento del Señor. Sin embargo, después de un proceso de sedimentación, al asentarse ambas fiestas definitivamente en Oriente y Occidente se configuran con perfiles distintos, hasta ofrecer un contenido específico con matices propios e independientes.
La epifanía es de origen oriental y, probablemente, comenzó a celebrarse en Egipto. De allí pasó a otras iglesias de Oriente, y posteriormente fue traída a Occidente, primero a la Galia, más tarde a Roma y al norte de Africa. La aparición de esta fiesta al principio del siglo IV coincidió aproximadamente con la institución de la navidad en Roma. Durante este siglo tuvo lugar un proceso de imitación recíproca de ambas iglesias. Mientras que las iglesias occidentales adoptaban la fiesta de la epifanía, las orientales, con algunas excepciones, no tardaron mucho en introducir la fiesta de navidad. Como resultado de esta nivelación o "gemelización", ya en el siglo IV o v las iglesias orientales y occidentales celebraban dos grandes fiestas en el tiempo de navidad.
Se
ha descrito la fiesta del 6 de enero como la navidad de la Iglesia de Oriente.
Podríamos considerar exacta esta descripción si nos atenemos al período de los
orígenes. No hay duda de que, en el tiempo de su institución, la epifanía
conmemoraba el nacimiento de Cristo y, en este sentido, no era tan diferente de
nuestra navidad; ambas eran fiestas de natividad.
Cuando
la epifanía se popularizó, se implantó la costumbre de añadir las tres figuras
de los magos a la cuna de navidad. Ellos llegaron a conquistar la fantasía
popular. La leyenda les dio unos nombres y los convirtió en reyes. En la gran
catedral gótica de Colonia se puede ver la urna de los tres reyes. Sus
"huesos" fueron llevados allí, desde Milán, en 1164, por Federico
Barbarroja.
Los
grandes padres latinos, san Agustín, san León, san Gregorio y otros, se
sintieron fascinados por esas tres figuras, pero por una razón distinta. No
sentían curiosidad por conocer quiénes eran o su lugar de procedencia. No
tenían interés alguno en tejer leyendas en torno a ellos. Su interés se
centraba en determinar lo que ellos representaban, su función simbólica,
la teología subyacente en el relato evangélico. En sus reflexiones sobre Mateo
2,1-12 llegaron a la misma conclusión: los sabios de Oriente representaban a
las naciones del mundo. Ellos fueron los primeros frutos de las naciones
gentiles que vinieron a rendir homenaje al Señor. Ellos simbolizaban la
vocación de todos los hombres a la única Iglesia de Cristo.
Con
esta interpretación de epifanía, la fiesta toma un carácter más universal.
Amplía nuestro campo de visión, abre nuevos horizontes. Dios deja de
manifestarse sólo a una raza, a un pueblo privilegiado, y se da a conocer a
todo el mundo. La buena nueva de la salvación es comunicada a todos los
hombres. El pueblo de Dios se compone ahora de hombres y mujeres de toda tribu,
nación y lengua. La raza humana forma una sola familia, pues el amor de Dios
abraza a todos.
En la primera lectura ( Isaias 60, 1-6 ) Estamos en la tercera
parte del libro de Isaías, la recopilación escrita después del retorno del
exilio de Babilonia. Los exiliados ya han vuelto, la ciudad aún está por
reconstruir, pero el profeta ve y anuncia la gloria de esta reconstrucción. Es una
llamada a los que han vuelto para que vivan la tarea de reconstrucción como una
labor gozosa, que Dios guiará y llevará a feliz término.
El
oráculo tiene la forma de una llamada a la ciudad de Jerusalén para que se dé
cuenta de todo lo que está pasando y lo viva como una gran alegría. La
Jerusalén recobrada, dice el profeta, se ha convertido nuevamente en luz entre
las tinieblas, porque en ella está el Señor.
Y,
a partir de aquí, el profeta imagina como una nueva caravana que se acerca a la
ciudad.
Esta
nueva caravana está formada, por una parte, por los "hijos e hijas"
que aún no están en Jerusalén: tanto los que se han quedado en el exilio como
los que están dispersos por otros países. Y, por otra parte, está formada
también por los pueblos extranjeros que, atraídos por la luz del Señor, se
acercan con sus dones para ayudar en la reconstrucción de la ciudad.
Este
oráculo, de hecho, es un texto de exaltación nacionalista (el país
reconstruido, y los extranjeros ayudando a la reconstrucción). Pero apunta a
otro sentido nuevo y universalista, entendiendo Jerusalén como símbolo de la
presencia de Dios en el mundo: así es comprendido en la liturgia de hoy.
Todo
el capitulo es un himno a la nueva Jerusalén como símbolo de una humanidad
transformada por Dios en un pueblo justo, pacífico y feliz. Dios será todo en
todos y todos se sentirán como hijos de Dios, sin odios ni ruines ambiciones.
