Comentario a las Lecturas del XXXIV domingo del tiempo ordinario Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo 26 de noviembre de 2017
Quizá el
contrasentido más grave de la historia humana sea el haber convertido a Jesús,
rey desde la cruz, en un rey a la manera de este mundo, haciéndole funcionar
como resorte contra los moros, los indios paganos y los revolucionarios
liberales o comunistas. Quizá sea éste el mayor pecado. En nombre de Cristo se
puede morir, pero no se pueden justificar los crímenes. En el reino de Dios no
cabe imposición ni odio ni, por tanto, victoria del hombre sobre el hombre. En
las victorias humanas hay vencedores y vencidos; hay siempre imposición de unos
sobre otros. En cambio, el reino de Dios es la victoria sobre la opresión y la
muerte, y se inaugura con el perdón de Jesús desde la cruz: "Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen".
No quiero
servir a un rey que se pueda morir. Estas palabras de San Francisco de Borja,
pasmado ante el cadáver de una reina, expresa para nosotros no el
"menosprecio" del mundo, sino la "nobleza" del cristiano:
"Agnosce christiane dignitatem tuam" (reconoce,
cristiano, tu dignidad), nos exhorta el gran papa · San León Magno. Jesús dijo:
"pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios'. Del
César -en un sentido amplio, naturalmente- es la regulación de la convivencia
social, económica, política, cultural, el progreso de la ciencia y del arte...
De Dios es el fondo de la vida, la totalidad de nuestra existencia..., que nos
jugamos precisamente día tras día en las opciones que vamos tomando en lo que
es del César; hambrientos, sedientes, forasteros, enfermos, encarcelados..."
De esto
reflexionamos hoy en la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.
Esta
fiesta es la culminación de todas las fiestas del Señor que hemos celebrado a
lo largo del año. ¿Cómo, dónde, cuándo tiene que reinar Jesucristo? Su reino no
es de este mundo, por eso su forma de reinar es desde la humildad, desde la
cruz.... Su corona es de espinas, su cetro una caña cascada, su manto un trapo
de color púrpura, su trono la cruz. Reina en el corazón de cada hombre y cada
mujer que se acerca al otro, descubre su necesidad y le ayuda. Reina en aquél
que descubre a Cristo en el rostro del mendigo, en la madre angustiada por el
hijo que se pierde, en el anciano que se muere en soledad. Cristo debe reinar
ya en nuestro interior, porque su Reino ya ha comenzado, pero todavía no ha
llegado a su plenitud. Es el "ya, pero todavía no" en tensión escatológica.
La primera lectura
es de la profecía de Ezequiel (Ez 34, 11-12. 15-17). En el texto
destaca la imagen del pastor y su rebaño, profundamente arraigada en la
experiencia de un pueblo de origen nómada y en una civilización de pastores
(cfr. Dt 26,5), aparece frecuentemente en la biblia para explicar las
relaciones entre los dirigentes y el pueblo. Sirviéndose de esta metáfora el
profeta Ezequiel denuncia vigorosamente, en todo este capítulo 34, los abusos
de los "pastores" de Israel y anuncia después que el mismo Dios se
hará cargo del rebaño: "Así dice el Señor , Yavé:
Aquí estoy yo contra los pastores" (v.10); "Aquí estoy yo; yo mismo
cuidaré de mi rebaño y velaré por él" (v.11).
El texto se sitúa históricamente en la diáspora y en el
exilio de Israel en Babilonia. El fracaso de la monarquía, la incapacidad de
los dirigentes, fue la causa principal de la dispersión y el exilio de los
hijos de Israel. Pero he aquí que el Señor, Yahvé, no desistirá de su plan de
salvación.
Precisamente
en el fracaso de los hombres brillará con más fuerza la fidelidad de Yahvé, que
ahora se dispone a intervenir en persona como último recurso para salvar a su
pueblo. El mismo será pastor y saldrá en busca de las ovejas descarriadas y
dispersas por todas las naciones, y las reunirá, y las devolverá a la tierra de
donde fueron alejadas.
