Comentarios a las lecturas del IV Domingo del Tiempo Ordinario 28 de enero 2018
La
primera lectura es del libro del Deuteronomio
(Dt 18, 15-20).
Este pasaje
figura en la sección que dedica el Dt a las instituciones y a los ministerios
del pueblo elegido, Después de haber hablado sobre el rey y sobre el sacerdote,
pasa a hablar sobre el profeta.
Este tema está introducido por
una prescripción que prohíbe a Israel recurrir a la adivinación, como lo hacen
los paganos (Dt 18, 09-14). En efecto, para los hebreos el único medio de
conocer la voluntad de Dios será recurriendo a los profetas (vv. 15-20). El
pasaje termina enunciando los criterios que permiten reconocer al verdadero
profeta (Dt 18, 21-22).
El texto nos sitúa en el contexto cultural en el que los cananeos recurrían a los hechiceros para que
les adivinaran el porvenir, para consultarles la conveniencia de hacer la
guerra, para que predijeran el resultado de sus luchas. Unas
prácticas mágicas, unos ritos misteriosos que fascinaban a los hombres
primitivos de aquel tiempo. Los judíos, al ponerse en contacto con ellos, se
sintieron también atraídos por aquellas prácticas, procurando buscar a
escondidas al adivino que les dijera cuál había de ser el futuro.
Para conocer la voluntad del
Señor, Israel tendrá sus profetas (vv. 15-20). En el relato de las plagas de
Egipto, la misión de los magos era anular el valor apologético de los prodigios
de Moisés y de Aarón, obrando los mismos signos. En un comienzo actúan con
éxito (Ex 7, 11.22; 8, 3), pero sin hablar; a la tercera plaga se muestran
impotentes; entonces el autor bíblico, de forma irónica, pone la palabra en sus
bocas y les hace confesar que es la mano de Dios la que actúa (Ex 8, 14ss).
En el texto se opone a los magos el verdadero profeta:
Moisés. El Señor se revela a través de su profeta (Am 2, 11), pone sus palabras
en la boca del elegido (Jr 1). Israel deberá obedecer
a esta palabra.
El Señor va a suscitar un
profeta como Moisés (vv. 15.18), ya que siempre habrá alguien que continúe su
misión; pero según Dt 34, 10, ningún profeta ha surgido que se pueda comparar a
Moisés. «Yahvé, tu Dios, suscitará de los
tuyos, de tus hermanos, un profeta como yo» (v 15) En el trasfondo de Dt
18,9-22 late el problema del profetismo cananeo y del falso profetismo dentro
de Israel.
El judaísmo tardío aplicará el
relato al Mesías; para los cristianos la sola respuesta es Jesús (Jn 6, 14; 7,
40; Hch 3, 20ss.; 7, 37...).
-Termina el relato proclamando
que nadie puede arrogarse el privilegio de ser profeta, engañando así al pueblo;
pero también es cierto que nadie puede tapar sus oídos a la auténtica palabra
profética. A ambos el Señor les pedirá cuentas.
Dios no permite que su pueblo practique la
adivinación, la magia, las artes de encantamiento, las consultas a los
espíritus. Dios dará a su pueblo quien le guíe con acierto y seguridad. Un
Profeta que no engañe a la gente con supercherías y halagüeñas predicciones Por
eso un Profeta surgió en medio de los hombres, para iluminar la vida humana con
sus palabras: Cristo, el Hijo de Dios.
En
el texto Moisés le dice a su pueblo que el Señor suscitará un profeta de entre
sus hermanos, es decir, de entre el pueblo. La misión de un profeta es siempre
hablar en nombre de Dios. Los profetas deben primero oír a Dios y después
transmitir al pueblo lo que Dios les dice. Lo que no puede hacer un profeta es
confundir sus propios intereses con los intereses de Dios.
En
el profeta, escucharán la voz de Dios. El profeta transmitirá la Palabra de
Dios, es un intermediario entre Dios y los hombres. El profeta no hablará por
sí mismo, el propio Yahvé pondrá las palabras en sus labios. Hay en el texto
una doble advertencia: en primer lugar contra aquellos que no quieren escuchar
a los auténticos profetas, en segundo lugar contra los falsos profetas que se
anuncian a sí mismos, o que "dicen palabras que yo no les he
mandado". Clara alusión ésta a aquellos que se autoproclaman profetas y
engañan al pueblo, La magia y la superstición es el intento humano de hacerse
con Dios, de hacerse con la ciencia y el poder de Dios, la profecía es un
servicio a la palabra que sale libremente de la boca de Dios. Dios es el único
Señor. El profeta verdadero anuncia y denuncia, con el riesgo de no ser
escuchado e incluso estará expuesto a la persecución, cuando avisa que la
auténtica salvación viene de la conversión del corazón.