El prestigio de la ciudad santa será inmenso y se incorporará a ella lo mejor
de todas las naciones, sus hijos más nobles.
El
profeta mira a la Jerusalén humilde que apenas renace de sus ruinas. Esa, de
repente, se transfigura con la luz de la futura Jerusalén, llena de las
riquezas de Yavhé, y que será su propia esposa.
vv.
1-3: se habla de una manifestación o epifanía salvadora del Señor. El poeta
está tan seguro de ese futuro que usa los tiempos en pasado, como si ya se
hubiese realizado (pasado profético).
-"¡Levántate!"
(v.1) es el grito que se da para despertar al que está dormido así como también
para infundir coraje al que está desesperado. El segundo imperativo:
"¡brilla!"=revístete de esplendor es la invitación a mostrar un
rostro risueño porque la tristeza y desesperación han cesado.
Hay
un contraste entre la luz y las tinieblas (=presencia y ausencia de Dios). La
luz, tan ansiada, ya está amaneciendo sobre la Ciudad Santa, en contraste con
las tinieblas que se extienden sobre las otras naciones. Este amanecer hace
referencia a la gran epifanía o manifestación de Dios (58.8); el sol y la luna
de la primera creación serán sustituidos por la luz eterna del Señor que
irradiará un brillo cegador (60.19). Donde está Dios está la luz y está la
vida; si Jerusalén desea vivir deberá estar unido a su Dios. Y ante esta
epifanía del Señor también los otros pueblos se ponen en movimiento saliendo de
la oscuridad.
vv.
4-7: Una nueva época se instaura en la ciudad: no sólo vuelven los desterrados
sino también los otros pueblos, atraídos por la luz del Señor se dirigen a
Jerusalén. Es la antítesis de la dispersión del año 586. El edicto de
repatriación de Ciro sólo hizo volver a algunos, pero la epifanía de Dios, a
todos, incluso a los más lejanos que traen los dones más preciados de Oriente.
Cuando todo esto acaezca ya no será necesario dar ánimos a Jerusalén. Ella lo
verá con sus propios ojos y su rostro se volverá risueño.
En el Salmo de
hoy (Salmo 71), expresamos nuestra actitud ante Dios y reconocemos obra de Dios.
Este salmo probablemente corresponde a la liturgia de coronación de un nuevo
rey en Jerusalén.
Fundamentándose en las promesas a David, se proclama un doble deseo: una
actuación en favor de los pobres y los débiles, y una ampliación de sus
dominios. En Jesús se realiza el primer deseo y, en sentido espiritual, el
segundo (simbolizado en los obsequios de los magos que leemos en el evangelio).
Este
salmo, está escrito después del exilio, en una época en que ya la dinastía de
David no estaba en el trono, se refiere directamente al "rey-Mesías",
¡al reino Mesiánico esperado como "universal' y "eterno"! Sólo
Dios puede tener un reino eterno, "que dure tanto como el sol, hasta la
consumación de los siglos". En vano un rey cualquiera puede pretender tal
cosa. Como en los demás salmos, encontramos en éste, el procedimiento literario
llamado de "revestimiento": se trata de un lenguaje florido, que
utiliza el "estilo de las cortes reales de oriente", con sus
hipérboles gloriosas y su ideología real, para expresar un
"misterio", para "revestir" una revelación no sobre un
sistema político sino sobre Dios mismo.
Asi
comenta San Juan pablo II este salmo: "Es
de notar la particular insistencia con la que el salmista subraya el compromiso
moral de regir al pueblo según la justicia y el derecho: «Dios mío, confía tu
juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud... Que él
defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos del pobre y quebrante
al explotador» (versículos 1-2.4).
Así como el Señor rige al mundo según la
justicia (Cf. Salmo 35, 7), el rey que es su representante visible en la tierra
--según la antigua concepción bíblica-- tiene que uniformarse con la acción de
su Dios.
2. Si se violan los derechos de los pobres, no
se cumple sólo un acto políticamente injusto y moralmente inicuo. Para la
Biblia se perpetra también un acto contra Dios, un delito religioso, pues el
Señor es el tutor y el defensor de los oprimidos, de las viudas, de los huérfanos
(Cf. Salmo 67, 6), es decir, de quienes no tienen protectores humanos.
Es fácil intuir que la figura del rey
davídico, con frecuencia decepcionante, fuera sustituida --ya a partir de la
caída de la dinastía de Judá (siglo VI a.C.)-- por la fisonomía luminosa y
gloriosa del Mesías, según la línea de la esperanza profética expresada por
Isaías: «Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los
pobres de la tierra» (11,4). O, según el anuncio de Jeremías, «Mirad que días
vienen --dice el Señor-- en que suscitaré a David un germen justo: reinará un
rey prudente, practicará el derecho y la justicia en la tierra» (23,5).
