sábado, 4 de mayo de 2019

Comentarios a las lecturas del III Domingo de Pascua 5 de mayo de 2019.


Vamos pasando los días de la Pascua: la alegría y la sorpresa vive entre todos nosotros. Jesús Resucitado nos ayuda a vivir llenos de amor y esperanza, pero para obtener esos frutos hay que meterse dentro, muy dentro, de lo que allí ocurría como si estuviéramos presentes.

En la primera lectura del Libro de los hechos de los Apóstoles (Hch 5,27b-32.40b-41). Este pasaje pertenece a lo que se ha dado en llamar ciclo de los Apóstoles (4, 32-5, 42). La actividad benéfica de los Apóstoles, acreditando así su predicación, provoca por parte de los judíos, sobre todo de los dirigentes, su encarcelamiento (5, 18) y su misteriosa liberación (5, 23). Los Apóstoles son llevados con cautela ante las autoridades (5, 26). Hay un doble principio que subyace en la actividad apostólica: los Apóstoles obran prodigios en nombre de Jesús.
Los que han perseguido a Jesús también perseguirán a los Apóstoles (Jn 15, 20). Proclamar la resurrección del Señor supondrá a los discípulos la dificultad de implantar el mensaje y la alegría del triunfo.
Los número 29-32 son un breve resumen de la predicación apostólica, lo que se llama un kerigma o proclamación esencial.
Pedro habla así en varias ocasiones . Este tipo de predicación comporta generalmente estos elementos: evocación de la crucifixión de Jesús y su resurrección por obra de Dios; la vida de Jesús es como una continuación de la alianza; por eso ha sido constituido "Señor"; termina con una invitación al arrepentimiento. La predicación que se atiene a lo esencial, que va derecha al asunto: fundamentar la vida cristiana en la fe. Este es el mensaje central del suceso pascual.
La respuesta de Pedro da razón del valor que anima al apóstol . Este es el principio básico de todo el que proclama con verdad el nombre de Dios: el hombre tiene que estar siempre orientado hacia Dios. La respuesta del apóstol es una denuncia, ya que obliga a tomar posición ante el mensaje. Así el acusado se convierte en acusador.
Proclamar el plan de Dios es inevitable para el mensajero. Por eso esta obediencia es un descubrimiento del querer de Dios (Cf. 2, 23), llegando a constituir lo más hondo de la fe (Cf. 2, 38).
En este texto se plantea dos veces el tema de la obediencia.
La obediencia no es un acatamiento pasivo, sino saberse en línea con Dios y sacar de ahí ánimo necesario para lanzarse a la transformación del mundo.
La obediencia a Dios antes que los hombres y el Espíritu Santo como don de Dios a los que le obedecen. Los Apóstoles de una manera pública y solemne desobedecen a las autoridades del Templo que les han prohibido enseñar en el nombre de Jesús y dar testimonio de su Resurrección.
La obediencia a Dios los lleva a la desobediencia a las autoridades del Templo. El Testimonio Apostólico choca con las autoridades del Templo. El Testimonio es simultáneamente de los Apóstoles y del Espíritu Santo.
La fidelidad de los Apóstoles al Testimonio los hace merecedores del Espíritu Santo que Dios sólo da a los que le obedecen. Lo que ellos vieron fue que las autoridades del Templo y del Sanedrín dieron muerte a Jesús colgándole de un madero y que Dios lo resucitó y lo exaltó. El Testimonio Apostólico es el testimonio de esta realidad de muerte y resurrección de Jesús. Los Apóstoles debe hablar de esta realidad, aunque las autoridades se lo prohíban.
Deben ser fieles y obedientes a la realidad de Jesús crucificado y resucitado. Esta es la obediencia que los hace merecedores del Espíritu Santo. Son portadores del Espíritu por su obediencia a Dios y desobediencia a las autoridades del Templo que les prohíben hablar de la muerte y resurrección de Jesús. El Testimonio de los Apóstoles, contra la voluntad de las autoridades del Templo, es además ineludible, porque a Jesús "Dios lo exaltó como Jefe y Salvador para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados" (v. 31).

Hoy el responsorial es el salmo 29 (Sal 29,2.4-6.11-13). El salmo 29 es un salmo de acción de gracias por la liberación de un peligro de muerte.
El salmo 29 pertenece a la categoría de salmos individuales de acción de gracias. La ocasión pudo ser un peligro grave, posiblemente una enfermedad mortal, de la que escapó el salmista. Éste expresa su experiencia recurriendo a otros lugares bíblicos, sobre todo proféticos. La mayor parte de los textos bíblicos están en relación con el pueblo de Dios. Por lo cual la experiencia personal del salmista es valedera para todo el pueblo: refleja el destino de Sión. No es extraño que el judaísmo rezara este salmo con motivo de la «dedicación del templo». En continuidad con el rabinismo, también nosotros lo rezamos.
El salmo se divide en tres partes: 1) Alabanza a Yahvé, que salva de la enfermedad y el abismo (vv. 2-4). 2) Invitación a que otros le alaben, y aclamación confesional (vv. 5-6). 3) Descripción de la salvación y de la ayuda, con una alabanza conclusiva.
VV. 2-3. El tema de los enemigos puede ser real, o puede ser imagen convencional del peligro pasado, que parece haber sido una enfermedad grave.
Se encuentran alabanzas directas, invocación y motivación, propias del himno.
"Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí."
V. 4. En el sentido de librar de la muerte en el momento extremo. El abismo es la morada de los muertos, el sheol o seol de los hebreos. Amplificación y aclaración del motivo de la acción de gracias. Me sanaste: no hay por qué no entender en sentido propio este verbo. Sacaste mi vida del abismo, o seol: hades, o lugar de los muertos, en paralelo con tumba o fosa. Sacaste mi vida: no dejaste que bajara; hipérbole, como la nuestra: «estar con un pie en el sepulcro».
