Comentario de las lecturas del X Domingo del Tiempo Ordinario 10 de junio 2018.
En este domingo X, se comienza la
recuperación de los domingos del tiempo ordinario. La Constitución Sacrosanctum
Concilium tiene un texto bellísimo, con una cita del Concilio de Trento:
"Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el
Misterio Pascual: leyendo cuanto a él se refiere en toda la Escritura (Lc 24,27), celebrando la Eucaristía, en la cual "se
hace nuevamente presente la victoria y triunfo de su muerte" y dando
gracias al mismo tiempo a Dios por el don inefable (2 Cor
9, 15) en Cristo Jesús, para alabar su gloria (Ef. 1, 12), por la fuerza del
Espíritu Santo" (n.6).
El tiempo Ordinario,
Constituyen la mayor parte del año litúrgico -34 semanas- y su liturgia de la
palabra se caracteriza por una lectura continuada de los evangelios. En el
actual Ciclo B, estamos leyendo el evangelio de san Marcos.
Cada domingo nos encontramos
con un pasaje evangélico y una lectura del Antiguo Testamento que ha sido
escogida en función del tema principal de aquel.
El tema de este domingo, aunque
lo queramos esquivar, va de Satanás. Cualquiera que sea la interpretación que
se le quiera dar es una realidad que los textos bíblicos presentan como
perteneciente a la Historia de la Salvación y presente en la vida de los
hombres.
Efectivamente, la lectura del
Génesis, al describir el drama del pecado, presenta a Satanás como el promotor
del mismo, pero también anuncia que un descendiente de mujer le aplastará la
cabeza. La tradición de la Iglesia nos dice que se trata de Cristo, que con su
muerte y resurrección, ha decapitado la fuerza del mal para hacer posible que
el hombre salga victorioso del combate. Este tema nos acerca a la lectura de
San Marcos en la que presenta a Jesús con tal poder sobre Satanás que sus
adversarios, no pudiendo negar lo evidente, le atacan diciendo: "Tiene
dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los
demonios".
La primera lectura es del libro del génesis ( Gn. 3, 9-15) Estos versículos del Génesis
forman parte del relato yahvista de la creación (2, 4b-3, 260: creado el hombre
en una tierra desierta es trasladado por el Señor a un terreno muy fértil, al
jardín del Edén, donde crecen toda clase de árboles.
Un mandato impone Dios a Adán y
Eva, si lo cumplen vivirán felices en esta tierra paradisíaca..., pero éstos
desobedecen y son expulsados del Edén. Este es el esbozo descarnado de todo
este relato que nos evoca la historia vivida por todo el pueblo de Israel: del
desierto es sacado y conducido a una tierra paradisíaca donde se le impone una
serie de mandatos. Si Israel cumple le irá bien, pero la desobediencia le
acarreará muchas veces la expulsión de este territorio. Así aunque no se diga
explícitamente, este relato del Génesis es un esquema de alianza.
El mal en Israel siempre ha
nacido de la ruptura del pacto por el pueblo. Y la meditación de esta
experiencia continuamente vivida lleva al autor sagrado a interpretar el origen
del mal en este mundo bueno, creado por el Señor, como acto libre del hombre.
Los hombres son los únicos responsables de la ruptura de las relaciones con
Dios y entre ellos.
"Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre...."
(v. 3,9): El hombre, comiendo del árbol, ha tomado una opción libre en la que
Dios no ha intervenido. Ahora, esta opción aparece con toda su fuerza negativa:
el encuentro con Dios la manifiesta como "pecado".
Este encuentro se nos presenta
a través de una narración imaginativa y antropomórfica, y toma el carácter de
juicio con interrogatorio y sentencia. "¿Dónde estás?": la pregunta no es sólo de localización, sino
también sobre el estado del hombre. Y éste se presenta dominado por el miedo.
Así se ve cómo la relación entre el hombre y su Creador ha sufrido una profunda
perturbación a causa del pecado. "¿Es que has comido del árbol...?: Y
vemos cómo esta perturbación también ha distorsionado las relaciones en el
interior de la humanidad y las realidades creadas: el hombre acusa a la mujer y
la mujer a la serpiente.
"El
Señor Dios dijo a la serpiente:... establezco hostilidades entre ti y la mujer,
entre tu estirpe y la suya, ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en
el talón" (v. 15). Después del interrogatorio viene el desenlace del
juicio, del que sólo leemos hoy la parte de la sentencia dirigida a la
serpiente. La condena intenta explicar, en primer lugar, la constitución de la
serpiente, que se arrastra por tierra como si comiera polvo, y también su
carácter de animal maldito, del que huyen tanto el hombre como los demás
animales: un ser inquietante como el mal mismo. Por eso el paso es fácil: entre
el hombre y la serpiente habrá un combate sin fin. Propiamente el texto indica
un combate sin ninguna esperanza de solución. Pero la diferencia que existe
entre el ataque a la cabeza por parte de la humanidad y el ataque al talón por
parte de la serpiente, fue leída en la literatura targúmica
-y sobre todo por la Iglesia antigua-, como el anuncio velado de la victoria de
la descendencia de la mujer: del linaje de Eva saldrá el Mesías que triunfará
definitivamente sobre el mal, el pecado y la muerte.