3. Después de esta viva y apasionada
imploración del don de la justicia, el Salmo amplía el horizonte y contempla el
reino mesiánico-real en su desarrollo a través de dos coordinadas, las del
tiempo y el espacio. Por un lado, de hecho, se exalta su duración en la
historia (Cf. Salmo 71, 5.7). Las imágenes de carácter cósmico son vivas: se
menciona el pasar de los días al ritmo del sol y de la luna, así como el de las
estaciones con la lluvia y el nacimiento de las flores.
Un reino fecundo y sereno, por tanto, pero
siempre caracterizado por esos valores que son fundamentales: la justicia y la
paz (Cf. versículo 7). Estos son los gestos de la entrada del Mesías en la
historia. En esta perspectiva es iluminador el comentario de los padres de la
Iglesia, que ven en ese rey-Mesías el rostro de Cristo, rey eterno y universal.
4. De este modo, san Cirilo de Alejandría en
su «Explanatio in Psalmos» observa que el juicio que Dios hace al rey es el
mismo del que habla san Pablo: «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza»
(Efesios 1, 10). «En sus días florecerá la justicia y abundará la paz», como
diciendo que «en los días de Cristo por medio de la fe surgirá para nosotros la
justicia y al orientarnos hacia Dios surgirá la abundancia de la paz». De
hecho, nosotros somos precisamente los «humildes» y los «hijos del pobre» a los
que socorre y salva este rey: y, si llama ante todo «"humildes" a los
santos apóstoles, porque eran pobres de espíritu, a nosotros nos ha salvado en
cuanto "hijos del pobre", justificándonos y santificándonos por medio
del Espíritu» (PG LXIX, 1180).
5. Por otro lado, el salmista describe también
el espacio en el que se enmarca la realeza de justicia y de paz del rey-Mesías
(Cf. Salmo 71, 8-11). Aquí aparece una dimensión universal que va desde el Mar
Rojo o el Mar Muerto hasta el Mediterráneo, del Éufrates, el gran «río»
oriental, hasta los más lejanos confines de la tierra (Cf. versículo 8),
evocados con Tarsis y las islas, los territorios occidentales más remotos según
la antigua geografía bíblica (Cf. versículo 10). Es una mirada que abarca todo
el mapa del mundo entonces conocido, que incluye a árabes y nómadas, soberanos
de estados lejanos e incluso los enemigos, en un abrazo universal que es
cantado con frecuencia por los salmos (Cf. Salmos 46,10; 86,1-7) y por los
profetas (Cf. Isaías 2,1-5; 60,1-22; Malaquías 1,11)." ( San Juan
Pablo II. Dios es defensor de los
oprimidos. Comentario a la primera parte del Salmo 71 Audiencia del miércoles,
1 diciembre 2004).
La segunda lectura de San Pablo a los
efesios (Efe 3, 2-3a 5-6), En la sección Ef 3. 1-13 se habla de la misión del
apóstol (supuestamente Pablo) como anunciador y pregonero del Misterio, que es
el tema principal de Efesios.
También
los gentiles son coherederos de la promesa Tres versículos y medio de la carta
a los Efesios sirven para sintetizar la novedad del Evangelio como superaci6n
de las barreras del pueblo de Dios y expresar el sentido que el evangelista
Mateo quería dar al relato del evangelio de hoy.
La
voluntad de Dios ha sido, desde siempre, ir más allá de los límites del pueblo
escogido.
Hasta
ahora, dice Pablo, esta voluntad de Dios no era conocida, y su llamada se
circunscribía al pueblo de Israel. Pero ahora, por Jesucristo, esta voluntad se
ha manifestado. Y Pablo ha sido su adalid.
Este
Misterio es, en el fondo, el de la Revelación total de Dios en Cristo.
Naturalmente ello no era conocido antes de la venida del Hijo. Pero una vez
realizado entre nosotros, no hay fronteras para ese anuncio.
El
conocimiento del alcance universal de la presencia del Señor es un don.
Esta
lectura nos habla del carácter de "revelación" que asume el plan de
Dios. El "misterio" que se ha dado a conocer a Pablo es el plan
salvífico que estaba escondido desde la eternidad en Dios. Su revelación es una
decisión libre de Dios, fruto del amor que tiene al hombre. Es la salvación que
se realiza en Cristo y por Cristo.
San
Pablo afirma que en el tiempo presente se da una más profunda penetración del
misterio de Dios. El proceso de penetración del plan de salvación con
frecuencia sigue un camino lleno de dificultades como lo demuestra la misión
apostólica de Pablo. La Iglesia está siempre en camino hacia este conocimiento
y ha de saber intuir los signos de Dios.
El Evangelio de hoy (Mt, 2, 1-12), se presenta
con frecuencia como el relato de los magos, es una narración midráshica que
quiere exponer la historia de la salvación a partir de unos ejemplos típicos.