El
Deuteronomio destaca aquí dos responsabilidades: la del profeta que debe
anunciar todas y solas las palabras que reciba de Dios; y la del pueblo que
debe escuchar la palabra del profeta como mensaje de Dios. A diferencia de la
adivinación mágica, en la profecía es Dios quien toma la iniciativa de la
comunicación; el profeta es su mensajero y los destinatarios el término de esa
comunicación que provoca a responder.
El responsorial es el salmo 94, ( Sal 94, 1-2. 6-7c . 7d-9)
R. OJALÁ ESCUCHÉIS HOY LA VOZ DEL SEÑOR: «NO
ENDUREZCÁIS VUESTRO CORAZÓN.»
Este salmo era utilizado por
los judíos en las ceremonias de renovación de la Alianza. Encontramos en este
canto una especie de evocación del ritual utilizado. Mediante dos exhortaciones
los levitas, organizadores del culto en el Templo, invitan a la asamblea a
participar activamente en la celebración: "venid, aclamad, gritad...
entrad, prosternaos"... A cada invitación, la
muchedumbre responde mediante una fórmula ritual estereotipada de asentimiento,
que comienza por "sí": "sí, el gran Dios, es el Señor"...
(La creación) "Sí, él es nuestro Dios"... (la Alianza).
Entonces, se escucha una
especie de oráculo: Dios toma la palabra, para recordar la seriedad de esta
Alianza, su dimensión histórica y su actualidad "hoy" .
El salmo, nos recuerda que
nosotros somos el pueblo de Dios y que él nos quiere guiar, como hace un pastor
con su rebaño, para introducirnos en la tierra prometida. El, que nos ha pensado
desde siempre, sabe cómo tenemos que caminar para vivir en plenitud, para
alcanzar nuestro verdadero ser. En su amor nos sugiere qué hacer, qué no hacer
y nos señala el camino a seguir.
Dios nos habla como a amigos
porque quiere introducirnos en la comunión con Él. Si uno escucha su voz -dice
nuestro salmo en su conclusión-, entrará en el "reposo" de Dios, es
decir, en la tierra prometida, en la alegría del Paraíso1.
«No entrarán en mi descanso..
Esas son de las palabras más
temibles que jamás te he escuchado, Señor. La maldición de las maldiciones. El
rechazo definitivo. La prohibición de entrar en tu descanso. Pienso en la
belleza y la profundidad de la palabra «descanso» cuando se aplica a ti,
y comienzo a comprender la desgracia que será quedar excluido de él.
Tu descanso es tu divina
satisfacción al acabar la creación de cielos y tierra con el hombre y la mujer
en ellos, tu mandamiento del sábado de alegría y liturgia en medio de una vida
de trabajo, tu eternidad en la gloria bendita de tu ser para siempre. Tu
descanso es lo mejor que tienes, lo mejor que eres, el ocio de la existencia,
la benevolencia de tu gracia, la celebración de tu esencia en medio de tu
creación. Tu descanso es tu sonrisa, tu amistad, tu perdón. Tu descanso es esa
cualidad divina en ti que te permite hacerlo todo pareciendo que no haces nada.
Tu descanso es tu esencia sin cambio en medio de un mundo que vive en torno al
cambio. Tu descanso eres tú.
Y ahora las puertas de tu
descanso se me abren a mí. Me invitan al cielo. Me llevan a descansar para
siempre. Esa palabra mágica, «descanso», se ha hecho mi favorita, con su
tono bíblico y su riqueza teológica. Un descanso tan enorme que uno tiene que
«entrar» en él. Me rodea, me posee, me llena con su dicha. Veo enseguida que
ese descanso es lo que ha de ser mi destino final, expresa el fin último de mi
vida: descansar contigo.
Ahora he de entrenarme en esta
vida para el descanso que me espera en la siguiente. Quiero entrar ya, en
promesa y en espíritu, en el divino descanso que un día ha de ser mío a tu
lado. Quiero
Aprender a descansar aquí, a
relajarme, a encontrarme a gusto, a dominar las prisas, a evitar tensiones, a
vivir en paz. Pido para mí todo eso como anticipo de tu bendición venidera,
como fianza en la tierra de tu descanso eterno en el cielo. Quiero ir ya
reflejando ahora en mi conducta, mi lenguaje, mi rostro, la esperanza de ese
descanso esencial que le traerá a mi alma y a mi cuerpo la felicidad definitiva
en la paz perpetua.