El salmo responsorial es el salmo 129, (Sal 129, 1b-2.
3-4. 5-7ab. 7cd-8).
Este salmo de
"Súplica" era utilizado por Israel en las ceremonias penitenciales
comunitarias, particularmente en la fiesta de las Expiaciones: antes de renovar
la Alianza, se ofrecían "sacrificios de expiación" en reparación por
los pecados.
Lo que llama la atención es que
el "grito" del pecador no tiene por objeto confesar su pecado en
forma circunstanciada y detallada: no se sabe de "qué" pecado se
trata. Este salmo es ante todo un "grito de esperanza", "el más
hermoso canto de esperanza que jamás haya salido quizá del corazón del
hombre" (M. Mannati).
El plan de este poema relieva
la sutil dialéctica del diálogo interior. Es un "movimiento" del
alma, que va alternativamente del hombre a Dios, luego vuelve al hombre y pasa
enseguida, nuevamente a Dios:
Primera estrofa: disposiciones
del "que ora"... Grito; escucha mi clamor... Segunda estrofa:
disposiciones de "Dios"... Tú eres grande... cerca de Ti, el
perdón... Las dos líneas centrales, que indican el núcleo del tema, la
esperanza, la espera... Tercera estrofa: disposiciones del "que
ora"... Aguardo, acecho, espero... Cuarta estrofa: disposiciones de
"Dios"... Tú eres bueno... Cerca de Ti, el amor. Este salmo hacía
parte de los salmos de Subida o salmos graduales. Para admirar el estilo
"en eco", con la repetición de palabras, que parecen avanzar en una
especie de peregrinación: Señor (8 veces), aguardar (3 veces), esperar, acechar
(2 veces), y luego el "grito", "el llamado", "la
oración" (4 veces), y al comienzo y al final "la falta"... Finalmente,
se nombra dos veces a Israel, el pueblo escogido.
Una observación más, señalar el
paso del "yo" al "nosotros" en las dos últimas estrofas. En
persona de "un" pecador está todo "Israel" pecador:
dimensión colectiva y comunitaria del perdón.
El breve salmo 129 tiene tan
sólo 8 versículos. Y los podemos dividir fácilmente en dos apartados:
vv. 1-4: Oración confiada.
vv. 5-8: Certeza del perdón.
La liturgia de hoy hace una
selección de estos versículos, destacando lo más importante.
La oración del salmo es
confiada. La palabra que más resuena en él es la de la confianza humilde y
cierta.
El salmista consciente de su
debilidad se siente como envuelto por la injusticia, el desencanto, la
culpabilidad. La angustia y el remordimiento le aparecen como el barro o las
aguas que le sumergen distanciado de Dios: "desde lo hondo a ti grito,
Señor".
Pero este hombre derrotado es
un creyente. Y un hombre que, a pesar de sus pecados, ama a Dios. Y en un
momento de sinceridad y de fe, contemplando su propia miseria, acude a Dios.
Levanta sus ojos al cielo: "estén tus oídos atentos...".
En su experiencia de creyente
ha llegado a conocer el corazón de Dios, "lento a la ira, pronto a la
misericordia". Le pasa como al hijo pródigo. Se acuerda de su padre y se
dirige a él. Con toda humildad. Con toda confianza.
"Pero de ti procede el perdón,.."
Se dirige al Dios del perdón, y
encontrando siempre en él la mejor de las disposiciones de perdón y de misericordia.
Y este perdón le infundirá un
respeto agradecido. Este perdón será una ayuda para corregirse y superarse. Lo
servirá con una mayor fidelidad.
Por esto, humilde y confiado,
con el ánimo dispuesto a recomenzar una nueva vida o a emprender un nuevo
camino, levanta su corazón a lo alto. Y esto mismo es ya un salir del abismo.
Dios le acogerá: "de ti procede el perdón".
Si el salmista acude a Dios es
porque está del todo cierto de su perdón generoso. El
lo dice y lo repite. Reafirma su convicción de que la bondad del Señor le
librará de su angustia.
Y para ayudarse en su propósito
pone la comparación del centinela que aguarda la aurora. La noche es fría y
peligrosa. Pero la aurora todo lo cambia. Su luz hace que el temor disminuya y
que se recobren los ánimos. Y si ésta es la certeza del centinela que hace su
guardia de noche ésta es también la certeza de este corazón que sabe esperar en
la luz del perdón.
"Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra".
Es la palabra de la revelación
divina que forma parte del universo religioso del salmista.
Los profetas han hablado de la
infinita bondad de Dios y en los libros de Moisés hay estupendos pasajes que
hablan de la misericordia divina. El salmista recuerda estas palabras de vida.
Cree en estas palabras. Espera en ellas. Y esto le salva.
Y entonces él, que ha tenido
esta experiencia de fe y de liberación, exhorta a su pueblo a confiar en el
Señor. Y pone de nuevo la misma comparación del centinela que aguarda la
aurora: "aguarda Israel al Señor
como el centinela la aurora".
También para Israel llegará
esta aurora del perdón, de la redención. El Dios de su fe es el que sabe
convertir el desierto en vergeles y la roca en fuentes de agua. Así será su liberación,
su nueva vida. Porque el Señor "le redimirá de todos sus delitos".
Así es la vida iluminada por la
esperanza. Es la vida que resucita, la vida que, en realidad, nunca está
muerta. Aunque esté en el abismo, tiene siempre un hálito de esperanza. Su
pulso no se ha parado.
Es el gran mensaje que nos da
nuestro salmo "De profundis".
La segunda lectura es de la segunda carta del apóstol san pablo a los
corintios ( 2 Cor. 4, 13 - 5,1). El
texto forma parte de la exposición dedicada
al ministerio apostólico (capts. 3-7 en términos
reales). En ella Pablo expone diversos aspectos del ministerio.
En este párrafo, aparece, en
primer lugar el puesto fundamental de la fe para la predicación. Es algo
evidente: no se puede hablar de Cristo y de lo de Cristo sin creer en él. Ahora
bien, como siempre en Pablo, el hablar no es algo separado del ser. Por ello se
habla de Cristo porque se está en Cristo, se ha muerto con El, se está unido a El y se espera la resurrección.
Esta experiencia no es algo
individual. También como punto base en Pablo, no se puede hablar de individuos
solamente, sino de comunidad. El mismo apóstol no es algo separado de sus
oyentes.
Todos forman algo. Diferente
modo de ver del más moderno en que el predicador se contrapone muchas veces a
sus oyentes y sólo forma comunidad con ellos de nombre o desde arriba.
El apostolado conlleva un desgaste
real del (vv. 16-18). No conviene minimizar. El predicar a Cristo es duro y
puede costar un precio muy alto. A San Pablo le costó y a muchos seguidores y
predicadores de otros tiempos, también.
Esta
vivencia va unida a la esperanza. No cabe el escapismo o menosprecio de la
realidad, como podría entenderse algo del v. 16, sino que la esperanza en la
obra de Dios que supera cualquier limitación, llena nuestra vida.
La confianza que tiene San Pablo en el
poder de Dios, que resucitó a Cristo, y la esperanza en que este mismo poder se
manifieste abundantemente en la gloria eterna de los creyentes, le hacen
considerar en poco las tribulaciones de hoy, que bien pueden soportarse con
paciencia. La esperanza se funda en el espíritu de fe, es decir, en aquella fe
que causa el Espíritu " Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está
escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; " .
Esa esperanza que late ya en nuestro interior como una primicia de todo lo que
esperamos se apoya en la fe en la resurrección de Cristo y tiende hacia la vida
eterna de todos los creyentes.
El evangelio de san marcos (Mc. 3, 20-35) La escena
trascurre alrededor del Lago de Tiberíades. Por un tiempo vive en Cafarnaún,
“su pueblo”. Vemos que “fue a casa”. Posiblemente se trata de la casa de Pedro
en Cafarnaún. El texto griego dice que aparecen "los suyos", una
expresión que puede referirse efectivamente a la familia de Jesús, pero también
a sus discípulos.
El tema esencial de este
Evangelio es el combate entre los dos espíritus. Para la tradición judía,
explotada ya en la doctrina de Qumrán, el mundo está
entregado a merced del espíritu del mal por voluntad de los hombres que le
siguen. Pero los últimos tiempos verán la aparición del Espíritu de bondad, que
orienta al hombre hacia el bien y le abre el camino hacia el reino. El hecho de
que Cristo arroje a los demonios es señal de que ese Espíritu de bondad está ya
actuando en el mundo (Mt 12, 28).
Los escribas
no niegan que Jesús arroje a los espíritus malos, sino que, en lugar de ver en
ello la presencia del Espíritu bueno, se inventan una explicación de lo más
peregrina: que seguramente es en nombre del jefe de los demonios como Jesús
expulsa a los demonios subalternos " «Tiene
dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el
poder del jefe de los demonios»." (v. 22).
