Comentario a las Lecturas del XIII Domingo del Tiempo Ordinario 1 de julio 2018
En la primera lectura (Sb. 1,13-15; 2, 23-25 ), se nos habla del designio salvador de Dios"Dios no
hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes" (Sb 1,
13).
El
libro de la Sabiduría,
probablemente el último de los del Antiguo Testamento, fue escrito el siglo
primero o segundo antes de JC, en el ambiente de la diáspora, es decir, en
aquellos grupos de judíos que vivían lejos de Israel, en ciudades paganas.
Seguramente fue escrito en Alejandría de Egipto, una ciudad en la que residía
una numerosa colonia judía, que tenía que convivir y confrontarse con la
mayoría helénica que le rodeaba.
El libro quiere ser una
afirmación de la fe de Israel para sostener a los creyentes en medio de la
variedad de sistemas religiosos y filosóficos en los que se hallaban inmersos,
y en medio del clima relativista de costumbres y criterios morales, que hacían
que los israelitas fieles fueran a menudo mal vistos y a veces incluso
perseguidos. Pero al mismo tiempo esta afirmación de fe es explicitada en
diálogo con el mundo helénico: el libro, en efecto, asume y utiliza categorías
de la cultura helénica circundante.
El autor del libro de la
Sabiduría (siglo I a.C) dirige su escrito a judíos
que vivían en la diáspora (posiblemente en Alejandría) y que, al contacto con
la nueva cultura griega, se reían de la fe de sus mayores (en el libro se les
denomina "impíos"). El autor no tiene miedo alguno en asimilar esta
cultura y realizar una "transculturalización".
A la luz de la dicotomía griega alma-cuerpo (inmortal-mortal), profundiza en
los conceptos tradicionales de vida y muerte, obteniendo una concepción que
sonaba como revolucionaria a sus compatriotas.
El doble fragmento que hoy
leemos (son dos breves fragmentos unidos: 1,13-15 y 2,23-25) presenta un
elemento fundamental de la afirmaci6n de fe frente al materialismo ambiental:
Dios es el Dios de la vida, y llama a los hombres a vivir esta misma vida suya.
El primer fragmento (hasta "inmortal") hace la afirmación general:
Dios ha creado el mundo y al hombre para la vida, y todo lo que Dios es
("la justicia") conduce a la vida por siempre.
-1, 13-15 sirve de conclusión a
todo el cap, 1, en el que los gobernantes de la
tierra son invitados a buscar la justicia, a Dios. Los que así obran no
encontrarán la muerte, sino la sabiduría y la vida.
- la segunda parte de nuestra
lectura (2, 23-24), resalta que el
hombre no es un ser para la muerte; sino un ser para la vida eterna. Esto es lo
querido por Dios.
El autor no habla de un paraíso
perdido. No niega que exista la muerte, pero contempla las cosas en el conjunto
de la creación y ve que todas las cosas tiene una finalidad y un objetivo.
El salmo de hoy ( Sal 29, 2 y 4. 5
6. 11 y 12a y 13b) es un salmo de petición y acción de gracias.
Este es un
salmo de "todah", de "jubilosa acción
de gracias", de "eucaristía". El verbo "dar gracias"
aparece tres veces, y es la palabra final del salmo. El vocabulario de alegría
es abundante: "fiesta" (2 veces), "exaltar", "gritos
de alegría", "felicidad", "danza", "vestido de
fiesta".
El
"ropaje midráshico", es decir la
"situación concreta evocada" es esta: un enfermo importante, en
peligro de muerte, ha sido curado... Esta situación evoca la experiencia de
Israel, que después de la agonía del exilio reencuentra la alegría de la
alabanza. El pueblo de Israel consideró esta liberación como una especie de
"Resurrección": "me hiciste revivir cuando bajaba a la
fosa".
Así comenta San Juan
Pablo II: Dios disipa la gran pesadilla, el miedo a la muerte . Meditación
sobre el Salmo 29 " Este himno de
gratitud posee una gran fineza literaria y se basa en una serie de contrastes
que expresan de manera simbólica la liberación obtenida gracias al Señor.
De
este modo, al descenso «a la fosa» se le opone la salida «del abismo»
(versículo 4); a su «cólera» que «dura un instante» le sustituye «su bondad de
por vida» (versículo 6); al «lloro» del atardecer le sigue el «júbilo» de la
mañana (ibídem); al «luto» le sigue la «danza», al «sayal» luctuoso el «vestido
de fiesta» (versículo 12).