Si leemos todo
el capítulo 34, la raíz "pasc" (apacentar,
apacentarse, pastor, pastos, pastorear...) se repite como un sonsonete que
llega a cansarnos, pero que da unidad a los vv. 1-24. Jeremías, profeta
contemporáneo aunque un poco mayor que Ezequiel, tiene un relato muy parecido a
éste (Jr 23. 1-8).
-vv. 1-16:
Contraposición entre los malos pastores del pasado (vv. 1-10) y el pastor del
futuro (vv. 11-16).
El sentido de
estos vv. es muy claro: el Señor en persona va a sustituir a los pastores
humanos que han fracasado estrepitosamente en su misión de pastorear. La grey
(=Israel) anda errante desde el año 587 a. de C, desde la conquista de
Jerusalén por Nabucodonosor; pero el Señor no les abandona en el peligro, sino
que los libera, los reúne y los reconduce a unos buenos pastos (=Nuevo Éxodo), los
pastorea, les venda las heridas, cura a las ovejas enfermas (vv. 11-16; cf. por
oposición el v. 4 y Za 11: imágenes muy vivas de los
falsos pastores).
Los jefes
religiosos y políticos, cuya única razón de ser es la de atender al pueblo, son
los responsables del caos que impera entre la grey: en vez de pastorear se
dedican a buscar su propio provecho ("os coméis su enjundia, os vestís con
su lana, matáis las más gordas, y las ovejas no las apacentáis (v. 3), en vez
de apacentar, se apacientan a sí mismos, ya que abusan de su poder, son crueles
y egoístas, no están al servicio de su pueblo... Por eso la dispersión y el
destierro es algo inevitable.
-vv. 17-22:
Cambio de escena: los derechos de las ovejas débiles no sólo son pisoteados por
los falsos pastores, sino también por las ovejas más robustas (=poderosos,
ricos, hombres influyentes...). Pero aunque intenten manipular a los débiles,
quebrantar sus derechos..., el Señor no lo va a consentir, y contra ellos
dirige su juicio.
El responsorial es el Salmo 22 (Sal 22, 1-2a. 2b-3. 5. 6 ) El salmo 22,
uno de los más bellos de todo el salterio comienza con una afirmación atrevida:
"El Señor es mi pastor, nada me falta". Este creyente que se sabe
guiado y acompañado por la mano firme y protectora del pastor, proclama con
tranquila audacia su ausencia de ambiciones. Tiene todo lo que necesita:
conducción, seguridad, alimento, defensa, escolta, techo donde habitar...
Difícilmente anidarán en su corazón la agresividad, la envidia, la rivalidad,
todas esas actitudes que amenazan siempre el convivir con los otros
fraternalmente.
El salmo 22 es
uno de los salmos más breves del salterio: sólo 6 versículos. Dentro de su
unidad temática se distinguen dos partes bien diferenciadas que podríamos
llamar:
Dios como
pastor (vv. 1-4)
Dios como
anfitrión (v. 5-6).
El salmo
empieza con la cierta y serena afirmación de que Dios es el pastor del
salmista. Este habla en primera persona a lo largo de todo el poema y en la
primera parte describe su experiencia bajo la solicitud y el amor de su pastor.
Con metáforas
sacadas del mundo pastoril va enumerando las pruebas del exquisito amor del
pastor hacia él, afirmando ya desde el principio que nada le falta porque Dios
piensa en todo: verdes praderas, fuentes tranquilas, sendero justo: todo lo
positivo y lo agradable de la vida se lo proporciona el pastor de quien se
siente hondamente amado. Dios obra así "en honor de su nombre", es
decir, para que su reputación de Dios bondadoso, grande en misericordia y rico
en perdón, se manifieste y se viva. Dios no puede ser tildado de negligente o
indiferente en lo que respecta a su pueblo y al bien de los suyos. Así, por su
actitud hacia los fieles de Israel, mostrará su superioridad sobre los ídolos
de los paganos.
Frente a las
dificultades y angustias de la vida, simbolizadas por las "cañadas
oscuras", el salmista nada teme. Se fía de su pastor, de su Dios. Se
encuentra en sus manos, y por tanto, ¿qué le puede suceder de malo? ¿no le
protegerá el amor y la solicitud de su pastor?