¿Qué es lo que no me deja
entrar ya en ese descanso? ¿Qué es lo que te hizo jurar en tu cólera: «No entrarán
en mi descanso?
«No endurezcáis el corazón como
en Meribá, como el día de Masá
en el desierto: cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron,
aunque habían visto mis obras».
Esos incidentes quedaron tan
grabados en tu memoria que los citas incluso con los nombres de los lugares en
que sucedieron, etapas desgraciadas en la geografia
espiritual por la que pasó tu pueblo y por la que nosotros volvemos a pasar en
nuestras vidas. Tu pueblo te tentó, desconfió de ti aun después de haber visto
tus maravillas, fueron tozudos en sus quejas y en su falta de fe. Eso hizo
arder tu ira, y cerraste la puerta a aquellos que durante tanto tiempo se
habían negado a entrar.
«Durante cuarenta años, aquella
generación me asqueó, y dije: Es un pueblo de corazón extraviado, que no
reconoce mi camino; por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi
descanso».
«¡Ojalá escuchéis hoy su vozl».
La
segunda lectura es de la 1ª carta de San Pablo s los corintios (1 Cor. 7, 32-35).
Este capítulo está dedicado
todo él a los estados de vida del cristiano. Pablo ha hablado sucesivamente de
los esposos que, viviendo juntos (1 Co 7, 3-5. 10), se preguntan qué representa
para ellos la continencia de los esposos que viven separados (v. 11), de los
que viven juntos, pero no comparten la misma fe (vv. 12-16). Estudia después el
caso de los cristianos que no están casados y, entre ellos, las "vírgenes",
de uno y otro sexo (vv. 25-35), de los prometidos que reflexionan sobre su
próxima cohabitación (vv. 36-38). Considera finalmente la situación de los
célibes y de las viudas (vv. 39-40).
En el contexto de la inminente
espera de la parusía o segunda venida gloriosa de Cristo se comprende mejor
esta apología de la virginidad/celibato, ciertamente poco matizada y completa.
Las razones paulinas son interesantes aun fuera de ese contexto, si bien
necesitan precisarse mucho a la luz de otros textos bíblicos.
En primer lugar, aquí se
plantea un cierto problema de inspiración, porque Pablo parece apelar a su
criterio personal distinguiéndolo un tanto de la Revelación en sí, de la cual
suele ser intérprete. Pero aun en este caso hay que considerar el escrito como
inspirado, si bien los puntos de vista personales del autor no quedan
canonizados "ipso facto" en todos los aspectos.
Los argumentos que Pablo emplea
para ensalzar la virginidad/celibato son de sentido común y de experiencia. No
apela aquí a grandes principios ni mucho menos dice que sea un estado más
perfecto que el de pareja.
Pablo trata de que se mantenga
al mismo tiempo la indisolubilidad del matrimonio y por el carisma de la
continencia, y expone cómo lo uno y lo otro tiene al Señor como fuente.
San
Pablo se centra más en una visión escatológica de la vida del cristiano.
Desearía ver a los cristianos liberados, no con una liberación egoísta sino con
una liberación que permita una unión más directa y más constante con Dios, y
que favorezca el servicio a los demás. Esta liberación de todo, proporcionará a
la mujer que se consagre esa posibilidad de estar dondequiera que el Señor la
movilice. Esta carta primera a los Corintios, junto con la carta a los Efesios,
ofrece una doctrina fundamental sobre el matrimonio y la virginidad. A esta
última se la presenta como un carisma y una renuncia a una vía prevista por
Dios en su Providencia. Es una respuesta a una elección hecha por Dios y un
paso dado en lo desconocido de las circunstancias humanas, pero con la
convicción de que en él está Dios que guía a la que El escogió, El punto de
partida sigue siendo siempre delicado: ¿existe ciertamente ese carisma en tal
persona? Existen señales que lo excluyen; por lo demás, Pablo no ha recibido
mandato del Señor, y no quiere atrapar a nadie en el lazo. La humildad, la
oración, la caridad, la dedicación a los demás iluminarán para descubrir la
elección hecha por Dios.
El evangelio es de San Marcos (Mc, 1, 21-28 ).