Pasada,
por tanto, la noche de la muerte, surge la aurora del nuevo día. Por este
motivo, la tradición cristiana ha visto este Salmo como un canto pascual. Lo
atestigua la cita de apertura que la edición del texto litúrgico de las
Vísperas toma de una gran escritor monástico del siglo IV, Juan Casiano:
«Cristo da gracias al padre por su resurrección gloriosa».
2.
El que ora se dirige en varias ocasiones al «Señor» --al menos ocho veces--, ya
sea para anunciar que le alabará (Cf. versículos 2 y 13), ya sea para recordar
el grito que le ha dirigido en tiempos de prueba (Cf. versículos 3 y 9) y su
intervención liberadora (Cf. versículos 2, 3, 4, 8, 12), ya sea para invocar
nuevamente su misericordia (Cf. versículo 11). En otro pasaje, el orante invita
a los fieles a elevar himnos al Señor para darle gracias (Cf. versículo 5).
Las
sensaciones oscilan constantemente entre el recuerdo terrible de la pesadilla
pasada y la alegría de la liberación. Ciertamente, el peligro que ha quedado
atrás es grave y todavía provoca escalofríos; el recuerdo del sufrimiento
pasado es todavía claro y vivo; hace muy poco tiempo que se ha enjugado el
llanto de los ojos. Pero ya ha salido la aurora del nuevo día; a la muerte le
ha seguido la perspectiva de la vida que continúa.
3.
El Salmo demuestra de este modo que no tenemos que rendirnos ante la oscuridad
de la desesperación, cuando parece que todo está perdido. Pero tampoco hay que
caer en la ilusión de salvarnos solos, por nuestras propias fuerzas. El
salmista, de hecho, está tentado por la soberbia y la autosuficiencia: «Yo
pensaba muy seguro: "no vacilaré jamás"» (versículo 7).
Los
Padres de la Iglesia también reflexionaron sobre esta tentación que se presenta
en tiempos de bienestar, y descubrieron en la prueba un llamamiento divino a la
humildad. Es lo que dice, por ejemplo, Fulgencio, obispo de Ruspe (467-532), en
su «Carta 3», dirigida a la religiosa Proba, en la que comenta este pasaje del
Salmo con estas palabras: «El salmista confesaba que en ocasiones se
enorgullecía de estar sano, como si fuera mérito suyo, y que así descubría el
peligro de una enfermedad gravísima. De hecho, dice: ¡"Yo pensaba muy
seguro: 'no vacilaré jamás'"! Y, dado que al decir esto, había sido
abandonado del apoyo de la gracia divina, y turbado, cayó en su enfermedad,
siguió diciendo: "Tu bondad, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza;
pero escondiste tu rostro, y quedé desconcertado". Para mostrar que la
ayuda de la gracia divina, aunque ya se cuente con ella, tiene que ser de todos
modos invocada humildemente sin interrupción, añade: "A ti, Señor, llamo,
suplico a mi Dios". Nadie pide ayuda si no reconoce su necesidad, ni cree
que puede conservar lo que posee confiando sólo en sus propias fuerzas»
(Fulgencio de Ruspe, «Las Cartas» --«Le lettere»--,
Roma 1999, p. 113).
4.
Después de haber confesado la tentación de soberbia experimentada en tiempos de
prosperidad, el salmista recuerda la prueba que le siguió, diciendo al Señor:
«escondiste tu rostro, y quedé desconcertado» (versículo 8).
Quien
ora recuerda entonces la manera en que imploró al Señor: (Cf. versículos 9-11):
gritó, pidió ayuda, suplicó que le preservara de la muerte, ofreciendo como
argumento el hecho de que la muerte no ofrece ninguna ventaja a Dios, pues los
muertos no son capaces de alabar a Dios, no tienen ya ningún motivo para
proclamar la fidelidad de Dios, pues han sido abandonados por Él.
Podemos
encontrar este mismo argumento en el Salmo 87, en el que el orante, ante la
muerte, le pregunta a Dios: « ¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia, o tu
fidelidad en el reino de la muerte?» (Salmo 87, 12). Del mismo modo, el rey
Ezequías, gravemente enfermo y después curado, decía a Dios: «El Seol no te alaba ni la Muerte te glorifica..., El que vive,
el que vive, ése te alaba» (Isaías 38, 18-19).
El
Antiguo Testamento expresaba de este modo el intenso deseo humano de una
victoria de Dios sobre la muerte y hacía referencia a los numerosos casos en
los que fue alcanzada esta victoria: personas amenazadas de morir de hambre en
el desierto, prisioneros que escaparon a la pena de muerte, enfermos curados,
marineros salvados de naufragio (Cf. Salmo 106, 4-32). Ahora bien, se trataba
de victorias que no eran definitivas. Tarde o temprano, la muerte lograba
imponerse.
