sábado, 5 de mayo de 2018

Comentario a las Lecturas del VI Domingo de Pascua 6 de mayo de 2018

 En este VI Domingo de Pascua se celebra  la Pascua del Enfermo,. La Iglesia española se acerca tradicionalmente en este domingo, en el seno de sus comunidades parroquiales, al mundo de los enfermos, sus familias y los profesionales de la sanidad.
En este domingo en muchas parroquias, se administrará el sacramento de la Unción de Enfermos a todos aquellos enfermos que deseen recibirlo.

La primera lectura  del Libro de los Hechos de los apóstoles (Hech. 10, 25-26,34-35,44-48). En este capítulo se trata de una nueva intervención del Espíritu Santo para que la iglesia salga del ambiente judío y el evangelio llegue a los demás. Cornelio es (como el etíope de 8,27) un hombre que teme a Dios, o sea, un extranjero que, sin adherirse a la comunidad judía, cree en el Dios único de los judíos.
Cornelio era centurión de la cohorte itálica, una de las más prestigiosas del imperio romano. Hombre profundamente religioso que temía al Señor y que "hacía muchas limosnas al pueblo y oraba continuamente a Dios". Un pagano que sentía en lo más íntimo de su alma la necesidad de amar y dar culto al verdadero Dios... Cristo lo había predicho: “Vendrán de Oriente y de Occidente, para sentarse en la mesa de los hijos de Abrahán, de los hijos de Dios”. Es uno de los momentos primeros en los que esa profecía maravillosa se cumple. En contra incluso de lo que pensaban los judíos, entre los que también estaban los mismos apóstoles.
En efecto, Pedro, el primero de todos ellos, se va a oponer a la admisión de los gentiles de un modo casi instintivo. Él seguía pensando que no debía de entrar tan siquiera en la casa de un pagano, convencido de que ese acto le manchaba, le dejaba impuro ante Dios... Pero el Espíritu, la gran fuerza que mueve a la Iglesia, le empuja a vencer sus escrúpulos de judío observante. Y entra en casa de Cornelio. Y descubre atónito la buena disposición de aquel soldado romano, sus sinceros deseos de encontrar el verdadero camino.
 "Levántate que yo también soy hombre" -responde Pedro a esa actitud de humilde adoración-. Es un encuentro imborrable, un primer e importante paso para la difusión universal del Evangelio del amor y de la verdad. Gracias a esto, también nosotros, los paganos de la remota Hispania, escucharíamos un día la proclamación del mensaje cristiano.
El episodio de la conversión de Cornelio ha sido uno de los más decisivos para la comunidad cristiana primitiva. Pedro aparece en su papel de primer responsable de la misma. Mientras comienza a tomar posiciones de cara a la influencia del Templo y del judaísmo en la vida de los primeros cristianos, una "visión" (Act 10, 1-17) le incita a adoptar una actitud de considerable repercusión en el futuro: se trata de la apertura de la misión y el brusco viraje que no tardará en producirse en la comunidad.
Pedro, por tanto, ha derribado el muro de separación que, en cada ciudad de Oriente, se levantaba hasta entonces entre la comunidad judía y la gentilidad.
Al ver Pedro la de fe de aquel puñado de paganos, se siente conmovido. Descubre en los hechos la magnanimidad grandiosa de Dios, su corazón grande, inmenso, tan lleno de amor y de deseos de salvación. En él no hay acepción de personas, no hay clases sociales, no hay favoritismos, no hay injusticias. Las puertas de su casa, la Iglesia Santa, están abiertas de par en par para todos los hombres que acepten, lealmente, su mensaje de liberación.
Los judíos pensaban que sólo los descendientes de Abrahán podían participar en los bienes que Dios daba a los hombres. Sólo ellos eran hijos del Altísimo. Pero esa cortedad de miras se cambia de modo insospechado, para dar cabida en las moradas eternas de Dios a todos los hombres, paganos o no, de la tierra.