VV. 5-6. La acción de gracias individual se extiende a otros, transformando la liberación individual en una doctrina general. La cólera de Dios es su reacción personal frente al pecado.
V. 5. Fieles suyos: sus devotos, todo buen israelita, los adoradores, los justos, los siervos de Yahvé.
V. 6. Motivo de la invitación y, a la vez, alabanza a Yahvé, corto en el castigo, largo en la bondad (Is 54,7). Del caso particular al principio, ilustrado y confirmado con un refrán de filosofía popular: al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo: en la tarde pernoctará, como huésped en casa, el llanto, que se marchará para siempre al siguiente día. El que clamó a Yahvé recibió ayuda.
VV. 7-11. El salmista cuenta su propia experiencia a la asamblea, dialogando en voz alta con Dios: la confianza inicial, la prueba que desconcierta el alma, la súplica agitada ante el peligro de muerte. Los cambios de la vida son obra de Dios: cuando Él esconde el rostro, el hombre siente soledad. En el reino de la muerte no hay comunidad de culto, ni liturgia de alabanza.
V. 12. Hablar directo; términos metafóricos; beneficio recibido. Sayal o saco penitencial corresponde a luto o llanto; fiesta, a danza. No son festejos tenidos después de un sacrificio.
V. 13. Termina alabando como empezó (himno), y dando gracias por el beneficio recibido. "Dios mío": idea muy vétero-testamentaria. El beneficio recibido confirma en la entrega total a Yahvé, en oposición a los ídolos. Acto de renovada fe y entrega a Yahvé, que llevarán consigo el cumplir lo que manda Yahvé en sus preceptos, morales y litúrgicos.

            En la segunda lectura  del libro del Apocalipsis ( Ap 5,11-14). Este texto es puramente doxológico[1] y no narrativo ni doctrinal.
 Continuamos escuchando la «revelación» que tuvo S. Juan en Patmos y que fue motivada por las condiciones adversas por las que estaban pasando los cristianos del Asia Menor. El culto imperial, que había comenzado a desarrollarse en tiempos de Augusto, adquirió proporciones extraordinarias en el de Domiciano, amenazando con sumergir a todas las cristiandades del Asia. Los cristianos se opusieron valientemente a dicho culto, por cuyo motivo, Domiciano desencadenó una cruenta persecución. El Apocalipsis es, pues, un libro de consolación dirigido a las cristiandades perseguidas por el poder civil.
Tiene como finalidad animar a los fieles y exhortarles a permanecer firmes en la fe, pone ante sus ojos la perspectiva del triunfo definitivo de Cristo sobre todos los poderes del mal. Les inculca reiteradamente la paciencia en las persecuciones y les anima a oponerse valientemente a la recepción de la «señal» de la Bestia - el poder imperial -, y a no reconocer su carácter divino. El triunfo de Cristo llegará pronto y los cristianos verán tiempos mejores. Los himnos de alabanza que entonan los cristianos que ya han triunfado, en la liturgia celeste, son como la respuesta a las aclamaciones del culto pagano tributado a los Emperadores. También S. Juan quiere inculcar a las Iglesias la vigilancia celosa y fiel de la pureza de la fe, amenazada entonces por diversos errores doctrinales.
El Apocalipsis, según su propio autor (1, 19), se divide en dos partes: "lo que está sucediendo" y "lo que va a suceder después".
Dentro de la segunda parte (4, 1-22,5) se inserta este pasaje de la visión inaugural (4, 1-5, 14). La Iglesia ve en la resurreción de Cristo eso "que va a suceder después", y lo que va a dar fundamento a la vida cristiana. El relato está lleno de imaginación apocalíptica (toma las imágenes iniciales de Dan 7,10) que da un marco literario al triunfo de Cristo. Lenguaje que llenaba de esperanza al primitivo creyente: el triunfo de Cristo prueba que la vida del cristiano, aun entre dificultades, tiene una salida airosa.
-"Digno es el Cordero degollado de recibir el poder...": La visión del Cordero va acompañada de unas aclamaciones doxológicas. El Cordero ha recibido el libro con los siete sellos y se dispone a abrirlos: el proyecto salvador de Dios sobre la historia y la humanidad está en las manos de Cristo. El lo irá revelando y llevando a cabo. La Iglesia (significada por los ancianos) y toda la creación (significada por los ángeles, los vivientes y las creaturas del cielo, de la tierra y bajo la tierra), manifiestan su admiración hacia Cristo, el liberador.
"Al que se sienta en el trono y al Cordero..":
Juan ve a Cristo junto a Dios en la figura de un cordero: su nombre recuerda, a la vez, al cordero pascual y al siervo de Dios, que toma sobre sí los pecados del mundo. Parece degollado (muerte), pero está de pie (resurreción), vivo y eternamente vivo.
Jesucristo, el Cordero inmolado, es el único en el cielo y en la tierra que merece recibir de Dios todo poder. Los coros de los ángeles entonan un cántico de alabanza, y a ellos se unen todas las criaturas del mundo visible. Toda la creación tributa un mismo canto a Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero.
Creador y Salvador son alabados por igual en este himno cósmico. De ahí que el vidente presenta plásticamente las verdades recogidas en los dos primeros artículos del símbolo apostólico.
La fe en Dios creador y en su Hijo salvador. La última palabra en esta alabanza cósmica la pronuncian los cuatro vivientes. Con su "Amén" se cierra esta maravillosa liturgia, inmediata cercanía de Dios, allí donde había comenzado; pero después de haber sido asociadas a la misma fiesta todas las criaturas.