La
aspiración a la victoria se ha mantenido siempre a pesar de todo y se convirtió
al final en una esperanza de resurrección. Es la satisfacción de que esta
aspiración poderosa ha sido plenamente asegurada con la resurrección de Cristo,
por la que nunca daremos suficientemente gracias a Dios." (San
Juan Pablo II. Audiencia general, miércoles, 11 mayo 2004).
La segunda
lectura (2 Cor. 8,
7-9.13-15), aparece un
término curioso y muy interesante, es la palabra nivelar. Se aplica en la vida
espiritual y a la vida material.
Los capítulos 8 y 9 de la
segunda carta a los Corintios están dedicados a exhortar a la generosidad en la
colecta a favor de la comunidad de Jerusalén. Vale la pena leer los dos
capítulos enteros para situarla tanto histórica como teológicamente, y leer
también el anuncio que de ella se hace en 1Co 16,1-3. La ayuda a la comunidad
de Jerusalén, que vivía en situación de estrechez, fue uno de los signos de
comunión cristiana que las comunidades procedentes del paganismo realizaron con
la Iglesia madre (cf. también Hechos 11,29-30 y Rm
15,26).
De los versículos que leemos
hoy a propósito de este tema, destacan sobre todo dos aspectos. El primero, la
facilidad con que Pablo refiere toda realidad que afecte a la vida de los
creyentes (aunque sea algo tan poco "espiritual" como una colecta) a
los fundamentos de la fe: la colecta imita el estilo de Jesucristo, que se
vació a sí mismo; y es que, de hecho, cualquier cosa que el creyente haga tiene
que ser una realización de este estilo. El segundo aspecto se refiere al
criterio económico que debe regir la vida de los creyentes, y que (como todo lo
que hace la comunidad cristiana) tiene que ser modelo para el mundo: la
búsqueda de la igualdad.
Así la segunda carta a los
corintios nos habla hoy de un tema nuevo: la colecta por la Iglesia de
Jerusalén, que se hallaba en situación de estrechez. Pablo se dedicaba en esta
época a recoger dinero para aquella comunidad, y ahora escribe a los de Corinto
para decirles que pronto vendrán unos enviados suyos a recoger su aportación:
en el texto de hoy les exhorta a ser generosos.
Posee Pablo un estilo de
exhortación en el que une cualquier detalle -grande o pequeño- de la vida
cristiana con las raíces más profundas de esta misma vida. También aquí, en el
caso de la colecta, pone como modelo de toda la encarnación-redención de JC, en
un esquema parecido al del himno de Fil 2, 5-11; en la carta a los filipenses,
sin embargo JC era presentado como modelo de humildad y rebajamiento, mientras
que aquí lo es de generosidad.
Este breve y denso versículo,
en efecto, presenta a JC dejando la riqueza de su condición divina, como acto
de generosidad, para hacerse pobre como los hombres (solidario, diríamos ahora)
y así hacer posible que los hombres se enriquezcan, que reciban los frutos de
su rebajamiento.
Y ya en otro nivel, el apóstol
propone a los corintios el ideal de la igualdad entre los cristianos: si en
cierto momento unos tienen más que los demás, deben dar de eso que tienen de
más; y, cuando sea necesario, a la inversa. El ejemplo es lo que hizo Dios con
el maná, según la cita de Ex 16, 18: Dios mismo aseguraba la igualdad dentro de
su pueblo, y a ejemplo de Dios deben actuar ahora los corintios.
" Ya que sobresalís en
todo... distinguíos también ahora por vuestra generosidad. Bien sabéis lo
generoso que ha sido nuestro señor Jesucristo; siendo rico... se hizo pobre".
Esta apelación al corazón de los corintios tiene para Pablo especial relevancia
dadas las graves dificultades que se crearon entre él y su querida comunidad,
por una parte y, por otra, para disipar las dudas que surgieron acerca de su
persona y su misión entre los paganos proclamando la liberación de las
exigencias judías para pertenecer a la Iglesia y participar en la salvación:
circuncisión y prácticas musaicas. Esta comunidad estaba enriquecida por muchos
dones del Espíritu, ciertamente. Pero era necesario expresarlo a través de la
generosidad en el compartir los bienes materiales. Es la razón profunda que
mueve y empuja la comunión de bienes en la Iglesia. Y el modelo más profundo:
Jesús. Quiso compartir con los pobres libremente, despojándose temporalmente de
su rango de riqueza suma por ser Dios. Esta referencia disipa cualquier duda o
dificultad en el compartir de los bienes. Por eso la comunión entre los
cristianos es cristocéntrica y realista a la vez.