"Tu vara
y tu cayado me sosiegan". Una doble imagen que puede ser simplemente una
redundancia, pero que igualmente pueden significar una defensa: la vara contra
los animales, chacales, lobos, y el cayado como una guía que encamina y
endereza e impide descarriarse. Así el salmista se siente protegido, seguro,
feliz.
Descripción
completa, que muestra con toda luminosidad la bondad de Dios, su providencia,
su atención solícita hacia aquellos que confían en él.
La tradición
cristiana, desde los primeros tiempos, ha visto poéticamente en la mención de
la vara y el cayado los dos brazos de la cruz de Cristo, el buen Pastor: así,
por ejemplo, san Justino y san Zenón de Verona.
Siguiendo el
mismo tono simbólico, el salmista hace un viraje en su pensamiento. Del pastor
guía y protector de sus ovejas, pasa ahora a la imagen del huésped espléndido o
anfitrión que convida a un banquete. La imagen de la oveja queda también
transformada en la del amigo o deudo del Señor que ha sido convidado a un
festín.
Y este festín
no lo hemos de imaginar cómo un momento o un día especial: el pensamiento del
salmista lo ve como una cosa continuada, de cada día. Así como el pastor
siempre se preocupa de sus ovejas, las guía y las alimenta, así ahora,
igualmente, el mismo Dios, con la figura del huésped, favorece magníficamente a
aquellos que se sienten amados por él, les regala con dones exquisitos. Por
esto el salmista no ha imaginado otra cosa más expresiva que un banquete: una
mesa preparada, un ambiente de alegría y de riqueza (ungüento para la cabeza,
rebosar de la copa).
La mención de
los enemigos la hace el salmista para recalcar la seguridad de aquél que es
favorecido por Dios; así como antes hablaba de cañadas oscuras, ahora menciona
a los enemigos, que son ya impotentes y se ven como derrotados viendo la suerte
feliz de aquél a quien querían malherir o aniquilar.
Dios, protagonista
del salmo, se nos describe con los colores más hermosos que puedan representar
la bondad, la providencia, la ayuda, la generosidad, la esplendidez. Dios no
deja nada de lo que pueda contribuir al bien, a la alegría, a la paz de sus fieles.
El salmista confiesa, agradecido, que la bondad y la misericordia del Señor le
acompañan siempre, todos los días de su vida. Constata su situación de
privilegio, diríamos de mimo, la situación de un alma que se siente querida por
Dios, que es bien consciente de sus favores, de su predilección.
Y de la misma
forma, asegurado por su experiencia de un Dios tan inmensamente bueno y
providente, lanza al futuro su mirada, se siente seguro de aquella bondad que
ha experimentado siempre, y prorrumpe en una afirmación llena de fe y de esperanza:
"habitaré en la casa del Señor por años sin término".
La antigua
tradición cristiana leyó algunas veces esta segunda parte del salmo en clave
sacramental: la mesa preparada sería la eucaristía; el ungüento o la unción en
la cabeza significaría la unción del Espíritu, la confirmación; las cañadas
oscuras de antes (sombras de muerte) eran imagen del bautismo, ser sepultados
con Cristo. Todas estas gracias sacramentales harán que el cristiano tenga
siempre vida eterna, ahora ya en este mundo, y luego, para siempre, en la
gloria.
La segunda lectura es de la primera carta del
apóstol San Pablo a los corintios (Cor. 15, 20-26. 28). El cap. 15 de
la primera carta a los corintios responde organizadamente a un conjunto de
cuestiones sobre la resurrección. Ante un auditorio que tenía una concepción
más griega que judía de la persona humana, Pablo señala este mensaje
fundamental: así como JC ha resucitado, también los cristianos resucitarán. La
muerte no es, pues, una liberación para el alma encarcelada, sino un poder que
JC ha destituido. El fragmento que leemos presenta, en visión global, el
proceso de la humanidad hacia su término, mostrando el camino que aún queda por
recorrer hasta la plena realización de la escatología: así como en otros
lugares del NT se acentúa que por la fe participamos ya de la vida en plenitud,
aquí se señala que esta plenitud todavía no está plenamente alcanzada.