Hoy
San Marcos nos describe con un gran estilo el asombro de los asistentes a la
sinagoga de Cafarnaúm cuando, en un sábado cualquiera, apareció por allí un
personaje desconocido y comenzó a hablar de modo distinto a como les tenían
habitualmente acostumbrados. Marcos resume el asombro de aquellos judíos
devotos diciendo, que aquel personaje, Jesús, hablaba con "autoridad"
y naturalmente que el adjetivo no se refiere a que Jesús hablase con imperio
sino al hecho de que lo hacía con un talante distinto al de los letrados que
intervenían en las reuniones.
En
la sinagoga de Cafarnaúm los demonios reconocen a Jesús y lo interrogan. Él los
expulsa. Para salir agitan al poseído, prueba palpable que estaban dentro de
él. La lectura del Evangelio de San Marcos insiste sobre todo en la autoridad
que emana Jesús a la hora de enseñar. Y tal autoridad produce asombro a los
oyentes. En el fondo, casi es más difícil representarse esa emergente autoridad
que el hecho "mágico" del dialogo con los demonios. La fuerza de
Jesús, su –llamémoslo así— convencimiento pleno en torno a lo que dice y, sobre
todo, la representación física de que una fuerza divina acompaña a sus palabras,
no resultan fácil de imaginar. Los casos de autoridad humana casi siempre
vienen acompañados de unos ciertos escenarios bien dispuestos de poder:
desfiles militares, grandes cortejos. Pero la autoridad de Jesús es una
autoridad tranquila, reposada, suave, que representa su divinidad. Y es
precisamente la clase de autoridad que solivianta a los demonios. Y ello es
parecido al sometimiento a la autoridad de Jesús a las fuerzas y leyes de la
naturaleza. Cura a enfermos avanzados y da vista a ciegos de nacimiento que,
tal vez, ni siquiera tuvieran ojos.
El
evangelista Marcos nos presenta la victoria de Jesús. Jesús tiene que hacer
frente a un espíritu inmundo, que grita "¿qué
quieres de nosotros, Jesús Nazareno?"
En
tiempos de Jesús estaba extendida la opinión de que los demonios estaban en el
origen de cualquier enfermedad, especialmente de las diversas enfermedades
mentales, cuyas manifestaciones hacían pensar que el enfermo no era ya dueño de
sí mismo. No es extraño entonces que los evangelios hablen según la mentalidad
de su tiempo y que el mismo Jesús, en su parte, se haya querido acomodar a
ella. No debemos pretender de estas narraciones un diagnóstico médico ni una
declaración especulativa sobre la naturaleza de los demonios. Reflejan más bien
la lectura "teológica" que un hombre de la época -ante ciertos casos
especialmente preocupantes- hacía de los hechos, llegando a la raíz de la
situación, allí donde se descubre la huella del enemigo de Dios y del
destructor del hombre. Es una lectura teológica que nace de un convencimiento
que el evangelio parece imponer: el mal no viene solamente del hombre; detrás
de sus diversas manifestaciones está el enemigo por excelencia, el destructor
de la creación. El hombre bíblico es de la opinión que las cuentas sobre el
mundo y sobre la historia no salen bien si sumamos solamente las fuerzas de la
naturaleza, las del hombre y las de Dios; está además la fuerza del maligno.
Vemos como hay una clara
diferencia entre el modo como Jesús considera la enfermedad y cura a un enfermo
y el modo como se porta Jesús con un hombre poseído por el demonio. En nuestro
relato (como en todos los exorcismos del evangelio de Marcos) se respira la
atmósfera de una lucha; el mismo Jesús, más adelante (3, 27), usará la imagen
del hombre fuerte atado y saqueado. El endemoniado se dirige a Jesús en una
actitud defensiva (se da cuenta de que ha llegado el que lo va a derrotar) e
intenta, si es posible, pasar al ataque; pero luego tiene que ceder al más
fuerte, aunque sea con la última manifestación de rabia y de despecho ("hizo
revolcarse al hombre en el suelo, lanzando un grito tremendo, y luego
salió"). Nuestro episodio (y otros parecidos que vendrán luego) son la
continuación de la lucha entre el "fuerte" y el "más
fuerte" que había comenzado ya en la tentación.
Observamos como en el diálogo
entre Satanás y Jesús es probablemente un recurso de Marcos. El evangelista se
aprovecha del espíritu maligno para revelarnos quién es Jesús. "Los
demonios contemplan lo invisible y revelan a los lectores de Marcos la
trascendencia de la personalidad de Jesús. A través del Jesús terreno ellos ven
la gloria del Resucitado. ¡Se convierten así en los teólogos de Marcos!"
(Cf. LEÓN ·DUFOUR-LEON, ESTUDIOS DE EVANGELIO, Edic.
CRISTIANDAD, Madrid 1982).