Porque Jesús fue realmente pobre siendo realmente rico. Es un ideal, una
utopía, pero posible desde la realidad humana de Jesús.
En
el evangelio de hoy (Mc 5, 21-43), prima la fe y la humildad.
En la
perspectiva de un Reino de Dios abierto a todos, Marcos introducía el domingo
pasado el tema de la fe en Jesús. El texto de hoy nos sitúa de nuevo en la
orilla judía del lago de Genesaret, en medio de la habitual aglomeración de
gente en torno a Jesús. El hilo narrativo lo configura el desplazamiento hasta
la casa de Jairo, un encargado del orden en la sinagoga, cuya hija está
mortalmente enferma. Entre partida de la orilla y llegada a la casa, Marcos
intercala en los vs. 25-34 un episodio con una mujer. Se trata de la misma
técnica narrativa que encontrábamos hace tres domingos en Mc. 3, 20-35. el
episodio le sirve a Marcos para profundizar en el tema de la fe en Jesús.
Así el
evangelio de hoy acopla dos milagros en una única narración. El leccionario
prevé una lectura abreviada, pero debe ser recomendable leer el texto entero.
De hecho, los tres sinópticos engarzan las dos curaciones en una relación
seguida y no sin intención. Veámoslo: a) la mujer lleva doce años enferma
(¡toda una vida!); la niña muere justamente a los doce años; b) la mujer va
perdiendo la vida poco a poco (recordemos que la sangre es vida); la niña la
pierde de golpe; c) la mujer actúa a escondidas (porque el flujo de sangre la
convertía en "impura" y tocar a alguien era contagiarle su impureza)
y con una mezcolanza de fe y de magia; el padre de la niña se presenta a Jesús
y le pide su intervención; d) la mujer, al sentirse descubierta, tiembla
atemorizada, pero Jesús la tranquiliza y le dice que es su fe la que la ha
salvado y no el simple contacto físico; el padre de la niña es exhortado a
tener fe y a no temer ni a la misma muerte.
Nos encontramos con Jesús que
regresa a la otra orilla del lago de Galilea, lugar de vocación (1,16-20;
2,13-17) y enseñanza (3,9; 4,1).
El fragmento que hoy proclamamos
pertenece a la segunda sección de la primera parte del evangelio de Marcos:
Jesús el Mesías que se manifiesta en las palabras y en los gestos.
El pasaje de este domingo nos
ofrece un ejemplo del carácter histórico de los Evangelios. El nítido retrato
de Jairo y su petición angustiosa de ayuda, el episodio de la mujer que se
encuentran de camino a su casa, la actitud escéptica de los mensajeros hacia
Jesús, la tenacidad de Cristo, el clima de la gente que llora a la niña muerta,
el mandato de Jesús referido en la lengua original aramea, la conmovedora
solicitud de Jesús de que se dé algo de comer a la niña resucitada. Todo hace
pensar en un relato que remite a un testigo ocular del hecho.
Jesús nos muestra que está a
favor de la vida. La enfermedad y la muerte nos interpelan y nos plantean no
pocos interrogantes: ¿por qué sufrimos? ¿Por qué tenemos que morir?. Jesús no
nos dio una explicación científica o filosófica sobre el sentido del mal o del
dolor. Simplemente nos demuestra que se conmueve ante el sufrimiento humano y lo
combate. No le da igual, sino que es solidario y trata de ayudar. Traspasa la
frontera y va en busca de los excluidos.
El jefe de la sinagoga, Jairo, tiene que pasar del
espacio de lectura legalista de la sinagoga hacia el espacio trasgresor,
profético y liberador de Jesús de Nazaret. El gesto de Jesús es siempre
sorprendente. Este es un gesto de escándalo porque se supone que un varón
desconocido no toca en público a una mujer y además, desde los conceptos de
pureza ritual, no se toca un cadáver. Jesús al tocarla asume la condición de la
hija del jefe de la sinagoga. Sólo con ese compromiso podemos decirles a los
grupos y a las personas enfermas, postradas o vulnerables: ¡Levántate! .
La mujer
acude a Jesús como a último y único remedio a sus trastornos corporales. Pero
lo hace anónimamente, mágicamente. La propia situación multitudinaria parece
aconsejar un acercamiento así. En estas circunstancias resuena firme la
pregunta de Jesús. "¿Quién me ha tocado el manto?" Con esta pregunta
Marcos parece querer indicarnos que el ámbito de la fe en Jesús no es el del
anonimato, sino el de la intercomunicación personal. La mujer, en efecto, se ve
impelida a salir del anonimato. Viene con temor y temblor, y se prosterna ante
Jesús.