La vida, la
vida eterna, es el último fruto de toda la historia de salvación. En Cristo
resucitado tenemos ya las primicias de la gran cosecha que esperamos; en él
comienza la resurrección de los muertos y la vida eterna. Si Cristo ha
resucitado, también nosotros resucitaremos (/Rm/08/11;
1 Tes 4,14).
Si el primer
hombre, Adán, fue el comienzo de una historia abocada a la muerte, el segundo
Adán, Jesucristo, es el principio de la nueva vida y de otra historia en la que
será vencido el último enemigo, que es la muerte (cfr. vv. 45-49; /Rm/05/12s).
Pero, si la
historia del pueblo de Dios, a partir de Jesucristo, está ya decidida en favor
de la vida, y la historia de perdición y de muerte ha sido liquidada, cada uno
de nosotros puede todavía optar por la vida o por la muerte. El sentido de la
historia es la vida, pero aún es posible vaciar de sentido nuestras vidas
individuales si no queremos solidarizarnos con el nuevo principio que es
Cristo.
Cada cosa a su
tiempo: primero resucitó Cristo, que es la vida y la Vida misma; después
resucitarán los que son de Cristo.
Entonces
llegará el fin (el texto traduce indebidamente los "últimos", en vez
de "será el fin"). Se acabará todo principado, poder y fuerza (esto
es, todo cuanto se opone a la vida a partir de Adán y, principalmente, todo
señorío, despotismo y autoritarismo que esclaviza y mortifica a los hombres), y
comenzará el Reino de Dios, el Padre.
El evangelio es de San Mateo (Mt 25, 31-46).El texto nos
sitúa ante la última
enseñanza de Jesús según el evangelio de Mateo. Su lenguaje
es profético, aunque en algún momento se acerca a la parábola y a la alegoría. La
imagen del pastor que separa las ovejas de las cabras está tomada del texto de
Ezequiel (primera lectura). Es importante no olvidar este detalle, pues sólo
así comprenderemos que se trata evidentemente de un juicio entre los
explotadores y explotados, entre los que hacen la injusticia y los que la
padecen. El Señor saldrá al fin en defensa de los pobres, de los que sufren, de
los perseguidos por su amor a la justicia...
Estas últimas
palabras de Jesús nos describen la venida del Hijo del Hombre en gloria y poder
para el juicio; cuando se ha sentado en el trono y se dispone a juzgar es
llamado Rey: los que son juzgados le llaman Señor y, al hablar de "mi
Padre", se nos muestra también como el Hijo: los títulos que la Iglesia
primitiva da a Cristo resucitado, como expresión de su fe, se han concentrado
aquí en pocas líneas.
El juicio se
hace sobre todo el mundo ("todas las naciones"), como también a todos
debe ser predicado el Evangelio (cfr. 28,19). La descripción del juicio es
sobria, y estructurada en dos partes paralelas y antitéticas. La división
derecha e izquierda o entre ovejas y cabras -imagen que recuerda al pastor que
al caer la tarde reúne a su rebaño- es convencional y pedagógica.
Las palabras
con que se acoge o se rechaza la entrada al Reino son un repaso de las llamadas
obras de misericordia. Si toda la Ley consiste en amar a Dios y al prójimo , lo
que aquí aparece es el amor manifestado en hechos muy concretos. Por tanto,
cada uno es declarado justo o es condenado según haya servido a los demás o se
haya abstenido de hacerlo.
Ante este
juicio aplicado por igual a "todas las naciones", cada uno de los dos
grupos contesta a coro expresando la extrañeza cuando oyen que al ocuparse de
un hermano o al dejar de hacerlo se lo hacían o rechazaban hacerlo al mismo
Cristo. Y esta pregunta prepara las palabras del Juez sobre la razón de la
sentencia: El Hijo del Hombre, Jesús, se hace solidario de aquellos que tienen
alguna necesidad de ayuda. "Estos, los humildes" no son sólo los
miembros de la Iglesia o comunidad de Cristo, sino que su alcance es universal,
como el juicio: esto significa que la identificación de Cristo con ellos es
independiente de su situación subjetiva.