La alabanza de los que esperan la salvación, se da conjuntamente a Dios y a Cristo. Cristo por la resurrección participa de la realeza de Dios Padre. La creación manifiesta su alabanza con el asentimiento obediente del "Amén" litúrgico, y la Iglesia, por la adoración.
En esta doxología de cuatro términos, que toda la creación dirige a Dios y al Cordero, se descubre una clara alusión a las cuatro partes del universo: cielo, tierra, mar, abismos, o a las cuatro regiones del mundo: norte, sur, este, oeste. Todas las criaturas alaban a Cristo, en paridad con Dios, como Emperador supremo de todo el universo regenerado. A la aclamación de toda la creación se unen los cuatro vivientes, diciendo: Amén (v.14). Estos, que habían dado la señal para entonar los cánticos de alabanza, dan ahora su solemne amén de aprobación a la aclamación cósmica universal. Los ancianos también se postran en profunda adoración. Y de este modo forman como un todo único los seres de la creación, para tributar homenaje de obediencia y alabanza a Dios y a su Hijo Jesucristo.

Continuamos con el evangelista san Juan (Jn 21,1-19). El tema de el tercer domingo de Pascua, es la tercera aparición del Resucitado.
Se nos narra la relación entre el Señor y los discípulos. Es una relación en dos momentos: primero, les indica cómo pescarán; después, les prepara el almuerzo. También hay dos momentos en la situación de los personajes: los discípulos en el mar y Jesús en la playa, en un primer momento; después, todos en la playa, con los peces que han pescado los discípulos, comiendo de lo que el Señor les da. Dos momentos, aún, en el reconocimiento del Señor: empieza el discípulo con la afirmación de la fe y terminan todos sin necesidad de preguntar, porque "sabían bien que era el Señor".
El texto pertenece al último capítulo del cuarto Evangelio. El capítulo 21 del Evangelio según San Juan está cargado de simbolismo.
Los discípulos están juntos. Forman comunidad. Se nombra, en primer lugar, a Simón Pedro, que será figura central en este episodio y en la continuación del relato. Se nombra también a Tomás, que había pasado de la incredulidad a la adhesión incondicional a Jesús y se vuelve a traducir su nombre: el Mellizo. El tercer discípulo nombrado es Natanael. No había aparecido en el evangelio desde la escena de su llamada. Es la figura de Israel fiel a las promesas que esperaba el Mesías. Son siete los discípulos presentes. No se hace alusión a los doce. Doce es el número que señala a la comunidad en cuanto heredera de las promesas de Israel. Ahora la comunidad está representada por otro número: el siete, el de la totalidad, que, referido a pueblos, indica la totalidad de las naciones y hace, por tanto, referencia directa a los paganos. Es ahora la comunidad de Jesús en cuanto abierta a todos los hombres, a los que estaba destinado su mensaje. La nueva comunidad, que ha reconocido su origen en el antiguo Israel de las promesas, renuncia a todo particularismo y reconoce su misión universal.
"Simón Pedro les dice: Me voy a pescar. Ellos contestan: vamos también nosotros contigo". Bajo la imagen de la pesca se representa la misión de la comunidad.
"Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada". Esta precisión temporal "aquella noche", es de gran importancia para comprender la escena. Esta mención de la noche, en relación con el trabajo de los discípulos, está en relación con estas palabras de Jesús: "tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo" (Jn 9, 4-5). La noche significa, por tanto, la ausencia de Jesús, luz del mundo, que hace infecundo todo trabajo. 
"Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús". La llegada de la mañana coincide con la presencia de Jesús. Continúa el lenguaje comenzado con la mención de la noche; Jesús es luz del mundo, su presencia es el día que permite trabajar realizando las obras del Padre (9, 4).
"Jesús les dice: Muchachos ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: no".
"El les dice: echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y no tenían fuerzas para sacarlas, por la multitud de peces".
La obediencia a la palabra de Jesús, la fidelidad a su mensaje, es la condición necesaria para que el trabajo apostólico tenga fruto. "Y aquel discípulo a quien Jesús quería le dice a Pedro: Es el Señor". Es el discípulo que sigue a Jesús y vive con él. Ante la misma pesca, él descubre la presencia del Señor y Pedro no. Solamente el que tiene experiencia del amor de Jesús sabe leer las señales. Este discípulo sabe que la fecundidad de la misión es señal de que Jesús está presente.
"Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba dormido, se ató la túnica y se echó al agua". Pedro no había descubierto que la causa de la fecundidad apostólica era la obediencia a la palabra de Jesús, pero al oír lo que le dice el otro discípulo, comprende. Para indicar el cambio de actitud de Pedro, el autor utiliza un lenguaje simbólico sumamente denso.
En primer lugar, hay un juego de vestido-desnudez; en segundo lugar, la acción de tirarse el agua. La desnudez de Pedro indica que carece del vestido propio del discípulo. "Se ciñó la túnica". Juan emplea la misma expresión de la cena, cuando Jesús se ató el paño que significaba su servicio hasta la muerte.  Se ata aquella prenda como Jesús se había atado el paño para servir. Y para expresar su disposición a dar la vida, se tira al agua. Muestra estar dispuesto al servicio total hasta la muerte. Pedro es el único que se tira al mar, por ser el único que ha de rectificar su conducta anterior; los demás no habían resistido como él el amor de Jesús ni lo habían negado.
"Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan". En la tierra, lo primero que ven es la comida que Jesús ha preparado, expresión de su amor a ellos. Jesús sigue siendo el amigo que se pone al servicio de los suyos. La eucaristía es el don de Jesús a sus amigos. El pan de vida es su carne, dada para que el mundo viva. Ese es el alimento que ahora ofrece. Después de haber dado su vida, puede dar su pan, que es él mismo.