Balaam, que "venía de los montes de oriente" había predicho a Judá
una estrella (Nm 24, 17). Esta formulación profética, escrita en tiempos de
David, para indicar la estrella que debía aparecer, se convirtió en un "tópico"
mesiánico. Un pagano había predicho a los paganos una luz y un Señor que había
de aparecer en el seno de Israel.
Nos describe el momento en el que el
Niño de Belén se muestra a unos personajes que se habían esforzado mucho para
poder encontrarle
El
texto los presenta como magos. La palabra es oriunda de Persia y con ella se
designaba a los dirigentes religiosos. En el griego corriente es utilizada para
designar a los magos propiamente dichos o practicantes de artes mágicas. ¿Qué
significa en nuestro texto? Por supuesto que no son reyes. Esta creencia surgió
posteriormente bajo la influencia de algunos pasajes bíblicos (Sal 72, 10; Is
49, 7; 60,10: vendrán reyes y honrarán a Yahveh).
Posteriormente,
en el siglo V se concretó su número sobre la base de los dones ofrecidos.
Finalmente, en el siglo octavo, reciben los nombres de Melchor, Gaspar y
Baltasar. Tampoco eran lo que hoy conocemos como sabios; tenían conocimientos
de astrología. Hoy los llamaríamos astrólogos.
“Unos
Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén, preguntando: ¿Dónde está el Rey
de los judíos que ha nacido?”. Que el Dios de Israel se apareciera
a unas personas no judías tenía que parecer a muchos judíos, en aquella época,
algo raro y hasta escandaloso. El pueblo de la promesa era Israel y ninguno
más. Sólo a ellos, a sus profetas, a sus sacerdotes y a sus reyes, les había
hablado el Señor. Sólo al pueblo de Israel había prometido Yahveh su
protección, su alianza y su continuo amor. Ni Herodes, ni ninguno de los sabios
de Jerusalén habían detectado el nacimiento encarnado de Dios en un niño nacido
en Belén. Es verdad que ellos no le habían buscado, porque no necesitaban
buscarle, porque ellos lo conocían ya, lo adoraban como a su único Dios desde
tiempos inmemoriales.
El
hecho de que estos Magos de Oriente acudieran a adorar al Niño Jesús le da un
carácter de universalidad a su nacimiento. Es una manera
de decir que Dios ama a todas las personas, de todas las naciones . Por eso el
nombre que recibe esta fiesta de hoy es “epifanía”, que significa
“manifestación, aparición”. Dios se ha manifestado a todos los pueblos, a todas
las personas.
“La estrella que habían visto
salir comenzó a guiarlos hasta que vino a posarse encima de donde estaba el
niño”. Ante esa
estrella distintos personajes tienen actitudes distintas: Herodes y los
pontífices y los letrados del país no supieron ver la estrella que guiaba a los
Magos porque tenían el corazón lleno de orgullo y los ojos sombreados por
la ambición. San Agustín decía que a
los ojos enfermos la luz les resultaba odiosa.
El texto acaba diciéndonos que los reyes
magos “...se marcharon a su tierra por
otro camino" (Mt 2, 12). Dios premió su constancia y abnegación, su
firme fe y su acendrada esperanza. Aquella estrella que tenía un brillo
especial les llamó la atención desde el primer momento. Por otro lado, había un
clima universal de expectación, en una parte y en otra se oía decir que vendría
un Salvador. Además la situación en muchos lugares de la tierra era cada vez
más penosa, los anhelos de salvación eran profundos. Por eso no era extraño que
Dios se apiadara y enviase al Mesías esperado.
Aquellos magos de Oriente vinieron por un
camino y se marcharon por otro, vinieron con la ansiedad de quien busca y se
marcharon con el gozo del que ha encontrado lo que tanto buscaban. El camino de
ida era incierto y penoso, el de vuelta seguro y alegre... La estrella sigue
brillando en nuestra sociedad, demasiadas veces convulsa y desorientada, con la estrella de Belén, se
han abierto los caminos divinos de la tierra. Pero es preciso recorrerlos,
avanzar hacia Cristo para seguir caminando con seguridad y esperanza, con
alegría y paz.
Para nuestra vida
La Epifanía es el otro nombre que
recibe la Navidad, el nombre que le dieron las iglesias orientales desde el
principio.
Si la Navidad, fiesta de origen latino, alude al nacimiento: "La Palabra
se hizo carne y acampó entre nosotros", Epifanía significa manifestación y
sugiere la idea de alumbramiento o de dar a luz: "y hemos visto su gloria,
gloria propia del Hijo del Padre, lleno de gracia y de verdad". Por
consiguiente, la metáfora bíblica de esta fiesta es la luz: "la gloria del
Señor que amanece sobre Jerusalén", "la revelación del misterio
escondido", la estrella de los magos que vienen de oriente.