El juicio será
según las obras, no según lo que decimos creer y confesar. Así que son las
obras las que distinguen y juzgan a los hombres al fin y al cabo, no las
palabras ni los rezos. Cualquier otra discriminación o distinción no vale nada
y no permanecerá: ni la raza, ni el dinero, ni la cultura, ni los honores...,
colocan en verdad a los hombres a la izquierda o a la derecha del Señor. Pero
las obras que pueden salvarnos son siempre obras de amor, porque la ley con la
que vamos a ser juzgados se resume en el amor.
El
cumplimiento del mandamiento del amor o su incumplimiento anticipa ya en el
mundo el juicio final. El que ama a Cristo en los pobres y se solidariza con su
causa se introduce en el reino de Dios.
La separación
entre buenos y malos que se realizará a la hora del juicio escatológico de
Dios, será consecuencia de lo que cada uno habrá hecho en bien de los demás.
Toda persona necesitada es un sacramento de la presencia de Jesús en medio de
nosotros.
Para nuestra vida.
Hoy
finalizamos el año litúrgico... Por eso hoy celebramos la fiesta de Jesucristo,
nuestro Rey y Señor. Jesús es la síntesis de nuestra fe, es la manifestación
plena del Reino de Dios hecho servicio a los hombres. Por eso, hoy es el día en
que seremos juzgados por la Palabra de Dios, pues deberemos confrontar nuestra
vida con el testimonio de Cristo. Hoy seremos juzgados según la medida de
nuestro amor servicial al prójimo.
Celebremos la
fiesta de Cristo Rey y miremos nuestra vida desde este gran espejo de nuestra
fe: Jesús que da su vida por la salvación de todos.
En la primera lectura se nos habla de la misión de
nuestros pastores
(obispos, pastores...) que es orientar, encarrilar, curar, vendar...,
apacentar. Pero ¿apacientan o se apacientan? "¡Ay de los pastores que se
apacientan a si mismos! ¿No son las ovejas lo que
tienen que apacentar los pastores? Os coméis su enjundia, os vestís con su
lana, matáis las más gordas..."
-Apacentarse,
y no apacentar, es la actitud de esos jerarcas, más funcionarios que seguidores
de Jesús, que no se dedican a proclamar el mensaje liberador de Jesús sino a
anunciar a todos los vientos "sus verdades", queriendo que todos
comulguen con estas ideas que, demasiadas veces, nada tienen que ver con el
mensaje del Evangelio.
-Apacentar, y
no apacentarse, es estar cerca del oprimido, del pobre, del que no puede
devolvernos nada porque nada tiene.
-Apacentar, y
no apacentarse, es saber escuchar el balido débil de las ovejas marginadas,
pisoteadas, de los que vagan por la vida sin rumbo fijo, sin pan ni vestido.
-Apacentar, y
no apacentarse, es tratar con el marginado, con la prostituta, con el enfermo
de sida, con el pobre extranjero que recorre nuestras calles para poder
malvivir...
-Apacentar, y
no apacentarse, es salir en defensa del desvalido frente a los poderosos y
prepotentes de la vida, es.
-¿No tendrán
parte de culpa, por descuido, los pastores de tantas desgracias y miserias que
nos rodean?.
-Pero entre la
grey cristiana nunca debe cundir el desaliento. El texto de Ez termina con la
promesa de un nuevo pastor (vv. 23-25) que nunca nos abandona. Este pastor es
Jesús, siempre fiel a su pueblo; no permitirá que sus ovejas anden errantes sin
dirección, sin pastor..
Pocas páginas se pueden encontrar en la Biblia más
densamente teológicas y poéticas como el salmo 22, tesoro
auténtico del salterio, alimento espiritual de miles de generaciones que se han
visto fortalecidas y animadas con la simple lectura de este salmo.