"Jesús les dice: traed de los peces que acabáis de coger". 153 peces, número de especies distintas de peces conocidas por ellos, expertos pescadores.
"Jesús les dice: vamos, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos". La definitiva, la que va a durar para siempre. Por eso, esta manifestación es modelo para la vida de la comunidad. Esta tercera vez es todo un programa para la vida de la comunidad en su misión en el mundo y en la eucaristía.
El alimento que ven y que Jesús ha preparado es distinto del que ellos han obtenido por indicación suya. Este último es fruto de su trabajo, el que encuentran preparado es don gratuito. Existen, por tanto, dos alimentos: el que da directamente Jesús, y el que se obtiene respondiendo a su mensaje.
Fijémonos en los personajes principales del texto.
El primero es Pedro. Este capítulo final, está anunciado desde el cap. 13, cuando a un Pedro rebelde le dice Jesús: "Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde". El texto de hoy recoge ese "más tarde", poniendo final a una historia imperfecta de Pedro. Esta historia guarda relación con el seguimiento. El término aparece explícito en el último versículo en forma de invitación: Sígueme. Jesús había cuestionado el seguimiento de Pedro en un diálogo mantenido con él en Jn. 13, 36-38. Los hechos le iban a dar la razón: Pedro negará tres veces ser discípulo, es decir, seguidor de Jesús (cfr. Jn 18, 15-18. 25-27). El diálogo  entre Jesús y Pedro está montado sobre esta triple negación, ahora, Jesús ya no cuestiona el seguimiento de Pedro.
La escena narrada  pone de manifiesto la sinceridad y totalidad de su seguimiento actual. Apenas oye Pedro que el desconocido de la orilla es el Señor, se ciñe y se lanza al agua en pos de él. El término ceñirse (traducción litúrgica, atarse) está intencionadamente usado en la escena de la barca, preparando las palabras finales de Jesús a Pedro sobre el ceñimiento voluntario e impuesto. Como intencionada es la mención de las brasas preparadas por Jesús y que recuerdan, por contraste, las brasas de las negaciones, cuando Pedro se calentaba del frío reinante. Al calor de las brasas de Jesús comprende Pedro su programa de vida. En su último ejemplo de magisterio y señorío, Jesús ha preparado una comida, que él mismo distribuye.
Pedro, el que por tres veces le negó, no duda ni por un momento en ir a su encuentro. Él sabía que el Señor le amaba más que lo suficiente para perdonarle su pecado. Esa era la diferencia respecto de Judas. Éste huyó de Jesús, no creyó posible el perdón para su traición. Pedro es cierto que lloró amargamente su pecado. Pero sabía que el Maestro le volvería a perdonar. Quien le había enseñado a perdonar siete veces siete, bien podría perdonarle a él. Y no se equivocó. El Señor le acoge con el mismo cariño de siempre, le mira con la misma profunda mirada, con la misma comprensión de antes.
Lo que quizá no imaginaba Pedro es que el perdón de Jesús iba a ser tan grande, que todo sería lo mismo que antes. Lo lógico hubiera sido que el primer puesto lo ocupara otro que lo mereciera más que él, otro que al menos no hubiera renegado de su Maestro hasta jurar que no le conocía. Sin embargo, Jesús le vuelve a encomendar el cuidado de su rebaño, le entrega otra vez el poder de regir a su Iglesia, la misión excelsa de ser su vicario en la tierra, el que haga sus veces cuando él se marche a los cielos. Al mismo tiempo le profetiza las dificultades que ese papel entraña. Llegará el momento en que le perseguirán y el encarcelarán, le calumniarán y le maltratarán, lo llevarán maniatado adonde él no quisiera ir, le crucificarán en una de las colinas de Roma.
El otro protagonista es el discípulo a quien Jesús amaba. Una vez más destaca este discípulo como el que reconoce de inmediato a Jesús, aspecto este en el que supera a Pedro, aquí y en todos los pasajes en los que ambos aparecen juntos, El enigma de este discípulo estriba en que nunca se le menciona por su nombre. La identificación tradicional con Juan resulta francamente frágil y problemática. Indicios internos, sacados del propio Evangelio, favorecen incluso una identificación cambiante, según las escenas en que se le menciona. Ello explicaría la ausencia de nombre propio.
De este discípulo lo importante no es la identidad personal, sino su función: sintonizar con Jesús, conocerle. Esta función no es exclusiva de una persona (de ahí la ausencia de un nombre propio), a diferencia de la de Pedro, que sí lo es. Discípulo preferido de Jesús es todo creyente en él.
Para nuestra vida
La Pascua de Jesús es la esencia del ser cristiano. Los fieles necesitamos ser familiarizados con el Misterio de la Pascua. Como cristianos, llamados a ser testigos, debemos adquirir una comprensión más profunda de la Resurrección como realidad de salvación personal y desde allí, salvación comunitaria. Una fe cristiana sin los contenidos de la Resurrección es una fe vacía y sin compromiso de vida. La Pascua es la verdadera fuente y el origen de nuestra vida religiosa. La Pascua es una oportunidad única para ahondar en nuestra realidad de bautizados. Es llegar al fondo del ser. Vivir el Misterio de la Resurrección es vivir en mí mismo que una realidad nueva, de vida, se ha apoderado de mí. Fieles a la Pascua, a la Resurrección, a la Vida.