 Sólo era necesario practicar la justicia y temor a Dios. Temor que no es miedo, temor que es amor reverencial y entrañable. Temor no de siervo que tiembla ante el látigo, sino temor de hijo amante que se entristece ante la posibilidad de causar una pena a su buen Padre Dios... También es necesario practicar la justicia. Dar a cada uno lo que es suyo, no aprovecharnos de nadie, por muy débil que sea. Cumplir con honradez las obligaciones personales de cada momento y circunstancia. Ese es el temor y esa es la justicia ante la que Dios se complace, derramando a manos llenas su gracia, su paz, su amor.

Hoy el Salmo (salmo 97), es un canto entusiasta, que ha sabido mostrar espléndidamente el sentido de la alabanza y dar su motivación, en un alarde de experiencia divina y de sentido profético. Nos introduce en la escuela de alabanza en la cual se inspiró el mismo Magníficat de María, y que nos enseña a todos el sentido de exultación, de admiración, de esperanza y alegría frente a las obras de Dios, de su providencia, de su salvación.
Este es un "salmo del reino": una vez al año, en la fiesta de las Tiendas (que recordaban los 40 años del Éxodo de Israel, de peregrinación por el desierto), Jerusalén, en una gran fiesta popular que se notaba no solamente en el Templo, lugar de culto, sino en toda la ciudad, ya que se construían "tiendas" con ramajes por todas partes... Jerusalén festejaba a "su rey". Y la originalidad admirable de este pueblo, es que este "rey" no era un hombre (ya que la dinastía Davídica había desaparecido hacía largo tiempo), sino Dios en persona. Este salmo es una invitación a la fiesta que culminaba en una enorme "ovación" real: "¡Dios reina!", "¡aclamad a vuestro rey, el Señor!" Imaginemos este "Terouah", palabra intraducible, que significa: "grito"... "ovación"... "aclamación".
Originalmente, grito de guerra del tiempo en que Yahveh, al frente de los ejércitos de Israel, los conducía a la victoria... Ahora, regocijo general, gritos de alegría, mientras resonaban las trompetas, los roncos sonidos de los cuernos, y los aplausos de la muchedumbre exaltada.
¿Por qué tanta alegría? Seis verbos lo indican: ¡seis "acciones" de Dios! Cinco de ellas están en "pasado" (o más exactamente en "acabado": porque el hebreo no tiene sino dos tiempos de conjugación para los verbos, "el acabado", y el "no acabado"). "El ha hecho maravillas"... "Ha salvado con su mano derecha"... "Ha hecho conocer y revelado su justicia"... "Se acordó de su Hessed"... (Amor-fidelidad que llega a lo más profundo del ser); "El vino-el viene"... Y para terminar, un verbo en tiempo, "no acabado", que se traduce en futuro a falta de un tiempo mejor (ya que esta última acción de Dios está solamente sin terminar aunque comenzada): "El regirá el orbe con Justicia y los pueblos con rectitud"...
Observemos la audaz "universalidad" de este pensamiento de Israel. La salvación (justicia-fidelidad-amor) de que ha sido objeto la Casa de Israel... está, efectivamente destinada a "todas las naciones": ¡El Dios que aclama como su único Rey, será un día el rey que gobernará la humanidad entera. Entonces será poca la potencia de nuestros gritos! ¡Será poca toda la naturaleza, el mar, los ríos, las montañas, para "cantar su alegría y aplaudir"!
Como tantas veces, si el salmista logró componer un himno tan perfecto y que tan profundamente expresa sus sentimientos religiosos, cuánto más profundamente lo pueden comprender y hacer suyo los cristianos, nosotros que hemos visto la realización completa del plan de Dios, de su venida a nuestro mundo, que hemos visto su "victoria" en la redención del hombre, triunfando sobre el pecado y la muerte, resucitando e inaugurando las nuevas realidades de su reino entre los hombres. A partir de entonces, la misma historia de los hombres se ha dividido en dos, como para indicar con este elemento profano que realmente Dios ha venido a regir la tierra y a darle los cauces para una nueva etapa de vida.