El salmo 22
dice esto tan bonito que debemos meditar sin prisas: "El Señor es mi
pastor: nada me falta; en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia
fuentes tranquilas y repara mis fuerzas, me guía por el sendero justo; aunque
camine por cañadas oscuras, nada temo...; tu vara y tu cayado me
sosiegan".
El Señor es mi
pastor, nada me falta (v. 1).
El corazón del
pastor me ha reconciliado con la banalidad de todo el rebaño. Las deficiencias
de los demás ya no me escandalizan. Sé a dónde mirar y me doy cuenta de que
«nada me falta» (v. 1). Cuando se ha descubierto el corazón del pastor, no se
tienen ganas ya de hacer el inventario de las miserias de los compañeros de
viaje.
En verdes
praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara
mis fuerzas (v. 2-3).
Imagen esplendida
de paz y de quietud. Jugamos a ser personas importantes, siempre atareadas.
Oración, distensión, silencio, reflexión. No tenemos tiempo para estas cosas.
Tenemos todo el tiempo ocupado en mil naderías, que llamamos pomposamente
«compromisos urgentes», «necesidades improrrogables» y no tenemos un minuto
para dedicarlo a nosotros mismos. Por eso estamos siempre cansados. Y nuestro
espíritu en vez de robustecerse, se entristece y entumece alarmantemente, ni
nos damos cuenta de que existe. Damos vueltas en el vacío, creyéndonos que
hacemos algo.
No pongo en
duda que me guíes «por el sendero justo» (v. 3). Justo con el criterio de Dios.
Según el camino de Dios para mi.Puede que no coincida
con el camino o sendero que yo quiero recorrer.
Aunque camine
por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo (v. 4).
Como quiera
que sea el sendero está allí y yo me voy por él. Pero cuando creo que me separa
una gran distancia del rebaño, cuando he perdido todo camino de vuelta, me
encuentro junto a ti, «tú vas conmigo» (v. 4). Ahora me siento seguro: «tu vara
y tu cayado me sosiegan» (v. 4).
Después de
esta visión reemprendo el camino acostumbrado lleno de polvo, accidentado y
aburrido. Pero no me lamento ya «porque tú vas conmigo» (v. 4).
A veces soy yo
quien va a buscar el mal. Un sendero seductor y voy por él sin pensar. El
rebaño me molesta. Algunas normas no las entiendo. Ciertas imposiciones pesan
demasiado. Las prohibiciones me irritan, las considero atentados contra mi
libertad. Además, precisamente las ovejas que se dicen más fieles y celosas,
viéndolas de cerca, me desilusionan y casi me empujan a marchar, hay virtudes que
me hacen odiar a ciertas personas que se dicen virtuosas.
También aquí
bastaría con mirar al pastor en vez de fijarse en la miseria, la porquería e
hipocresía de ciertos compañeros de viaje.
En el momento difícil
te descubro junto a mí. Has tomado la iniciativa. Has abandonado a las otras.
Una oveja extraviada vale tanto para ti como todas las otras juntas.
Has venido a
buscarme. A pesar de que alguien te diría: «No te preocupes, déjale, al fin de
cuentas ha sido porque ha querido, nadie le ha echado, puede volver cuando
quiera...».
Ni una palabra
siquiera de reprensión. «¿Qué has hecho? ¿A qué viene esto? ¿Mira cómo estás?».
He entendido en qué estado me encontraba por tu gesto de subirme a las espaldas
evitando hasta la fatiga del retorno. Y como castigo:
Preparas una
mesa ante mí enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi
copa rebosa (v. 5).
Tu bondad y tu
misericordia me acompañan todos los días de mi vida (v. 6). Y habitaré en la
casa del Señor por años sin término (v. 6).
La segunda
lectura es una síntesis del sentido de la historia desde la perspectiva
cristiana.
El trasfondo lo constituye la propia historia, es decir, el quehacer humano,
pero en cuanto víctima de unas fuerzas y poderes intrahistóricos, cuya sinrazón
última está en el propio hombre, tipificado en Adán, y cuyo desenlace
inevitable es la muerte en su vertiente trágica de ausencia de todo posible
horizonte. El papel principal ya no lo tiene Adán, sino Cristo, cuya aparición
en escena ha dado al traste con la hegemonía de la sinrazón.