La
fiesta de la epifanía del Señor nos dice que Dios encuentra al que le busca, al
que busca su rostro. Dar igual ser judío o gentil. Si nosotros buscamos al
Señor, él nos encuentra. Y cuando el Señor nos encuentra , alegres, sentimos la
necesidad de comunicar el gozo del encuentro a los demás, a todas las personas
que amamos. La fiesta de la epifanía del Señor nos anima a buscar siempre a
Dios y a ser anunciadores y evangelizadores de su presencia entre nosotros.
Jesús nace en Belén para todos
los hombres, para los de cerca y para los de lejos, para los judíos y para los
gentiles, para los pastores y para los magos que vienen de oriente.
En
la Epifanía, celebramos la buena nueva de la salvación que es comunicada a
todos los hombres. El pueblo de Dios se compone ahora de hombres y mujeres de
toda tribu, nación y lengua. La raza humana forma una sola familia, pues el
amor de Dios abraza a todos.
En la primera lectura, tomada de Isaías
60,1-6, tenemos una visión espléndida de la entrada de las naciones en la
Iglesia. El
profeta predice el retorno de los exiliados a Jerusalén. Se representa a la
ciudad como a una madre que guarda luto por la dispersión de sus hijos y que se
regocijará pronto por su vuelta. La liturgia considera que esta profecía se ha
cumplido en la Iglesia. Ella es una madre, y se regocija al ver que sus hijos
vienen de lejos:
“Alza en torno los ojos y contempla, todos se
reúnen y vienen a ti, tus hijos llegan
de lejos, y tus hijas son traídas en
brazos.”
Una
visión de universalidad, como una gran procesión de pueblos que proceden de
todas las partes del mundo y convergen en la ciudad santa, la Iglesia. Y estos
pueblos no vienen con las manos vacías, sino llevando dones: "Porque a ti
afluirán las riquezas del mar, y los tesoros de las naciones llegarán a
ti". ¿Cómo tenemos que entender esos dones? ¿Se trata simplemente de
riquezas y de recursos naturales, o representan riquezas espirituales? En mi
opinión, son lo último, los tesoros invisibles; y éstos incluyen la sabiduría,
la cultura heredada y las tradiciones religiosas de cada nación. Todo esto
tiene que entrar en relación con la Iglesia si ésta ha de ser verdaderamente
católica. No se puede aceptar todo. Algunos elementos deberán pasar por una
purificación, o incluso deberán ser rechazados; pero la Iglesia reconoce que
cuantos valores de verdad y de bondad se encuentran entre esos pueblos son
signos de la presencia oculta de Dios entre ellos.
En
esta primera lectura, el profeta Isaías habla de una luz de Dios que se posará
sobre una Jerusalén triunfadora y radiante, luz que llenará de orgullo y de
alegría a un pueblo que ha sido guiado a la victoria final por su Dios, por
Yahveh “Los
pueblos caminarán a su luz”. Nosotros tenemos que aprender a
ver la luz de Dios en la humildad de sus criaturas, de manera especial en las
personas humanas. Lo importante para nosotros es aprender a ver la luz de Dios
en el pobre, en el niño y en el anciano, en una puesta de sol o en una
relampagueante tormenta, en la ternura de una flor o en la santidad del héroe o
en el testimonio de quien da razón de su fe. Tenemos, sobre todo, que aprender
a ver a Dios en el interior de nuestro corazón, como nos recuerda San Agustin
“¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y
tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera
te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú
creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de tí
aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y
clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi
ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y
ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que
procede de ti” .
Y
el elemento simbólico de esta fiesta de
la Epifania, aparece ya en esta primera lectura, cuando esa manifestación se
concreta en Jerusalén, centro religioso universal: “¡Levántate, brilla,
Jerusalén, que llega tu luz!”. Esa luz que aparece en Jerusalén, alcanzará a
todas las naciones de la tierra.
La
epifanía que describe Is.III no es tan concreta como la de su predecesor. El
cambio tendrá lugar cuando Dios quiera, y por eso debemos estar siempre en una
continua espera esperanzadora. La palabra de Dios se ha empezado a cumplir ya
con la Epifanía de Jesús. Él es la luz del mundo, y luz verdadera (Jn 1. 4/8);
el que le sigue no camina en tinieblas (Jn 8.12). Pero todavía estamos a la
espera de una nueva creación epifánica (Ap 21.)
-La
nueva Jerusalén, la Iglesia, debe ser morada epifánica del Señor. Ella no es la
luz sino el instrumento que hace posible esta luz. Nuestra humanidad se abate
en las tinieblas... La Iglesia, con sus orientaciones, ¿es vehículo de la luz?
¿Confluyen hacia ella todos los pueblos del s.XXI con sus variadas riquezas:
diversidad de opiniones, opciones...? Tal vez sea necesario gritarle de nuevo:
"¡levántate y brilla!", ¡despierta y vístete de esplendor! ¡cambia tu
rostro hosco, amenazante, encerrado en ti mismo por la alegría, la esperanza,
la apertura...!.