El campo de la fe del cristiano es mucho más vasto, mucho más claro y mucho más grandioso que el campo de la fe del salmista. Por esto nuestra alabanza debería ser todavía más intensa, más auténtica y más sentida.
El salmo de hoy es un buen ejemplo para un ejercicio de admiración y de alabanza frente a las maravillas de Dios, que culminan en el centro de la fe cristiana, la vida y la obra de Cristo Jesús, Rey de la paz y Rey del universo.
- vv. 1-3: cantan la victoria y salvación de Yahvé
- vv. 4-6: la humanidad ensalza a Yahvé
- vv. 7-9: la naturaleza se suma a esta alabanza
Ha hecho maravillas (w. 1-3)
La primera frase del salmo es una invitación a la alabanza a Dios con un canto nuevo. Las maravillas de Dios son tan grandes, tan inesperadas, que el pueblo no puede contentarse con las alabanzas rituales conocidas: parece que requiere algo nuevo y grandioso. Dios es el obrador de grandes cosas, y su victoria ha sido total. Su brazo, es decir, su fuerza invencible, es quien ha actuado (no la fuerza del hombre).
Ciertamente el salmista piensa en la restauración de Israel después del exilio de Babilonia, cuando tiene lugar un nuevo inicio en la vida, en la religión, en la liturgia del templo. Este período feliz vendrá después del retorno, y este solo pensamiento produce en el salmista (igual que en Isaías) un potencial enorme de alegría y entusiamo. Dios realiza estas maravillas de salvación porque ama a su pueblo, porque nunca lo ha olvidado y ha tenido siempre presentes su misericordia y su fidelidad. El versículo 3:
"se acordó de su misericordia
y su fidelidad en favor de la casa de Israel
"
ha inspirado muy de cerca el Magníficat de María (Lc 1,54), cántico que se mueve en la misma sintonía de alabanza al Dios que actúa en favor de su pueblo y de los humildes.
Suenen los instrumentos (vv. 4-6)
Las obras de Dios son contempladas por todo el mundo:
"los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios
".
Es una acción de Dios que percibe (o percibirá) el mundo entero, que conocerán todos los pueblos y por esto alabarán a Dios. La vuelta a Sión, que según el Segundo Isaías superará en grandiosidad al mismo Exodo (Is 49), será el comienzo de esta justicia de Dios y la celebrarán todos los pueblos porque en la nueva etapa Israel será algo grande y su nombre se dejará sentir en todas partes.
Por esto ahora el salmista invita a toda la tierra a cantar al Señor, a aclamar a Dios sonando toda clase de instrumentos: ahora es la música quien acompaña esta sinfonía grandiosa de alabanza: "tañed la cítara... suenen los instrumentos".

La segunda lectura de la 1ª carta de San Juan (1 Jn, 4,7-10). En este fragmento tan conocido -el último de los que leemos-de la primera carta de Juan nos hace llegar hasta la fuente del amor del creyente y de todo amor:
Este fragmento se puede dividir en dos partes: la primera vuelve a tomar una vez más los criterios para distinguir el espíritu de la verdad y el espíritu del error (vv 1-6). La segunda trata el tema del amor entre sí de los cristianos, y arraiga y cimenta este amor en el amor de Dios (7-10).
Apenas nos dice cosas nuevas en este fragmento. Tal vez la que sobresale, y que todos conocemos bien, es la afirmación de que Dios es amor. Es interesante el realismo que se entrevé. El autor no nos dice que él ya sabe lo que es el amor, al margen de la manifestación de Dios. Más bien, la manifestación del amor de Dios en Jesús es "primero", es anterior a toda otra idea de lo que es el amor. Ahora bien: a la luz de la entrega incondicional de Dios en Jesús -que no se reserva nada, y llega hasta el sacrificio y la sangre- descubre el autor de alguna manera lo que Dios es. Por eso encuentra que el amor de los hombres es un reflejo de Dios: «la caridad viene de Dios». Amar al hermano desinteresadamente, incondicionalmente -éste es el amor de Dios o el Dios que ama- es una muestra de que somos de Dios, de que hemos nacido de Dios y de que somos sus hijos.