La primera lectura es un testimonio de fidelidad en el anuncio del evangelio. El texto nos muestra a un San Pedro fortalecido, ya después de Pentecostés, sin miedo alguno, cumpliendo su “Señor, Tú sabes que te amo”, entregándose a los designios divinos y realizando su misión de Pastor, respondiendo al jefe religioso de los judíos, el Sumo Sacerdote, que presidía el Sanedrín, organismo máximo de justicia civil y de asuntos religiosos en Israel.
" Pedro y los apóstoles replicaron: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Este es un principio universal que nos parece evidente a todas las personas religiosas, pero no es fácil saber en cada momento discernir cuándo lo que nos manda Dios es distinto de lo que nos mandan los hombres. Lo que los apóstoles estaban haciendo cuando les encarcelaron era predicar el evangelio de Jesús y la buena nueva de la salvación. Ese era el mandato que Jesús les había dado antes de ascender a los cielos: id al mundo entero y predicad el evangelio.
Una vez más están frente al Sanedrín, ante el Tribunal Supremo de justicia de Israel. Y no será la última. Ya lo había dicho el Señor: "Os llevarán a los tribunales por mi nombre. No temáis, no penséis qué habéis de contestar. Yo estaré muy cerca, el Espíritu contestará por vosotros".
Es claro, se ve palpablemente que estos hombres tienen una nueva fuerza desconocida, no hay manera de hacerlos callar. Y hablan, nada menos de que Jesús de Nazaret ha resucitado, de que es el Mesías prometido por los profetas, de que han crucificado al que había de venir, al Cristo de Dios, al Ungido, al Rey de Israel. Estas palabras sacuden sus conciencias dormidas. Azotaron a los Apóstoles, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. Creyeron que aquel duro castigo sería suficiente para callarlos, una mordaza para sus bocas. Pero se equivocaron. Los Apóstoles, azotados y doloridos, caminaban, sin embargo, contentos, rebosantes de gozo por haber sufrido aquello por amor de Cristo.
Esta situación vivida por los Apóstoles se repetirá a lo largo de toda la historia del Cristianismo. Muchas veces el Testimonio Apostólico sobre la muerte y resurrección de Jesús entra en conflicto con las "autoridades del Templo". En estas situaciones la obediencia a Dios se impone contra la voluntad del Templo. Son los Testigos los portadores del Espíritu de Dios y es a ellos que debemos escuchar.
La Iglesia desde el principio aparece como signo de contradicción, por eso es perseguida. El anuncio valiente del Evangelio puede acarrear persecución por parte de los poderes de este mundo, pero está claro que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Si la Iglesia se acomodase a este mundo perdería el sentido de su ser. Sólo si presenta con valentía el anuncio gozoso y liberador del Evangelio se identificará con el Cordero Pascual, Jesucristo muerto y resucitado que se entrega por nosotros. Los testimonios de los mártires de hoy son impresionantes. Cristianos asesinados en Pakistán, Siria, Irán, La India. Ellos son testigos auténticos de Cristo resucitado. Pidamos por ellos para que se mantengan firmes en la fe y dejen de ser perseguidos por llevar el nombre de cristianos. Viendo nuestra realidad actual hemos de reconocer que nosotros tenemos mucho que aprender de ellos.

El salmo de hoy nos invita a una continua acción de gracias a Dios, "Te ensalzaré; Señor, porque me has librado" .  Su acción  es siempre muy superior a nuestros merecimientos. Demos hoy cada uno de nosotros gracias a Dios por todos aquellos momentos en los que nos hemos sentido librados de algún peligro por el Señor.
Dios siempre salva a los que confían en él, aunque a veces permita la persecución, y hasta la muerte, de los que le aman. Seguro que todos nosotros tenemos experiencia de algunos momentos en los que el Señor nos ha librado de algún peligro, físicos y espirituales. El salmo hoy nos invita a una  profunda acción de gracias  elevada a Dios desde el corazón de quien reza, después de desvanecerse en él la pesadilla de la muerte. Este es el sentimiento es el que resuena en nuestros oídos y en nuestros corazones. Esta actitud de gratitud se expresa en una serie de contrastes que expresan de manera simbólica la liberación obtenida gracias al Señor.
Así al descenso «a la fosa» se le opone la salida «del abismo» (versículo 4); a su «cólera» que «dura un instante» le sustituye «su bondad de por vida» (versículo 6); al «lloro» del atardecer le sigue el «júbilo» de la mañana (ibídem); al «luto» le sigue la «danza», al «sayal» luctuoso el «vestido de fiesta» (versículo 12).
Pasada, la noche de la muerte, surge la aurora del nuevo día. Por este motivo, la tradición cristiana ha visto este Salmo como un canto pascual. Lo atestigua la cita de apertura que la edición del texto litúrgico de las Vísperas toma de una gran escritor monástico del siglo IV, Juan Casiano: «Cristo da gracias al padre por su resurrección gloriosa».
Así comenta San Juan Pablo II este salmo: " 1. El orante eleva a Dios, desde lo más profundo de su corazón, una intensa y ferviente acción de gracias porque lo ha librado del abismo de la muerte. Ese sentimiento resalta con fuerza en el salmo 29, que acaba de resonar no sólo en nuestros oídos, sino también, sin duda, en nuestro corazón.
Este himno de gratitud revela una notable finura literaria y se caracteriza por una serie de contrastes que expresan de modo simbólico la liberación alcanzada gracias al Señor. Así, «sacar la vida del abismo» se opone a «bajar a la fosa» (cf. v. 4); la «bondad de Dios de por vida» sustituye su «cólera de un instante» (cf. v. 6); el «júbilo de la mañana» sucede al «llanto del atardecer» (ib.); el «luto» se convierte en «danza» y el triste «sayal» se transforma en «vestido de fiesta» (v. 12).