Jesús de Nazaret se deja tocar
por una mujer no judía e impura. Es un escándalo, pero deja bien claro que el
hombre está por encima de la ley. Lo que le importa es el sufrimiento de esta
mujer y su fe. Por eso es capaz de trasgredir la ley para favorecer la
misericordia. Estamos convencidos que el núcleo de nuestra acción pastoral debe
ser construir puentes que lleven a la inclusión y a la reconciliación. Ricos y
pobres, el lado judío y gentil de todos los lugares, todos necesitamos ser
curados de nuestras incredulidades, dudas, temores y prejuicios.
En este
contexto no puede interpretarse el temor y temblor desde planteamientos
psicológicos. Representan más bien la reacción humana a la manifestación o
epifanía divina. Se pone con ello de manifiesto que la mujer no había actuado
por magia, sino por fe: ella había creído sencillamente en Jesús, había visto
en él al enviado de Dios. Esto es lo que Marcos quiere resaltar y así lo sigue
haciendo en la continuación del relato, ahora ya con Jairo.
También
éste se ha prosternado ante Jesús reconociendo en él soberanía y majestad. El
propio Jesús le invita a tener fe en él.
A partir
de este momento el relato se hace íntimo, personal.
v. 37: El Maestro toma consigo
únicamente a los tres discípulos que serían también los testigos de su
transfiguración (9, 2) y de su agonía en Getsemaní (14, 33).
Jesús entra en la casa
transmitiendo seguridad y dominio de la situación; el evangelista conserva las
palabras en arameo, dándoles, por tanto, un fuerte valor simbólico; Jesús actúa
con gran sencillez (habla como si aquello no tuviera importancia: "La niña
no está muerta...";
v. 38: Se trata de las
plañideras que lloran por oficio y que para eso han sido contratadas. Esto
explica que se rían después al oír a Jesús que la niña estaba dormida.
Se limita a dar la mano a la niña y a decir
una palabra nada retórica...), signo de su fuerza y su poder. Y todo el
conjunto se convierte en afirmación de la fuerza salvadora de Jesús que libera
al hombre sin ninguna barrera, y llama a la confianza en esta liberación. La
resurrección de la niña acontece por el poder de la palabra de Jesús que Marcos
ha conservado en original arameo. Jesús se manifiesta como señor de la vida y
de la muerte.
Con la
exclusión de gentío y plañideras se pone de nuevo de manifiesto que el ámbito de
la fe en Jesús no puede ser otro que el de la relación personalizada. Es en un
ámbito así en el que lo insospechado puede hacerse realidad.
El
relato termina con el sorprendente encargo, característico en el Evangelio de
Marcos, de no divulgar el hecho.
Para nuestra vida.
El
mensaje de hoy es, por una parte, la existencia de la enfermedad y la muerte en
nuestra historia, y por otra, más importante, el anuncio del proyecto de Dios,
que es proyecto de vida, y del poder liberador de Jesús que cura a la mujer
enferma y resucita a la niña.
En la primera
lectura se nos recuerda que Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo
a imagen de su propio ser. La muerte es una cuestión siempre abierta. La fe
de Israel, expresada en la narración del paraíso, es que Dios no quiere la
muerte sino la vida; que el hombre no está destinado a la muerte, sino que su
destino original -es decir, en el designio de Dios, que es el verdadero origen
del hombre- es la vida plena: por algo ha sido creado a imagen y semejanza de
Dios.
Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los
vivientes; todo lo creó para que subsistiera.. Dios creó al hombre
incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza. La justicia es inmortal!
Estas afirmaciones remiten y recuerdan las primeras páginas del Génesis donde
se manifiesta el auténtico proyecto de Dios. El Dios verdadero es un Dios vivo
y que crea para proyectar su vida y su ser feliz. Es una convicción profunda
que recorre la Escritura. Esta revelación sale al encuentro de la preocupación
más profunda del hombre: después de esta vida ¿qué nos espera? El autor de la
Sabiduría contesta: la vida y la inmortalidad. Ésta será la respuesta de Jesús
cuando le planteen la misma pregunta: los hombres serán como ángeles de Dios y
están destinados a la resurrección. La firme esperanza de la humanidad, apoyada
en la revelación de Dios, es saberse destinada a la vida sin fin en la inmortalidad
y en la felicidad. Es una verdad segura y que necesitan los hombres de nuestro
tiempo más que nunca.