Dios es amor, es alguien que ama y nos ha mostrado que su amor es "con obras y según la verdad" (cfr. segunda lectura del domingo anterior): "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único".
La consecuencia de ello es clara: quien ama con un amor generoso y desinteresado como el que hemos conocido en Cristo, éste va entrando en el conocimiento de quién es Dios, es decir, va entrando en una relación personal y de comunión con El y se convierte en verdadero hijo.
Por tanto, el único modo de verificar si realmente somos hijos de Dios, si tenemos fe, es amar a los hermanos: "Amémonos unos a otros ya que el amor es de Dios". Y siempre sabiendo que nuestras realizaciones no serán más que una aproximación al amor que Dios nos tiene, a El que "nos amó" primero, dándonos a nosotros esta capacidad.
San Juan se nos dice: " Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor" frase que podemos considerar como resumen de todo el pensamiento de san Juan sobre lo que es Dios: Dios es amor. Toda nuestra relación con Dios, si queremos que sea una relación directa y fundamental, debe fundarse siempre en el amor. El amor de Dios es divino, claro, pero nos lo manifestó de forma clara y manifiesta en un hombre, en su Hijo Jesús. Por eso, nosotros, cuando queremos amar a Dios como él nos amó, debemos amarnos unos a otros como Cristo nos amó. Cristo nos amó hasta dar su vida por nosotros, por eso nosotros debemos amarnos unos a otros hasta gastarnos y desgastarnos en el servicio a los demás. Si no amamos a los demás no amamos a Dios, porque así nos lo enseñó Jesús.

Hoy el evangelio de San Juan (Jn 15, 9- 17), Bajo la luz de la Pascua seguimos contemplando a Jesús que abre su corazón a los apóstoles, en la intimidad del Cenáculo.
V 9. "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.."No se puede pasar en silencio una declaración tan asombrosa como ésta. Jesús vino a revelarnos ante todo el amor del Padre, haciéndonos saber que nos amó hasta entregar por nosotros a su Hijo, Dios como El (3, 16). Y ahora, al declararnos su propio amor, usa Jesús un término de comparación absolutamente insuperable, y casi diríamos increíble, si no fuera dicho por El.
V 11. "
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud" .Porque no puede existir para el hombre mayor gozo que el de saberse amado así.
V 14." Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando ". Si hacéis esto que os mando, es decir, si os amáis mutuamente como acaba de decir en el v. 12,el mandamiento del amor es el fundamento de todos los demás.
V 15. " Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" . Notemos esta revelación: lo que nos transforma de siervos en amigos, elevándonos de la vía purgativa a la unión del amor, es el conocimiento del mensaje que Jesús nos ha dejado de parte del Padre. Y El mismo nos agrega cuán grande es la riqueza de este mensaje, que contiene todos los secretos que Dios comunicó a su propio Hijo.
16. " No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De
modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé"  Hay en estas palabras de Jesús un inefable matiz de ternura. En ellas descubrimos, no solamente que de El parte la iniciativa de nuestra elección; descubrimos también que su Corazón nos elige aunque nosotros no lo hubiéramos elegido a Él.
Vuestro fruto permanezca: Es la característica de los verdaderos discípulos; no el brillo exterior de su apostolado (Mat. 12, 19 y nota: "), pero sí la transformación interior de las almas.
Como para el evangelista San Juan, aquellas palabras han de adquirir para nosotros una dimensión nueva y profunda después de que Cristo ha resucitado. Su victoria de entonces, preludio de la victoria final y definitiva, confiere a nuestro entendimiento una perspectiva más rica y luminosa para comprender lo que el Maestro nos dijo. El triunfo de Jesús fortalece además nuestra voluntad, enciende la ilusión y el entusiasmo de ser fiel a Jesucristo hasta la muerte, para recibir luego la corona de la vida.