Así pues, una vez que ha pasado la noche de la muerte, clarea el alba del nuevo día. Por eso, la tradición cristiana ha leído este salmo como canto pascual. Lo atestigua la cita inicial, que la edición del texto litúrgico de las Vísperas toma de un gran escritor monástico del siglo IV, Juan Casiano: «Cristo, después de su gloriosa resurrección, da gracias al Padre».
2. El orante se dirige repetidamente al «Señor» -por lo menos ocho veces- para anunciar que lo ensalzará (cf. vv. 2 y 13), para recordar el grito que ha elevado hacia él en el tiempo de la prueba (cf. vv. 3 y 9) y su intervención liberadora (cf. vv. 2, 3, 4, 8 y 12), y para invocar de nuevo su misericordia (cf. v. 11). En otro lugar, el orante invita a los fieles a cantar himnos al Señor para darle gracias (cf. v. 5).
Las sensaciones oscilan constantemente entre el recuerdo terrible de la pesadilla vivida y la alegría de la liberación. Ciertamente, el peligro pasado es grave y todavía causa escalofrío; el recuerdo del sufrimiento vivido es aún nítido e intenso; hace muy poco que el llanto se ha enjugado. Pero ya ha despuntado el alba de un nuevo día; en vez de la muerte se ha abierto la perspectiva de la vida que continúa.
3. De este modo, el Salmo demuestra que nunca debemos dejarnos arrastrar por la oscura tentación de la desesperación, aunque parezca que todo está perdido. Ciertamente, tampoco hemos de caer en la falsa esperanza de salvarnos por nosotros mismos, con nuestros propios recursos. En efecto, al salmista le asalta la tentación de la soberbia y la autosuficiencia: «Yo pensaba muy seguro: "No vacilaré jamás"» (v. 7).
Los Padres de la Iglesia comentaron también esta tentación que asalta en los tiempos de bienestar y vieron en la prueba una invitación de Dios a la humildad. Por ejemplo, san Fulgencio, obispo de Ruspe (467-532), en su Carta 3, dirigida a la religiosa Proba, comenta el pasaje del Salmo con estas palabras: «El salmista confesaba que a veces se enorgullecía de estar sano, como si fuese una virtud suya, y que en ello había descubierto el peligro de una gravísima enfermedad. En efecto, dice: "Yo pensaba muy seguro: No vacilaré jamás". Y dado que al decir eso había perdido el apoyo de la gracia divina, y, desconcertado, había caído en la enfermedad, prosigue diciendo: "Tu bondad, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza; pero escondiste tu rostro, y quedé desconcertado". Asimismo, para mostrar que se debe pedir sin cesar, con humildad, la ayuda de la gracia divina, aunque ya se cuente con ella, añade: "A ti, Señor, llamé; supliqué a mi Dios". Por lo demás, nadie eleva oraciones y hace peticiones sin reconocer que tiene necesidades, y sabe que no puede conservar lo que posee confiando sólo en su propia virtud» (Lettere di San Fulgenzio di Ruspe, Roma 1999, p. 113).
4. Después de confesar la tentación de soberbia que le asaltó en el tiempo de prosperidad, el salmista recuerda la prueba que sufrió a continuación, diciendo al Señor: «Escondiste tu rostro, y quedé desconcertado» (v. 8).
El orante recuerda entonces de qué manera imploró al Señor (cf. vv. 9-11): gritó, pidió ayuda, suplicó que le librara de la muerte, aduciendo como razón el hecho de que la muerte no produce ninguna ventaja a Dios, dado que los muertos no pueden ensalzarlo y ya no tienen motivos para proclamar su fidelidad, al haber sido abandonados por él.
Volvemos a encontrar esa misma argumentación en el salmo 87, en el cual el orante, que ve cerca la muerte, pregunta a Dios: «¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia o tu fidelidad en el reino de la muerte?» (Sal 87,12). De igual modo, el rey Ezequías, gravemente enfermo y luego curado, decía a Dios: «Que el seol no te alaba ni la muerte te glorifica (...). El que vive, el que vive, ese te alaba» (Is 38,18-19).
Así expresaba el Antiguo Testamento el intenso deseo humano de una victoria de Dios sobre la muerte y refería diversos casos en los que se había obtenido esta victoria: gente que corría peligro de morir de hambre en el desierto, prisioneros que se libraban de la condena a muerte, enfermos curados, marineros salvados del naufragio (cf. Sal 106,4-32). Sin embargo, no se trataba de victorias definitivas. Tarde o temprano, la muerte lograba prevalecer.
La aspiración a la victoria, a pesar de todo, se ha mantenido siempre y al final se ha convertido en una esperanza de resurrección. La satisfacción de esta fuerte aspiración ha quedado garantizada plenamente con la resurrección de Cristo, por la cual nunca daremos gracias a Dios suficientemente". (San Juan Pablo II. Audiencia general del Miércoles 12 de mayo de 2004]

La segunda lectura tomada del Apocalipsis,
En el fragmento de hoy, contemplamos al Cordero, aparece aquí como imagen del siervo de Yahvé y, por extensión, imagen del Jesús Pascual. Asistimos ahora a la entronización solemne del Cordero, el único que puede mirar de hito en hito «al que está sentado en el trono» y recibir de sus manos el libro.
Se entrega el libro sellado al Cordero para que revele el contenido que nadie era digno de leer y toda la corte celestial prorrumpe en el himno de alabanza y adoración. La atención se centra en el Cordero. Al coro de los ancianos sigue el de los ángeles. Millares y millones era la fórmula o número más grande al que recurría la antigüedad para hacer cálculos. Aquí indica una multitud inmensa al igual que en Dn 7,10.