Para nuestra vida
En el fragmento
del libro del Deuteronomio que se nos
proclama hoy (Deuteronomio, 18, 15-20), Moisés anuncia al pueblo que el Señor
suscitará un profeta, haciendo caso a la petición del pueblo en la asamblea del
Horeb. "Suscitaré un
profeta de entre tus hermanos, como tú". El Señor le dice a Moisés que va a suscitar un nuevo profeta que dirá en
cada momento lo que él, el Señor, le mande. En él escucharán la voz de Dios. El profeta
transmitirá la Palabra de Dios, es un intermediario entre Dios y los hombres.
El profeta no hablará por sí mismo, el propio Yahvé pondrá las palabras en sus
labios. Hay en el texto una doble advertencia: en primer lugar contra aquellos
que no quieren escuchar a los auténticos profetas, en segundo lugar contra los
falsos profetas que se anuncian a sí mismos, o que "dicen palabras que yo
no les he mandado". Clara alusión ésta a aquellos que se autoproclaman
profetas y engañan al pueblo, señalando que la salvación está en la alianza con
Egipto o Babilonia, El profeta verdadero anuncia y denuncia, con el riesgo de
no ser escuchado e incluso estará expuesto a la persecución, cuando avisa que
la auténtica salvación viene de la conversión del corazón. Hoy día, vivimos
inundados de palabras.
El
peligro, ahora como en tiempo de Moisés, es extraviarnos y hablar en nombre de
dioses extranjeros, es decir, en nombre de nuestros egoísmos particulares, de
nuestros intereses meramente políticos o económicos, de nuestras ambiciones
personales, en lugar de hablar siempre en nombre de Jesús y de su evangelio, en
nombre de Dios.
Hermosa la antífona del Salmo de hoy
(Salmo 94), "OJALÁ ESCUCHÉIS HOY LA
VOZ DEL SEÑOR; NO ENDUREZCÁIS VUESTRO CORAZÓN".
El texto comienza con una invitación:
venid, entrad, cantemos con alegría, aclamemos. "¡Nadie es una isla!"
Después de largos siglos de individualismo, el mundo actual redescubre los
valores comunitarios. El gran anonimato de las ciudades causa una soledad que
por contraste, hace desear "estar con" los demás. La liturgia actual
se esfuerza por valorizar la participación comunitaria. Nunca deberíamos
olvidar que si la Iglesia nos convoca a la misma hora, en el mismo lugar, no es
para hacer una oración individual (por indispensable que ella sea, pero en
horas distintas), sino para una oración "juntos": ¡venid, entrad,
cantad con alegría, aclamad, cantad!. No seamos de aquellos que rechazan esta
invitación y se encierran en su aislamiento piadoso.
Inclinaos, prosternaos.
Lo sabemos muy bien, un gesto es más verdadero y comprometedor que una palabra.
Pero por desgracia, nuestra cultura occidental nos ha desencarnado.
La Alianza:... "El es
nuestro Dios, nosotros somos su pueblo"... "¿Lo escucharemos?"
"La Alianza" señala la audacia extraordinaria del hombre religioso
que imagina su relación con Dios en términos de desposorio. Aventura
extraordinaria de Dios, totalmente otro, que se une amorosamente a un pueblo, a
pobres humanos. Esto garantiza vivir la fe como una relación de amor.
El pecado como
"infidelidad", negación a escuchar". El "tú" de
reproche que aparece al final del salmo: es el signo de un amor herido. Tal es,
efectivamente, la verdadera dimensión del pecado. Se reduce considerablemente
el mal cuando se limita a la simple transgresión de una ley, cuando se sitúa en
relación a un mandamiento. Cuando se queda al nivel de lo permitido y lo
prohibido. Para el hombre religioso, la moral no es solamente la moral (es decir
un sistema ético cerrado en sí mismo, de normas de funcionamiento de la
sociedad humana), es uno de los elementos de la relación con Dios. El mal
"alcanza" a Dios,"frustra" a
Dios. En lugar de acusar a Dios, de lanzarle "un desafío", por el
problema del mal existente en el mundo, debemos comprender que el mal es
contrario al plan de Dios, que El es el primero que sufre, como un artesano que
ve desbaratarse su obra.
La Iglesia nos propone recitar este salmo cada
mañana, esto no es mera casualidad. La invitación a la alegre alabanza del
comienzo, es una invitación diaria. La advertencia severa de resistir a la
tentación, es también una invitación positiva: Hoy... todo es posible. El
pasado es pasado... El mal de ayer se acabó. Una nueva jornada comienza.