Pero Cristo no
es un protagonista con alcance exclusivamente individual; es primicia, es
decir, el primer fruto de una gran cosecha y la garantía cierta de la misma. A
la vez, Cristo no actúa por cuenta propia: es el enviado de Dios Padre. Es,
pues, el Padre quien en definitiva está compro- metido en la lucha a muerte con
la sinrazón. ¡Y el compromiso de Dios es eficaz! (=omnipotente). Es éste el
fundamento último de por qué Cristo es la certeza total y absoluta que el
hombre tiene.
Llegará un día
en que el proceso histórico puesto en marcha por Cristo se manifestará en toda
su fuerza y dimensión. Ese día se revelará al fin con toda claridad que Dios
había sido desde siempre la razón de ser del hombre.
En el evangelio de hoy, San Mateo con la imagen
profética del juicio final, propone un ejemplo claro de cómo vivir hoy,
esperando responsablemente la venida del Hijo del hombre: el test
definitivo de la propia verdad y fidelidad de hombres, condición esencial para
la salvación/perdición definitiva, se juega en las relaciones cotidianas de
acogimiento o rechazo del necesitado, signo objetivo de la presencia humilde y
escondida de Cristo rey..
El golpe de
efecto de la separación de los hombres ante el trono del rey no son las seis
obras de misericordia a los necesitados, sino la identificación del rey con los
más pequeños de sus hermanos, que revela, al mismo tiempo, su nuevo rostro y la
radical seriedad de la acción solidaria hacia los necesitados.
San Mateo funde,
en maravillosa síntesis, los dos ejes alrededor de los cuales gira su mensaje
evangélico: Jesucristo y el amor
solidario, síntesis de la voluntad de Dios Padre que está en los cielos.
El hijo-rey,
sentado como juez escatológico, se autopresenta como
el que ha tenido hambre y sed, el que ha sido forastero y ha andado desnudo,
enfermo y en la cárcel. Por tanto, el cara a cara decisivo entre los hombres y
Cristo no tiene lugar en un marco de gestos heroicos y extraordinarios, sino en
la cotidianidad de los encuentros humanos.
El examen lo
podríamos hacer muy literal. ¿Qué nos dirá a nosotros Jesús: "Venid,
benditos de mi Padre" o "Apartaos de mí, malditos?" Y
preguntémonos: ¿Damos de comer a los que pasan hambre, aquí y en los países del
Tercer Mundo? ¿Acogemos a los forasteros? ¿Visitamos a los enfermos? ¿Visitamos
a los presos y tenemos verdadera "compasión" (="sufrir
con") por los delincuentes? Estos son los criterios. "Todas las
naciones" reunidas ante Jesús creían, seguramente, que los criterios
serían si uno había dado terrenos para edificar iglesias o si había escrito
artículos defendiendo la fe católica o si había rezado mucho, y se encontraron
con que todas estas acciones, aunque importantes y buenas, no eran los
criterios definitivos.
Todavía hay
otro elemento, San Mateo, como hemos visto a lo largo del año, tiene la
preocupación por mostrar cuál es el estilo de vida que ha de llevar el nuevo
pueblo de Jesús. El nuevo pueblo sabe que los criterios son éstos. Y sabe
también que sólo el seguimiento de estos criterios hace que tenga sentido
pertenecer a la comunidad de los seguidores de Jesús.
El Reino es
otorgado no a aquellos que han luchado por conseguir un lugar público para el
Rey-Cristo en la sociedad, sino a aquellos que -sin necesidad de conocerlo
explícitamente- lo han servido en cada "uno de éstos mis humildes
hermanos".
«El infierno
son los otros» decía J. P. Sartre. El infierno son los otros cuando cada uno se
empeña en comer para sí mismo. El cielo son los otros cuando cada hombre no se
preocupa de sí mismo, sino de dar de comer a los hermanos. Ese es el cielo al
que aspiramos, el Reino de Dios que comenzamos ya a construir.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org
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