El deseo íntimo de Dios es la salvación de todos. Su proyecto
primordial no podía ser más ventajoso para el hombre: Dios creó al hombre
incorruptible, lo hizo imagen de su misma naturaleza. El hombre se parecía a su
Creador como un hijo se parece a su padre. En su corazón existía la misma sed
de amar y de ser amado. Su inteligencia se complacía y descansaba tan sólo en
la verdad.
El Príncipe de las tinieblas. el envidioso, el soberbio, el
ángel de la Luz, el que viéndose tan hermoso y fuerte se atrevió a luchar
contra Dios, a rebelarse a los planes divinos. Vio cómo Dios amaba al hombre y
se llenó de tristeza. Su astucia y su odio se desplegaron como sucias alas de
vampiro. Y vino la tentación, la caída, las trágicas consecuencias de la
desobediencia a la voluntad de Dios.
Después
de la triste experiencia de Adán, Dios nos ha regenerado y nos ha llamado de
nuevo a la unión estrecha con Él, a la amistad que satisface plenamente el
alma. Y cuando le somos fieles, sentimos en nuestro espíritu una alegría que se
desborda, una paz sublime.
Es
una lección de sana humildad que nos reconozcamos formando parte de esta tierra
y de este universo perecederos. Que reconozcamos que la inmortalidad es un don
gratuito, que va más allá de todas las posibilidades y las fuerzas del universo
del que formamos parte.
Las
ansias de vida inscritas en nuestro corazón tienen su origen en aquel que nos
ha creado y apuntan hacia el don gratuito e inesperado que nos da en
Jesucristo, el Señor.
Hoy el panorama cultural y
antropológico es muy diverso al vivido por el autor del libro de la Sabiduría:
la nueva antropología rechaza abiertamente la distinción griega de alma y
cuerpo; y habla de un más allá -cuando lo hace- en un sentido muy diverso del
tradicional.
-Existen los nuevos
"Epicuro" para quienes cuando la muerte es, el hombre ya no es, y
mientras el hombre es, la muerte aún no es. Existen otros, como Bloch, que afirman: cuando la muerte es, el hombre aún no
es, y cuando el hombre es, la muerte ya no es; pero se quedan en una concepción
puramente inmanentista.
-Otros abrimos las puertas a un
futuro trascendente como hizo el autor de la Sabiduría. El mensaje siempre es
válido, pero lo que debe cambiar en el lenguaje del teólogo y del predicador
son las formas culturales. No se puede predicar siendo ajeno a nuestra cultura,
haciendo hincapié en concepciones antropológicas trasnochadas. El autor de
Sabiduría fue un revolucionario de su tiempo; también lo debemos ser nosotros.
La lectura de hoy respira
optimismo ante la creación y el hombre. Optimismo fundado en la bondad y poder
de Dios. Esta actitud puede ser una respuesta a los que preguntan si puede el
hombre llegar a ser feliz, cuando sabe que su vida es un caminar hacia la
muerte. El autor del libro de la Sabiduría responde diciendo que Dios no es
responsable de esta situación. Es el hombre quien con su pecado ha roto la
armonía del mundo. Dios quiere que el hombre viva y sea feliz. El hombre puede
superar el miedo a la muerte amando la justicia. En ella encontrará la bondad
de las cosas que debemos hacer llegar hasta Dios.
El
salmo nos invita a la alegría agradecida y esperanzada. "Te ensalzaré, Señor, porque me has librado". Para recitarla cuando nos sentimos librados de
una pena (la enfermedad, la enfermedad de una persona amada, una desgracia que
nos oprimía...). Para recitarla en el momento de la muerte de un amigo creyente.
Para cantarla con el Señor celebrando su Pascua. Para reconocer que por mucho
que suframos -y hay personas y familias que sufren mucho-, por mucho que nos
sintamos abandonados de Dios -y Jesús mismo se sintió abandonado: Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?-, "su cólera dura un instante; su
bondad, de por vida; sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando
bajaba a la fosa".
Más que un conjunto complejo de
doctrinas, más que una moral perfeccionada, la fe cristiana es un
"sentido" dado a la existencia. Cualquier persona, así sea de poca
cultura, tiene conciencia de que la humanidad está "herida, enferma".
Cuando todo va bien, cuando estamos saludables, tenemos la tentación de decir
como el salmista: "¡Cuando estaba dichoso me decía: jamás nada me
turbará!" Esta es la gran tentación del hombre moderno: creer que ha
dominado las fuerzas nocivas. Luego, el riesgo de alejarse de Dios: "¡No
necesito de El! ¡me bastan mis propias fuerzas!" Sin embargo, basta poca
cosa, basta que Dios "oculte su rostro" y todo está perdido: sin
Dios, el hombre es poca cosa... ¡Es evidente!