¿Cuántos años me quedan a mí,
Señor? ¿Cuántas oportunidades aún, cuántas dudas, cuántas Masás
y Meribás en mi vida? Tú conoces bien los nombres de
mi geografia privada; tú recuerdas mis infidelidades
y te resientes por mi tozudez. Hazme dócil, Señor. Hazme entender, hazme
aceptar, hazme creer. Hazme ver que la manera de llegar a tu descanso es
confiar en ti, fiarme en todo de ti, poner mi vida entera en tus manos con
despreocupación y alegría. Entonces podré vivir sin ansiedad y morir tranquilo
en tus brazos para entrar en tu paz para siempre. Que así sea, Señor.
En la segunda
lectura ( Primera carta de San Pablo s los corintios7,
32-35 ), San Pablo no da normas generales, ni preceptos de obligado
cumplimiento.
En la mente del Apóstol, y en la de la mayoría de los de su tiempo, había
anidado la convicción de que el fin del mundo estaba muy próximo. " Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa,
sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin
preocupaciones". San Pablo habla del celibato opcional y
se lo recomienda encarecidamente a los cristianos de la comunidad de Corinto.
Dejando a un lado las razones coyunturales y expectativas inmediatas en la
Parusía que, en aquel momento, tenía san Pablo para hablar así, parece claro
que el celibato opcional que recomienda san Pablo tiene sus ventajas para todo
aquel que se sienta llamado al sacerdocio, o a cualquier otra vocación que le
permita dedicarse plenamente, en cuerpo y alma, al servicio de Dios.
Estas recomendaciones
de San Pablo a favor del celibato pues también hay que entenderlo dentro del
contexto en que se produce la redacción de la Primera Carta a los Corintios.
San Pablo esperaba entonces la muy cercana segunda llegada del Señor –la
Parusía—y así recomienda el no cambiar, cuanto todo parece más próximo. De
todos modos, la doctrina del celibato eclesial está basado en ese principio de
mayor atención a las cosas de Dios y que la Iglesia mantiene. Dentro de ella
hay además una apuesta nupcial de los consagrados. Jesús es el Esposo y el
enamoramiento de Jesús llena –y ha llenado- muchas vidas.
Los cristianos de hoy sabemos que Dios
llama igualmente a la santidad a todas las personas, sean célibes o sean
casadas, pero no hay duda que el celibato, como dice aquí san Pablo, tiene sus
ventajas, en cuanto a tiempos y ocupaciones, para ser más libres para poder
servir, a tiempo completo al Reino de Dios.
El
sentido nupcial del celibato, el profundo enamoramiento que los consagrados
tienen de Cristo. Su sentido “de pareja” respecto al conjunto de Jesús de
Nazaret y de su camino explica muchas cosas. No se trata, solamente, de una opción
para trabajar mejor en el Reino de Dios. Se trata de un compromiso fuerte y con
vocación de permanencia basado en el amor. Y algo muy parecido puede decirse
del matrimonio. En fin que reflexionemos esta semana con entrega de todas estas
enseñanzas, notable, que la Palabra de Dios nos ha traído.
En el
evangelio (Marcos, 1, 21-28 ) se nos
presenta una nueva escena de la vida de Jesús.
El
domingo pasado veíamos como, al contrario de lo que hacían los maestros de la
ley, es Él quien escoge a sus discípulos entre la gente sencilla. Habla con
autoridad, porque confirma con sus hechos lo que pronuncian sus labios.
Coherencia de vida es lo que debemos ofrecer los cristianos si queremos ser
auténticos testigos de la Buena Este enseñar con autoridad
es nuevo.
Tras
el arresto de Juan y la elección y envío de los primeros apóstoles, Jesús llega
a Cafarnaúm, al otro lado del lago,
lugar donde a lo largo de su vida pública curaría al paralítico, al siervo del
centurión y a la suegra de Pedro. Cafarnaúm fue "su pueblo" durante
el ministerio en Galilea; hoy todavía se conservan allí restos de la casa de
Pedro donde sin duda estuvo Jesús muchas veces. Decide acudir el sábado a la
sinagoga "a enseñar Noticia.
"Se
quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino
con autoridad… ". Se muestra que Jesús era un maestro
atípico.