Para Jesús, esta interpretación
equivale a blasfemar contra el Espíritu Santo, negando su presencia en el mundo
y negándole la capacidad de reconstruir un mundo nuevo. Este pecado no tiene
perdón, porque quien comparte una afirmación así no puede formar parte del
Reino, puesto que niega precisamente la misión del Espíritu, que es el único
que puede instaurar el Reino " En verdad os digo, todo se les podrá
perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; 29 pero el
que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su
pecado para siempre». 30 Se refería a los que decían que tenía dentro un
espíritu inmundo." (vv. 28-30).
La frase
"la blasfemia contra el Esp. Sto." y el
"pecado eterno" (v.29), pone en claro que la vida humana no es un
juego de canicas. El hombre es capaz de rebeldías que desencadenan su desdicha.
La
manifestación de Jesús deja a la gente asombrada y desconcertada y suscita un
grupo de discípulos dispuestos a seguirle. Esta misma manifestación suscita la
incomprensión de los parientes y la reacción contraria de los escribas. En un
texto anterior (2, 1-3) ya hemos visto la oposición de los fariseos, los
practicantes; ahora se trata de los escribas, los teólogos.
El caso es
que existen los dos espíritus y el combate que libra Cristo es justamente el
del "más fuerte" contra el
"fuerte" (versículo 27). Los fieles toman parte en ese combate
optando por el uno o por el otro: ahora bien, optar por el espíritu de Dios es
escuchar su Palabra y ponerla en práctica (vv. 33-35) adquiriendo el compromiso
de practicar todas las rupturas necesarias -aun cuando sean familiares- para
llevar a feliz término este proyecto.
Después de
haber instituido a los Doce (Mc 3, 13-20), Cristo encuentra a su familia (vv. 31-35).
La oposición entre los apóstoles y la familia de Jesús es frecuente en los
Evangelios,
eco sin duda de las querellas que separaron a unos de otros sobre
la sucesión del Mesías . De hecho, esta oposición entre los "hermanos de
Jesús" y sus "apóstoles" ilustra la cuestión de la fe. Los
paisanos de Jesús, y especialmente su
familia, no comprenden su enseñanza . Ni la vista de los milagros, ni las
victorias de Jesús sobre Satanás les hacen cambiar de parecer. Jesús no puede
desde entonces más que fundar una nueva familia; la pertenencia a esta es
cuestión de libertad y no de lazos naturales, de escucha de la Palabra y no de
sentimentalismo. " Quiénes son mi madre y mis hermanos” Y paseando la
mirada por el corro, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la
voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi hermana” (vv.34-35)
Al ver a
Jesús asediado por la gente, hasta el punto de que "ni siquiera podía comer", sus
parientes creyeron que había perdido su sano juicio, que "se había vuelto loco". Y fueron a
buscarlo para llevárselo a casa. Pero ¿por qué sus parientes lo toman por loco?
No comprenden su tremenda actividad, su predicación a todos, su disponibilidad
incondicionada. Los hombres no acaban de comprender las absolutas exigencias de
Dios.
Además la
fama que empieza a formarse en torno a él va creando problemas; y esos
problemas afectan a toda la familia, empiezan a causarle disgustos. "¡Ha
perdido la cabeza! ¡Está fuera de sí!": una forma muy frecuente de
desacreditar las manifestaciones de Dios y tomar distancias frente a ellas.
Dios debería permanecer encerrado dentro de nuestro concepto de orden y de
sentido común, debería ahorrarse energías y efusiones de amor, debería
entregarse con un poco más de prudencia. Decimos que carece de sentido todo lo
que nos supera, todo lo que nos sorprende y nos desconcierta.
Para
nuestra vida.
Como
en otras muchas ocasiones, en este domingo, la relación entre la primera
lectura y el evangelio se da… y con mucho acierto. En el fragmento del Libro
del Génesis que acabamos de escuchar y, asimismo, los versos del capítulo
tercero del evangelio de San Marcos aparece el diablo, el malo, el demonio… Es
el mismo tentador de la pareja de Paraíso Terrenal… Y también parte de la
catequesis de Jesús de Nazaret, cuando sus enemigos quieren adjudicar su fuerza
sanadora y milagrosa a Belzebú, el llamado príncipe de
los demonios. Jesús dice que si eso fuera así el reino del mal estaría en
guerra civil y, por tanto, a punto de desaparecer… Pero no. Jesús pertenece a
otro Reino. El maligno sigue fuerte y poderoso. Hoy mismo, junto a nosotros,
intenta modificar la realidad para acercarla al mal absoluto.