Ante la corte celestial se proclama el poder, la dignidad y la plena soberanía del vencedor que se extiende más allá del círculo celestial. La creación en todos sus sectores, diferenciados por las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra y en el mar, participan en la alabanza a Dios, al que está sentado en el trono, al Cordero. La doxología partiendo de la creación penetra en la esfera celeste y llega al trono y la creación incontaminada en los cielos responde: "Amén".
 La escena que se nos presenta, incluye a Cristo, el Cordero que ha sido degollado, y que recibe juntamente con el libro, el homenaje y el dominio de toda la creación. Es muy significativo que la alabanza de toda la creación vaya dirigida a Dios y al Cordero, indivisiblemente unidos. San Juan junta las criaturas materiales con los ángeles en la glorificación del Cordero redentor, a quien atribuyen la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos (ν.13).
La liturgia cósmica que se celebra consiste en un cántico nuevo. Es el canto de la Jerusalén del cielo. La pieza, de tres partes, está escrita rítmicamente en forma de himno. En el relato se va ampliando el círculo de los que rinden alabanza: los veinticuatro ancianos, la multitud de los ángeles y todo lo creado (que, según los conocimientos cosmológicos de la época, se divide en cielo, tierra-mar y abismo). Finalmente, las plegarias son recogidas por los cuatro vivientes en un rotundo «amén». La aflicción del profeta ha desaparecido. El que cree que Jesús es el Señor no desfallece. El Espíritu, enviado por Jesús y presente en toda la tierra, es su firme garantía.
El texto nos recuerda que en este tiempo de Pascua, nuestra actitud debe ser de alabanza,  nosotros también debemos de alabar a Jesús, el cordero pascual, de quien ha nacido la Iglesia de la que todos nosotros formamos parte. Tratemos de ser nosotros mansos y humildes como  Jesús, y rindámosle el homenaje de nuestra devoción, acción de gracias y de nuestro amor.

En el evangelio nos hemos encontrado con que los discípulos de Jesús se habían pasado la noche en el lago bregando como expertos pescadores que eran y no habían pescado nada, pero cuando se dejan guiar por el Maestro recogen tal cantidad de peces que las redes se rompían. 
El evangelista san Juan da a este relato de la pesca milagrosa una intención teológica que va bastante más allá de lo que es puramente hecho histórico, a nosotros nos sirve ya que lo que quiere decir a sus lectores el evangelista es  que si la Iglesia cristiana no se deja guiar por Jesús pierde eficacia y autenticidad y puede llegar a ser más que signo del reino de Dios, contra-signo. El vencedor de la muerte dice a sus discípulos "echad la red". Los siete discípulos representan a toda la Iglesia, que debe dar testimonio de su fe; los 153 peces quizá simbolicen el número de naciones conocidas entonces, porque a todos se les anuncia la Buena Noticia. La cercanía de Cristo es necesaria para la Iglesia en general, y para cada uno de nosotros en particular y de cada uno de los grupos y comunidades cristianas que formamos el conjunto de la Iglesia cristiana. Cuanto más apartados vivamos del evangelio de Jesús, más contra-signo de su reino seremos y no podremos ni nosotros mismos considerarnos Iglesia nacida de Jesús.
El evangelio nos sitúa ante uno de los dramas que estamos padeciendo, a nivel espiritual, es que nunca la Iglesia, los sacerdotes o los agentes de pastoral hemos empleado tantos medios y esfuerzos para incentivar el aprecio por las cosas de Dios. Hoy, con el evangelio en la mano, el Señor nos dice que no nos agobiemos por la ausencia de frutos. Tal vez, aunque nos cueste admitirlo, el tiempo  de Dios es distinto al nuestro. Nuestras horas son de sesenta minutos, nuestros años de 365 días pero, tal vez, Dios no cuenta los segundos como nosotros ni pasa las hojas del calendario como nosotros pretendemos. La Pascua, la resurrección de Cristo, nos invita a una obediencia y confianza absoluta en el Padre. Toda la pesca no está alcance de nuestra mano ni todos los océanos son tan superficiales como quisiéramos para llegar hasta el fondo de los mismos: las personas.
El proceso relatado en el evangelio, presenta para nosotros la relación entre el Resucitado y su Iglesia. El resucitado, según la promesa realizada, está con sus discípulos, pero de un modo nuevo en comparación con su presencia histórica: está en la playa, sin que las acometidas del mar le puedan afectar; y pese a todo dirige la "pesca". No es suficiente, para una buena pesca, la decisión de Pedro y las ganas de los demás discípulos; es el Señor que ordena -que da misión- cómo debe pescarse. El esfuerzo será de los discípulos.
Fijémonos hoy en los apóstoles, ellos como nosotros en algunos momentos, estaban a punto de renunciar a todo. La pesca había sido infructuosa, decepcionante. Se sentían abandonados y desconcertados. Sólo, cuando apareció el resucitado, el panorama cambió. Que también nosotros, lejos de abandonar cuando el horizonte es oscuro, imploremos, recemos y miremos al cielo buscando la mano siempre tendida de Jesús que sale en los momentos más amargos de fracaso, tristeza y  dolor.
Hagamos un responsable  examen de conciencia sobre este punto, cada uno de nosotros en particular y cada uno de los grupos y comunidades que formamos el conjunto de lo que llamamos Iglesia .
¿Podemos hoy nosotros, cristianos  en siglo XXI, decirle al Señor que sí lo amamos, que sí nos entregamos a El y a su Voluntad ... sea cual fuere? ¿Sea que nos quiera hacer pastores o que nos quiera hacer ovejas fieles? ¿Sea que dejemos aquel pecado al que estamos apegados y que no nos deja libres para seguirle ... sea que le sigamos con esa cruz que nos es pesada porque no la hemos abrazado como El abrazó la suya?