Pero creemos en la
Resurrección... Creemos que Dios envió a su Hijo, para curar la humanidad
herida por el pecado... Creemos que nuestra limitación no es absoluta, sino que
desemboca en el espíritu mismo de Dios... ¡Creemos que la muerte se transforma
en vida, y nuestro duelo y decrepitudes en danza! "Este es el sentido de
la vida humana. ¡Vamos, no hacia la muerte, sino hacia la plenitud de vida en
Dios!
"Al atardecer nos visita el llanto, por la mañana, el júbilo".
Admirable fórmula poética para
definir la actitud existencial del cristiano. Realista, pues mira de frente el
mal del mundo y su propio mal, el pecado. Optimista, pues no se desalienta
jamás y comienza de nuevo cada mañana.
Las "lágrimas de la
tarde", lágrimas preciosas que corren cuando, al mirar la jornada...
observamos lo que no ha estado bien, nuestras faltas, nuestras fealdades,
nuestras negligencias... y todo lo que el mundo circundante ha añadido al peso
de la condición humana... ¡La "revisión de vida" es ante todo una
mirada realista! El hombre prudente, en todas las civilizaciones es aquél que
es capaz de examinar su jornada lealmente, y dar un juicio de responsabilidad,
sin culpabilización excesiva, pero igualmente sin falsas apariencias. Cuánto
fango en nuestros caminos, en una jornada humana.
Estas "lágrimas de la
tarde" preparan mañanas felices, días nuevos de fidelidad, de trabajo, de
amor, de valor, de servicio. Quien se ha juzgado sin engaño, puede iniciar la
marcha de nuevo, con "gritos de alegría". ¡Pascua, es eso también!
En la segunda lectura San Pablo introduce otra
novedad: el criterio de la igualdad. Tiene gran importancia para nuestra sociedad y para nosotros cristianos
que vivimos en una sociedad de grandes desniveles.
La abundancia de unos en
simultáneo con la carencia de otros es detrimento para todos. A la larga todos
pierden cuando unos ganan a costa de otros. La igualdad de los hombres es
criterio novedoso que introduce el Evangelio, cuyo fundamento último es en
definitiva la dignidad “crística” del hombre. Esta
“igualdad” de la que habla San Pablo es novedad del cristianismo.
También el marxismo habla de
igualdad. ¿es pensable Carlos Marx en una cultura no cristiana? Quizás sólo en
una cultura cristiana pueda surgir el anhelo marxista de la igualdad, la utopía
de un reino de justicia y verdad terrenal. El problema es erradicar el
fundamento mismo que es trascendente: Jesucristo, ya que sin Jesucristo no
puede subsistir el valor, del cual el Señor es “último fundamento”.
El Papa Benedicto XVI decía en
Aparecida, Brasil, en el contexto de la Inauguración de la Asamblea del CELAM,
el 13 de mayo de 2007: “La utopía de volver a dar vida a las religiones
precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un
progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento
histórico anclado en el pasado.” Y esto es así porque es el Evangelio el que
propugna la vida, es Cristo el fundamento último de la justicia, de la dignidad
humana y de todos los derechos humanos. El Dios que nos revela Jesucristo es el
que se ocupa y se hace cargo de la vida del hombre y quiere que las cosas
coincidan con lo que son y esto es novedad del Evangelio en la historia de la
humanidad y para este momento de nuestra historia.
El Papa Francisco en su reciente encíclica “Laudato si” trata
de sensibilizar al mundo entero sobre la injusticia que permite que millones de
personas pasen hambre. Ha denunciado que la crisis ecológica es una
manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la
modernidad. Invita a todos, no sólo a los católicos, a una "valiente
revolución cultural". Critica con fuerza a los "poderes
económicos" y llama con fuerza a una "conversión ecológica", a
un "cambio radical en el comportamiento de la humanidad" --con un
estilo de vida más sobrio, simple, solidario, menos acelerado y consumista--,
así como a un cambio del sistema mundial, "insostenible desde diversos
puntos de vista". El Papa Francisco nos dice que hay que escuchar tanto el
clamor de la tierra como el clamor de los pobres: "Nunca hemos maltratado
y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos. Nadie pretende
volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha
para mirar la realidad de otra manera, recoger los avances positivos y
sostenibles y, a la vez, recuperar los valores y los grandes fines arrasados
por un desenfreno megalómano". La alternativa para hacer efectivo el
“principio de igualdad” paulino implica no el despojar a unos para beneficiar a
otros, sino un genuino interés en el bien común y en la dignidad de todos. Es
decir, se trata de igualar, pero igualar por arriba con justicia para que todos
los hombres puedan vivir con dignidad.