Declaración de amor son las palabras que el Señor nos dice hoy: "Como el Padre me ha amado, así os he amado Yo... Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos...". Palabras que abrasan el alma y que fueron, y son, una realidad viva y gozosa; palabras que resuenan ahora con la misma fuerza de la vez primera que se pronunciaron, con la misma intensidad, con la misma urgencia. Pablo expresa con vigor esa incidencia del amor de Dios en el alma y exclama: La caridad de Cristo nos urge. Sí, también a ti y a mí nos urge con su impulso arrollador el amor divino.
Pero el amor es cosa de dos. Dios nos ama con toda la grandeza infinita de su corazón. Sin embargo, el hombre puede quedarse insensible al requerimiento divino, puede decir que no, o lo que es peor puede responder que sí a medias, sin que esas palabras de correspondencia pasen de sus labios, sin decir que sí con el corazón, con las obras. Jesús nos urge insistente: "Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor". Está claro, no basta decir que se ama a Dios, hay que demostrarlo con una vida coherente y fiel al querer divino.

Para nuestra vida
Seguimos bajo la luz de la Pascua contemplamos  a Jesús que abre su corazón a los apóstoles, en la intimidad del Cenáculo. Como para el evangelista San Juan, aquellas palabras han de adquirir para nosotros una dimensión nueva y profunda después de que Cristo ha resucitado. Su victoria de entonces, preludio de la victoria final y definitiva, confiere a nuestro entendimiento una perspectiva nueva y luminosa para comprender lo que el Maestro dijo y nos dice. El triunfo de Jesús fortalece además nuestra voluntad, enciende la ilusión y el entusiasmo de ser fiel a Jesucristo hasta la muerte, para recibir luego la corona de la vida.
En las lecturas de hoy se nos habla del amor cristiano. El amor cristiano "Agape", es un amor gratuito y entregado, que no consiste en la posesión del otro, sino en la entrega desinteresada y en el sacrificio por el otro, Agapé es, en primer lugar, un amor originario, que no nace en respuesta a otro amor previo. No es un amor de correspondencia. El amor del Padre es gratuito, Él es la fuente primordial del amor: "Él nos amó primero”. La mejor noticia que el hombre ha recibido es que Dios le ama personalmente. Su amor está por encima de la justicia.
Es un amor apasionado, que perdona, que acude en persona en busca de la oveja perdida. Jesús ha perpetuado el acto de entrega en la institución de la Eucaristía.
¡Cómo cambiaria el mundo y nuestra Iglesia, si cuidáramos más este amor!. Pues a ello nos invitan hoy las lecturas.
Las reflexiones sobre el amor se completan hoy con otra reflexión importante, el de la evangelización sin interponer obstáculos ni fronteras. Esta invitación-reflexión es importante para nuestra vida eclesial, demasiadas veces centrada en cuestiones internas.

La primera lectura nos sitúa ante la profecía de universalidad de la salvación, del mismo Cristo: “Vendrán de Oriente y de Occidente, para sentarse en la mesa de los hijos de Abrahán, de los hijos de Dios”. Es uno de los momentos primeros en los que esa profecía maravillosa se cumple. Los judíos pensaban que sólo los descendientes de Abrahán podían participar en los bienes que Dios daba a los hombres. Sólo ellos eran hijos del Altísimo. Pero esa cortedad de miras se cambia de modo insospechado, para dar cabida en las moradas eternas de Dios a todos los hombres, paganos o no, de la tierra. También con esta mentalidad estaban los mismos apóstoles.
Cornelio era centurión de la cohorte itálica, una de las más prestigiosas del imperio romano. Hombre profundamente religioso que temía al Señor y que "hacía muchas limosnas al pueblo y oraba continuamente a Dios". Un pagano que sentía en lo más íntimo de su alma la necesidad de amar y dar culto al verdadero Dios...