¿Podremos responderle como Pedro: tres veces, sí te amo, Señor? ¿Nos entristecemos como Pedro por tantas veces que hemos entristecido a Jesús? ¿Tememos que nuestro sí no sea tan seguro, porque podríamos repetir los pecados ya confesados? ¿Tenemos miedo de prometer como Pedro que nunca negaría al Señor y que estaba dispuesto a morir con El, y no cumplir?
Puede ser, porque sabemos que nuestro sí de hoy no es garantía segura, pues somos débiles, pero confiando en la gracia divina y realmente queriendo ser fieles a Dios, la guerra está ganada, aunque perdamos una que otra batalla, en la lucha contra el pecado.
Y recordemos que el Señor no espera que seamos impecables sino que, confiados en El, pongamos todo nuestro deseo y volvamos a El cada vez que perdamos una batalla contra el pecado, acogiéndonos a su Misericordia Infinita en el Sacramento de la Confesión.
Sobre todo, tengamos muy en cuenta que, en la lucha contra las tentaciones, no podemos confiar en nosotros mismos. Nos puede suceder como a Pedro. En realidad, no podemos confiar en nosotros mismos para nada. Siempre orar, pero más que nunca en la tentación. “El que ora se salva y el que no ora se condena” (San Alfonso María de Ligorio).
Fijémonos en el comentario que hace San Agustín a este relato de la pesca milagrosa: "Centrad vuestra atención ahora en la otra pesca, la que se ha leído hoy. Tuvo lugar después de la resurrección del Señor, para dar a entender cómo será la Iglesia después de nuestra resurrección. Echad -les dijo- las redes a la derecha5. Ahora, pues, se ocupa sólo del número de los que estarán a la derecha. Recordáis que el Señor anunció que vendría en compañía de los ángeles y que en su presencia se congregarían todos los pueblos. Él los separará como el pastor separa las ovejas de los cabritos, colocando aquéllas a su derecha y éstos a su izquierda. A las ovejas dirá: Venid, recibid el reino; a los cabritos: Id al fuego eterno6. Echad las redes a la derecha: como si dijera: «Ya he resucitado; quiero mostrar cómo será la Iglesia al final de los tiempos. Echad las redes a la derecha». Echaron las redes a la derecha y no podían subirlas a la barca debido a la cantidad de peces. También en la primera pesca se habla de una gran cantidad, pero aquí se da un número fijo; se indica la cantidad y la calidad, a diferencia de la otra, que no precisa número. En el tiempo presente, antes de que llegue la resurrección y la separación de buenos y malos, se cumple lo que dice el profeta: Hice el anuncio y hablé.¿ Qué significa eso? He echado las redes. ¿Y qué pasó? Se multiplicaron por encima del número7. Hay un número, y los hay que exceden del número. El número se refiere a los santos que han de reinar con Cristo; los que exceden el número pueden entrar ahora en la Iglesia, pero no en el reino de los cielos.
3. Por ello, os exhorto a que os liberéis del mundo presente, que es malo. Por ello os amonesto: quienes queréis vivir no imitéis a los malos cristianos. No digáis: «¿Cómo? ¿No está bautizado fulano que se embriaga? ¿Cómo? ¿No está bautizado aquel que tiene concubinas? ¿No está bautizado aquel otro que comete fraudes a diario? ¿No está bautizado el otro que consulta a los astrólogos?». Los que ahora queráis ser grano, entonces os encontraréis en el muelo; pero los que queráis ser paja os encontraréis en la gran parva, mas para ser presa de un gran fuego.
3. ¿Entonces, pues? Arrastraron -dice- las redes hasta la orilla8. Pedro arrastró las redes hasta la orilla; acabáis de escucharlo cuando se leyó el evangelio. Cuando oyes hablar de orilla, piensa en el límite del mar, y cuando escuchas «límite del mar», entiende el fin del mundo presente. En la primera pesca no se arrastraron las redes hasta la orilla, pues los peces capturados se amontonaron en las barcas. En ésta, en cambio, las arrastraron hasta la orilla. Espera el fin del mundo, fin que ha de llegar para bien de los que estén a la derecha y mal de los que estén a la izquierda. ¿Cuántos fueron los peces? Arrastraron -dice- las redes, que contenían ciento cincuenta y tres peces. Y el evangelista añadió algo muy importante: Y, a pesar de su tamaño, es decir, de ser tan grandes, no se rompió la red9. Serán grandes, pero no habrá herejías, y no habrá herejías precisamente porque serán grandes. ¿Quiénes son grandes? Lee las palabras del Señor en el evangelio y encontrarás quiénes lo son. Dice, en efecto, en cierto lugar: No vine a abrogar la ley y los profetas, sino a cumplirla" . (San Agustín. Sermón 251. La pesca milagrosa).
La experiencia pascual de los discípulos llega hasta el cristiano de hoy en un contexto de Iglesia. En el texto hay una alusión a la comida eucarística (cf. 6, 1-13), ya que aquí Jesús no come nada, sino que distribuye el pan y el pescado. Los discípulos quedan invitados a participar del alimento que les ofrece el Señor resucitado. La celebración de la comida eucarística, eucaristía de culto y eucaristía de vida, es para el cristiano el lugar cumbre de la vivencia de la resurrección.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com



[1] Doxología es alabanza, reconocimiento de adoración por lo que Dios es o lo que Dios hace. Ni siquiera es, explícitamente, acción de gracias. Es una característica de la auténtica actitud religiosa, del hombre confrontando y percibiendo la realidad de Dios en su vida. Lo posterior proviene de aceptar este comienzo.

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