Hasta a los espíritus inmundos les manda y le
obedecen. Que no basta decir “Señor, Señor”, para entrar en el reino de los
cielos, decía el Cristo. Pues, por lo que leemos en este texto evangélico,
según san Marcos, las personas que oían hablar a Jesús se quedaban admiradas,
porque lo que Jesús decía se cumplía. Los escribas del tiempo de Jesús hablaban
muy bien, pero las gentes no les creían, porque las palabras de los escribas no
se hacían realidad, eran palabras vacías, que no llevaban, como el pájaro, su
grano. Predicaban, pero no daban trigo; su predicación eran sólo palabras y palabras.
Algo de esto le pasa hoy a nuestra Iglesia, en muchos
lugares del mundo. Nos escuchan, a veces con agrado, pero no nos siguen, porque
hablamos como los escribas, sin autoridad. Hablamos contra los demonios
actuales, contra el consumismo, contra la corrupción, contra el ídolo del
dinero, contra el egoísmo desenfrenado, contra la terrible desigualdad entre
ricos y pobres; pero, más de una vez, los que así hablamos somos consumidores
obsesivos, egoístas inmisericordes, amantes de lo superfluo, corruptos en
nuestros pequeños negocios y contratos, adoradores del dinero. Demasiadas veces
hablamos bien, como los escribas, pero no hablamos con autoridad, como Jesús.
Jesús
tiene que hacer frente a un espíritu inmundo, que grita "¿qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?" Son las
fuerzas del mal, las fuerzas oscuras que hay dentro de nosotros las que se
oponen al mensaje liberador de Jesús. "¿Has
venido a acabar con nosotros?".
Palabras duras que podían ser pronunciadas por aquellos fariseos y escribas que
viven aferrados a los privilegios de la ley y el poder.
San
Marcos nos presenta la victoria de Jesús. Pero hace falta que nosotros estemos
dispuestos a colaborar con Él en esta lucha. Es un combate que se desarrolla
primero en nuestro propio interior cuando las fuerzas oscuras nos acosan, nos
envuelven, nos ciegan y hasta nos derriban. Pero hemos de levantarnos, Dios
está a nuestro favor, lucha con nosotros. El mal será vencido ( esta ya vencido
por la muerte y Resurrección de Cristo), en nuestro interior. El Señor ha
dejado en su Iglesia medios para vencer el mal. Siempre es una bendición
celebrar el sacramento de la Reconciliación.
Es obvio que negar la
existencia del demonio es como dar más posibilidades a la acción del mal. Si no
aceptamos que la gripe es una enfermedad, no buscaremos remedios para terminar con
ella. Y si no conocemos exactamente los mecanismos de cómo se genera la
enfermedad, difícilmente podremos luchar contra ella. Con el demonio pasa lo
mismo. Al negarle le damos una especia de camuflaje para que actúe con más
impunidad. Es verdad que de las grandes realidades espirituales nos convence la
fe. Esa es nuestra limitación y servidumbre como hombres que somos. Pero
también es cierto que tenemos muchas veces aproximaciones al hecho espiritual
que no son simples casualidades o alucinaciones. Todo creyente ha sentido la
cercanía de Dios en muchas cosas. Y aunque suele ser más difícil, también ese
mismo creyente habrá intuido en su interior, la cercanía de otra fuerza,
negativa y oscura, que le separa del mejor camino.
La mentira, el engaño, el
autoengaño, una inesperada distorsión de la realidad, la imprevista
justificación de lo injustificable, son los síntomas del demonio está cerca.
San Ignacio de Loyola hizo una concreción genial de las influencias del bien y
del mal en el terreno de la vida espiritual. Habla de consolación y desolación.
La consolación es la influencia en cercanía del mismo Dios que regala alegría y
perspicacia espiritual. La desolación es un tiempo espeso, equívoco, en el que
viejos hábitos o tendencias se presentan como lógicos y a los que tenemos
derecho. Un caso muy frecuente en las personas espirituales son los escrúpulos.
El demonio utiliza la conciencia exigente del creyente fiel para exagerar sus
faltas y no aceptar el perdón recibido, pareciendo que todos los pecados
pasados están todavía vigentes. Hay casos terribles de escrúpulos que afectan
tanto a ciertas personas que les sitúan al borde la demencia. Y por ahí, claro
está, se ligan las dos posibilidades que hacen fehaciente la idea del demonio y
que ya han sido planteadas más arriba.