Son
sugerentes las orientaciones del Papa Francisco: "Iglesia en salida".
En el primer año de su Pontificado, el papa Francisco publicó su exhortación
apostólica Evangelii Gaudium (2013)[1],
un documento de teología pastoral o práctica. En ella expresaba la necesidad de
anunciar el evangelio en el mundo actual de manera novedosa y creativa,
exhortando a los creyentes a iniciar una nueva etapa de evangelización. Es un documento programático para “Despertar”.
La llamada del Papa es muy profunda, como si nos dijera: ¡Despertad”! No
sigamos perdiendo el tiempo en cosas secundarias. ¡Entremos en un estado de
misión, de salida, de cercanía con todos!
¡Que
nadie se quede sin oír el anuncio de un Dios que nos ama, que nos salva, que
vive! ¡No nos quedemos encerrados, salgamos! No nos pide que organicemos alguna
misión popular sino que entremos en un “estado permanente de misión” (EG, 25).
Sin “prohibiciones ni miedos” (EG 33), sin temor a equivocarnos o a ser
cuestionados. Hay que ser “audaces y creativos”, y actuar con generosidad y
valentía” (EG, 33).
El
papa Francisco pide que pongamos todo al servicio de una misión: llegar a la
vida de cada ser humano con el anuncio central del Evangelio. Para logarlo,
tenemos que “repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los
métodos evangelizadores de las propias comunidades” (EG, 33).
En el salmo responsorial (Sal 71)
volvemos a la idea propia de la Epifania, de los tres reyes : "Los reyes de Tarsis y las islas le pagarán tributo. Los reyes de Arabia
y de Sabá traerán presentes". Tal vez fue este salmo el que dio pie
a la tradición, presente ya en Tertuliano, de que los magos eran reyes.
Posteriormente se dio una interpretación mística incluso a los dones mismos.
Significaban misterios divinos. El oro reconocía el poder regio de Cristo; el
incienso, su sumo sacerdocio, y la mirra, su pasión y sepultura.
"Esta
oración por el rey", esta "oración por el reino de Jesús", hay
que rehacerla, darle vida hoy. Nosotros tenemos esta misión. No podemos esperar
pasivamente: tenemos que trabajar en ello. Y cada uno de nosotros lo puede,
aunque su situación sea muy modesta...
"Hasta
los confines de la tierra... Todos los países, todas las razas..."
¿Tenemos el corazón suficientemente abierto? ¿Nos encerramos en nuestro cómodo
y pequeño universo? El proyecto de Dios es universal. Puedo obrar, mediante la
oración, y mis compromisos. las misiones y todas las obras en favor de los pobres
del tercer mundo, esperan nuestra cooperación activa.
"Que
aplaste al explotador... Que sus enemigos muerdan el polvo..." ¡Sí, el mal
tiene que desaparecer! La explotación del hombre por el hombre tiene que desaparecer.
¿Cómo podemos marginarnos de las luchas humanas que buscan acabar el mal entre
los hombres?
"La
justicia... " La aspiración a la justicia es cosa de todas las épocas
(¡ella colma este salmo!). Pero se ha reavivado particularmente en nuestro
tiempo. ¡Tanto mejor! ¿Qué hacemos para que esto sea una realidad?¿Podré
recitar este salmo 71 sin comprometerme en la lucha por la justicia allí donde
Dios lo quiere?
"Los
desgraciados... Los pobres... El mendigo..." La justicia no consiste
solamente en mantener la balanza equilibrada, sino en hacerla inclinar
voluntariamente en favor de aquellos que están más expuestos a padecer los
golpes de la injusticia. Es más grave perjudicar al débil que al poderoso,
porque el poderoso tiene con qué defenderse, no así el "pequeño". El
rey-Jesús-Mesías toma partido por los pobres: ¿y nosotros?
"La
abundancia... El oro de Saba... El país convertido en un campo de
trigo..." Imágenes de fecundidad y de felicidad, imágenes de prosperidad
casi milagrosa de la era Mesiánica. Imágenes materiales, símbolos de la
felicidad espiritual que Jesús trae aun a aquellos que están desamparados y que
desconocerán siempre las riquezas y la saciedad. Esta felicidad Mesiánica
esencial, es la "paz", unida dos veces a la "justicia" en
esta oración. Señor, danos la "paz", da a todos los hombres la
"paz" (Shalom).