En efecto, Pedro, el primero de todos ellos, se va a oponer a la admisión de los gentiles de un modo casi instintivo. Él seguía pensando que no debía de entrar tan siquiera en la casa de un pagano, convencido de que ese acto le manchaba, le dejaba impuro ante Dios... Pero el Espíritu, la gran fuerza que mueve a la Iglesia, le empuja a vencer sus escrúpulos de judío observante. Y entra en casa de Cornelio. Y descubre atónito la buena disposición de aquel soldado romano, sus sinceros deseos de encontrar el verdadero camino.
Pedro responde a esa actitud de humilde adoración, con una frase que invita al encuentro. "Levántate que yo también soy hombre". Es un encuentro imborrable, un primer e importante paso para la difusión universal del Evangelio del amor y de la verdad. Gracias a esto, el evangelio se expandió, y en lejanas tierras escucharon un día la proclamación del mensaje cristiano. y hoy nosotros podemos disfrutar y vivir desde la realidad evangélica.
Al ver Pedro la de fe de aquel puñado de paganos, se siente conmovido. Descubre en los hechos la magnanimidad grandiosa de Dios, su corazón grande, inmenso, tan lleno de amor y de deseos de salvación. En él no hay acepción de personas, no hay clases sociales, no hay favoritismos, no hay injusticias. Las puertas de su casa, la Iglesia Santa, están abiertas de par en par para todos los hombres que acepten, lealmente, su mensaje de liberación.
Las palabras de Pedro sobre que Dios no tiene acepción de personas no indican un indiferentismo religioso, sino únicamente una igualdad de todos los hombres para emprender el camino de salvación que está en la fe cristiana. No sabemos si Pedro habría vacilado en administrar el bautismo a un hombre no judío (y no circuncidado), como era el caso de Cornelio. Pero la manifestación del Espíritu Santo le forzó la mano y, por fin, se bautiza a un hombre de otra raza. Hoy también, en varios lugares, la iglesia está amenazada de quedar reducida a un grupo social cerrado y tal vez anticuado. A los cristianos, sin embargo, se les invita a dar un paso, a entablar el diálogo con todos los hombres. Dios está en todas partes en que hay hombres que le buscan con sincero corazón. La comunión en la escucha de la palabra de Dios, en la fe en Jesucristo y en la oración es el signo de la presencia del Espíritu. El cristiano de hoy no tiene que convencerse de esto mirando hacia atrás, a otros tiempos, sino poniendo su fe en el presente y en el futuro.

El salmo es un cantico que nos invita a la alegría y al agradecimiento al Señor.
EI Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia
Seguimos la reflexión de Carlos G. Vallés " Creo en tu victoria, Señor, como si ya hubiera llegado, y lucho por ella en el campo de batalla como si aun hubiera que ganarla con tu poder y mi esfuerzo a tu lado. Esa es la paradoja de mi vida: tensión a veces, y certeza siempre. Tú has proclamado tu victoria ante el mundo entero, y yo creo en tu palabra con confianza absoluta, contra todo ataque y toda duda. Tu eres el Señor, y tuya es la victoria. Sin embargo, Señor, tu tan anunciada victoria no se deja ver todavía, y mi fe está a prueba. Ese es mi tormento.
Proclamo la victoria con los labios y lucho con las manos para que venga. Celebro el triunfo y me esfuerzo por que suceda. Creo en el futuro y y vivo feliz mi presente. Me regocijo cuando pienso en el ultimo día y me echo a temblar cuando me enfrento a la tarea del día de hoy. Sé que pertenezco a un ejército victorioso, que al final, acabará por derrotar a toda oposición y conquistar todo el mundo; pero caigo en el campo de batalla con sangre en el cuerpo y desencanto en el alma. Soy soldado herido de un ejército triunfador. Mío es el triunfo y mías las heridas. Piensa en mí, Señor, cuando anuncies tus victorias.