La
figura del tentador ha sido negada por muchos y algunos le han convertido en un
personaje ridículo, vestido de rojo, con cuernos y rabo. La negación de la
existencia del demonio ha sido protagonizada por personajes más o menos
notables de la religión, filosofía o ciencia… La cada vez más extendida
increencia niega la existencia del diablo, como niega al propio Jesús de
Nazaret incluso en su presencia histórica en la tierra. Hace unos años dos
teólogos de enorme peso e influencia fueron los más citados como “negadores” de
la realidad del demonio. Pero la Iglesia se ha mantenido fiel para que no se niegue u olvide la figura del
tentador. Ya en los años del posconcilio, el beato Pablo VI dijo “son rodeos que el demonio es una realidad personal
que actúa en la historia funesta de la humanidad”.
La
liturgia de este domingo décimo del tiempo ordinario nos propone como primera lectura el relato de la primera
tentación del paraíso, narrada en el capítulo tercero del Génesis.
Así
la primera lectura nos habla del pecado. Pecar es alejarse de la presencia de
Dios, es vivir en la oscuridad y la tristeza. El hombre se siente desnudo en la
presencia de Dios que le pregunta si ha comido del árbol prohibido. Adán echa
la culpa a Eva, su mujer. Dios dice a Eva por qué ha incitado a su marido y
ella echa la culpa la serpiente.
"Después que Adán comió
del árbol, el Señor llamó al hombre....": El hombre, comiendo del árbol,
ha tomado una opción libre en la que Dios no ha intervenido. Ahora, esta opción
aparece con toda su fuerza negativa: el encuentro con Dios la manifiesta como
"pecado".
Este encuentro se nos presenta
a través de una narración imaginativa y antropomórfica, y toma el carácter de
juicio con interrogatorio y sentencia. "¿Dónde estás?": la pregunta
no es sólo de localización, sino también sobre el estado del hombre. Y éste se
presenta dominado por el miedo. Así se ve cómo la relación entre el hombre y su
Creador ha sufrido una profunda perturbación a causa del pecado. "¿Es que
has comido del árbol...?: Y vemos cómo esta perturbación también ha
distorsionado las relaciones en el interior de la humanidad y las realidades
creadas: el hombre acusa a la mujer y la mujer a la serpiente.
El
hombre no puede esconderse de la presencia de Dios, aunque lo intenta siempre
cuando peca. Dios lo interroga y el hombre, una vez más, trata de huir de su
culpa echándosela en cara al mismo Dios: "La mujer que tú me has
dado...". Sin embargo, el miedo del hombre que le impulsa a la huida es ya
la señal que le descubre su propio pecado. Tampoco la mujer acepta su
responsabilidad: también ella huye en vano de su culpa, tratando de echársela a
la serpiente. No obstante, Dios, que maldice a la serpiente sin haberla
escuchado antes, no maldice a Adán y Eva. La serpiente es como la expresión
objetiva de toda la fuerza seductora del mal.
-"El Señor Dios dijo a la
serpiente:... establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y
la suya, ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón":
Después del interrogatorio viene el desenlace del juicio, del que sólo leemos
hoy la parte de la sentencia dirigida a la serpiente. La condena intenta
explicar, en primer lugar, la constitución de la serpiente, que se arrastra por
tierra como si comiera polvo, y también su carácter de animal maldito, del que
huyen tanto el hombre como los demás animales: un ser inquietante como el mal
mismo. Por eso el paso es fácil: entre el hombre y la serpiente habrá un
combate sin fin. Propiamente el texto indica un combate sin ninguna esperanza
de solución. Pero la diferencia que existe entre el ataque a la cabeza por
parte de la humanidad y el ataque al talón por parte de la serpiente, fue leída
en la literatura targúmica -y sobre todo por la
Iglesia antigua-, como el anuncio velado de la victoria de la descendencia de
la mujer: del linaje de Eva saldrá el Mesías que triunfará definitivamente
sobre el mal, el pecado y la muerte.
Esta
lucha que se inicia en el paraíso entre la mujer y su descendencia contra toda la
fuerza seductora del mal, continuará después en la historia de la humanidad.
Los hijos de la mujer, los hombres, sufrirán más de una derrota; pero al fin
habrá una victoria definitiva. De la mujer -de otra mujer, pero de la mujer al
fin y al cabo- nacerá "el más fuerte", que aplastará la cabeza de la
serpiente. El pecado puede ser vencido, porque Dios nos regala su perdón con su
misericordia.
Los versos del salmo 129 que
hemos proclamado hoy son un canto al arrepentimiento y a la paz. Hay tres de ellos que, en
lenguaje moderno diríamos que son muy fuertes:
Si
llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién
podrá resistir?
Pero
de ti procede el perdón, y así infundes temor.
Es
obvio que también se pide, mediante el arrepentimiento, el regreso a Dios y a
su Bien. No estaría bien releer en cualquier momento lo que hemos orado hoy del
salmo 129 y que sea nuestro oficio “rápido” de demanda de perdón a Dios nuestro
Padre.