Todos
responsables. La "oración" por el "rey" expresada en este
salmo puede parecer "pasada de moda" a muchos hombres de hoy, cuyo
ideal es la participación al máximo de los grupos, las asociaciones, el pueblo,
los sindicatos, en el "poder". Si hoy hay menos reyes, hay por otra
parte más y más personas responsables en todos los niveles. Entonces, oremos
por ellos. En su oración universal de cada domingo, la Iglesia nos invita a
hacerlo. Este salmo tomaría una tonalidad muy moderna si supiéramos
actualizarlo orando precisamente por aquellos que tienen cargos de
responsabilidad. Que gobiernen con justicia, respetando los derechos de los débiles
y los pobres, luchendo contra la opresión y la violencia y promoviendo la prosperidad y la paz" Y
no olvidemos que "orar por los responsables" no nos dispensa jamás de
participar en su trabajo. El éxito del bien común, la marcha de una empresa, el
ambiente de una familia, no dependen solamente de aquellos que tienen el poder:
todos tenemos una parte de responsabilidad en el progreso de la justicia.
El
rey no es el Rey. Israel nos da una lección válida para todos los tiempos y
todos los sistemas políticos: ¡en la Biblia, el rey no es el rey! ¡El Rey es
Dios! Bajo la apariencia de un régimen semejante al de sus vecinos, Israel
vivió de hecho una experiencia original: ni realeza, ni democracia... sino
teocracia, Dios es el Señor. Hay alguien que está "sobre" aquellos
que tienen el poder. Ellos no pueden gobernar a su capricho, ni para su
provecho personal. Los notables serán juzgados. Cuando se "ora por el
rey" en Israel, es en el fondo una manera de recordarle sus deberes: hay
un proyecto de Dios sobre las sociedades, al que debemos todos tratar de
amoldarnos.
Todo
esta enseñanza es válida para nosotros , cristianos del siglo XXI.
En la segunda lectura (Ef 3,2-6) se
nos habla del misterio celebrado en la Epifanía y oculto desde generaciones
pasadas, pero revelado ahora a través del Espíritu, "que los
paganos comparten ahora la misma herencia, que forman parte del mismo cuerpo y
que se les ha hecho la misma promesa, en Cristo Jesús, a través del
evangelio".
San
Pablo afirma que los gentiles "son coherederos, miembros del mismo cuerpo
y partícipes de la Promesa..." (Ef 3,6).Esa es la gran revelación que hoy
celebramos, la gran manifestación que en esta festividad conmemoramos, la gran
epifanía del amor y el poder de Dios: Todo hombre, sea cual fuere su raza o
condición, está llamado a participar de la Promesa de salvación que los
profetas habían anunciado desde antiguo, y que muchos decían que se limitaba
sólo a los descendientes de Abrahán, al pueblo judío.
En
tiempo de Pablo los griegos dividían a los hombres en griegos y bárbaros, y los
judíos, en judíos y gentiles. También en nuestros ambientes hay la inclinación
a dividir la humanidad en dos partes según el gusto de cada uno. No usamos la
misma terminología que los griegos y judíos, pero vivimos la misma realidad.
Hoy la Iglesia no está comprometida por la tensión entre judíos y gentiles,
pero hay otras tensiones y divisiones. No podemos olvidar que la revelación del
plan salvífico de Dios continúa siendo el centro y el punto de referencia de la
vida de la Iglesia.
En
San Pablo la visión del misterio de Cristo se ha ido profundizando en el curso
de las experiencias misioneras. Ha sufrido en su carne el problema de la unidad
de la Iglesia. La Iglesia tiene hoy una sensibilidad peculiar en el tema de las
relaciones con las otras religiones porque su misión es manifestar al mundo la
salvación de Dios.
Hoy
es el día en que conmemoramos, revivimos, el momento en el que Dios se
manifiesta a los gentiles, es decir, cuando el Señor abre las puertas de su
Reino a todos los hombres, sean o no hebreos, pertenezcan o no al pueblo judío,
el elegido en primer lugar. Hasta que Cristo nace los que no fueran
descendientes de Abrahán no podían entrar en el Reino de Dios. Eran los
gentiles, gente impura cuya cercanía manchaba, hasta el punto de que no se
podía entrar en sus casas sin quedar impuros ante Dios.
La
fiesta de la epifanía es la fiesta de la
catolicidad de la Iglesia de Cristo. Todos estamos llamados a formar parte del
rebaño del único pastor, Cristo Jesús. Los católicos sabemos que somos hermanos
de todas las personas del mundo, sin distinción de raza, ni de lengua, ni de
color, ni de posición social. Nosotros queremos ser hermanos hasta de los que
no quieran ser hermanos nuestros. Nuestras manos siempre estarán tendidas y
nuestras puertas abiertas para que entre todo el que, con sincero corazón,
busque la verdad y el verdadero rostro de Dios. Ser discípulo de Cristo es ser
católico, es decir, ser universal, teniendo a Cristo como nuestro verdadero
camino, verdad y vida.
El evangelio San Mateo nos presenta a
unos personajes que se han puesto en camino hacia el país de los judíos (el
texto no nos dice que la estrella les guíe) y allí se encuentran con la indiferencia
y nerviosismo de los que ellos imaginaban que más contentos tendrían que estar.