Robustece mi fe y abre mis ojos para hacerme ver que tu victoria ya ha llegado, aunque quede velada bajo apariencias humildes que ocultan la gloria de toda realidad celestial mientras seguimos en la tierra. Tu victoria ha llegado porque tú has llegado; tú has andado los caminos del hombre y has hablado su lengua; tú has gustado su miseria y has llevado a cabo su redención; tú has hallado la muerte y has restaurado la vida. Sé todo eso, y ahora quiero hacerlo realidad en mi vida para que yo mismo viva esa fe y todos sean testigos. Hazme gustar la victoria en el alma para que pueda proclamarla con los labios.
Entre tanto, gozo viendo en sueño y profecía la victoria final que te devolverá la tierra entera a ti que la creaste. Entonces todos lo verán y todos entenderán; la humanidad se unirá, y todos los hombres reconocerán tu majestad y aceptarán tu amor. Ese día es ya mío, Señor, en fe y esperanza". (CARLOS G. VALLÉS. Busco tu rostro. Orar los Salmos).

La segunda lectura San Juan continua en su línea de la actitud del amor:
San Juan se nos dice: " Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor" frase que podemos considerar como resumen de todo el pensamiento de san Juan sobre lo que es Dios: Dios es amor. Toda nuestra relación con Dios, si queremos que sea una relación directa y fundamental, debe fundarse siempre en el amor. El amor de Dios es divino, claro, pero nos lo manifestó de forma clara y manifiesta en un hombre, en su Hijo Jesús. Por eso, nosotros, cuando queremos amar a Dios como él nos amó, debemos amarnos unos a otros como Cristo nos amó. Cristo nos amó hasta dar su vida por nosotros, por eso nosotros debemos amarnos unos a otros hasta gastarnos y desgastarnos en el servicio a los demás. Si no amamos a los demás no amamos a Dios, porque así nos lo enseñó Jesús.
"Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" . Estas frases del apóstol san Juan están dichas en el mismo sentido que tenían las frases que dijo el apóstol Pedro.
Ya estamos viendo desde domingos anteriores, como la Primera Carta del Apóstol San Juan es un canto al Amor de Dios. El amor es de Dios, nos dice, y por eso debemos amarnos unos a otros. Quien no ama no conoce a Dios. En el texto de este domingo encontramos la expresión "Dios es Amor",
Más adelante nos dirá que tenemos que permanecer en el amor para permanecer en Dios. Coincide con el consejo de Jesús en el evangelio de hoy: "permaneced en mi amor".
"Si Dios nos ha amado tanto, nosotros... ¿debemos a su vez amarle a Él”? No, nos dice Juan. Sino "debemos amarnos los unos a los otros". Es muy ilusorio querer responder a Dios, porque ¿quién conoce realmente a Dios? Y es también muy presuntuoso, porque Dios nos ha entregado todo: su Hijo y su Espíritu. Esta generosidad desalienta toda respuesta; no nos resta más que recibirla, acogerla en toda su sobreabundancia. Pero se puede hacer revertir sobre estos seres tan visibles y tan reales como son nuestros hermanos de carne y sangre. Y si nosotros los amamos con un desinterés que sea eco del de Dios, es entonces cuando estamos en la línea de Dios. El que ama conoce, es decir, va descubriendo cada vez mejor qué es el Señor. El verbo en presente indica el carácter activo y progresivo del conocimiento. Por el contrario, en el que no ama nunca se inicia ese proceso de conocimiento porque "Dios es amor".

El evangelio nos presenta una declaración de amor. El Señor nos dice hoy: "Como el Padre me ha amado, así os he amado Yo... Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos...". Palabras que fueron, y son, una realidad viva y gozosa; palabras que resuenan ahora con la misma fuerza de la vez primera que se pronunciaron, con la misma intensidad, con la misma urgencia. Pablo expresa con vigor esa incidencia del amor de Dios en el alma y exclama: La caridad de Cristo nos urge. Sí, también a ti y a mí nos urge con su impulso arrollador el amor divino. No olvidemos que el amor es cosa de dos. Dios nos ama con toda la grandeza infinita de su corazón. Sin embargo, la criatura (el hombre-obra excelsa de Dios) puede quedarse insensible al requerimiento divino, puede decir que no, o lo que es peor puede responder que sí a medias, sin que esas palabras de correspondencia pasen de sus labios, sin decir que sí con el corazón, con las obras. Jesús nos urge insistente: "Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor". Está claro, no basta decir que se ama a Dios, hay que demostrarlo con una vida coherente y fiel al querer divino.