La estrofa repetida marca el sentido
del salmo de hoy: " Del señor viene la misericordia, la redención copiosa."
Dios es Amor, Dios ama a todos
los hombres. El mundo de hoy, lleno de espíritus ateos y agnósticos, es un
mundo "huérfano". En un mundo "sin Dios", el mal ya no
tiene sentido, se convierte en "fatalidad" implacable contra la cual
una sola actitud es posible: la rebelión. Pero seamos claros, esta rebelión es
radicalmente estéril, ya que el "mal" de la muerte lo superará. La
ola de incredulidad del mundo occidental corresponde al "malestar
existencial", a una profunda desesperación, a un frenesí de gozo inmediato
(¿no es esto también un embrutecimiento estéril?) el condenado a muerte
"se divierte" como puede, para no pensar en el fatal desenlace.
Para el creyente, al contrario,
el "grito" del hombre tiene una respuesta... El mal no es fatal... La
muerte no es el último acto... El pecado no es una situación "sin
salida". Cuando el hombre está en el fondo del abismo, se siente solo,
abandonado, condenado a quedarse en su "hoya". Ahora bien, justamente
al fondo de este abismo viene a buscarnos el amor de Jesús. Desde la
profundidad, de la cual pedimos socorro... hay una salida, vertical, por la
cruz de quien nos ama. No, el grito del hombre que sufre, no cae en un cielo
"vacío", como dicen los ateos... Yo sé que mi Salvador está vivo, que
está junto a mí cuando toco el fondo del abismo, que escucha mi llamado y que
su oído está atento... Hay que repetirlo: el único "porvenir" posible
para el hombre no está en un hombre-cerrado-sobre-sí- mismo, sino en un
hombre-abierto-sobre-la-trascendencia. Si Dios "no existe", sólo
queda una cosa segura: tampoco "existe" el hombre.
Como un vigilante que ansía la
aurora. ¡He ahí el creyente! ¡Un vigilante! En este mundo que duerme pensando
que la noche es definitiva, El, despierto, espera el despuntar de la aurora. El
oficio del "vigilante nocturno" es muy evocador. Mientras la caravana
duerme en el desierto, una persona vigila, un centinela protege el campamento.
No es extraño ser "centinela" en plena guerra rodeado de enemigos:
soledad, frío, tinieblas, ruidos sospechosos, riesgo de dormirse, de tensión
nerviosa ante el enemigo que ronda. Los minutos son largos, la noche se hace
interminable. Pero el centinela "sabe" que la aurora vendrá
ciertamente. ¡Con qué impaciencia, el vigilante, acecha los primeros rayos, los
primeros signos de la aurora! Ahora bien, lo que espera el creyente, es Dios.
"Mi alma espera al Señor más que un centinela a la aurora". Jamás se
dio una mejor definición de la esperanza. La dilación de la noche es temporal.
Pero la humanidad camina hacia el mañana.
Solidarios, todos pecadores,
todos salvados. Pasemos del "yo" al "nosotros" y oremos con
este salmo no solamente por nuestros pecados individuales o nuestra muerte
individual... sino en nombre de todos.
En la segunda lectura, San
Pablo nos va a dar una receta que ayuda a superar las dificultades. Dice en unos de los párrafos
que se han leído hoy de su carta a los Corintios: “Pues la leve tribulación presente nos proporciona
una inmensa e incalculable carga de gloria, ya que no nos fijamos en lo que se
ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no
se ve es eterno”. Realmente, lo que vemos con nuestros ojos de la
cara es transitorio y poco firme. Y lo que no vemos, pero sabemos por la
doctrina de la Iglesia que existe, es camino de eternidad. Y cuanto al fin
último, a lo que será nuestra vida en el cielo, señala que “sabemos que, si se destruye
esta nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, una
morada que no ha sido construida por manos humanas es eterna y está en los
cielos”.
La meditación sobre la efímera
condición de esta vida ha sido una constante de la sabiduría cristiana de
siempre. La presencia activa de la muerte en la vida es continua, sin faltar un
momento, y se pone de manifiesto en la «decadencia de nuestro exterior,
mientras nuestro interior se renueva de día en día» (4,16). La doctrina
cristiana, como es bien sabido, lleva a ver la muerte no como el fin de todo,
sino como un paso, el último y definitivo, que abre al hombre las puertas de la
mansión celeste y eterna. Por otro lado, esta manera de ver la muerte no se
presenta como una ilusión para continuar viviendo en este mundo a pesar de las
dificultades de todo tipo, sino más bien como la meta final de la existencia
humana fijada por el propio Dios (cf. 5,5). A pesar de vivir y morir, ni la
vida ni la muerte pertenecen a quien vive o muere. Existe, en efecto, un Señor
de la vida y de la muerte, de cada vida y de cada muerte, que ha sembrado y
alimenta en lo íntimo de los creyentes la aspiración a las metas
"verdaderamente últimas", aquellas "que no se ven y son
eternas" (v 18).