Estas
son las fuerzas del mal, las fuerzas oscuras que hay dentro de nosotros las que
se oponen al mensaje liberador de Jesús. "¿Has venido a acabar con nosotros?". Es la victoria frente a
las tuerzas del mal. En aquellos tiempos llamaban endemoniados a personas que
simplemente sufrían ataques de epilepsia u otras enfermedades mentales. Pero
hoy como ayer podemos ver las consecuencias que produce en nuestro mundo el
pecado: muertes prematuras de personas inocentes, hambre, guerra, atentados
terroristas, corrupciones por doquier, fanatismo político con ribetes
espirituales. El mal existe, el espíritu del mal sigue actuando. Pero hace
falta que nosotros estemos dispuestos a colaborar con Él en esta lucha. Es un
combate que se desarrolla primero en nuestro propio interior cuando las fuerzas
oscuras nos acosan, nos envuelven, nos ciegan y hasta nos derriban. Pero hemos
de levantarnos, Dios está a nuestro favor, lucha con nosotros. El mal será
vencido en nuestro interior, el egoísmo será desterrado de nuestra conducta si
escuchamos la voz del Señor y no endurecemos nuestro corazón.
Resumiendo el mensaje de las lecturas tenemos en primer
lugar la relación entre el profeta anunciado por Moisés y Jesús. Aunque no
parece que en la primera lectura se esté
refiriendo directamente al Mesías, los cristianos, se lo hemos aplicado
frecuentemente a Jesús. Porque Jesús de Nazaret, el Mesías prometido, vino al
mundo a decirnos la Palabra definitiva del Padre, vino al mundo no a hacer su
voluntad, sino la voluntad del que le envió. Las palabras de Jesús son para
nosotros la verdad y Jesús mismo es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra
vida. Nuestra misión, como discípulos de Jesús, es escuchar las palabras de nuestro
Maestro y hacer de ellas nuestro verdadero y único programa de vida. Podremos,
y deberemos, tener que hacer muchas cosas en nuestra vida, pero todo lo que
hagamos debemos hacerlo en nombre de Jesús y para cumplir la voluntad de
nuestro Padre Dios. y además hacerlo con una coherencia clara de palabra y
obras, para que nuestra palabra tenga autoridad.
Tenemos en segundo
lugar que el Evangelio y la segunda lectura nos plantean dos temas difíciles
para los no creyentes o, incluso, para los que creemos. En la sinagoga de
Cafarnaúm los demonios reconocen a Jesús y lo interrogan. Él los expulsa. Para
salir, agitan al poseído, prueba palpable que estaban dentro de él. Pablo habla
del celibato. Y –parece—sitúa en un segundo plano al matrimonio.
Hoy se da también una
tendencia a no aceptar la existencia del Demonio. Asimismo es muy difícil su
representación. Pero el comportamiento de algunos hombres -( asesinatos,
crueldad, soberbia irredenta, insolidaridad criminal, ...), nos aproximan a la idea de la posesión y de
la existencia de un mal sobrehumano.
Los creyentes no
podemos olvidar que ángeles y demonios aparecen
en la Escritura de forma bastante cotidiana. En los últimos tiempos
hemos asistido a una revalorización de los ángeles, en libros, películas, etc.
Con el demonio hay otra vivencia
diferente. Por un lado se incrementan los seguidores de este poder. Es decir,
hay más sectas satánicas, o, simplemente, hay, cada vez, más adoradores de la
parafernalia demoníaca. Y a su vez, hay cada día más gente cercana a la
religión --y, por supuesto a la católica—que niega la existencia del demonio.
Al negar la
realidad del diablo le damos una especia de tapadera para que actúe con más
impunidad. Es verdad que de las grandes realidades espirituales nos convence la
fe. Esa es nuestra limitación y servidumbre como hombres que somos. Pero
también es cierto que tenemos muchas veces aproximaciones al hecho espiritual
que no son simples casualidades o alucinaciones. Como creyentes hemos sentido la cercanía de Dios en muchas situaciones
de la vida. Y aunque suele ser normal , habremos intuido en nuestro interior,
la cercanía de otra fuerza que nos separa del camino que descubrimos como el
camino que Dios nos señala.
La mentira, el
engaño, el autoengaño, una inesperada distorsión de la realidad, la imprevista
justificación de lo injustificable, son los síntomas del demonio está cerca.
Hay adoradores del
demonio, que lo son y lo viven como vivencia
contra Dios. Son estos los que
colocan en un mismo plano de poder a Dios y al demonio. Y esto sí es un
gran error. Dios tiene más autoridad que cualquier cosa del mundo. El mismo
demonio es un derrotado por la muerte y Resurrección de Cristo. Es lo que hoy
nos relata el Evangelio.
Lo esencial de la
enseñanza en este domingo es la autoridad con la que Jesús de Nazaret enseña y
revela el poder que tiene. La cuestión de los demonios es una más dentro de esa
suprema autoridad que le da su condición divina.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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