Claras y esplendidas las palabras de Jesús: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. 
Dar la vida es dar toda la persona humana, lo que hay de más íntimo en el hombre  y de más valor en él. Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, nos amó hasta el extremo. Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres. Él aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar. Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa a todos los sacrificios. Es un don del mismo Dios Padre: es el Padre quien entrega al Hijo para reconciliarnos consigo. Al mismo tiempo es ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor, ofrece su vida a su Padre por medio del Espíritu Santo para reparar nuestra desobediencia.
"Esto os mando: que os améis unos a otros como yo os he amado". Así termina el evangelio de este domingo. Con esas mismas palabras se despidió Jesús de sus discípulos durante la
última cena, momentos antes de subir a la cruz. La solemnidad del momento en que nos dio Jesús su mandamiento de amarnos, demuestra bien a las claras que es su última voluntad, la misión que nos encomienda con urgencia y con todas las prioridades. Por eso insiste una y otra vez, como para que no pase inadvertido ni sea relegado a segundo plano. El amor que Jesús nos encomienda no es una simple corriente de simpatía. Es un amor efectivo y operativo. Es el amor que arraiga en el corazón y produce sentimientos de aceptación, de respeto y estima, al tiempo que da frutos de justicia, de solidaridad y de fraternidad entre todos los hombres. Porque lo que Jesús nos propone es que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado. ¿Y cómo nos ha amado Jesús? "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida". Ese es el límite del amor cristiano, a él debemos tender y aspirar, no podemos conformarnos con un amor menor, no seríamos buenos seguidores de Jesús. Jesús ha puesto tan alta la cota, para que no caigamos en lo que tantas veces caemos, en las ridículas prácticas de tantas caridades vergonzantes. Jesús pudo poner bien alta la mira, porque él mismo estaba a punto de hacer lo que nos mandaba hacer. Al día siguiente de darnos el mandamiento del amor, moría en la cruz víctima del amor a los hermanos. Así quedaba patente el modo del amor de Dios, manifestado en su Hijo. Así quedaba meridianamente claro el modo del amor cristiano.
"Permaneced en mi amor". Permanecer en el amor a Dios es permanecer en el mandamiento de Jesús, o sea, en el amor al prójimo. La iglesia, haciéndose eco del mandamiento de Jesús, nos insta a volcar nuestro amor en nuevas situaciones de sufrimiento y de dolor de los hombres, como es el caso de ciertos enfermos abandonados, desasistidos y rechazados a causa de su enfermedad. En muchas parroquias se celebra estos días el sacramento de la Unción de Enfermos. El Papa nos recordaba en febrero, con motivo de la “Jornada del Enfermo”, la importancia de cuidar y acompañar también a la familia del enfermo. Todo ello con el fin de reforzar la conciencia social sobre la importancia de cuidar y acompañar, no sólo a los enfermos, sino también a sus familias que en la mayoría de los casos son sus principales cuidadores y acompañantes durante el duro camino de la enfermedad, donde además de ponerse a prueba la salud física, resulta fundamental conservar "la salud espiritual"
La Pascua es el tiempo de la alegría, es tiempo de fiesta, es alborozo del espíritu. El Señor nos conoce, sabe cuánto añoramos la dicha íntima y verdadera. Para que la alcancemos nos ha prescrito, como un mandato nuevo, el mandamiento del amor: "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud". Este es el resultado de una fidelidad exquisita al Señor: una felicidad honda, la alegría inefable del mismo Dios, el gozo llevado hasta el culmen de su plenitud. Alégrate, hermano mío, alégrate. Surge de nuevo de tu vida muerta, di que sí al Señor que te habla de amor y recobra la dicha y la paz suprema.


Rafael Pla Calatayud.
rafael@betaniajerusalen.com

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