El anhelo del ser humano es
estar con el Señor y verlo. De ahí que sienta esta vida como un exilio, donde
contempla en lejanía el cumplimiento de su deseo. La fe esperanzada llega a ser
la condición de los exiliados, de los que, sin habérselo buscado, se encuentran
en la necesidad de vivir lejos de la patria anhelada. Con todo, su sueño íntimo
sería el de dejar esta existencia e irse con el Señor (5,8). Pero el
cumplimiento de tal deseo no está en las manos de ninguno. Por eso se le
presenta al creyente la pregunta: ¿qué hago entre tanto? ¿Qué he de hacer de mí
mismo y de mi vida? La toma de conciencia de la propia condición mortal, como
un misterio que está en las manos del Señor, llega a ser liberadora para el
hombre, en tanto lo descarga de las preocupaciones de algo que no está en su
mano ni depende de él. De este modo queda enfrentado únicamente con sus propias
posibilidades: tratar de hacer ahora lo que juzga digno del Señor,
despreocupándose de todo lo demás.
El
evangelio nos presenta a Jesús quien ya
ha comenzado su vida pública, después del Bautismo, predicando la Buena
Noticia y curando a varios enfermos.
El Evangelio de este domingo nos
resulta insólito y chocante, porque se lee pocas veces: de hecho, en los dieciocho
años que llevo en la parroquia, aún no había salido en la Misa Dominical, pues
por estas fechas aún solemos estar en el Tiempo Pascual o en el rosario de
fiestas con las que la Pascua se resiste a ceder el paso al Tiempo Ordinario, y
que continúan casi hasta el inicio del verano... pero es que -además- narra una
escena curiosa: los escribas y la familia de Jesús reaccionan fatal a su
proyecto, porque ellos ('los-de-casa-de-toda-la-vida') se veían "con todos
los derechos -reservados"- a su Reino.
Pronto Jesús les dirá a los suyos -y a
nosotros- con toda claridad que, ni ellos ni nadie tenemos derechos sobre Él y
su Iglesia y que -si no lo entendemos así- es porque aún nos queda un gran
trecho que recorrer. Pero aquí viene este evangelio "molesto": a
ponernos en nuestro lugar, el de María de Betania, la hermana de Marta y
Lázaro, "que, sentada a los pies de Jesús, le escuchaba" (Lc 10, 39). ¡Ojalá aprendamos en la escuela de Betania, la
sabiduría y la fuerza de la Cruz, pues "lo necio y lo débil de Dios, es
más sabio y más fuerte que los hombres!"
La escena trascurre alrededor del Lago
de Tiberíades. Por un tiempo vive en Cafarnaún, “su pueblo”. Vemos que “fue a
casa”. Posiblemente se trata de la casa de Pedro en Cafarnaún. El texto griego
dice que aparecen "los suyos", una expresión que puede referirse
efectivamente a la familia de Jesús, pero también a sus discípulos. No
obstante, puesto que los discípulos ya se encuentran con Jesús, parece más
probable que éstos que lo buscan ahora sean sus familiares. Están preocupados
por la salud de Jesús, bien sea que ellos mismos piensen que está "fuera
de sí", o que han oído decir que éste es el rumor de la gente. Hay que
pensar que "los suyos" miran también por la buena fama de toda la familia.
El celo de Jesús por cumplir su misión ni siquiera fue comprendido por los de
su casa, sus familiares. La presión de la familia, nacida ciertamente de la
incomprensión, pero no ejercida con mala voluntad, es secundada ahora por la
malicia de estos escribas, quizás en misión oficial del sanedrín, que tratan
conscientemente de tergiversar la actividad de Jesús, para desprestigiarlo ante
el pueblo. El odio entra en acción con todos sus recursos. No pueden negar el
poder de Jesús, pero le dan una interpretación malévola: "Jesús es un
aliado de Satanás".
Jesús
expulsaba a los demonios, al mal, con el poder del espíritu que le había dado
su Padre, Dios, es decir, con el poder del Espíritu Santo. Jesús luchaba contra
el mal, contra los malos espíritus, por amor a las personas, porque no podía
ver sufrir a las personas sin hacer nada para liberarlas del sufrimiento y del
dolor. Y esto es lo que tenemos que hacer los cristianos: ayudar a los
enfermos, a los pecadores, a los marginados, a los que pasan hambre, defender
la vida siempre y defender a los que la pierden injustamente; en definitiva,
defender y ayudar a cualquier persona que sufre por culpa de la injusticia
humana. Esto naturalmente nunca sale gratis, porque las personas a las que
ayudamos son personas, en su mayor parte, que sufren por culpa de otras
personas que se quieren aprovechar de ellas, que salen ganando, aprovechándose
de su debilidad y vulnerabilidad. Hay pobres porque hay ricos injustos, hay
marginados porque hay personas orgullosas y soberbias, hay miles de enfermos
que padecen enfermedad, hay muertes injustas precisamente porque los que tienen
el poder y el dinero no hacen nada para remediarlo, hay personas que pasan
hambre y sed porque a muchas personas y a muchos Estados les interesa más
gastar el dinero en provecho propio, que en remediar el hambre, la sed, la
enfermedad, el mal, la muerte injusta, que podían combatir y remediar, al menos
en gran parte. Esto debemos analizarlo a nivel de Estados, de empresas, y
también de personas particulares. Cada uno de nosotros debemos analizar nuestra
conducta y ver si realmente también nosotros estamos contribuyendo a aumentar
el mal en el mundo en el que vivimos, o no hacemos todo los que podemos hacer
para remediarlo. Jesús nunca se quedó indiferente ante el mal y la vida;
tampoco los cristianos podemos, ni debemos hacerlo.
“Estos son mi madre y mis
hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y
mi madre”.
Jesús vivió en familia muchos años de su vida, mientras crecía en gracia y
santidad. Nunca despreció a su familia natural. Pero cuando le llegó el momento
de dedicar toda su actividad y su vida a predicar el Reino, la Buena Nueva,
abandonó su casa materna y a sus padres; su única casa y su única familia
pasaron a ser desde entonces todos los que querían seguirle, todos los que
querían hacer y cumplir la voluntad de Dios. Nosotros, los que queremos seguir
a Cristo y hacer su voluntad, somos familia de Cristo, familia de Dios.
Es
evidente que debemos seguir amando a nuestra familia natural, pero, en el orden
espiritual nuestra única familia es Cristo y todos los que hacen la voluntad de
Dios. Esto no sólo es aplicable a las personas consagradas, sino a todos los
cristianos seglares comprometidos con la defensa del Reino de Dios en este mundo.
La familia auténtica de Jesús somos nosotros. Lo somos cuando escuchamos y
cumplimos la Palabra de Dios. Esto es lo único que Jesús pide, que le sigamos.
Somos ahora “su madre y sus hermanos”, tal como indica San Agustín en sus
sermones:
Por tanto, amadísimos hermanos, atended a vosotros
mismos: también vosotros sois miembros de Cristo, cuerpo de Cristo. Así lo
afirma el Señor, de manera equivalente, cuando dice: Éstos son mi madre y mis
hermanos. ¿Cómo seréis madre de Cristo? El que escucha y cumple la voluntad de
mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. Podemos
entender lo que significa aquí el calificativo que nos da Cristo de «hermanos»
y «hermanas»: la herencia celestial es única, y, por tanto, Cristo, que siendo único no
quiso estar solo, quiso que fuéramos herederos del Padre y coherederos suyos. SAN AGUSTIN (Sermón 25, 7-8).
Desde este
texto podemos entender la realidad del hombre, que ha sido creado para
responder, mediante la fidelidad, a la iniciativa amorosa de Dios. Y como libre
que es puede ser infiel y traicionar su vocación. Eso es el pecado. Pero la
experiencia que el hombre saca de ese pecado es la de una especie de
solidaridad que es anterior a cada uno de nosotros, una solidaridad que puede
abarcar incluso a otras criaturas distintas del hombre: los demonios y la misma
Naturaleza. Pecar es introducirse conscientemente en esa solidaridad casi
cósmica.
Pero el hombre ha sido creado libre; y no puede, por
tanto, ser juguete de otras criaturas, ni siquiera espirituales. Esto es lo que
ha venido a revelar Cristo liberándose de la solidaridad cósmica que le rodeaba
en cuanto hombre y liberando a sus hermanos de los lazos de los poderes
demoníacos. Y no fueron precisamente sus exorcismos los que hicieron efectiva
esa liberación, sino, más fundamentalmente, su obediencia victoriosa de la
tentación y de la muerte.
Mientras espera la manifestación clara de esta
victoria, los cristianos nos encontramos entre dos fuerzas contradictorias: o
sucumbimos al pecado y nos hundimos en la primera, o escuchamos la Palabra y la obedecemos, con lo que nos
unimos a la solidaridad del Reino nuevo.
Esta escucha de la Palabra toma cuerpo en la liturgia
de la Palabra y su realización en la obediencia constituye el contenido del
sacrificio espiritual ofrecido en la Eucaristía.
Rafael Pla
Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com
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