Herodes se asusta, mientras que los responsables de la religión de Israel les
indican fríamente lo que dicen las profecías.
A
partir de aquel momento, la escena se llena de fuerza. La estrella aparece y
les guía, y les conduce al lugar donde está el niño. Su reacción es "una
inmensa alegría" y el inmediato homenaje a aquel niño que tiene como única
característica el hecho de estar, como toda criatura, con su madre (algo
parecido a las "señas" de las que hablaban los ángeles de Lucas:
"un niño envuelto en pañales"). Los regalos que ofrecen realizan el
homenaje de todos los pueblos al Mesías, llevando a cabo el sentido profundo y
auténtico de lo que leíamos en la primera lectura y en el salmo.
El
relato tiene, pues, un doble mensaje básico: que Jesús es el Mesías esperado,
en el que se realizan las promesas hechas a Israel; y que todos los pueblos de
la tierra son llamados a compartir, en plano de igualdad, estas promesas, y a
reconocer este Mesías universal.
Aquella estrella que tenía un brillo especial les
llamó la atención desde el primer momento. Por otro lado, había un clima
universal de expectación, en una parte y en otra se oía decir que vendría un
Salvador. Además la situación en muchos lugares de la tierra era cada vez más
penosa, los anhelos de salvación eran profundos. Por eso no era extraño que
Dios se apiadara y enviase al Mesías esperado.
Aquellos magos de Oriente vinieron por un camino y se
marcharon por otro, vinieron con la ansiedad de quien busca y se marcharon con
el gozo del que ha encontrado lo que tanto buscaban. El camino de ida era
incierto y penoso, el de vuelta seguro y alegre... La estrella sigue brillando,
se han abierto los caminos divinos de la tierra. Pero es preciso recorrerlos,
avanzar hacia Cristo para seguir caminando con seguridad y esperanza, con
alegría y paz.
Nos fijamos en las palabras de
los magos: " «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto
salir su estrella y venimos a adorarlo»." Para nosotros, los cristianos,
Jesús es la estrella que nos guía por los caminos de este mundo hasta el
encuentro con el Padre. Esto lo sabemos y ya lo hemos dicho aquí muchas veces.
Pero ahora no voy a referirme a la Estrella, sino a las muchas estrellas que,
en nuestras vidas diarias, desde que nacemos hasta que morimos, nos guían y nos
orientan. No me refiero, claro, a las estrellas del cielo, sino a las más
cercanas estrellas de la tierra. En circunstancias normales, para los niños las
primeras estrellas que les alumbran y les guían son, sin duda, sus padres. Los
niños nacen teniendo ya unos padres determinados, no al revés. No son los niños
los que eligen a sus padres, sino que son los padres los que deciden tener, o
no, a los hijos. De ahí la inmensa responsabilidad de ser padre. Los niños
nacen dejándose guiar por sus padres. Es una ley de la naturaleza y nadie podrá
sustituir a los padres en la tarea de educar a los hijos en los primeros años
de la vida. Otras personas podrán ayudarles, pero nunca sustituirles. Esto,
claro, en circunstancias normales, porque excepciones siempre las habrá. Cuando
los niños se hacen ya mayorcitos empiezan a buscarse, más o menos libremente,
otras estrellas que les guíen, al lado o al margen de sus padres. Suelen ser
los amigos y amigas, los educadores, los medios de comunicación, la calle. La
mayor parte de los que trabajamos en esta hoja de <Betania> somos
educadores o padres de niños. Nuestra responsabilidad es grande, porque,
queramos o no, podemos ser luz o estrella para algunas personas.
La
estrella que guio a los Magos les condujo hacia Jesús; nosotros, ¿hacia dónde
guiamos a las personas que buscan en nosotros orientación y guía? La
responsabilidad de las estrellas es siempre grande, aún en lo pequeño. Debemos
aceptar nuestro papel, y nuestra responsabilidad, de estrellas, sabiendo, eso
sí, que como estrellas sólo podemos orientar, no forzar. La estrella aparece
para orientar, no para arrastrar. Como la estrella de Belén.
Hoy
es también el día de los regalos. Ellos ofrecieron sus cofres a rebosar de oro,
incienso y mirra. Todos tenemos un gran cofre en el interior de cada uno.
¡Volquémoslo sobre Belén! Un corazón que se ha dado de frente con la Navidad,
como ocurrió con los Reyes, se da, se ofrece, se entrega, se vacía, se postra.
Es
una tradición muy cristiana y socialmente aceptada ¿ qué podemos regalar? :
regalar a alguien amor y amistad. Que el regalo sea, por encima de cualquier
otra consideración, sólo, o preferentemente, eso: regalar amistad y amor.
Podremos necesitar algunas otras cosas, pero lo que todos necesitamos es amar y
ser amados. Convirtamos la fiesta del regalo en la fiesta de la amistad y del
amor.
Rafael
Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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