San Pablo pide a los Corintios que sean generosos, como
Jesús: nos viene a buscar allí donde estamos (el dominio de la muerte) y nos
enriquece con su pobreza; sometiéndose a la muerte nos abre a una vida plena;
nos devuelve a la imagen original (el Dios inmortal), borrada por el pecado. El
texto nos invita también a hablar de una manera muy realista y muy humana de la
comunicación de bienes. Y no sólo a escala doméstica; también a escala mundial:
entre los países de la abundancia y los países del hambre. Al fin y al cabo
Jesús nos ha enriquecido a todos con su pobreza.
San Pablo se nos muestra muy humano y sensato. Los bienes de
la tierra son para todos: practiquemos, pues, la ley de los vasos comunicantes.
Una exhortación especialmente apremiante en nuestra situación mundial. ¿Qué
podemos hacer? A los cristianos, el ejemplo de Jesucristo no nos puede dejar
tranquilos. Si él nos ha enriquecido con su pobreza (asumiendo la pobreza humana,
hasta la muerte y muerte en cruz), no podemos ser insensibles a la miseria
extrema de aquellos hermanos por los cuales también ha muerto el Señor.
En
el evangelio, nos encontramos como el domingo pasado, ante una catequesis sobre
la fe. La fe salva a aquella mujer de su enfermedad.
Ya antes le había llevado a transgredir la ley (atravesar una barrera
religioso-legal) y acercarse a Jesús hasta tocarle. Jairo es conducido por la fe a atravesar la barrera definitiva:
"Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?", le
dicen las plañideras escandalosas; es decir, ante el muro de la muerte no hay
nada que hacer. Pero Jesús le dice: "No temas; basta que tengas fe".
Los representantes de la muerte se ríen de él. Jairo, acompañado de Jesús,
atraviesa el muro y recupera a la hija con vida.
Jairo era un hombre importante en medio de su pueblo. Y, sin
embargo, se acerca al joven rabino de Nazaret, ese mismo que muchos capitostes
de Israel rechazaban. Su situación de dolor, su preocupación de padre por la
hija que se le muere le ayuda a superar prejuicios y cualquier orgullo de
casta. A menudo es preciso el sufrimiento para domeñar nuestra soberbia y
derribar esa latente convicción de que somos mejores que los demás.
Jesús atiende de inmediato su petición y marcha con él a su
casa para curar a la niña. Podemos afirmar que un hombre humilde es siempre
atendido por el Señor. Un corazón contrito y humillado Dios no lo rechaza, dice
el salmo Miserere. Y así es, en efecto. La omnipotencia divina, su misma
justicia, parece quedar desarmada ante el pobrecito que se sabe sin nada y acude
confiado a quien todo lo tiene. Sin duda que el camino de la humildad, del
reconocimiento sencillo de la personal indigencia es el más fácil y andadero
para llegarnos, una y otra vez, hasta Dios.
La mujer hemorroísa también escoge ese mismo sendero de humildad.
Se esconde entre la multitud, se considera indigna de que Jesús la tocara, o la
mirara a ella, impura según la ley mosaica. Oculta en el tropel de la gente
consigue por fin alargar su mano y rozar con sus dedos trémulos la túnica del
Señor. El milagro se produce, Jesús vuelve a mirar con la ternura en sus ojos a
un alma sencilla y humilde.
Junto a su profunda humildad, destaca en los personajes
evangélicos de hoy, una gran fe, una confianza inquebrantable en el poder y en
la bondad de Dios. Jairo no ceja en su empeño, a pesar de que la niña estaba
muerta y de que la gente se ríe de Jesús porque dice que se ha dormido. La
hemorroísa sabe que todos apretujan a Jesús en su afán de estar cerca de Él.
Pero ella sabe también que cuando llegue a tocar el borde de la túnica que
viste el Maestro quedará sana de su enfermedad vergonzosa. Y así ocurrió. Y así
ocurrirá siempre que nos acerquemos hasta Jesús llenos de humildad y de
compunción por nuestras faltas y pecados, confiando en su poder sin límites y
en su bondad infinita.
Urge que nosotros toquemos esas
realidades y asumamos sin miedo y con valentía esas condiciones. Jesucristo nos
da ejemplo de lo que tenemos que hacer nosotros. Dios quiere que colaboremos a
que todos puedan gozar una vida digna.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario